miércoles, 16 de diciembre de 2009

Sol Justitiae, Lux Aeterna


"Cristo aparece al mundo, lo ilumina y lo llena de gozo,
santifica las aguas y expande la luz en las almas de los hombres.
El Sol de Justicia apareció y disipó las tinieblas de la ignorancia."

Kontakion, Romano el Meloda


Jesús dijo:

-si algunos os dicen "¿de donde habéis venido?,"
decidles: "hemos venido de la Luz, allí donde la Luz nació por sí sola, donde se estableció y donde apareció en una imagen de Luz".
Si ellos os dicen: "¿Sois la Luz?", decid: "somos sus vástagos."

Evangelio de Tomás

Sol Justitiae, por Jean Hani

La Navidad y la Epifanía son "fiestas de luz" que deben su carácter y su "poesía" a haber sido fijadas en el solsticio de invierno. Y, a este respecto, no hay razon para separar las dos fiestas, que no son sino una en realidad. Los doce días que las separan representan la diferencia entre el año lunar de 354 días y el año solar de 365. La existencia de este período festivo y sagrado se debe al hecho de que, después de la adopción del calendario solar, no se quiso abandonar todo recuerdo del calendario lunar más antiguo. Encontramos una serie semejante de días intercalares en el tiempo del equinoccio de Pascua. Además, la fiesta de la Navidad es relativamente reciente (de finales del siglo III) y es una creación de la Iglesia latina, pues la natividad del Señor era celebrada antes el 6 de enero. La celebración del 25 de diciembre nació del deseo de la Iglesia de que el culto de Cristo sustituyera al culto del Sol que en aquella época, precisamente, había materializado por así decirlo toda la piedad pagana del Imperio. La fiesta del solsticio de invierno se había hecho extremadamente popular. El 25 de diciembre era llamado Dies Natalis invicti o "Natividad del Sol invencible", invencible porque, habiendo alcanzado en el solsticio el punto más bajo de su curso, empieza a subir en el cielo, a "renacer". Era, por todas partes, una fiesta del fuego y de la luz: se celebraba con fuegos de maderas, hachones o ruedas inflamadas que se lanzaban al campo. Estos fuegos eran a la vez un homenaje al astro dador de vida y un rito de fertilidad destinado a fecundar los campos; y estas precisiones valen igualmente para los fuegos del día de San Juan del solsticio de verano. Además, los no cristianos encendían también cirios en señal de alegría. Los cristianos adoptaron estas costumbres, que se han transmitido hasta nosotros bajo la forma de las velas que se cuelgan al árbol, del "leño de Navidad" y , mejor aún, de los cirios de la Candelaria (vinculada al ciclo de la Navidad) y del cirio pascual, pues la liturgia pascual ha inspirado las de la Navidad y la Epifanía, y justamente los lazos que las unen son las del simbolismo solar. La Navidad, en lo fuerte del invierno, se anticipa a la Pascua: es el inicio de una primavera mística; existe una espacie de misterio primaveral de la Navidad que arrancó a un griego anónimo estos bellos acentos:

"Cuando, después de los fríos del invierno, la luz de la suave primavera empieza a brillar, la tierra, entonces, hace crecer la hierba y la vegetación, las ramas y los árboles se engalanan con nuevos brotes y el aire empieza a brillar por el esplendor del Sol... Pero ved que por nosotros Cristo ya ha nacido, cual la primavera celeste, porque como el sol, ha salido del seno de la Virgen."

Toda la liturgia del Adviento canta a esa Luz que se acerca y que poco a poco iende las tinieblas. "El señor vendrá para iluminar las profundidades de las tinieblas y se manifestará a todas las naciones" (Ant. 3.er domingo). La misa del sábado de los otros tiempos toma del Salmo 18, para aplicarla al Sol de justicia, la magnífica metáfora que describe el curso del sol: "Se lanza a recorrer cual héroe su camino: sale de un extremo de los cielos y llega en su curso hasta el otro confín." Y luego está la bellísima antífona del 21 de diciembre (día exacto del solsticio): "Oh Oriente, esplendor de la luz eterna, Sol de Justicia: Ven a iluminar a los que están sentados en las tinieblas y las sombras de la muerte." El 24, la espera de la luz se hace más apremiante: "Cuando el sol aparezca por el horizonte, lo vereis semejante al esposo que sale de la cámara nupcial" (1.ª Visperas). "Ya se inflama el oriente, he aquí ya los signos precursores, nuestro Dios viene ya a inundarnos con su luz" (Ant. de la Vigilia). En la Epifanía, encontramos el mismo tema indefinidamente repetido del fuego y la luz: "Esta estrella brilla como una llama y manifiesta al Dios Rey de reyes... (Ant. de Vísperas). "Levántate y resplandece, Jerusalen, que se alza ya tu luz, y la Gloria del Señor alborea para ti, mientras está cubierta de sombras la tierra. Sobre ti viene el Oriente del Señor, y en ti se manifiesta..." (Epístola -repetida en las horas- Is. 60, 1-6). La Navidad y la Epifanía son la manifestación solar del Cristo Salvador, luz de las naciones (lumen ad illuminationem gentium) y "Oriente del mundo" (ecce vir: Oriens nomen ejus).

Pero la luz del divino Sol de Navidad solo cobra todo su sentido frente a la noche. El misterio de la Navidad, como el de la Pascua, es el misterio de la "noche luminosa". La luz de la Navidad se manifiesta a medianoche (misa del gallo, animal solar), pues está escrito: "Mientras todo descansaba envuelto en el silencio, y en el preciso momento de la medianoche, Tu Verbo omnipotente, Señor, descendió del cielo saliendo del Trono real" (Sab, 18, 14-15, sirviendo de introito al domingo en la octava de la Navidad). Esa noche simboliza el pecado, las "sombras de muerte" (ignorancia, olvido) que vienen a disipar la luz crística. Pero tampoco hay que olvidar que el nacimiento del Mesías, al obrar una nueva creación -como resurrección-, se produce en condiciones análogas a las de la primera creación. La "noche" de Navidad corresponde, en este sentido, al "caos" y a "las tinieblas que cubrían la faz del abismo" (Gén. 1,2), que el Fiat Lux viene a iluminar y ordenar.

Como existe, por otra parte, una correspondencia entre todos los ciclos del tiempo, el ciclo cotidiano reproduce, a su nivel, el ciclo anual, y a la hora de la "medianoche" corresponde rigurosamente, en la duración del día, al solsticio de invierno en la duración del año. Del mismo modo que el año se divide en dos mitades, ascendente la una y descendente la otra, del solsticio de verano al solsticio de invierno, así el día se divide también en una mitad ascendente, de medianoche a mediodía, y una mitad descendente, de mediodía a medianoche. Así, el simbolismo de la medianoche refuerza al del solsticio de invierno, que es, de algún modo, la "medianoche" del año. Se trata, en ambos casos, de hacernos adquirir conciencia de la subida del sol lejos de las tinieblas, que produce en el plano sensible la renovación obrada por el Cristo naciente en el plano espiritual. "La luz luce en la stinieblas..."

Ya que Cristo es el Sol de Justicia podemos decir igualmente que Él es el "Sol de medianoche". Los antiguos afirmaban que, en los Misterios, les era dado a algunos "contemplar el sol de medianoche". Esta última expresión simboliza el Conocimiento supremo, que es la reducción de los contrastes, representados por la oposición entre el día y la noche, y la percepción de la unidad. En efecto, si contemplamos el sol a medianoche, ello quiere decir que, en realidad, ha desaparecido la noche y que se han cumplido las palabras de la Escritura: "La noche resplandece como el día." Esto quiere decir, en suma, que el tiempo se ha detenido, para dar paso a la Eternidad. Este conocimiento, que no es sino la "Luz de gloria" y la "Visión beatífica", es obra de Cristo, y por este motivo se le saluda, en los himnos antiguos, con este nombre, citado ya en repetidas ocasiones, de sol occasum nesciens, "sol que no se pone" o sol inmovil en el cénit. La Luz de medianoche del misterio de la Navidad constituye las primicias y la promesa de esa luz de gloria. "Los justos, -dice Jesús- brillarán como el sol en el reino de su Padre" (Mt. 13, 43), sentencia que Orígenes comenta muy bien así: "Los justos brillarán en el reino de su Padre porque se habrán convertido en una sola luz solar... Todos recibirán consumación en un Hombre perfecto y serán todos un único sol."

***

Feliz celebración de la Luz a todos los lectores de Fragmentalia

"Hoy la virgen a dado a luz
a aquél que está por encima de cada esencia
y la tierra ofrece una cueva al inaccesible.
Los Ángeles con los pastores cantan gloria,
los Magos caminan guiados por la Estrella:
Para nosotros ha nacido, cual nuevo niño,
el Dios de antes de los siglos."

(himno de la celebración ortodoxa)

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Siva, Señor de los danzantes


Siva-Nataraja

"Entre los nombres más destacados de Siva se encuentra el de Nataraja, señor de los danzantes, o Rey de los actores. En esta advocación el cosmos es Su teatro, Su repertorio es amplio y Él mismo es el repertorio y la audiencia.

Coomaraswamy

"Cuando el actor redobla el tambor, todo el mundo se acerca a ver el espectáculo; y cuando recoge los accesorios del escenario se queda solo en Su felicidad".

(Tiruvasagam XI, 14)

"Nuestros divertimentos han dado fin. Esos actores,
como os había prevenido, eran espíritus todos y
se han disipado en el aire, en el seno del aire impalpable;
y a semejanza del edificio sin base de esta visión,
las altas torres, cuyas crestas tocan las nubes, los suntuosos palacios,
los solemnes templos, hasta el inmenso globo,
sí, y cuanto en él descansa, se disolverá,
y lo mismo que de la diversión insubstancial que acaba de desaparecer,
no quedará rastro de ello. Estamos tejidos de idéntica tela
que los sueños, y nuestra vida
se cierra con un sueño"

William Shakespeare, La tempestad

.
Siva-Nataraja está representado en una hermosa serie de bronces de la india meridional que datan de los siglos X al XII d. C. Los detalles de estas figuras hay que leerlos, de acuerdo con la tradición hindú, como una compleja alegoría pictórica. Como se observará, la mano derecha superior tiene un pequeño tambor en forma de reloj de arena para marcar el ritmo. Esto implica sonido, vehículo de la palabra, transmisor de la revelación, de la tradición, del conjuro, la magia y la verdad divina. Además, el sonido se asocia en la India con el éter, el primero de los cinco elementos. El éter es la manifestación primera y más sutilmente penetrante de la sustancia divina. De él se despliegan, en la evolución del universo, todos los demás elementos: el aire, el fuego, el agua y la tierra. Por tanto, juntos el sonido y el éter significan el momento primero -impregnado de verdad- de la creación, la energía productora del Absoluto en su fuerza original y cosmogenética.En la mano opuesta, la izquierda superior, con los dedos formando media luna, sostiene una llama en la palma. El fuego es el elemento de la destrucción del mundo. Al final del Kali Yuga el fuego aniquilará el cuerpo de la creación y a continuación lo apagará el océano del vacío. Aquí, pues, en la balanza de las manos, se ilustra el contrapeso de la creación y la destrucción en el juego de la danza cósmica. Como la inexorabilidad de los opuestos, lo Transcendental muestra, mediante la máscara de Señor enigmático, la constante producción frente a un insaciable apetito de exterminio, el Sonido frente a la Llama. Y el campo de la terrible interacción es el escenario de la Danza del Universo, brillante y horrendo a causa de la danza del dios.
La segunda mano derecha ejecuta el gesto de "no temais" que concede protección y paz, mientras la izquierda restante la tiene levantada a la altura del pecho, señalando hacia abajo, hacia su pie levantado. Este pie significa Liberación y es el refugio y salvación del devoto. Debe ser adorado para alcanzar la unión con el Absoluto. La mano que apunta hacia este pie está en una postura imitadora de la trompa extendida o "mano" del elefante, que nos recuerda a Ganesa, hijo de Siva, Eliminador de obstáculos.
La divinidad está representada danzando sobre el cuerpo postrado de un demonio enano. Se trata de Apasmara Purusa, "El hombre o Demonio (purusa) llamado Olvido, o Negligencia (apasmara). Simboliza la ceguera de la vida, la ignorancia del hombre. La victoria sobre este demonio se consigue alcanzando la verdadera sabiduría. En ella está la liberación de las ataduras del mundo.

Un círculo de llamas y luz sale del dios y le circunda. Se dice que representa los procesos vitales del universo y sus criaturas, la danza de la naturaleza generada por el dios que danza en su interior. A la vez, se dice que significa la energía de la Sabiduría, la luz transcendental del conocimiento de la verdad, que al danzar emerge de la personificación del Todo.

Siva como Danzarín Cósmico es personificación y manifestación de la energía eterna en sus "cinco actividades": 1- Creación, emanación o despliegue; 2- Conservación, duración; 3- Destrucción, devolución o reabsorción; 4- Ocultación, cubrimiento del Ser Verdadero tras las máscaras y vestiduras de las apariencias, reserva, despliegue de la Maya; y 5- Favor, aceptación del devoto, reconocimiento del esfuerzo piadoso del yogui, concesión de la paz a través de una manifestación reveladora. Los tres primeros y los dos últimos están emparejados como grupos de antagonismos cooperantes; el dios los despliega todos. Y los manifiesta no sólo simultáneamente, sino también en orden sucesivo. Están simbolizados en las posiciones de sus manos y sus pies: las tres manos en lo alto son respectivamente "creación", "conservación" y "destrucción"; el pie que pisa al Olvido es "ocultación", y el pie leventado, "favor"; la "mano de elefante" indica la conexión de los tres con los dos y promete paz al alma que experimenta esa relación. Las cinco actividades se manifiestan simultaneamente con el pulso de cada momento, y en sucesión a través de los cambios del tiempo.

Ahora bien, en la Trinidad Siva de Elefanta los dos perfiles representativos de la polaridad de la fuerza creadora están contrapuestos a una cabeza central, simple callada que simboliza la quietud del Absoluto.

Siva como el "El gran Señor" ; Elefanta, s. VIII d. C.


Y hemos descifrado esta relación simbólica como expresiva de la paradoja de la Eternidad y el Tiempo: el océano tranquilo y el río torrencial no son en realidad distintos; el Yo indestructible y el ser mortal son en esencia lo mismo. Esta maravillosa lección puede leerse también en la figura de Siva-Nataraja, donde el movimiento incesante, triunfal de los miembros oscilantes se hallan en significativo contraste con el equilibrio de la cabeza y la inmovilidad de la máscara de su rostro. Empapada de quietud, la máscara enigmática se alza sobre el remolino de los cuatro brazos flexibles indiferente a las piernas magníficas que marcan el ritmo de las edades del mundo. Reservada, sumida en soberano silencio, la máscara de la esencia eterna del dios permanece ajena al despliegue tremendo de u propia energía, al mundo y su marcha, al flujo y al cambio del tiempo. Esta cabeza, este rostro, esta mascara, permanece en transcendental aislamiento como una espectadora impasible. Su sonrisa, vuelta hacia dentro llena de beatitud de la autoinmersión, rechaza sutilmente con ironía apenas velada los gestos significativos de los pies y las manos. Hay una tensión entre la maravilla de la danza y la serena tranquilidad de este semblante expresivamente inexpresivo, a saber: la tensión de la eternidad y el tiempo, la paradoja -la muda refutación recíproca- del Absoluto y lo fenoménico, del Yo inmortal y la psique perecedera, del Brahman-Atman y la Maya. Porque ni lo uno ni lo otro es la totalidad que podría parecer; aunque, por otro lado, los dos, lo invisible y lo visible, son esencialmente lo mismo. El hombre, con todas las fibras de su personalidad innata, se agarra a la dualidad con inquietud y placer; sin embargo, verdaderamente y definitivamente, no hay dualidad. La ignorancia, la pasión, el egoismo, desintegran la experiencia de la Esencia suprema (cristal limpio y más allá del tiempo y el cambio, libre del sufrimiento y la cautividad) en la ilusión universal de un mundo de existencias individuales. Sin embargo este mundo, pese a toda su fluidez, es... y jamás tendrá fin.
Las estatuas de bronce de la india meridional insisten en la identidad paradójica de la persona, exaltada por las experiencias y las emociones, con el Yo callado y omnisciente. En estas figuras, el contraste del sueño beatífico, del semblante mudo, con la agilidad apasionada de los miembros representa -para los que estén preparados para comprender- el absoluto y su Maya como una simple forma transdual. Nosotros y lo divino somos uno y lo mismo, exactamente igual que la vitalidad de estos miembros balanceantes son uno y lo mismo con la absoluta indiferencia del Danzarín que los hace oscilar.
Asociado al danzarín Siva encontramos hoy multitud de mitos y leyendas. No sabemos hasta dónde podriamos rastrear su existencia si pudiésemos revivir los siglos sepultados. Baste decir que, muy probablemente, son tradiciones inmensamente antiguas.
Para empezar, hay dos tipos principales y antagónicos de danza, que corresponde a las manifestaciones benévola y colérica del Dios. Tandava, la danza feroz y violenta inspirada por una energía explosiva y arrolladora, es un estallido delirante que provoca la devastación. Lasya, en cambio, danza lírica y amable, está llena de dulzura y representa las emociones de la ternura y el amor. Siva es maestro perfectoen las dos.
En su aspecto amable, Siva es Pasupati, "el pastor, el Dueño del Ganado, el Señor de los Animales". Todos loa animales (pasu) pertenecen a su rebaño, los salvajes y los domésticos. Más aún, las almas de los hombres son también "ganado" de este pastor. Así, el tierno símbolo del pastor vigilando a su rebaño que nos es familiar en la figura de Cristo, el dios pastor tal como se representa en el arte cristiano primitivo, es igualmente familiar al devoto de Siva. Como miembro del rebaño del pastor, el adorador efectúa su relación con el aspecto benevolente del dios augusto.
De este modo, el término pasu ha venido a significar "seguidor de Siva, alma". Concretamente, pasu designa a la persona no iniciada, el grado general y más bajo de los devotos de Siva. En sentido espiritual, este no iniciado es mudo como el bruto y debe ser estimulado por el dios. Pasu representa, pues, lo opuesto a vira, "Héroe", el grado más alto de la evolución espiritual.
Ya en el siglo VI a. C., el término vira había dejado de utilizarse para designar al caballero esforzado de la epopeya medieval, al guerrero caballero real y héroe de la batalla y de los combates míticos con demonios y monstruos. Su uso primitivo está representado por los héroes de la guerra feudal del Mahabharata y por Rama, héroe del Ramayana, vencedor de monstruos y demonios. Pero tal como es entendido, por ejemplo, en el nombre de Mahavira, del siglo XVI, designa al héroe asceta, al hombre absolutamente impasible, imperturbable, en medio de las torturas autoinfligidas de austeridad ascética, y en medio de las tentaciones y las seducciones, incluso de las amenazas de muerte, del exterior.
Entre los seguidores de Siva, el grado de vira del iniciado representa el estado del asceta perfeccionado, del vencedor de las fuerzas de la naturaleza, de ese "vencedor" que ha superado su naturaleza gregaria y se iguala en la perfección de su ascetismo incluso al propio Siva. El vira se ha convertido en yogui perfecto, en verdadero superhombre espiritual: es "hombre héroe", ya no meramente animal humano.


***

Excepto los tres párrafos del principio, este texto se encuentra en la la obra de Heinrich Zimmer, "Mitos y símbolos de la India", publicada por editorial Siruela, colección "El árbol del paraiso" 2001