Robert Flud, Utriusque Cosmi... (1619)
Dispongámonos, digo, primeramente en el cielo intelectual que está dentro de nosotros y luego en este otro sensible que se presenta corporalmente a nuestros ojos.
Giordano Bruno (1548 - 1600)
Las piedras preciosas que desaparecen al despertar, y que en el sueño se habían "conservado" y "dispuesto" con astucia como testimonio de existencias de la "deseada tierra de tesoros" a la que tenía acceso, mantienen en el delirio paranoico, y tras su extinción bajo la mirada estúpida de todos, el peso correspondiente a su volumen y a lo concreto delirante de su más fisicos contornos luminosos. Están "en la realidad".
Salvador Dalí, Nuevas consideraciones generales sobre el mecanismo del fenómeno paranoico desde el punto de vista surrealista.
Uno y otros respaldarían la visión de la consciencia y la mente tenida por los místicos a través de los siglos: que el mundo que percibimos en realidad se conforma desde nuestra consciencia.
Una historia secreta de la consciencia
por
Gary Lachman
En su escasamente divulgado Essay on the Origin of Thought (Ensayo sobre el origen del pesamiento) (1974), el danés Yuri Moskvitin propuso una teoría de la consciencia muy próxima a la de Llinás y Paré, y en la que resuenan las intuiciones de docenas de pensadores místicos. Para Moskvitin, nuestra consciencia del mundo exterior es una especie de alucinación modelada por estímulos procedentes de los sentidos, tal como sugieren Linás y Paré. Moskvitin no llegó a esta conclusió estudiando el cerebro, sino reconociendo los procesos inconscientes de la percepción. Un día de primavera estaba sentado al sol cuando se sumió en un estado de relajación soñoliento, aunque alerta. Con los ojos casi cerrados, se fijó en el juego de luz del sol sobre sus pestañas y en el curioso movimiento de los denominados "flotadores" en su retina, pequeñas "burbujas" en la superficie del ojo semejantes a gotas de lluvia descendiendo por un cristal. Centrándose en ellos, se dio cuenta de que el despliegue prismático que causaba el paso de la luz del sol por sus pestañas no era aleatorio, sino que trazaba motivos geométricos: cruces, cuadrados y triángulos. Al observar esos "motivos extraños y hermosos", tuvo "la sensación de observar algo especialmente importante"; entonces comprendió que los motivos no se limitaban a la superficie de su ojo, sino que parecían extenderse desde éste, proyectándose al mundo exterior en forma de "chispas" y "telarañas". Escribe que vio cómo esas "formas selectivas" adquirían la forma del mundo externo, y lo compara al efecto de un cuadro puntillista.
Moskvitin dedicó muchas horas a estudiar esos motivos, reflexionando sobre curiosos estados de la mente que acompañaban a la observación prolongada de las formas selectivas. Pronto advirtió que la atencion requerida para observar dichas formas "era inseparable de un estado de ánimo muy particular (...) y daba origen a una sensación de placer y a arrebatos de los pensamientos más extraordinarios". También se dio cuenta de que "los motivos a los que tuvo acceso se parecían tanto a ciertos motivos artísticos, especialmente del arte religioso o arte (...) creado por civilizaciones dominadas por la experiencia mística, que no podía dudar que su experiencia era muy antigua y extendida".
Moskvitin cree que sus formas selectivas son obra de la mente humana, y que abarcan desde "crear" el mundo que percibimos a través de los sentidos hasta las percepciones creativas de artistas y científicos. Son responsables, según afirma, del lenguaje, la civilización y la propia evolución humana. También lo son de los sueños y las alucinaciones. Como Llinás y Pare, Moskvitin afirma que en sueños, visiones, alucinaciones y demás estados alterados, las formas selectivas son, por así decirlo, libres, y es a través de su expresión ilimitada como la novedad llega al mundo. Por último, concluye que todos los intentos de hallar nuestro origen en el mundo exterior están condenados al fracaso porque, al parecer, ocurre lo contrario: el mundo tiene su origen en nosotros. La consciencia humana, dice, es una especie de punto ciego del universo, un agujero negro en cuyo centro encontraremos la mente. (...)
Todos recordamos cuando, de niños, veíamos imágenes en las nubes que se desplazaban sobre nosotros, cómo una parecía un pájaro y otra una cara. He citado antes las palabras del escritor John Cowper Powys referentes al "poder de la infancia para lograr efectos ilimitados por medios insignificantes". Y es que los niños aún no han aprendido que existe una barrera infranqueable entre ellos y el mundo: ellos, el mundo y su mente todavía forman un todo. El propio Powys hacía gala de una poderosa mente "participativa" que le permitía introducirse en sus novelas en las conciencias de animales, plantas y hasta piedras y viejos muros ruinosos, así como de planetas y estrellas. A menudo hablaba desde el punto de vista de un viejo poste abandonado, o del de las algas de un estanque. Otro buen conocedor de esa capacidad para proyectar la consciencia sobre el mundo "exterior" fue el novelista Hermann Hesse. En Demian, el protagonista, Emil Sinclair, es adiestrado por su mentor, el músico y mago Pistorius, para observar los extraños rostros y dibujos que su inconsciente proyecta sobre una hoguera. La novela de Hesse es una especie de relato ficcticio sobre lo que Jung denominó el "proceso de individuación", y el objetivo de Pistorius es mostrar al joven Sinclair que en su interior tiene todo un mundo del que no sabe nada. Es un ejemplo de lo que Jung llamó "imaginación activa", que basicamente es una especie de hipnagogia controlada. Es también una iniciación al reconocimiento de hasta qué punto puede nuestra mente participar en el mundo que vemos.
Moskvitin lleva su reconocimento algo más allá. No sólo se trata de que proyectamos sobre formas naturales "caóticas", como llamas, nubes, agua corriente o, como el famoso comentario de Leonardo de Vinci, manchas o grietas en una pared. Moskvitin, como Barfield, está diciendo que "proyectamos" el mundo fenoménico en sí. Él no veía ninguna diferencia fundamental entre los motivos y la "ensoñaciones" que observaba y el llamado mundo real. Ambos están hechos del mismo "material", por así decirlo. La única diferencia es que en los sueños, las visiones, la hipnagogia y demás "estados alterados", la capacidad de la mente para fabricar motivos no se ve limitada por la información que le llega a través de los sentidos. (...)
Esto constituye la negación más radical de la idea de la mente como una tabula rasa que durante los tres últimos siglos ha dominado la psicología "científica". Según esta visión de nuestro mundo mental, todos somos, como dijo john Locke, "pizarras en blanco" hasta que los estímulos del mundo exterior escriben en ellas. La conclusión a la que llegaron Llinás y Paré en su investigación neurológica, y a la que décadas antes había llegado Moskvitin mediante la introspección y la observación, es que esa imagen es falsa. No somos un CD vacío a la espera de que la experiencia nos grabe. Filósofos como Platón, novelistas como Hesse, psicólogos como Jung y la tradición hermética y ocultista occidental han sostenido exactamente lo contrario. En un sentido muy auténtico, somos microcosmos con todo un mundo dentro de nuestra psique que en muchos aspectos es mucho más rico que el "mundo real" según el cual se nos ha enseñado a medir nuestras posibilidades. Según el concepto científico de la mente, sueños, visiones, experiencias hipnagógicas y demás son desperdicios mentales destinados al cubo de la basura psíquico. Lo que cuenta es el mundo exterior y percibido en estado de vigilia, y nuestro interior, cuando está permitido considerarlo, no es más que una suerte de reflejo de lo que ocurre "ahí fuera". Tan estricta visión racionalista-mecanicista de la mente humana, que nos considera poco más que autómatas empujados por fuerzas externas, y que ha influido profundamente no sólo en la psicología y la filosofía, sino en la política occidental de los tres últimos siglos, es sencillamente errónea. Como concluye Colin Wilson, uno de los pocos pensadores influyentes que han descubierto el libro de Moskvitin, "el mundo exterior que nos revelan nuestros ojos solamente es una versión limitada del más amplio mundo interior".
Moskvitin sabía que, si seguimos esta idea hasta su conclusión lógica, las consecuencias son muy hondas. Tal vez resulte más inquietante el cambio que provoca en nuestra actitud ante la realidad. Desde el movimiento romántico hasta nuestros días, poetas y artistas han sentido siempre que el "mundo real" no es, en cierto sentido, tan real como parece. Ellos siempre estuvieron conmovidos por atisbos repentinos de "otro mundo", de un mundo no restringido por las limitaciones del espacio y el tiempo y de la tosca resistencia de la materia. (...) Que "este mundo" de los sentidos es maya, ilusión, y que bajo su dura superficie existe un mundo vivo, mágico y vital es una creencia común a todas las filosofías místicas y ocultas. Moskvitin lo sabe, y por su experiencia con las formas selectivas cree haber dado con la clave para comprender esta creencia perenne. "Todas las sensaciones que recoge la literatura sobre la 'irrealidad' de este mundo", escribe, la idea de que "ante nuestros ojos hay un 'velo pintado' que no nos deja ver las cosas como realmente son, todas las metáforas sobre nuestra ceguera y la necesidad de despertar se refieren a estas experiencias de la composición real del mundo fenoménico, de cómo nuestros sentidos están adheridos a algo de lo que solamente podemos conocer aquello que convoca en nosotros."
(...) En los sueños, no nos damos cuenta de que nosotros somos los creadores de nuestras extrañas visiones y aventuras nocturnas.
Pues bien, eso mismo puede decirse del mundo que vemos cada día. No seré el creador de las partículas "no representadas" de las que se supone que está hecho el mundo material, pero sin duda soy el creador de mi representación de esas partículas, igual que soy el creador del arcoíris que veo después de un chaparrón. Y del mismo modo que a veces puedo soñar que estoy soñando -es decir, tener un "sueño lúcido"- y experimentar una súbita sensación y consciencia expandida, también en la vida puedo reconocer ocasionalmente que yo soy el autor del maravilloso mundo que veo a mi alrededor, y experimentar una relación radicalmente distinta con él. (...)
Los artistas y los escritores conocen la diferencia entre los momentos en que están intensamente centrados en una obra y aquellos en que no lo están. Nosotros conocemos la diferencia entre los momentos en que nos aburrimos y nos sentimos desganados, cuando todo nos parece gris y sin interés, y aquellos otros en que nuestra mente se inflama con alguna idea fascinante o alguna historia absorbente. Si podemos observarnos a nosotros mismos durante esos instantes, creo que veremos que gran parte de nuestro goce se debe al hecho de que hemos recordado que nuestra mente está viva y activa -o al menos eso suponemos-. Y momentos así son el mejor argumento contra la teoría cartesiana del "espejo" del conocimiento, mucho más que cualquier embrollo epistemológico. Ningún espejo se extiende para "asir" el mundo, ni desata una reacción en cadena en su interior cuando una idea suscita otra y luego otra. Ningún espejo se aparta de su camino en busca de cosas nuevas e inusuales que reflejar. Y ningún espejo contiene más que la imagen que tiene ante sí. Parafraseando a Bergson, podemos decir que, si la mente es un espejo, tiene el curioso poder de mostrar más de lo que refleja: no es una simple superficie brillante y en blanco, a la espera de que algo se le ponga enfrente.
Lecturas:
Gary Lachman, Una historia secreta de la conscienca. Atalanta 2003
Entradas relacionadas:
Mundus Imaginalis
Pues bien, eso mismo puede decirse del mundo que vemos cada día. No seré el creador de las partículas "no representadas" de las que se supone que está hecho el mundo material, pero sin duda soy el creador de mi representación de esas partículas, igual que soy el creador del arcoíris que veo después de un chaparrón. Y del mismo modo que a veces puedo soñar que estoy soñando -es decir, tener un "sueño lúcido"- y experimentar una súbita sensación y consciencia expandida, también en la vida puedo reconocer ocasionalmente que yo soy el autor del maravilloso mundo que veo a mi alrededor, y experimentar una relación radicalmente distinta con él. (...)
Los artistas y los escritores conocen la diferencia entre los momentos en que están intensamente centrados en una obra y aquellos en que no lo están. Nosotros conocemos la diferencia entre los momentos en que nos aburrimos y nos sentimos desganados, cuando todo nos parece gris y sin interés, y aquellos otros en que nuestra mente se inflama con alguna idea fascinante o alguna historia absorbente. Si podemos observarnos a nosotros mismos durante esos instantes, creo que veremos que gran parte de nuestro goce se debe al hecho de que hemos recordado que nuestra mente está viva y activa -o al menos eso suponemos-. Y momentos así son el mejor argumento contra la teoría cartesiana del "espejo" del conocimiento, mucho más que cualquier embrollo epistemológico. Ningún espejo se extiende para "asir" el mundo, ni desata una reacción en cadena en su interior cuando una idea suscita otra y luego otra. Ningún espejo se aparta de su camino en busca de cosas nuevas e inusuales que reflejar. Y ningún espejo contiene más que la imagen que tiene ante sí. Parafraseando a Bergson, podemos decir que, si la mente es un espejo, tiene el curioso poder de mostrar más de lo que refleja: no es una simple superficie brillante y en blanco, a la espera de que algo se le ponga enfrente.
Lecturas:
Gary Lachman, Una historia secreta de la conscienca. Atalanta 2003
Entradas relacionadas:
Mundus Imaginalis