Posiblemente sean las imágenes del libro de Alfonso X el Sabio, al igual que otras representaciones en marfil, tejidos o grabados, las que mejor nos representan lo que supuso el ajedrez en la vida medieval y todas sus connotaciones estéticas y simbólicas. Pero, por el contrario, son pocos los ajedreces completos que se conservan del mundo medieval, habiendo quedado, por lo general, reducidos éstos a algunas piezas de cristal de roca o marfil que forman parte de relicarios y tesoros y que a menudo se encuentran en algunos Museos eclesiásticos o colecciones particulares. Las formas y decoración de las piezas nos sirven para estudiar su evolución a través del tiempo y comprender más perfectamente cómo algunos temas más o menos abstractos convergieron en aspectos figurativos más específicos.
Quizá sean las piezas de ajedrez que se conservan en el Museo Provincial de Cáceres y que, según documentación, proceden del castillo de Trigueros del Valle (Valladolid) uno de los ejemplos más completos. Datado como ajedrez de entre los siglos VIII-XI, consta de 17 piezas de madera blancas y 12 negras. La tipología de formas y el material empleado nos hacen llevar la cronología con posterioridad al siglo XIII, lo cual también concordaría con la procedencia de las piezas.
Asimismo, el ajedrez del Museo Nacional de Arte Hispano-Musulmán de Granada, obra del siglo XV, conserva algunas piezas de marfil o hueso, mínimas en número, pero que coinciden en cuanto a las técnicas ornamentales con lo que muchos arqueólogos denominan mangos de cuchillo. El único tablero que conozco y de una cierta calidad es el que se muestra en el Museo Provincial de León y que, según los inventarios y publicaciones al respecto, se pone en relación con la familia Luna, uno de cuyos escudos está presente en. el marco. Es un pieza de madera que se sirve de dos tipos diferentes de madera para marcar el diferente color de las casillas y que se ornamenta con unas orlas de vegetación entre las que aparecen los escudos heráldicos y otros elementos de marquetería o taracea.
Tablero de los condes de Luna, Museo de León
Un análisis de tipo arqueológico en estas piezas, al igual que en las miniaturas de Alfonso X el Sabio, nos da pautas para la comprensión de la técnica de juego y para entender la existencia de algunos otros elementos que formaban parte del juego. Así el tablero de ajedrez de León conserva la argolla para colgar y sujetar la bolsa con las piezas, a la manera que aparece e n algunas miniaturas del Libro de Alfonso X o en el emblema 23 de Covarrubias. Los aspectos decorativos del tablero tienen paralelos también en las citadas miniaturas y en otras ilustraciones medievales, pero es curioso también constatar que se mantienen en el tiempo en algunas otras representaciones artísticas.
La simbología alusiva al campo de batalla y "una astucia sin el sometimiento de los dados y sin sangre" es uno de los elementos que ha propiciado su gran aceptación. Algunas teorías filosóficas han respaldado el juego de ajedrez, caso del qadr que defiende el libre albedrío y se identifica con este juego, mientras que el nard se encuentra afectado por el determinismo divino o yahr. En este caso, el Libro de Ajedrez, Dados y Tablas de Alfonso X es clarificador en el ejemplo aportado en el diálogo entre los tres sabios y el rey. El primer sabio defendía: "más ualie seso que uentura" (ajedrez); el segundo: "más ualie uentura que seso" (dados), y el tercero: "uenir tomando delo uno e delo al" (chaquete), ya que "qui las sopiere bien iogar que aunque la suerte delos dados le sea contraria, que por ser cordura iogar que esquiuara el danno quel puede uenir por la auentura delos dados".
De la misma forma, algunas valoraciones morales atañen al juego de ajedrez, que se pone como ejemplo de aquellos hombres que van retrasando su arrepentimiento hasta la hora de la muerte, "como jugador de ajedrez no experto que dice 'No me importa que me vayan tomando las piezas (familia), porque al fin daré mate'...". Y es que, según los moralistas medievales, el demonio es jugador experimentado, hecho que se ha representado a menudo en las imágenes medievales, en las que la muerte o el propio diablo juegan, esa partida definitiva con el hombre.
Otras valoraciones simbólicas aluden al amor de Dios por aquel gesto del jugador manteniendo largo rato la pieza de ajedrez en sus manos para liberarla del alcance del enemigo. Sin embargo, la interpretación más frecuente del juego de ajedrez y en el que conviven las imágenes que nos representan el tablero y la bolsa de las piezas es la que se refiere a los papeles desempeñados por el hombre en el mundo y que contemplan por un lado su igualdad y asimismo su espíritu de superación, como el peón que trata de llegar a alférez o dama.
"En tanto que vivimos, cada uno tiene su puesto en la república, con cuya variedad se compone y se conserva. Pero llegado el día de la muerte, la tierra nos recibe con tanta igualdad que no (h)ay distinción del rico al pobre. Y así es como la bolsa de los trebejos en el axedrez, que acabado el juego, todos entran confusamente en el saco. Y esto nos significa el emblema con el mote francés 'Roys e pions, dans le sac son eguaux'".
Explicación que también recoge Sancho Panza y que no está nada lejos del poema antes mencionado de Ibn Labbana (No somos sino piezas del ajedrez en manos del destino) : "Brava comparación... como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego, cada pieza tiene ser particular oficio; y en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura".
Una afirmación siempre vieja y nueva a la vez, pero que prueba, una vez más, que el ajedrez es algo más que un juego y que ese simple tablero de 64 escaques alternos encierra una imagen de microcosmos.
Emblema 23 de Emblemas Morales (1610) de Sebastian Orozco Cobarrubias
Donde también encontramos la sentencia moral ya referida:
«En tanto que vivimos, cada uno tiene su puesto en la república, con cuya variedad se compone y se conserva. Pero llegado el día de la muerte la tierra nos recibe con tanta igualdad que no hay distinción del rico al pobre. Y así es como la bolsa de los trebejos en el ajedrez, que acabado el juego todos entran confusamente en el saco. Y esto nos significa el mote francés: roys, pyons dans le sac son eguaux».
Este ejemplo, así como los versos de Ibn Labbana "No somos sino piezas en manos del destino" como las palabras de Sancho Panza, "Braba comparación... como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego cada pieza tiene su particular oficio, y en acabándose el juego todas se mezclan, juntan y barajan y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura", recuerdan enormemente los siguientes versos de Omar Khayyam (1048-1132):
"He aquí la única verdad. Somos los peones de la misteriosa partida de ajedrez que juega Alá. Él nos mueve, nos detiene, vuelve a empujarnos, y al final nos arroja, uno a uno a la caja de la nada".
Versos que expresan el sentimiento trágico de una vida bajo el dominio del azar, siendo el hombre tan sólo una pieza cuyo destino se juega en un lugar misterioso y cuyo final acabará por igualar cualquier diferencia. Los encontramos evocados en el poema de Jorge Luis Borges Ajedrez:
Imagen encontrada en http://www.mmfilesi.com/#13
En el siguiente ensayo descubrimos aspectos del simbolismo del ajedrez entroncados en la Filosofía Perenne que difieren de la única visión del hombre sometido y expuesto a los vaivenes del azar y del destino. Será la sabiduría proporcionada por el conocimiento del Arte Regia lo que brindará al hombre el dominio y gobierno de las posibilidades interiores y exteriores.
Simbolismo del Ajedrez por Titus Burckhardt
El juego de ajedrez es originario de la India. Fue transmitido al Occidente medieval por medio de los persas y los árabes. Una prueba de ello es la palabra "jaque mate" que deriva del persa (shah-rey- y el árabe mat- ha muerto).
El orden estratégico es evidente en la posición de las figuras utilizadas, igual que en la guerra en el Oriente antiguo. La tropa ligera, representada por los peones, ocupa la primera línea; el grueso del ejercito lo constituye la tropa pesada, carros de guerra (torres), caballeros (Caballos) y elefantes de combate (alfiles); el rey con su "dama" o "consejero" permanecen en el campo de las tropas.
La forma del tablero corresponde al tipo clásico del Vastumandala, el diagrama que también constituye el trazado céntrico o fundamental de un templo o ciudad. Dicho diagrama simboliza la existencia concebida como campo de acción de las fuerzas divinas. En su significado más universal, el combate figurado por el juego del ajedrez representa la batalla mítica de los devas con los asuras, de los dioses con los titanes, o de los ángeles con los demonios, derivándose de este todos los demás significados del juego.
El ajedrez es de origen brahamanico, lo prueba el carácter eminentemente sacerdotal del diagrama de 8x8 cuadrados. Los hindúes consideraban el juego como una escuela de gobierno y defensa.
Hagamos notar que los hindúes cuentan ocho planetas: el sol, la luna, los cinco planetas conocidos y Rahu, el astro oscuro de los eclipses; cada uno corresponde a las ocho direcciones del espacio. Los indios dan un sentido misterioso a la progresión geométrica efectuada en las casillas del tablero; establecen una relación entre la causa primera, que domina todas las esferas y a la que todo conduce, y la suma del cuadrado de las casillas.
El simbolismo cíclico del tablero de ajedrez reside en el hecho de que expresa el despliegue del espacio según el principio cuartario y octonario de las direcciones principales (4x4x4=8x8), y que sintetiza en forma cristalina, los dos grandes ciclos del sol y la luna: el duodenario del zodiaco y las 28 mansiones lunares. Por otra parte, el número 64, suma de las casillas del tablero, es submultiplo del número cíclico fundamental que mide con precisión los equinoccios.
Los astros simbolizan al mismo tiempo un aspecto divino, personificado por un deva. Así es como este mandala, simboliza a la vez el cosmos visible, el mundo del espíritu y la divinidad en sus múltiples aspectos.
(Mencionemos también, que en la tradición china, los 64 signos que se derivan de los ocho trigramas comentados en el I King. Estos 64 signos suelen estar dispuestos de manera que correspondan a las ocho direcciones del espacio. Ahí también se encuentra, pues, la idea de una división cuaternaria y octonaria del espacio, que resume todos los aspectos del universo.)
El despliegue alternativo de los cuadrados blancos y negros, pueden ser considerados como un mandala de Shiva, dios en su aspecto transformador. Los cuatro cuadrados, puestos alrededor de un centro no manifestado, simbolizan las fases cardinales de todo ciclo. La alternación de las casillas blancas y negras, en este esquema elemental, hace del equivalente rectangular del símbolo extremo oriental del yin-yang. Es una imagen del mundo en su dualismo fundamental. Son dos aspectos complementarios pero opuestos del mandala, es decir, un símbolo del espíritu universal (Purusha) en cuanto a síntesis inmutable y trascendente del cosmos. Por otra parte es emblema de la existencia (Vastu) considerada como soporte pasivo de las manifestaciones divinas. La cualidad geométrica del símbolo expresa el espíritu, y su coagulación limitativa es existencia o materia; en la polaridad considerada como tenebrosa y caótica, raíz del dualismo existencial. Recordemos aquí el mito de según el cual el Vastu-mandala representa un asura, personificación de la existencia bruta: los davas han vencido a este demonio y han establecido sus moradas sobre el cuerpo tendido de su víctima; así, le imprimen su "forma", pero es el quien los manifiesta.
Este doble sentido que caracteriza al Vastu-Purusha-mandala, y que, por lo demás, se encuentra de manera mas o menos explicita en todo símbolo, era como actualizado por el combate que el juego del ajedrez representa. Tal combate, decíamos, es esencialmente el de los devas y los asuras, que se disputan el tablero del mundo. El ejército blanco es el de la luz, el negro es el de las tinieblas. En un orden relativo, la batalla figurada en el tablero representa, bien la de los dos ejércitos terrenales. Cada uno de los combates en nombre de un principio, el espiritual y el de las tinieblas en el hombre, como una guerra santa. Se advertirá el parentesco del simbolismo implicado en el juego de ajedrez con el tema del Baghavad-Gita, libro que se dirige a los kshatriyas.
Se traspone el significado de las diferentes piezas del juego en el orden espiritual, estas corresponden a diferentes maneras de realizar las posibilidades cósmicas representadas por el tablero; hay el movimiento axial de las torres o carros de combate, el movimiento diagonal de los alfiles o elefantes que siguen un solo color, y el movimiento complejo de los caballos. La marcha axial que corta a través de los diversos colores, es lógica y viril. Mientras que la marcha diagonal corresponde a una continuidad existencial y, por lo tanto, femenina. El salto de los caballos corresponde a la intuición.
Lo que más fascina al hombre de casta noble y guerrera es la relación entre voluntad y destino. Pues bien, exactamente eso es lo que el juego de ajedrez ilustra, precisamente porque sus encadenamientos son siempre inteligibles, sin ser limitados en su variación. Un rey de la India quiso saber si el mundo obedecía a la inteligencia o a la suerte. Dos sabios, sus consejeros, dieron respuestas contrarias, y para probar sus tesis respectivas uno de ellos tomó por ejemplo el ajedrez, en el que la inteligencia prevalece sobre el azar, mientras que el otro trajo unos dados imagen de la fatalidad.
En cada fase del juego, el jugador es libre de elegir entre varias posibilidades, pero cada movimiento traerá una serie de consecuencias ineluctables, de modo que la necesidad delimita la libre elección cada vez más, apareciendo el final del juego no como fruto del azar sino como el resultado de leyes rigurosas.
Se revela aquí no sólo la relación entre voluntad y destino, sino también entre libertad y conocimiento: a menos que haya una inadvertencia del adversario, el jugador salvaguardará su libertad de acción solo en la medida en que sus decisiones coinciden con la naturaleza del juego, es decir, con las posibilidades que este implica. Dicho de otro modo; la libertad de acción es aquí solidaria de la previsión, del conocimiento de las probabilidades; inversamente, el impulso ciego, por libre y espontáneo que parezca en el primer momento, se revela a fin de cuentas como una no-libertad.
El arte regia es gobernar el mundo exterior o interior en conformidad con sus propias leyes. Esta arte supone sabiduría, que es el conocimiento de las posibilidades; ahora bien, todas las posibilidades están contenidas, de manera simétrica, en el espíritu divino. La verdadera sabiduría es la identificación mas o menos perfecta con el Espíritu (Purusha), siendo simbolizado este por la cualidad geométrica del tablero, sello de unidad esencial de las posibilidades cósmicas. El Espíritu es la verdad; por Ella es libre el hombre; fuera de ella es esclavo de su destino. Esa es la enseñanza del juego del ajedrez.
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Para finalizar, una fotografía que me parece un extraordinario poema visual,
el tablero de ajedrez ocupa el lugar de la partitura. ¿Que música está contenida en esa partitura? Podemos decir que toda la música está allí latente, de la misma forma que se encuentran las infinitas posibilidades de combinación por las que desarrollar una partida. Que curioso... partida-partitura parecen tener una misma raiz. Tanto el desarrollo que conforma una partida, como la música escrita en una partitura, todo movimiento, todo sonido, sus combinaciones, emanan del silencio y la quietud que estaría simbolizado por el punto indimensionado del centro del tablero.
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