miércoles, 27 de enero de 2016

La realidad inventada


El Gato de Cheshire en Alicia en el País de las Maravillas (Walt Disney)


-“¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?” El gato respondió: -“Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar”, -“¡No me importa mucho el sitio...!” dijo Alicia. -“Entonces, tampoco importa mucho el camino que tomes”, dijo el Gato. -“…siempre que llegue a alguna parte”, añadió Alicia. - “Oh, siempre llegarás a alguna parte”, aseguró el Gato.

Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas


Nunca cesaremos de buscar y, sin embargo, la meta de todas nuestras búsquedas será retornar al punto de partida y conocer ese lugar por primera vez.

T. S. Elliot, Little Gidding



En La realidad inventada (Gedisa 2010), se reúnen una serie de ensayos escritos por investigadores de diferentes disciplinas como la literatura, la filosofía, la física, la bilogía, la psicología, en torno a la corriente de pensamiento conocida como constructivismo surgida a mediados del siglo XX. El pensamiento constructivista teoriza sobre la idea de que la realidad del observador es una construcción hasta cierto punto "inventada". Nunca podremos llegar a conocer la realidad de forma puramente objetiva, ya que siempre que observamos algo, los datos obtenidos de ello los ordenamos en nuestro propio marco teórico mental. De esta manera, el objeto o la realidad que está "fuera de nosotros" no puede ser captada de forma puramente imparcial, sino que de alguna forma es construida a partir de nuestras particulares percepciones, tanto sensoriales como conceptuales, ofreciendo solamente una aproximación a la verdad, que queda fuera de nuestro alcance. 
En el epílogo de esta obra, escrita por el recopilador y autor de alguno de los ensayos Paul Watzlawick, se hace referencia a las paradojas compartidas por la ciencia y la mística, surgidas dentro del marco teórico que anula la separación entre sujeto y objeto.



La realidad inventada (Epílogo)
(fragmentos)
por
Paul Watzlawick


(...) Para muchos el constructivismo no es más que otro nombre del nihilismo. Quien está convencido de que no se puede vivir sin un sentido definitivo en la vida no podrá ver en el constructivismo más que el precursor de la disgregación y el caos. Para esta persona la idea de que toda  realidad es en última instancia una realidad inventada le deja aparentemente sólo una conclusión: el suicidio. "Tengo el deber de documentar mi incredulidad", dice el suicida Kirillov en Demonios de Dostoyevski. "Para mí no hay idea más elevada que la que Dios no existe. En favor mío habla toda la historia de la humanidad. Hasta ahora el hombre no ha hecho otra cosa que inventar a Dios para poder seguir viviendo sin darse muerte; era la historia universal hasta ahora."
El suicida busca el sentido de la vida, en determinado momento se convence que ese sentido no existe y se mata, no porque el mundo como tal  se le revele indigno de vivirse, sino porque el mundo no satisface su exigencia de tener un sentido definitivo e inteligible. Con esa exigencia el suicida ha construido una realidad que no encaja y por eso naufraga la nave de su vida. Nada está más lejos del inventor de esta mortal realidad que la sabia discreción del rey de Alicia  en el país de las maravillas, quien lee el poema del conejo blanco, no encuentra sentido en él y aliviado declara con un encogimiento de hombros: "Si esto no tiene sentido , el hecho nos ahorra una cantidad de trabajo  pues entonces no necesitamos buscarlo". Esencialmente no dice otra cosa Wittenstein cuando en su Tractatus logico-philosophicus (párrafo 6521) escribe: "La solución del problema de la vida se entrevé al desaparecer dicho problema".
La contrapartida del suicida es el hombre que busca; la diferencia entre ambos es sin embargo insignificante. El suicida llega a la conclusión de que no existe lo que busca; en cambio, el buscador llega a la conclusión de que todavía no ha buscado en el lugar correcto. El suicida introduce el concepto de cero en la "ecuación" existencial; el otro introduce en ella el concepto del infinito; cualesquiera de esas búsquedas es autoinmunizante, en el sentido de Karl Popper, y por lo tanto no tiene fin. Son infinitos los posibles lugares "correctos" en que puede encontrarse lo buscado.
El cargo de nihilismo se reduce a sí mismo al absurdo al demostrar lo que quiere refutar, esto es, que el postulado de un sentido presupone el presunto descubrimiento de un mundo carente de sentido.
Sin embargo hasta ahora nada hemos dicho sobre la realidad que construye el propio constructivismo. En otras palabras, ¿qué experimentaría un hombre que estuviera resuelto a ver consecuentemente su mundo como su propia construcción? Ese hombre sería ante todo tolerante, como lo señaló Varela en su contribución a este libro. El que llega a comprender que su mundo es su propia invención debe acordar lo mismo a los mundos de sus semejantes. El que sabe que no puede saber la verdad sino que su visión de las cosas sólo puede encajar más o menos encontrará difícil atribuir a sus semejantes malignidad o locura y le resultará difícil asimismo persistir en el pensamiento primitivo y maniqueo de "Quien no está conmigo está contra mí". La idea de que nada sabemos mientras no sepamos que no conocemos nada de manera definitiva supone el respeto por las realidades inventadas de otros hombres. Sólo cuando esas otras realidades se hacen ellas mismas intolerantes, nuestro hombre -siempre según el sentido de Karl Popper- podría arrogarse el derecho de no tolerar la intolerancia.
Además el hombre se sentiría responsable en un sentido profundamente ético, resposable no sólo de los sueños y yerros sino también de un mundo consciente y de esas profecías suyas, creadores de realidades, que se realizan por obra de sí mismas. Para él ya no está abierto el cómodo camino de proyectar la propia culpa a las circunstancias y a otros seres humanos.
Esta responsabilidad plena significaría también su plena libertad. Quien tuviera plena conciencia de que es el inventor de su propia realidad conocería la posibilidad siempre presente de forjarla de otra manera. Sería pues, herético en el sentido original del término, es decir, alguien que sabe que puede elegir. Se encontraría en la situación en que se encuentra El lobo estepario al final de esta novela, se encontraría en el teatro mágico que le explica su psicopompo Pablo:

Mi teatrito tiene tantas puertas de palcos como queráis, diez o cien mil puertas y detrás de cada una de ellas os esperan precisamente lo que buscáis. Es un lindo gavinete de imágenes, querido amigo, pero de nada le valdría recorrerlo tal como es usted. Se verá obstaculizado o enceguecido por lo que usted está acostumbrado a llamar su personalidad. Sin duda hace ya rato que ha adivinado usted que la superación del tiempo, la redención de la realidad o cualquiera que sea el nombre que usted dé a su anhelo, éste no significa otra cosa que el deseo de verse libre de su llamada personalidad. Ella es la prisión en la cual se encuentra usted y si entrara en el teatro tal como está, vería con los ojos de Harry, lo verá a través de los antiguos anteojos del lobo estepario.

Pero en ese acto de quitarse los anteojos naufraga el lobo estepario que por eso es condenado al castigo de la vida eterna. Este vuelco  de la significación de la vida y de la muerte es mucho más que un juego de palabras logrado. Los relatos de hombres que escaparon a la muerte por un pelo muestran siempre una especie de irrupción del individuo en una realidad que es mucho más real que todo cuanto vivió entonces y en la cual nunca es uno "más yo" que en ese momento. Cuando se derrumban todas las construcciones, cuando se ha quitado todos los anteojos, "retornamos al punto de partida y por primera vez comprendemos ese lugar".
El epiléptico Dostoyevski hace decir a su príncipe Mischkin en El idiota acerca del aura epiléctica (que se da un segundo antes del ataque): "En ese momento me parece comprender de alguna manera la significación de que en adelante no habrá más tiempo". Koestler, condenado a muerte, vive ese estado junto a la ventana de su celda de prisionero en Sevilla:

Entonces tuve la sensación de que me deslizaba de espaldas por un río de paz y pasaba bajo puentes de silencio. No venía de ninguna parte ni era arrastrado a ninguna parte. Luego desapareció el río y también yo. El yo había dejado de existir en mí. (...) Cuando digo que "el yo había dejado de existir en mí" me refiero a una vivencia bien concreta que es tan difícil de expresar en palabras como las sensaciones que despierta en nosotros un concierto de piano, pero que es tan real -no, mucho más real que la realidad. En efecto, su característica más importante es la de que semejante estado es mucho más real que cualquier otra cosa vivida antes.

Innumerables soldados deben haber vivido algo semejante en el frente. Robert Musil, cuyo personaje, el estudiante Törless -como ya dijimos- pide en vano a su profesor de matemática que le explique el significado de la cantidad imaginaria i, parece haber vivido una experiencia semejante que describió en su relato Der Fliegerofeit aparentemente sin haberse dado cuenta que aquí estaba la respuestaa la pregunta de Törles:


(El silbido de la flecha al caer) era un sonido tenue, sutil, cantarino, como cuando se hace sonar el borde de una copa de cristal; pero aquello tenía algo de irreal; nunca has oído semejante cosa, me dije. Y ese sonido estaba enderezado a mí; yo estaba en relación con ese sonido y no tenía ni la menor duda de que algo decisivo estaba apunto de ocurrirme. Ninguno de mis pensamientos era de la clase de aquellos que uno tiene en los momentos en los que se despide de la vida, sino que todo cuanto experimentaba se proyectaba al futuro; y tengo que decir sencillamente que tenía la seguridad de que en el próximo minuto sentiría la proximidad de Dios en mi cuerpo. El corazón me latía amplia y serenamente, y ni por un fragmento de segundo estuve espantado; no me faltaba la partícula de tiempo más íntima en mi vida. En ese momento me invadió un sentimiento de cálida gratitud y creo que se me puso encarnado todo el cuerpo. Si alguien hubiera dicho entonces que Dios había llegado a mi cuerpo, no me habría reído. Pero tampoco lo habría creído.

Sin embargo todas estas citas antológicas y posibles paralelos, todas esta descripciones vagas y subjetivas del instante último suenan como algo exaltado y "místico" en el mal sentido de esta palabra. Y sin embargo no se les puede negar, por índole, el caracter místico, puesto que en estos  ejemplos evidentemente se anula la división de sujeto y objeto, aunque sólo sea por unos segundos. El problema está sólo en descubrir esos momentos. Los llamados místicos o bien guardan silencio -como recomienda Wittgenstein- o bien se ven obligados a recurrir al lenguaje de las grandes imágenes religiosas, mitológicas, filosóficas de su época. Pero así quedan a la vez prisioneros de la realidad construida mediante tales imágenes. Con la incomparable sencillez de su estilo Lao-Tsé expresa este dilema en las primeras palabras de su Tao Te King: "El sentido que podemos forjar no es el sentido eterno." Quien es capaz de escribir semejante afirmación conoce la relatividad y el origen subjetivo de todo sentido y de todo nombre. Sabe que todo acto de atribuir sentido y significación y todo acto de nombrar crean una realidad bien determinada. Pero para llegar a este grado de saber tiene que, por así decirlo, haberse comprendido en flagrante acto de invención de una realidad. En otras palabras, tiene que descubrir cómo creó primero un mundo "a su imagen", sin tener conciencia del acto de su creación, y vivir luego dicha realidad como el mundo "exterior e independiente de él" -precisamente el mundo de los objetos-, de cuyo modo de ser él mismo se construyó autorreferencia. Esta búsqueda es inevitable y su sin sentido se torna significativo. Debe recorrer el camino errado para que éste se revele como camino errado. Wittgenstein debe de haber pensado en algo parecido cuando escribió:


Mis enunciaciones son de tal condición que aquel que me comprende termina por considerarlas desatinadas cuando las recorre, cuando pasa por ellas y se eleva por encima de ellas. (Por así decirlo, debe tirar las escalera depués de haber subido por ella.) (9, Párrafo 6.54)

Comprendemos ahora que la pregunta alrededor de la cual gira este epílogo ("¿Qué realidad construye el propio constructivismo?") está en el fondo mal formulada y además que también era necesario tropezar con tal error para que este se revelara como tal. El constructivismo no crea ni "explica" ninguna realidad "exterior" sino que revela que no existe un interior ni un exterior, un mundo de objetos que se encuntre frente a un sujeto. El constructivismo, más bien, muestra que no existe separación de sujeto y objeto (sobre cuyo supuesto se construyen infinidad de "realidades"), que la división del mundo en opuestos está forjada por el sujeto viviente y que las paradojas abren el camino que conduce a la autonomía.
Como esta ideas ya han sido expresadas por prominentes figuras en un lenguaje riguroso, citaremos aquí a manera de perspectiva panorámica algunas de esas manifestaciones. En su libro Mind and Matter escribió Schrödinger ya en el año 1958:


La razón por la cual nuestro yo, que siente, percibe y piensa, no puede encontrarse en ninguna parte de nuestra imagen científica del mundo puede expresarse en nueve palabras: porque el yo mismo es esa imagen del mundo. El yo es idéntico al todo y, por lo tanto, no puede estar contenido en él como parte.

Estas palabras suenan como algo casi místico, pero piénsese que proceden de la pluma de un prominente físico que por sus investigaciones alcanzó el premio Nobel. (...)



Lecturas:

Paul Watzlawick y otros, La realidad inventada. Gedisa 2010.



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Mi realidad es simplemente diferente a la tuya”.
“¡No estoy loco! Mi realidad es simplemente diferente a la tuya”. - See more at: http://culturacolectiva.com/frases-alicia-pais-maravillas-huir-realidad/#sthash.WaylZ3qo.dpuf
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lunes, 18 de enero de 2016

Profecías autocumplidas


M. C. Escher, Vínculo de unión, 1956


"A menudo la profecía es la causa principal del acontecimiento profetizado".

Thomas Hobbes, Behemoth


"Hasta tal punto estamos desligados de la vida, que hasta sentimos aversión hacia la auténtica ‘vida viva’ y no soportamos que nadie nos la recuerde. Hemos llegado al extremo de tomarla por un trabajo, como si de un servicio se tratara, y en nuestro fuero interno nos persuadimos de que es mucho mejor vivir conforme a los libros. ¿Y qué andamos escarbando frecuentemente por ahí, de qué nos encaprichamos, y qué es lo que pedimos? No lo sabemos ni nosotros mismos.  (...) ¡Ni siquiera sabemos en qué consisten las cosas vivas, ni qué es lo vivo, ni qué nombre tiene! ¡Déjennos solos y sin libros, y al momento nos extraviaremos, nos perderemos, no sabremos qué hacer, ni dónde dirigirnos; qué amar y qué odiar, qué respetar y qué despreciar! ".

Fiodor Dostoievski, Memorias del subsuelo



Profecías que se autocumplen
(fragmentos)
por
Paul Watzlawick


Una profecía que se autocumple es una suposición o predicción que, por la sola razón de haberse hecho, convierte en realidad el suceso supuesto, esperado o profetizado y de esta manera confirma su propia "exactitud". Por ejemplo, si alguien por alguna razón supone que se le desprecia, se comportará precisamente por eso de modo desconfiado, insoportable, hipersensible que suscitará en los demás el propio desdén del cual el sujeto estaba convencido y que queda así "probado". Por bien conocido y corriente que sea este mecanismo, en su base hay circunstancias que de algún modo forman parte de nuestro pensamiento cotidiano y que tiene profunda y vasta significación en la imagen de la realidad que nos forjamos.
En el pensamiento causal tradicional el suceso B se considera en general como el efecto de un suceso anterior, la causa (A), que naturalmente a su vez tenía sus propias causas, así como la aparicón de B determina luego por su parte sucesos que son efecto de B. En la secuencia A - B, A es por consiguiente la causa y B su efecto. La causalidad es lineal y B sigue a A en un curso temporal. En este modelo de causalidad, B no puede tener ningún efecto en A pues eso supondría una inversión del flujo del tiempo: el presente (B) debería ejercer un efecto sobre el pasado (A).
En el ejemplo siguiente las cosas ocurren de manera diferente: en marzo de 1979 los periódicos de California comenzaron a publicar sensacionales noticias sobre una inminente reducción en el suministro de gasolina. Los automovilistas californianos se precipitaron a los surtidores para llenar sus tanques. El hecho de haberse llenado doce millones de tanques de gasolina (que en aquél momento estaban vacíos en un promedio de un 75%) agotó las enormes reservas, y de la noche a la mañana provocó la pronosticada escasez de combustible; por otro lado, a causa de mantener llenos lo más posible los tanques de los automóviles (en lugar de llevarlos casi vacíos como hasta ese momento), se formaron largas colas de vehículos y la gente se pasaba horas esperando ante los surtidores; así aumentó el pánico. Luego, cuando los ánimos se calmaron, se comprobó que el suminstro y distribución de gasolina en el estado de California no había disiminuido de ninguna manera.
Aquí fracasa el pensamiento causal tradicional. La escasez nunca se habría producido si los medios de difusión no lo hubieran pronosticado. En otras palabras, un hecho todavía no producido (es decir, futuro) determinó efectos en el presente (los automovilistas que se precipitaban a los surtidores), efectos que a su vez hicieron que cobrara realidad el hecho pronosticado. En este sentido, aquí el futuro -y no el pasado- determinó pues el presente.
A esta afirmación se podría objetar en primer lugar que lo ocurrido no es ni sorprendente ni desconocido. ¿Acaso casi todas las decisiones humanas no están en su mayor parte condicionadas (o por lo menos deberían estarlo) por estimaciones de sus propios efectos, de sus ventajas y peligros? ¿Acaso el futuro no influye así siempre en el presente? Por sensatas que parezcan estas preguntas en sí mismas, resultan sin embargo falsamente planteadas en este contexto. Quienquiera que trata, basándose en su experiencia anterior, de estimar los efectos futuros de una decisión tiene normalmente en miras el mejor resultado posible. La acción en cuestión procura entonces calcular el futuro y posteriormente se revelará verdadera o falsa, correcta o incorrecta, pero no tiene por qué ejercer influencia alguna en el curso de las cosas. En cambio, un acto que es resultado de una profecia que se autocumple crea primero las condiciones para que se dé el suceso esperado y en este sentido crea precisamente una realidad que no se habría dado sin aquél. Dicho acto no es pues ni verdadero ni falso; sencillamente crea una situación y con ella su propia "verdad". (...)

G. Moreau, Edipo y la esfinge (1864)
El oraculo había profetizado a Edipo que daría muerte a su padre y que se casaría con su madre. Sobrecogido de horror por esa predicción que él indudablemente toma por cierta, Edipo procura protegerse del fatal infortunio, pero precisamente las medidas de precaución que toma lo conducen inevitblemente a la realización de la profecía. Como se sabe, Freud utilizó este mito como metáfora para designar la innata atracción incestuosa que tiene todo niño por el padre del sexo opuesto y el consiguiente miedo de que el padre del mismo sexo lo castigue por ello; Freud veía en esta situación primaria, el conflicto de Edipo, la causa principal de ulteriores desarreglos neuróticos. En su autobiografía recientemente publicada, el filósofo Karl Popper se refiere a una profecía autocumplidora, que él ya había descrito veinte años atrás y que había llamado el efecto Edipo:

Una idea que traté en Elend des Historizismus era la de la influencia de una predicción sobre el suceso pronosticado. Llamé a este fenómeno "efecto de Edipo" porque la predicción del oráculo desempeñó un papel extremadamente importante en la serie de sucesos que condujeron a la realización de la profecía. (Al mismo tiempo era una indirecta dirigida a los psicoanalistas, que se mostraban singularmente ciegos a este interesante hecho, aunque el propio Freud había admitido que los sueños de los pacientes a menudo se ajustaban notablemente bien a la teorías particulares de sus analistas; Freud los llamó sueños de complaciencia".)

También aquí tenemos la inversión de causa y efecto, de pasado y futuro, sólo que de un modo más crítico y terminante puesto que, como se sabe, el psicoanálisis se atiene a una teoría de la conducta humana que postula una causalidad lineal según la cual el pasado determina el presente. Y Popper vuelve a llamar la atención sobre la importancia de esta inversión cuando después dice:

Durante mucho tiempo creía que la existencia de efecto de Edipo distinguía las ciencias sociales de las ciencias de la naturaleza. Pero aun en la biología, y hasta en la biología molecular, las espectativas a menudo desempeñan su papel: ayudan a que se produzca lo que se esperaba.


Podríamos reunir gran profusión de citas semejantes que se refieren al efecto de factores "tan poco científicos" como las meras expectativas y suposiciones en la ciencia... y este libro está concebido como una contribución de tal tipo. Séanos lícito recordar a este respecto por ejemplo una observación que hizo Einstein en una conversación con Heisenberg: "En una teoría es imposible aceptar sólo magnitudes observables. Es más bien la teoría la que decide lo que se puede observar". En 1959 Heinsenberg hasta llegó a escribir: "...y deberíamos recordar que lo que observamos no es la naturaleza misma, sino la naturaleza impuesta por nuestra manera de plantear nuestra preguntas". Y aun más radical es el teórico de la ciencia Feyerabend: "Las que guían la investigación son las suposiciones, no conservadoras, sino anticipatorias".
Algunas de las investigaciones más seguras y elegentes de profecías que se autocumplen en la esfera de la comunicación humana está vinculada con el nombre del psicólogo Robert Rosenthal de la Universidad de Harvard. Citemos aquí sobre todo su libro de tan acertado título Pygmalión in the Classrom, en el cual el autor comunica los resultados de sus experimentos llamados Oak-School. Se trata de una escuela de dieciocho maestras y más de seiscientos cincuenta alumnos: La profecía que se autocumple se introdujo en el cuerpo docente del modo siguiente: antes de comenzar el año escolar los alumnos deberían ser sometidos a un test de inteligencia y se comunicó a las maestras que, según el test, había un 20% de alumnos que durante al año escolar harían rápidos progresos y tendrían un rendimiento por encima del término medio. Después de la administración del test de inteligencia pero antes de que las maestras entraran por primera vez en contacto con sus nuevos alumnos, se entregaron a las maestras los nombres de aquellos alumnos (en verdad la lista de esos nombres se confeccionó eligiéndolos por entero al azar) de quienes podría esperarse con seguridad un desempeño extraordinario según los tests. De esta manera, la diferencia entre estos alumnos y los demás chicos estaba solamente en la cabeza de la maestra; al terminar el año escolar se repitió el mismo test de inteligencia administrado a todos los alumnos, y efectivamente resultaron cocientes de inteligencia superiores al término medio en aquellos alumnos "especiales"; además el informe del cuerpo docente señalaba que esos niños aventajaban a sus condiscípulos también en conducta, en curiosidad intelectual, en simpatía, etc...
San Agustín agradecía a Dios por no ser responsable de sus sueños. A nosotros nos falta ese consuelo. El experimento de Rosenthal es sólo un ejemplo, aunque particularmente claro, de los profundos y determinates efectos de nuestras espectativas, prejuicios, supersticiones y deseos -es decir, construcciones puramente mentales a menudo desprovistas de todo aquello de efectividad- sobre nuestros semejantes, y también es un ejemplo de las dudas que estos descubrimientos pueden suscitar sobre la cómoda suposición del sobresaliente papel que desempeñan las predisposiones heredadas e innatas.



Porque lo cierto es que estas construcciones pueden tener efectos no sólo positivos sino también negativos. Somos responsables no sólo de nuestros sueños sino también resposables de la realidad que engendra nuestros pensamientos y esperanzas.(...)

Ciertamente desde hace tiempo se conocen diagnósticos "mágicos" en el cabal sentido de la palabra. En un trabajo ya clásico, Voodoo Death, el fisiólogo norteamericano  Walter Cannon describe una cantidad de casos de muertes misteriosas repentinas difíciles de explicar científicamente; se trata de muertes por maldiciones, hechizos o por la trasgresión de un tabú que entraña la muerte. Un curandero maldice a un indio brasileño y éste es incapaz de defenderse de sus reacciones emocionales a esta sentencia de muerte, de manera que muere una horas después. Un joven cazador africano abate y como sin saberlo determinada gallina silvestre relacionada con un tabú. Cuando se da cuenta de su crimen cae en desesperación y muere a las veinticuatro horas. Un curandero  de los bosques australianos apunta con un hueso provisto de fuerzas mágicas a un hombre. Persuadido de que nada podrá salvarlo de la muerte, el hombre cae en un letargo y se prepara para morir. A último momento lo salvan los otros miembros de la tribu que obligan al curandero a levantar el hechizo.
Cannon llegó al convencimiento de que en el caso de la muerte vudú se trata de un fenómeno

que es característico del hombre primitivo, de hombres tan primitivos, tan supersticiosos y tan ignorantes que ellos mismos se consideran desorientados forasteros de un mundo hostil. En lugar de saber, esos hombres tienen fructíferas e ilimitadas fantasías que animan su ambiente con toda clase de malos espíritus, los cuales son capaces de influir irremisiblemente en la existencia de los hombres.

En el momento en que Cannon escribía estas líneas, centenares de millares de hombres en modo alguno supersticiosos o ignorantes eran confundidas víctimas en un mundo inconcebiblemente hostil. Desde el fantasmal y oscuro mundo de los campos de concentración, Viktor Frankl nos cuenta un fenómeno que corresponde al de la muerte vudú:

Quien ya no cree en un futuro, quien ya no cree más en su futuro está perdido en el campo de concentración. Cuando pierde la creencia en el futuro, pierde el sostén espiritual y entonces se derrumba interiormente y sufre una decadencia tanto corporal como psíquica. Esto ocurre las más de las veces de una manera repentina, en la forma de una especie de crisis cuyo modo de manifestarse es familiar a los moradores del campo más o menos experimentados... Generalmente las cosas ocurrían así: un día el prisionero permanecía tendido en la barraca, de la cual no se movía ni para vestirse, ni para ir al cuarto de baño, ni para acudir al lugar donde eran convocados los presos. Ya nada hacía efecto en él, nada lo asustaba tampoco;... en vano se le ruega, se lo amenaza, se lo golpea: el hombre sencillamente permanece acostado...

 Campo de concentración de Auschwitz


Un compañero de prisión de Frankl perdió su voluntad de vivir cuando no se realizó una predicción que había tenido en un sueño y que de esta manera tuvo un autocumplimiento negativo:

"Mira, doctor, me gustaría contarte algo. Hace poco tuve un sueño notable. Una voz me dijo que podía desear algo... y que sólo debía decir lo que me gustaría saber pues ella respondería a todas mis preguntas. ¿Y sabes lo que le pregunté? Que quisiera saber cuándo terminaría la guerra para mí. Es decir, quería saber cuándo seríamos liberados de este campo y tendrían término nuestros sufrimientos... Y en voz baja y misteriosa me susurró: "El 30 de marzo".

Pero cuando llegó el día anunciado por la profecía y los aliados estaban todavía muy lejos del campo, todo tomó para el compañero de sufrimientos de Frankl, el prisionero F., un curso fatal:

El 29 de marzo F. se enfermó súbitamente con fiebre alta. El 30 de marzo -es decir, el día en que según la profecía terminaría la guerra y también los sufrimientos "para él"-, F. comenzó a delirar gravemente y terminó por perder el conocimiento... El 31 de marzo murió. Había muerto de fiebre tifoidea.

Para Frankl resultó claro que su camarada F. habá muerto a causa de su profundo desengaño al comprobar que no se realizaba la esperada liberación y esto hizo que de pronto se redujeran las defensas de su organismo contra la ya latente infección de una fiebre tifoidea. Se le paralizaron su fe en el futuro y su voluntad de vivir de modo que su organismo sucumbió a la enfermedad... y así vino a confirmarse lo que le dijera la voz de su sueño. (...)

Pero basta de ejemplos. Las profecías que se autocumplen son, pues, fenómenos que no sólo sacuden las bases de nuestra concepción personal de la realidad, sino que hasta pueden poner en tela de juicio la imagen del mundo de la ciencia. Todas comparten la capacidad evidente de crear una realidad y suscitar determinada creencia en el "ser así" de las cosas, una creencia que puede ser tanto una superstición como una teoría científica aparentemente rigurosa derivada de la observación objetiva. Pero, mientras hasta hace poco aún era posible rechazar sin más ni más la noción de las profecías que se autocumplen y considerarlas anticientíficas o atribuirlas a deficiente adaptación a la realidad de ciertos cerebros confundidos o románticos, esta cómoda posición hoy ya no es posible.
Lo que todo esto signifca todavía no puede evaluarse adecuadamente. El descubrimiento de que nosotros mismos construimos  nuestra realidad equivale a una expulsión del paraíso del presunto "ser así" del mundo, del cual empero sólo  nos sentimos responsables en muy limitada medida. Pero ahora estamos ante la posibilidad de asumir plena responsabilidad por nosotros mismos además ante la responsabilidad de inventar y elaborar realidades para otros.
Y aquí está el peligro. Los acontecimientos del constructivismo han posibilitado la elaboración deseable en alto grado de nuevas y eficaces formas terpéuticas, pero presenta también la posibilidad de que se abuse de ellas. La promoción y la propaganda son dos ejemplos particularmente feos. Ambas procuran bastante conscientemente suscitar actitudes, suposiciones, prejuicios, etc. cuya realización  parece luego natural y lógica. En efecto, gracias a este lavado de cerebro se verá el mundo "así" y por lo tanto el mundo es así. En la novela Mil novecientos ochenta y cuatro este lenguaje de la propaganda, creador de realidades, se llama Newspeak, y Orwell explica que ese lenguaje "hace imposible todas las otras formas de pensar".

 Fotograma del film 1984 de Michael Radford (1984)

En un comentario acerca de un conjunto de ensayos recientemente publicados en Londres sobre la censura de la Republica Popular de Polonia, Daniel Weiss escribe lo siguiente sobre la magia del lenguaje:

Considérese, por ejemplo, la característica profusión de adjetivos en el "nuevo lenguaje": todo desarrollo ya es "dinámico", toda sesión plenaria del Partido es "histórica", toda masa es "trabajadora". El sobrio teórico de la información no puede ver en esta inflación de epítetos vacíos de sentido y automatismos más que una redundancia. Al ser escuchada repetidamente, esta mecánica cobra empero el carácter de conjuro: la palabra hablada ya no es más portadora de información sino que sirve para fines mágicos.

En definitiva, entonces el mundo es así. Cómo se hace esto es algo que ya sabía Joseph Goebbels cuando, por ejemplo, el 25 de marzo de 1933 dio instrucciones a los directores de la radio alemana:

Este es el secreto de la propaganda: aquel a quien va dirigida la propaganda debe quedar saturado de las ideas de la propaganda sin que advierta que es penetrado por ellas. Desde luego, la propaganda tiene un propósito, pero ese propósito tiene que ser ocultado tan inteligente y virtuosamente que aquel a quien se refiere este propoósito no lo advierta en modo alguno.

En esta necesidad de ocultar el propósito está empero la posibilidad de superarlo. Como ya vimos, la realidad inventada llega a ser realidad "verdadera" sólo cuando se cree en el invento. Cuando falta el elemento de la creencia, del ciego convencimiento, dicha realidad es ineficaz. Con la mejor comprensión de la naturaleza de las profecías que se autocumplen aumenta nuestra capacidad de trascenderlas. La profecía de la cual sabemos que es solo una profecía, ya no puede autocumplirse. Siempre está la posibilidad de elegir otra cosa y la posibilidad de infringirla. Que nosotros veamos y aprovechemos la posibilidad es ciertamente harina de otro costal. Importante es aquí una comprobación que procede de un dominio aparentemente muy alejado, la teoría matemática de los juegos. Ya en sus Observaciones sobre los fundamentos de la matemática, Wittgenstein llamaba la atención sobre el hecho de que en ciertos juegos se puede ganar con un sencillo ardid. Apenas alguien nos hace notar la existencia de este ardid, no necesitamos seguir jugando ingenuamente (y perdiendo). Basándose en estas consideraciones, el teórico del juego Howard formula su axioma existencialista según el cual aquel "que cobra conciencia de una teoría relativa a su conducta ya no está más sometido a ella, sino que tiene la libertad de pasar por encima de ella. En otro pasaje este autor declara:

Al tomar una decisión consciente siempre tiene uno la libertad de infringir su anterior teoría relativa a su propia conducta. Se podría decir también que uno siempre puede "trascender" esa teoría. Este supuesto parece enteramente realista. Dentro del marco de las teorías de las ciencias sociales, creemos, por ejemplo, que la teoría marxista por lo menos en parte naufragó porque ciertos miembros de la clase dominante que adquirieron conciencia de la teoría comprendieron que era de su mejor interés infringirla.

Y casi cien años antes de Howard el hombre de la resistencia de Dostoyevski escribe en sus Memorias del subsuelo:

En realidad, si alguna vez se llegase a descubrir la fórmula de todos nuestros deseos y caprichos, una fórmula que explicara además sus causas, leyes que los rigen, forma en que se desarrollan, fines a que en tal y tal caso propenden y así sucesivamente hasta hallar una verdadera fórmula matemática, entonces sí que podría ocurrir que el hombre dejase de desear y hasta seguro que eso sucedería. ¿Qué placer habría en desear por orden ajena? Y, además, ¿por qué habría de transformarse el hombre en trompeta de órgano o algo por el estilo?

Pero, aun si alcanzáramos esa matetización de nuestra vida, en modo alguno se comprendería la complejidad de nuestra existencia. La más hermosa teoría es impotente frente a la antiteoría; el cumplimiento de las más correcta profecía puede destruirse si conocemos de antemano el resultado. Para Dostoyevsky la esencia del ser humano es mucho más:
Sólo que también el argumento del hombre del subsuelo podría ser una profecía que se autocumple.



Lecturas:

Paul Watzlawick y otros, La realidad inventada. Editorial Gedisa 2010


Hay un cuento de Gabriel García Marquez titulado "Algo muy grabe va a suceder en este pueblo"  que suele utilizarse como modelo ficticio para ejemplificar la profecia autocumplida. Puede leerse AQUÍ 


Entradas relacionadas:

El lado oscuro dela mente

La mente creadora

Inteligencia libre


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viernes, 8 de enero de 2016

Sucumbir a la belleza


La enigmática pintura Venus y Cupido realizada en 1540 por el veneciano Lorenzo Lotto, contiene todos los ingredientes representativos del manierismo italiano. Dentro de este estilo artistico de las postrimerías del Renacimiento, surgieron composiciones con alegorías moralizantes altamente rebuscadas, cuya artificiosidad en ocasiones han sido consideradas como extravagantes. Arte dirigido a un público erudito y elitista de los ambientes cortesanos a quienes se invitaba, como en un juego, a intentar desentrañar el mensaje oculto poniendo a prueba su ingenio. La difícil lectura de estas obra ha tenido como resultado que las interpretaciones de muchas de ellas por parte de los investigadores revelen significados diferentes. La que a continuación se propone sobre la pintura de Lotto, descubre la clave de su sentido final en un elemento aparentemente insignificante que, después de un recorrido por otras obras de arte, revelará en la conclusión de su estudio.



(Lorenzo Lotto) De amore
por
Jesús María de Zárate


Lorenzo Lotto, Venus y Cupido (1540)


Pintura de difícil estudio iconográfico es la titulada Venus y Cupido que hacia 1540 realizara Lorenzo Lotto establecido en la ciudad de Venecia y que se conserva en el Metropolitan Museum of Art de New York gracias a la donación de Mrs. Charles Wrightsman en 1986. Pirovano comenta la pintura en su descripción considerando sorprendentes los elementos que la configuran, lo que entiende como dificultosa simbología: «de las rosas deshojadas a la serpiente, desde el bastoncillo a la caracola, de la hiedra hasta el cupido que irrespetuoso orina a través de la corona de mirto que se mantiene por el incienso que arde, compone un verdadero y propio epitalamio de explicitas alusiones sexuales, alegre y bienaventurado, invención alegre hasta lo grotesco, una vez mas contracorriente, casi irreverente» (2002:120). Y es así, pues son variados los elementos semánticos que el artista nos ofrece. Observamos nuevamente la corona de mirto en la figura de Cupido que ya consideramos como «corona nupcial».


    Cupido, coronado, se encuentra orinando. La micción se dirige hacia el sexo de Venus. Un detalle llama la atención: otra corona de mirto sostiene en su mano a la vez que Venus la toma mediante un lazo. Con ello se establece la idea que vamos comentando sobre la unión amorosa, unión que se manifiesta, por otra parte, entre el sexo de ambos a través de la orina de Cupido, aspecto de complicada lectura y que quizás pudiera responder a la llamada «lluvia dorada», es decir, cierto tipo de fetichismo donde la orina se convierte en motivo de placer y satisfacción sexual. Se trataría de la urofilia.
No obstante, Cupido orinando tiene precedentes iconográficos tales como el caso de la plancha abierta por Alaert du Hamel (imagen izquierda) donde esta acción, también protagonizada por Cupido, se dispone junto a unos amantes y rodeado de cepas con abundantes racimos, imagen de la fecundidad. Con el mismo propósito se observa un Cupido orinando en el argumento de Tiziano sobre la Bacanal de los Andrios conservada en el Museo del Prado y en Francesco Albiani y su Flora con putti en referencia a la abundancia y fecundidad primaveral (Roma, Galleria Nazionale D’Arte Antica Di Palazzo Barberini).

 Tiziano, Bacanal de los Andrios,1523 (detalle)

Estas relaciones semánticas que establecemos no resultan extrañas. Se ha explicado por parte de Lucia Impelluso que la pintura responde a unos esponsales, aspecto a no desdeñar si seguimos las fuentes antiguas. Pirovano precisa sobre la composición, siguiendo a Christiansen, que posiblemente se trata de un regalo matrimonial.
Siguiendo en los detalles (ver imagen derecha), por el árbol al que se une la hiedra se puede entender tal consideración pero en un sentido muy concreto. Los tratadistas en emblemas consideran, por la unión de la hiedra y el árbol, entre otros conceptos, la muerte, pues aquella ocasiona su final.
  Juan de Horozco relaciona la hiedra con la mala mujer, la prostituta, que procura la destrucción del hombre: «[...] a la comparación con la yedra ninguna cosa puede ser en el mundo más propia, pues todos ven de la manera que gasta la virtud, y consume del todo a cualquier árbol que se deja acompañar de ella, por grande y crecido que sea» (l. III, emb. XIV).

Andrea Mantegna, Sansón y Dalila (s. XV)

Detalle de Sansón y Dalila
Mantegna dispone el árbol con la cepa para explicar similar intención, leemos en el tronco: «FOEMINA / DIABOLO TRIBUS / ASSIBUS EST / MALA PEIOR» [Una mala mujer es tres veces peor que el diablo]. En consecuencia, esta composición puede ser entendida como imagen del enamorado, pero de un enamorado muy distinto que desea, como veremos, «morir de amor». (...)

En la pintura se manifiestan otros elementos que nos invitan a detenernos. Venus parece presentar un leve pronunciamiento de su vientre, un embarazo. El escarabajo y la serpiente que se disponen en la composición se pueden relacionar con este asunto.
 El ofidio explica la fecundidad ya que penetra en la tierra; también la eterna juventud por sus cambios de piel, es decir, una perpetua edad de oro en el amor. (...)

El escarabajo se dispone bajo el pétalo de la rosa (imagen izquierda). Por el coleóptero se puede precisar la imagen del varón, del unigénito y, por lo mismo, entender el fruto de la unión que entre los esposos se espera, es decir, el primer nacimiento y, como no era extraño en la época, se deseaba fuera varón. Horapolo nos dice: «Cuando quieren representar unigénito, nacimiento, padre, universo o varón, pintan un escarabajo [...] unigénito porque el animal nace de sí mismo... varón porque no tienen género femenino» (1991: 68). Volvemos otra vez a Eliano por cuanto en él podemos encontrar otros sentidos a la figuración que vamos considerando. El tratadista nos habla del escarabajo para precisar: «Si alguien derrama perfume sobre escarabajos, que son animales malolientes, éstos no pueden soportar la fragancia, sino que mueren» (I,38). En su libro IV añade: «Se mata a un escarabajo echándole encima rosas» (IV,18).
Picinelli, en su Mundus Symbolicus, recoge esta idea en su tratado para decirnos que así como la paloma disfruta y toma fuerzas con la suavidad del perfume de las rosas, para el escarabajo aquel se convierte en arma mortífera y por esto, señala, lo pintaron cerca de una rosa con el mote «Suavis effugat odor» [lo ahuyenta el olor suave] (VII,IX).
Con anterioridad, en las Divisas de Claudio Paradine (Lyon 1551), se presenta al escarabajo muerto en el centro de una rosa con el mote «Turpibus exitium» [repugnante destrucción] (imagen derecha), señalando así a quienes viven solamente para la lujuria (1567: 228). La estampa de Joris Hoefnagel de 1598 en la que observamos a un putto con la calavera en su mano junto a unas rosas, habla de la vida y la muerte, de lo pasajero y efímero de la existencia; rodeando este tipo iconográfico de la emblemática se dan cita una secuencia de animales, entre ellos el escarabajo huyendo de la rosa.

 Joris Hoefnagel, Alegoría de la vida y de la muerte (1598)


Esta composición fue muy repetida en la literatura emblemática como apreciamos en los ejemplos de Whitney ( A Choice of Emblemes, Leiden, 1586), también Joachim Camerarius ( Symbolurum et Emblematum . III. 1597) y Sebastián de Covarrubias, entre otros, pues en su Tesoro de la lengua castellana (1610), señala: «el escarabajo en medio de una rosa significa la virtud del varón enervada y atenuada por los deleites: así por el olor de la rosa cae repentinamente muerto este animalillo al suelo». No hemos de olvidar que la rosa es la flor de Venus. Ripa propone la corona de rosas como alegoría del Encanto ya que es la flor de Afrodita. En su comentario sobre el Juicio de París nos dice que tanto Minerva como Juno se pusieron la citada corona de rosas y se vieron bellas, pero cuando descansó en la cabeza de Venus quedaron asombradas de tanta hermosura, añade:

«[...] la rosa, por el encanto que posee, es reina de las flores, adorno de la tierra, esplendor de las plantas y florido ojo que inspira amor y concilia las delicias de Venus entre los amantes» (Encanto).

 Dante Gabriel Rossetti, Venus Verticordia ("la que transforma los corazones") 1868


Así, la rosa, junto al mirto, se convierte en el tradicional atributo de Venus pues resume la suprema belleza. Es por lo tanto la rosa expresión de Venus, imagen de la belleza y del amor; toma su precedente en la Antigüedad clásica como lo observamos en Ovidio (Fastos IV, 138). A modo de ejemplo podemos reparar en el citado texto Imágenes de Filostrato.


 Baco y Ariadna en un grabado del siglo XVII inspirado en el texto cásico "Imágenes..." de Filostrato.


El tratadista, considerando el amor entre Baco y Ariadna, nos dice: «[...] aquí, Dionisio sólo está representado por su amor [...] Dioniso se ha echado encima un manto de púrpura y ha puesto rosas en su cabellos para acercarse a Ariadna, ebrio de amor, como dice el poeta de Teos de quienes han sido vencidos por la pasión amorosa» (I,15). En consecuencia, que el pétalo de rosa repose sobre el escarabajo se ajusta a la lectura propuesta por Eliano y explica el sentido final de la pintura: morir ante el oloroso perfume del amor, sucumbir a la belleza.


Lecturas:

Jesús María de Zárate, Lorenzo Lotto. De amore. IMAGO. Revista de emblemática y cultura visual (nº 5, 2013) pp.  47-69


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