martes, 23 de septiembre de 2014

La mente creadora


Robert Flud, Utriusque Cosmi... (1619)


Dispongámonos, digo, primeramente en el cielo intelectual que está dentro de nosotros y luego en este otro sensible que se presenta corporalmente a nuestros ojos.

Giordano Bruno (1548 - 1600)



Las piedras preciosas que desaparecen al despertar, y que en el sueño se habían "conservado" y "dispuesto" con astucia como testimonio de existencias de la "deseada tierra de tesoros" a la que tenía acceso, mantienen en el delirio paranoico, y tras su extinción bajo la mirada estúpida de todos, el peso correspondiente a su volumen y a lo concreto delirante de su más fisicos contornos luminosos. Están "en la realidad".

Salvador Dalí, Nuevas consideraciones generales sobre el mecanismo del fenómeno paranoico desde el punto de vista surrealista.



Gary Lachman en uno de los capítulos de su obra Una historia secreta de la consciencia, descubre analogías en los resultados de las teorías entre, por una parte el filósofo danés Yuri Moskvitin a partir de su método de autoanálisis introspectivo sobre los procesos inconscientes de la percepción, y los realizados por los neurocientíficos Denis Pare y Rodolfo Llinás. Las apreciaciones de éstos últimos sobre las reacciones de las células nerviosas durante las diferentes fases del sueño y la vigilia, concluyen que la consciencia  no es "causada" por los estímulos sensoriales que "escriben" en la pizarra en blanco de la mente según los filósofos positivistas, sino que el proceso sería inverso. Así, el mundo exterior que percibimos podría ser una especie de sueño durante la vigilia creado por la mente. 
Uno y otros respaldarían la visión de la consciencia y la mente tenida por los místicos a través de los siglos: que el mundo que percibimos en realidad se conforma desde nuestra consciencia.



Una historia secreta de la consciencia
por
Gary Lachman



En su escasamente divulgado Essay on the Origin of Thought (Ensayo sobre el origen del pesamiento) (1974), el danés Yuri Moskvitin propuso una teoría de la consciencia muy próxima a la de Llinás y Paré, y en la que resuenan las intuiciones de docenas de pensadores místicos. Para Moskvitin, nuestra consciencia del mundo exterior es una especie de alucinación modelada por estímulos procedentes de los sentidos, tal como sugieren Linás y Paré. Moskvitin no llegó a esta conclusió estudiando el cerebro, sino reconociendo los procesos inconscientes de la percepción. Un día de primavera estaba sentado al sol cuando se sumió en un estado de relajación soñoliento, aunque alerta. Con los ojos casi cerrados, se fijó en el juego de luz del sol sobre sus pestañas y en el curioso movimiento de los denominados "flotadores" en su retina, pequeñas "burbujas" en la superficie del ojo semejantes a gotas de lluvia descendiendo por un cristal. Centrándose en ellos, se dio cuenta de que el despliegue prismático que causaba el paso de la luz del sol por sus pestañas no era aleatorio, sino que trazaba motivos geométricos: cruces, cuadrados y triángulos. Al observar esos "motivos extraños y hermosos", tuvo "la sensación de observar algo especialmente importante"; entonces comprendió que los motivos no se limitaban a la superficie de su ojo, sino que parecían extenderse desde éste, proyectándose al mundo exterior en forma de "chispas" y "telarañas". Escribe que vio cómo esas "formas selectivas" adquirían la forma del mundo externo, y lo compara al efecto de un cuadro puntillista.




Moskvitin dedicó muchas horas  a estudiar esos motivos, reflexionando sobre curiosos estados de la mente que acompañaban a la observación prolongada de las formas selectivas. Pronto advirtió que la atencion requerida para observar dichas formas "era inseparable de un estado de ánimo muy particular (...) y daba origen a una sensación de placer y a arrebatos de los pensamientos más extraordinarios". También se dio cuenta de que "los motivos a los que tuvo acceso se parecían tanto a ciertos motivos artísticos, especialmente del arte religioso o arte (...) creado por civilizaciones dominadas por la experiencia mística, que no podía dudar que su experiencia era muy antigua y extendida".
Moskvitin cree que sus formas selectivas son obra de la mente humana, y que abarcan desde "crear" el mundo que percibimos a través de los sentidos hasta las percepciones creativas de artistas y científicos. Son responsables, según afirma, del lenguaje, la civilización y la propia evolución humana. También lo son de los sueños y las alucinaciones. Como Llinás y Pare, Moskvitin afirma que en sueños, visiones, alucinaciones y demás estados alterados, las formas selectivas son, por así decirlo, libres, y es a través de su expresión ilimitada como la novedad llega al mundo. Por último, concluye que todos los intentos de hallar nuestro origen en el mundo exterior están condenados al fracaso porque, al parecer, ocurre lo contrario: el mundo tiene su origen en nosotros. La consciencia humana, dice, es una especie de punto ciego del universo, un agujero negro en cuyo centro encontraremos la mente. (...)


Todos recordamos cuando, de niños, veíamos imágenes en las nubes que se desplazaban sobre nosotros, cómo una parecía un pájaro y otra una cara. He citado antes las palabras del escritor John Cowper Powys referentes al "poder de la infancia para lograr efectos ilimitados por medios insignificantes". Y es que los niños aún no han aprendido que existe una barrera infranqueable entre ellos y el mundo: ellos, el mundo y su mente todavía forman un todo. El propio Powys hacía gala de una poderosa mente "participativa" que le permitía introducirse en sus novelas en las conciencias de animales, plantas y hasta piedras y viejos muros ruinosos, así como de planetas y estrellas. A menudo hablaba desde el punto de vista de un viejo poste abandonado, o del de las algas de un estanque. Otro buen conocedor de esa capacidad para proyectar la consciencia sobre el mundo "exterior" fue el novelista Hermann Hesse. En Demian, el protagonista, Emil Sinclair, es adiestrado por su mentor, el músico y mago Pistorius, para observar los extraños rostros y dibujos que su inconsciente proyecta sobre una hoguera. La novela de Hesse es una especie de relato ficcticio sobre lo que Jung denominó el "proceso de individuación", y el objetivo de Pistorius es mostrar al joven Sinclair que en su interior tiene todo un mundo del que no sabe nada. Es un ejemplo de lo que Jung llamó "imaginación activa", que basicamente es una especie de hipnagogia controlada. Es también una iniciación al reconocimiento de hasta qué punto puede nuestra mente participar en el mundo que vemos.
Moskvitin lleva su reconocimento algo más allá. No sólo se trata de que proyectamos sobre formas naturales "caóticas", como llamas, nubes, agua corriente o, como el famoso comentario de Leonardo de Vinci, manchas o grietas en una pared. Moskvitin, como Barfield, está diciendo que "proyectamos" el mundo fenoménico en sí. Él no veía ninguna diferencia fundamental entre los motivos y la "ensoñaciones" que observaba y el llamado mundo real. Ambos están hechos del mismo "material", por así decirlo. La única diferencia es que en los sueños, las visiones, la hipnagogia y demás "estados alterados", la capacidad de la mente para fabricar motivos no se ve limitada por la información que le llega a través de los sentidos. (...)
Esto constituye la negación más radical de la idea de la mente como una tabula rasa que durante los tres últimos siglos ha dominado la psicología "científica". Según esta visión de nuestro mundo mental, todos somos, como dijo john Locke, "pizarras en blanco" hasta que los estímulos del mundo exterior escriben en ellas. La conclusión a la que llegaron Llinás y Paré en su investigación neurológica, y a la que décadas antes había llegado Moskvitin mediante la introspección y la observación, es que esa imagen es falsa. No somos un CD vacío a la espera de que la experiencia nos grabe. Filósofos como Platón, novelistas como Hesse, psicólogos como Jung y la tradición hermética y ocultista occidental han sostenido exactamente lo contrario. En un sentido muy auténtico, somos microcosmos con todo un mundo dentro de nuestra psique que en muchos aspectos es mucho más rico que el "mundo real" según el cual se nos ha enseñado a medir nuestras posibilidades. Según el concepto científico de la mente, sueños, visiones, experiencias hipnagógicas y demás son desperdicios mentales destinados al cubo de la basura psíquico. Lo que cuenta es el mundo exterior y percibido en estado de vigilia, y nuestro interior, cuando está permitido considerarlo, no es más que una suerte de reflejo de lo que ocurre "ahí fuera". Tan estricta visión racionalista-mecanicista de la mente humana, que nos considera poco más que autómatas empujados por fuerzas externas, y que ha influido  profundamente no sólo en la psicología y la filosofía, sino en la política occidental de los tres últimos siglos, es sencillamente errónea. Como concluye Colin Wilson, uno de los pocos pensadores influyentes que han descubierto el libro de Moskvitin, "el mundo exterior que nos revelan nuestros ojos solamente es una versión limitada del más amplio mundo interior".

Moskvitin sabía que, si seguimos esta idea hasta su conclusión lógica, las consecuencias son muy hondas. Tal vez resulte más inquietante el cambio que provoca en nuestra actitud ante la realidad. Desde el movimiento romántico hasta nuestros días, poetas y artistas han sentido siempre que el "mundo real" no es, en cierto sentido, tan real como parece. Ellos siempre estuvieron conmovidos por atisbos repentinos de "otro mundo", de un mundo no restringido por las limitaciones del espacio y el tiempo y de la tosca resistencia de la materia. (...) Que "este mundo" de los sentidos es maya, ilusión, y que bajo su dura superficie existe un mundo vivo, mágico y vital es una creencia común a todas las filosofías místicas y ocultas. Moskvitin lo sabe, y por su experiencia con las formas selectivas cree haber dado con la clave para comprender esta creencia perenne. "Todas las sensaciones que recoge la literatura sobre la 'irrealidad' de este mundo", escribe, la idea de que "ante nuestros ojos hay un 'velo pintado' que no nos deja ver las cosas como realmente son, todas las metáforas sobre nuestra ceguera y la necesidad de despertar se refieren a estas experiencias de la composición real del mundo fenoménico, de cómo nuestros sentidos están adheridos a algo de lo que solamente podemos conocer aquello que convoca en nosotros."



(...) En los sueños, no nos damos cuenta de que nosotros somos los creadores de nuestras extrañas visiones y aventuras nocturnas.
Pues bien, eso mismo puede decirse del mundo que vemos cada día. No seré el creador de las partículas "no representadas" de las que se supone que está hecho el mundo material, pero sin duda soy el creador de mi representación de esas partículas, igual que soy el creador del arcoíris que veo después de un chaparrón. Y del mismo modo que a veces puedo soñar que estoy soñando -es decir, tener un "sueño lúcido"- y experimentar una súbita sensación y consciencia expandida, también en la vida puedo reconocer ocasionalmente que yo soy el autor del maravilloso mundo que veo a mi alrededor, y experimentar una relación radicalmente distinta con él. (...)
Los artistas y los escritores conocen la diferencia entre los momentos en que están intensamente centrados en una obra y aquellos en que no lo están. Nosotros conocemos la diferencia entre los momentos en que nos aburrimos y nos sentimos desganados, cuando todo nos parece gris y sin interés, y aquellos otros en que nuestra mente se inflama con alguna idea fascinante o alguna historia absorbente. Si podemos observarnos a nosotros mismos durante esos instantes, creo que veremos que gran parte de nuestro goce se debe  al hecho de que hemos recordado que nuestra mente está viva y activa -o al menos eso suponemos-. Y momentos así son el mejor argumento contra la teoría cartesiana del "espejo" del conocimiento, mucho más que cualquier embrollo epistemológico. Ningún espejo se extiende para "asir" el mundo, ni desata una reacción en cadena en su interior cuando una idea suscita otra y luego otra. Ningún espejo se aparta de su camino en busca de cosas nuevas e inusuales que reflejar. Y ningún espejo contiene más que la imagen que tiene ante sí. Parafraseando a Bergson, podemos decir que, si la mente es un espejo, tiene el curioso poder de mostrar más de lo que refleja: no es una simple superficie brillante y en blanco, a la espera de que algo se le ponga enfrente.



Lecturas:

Gary Lachman, Una historia secreta de la conscienca. Atalanta 2003


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Mundus Imaginalis

domingo, 14 de septiembre de 2014

La enfermedad "sagrada"


Renée Jeanne Falconetti en "La pasión de Juana de Arco" (1928) de Carl Theodor Dreyer



El diablo está escondido detrás de la cruz.

Proverbio español


Un mero destello de la Realidad puede ser tomado equivocadamente  por la realización completa.

Gampopa



La epilepsia fue reconocida en la Antigüedad por Hipócrates como enfermedad sagrada por considerar que el trastorno sufrido era consecuencia de la inspiración divina. Sin embargo, a lo largo de la historia generalmente despertaría miedo, discriminación y rechazo, por ver contrariamente en quien la padecia una posesión del diablo. Los ataques epilécticos pueden manifestarse de diferentes formas, entre ellos los denominados como "extáticos" por los que se producen sensaciones de éxtasis o dicha trascendente con implicaciones místicas o religiosas. Entre estos se encuentran casos conocidos y documentados como los sufridos por el escritor ruso Fiodor Dostoievsky, sobre el que Oliver Sacks nos habla en un capítulo de su obra Alucinaciones. Además especula sobre la idea de que la heroina francesa Juana de Arco, tras el análisis de su biografía y algunos de sus escritos, también padeciera esta "sagrada" enfermedad.


La enfermedad "sagrada"
(fragmentos)
por
Oliver Sacks


Fiodor Dostoievsky
 (...) Los ataques de Dostoievsky comenzaron cuando era niño, pero se volvieron frecuentes después de cumplir los cuarenta, tras su regreso del exilio en Siberia. En sus ataques esporádicos, a menudo emitía (tal como escribió su mujer) "un grito aterrador, que no tenía nada de humano", y a continuación caía al suelo inconsciente. Muchos de estos ataques iban precedidos de una excepcional aura mística o extática, aunque a veces sólo aparecía el aura, sin convlusiones posteriores ni pérdida de consciencia. El primero tuvo lugar el Sábado de Gloria, tal como su amiga Sofía Kovalévskaia escribió en sus Recuerdos de infancia (Alajouanine lo cita en su artículo sobre la epilepsia de Dostoievsky). El escritor ruso estaba hablando de religión con dos amigos cuando una campana comenzó a dar la medianoche. De repente exclamó: "¡Dios existe, existe!" Posteriormente relató en detalle la experiencia:

Un gran ruido llenaba el aire, e intenté moverme. Tuve la sensación de que el cielo caía sobre la tierra y me engullía. Toqué realmente a Dios. Él entró en mí, sí, Dios existe, grité y no recuerdo nada más. Todos vosotros, dijo, personas sanas, no podéis imaginar la felicidad que sentimos los epilécticos durante los segundos anteriores al ataque. (...) No sé si esa felicidad dura segundos, horas o meses, pero, creedme, no lo cambiaría por todas las alegrías que pueda traerme la vida.

En otras ocasiones ofreció una descripción parecida, y en sus novelas varios de sus personajes sufren ataques parecidos al suyo, y a veces idénticos. Uno de ellos lo sufre el príncipe Mishkin en El idiota:

La sensación de vida, de conciencia de sí mismo, casi se duplicaba en aquellos instantes, que duraban lo que un relámpago. La mente y el corazón se iluminaban con una luz insólita; todas las excitaciones, todas las dudas, todas las inquietudes se apaciguaban repentinamente, se resolvían en una calma superior llena de armonía, dicha y clara esperanza, llena de comprensión y sentido por la causa final.

Hay descripciones de ataques extáticos en Los demonios, Los hermanos Karamázov y Humillados y ofendidos, mientras que en El doble aparecen descripciones de "pensamientos forzados" y "estados oníricos" casi idénticos a los que Hughlings Jackson describía casi por la misma época en sus magníficos artículos neurológicos.
Además de sus auras extáticas -que siempre le parecen a Dostoievsky revelaciones de la verdad definitiva, un conocimiento directo y válido de Dios-, su personalidad sufrió cambios extraordinarios y progresivos a lo largo de los últimos años de su vida, su época de mayor creatividad. (...)
Fue ese cambio, que al parecer se iba desarrollando en Dostoievsky entre ataque  y ataque ("interictalmente", en la jerga neurológica), lo que fascinó especialmente al neurólogo estadounidense Norman Geschwind, que escribió diversos artículos sobre el tema en las décadas de 1970 y 1980. Observó la preocupación cada vez más obsesiva de Dostoievsky por la moralidad y el buen comportamiento, su creciente tendencia a "dejarse enredar en discusiones nimias", su falta de humor, su relativa indiferencia hacia la sexualidad, y, a pesar de su elevado tono moral y su seriedad, "una disposición a enfadarse a la menor provocación". Geschwind se refirió a todo ello como un "sindrome de personalidad interictal". Los pacientes a menudo desarrollan una intensa preocupación por la religión. A veces también desarrollan una tendencia compulsiva a la escritura, un interés insolitamente intenso por lo artístico o por la música.
Se desarrolle o no un sindrome de personalidad interictal -y no parece ser algo universal o inevitable en los casos de epilepsia del lóbulo temporal-, no hay duda de que aquellos que padecen ataques extáticos pueden verse profundamente conmovidos por ellos, incluso buscar de manera activa sufrir más ataques. En 2003, Hansen Asheim y Eylert Brodtkorb publicaron en Noruega un estudio de once pacientes con ataques extáticos; ocho de ellos deseaban volver a experimentar los ataques, y de estos, cinco encontraron la manera de inducirlos. Más que ningún otro tipo de ataque, los ataques extáticos pueden percibirse como epifanías o revelaciones de una realidad más profunda. (...)


Juana de Arco
Tal como observó William James, una condición religiosa aguda y apasionada en una sola persona puede movilizar a miles. La vida de Juana de Arco es un ejemplo. Durante seiscientos años la gente se ha quedado perpleja ante cómo fue posible que la hija de un granjero sin ninguna educación pudiera llegar a convencerse de que tenía una misión y consiguiera que miles de personas la ayudaran a intentar expulsar a los ingleses de Francia. La primera hipóteis de inspiración divina (o diabólica) ha dado paso a otras expliciones médicas, con diagnósticos psiquiátricos compitiendo con los neurológicos. Tenemos muchos testimonios, desde la transcripción de su juicio (y su "rehabilitación" veinticinco años más tarde) hasta los recuerdos de sus contemporáneos. No se puede esperar ninguna conclusión definitiva, pero sugieren, al menos, que Juana de Arco pudo haber padecido epilepsia de lóbulo temporal con auras extáticas.
Juana experimentaba visiones y voces desde la edad de trece años. Surgían en episodios separados que duraban, como mucho, segundos o minutos. La primera aparición la asustó mucho, pero después sus visiones le producían una gran dicha, y la llevaron a creer que tenía una misión. Los episodios a menudo se precipitaban cuando oía campanas de iglesia. Juana describió la primera aparición que tuvo:

Tenía trece años cuando oí una Voz de Dios que me ofrecía ayuda y guía. La primera vez que oí esa Voz me asusté mucho; fue un mediodía de verano, en el jardín de mi padre. (...) Oí la Voz a mi derecha, en dirección a la Iglesia; rara vez la oigo sin que vaya acompañada también de una luz. La luz procede del mismo lado que la Voz. Generalmente es una luz intensa. (...) Cuando la oí por tercera vez, reconocí que se trataba de la Voz de un Ángel. Ésa voz siempre me ha protegido, y yo siempre la he comprendido; me ordenó que fuera buena y asistir a menudo a la iglesia, me dijo que era necesario que luchara por Francia (...) me lo decía dos o tres veces por semana: "Debes luchar por Francia." (...) Me dijo: "Ve, levanta el sitio de la Ciudad de Orleans. ¡Ve!" (...) y yo contesté que no era más que una pobre niña, que no sabía ni montar ni pelear. (...) No pasa un día que no oiga esta Voz; y la necesito muchísimo.

Muchos otros aspectos de los supuestos ataques de Juana, así como testimonios de su lucidez, sensatez, modestia, fueron estudiados en un artículo de 1991 por las neurólogas Elizabeth Foote-Smith y Lydia Bayne. Aunque presentan una caso muy verosimil, otros neurólgos disienten, y parece improbable que la cuestión se resuelva de manera definitiva. Las pruebas son débiles, como ocurre en casi todos los casos históricos.

Los ataques extáticos, religiosos o místicos ocurren sólo en un pequeño número de pacientes de epilepsia del lobulo temporal. ¿Se debe a que hay algo especial en estas personas: una disposición preexistente hacia la religión o hacia las creencias metafísicas? ¿O a que los ataques estimulan zonas específicas del cerebro donde residen los sentimientos religiosos? Naturalmente, podría ser cualquiera de las dos cosas. Y sin embargo personas muy escépticas, indiferentes a la religión, y nada propensas a las creencias religiosas, también pueden -para su propia sorpresa- tener una experiencia religiosa durante un ataque.
En un artículo de 1970, Kenneth Dewhurst y A. W. Beard aportaban diversos ejemplos. Uno se refería a un cobrador de autobús que padeció un ataque extático mientras cobraba los billetes.

De repente le invadió un sentimiento de dicha. Se sintió literalmente en el cielo. Cobró las tarifas de manera correcta, y al mismo tiempo les comunicó a los pasajeros lo contento que estaba en el cielo. (...) Siguió es ese estado de exaltacion, ojeando voces divinas y angélicas, durante dos días. Posteriormente consiguió recordar esas experiencias y siguió creyendo en su validez. (...) Durante los dos años siguientes no hubo nungún cambio en su personalidad; no expresó ninguna idea extraña, pero siguió siendo religioso. (...) Tres años más tarde tras sufrir tres ataques en tres días consecutivos, volvió a sentirse eufórico. Dijo que su mente se había "iluminado". (...) Durante ese episodio perdió la fe.

Ya no creía en el cielo ni en el infierno, ni en la otra vida, ni en la divinidad de Cristo. Esta segunda conversión (al ateísmo) arrastraba el mismo entusiasmo y cualidad reveladora que la conversión religiosa original.
Los ataques extáticos sacuden los cimientos de nuestra fe, nuestra imagen del mundo, aunque anteriormente uno haya sido totalmente indiferente a cualquier pensamiento acerca de la trascendencia o lo sobrenatural. Y la universalidad de los fervorosos sentimientos místicos y religiosos -esa idea de lo sagrado- en todas las culturas sugiere que podrían tener una base biológica; al igual que la percepción estética, podrían afirmar parte de nuestro patrimonio humano. Hablar de base biológica y precursores biológicos de la emoción religiosa -e incluso, como sugieren los ataques extáticos, de una base nerviosa muy específica, en los lóbulos temporales y sus conexiones- no es más que hablar de causas naturales. No nos dice nada del valor, el sentido o la "función" de esa emociones, ni de las narraciones y creencias que podamos construir sobre esa base.


Lecturas:

Oliver Sacks, Alucinaciones. Anagrama 2013


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El doble

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martes, 2 de septiembre de 2014

Ángeles

 Arcangel Miguel, siglo XV. Museo bizantino de Atenas



En nuestro imaginario los ángeles se muestran como seres celestes cuyo principal elemento para reconocerlos es la posesión de alas. Sin embargo ésta característica tan propia de la iconografía cristiana aparecería, según el investigador del Instituto Warburg Fritz Saxl, a partir del siglo V por influencia de la herencia pagana. La imagen de la figura celeste alada tendría un origen oriental en los albores de nuestra civilización, pasando a tener un papel importante en Grecia y Roma. Al principio la nueva religión no la contemplaría por no encajar en los textos del Antiguo y Nuevo Testamento, pero el poder de su imagen fue tal que acabaría por conquistar la mentalidad cristiana. El texto que sigue a continuación ilustra perfectamente cómo las imágenes van definiéndose y adquiriendo diferentes connotaciones según el curso de la historia, y, de la misma manera  que influyera Oriente sobre Occidente en la creación de doctrinas religiosas, lo haría también sobre la iconografía de su arte.



La vida de las imágenes
(Fragmento)
por
Fritz Saxl


(...) En el Antiguo Testamento, el ángel es nombrado con la palabra hebrea mal'akh, que quiere decir mensajero. Los griegos tradujeron la palabra por άγγελος , que significa el que anuncia, y la palabra griega fue introducida en las lenguas modernas como angelo, ángel, Éngel y ange.
Lo más curioso es que la connotación moderna del término es distinta de la que tenía en los textos hebreos y griegos. Por ángel entendemos hoy  figura alada, pero este no es el caso  ni en hebreo ni en griego. Tómese por ejemplo el relato del Libro de los Jueces (XXIII, 2 y ss.), en el que el ángel del Señor se aparece a la esposa de Manué con el mensaje de que concibiera a un hijo que será el que empezará a liberar a Israel de la mano de los filisteos.
"Fue la mujer y dijo a su marido: 'Ha venido a mí un hombre de Dios, y su aspecto era el de un ángel de Dios, muy temible'." No se mencionan alas. El ángel reaparece: "Y Manué dijo al ángel del Señor: 'Te ruego que permitas que te detengamos, hasta que hayamos preparado un cabrito par ti'." El ángel contesta: "¿Para qué me preguntas mi nombre, sabiendo que es secreto?'." Manué tomó el cabrito... y para ofrecerlo al Señor; y el ángel hizo un prodigio... Pues aconteció que cuando subía la llama de sobre el altar hacia el cielo, el ángel del Señor se puso sobre la llama del altar... Y Manué y su mujer... ya no vieron más al ángel del Señor. Entendió entonces Manué que era el ángel del Señor."
Esta historia, y especialmente la última frase, sería irrelevante si el mensajero hubiera sido alado, como imaginamos que deben ser los ángeles; porque entonces Manué no habría dudado de su naturaleza divina.
El hecho de que los autores de la Biblia no se imaginaran a los ángeles alados es aún más evidente en el Libro de Josué (V, 13): "Estando Josué cerca de Jericó, alzó los ojos y vio que estaba un hombre delante de él, en pie, con la espada desnuda en la mano: y Josué se fue hacia él y le dijo: '¿Eres de los nuestros o de los enemigos?' Y él le respondió: 'No, soy un principe de las huestes del Señor, que vengo ahora'." No hay duda de que el ángel apareció como guerrero, no como aparición angélica, que baja veloz a la tierra volando y subirá cuando haya cumplido la orden divina.
Es seguro que los primeros cristianos consideraron la palabra ángel en su sentido griego, es decir, el de mensajero. En una vasija griega encontramos una representación de Yocasta y Antígona. Sobre la figura intermedia está la inscripción angelos porque esta figura es el mensajero en la obra que aquí se ilustra. En Santa María la Mayor de Roma encontramos un mosaico del siglo V con la escena entre Josué y el ángel que acabamos de citar, y el ángel  está representado como un guerrero exactamente como lo exige el texto.

 Josué y el ángel. Mosaico. Roma, Sta. María la Mayor. Siglo V

Pero una representación posterior de la misma escena muestra la transformación. Aquí el ángel es alado.

Josué y el ángel, manuscrito siglo X, Biblioteca Vaticana

Recuérdese el texto: Josué levantando la vista, ve a un hombre ante él con la espada desnuda y le pregunta directamente: "¿Eres de los nuestros o de los enemigos?" Se darán ustedes cuenta de que la ilustración más tardía es ilógica por la intrusión de una figura alada. Josué jamás le hubiera hecho su pregunta a este mensajero celeste porque habría reconocido  en el acto que se trataba de un ángel.
¿Cuando se introdujo esta concepción del ángel en el arte cristiano? Encontramos la respuesta en la misma iglesia de Santa María la Mayor de Roma. En el arco de triunfo  decorado con una serie de mosaicos que ilustran la infancia de Nuestro Señor, la Virgen y el Niño aparecen rodeados no por mensajeros, sino por ángeles en el sentido moderno de la palabra. 
 

La Virgen con los ángeles. Mosaico Roma, Sta. María Maggiore. Siglo V

Uno de ellos está suspendido en el aire. Es, por tanto, en la primera mitad del siglo V cuando surge la nueva imagen del ángel.
¿Creó el cristianismo una nueva imagen o adaptó una antigua? ¿Cuales son sus antecedentes y durante cuanto tiempo siguió existiendo sin que fuera puesta en tela de juicio? (...)
Los griegos desarrollaron varios tipos de mensajeros divinos alados: Mercurio, Iris y, sobre todo, la Victoria que baja veloz del cielo para coronar al vencedor tras la batalla, ya sea lucha armada o competición de poetas o atletas en Olimpia.

 Victoria alada (Nike) Bronce griego siglo V a. C.

El tipo más grande y elegante de victoria serena se desarrolló a partir del tipo de victoria corriendo.


Victoria de Samotracia. Grecia, siglo II a. C

Los romanos, al ser una nación guerrera, tuvieron innumerables representaciones de la diosa, especialmente en tiempos de los emperadores, y en el arte romano cambia de caracter. No se precipita al suelo como mensajera de los dioses, sino que es una pesada figura erguida.

Victoria romana, Ostia

Los ángeles crisitianos son, con ciertas diferencias, derivaciones de estas creaciones imperiales de Roma y en la nueva Roma de Oriente, Constantinopla.

Angel, mosaico siglo VI. Rávena, San Apollinare Nuovo

Mientras que la Victoria era siempre una mensajera, los ángeles crisitanos no son hombre ni mujer; llevan un nuevo traje cortesano los mensajeros celestes en torno a Nuestro Señor o la Virgen. Son seres inmaculados del mundo sin pecado de los santos, vestidos de largas túnicas blancas. Pero no puede haber la menor duda de que la fuente principal de esta nuestra nueva imaginería se encuentra en las representaciones de la Victoria. (...)

 Cristo rodeado de ángeles, siglo VI San Apollinare Nuovo

Después del siglo V, la imagen permanece sin apenas cambios. La Edad Media, el Renacimiento, el período barroco no podrían apenas concebir un ángel si no es alado, y la gente que leía la Biblia se imaginaba las escenas de una manera bastante diferente a como los autores de los textos pretendían ser entendidos. El impacto de la imagen pagana sobre las mentes cristianas era tan fuerte que hizo que la gente imaginara cosas que no estaban en el texto escrito o que incluso eran contrarias a éste.


Lecturas: 

Fritz Saxl, La vida de las imágenes. Alianza Editorial 1989


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