Himnos homéricos XXVII a Ártemis
La naturaleza solitaria es para el hombre de nuestra civilización infinitamente conmovedora y apacible. El intelectual y agotado servidor de la utilidad encuentra aquí paz y aire sano, no siente ya el respeto con que generaciones más piadosas hollaban los tranquilos valles y colinas. Un delicado sentimiento de extrañeza, un dejo de misterio no le perturban seriamente el placer. Está en la segura posesión de su saber y de su arte técnico. Dentro de poco, puede convertir a la región más salvaje en íntima, placentera y útil. Pero el orgulloso vencedor consienta en avanzar cuanto quiera, el misterio no se revela, el enigma no se resuelve, huye de él sin darse cuenta y vuelve por doquier a donde él no está: el solemne conjunto de la naturaleza incólume. Puede romperla y destruirla pero nunca comprenderla ni construirla. Hay un hormiguero de elementos, animales y plantas, una vida innumerable que brota, florece, perfuma el aire, surge, brinca, salta, aletea, vuela y canta. Una infinidad de simpatía y desunión, emparejamiento y lucha, tranquilidad y movimiento febril. Y sin embargo todo emparentado, intrincado, llevado por un único espíritu vital, cuya presencia superior la siente el visitante silencioso con el estremecimiento de lo indescriptible. Aquí, la humanidad, cuya religión predecimos, encontró lo divino. Lo más sagrado no era la tremenda majestad del íntegro juez de consciencias, sino la pureza del casto elemento. Esta humanidad sentía que el hombre, este ser problemático que se refleja, duda y se condena a sí mismo, que perdió hace mucho la paz por tanta miseria y tantos esfuerzos, sólo con miedo debía penetrar en el inocente distrito, donde lo divino vive y reina. Esto parecía respirar en el velado resplandor de las praderas, en los ríos y los lagos y en la sonriente claridad que flota encima. Y en momentos visionarios aparecía repentinamente la figura de un dios o una diosa, en forma humana o animal, más cercana a lo terrible. Las soledades de la naturaleza tienen genios de varias formas, desde lo tremendo y salvaje hasta el tímido espíritu de suaves doncellas. La suprema sensación, sin embargo, es encontrarse en lo sublime que habita en el diáfano éter de las cumbres, en el áureo esplendor de los prados serranos, en el brillo y centelleo de los hielos cristalinos y planos nevados, en el silencioso asombro de los campos y bosques, cuando la luz de la luna los cubre con fulgor y riela goteando de las hojas. Todo es transparente y liviano. La misma tierra ha perdido su pesadez y la sangre ha olvidado sus pasiones tenebrosas. Sobre el suelo flota un corro de pies blancos, o una caza vuela por los aires. Ése es el espíritu divino de la naturaleza sublime, la excelsa reina resplandenciente; el puro extasis al encanto aunque no puede amar, la danzante y creadora que toma al cachorro del oso en su seno y rivaliza, corriendo, con los ciervos. Mortífera cuando tiende el arco áureo, extraña e inaccesible como la naturaleza brava, y no obstante, como ella, todo encanto y emoción, fresca y reluciente hermosura. ¡Ésta es Ártemis!
Ártemis como Potnia Theron, "Señora de las bestias". Crátera 570 a. C.
Ningún poeta habla de modo tan emocionante acerca de su solicitud para con los animales como Esquilo en Agamenón (133 y sigs.): las águilas han matado una liebre preñada y la han destripado, y a la sagrada Ártemis le dio lástima el infeliz animal, "ella cuyo favor cariñoso está junto a los cachorros indefensos, ante leones feroces y con todos los animales que amamantan su cría". El león debe haberle gustado sobremanera anteriormente. En la caja corintia de Cipselo, aproximadamente contemporánea del vaso François, Ártemis era representada como en aquél: alada según la manera oriental, su derecha tenía una pantera, su izquierda un león (Pausanias 5, 19, 5). Delante de su templo en Tebas había un león de piedra (Pausanias 9, 17, 2). Y todavía en la procesión festiva de Siracusa de la que habla Teócrito (2, 67) se admiró sobre todo a un leona. Después del León, el oso era su favorito. La Calisto de Arcadia, su compañera y su viva imagen, adoptó según la leyenda la forma de una osa; este animal tenía una gran significación en el culto ático. El ciervo es su permanente atributo en las artes plásticas. Se llamaba "cazadora de ciervos". Ya en el Himno homérico (27, 2) recibió otros epítetos del ciervo. Su cierva desempeña un papel en la leyenda de Heracles e Ifigenia. Taigeta, la compañera que debe su nombre a la montaña arcadia donde Ártemis cazaba preferentemente, se convirtió en una cierva; y en una leyenda de los Alóadas, ella misma adopta esa figura. Cerca de Colofón había un islote consagrado a Ártemis, donde, según la creencia, ciervas embarazadas nadaban para parir (Estrabón 14, 643). Su ídolo en el
templo de Desponia (reina), en Akakesion de Arcadia, estaba vestido con la piel de un ciervo (Pausanias 8, 37, 4). Muchos animales más, ante todo el jabalí, el lobo, el toro, y el caballo -en Homero lo conduce "con rienda áurea" (Ilíada 6, 205)- se mencionan en su ambiente. En su bosque sagrado del país de los Enetos se creía que las fieras salvajes eran mansas, ciervos y lobos convivían pacíficamente dejándose acariciar por los hombres. Ningún animal cazado que allí se refugiara fue jamás perseguido (Estrabón 5, 215). En Patras (Acaya), en vísperas de su fiesta, tenía lugar un brillante desfile, y al final iba la virginal sacerdotisa de Ártemis en un carro tirado por ciervos. Al día siguiente se echaban en el altar convertido en pira jabalíes vivos, ciervos, corzos, cachorros de lobos y osos y aun animales adultos de este género. Cuando un animal trataba de escapar de las llamas se lo empujaba nuevamente, y nunca ocurrió que alguien lastimase durante la ceremonia. Su ídolo la representaba como cazadora.
A la cazadora Ártemis cuya figura conservaron las artes plásticas la caracterizaban muchos epítetos, en parte muy antiguos. "La que lleva el arco" la llama Homero; a menudo "la que tira la saeta"; otras veces se denomina la ruidosa, por el bullicio propio de la cacería. "Es su goce tender el arco y cazar animales en las montañas" (Himno homérico a Afrodita 18). Como Apolo, se llama la "que hiere de lejos". El cazador debe su habilidad a la inspiración y ayuda de ella. Homero dice de Escamandrio que "Ártemis misma le enseñó a alcanzar todas las fieras que la selva cría en las montañas". Y el afortunado cazador, como ofrenda a Ártemis, sujeta las cabezas de los animales apresados a los árboles.
Lo extrañamente indómito de su existencia y fascinación misteriosa se manifiesta especialmente en la noche, cuando lumbres enigmáticas chispean y vagan por el aire, o el claro de luna ancanta praderas y bosques. Entonces Ártemis está de caza agitando "el esplendor fogoso con el que corre impetuosamente por las montañas de Licia" (Sófocles, Edipo Rey, 207). Se llama directamente la "diosa vagante de la noche". Ártemis, la cazadora de ciervos, con antorchas en ambas manos", dice Sófocles (Las Traquinias 214). En Áulide tenía dos estatuas de piedra, en una con antorchas, en la otra con saeta y arco. El templo de la Desponia de Akakesion en Arcadia poseía una estatua vestida con la piel de un ciervo, en la espalda llevaba el carcaj y una mano sostenía la antorcha, a su lado estaba echado un perro de caza. En los vasos del siglo V su representación con antorchas en ambas manos es muy común. De allí la frecuente denominación de "Lucífera". De la misma esfera proviene su antigua relación con el astro nocturno en el que se refleja la gracia, lo romántico y la singulaidad de su carácter. Cuando Esquilo habla de su "mirada de astro" se refiere a la luz de la luna, cuya diosa, en épocas posteriores, es frecuentemente Ártemis. Por consiguiente se comprende que ella fuera conductora en sendas lejanas por donde vagaba con su multitud de espíritus. Así se acerca a Hermes. Varios epítetos la denominan "la indicadora de caminos". En leyendas de fundaciones muestra a los colonos el camino hacia el lugar donde deben edificar la nueva urbe. A los fundadores de Boiai de Laconia se les adelantó una fiebre que fue a desaparecer detrás de un arrayán. El árbol se tenía por sagrado y Ártemis fue venerada como "Salvadora". La diosa de la lejanía es la buena conductora de los emigrantes.
La reina de la naturaleza salvaje entra también en la vida humana llevando consigo sus extrañezas y horrores, pero a la vez su bondad.
Se hicieron sacrificios humanos en su culto (Pausanias 7, 19, 4). Ifigenia , como vástago más hermoso del año, debía sacrificarse a ella (Eurípides, If. Taur. 21). En Melite, el suburbio occidental de Atenas, estaba el templo de Ártemis Aristobule, lugar donde se arrojaron hasta épocas tardías los cuerpos de los ajusticiados y las sogas que habían servido a los suicidas (Plutarco, Temíst. 22) También en Rodas se la veneró fuera de las puertas de la ciudad y en la fiesta de Cronión se mató en su honor y ante su estatua a un criminal condenado. Asimismo se comenta acerca de la demencia que ella provocó y curó como diosa tierna. La terrible cazadora, de quien los griegos, sin duda, han recordado el nombre de "matadora", se manifestó también en batallas. Los espartanos ofrecían sacrificios en su campañas de honor de Ártemis Agrotera. En Atenas se le ofreció regularmente el gran sacrificio nacional por la victoria de Maratón. Su templo estaba en el suburbio de Agra, junto al arroyo de Iliso, donde se creía que cazó por primera vez. Se la representó con atavíos de guerrera, y aveces tenía también relaciones con las amazonas. Como Eucleia, poseía un santuario en el mercado de Atenas y en ciudades locrenses y boecias.
Pero la misteriosa ataca también la morada de los hombres. Sus saetas se llaman "suaves" porque dejan expirar al herido de repente y sin enfermedad, como las de Apolo.
Finalmente se extiende su poder sobre el dominio de la vida al que se dirige el cuidado más sagrado de la mujer. Ella, en cuyas manos está el dsetino de la parturienta, debe dedicar su favor al recién nacido y al hijo que crece, ya que cuida también los cachorros del mundo salvaje. El epigrama de Phaidimos mencionado más arriba (Antol. Pal. 6, 271) concluye agradeciendo el parto feliz con el ruego de que la diosa otorgue al hijo un crecimiento alegre. La diosa enseña a cuidar y educar a los hijos pequeños, de allí su epíteto Kurotrophos (la que cría a los hijos) (véase Diodoro 5, 73). Conocemos también otros nombres de significado parecido. Por ejemplo, en Homero la diosa se ocupa de las hijas huérfanas de Pandáreo y les brinda estatura alta sin la cual una doncella no puede ser realmente hermosa (Odisea 20, 71). En Laconia se celebraba en su honor la "fiesta de las nodrizas" (Tithenidia), en la que éstas llevaban las criaturas a Ártemis. En Atenas se le dedicaba el cabello de los niños durante la fiesta de Apaturias. En Élida había un santuario cerca del gimnasio que llevaba el significativo nombre de "amiga de los jovenes. Los efebos la honraban con procesiones armadas, especialmente en Atenas. En una poesía de Crinágoras, un joven dedica su primer pelo de la barba a Zeus Teleios y a Ártemis, y el poeta pide a estas deidades que lo hagan entrar en años.
Parecida a su hermano Apolo, vigila sobre la juventud que crece, singularmente relacionada con los que entran en la edad de la madurez. Eso recuerda la dura prueba que se impuso a los muchachos espartanos en su culto. Ciertamente no era un sustituto para los sacrificios humanos antiguos, pero la diosa de regiones salvajes hace conocer aquí, sin duda alguna, su terrible aspereza. Calímaco sabe (Himno 3, 122) que ella castiga con arco temible la ciudad donde se ofende a los ciudadanos y a los forasteros, incluso la ciudad de hombres justos le deleita como ya asegura el Himno homérico a Afrodita (20).
Es la danzante en praderas estrelladas, la cazadora en las montañas, incluida también la vida humana. Sin embargo, queda siempre la errante reina de la soledad, la hechicera y salvaje, la inaccesible y eternamente pura.
Para la epopeya jonia está emparentada desde hace mucho con Apolo, como hija de Latona y Zeus. "Bienvenida seas, Latona bienaventurada", exclama el Himno homérico (1, 14), "la que parió hijos tan soberbios, el rey Apolo y la arquera Ártemis, ella en Ortigia y él en Delos rocoso!". Junto con Latona, en la Ilíada Ártemis cura a Eneas salvado por Apolo (5, 447). Apolo se llama a veces "cazador" (Esquilo, fragm. 200). Pero Homero hace la distinción de que Ártemis enseña al cazador, mientras que Apolo al arquero en la guerra y en certámenes. Junto con Apolo, Ártemis se halla en el corro y en el canto de las Cárites y Musas (Himno hom. 2, 21; 27, 15). Ambos tienen además de la faz lúcida otra horrorosa que se muestra particularmente impresionante en Homero. Ambos dirigen desde una lejanía misteriosa sus saeta invisibles que causan una instantánea muerte sin dolor. En la legendaria isla de Siria no existen enfermedades, pero cuando los hombres envejecen "Apolo el de arco argénteo y Ártemis los alcanzan con sus suaves saetas" (Odisea 15, 410), La imperdible pureza pertenece al carácter de ambos. Su existencia da testimonio de una lejanía que podemos llamar apartamiento o noble distancia. Son genuinas deidades gemelas.
Pero ¡qué diferente es el sentido de la distancia y de la pureza en Apolo y Ártemis! ¡Qué distintos los símbolos que el espíritu creador formó de ambos! Para Apolo libertad y distancia tienen un significado espiritual: la voluntad de claridad y formación. Pureza es para él la separación de poderes restringentes y opresores. Para Ártemis, en cambio, éstos son ideales de la existencia física, igual que su pureza es entendida en un sentido virginal. Su voluntad no se dirige a la libertad espiritual, apunta hacia la naturaleza y su frescura elemental, su vivacidad y desenvolvimiento. Es decir: Apolo es símbolo de la masculinidad superior; Ártemis, la mujer aureolada. Nos muestra una forma muy distinta de los femenino, como por ejemplo en Hera, Afrodita o la maternal Diosa de la Tierra. Al manifestar el espíritu de la casta naturaleza hace aparecer el prototipo de lo femenino cuya forma eterna pertenece a la esfera de los dioses.
Es la vida brillante, resplandeciente y ágil. Su dulce extrañeza atrae al hombre de manera tan irresistible como fríamente lo rechaza. Este ser cristalino, sin embargo, está enlazado por raíces oscuras con toda la naturaleza animal, lo infantil, de dulce amenidad y dureza diamantina, tímido, fugaz, desconcertante y bruscamente adverso. Jugando, retozando, bailando y por momentos de inexorable seriedad. Tiernamente solícito y afectuosamente diligente, con el encanto de la sonrisa que compensa toda una condenación, y no obstante salvaje hasta lo espantoso y pavorosamente cruel. Todos éstos son rasgos de la libre y extraña naturaleza a la que pertenece Ártemis. En ella el fiel espíritu conocedor aprendió a percibir esa eterna imagen del sublime caracter femenino como algo divino.
Lecturas:
Walter F. Otto, Los dioses de Grecia, Ediciones Siruela 2003
Friedrich Schiller, Los dioses de Grecia, Poesía filosófica Editorial Hiperión 1994
Un post denso, digno de ser leído despacio.
ResponderEliminarCon la primera imagen de Artemis evoco inmediatamente a Selene, relegada por ella. "El sueño de Endimión", de Girodet, alargando los dedos sutiles de la luna sobre el cuerpo del pastor son magnéticos para los ojos:
http://arte.observatorio.info/2007/11/el-sueno-de-endimion-girodet-1791/
No doy abasto para leerte. Todo me interesa. Te agradezco las indicaciones que me diste en el post anterior a este. Tomo nota y estoy en ello, y no puedo dejar de mencionar los fragmentos que elegiste del libro que ahora te tiene "liado" :). En tiempos de avaricia templan el alma los pequeños gestos.
Volviendo a tu hija de la luna te digo que habiendo nacido yo en una ciudad muy pequeña, en una ciudad costera, en una ciudad casi sin zonas verdes, nombrar a Artemis en voz alta me eleva en sueños de otras tierras, en profusión de plantas y flores, en cantos de otros tiempos.
Marlui Miranda me acompaña mientras te leo. La he buscado expresamente. Sus recolecciones musicales en la Rondonia dejaron prendas como esta:
http://listen.grooveshark.com/#/search/songs/?query=marlui%20miranda%20kyrie
Un placer volver a leerte, Jan.
Veda
De entre todos sus nombres y títulos con que se adornaba y reconocía, tú Jan, has elegido uno: es La Doncella de la Luna. La del Arco de plata que representaba la luna llena. Aunque era algo más que una doncella y menos que una diosa y es posible que hasta una invención para explicar el conocimiento de la arcilla blanca. ¿ Artemes ( " de miembros fuertes"), Artamis (" la que despedaza")Airo temis ( "la suprema emplazadora") o Themis " agua" porque renunció a conocer varón y se aliviaba en las frías aguas de las charcas de Gargafia)?.
ResponderEliminarLa visión de su desnudez por Acteón, la enfureció hasta convertirlo en ciervo y ese pasaje mitológico pasaría al ritual céltico en la mitología irlandesa en la que periódicamente, un hombre vestido con piel de ciervo, era perseguido y matado en el monte Liceo de la arcadia.
Porque la flechas de Ártemis ayudaban a morir a los justos.
Salud y románico
Hola Veda,
ResponderEliminarbellísima y plena de simbolismo la pintura de Girodet "El sueño de Endimión". Un buen ejemplo de pintura influida por los ideales románticos que perfectamente podría acompañar algún poema de Schiller.
La música de Marlui Miranda la desconocía, me parece muy interesante y muy a tener en cuenta desde el punto de vista de la etonología musical, y como bien dices, puede ayudar a despertar el recuerdo olvidado a un estado de conciencia primigenio, de la experiencia de una vida integra plenamente vivida en la naturaleza. La música indígena y el folclore tradicionalmente ha sido también el medio por el que se han transmitido los mitos. Así debió de ser en la antigüedad con los relacionados con Ártemis.
Un placer leer de nuevo tus comentarios.
Hola Syr,
ResponderEliminarelegir por mi parte el título que relaciona a Ártemis con la luna en este post tal como comentas, seguro que se debe a que soy un poco "lunero". Pero... ¿quien no se ha sentido traspasado alguna vez por un rayo de luna...?
Muy amable por dejar lo relacionado con la etimología, que siempre es revelador.
Sobre Acteón me quedé con ganas de incluir algo, siendo uno de los mitos más bellos relacionados con Ártemis y del que se ha escrito tanto en su interpretación hermenéutica, pero eso por si sólo sería merecedor de una entrada a parte. Gracias por recordarlo.
Un abrazo
Vaya, me ha interesado mucho todo sobre los aspectos de la diosa más respetada por su lejanía del hombre, lo que es curioso, es que incluso entonces la virginidad fuera lo que la hacía diferente y prevalecer frente a otras diosas, tal vez como un reducto de los antiguos matriarcados, no he leído los mitos del autor que nombras, que buscaré, conozco los de Robert Graves.
ResponderEliminarEs escalofriante pensar como sacrificaban a los pobres animales precisamente a una diosa que los protegía.
Muchos saludos, Carlota
Hola Carlota,
ResponderEliminarla condición virginal de Ártemis dentro de la interpretación que encontramos en este texto estaría en consonancia con el aspecto de la naturaleza salvaje a la que representa; aquella que no ha sido dominada, que permanece virgen, donde el hombre no ha hollado la tierra para extraer sus frutos, opuesta a las diosas paridoras propias de los cultos agrarios.
Las diosas como expresión de la naturaleza, al igual que ésta, pueden ser también muy crueles así como proveedoras.
Veo que te interesa la mitología. Si tu interés se centra especialmente en las diosas también es muy recomendable "El mito de la diosa", de las investigadoras Anne Baring y Jules Cashford.
Encantado de intercambiar comentarios contigo.
Saludos !
Estoy de acuerdo con Jan, cuando se habla de la virginidad de una diosa o similar no deberíamos entenderlo como estamos influidos a pensar. El estado virginal alegórico no debería ser contemplado como el no haber tenido contacto sexual con el genero opuesto, sino entender como virgen ese estado original y cuya comprensión mental es impenetrable.
ResponderEliminarSaludetes
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Excelente post.
ResponderEliminar++++++++
Al hilo de lo que señala Baruk,
Yo creo que cuando los griegos hablaban de diosa virginal lo hacían en el sentido literal de la palabra. Es decir, hablaban del coito y no de cualquier otra situación alegórica.
No sé si los griegos pensaban que sus dioses cotidianos, como Artemisa, eran impenetrables, al menos en el sentido cristiano. Más bien, me parece que los humanizaron cuanto pudieron. Por eso, al menos para mí, resultan tan simpáticos.
Esto, claro está, no quita que estuvieran arropados en un mundo de alegorías y símbolos, o que los percibieran con menos trascendencia.
Cuestión aparte es el Demiurgo y demás textos platónicos y neoplatónicos. Pero no tengo nada claro que estos tuvieran más calado entre la gente que sus creencias tradiconales.
En cualquier caso, es una opinión, claro.
Abrazos.
Muy completa tu entrada. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarUn saludo
Hola Ana,
ResponderEliminargracias por tu amable comentario.
Saludos