"...que se está el alma abrasando en fuego y llama de amor, tanto, que parece consumirse en aquella llama, y la hace salir fuera de sí y renovar toda y pasar a nueva manera de ser, así como el ave fénix, que se quema y renace de nuevo."
San Juan de la Cruz. Comentario al verso 17 de su Cántico espiritual.
"Purifícate a ti mismo y conviértete en polvo, con el fin de que de tu polvo , puedan crecer flores. Si te conviertes en flor, sécala y arde alegremente con el fin de que de tu abrasamiento surja luz. Si por el abrasamiento te transformas en cenizas, tus cenizas se convertirán en la Piedra Filosofal. Mira esta Piedra Filosofal que se halla en lo Invisible que ta ha hecho nacer a partir de un puñado de polvo".
Rumî
En esta entrada me gustaría compartir con quienes siguen este espacio un par de fragmentos extraídos del capítulo X de la obra de Francesco Zambon, El alfabeto simbólico de los animales (Los bestiarios de la Edad Media), a cuya presentación a cargo de su autor junto a la especialista en simbología medieval Victoria Cirlot, tuve ocasión de asistir en una librería de Barcelona. En el primer fragmento se hace un repaso de la evolución histórica en Occidente del mito del fénix desde sus orígenes en el Antiguo Egipto. El segundo, después de hacer referencia a la importancia del fénix asimilado a la imagen cristológica de muerte-renacimiento (tanto en los textos de los padres de la iglesia como en los apócrifos gnósticos), así como el símil que algunos poetas romances crearon entre el ave fabulosa y el amante que se consume en la llama de amor, se centrará en el análisis de la novela de Chrétien de Troyes, el Cligés. Lo interesante de ésta novela es que por primera vez en la literatura romance el fénix se asocia a la figura de una mujer, tratamiento simbólico que más tarde inspiraría a otros poetas. El autor del ensayo también analiza las asociaciones griálico-alquímicas que se descubren en la bella historia de amor. Nota: quienes ya conozcan las versiones sobre el mito del fénix y su evolución histórica si quieren pueden pasar diréctamente al segundo fragmento.
El mito del fénix, el ave fabulosa que renace periódicamente de sus cenizas, es una historia con sucesivos resurgimientos. Los datos esenciales (muerte y resurrección, carácter unitario, relación con el Sol) se mantuvieron casi inalterados, pero el mito fue adaptándose a los distintos ámbitos históricos y culturales para encarnar nuevos temas religiosos, científicos o filosófico-literarios. A pesar de estas transformaciones, quizá el mito del fénix puede tender un puente en concepciones que, aun estando muy alejadas en el tiempo y el espacio, se centran en un mismo núcleo profundo: el nexo misterioso e inevitable entre nacimiento y muerte, inicio y fin, creación y destrucción. Simone Weil subraya varias veces la relación entre la historia de Osiris y la de Cristo, y escribe en la Carta a un religioso: "Si Osiris no es un hombre que haya vivido en la tierra aun siendo Dios, al igual que Cristo, su historia, cuando menos, es una profecía infinitamente más clara, completa y próxima a la verdad que todo aquello que así se denomina en el Antiguo Testamento". Probablemente Simone Weil no lo supiera, pero el mito primitivo del fénix se creó en Egipto, y guarda estrecha relación con la figura de Osiris, originariamente dios de la tierra egipcia y de su vegetación. Más tarde, en época cristiana, el mito se vinculó a la muerte y resurrección de Cristo. Estas fases antiguas de la historia, desde la mitología egipcia hasta la Antigüedad tardía pagana y cristiana, han sido objeto de investigaciones muy completas, entre los que se cuentan los eruditos libros de Hubaux y Leroy y de Van den Broek. Sin embargo, la historia posterior ha sido menos estudiada, pese a contar con episodios muy relevantes, especialmente en la lírica medieval y barroca, así como en la simbología hermética. Entre los siglos XII y XIV, algunos poetas romances (sobre todo italianos) realizaron una nueva y coherente adaptación al mito, y lo erigieron en elemento característico de una doctrina amorosa inédita, centrada en el tema de la muerte/renacimiento de la Mujer. Según el mito antiguo -que ofrece muchos paralelismos con el benu egipcio, aunque tal vez no derive directamente del mismo-, el rasgo principal del fénix es su condición de ave solar; animal sacrum Soli, lo definen Manilo y Tácito, mientras Horapolo afirma categóricamente que "el fénix es el Símbolo del Sol", Dicho rasgo se observa en el aspecto físico del ave, tal como la describen la mayoría de las fuentes: según Aquiles Tacio, quien resume sus características tradicionales en la novela Leucipa y Clitofonte (s, II d. C.), las alas del fénix son una mezcla de oro y púrpura, y su cabeza está rodeada por una aureola de plumas -casi una corona- que simboliza el Sol. Además, en muchas versiones, su incendio renovador tiene lugar en la ciudad de Heliópolis, centro del culto solar egipcio. Tal como ha demostrado Marcel Detienne, estos rasgos del ave se complementan con su estrecha afinidad y "consustancialidad" con los aromas de naturaleza ignea -cinamomo, mirra e incienso- que emplea para construir su hoguera. El carácter solar del fénix queda explicitado en las descripciones que lo relacionan con el ciclo diario o anual del Sol. En un apócrifo del Antiguo Testamento, el Apocalipsis griego del Pseudo Baruc (s. II d. C.), el profeta ve cómo el Sol, ceñido por una corona de oro, despunta sobre el horizonte precedido del fénix; el ave acompaña al astro a lo largo de su trayecto diurno, y hace de pantalla asus rayos para que los seres vivos de la tierra no se quemen. El ave-satélite, exhausta por el calor que ha filtrado durante todo el día, reaparece a la hora del crepúsculo, cuando los ángeles despojan al Sol de su corona para renovarla. Este texto, junto con otras fuentes, indujo a algunos estudiosos a creer que el fénix, en un principio, pudo ser la personificación mítica del planeta Venus, o Lucifer, la mañana, y Vesper, el atardecer. Tal como observan Hubaux y Leroy, "el mito del fénix atribuye gran importancia al concepto de identidad, e interpreta en clave poética un descubrimiento astronómico muy antiguo, que inspiró meditaciones a astrólogos y mitógrafos: la estrella de la mañana es el mismo astro que la estrella del atardecer". Con todo, es mucho más frecuente asociar el mito del ave a un largo ciclo de años, cuya duración varía según las fuentes; según algunos, es de 500 o 540 años, según otros, de 1000, mientras que otros aseguran que se trata exactamente de 1461. Esta última cifra, facilitada por Tácito, se refiere a la duración del llamado período sotíaco, esto es, al número de años tras el cual (el 15 de junio, día de la crecida del Nilo e inicio del año según el calendario civil egipcio) el Sol sale junto a la estrella más luminosas del cielo, Sotis o Sirio. Y, puesto que la rotación de Sirio dura 365 años y cuarto, ello sucede cada 365 años y cuarto por 4, es decir, cada 1461 años. Resulta más difícil explicar las otras cifras, si bien todas ellas indican el Gran año o ciclo a cuyo término -según la cosmología clásica- el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas fijas completan su recorrido y vuelven a la posición de partida. Manilio, citado por Plinio, hace coincidir la vida del fénix con la duración del Gran Año. En cualquier caso, el ave simboliza la renovación periódica del universo, que sigue a su destrucción al final de cada ciclo y da inicio a una nueva edad de oro. Horapolo aún describe la imagen en estos términos: "Cuando (los egipcios) quieren simbolizar la gran renovación cíclica de los astros, representan al ave fénix, ya que cuando ésta nace se produce una renovación de las cosas".
El símbolo de dicha renovación cósmica, tras un Gran Año o una parte del mismo, consiste en un propiedad fundamental que todos los escritores antiguos atribuyen al fénix: el echo de morir y nacer periódicamente. No obstante, existen versiones discordantes del mito cuyo origen se remonta, fundamentalmente, a dos modelos. El primero, menos difundido, procede de la descripción más antigua que se conserva del ave fabulosa, incluida en el libro II de la Historia de Herodoto (autor que no oculta sus dudas acerca de la veracidad de cuanto relata):
"Existe otra ave sagrada en Egipto, que se llama fénix. Yo sólo la he visto pintada. Se la ve muy raramente en Egipto; según dicen los heliopolitanos, cada quinientos años, cuando muere su padre (...). Dicen que (el fénix) parte de Arabia y transporta el cuerpo de su padre, envuelto en mirra, hasta el templo del Sol, donde le da sepultura. Y que lo transporta de este modo: primero hace un gran huevo con mirra e introduce en él a su padre, luego tapa el agujero hecho en el huevo con más mirra, de modo que, una vez introducido el cadáver, el peso sea el mismo. Y, por último, tras cubrirlo de mirra por fuera, transporta el huevo que contiene el cuerpo a Egipto, al templo del Sol".
Heródoto no menciona el nacimiento del nuevo fénix, que, según esta tradición, procede de un gusano formado durante la descomposición -que gozó de mayor fortuna y que, al fin, se impuso como versión estandar del mito-, el ave fénix, llegada a una extrema vejez, se tiende en un nido lleno de exquisitos aromas, donde se quema por efecto del calor o debido a dichos aromas, y de sus cenizas nace el nuevo fénix. Ambas tradiciones, aunque se contaminan mutuamente en no pocas ocasiones, suelen discrepar en numerosos detalles, especialmente en lo tocante a la procedencia del fénix (India, Arabia, Etiopía, Líbano o un genérico Oriente), las modalidades y el lugar de su muerte (en la misma India, o en la mítica Pancaya, otra tierra solar, pero mayoritariamente en Egipto) y las fases de su renacimiento (que, según algunas fuentes, pasa por varios estadios intermedios: gusano, huevo, polluelo). El poema De ave phoenice, atribuido atribuido a Lactancio (s. III), ofrece una admirable síntesis del mito clásico, en la cual todos los elementos tradicionales de la leyenda -incluidas las dos versiones de la muerte y el resurgimiento- se funden en un relato visionario lleno de ecos simbólicos. Lactancio, o quienquiera que fuese el autor del poema, narra que el fénix nace en un lugar sagrado situado en Oriente, el bosquecillo del Sol, en cuyo centro hay un manantial que lo inunda doce veces al año. El ave, única en el mundo, sigue constantemente a Febo (sol) en su curso marcando las horas diurnas y nocturnas. Transcurridos mil años, el fénix siente su cuerpo debilitado por la vejez, y parte hacia nuestro mundo con el fin de renovarse. Llega a Siria (que recibirá el nombre de Fenicia por el ave), elige una palmera alta y construye en su copa un nido o tumba ("un nido o una tumba, pues muere para vivir, aunque se crea a sí misma") Tras llenar el nido con los más exquisitos aromas orientales, se sumerge doce veces en el agua sagrada y reposa en el nido mientras espera la salida del sol. Al despuntar el primer rayo, dedica un melodioso canto al astro; después, cuando el disco solar ha aparecido por completo, lo saluda tres veces batiendo las alas, vierte sobre su cuerpo los perfumes recogidos en Oriente y se quema por el efecto de un rayo en conjunción con la llama que sale del nido. Así, sufre una muerte vital (genitale morte) y queda reducido a cenizas. Pero la naturaleza humedece sus cenizas, las condensa y las fecunda, y de éstas sale una larva blanquecina sin miembros, que crece poco a poco hasta adquirir forma de huevo. Tras el período de incubación, el nuevo fénix sale del huevo. El ave crece alimentándose únicamente del néctar caído del cielo; llegada a la adolescencia, regresa a su país, escoltado por un coro de seres alados. Antes envuelve los restos mortales de su padre en un globo de mirra, bálsamo e incienso, los lleva a Heliópolis y los deposita en el altar del santuario. Todo el mundo acude a ver la prodigiosa criatura; sus plumas son rojas, con reflejos dorados e iridiscentes; el pico, de marfil y diamante; sus ojos brillan como dos amatistas con una llama escarlata en el centro; su cabeza está rodeada de una aureola de rayos. El poema concluye con unos versos que expresan de forma muy eficaz la paradoja en la que se centra el mito del fénix:
¡Ave de destino y muerte venturosa, a la que Dios concedió nacer de sí misma! Hembra o macho, o ni lo uno ni lo otro, feliz por no conocer pacto con Venus. Su Venus es la muerte, la muerte es su único placer. Para poder nacer, antes desea morir. Es su propia descendencia, su padre y su heredero, su propia nodriza y a la vez su criatura. Es ella y no es ella, es la misma y no es la misma, alcanzó la vida eterna por el bien de la muerte.
Aeternam vitam mortis adepta bono. Sea o no sea Lactancio el autor del poema, lo cierto es que estas palabras resultan muy adecuadas para abrir el capítulo cristiano del mito, capítulo indispensable para comprender el símil Mujer-fénix en la poesía romance de la Edad Media.(...)
Segundo fragmento. El Cligés de Chrétien de Troyes.
(...) Mucho más completa y rica en implicaciones simbólicas es la referencia al mito del fénix en la segunda novela de Chrétien de Troyes, el Cligés, cuya protagonista femenina lleva el nombre de Fenice. Por primera vez en la literatura romance, el ave fabulosa se asocia a una mujer, y esta nueva elaboración del símbolo ya deja entrever las líneas esenciales de un mito amoroso que tendrá como máximos cantores a Cecco d'Ascoli y a Petrarca. El Cligés narra la historia de amor de dos jóvenes, Cligés, heredero legítimo al trono de Constantinopla, y Fenice, hija del emperador de Alemania y esposa de Alís, tío de Cligés, quien gobierna provisionalmente el imperio y rompe su promesa de celibato. Desde su primer encuentro con Giglés en la corte de Colonia, Fenice se enamora perdidamente de él, y su amor es correspondido. Tras desposar a Alís, Fenice, gracias a un brebaje, consigue mantenerse casta para su amado, y, junto a la maga Tesala, urde un plan para unirse definitivamente a Cligés: la joven bebe una pócima que le da el aspecto de muerta. Después de soportar la torturas que le infligen tres desconfiados médicos de Salerno, es enterrada en un sarcófago construido por el artesano-arquitecto Juan. Esa misma noche, Cligés, con la ayuda de Juan, desentierra el cuerpo y lo traslada a una torre construida por este último dentro de un magnífico vergel. Al cabo de cierto tiempo, Fenice recobra el sentido, y transcurre unos años de completa felicidad junto a su amante. Al fin, la pareja es descubierta, pero, tras la providencial muerte de Alís, lograrán ver cumplido su sueño de amor.
Chrétien,al presentar a Fenice, explica el por qué de su nombre citando al ave mítica:
La doncella se llamaba Fenice, y no sin razón, pues, así como el ave fénix es más bella que las demás y no puede haber más que una, así también, creo yo, Fenice no tiene igual en belleza. Sería un milagro y un prodigio que la Naturaleza pudiese crear algo igual.
Las cualidades que menciona el autor son su extraordinaria belleza y su caracter único, dos rasgos típicos -como hemos visto- en la descripción tradicional del fénix. Sin embargo, la trama de la novela induce a creer (y así lo afirman muchos críticos) que el nombre de Fenice alude tácitamente al núcleo del mito del fénix: muerte y resurrección. A través de su falsa muerte, Fenice muere para la falsa experiencia amorosa impuesta a la fuerza por el usurpador Alís; con su "renacimiento", la joven nace a su amor verdadero por Cligés, legítimo emperador. Chrétien sitúa dicho renacer en un auténtico Edén, en cuyo centro se eleva un árbol fabuloso, donde Fenice, por decirlo así, hace su "nido", lo cual recuerda la palmera datilera de los relatos antiguos y medievales. En la novela nada justifica una interpretación gnóstica de la figura como símbolo del alma que, tras morir al mundo y rehuir al falso dios que lo gobierna, resurge en una dimensión superior para contraer un matrimonio místico con su Yo celestial y con el Dios verdadero. No obstante, a lo largo de toda la obra se observan reflejos simbólicos y sagrados: la grant clarté, más intensa que cuatro carbunclos, con la cual Fenice ilumina el palacio, recuerda el sagrado Grial que, en la última novela de Chrétien (Li contes del graal), aparece ante Perceval en el castillo del Rey Pescador, objeto cuya claridad extingue el brillo de todas las velas. Y Juan, al depositar el cuerpo de la joven dentro del sarcófago, como si fuese una reliquia, en leu de saintuaire ("en un lugar santo"), lo define como molt saint chose ("cosa muy santa"), al igual que el Grial. Por otra parte, las torturas que los médicos infligen a Fenice antes de la sepultura recuerdan la pasión de Cristo, a la cual también nos remite el símbolo del fénix, o el martirio de una santa.
Estos temas vinculados al fénix son centrales en la novela, y así lo confirma su paralelismo con la historia de Cligés, cuya figura acaba superponiéndose a la de Fenice para formar una única historia simbólica de muerte y renacimiento. Cuando Cligés llega a Colonia en pos de Alís, Chrétien dice que su belleza se funde con la de la joven, como en un solo rayo del sol naciente que ilumina todo el palacio (observesé la alusión a la aurora, tradicional en el mito antiguo):
El día estaba un poco nublado, pero tan bellos eran ambos, la doncella y Cligés, que su belleza emanaba un rayo y hacía resplandecer el palacio, al igual que el sol, que sale claro y bermejo.
Después, mientras Fenice lleva a cabo su plan, Cligés demuestra su valor combatiendo en el torneo de Oxford, donde viste sucesivamente cuatro armaduras -una negra, una verde, una bermeja y una blanca-, con las que se enfrenta a los caballeros más famosos de Artús. Tras vencer a los tres primeros adverarios, antes de que el héroe vista la última armadura y el duelo con su tío Gauvain termine en empate, Chrétien comenta: "Por tanto, habrá hecho cuatro mudas, pues cada día se desprende del plumaje y lo renueva". Así pues, Cligés es una especie de fénix que, tras enfrentarse a cada prueba mortal, luce novele plume. La equivalencia entre ambas imágenes queda confirmada cuando el héroe inventa un pretexto para visitar la torre donde se oculta la joven sin levantar sospechas y compara a Fenice con un azor mudado: "ha dejado allí un azor mudado, y dice que va a verlo". En cuanto a la fusión ideal de los dos protagonistas, Cligés se refiere a la misma en su lamento ante el cuerpo de Fenice, aquien cree muerta: "éramos una sola cosa", y Chrétien la pone de relieve al describir la felicidad amorosa de los jóvenes: "Así es su deseo común, como si fueran uno solo". En este sentido, no podemos dejar de coincidir con este comentario de Charles Méla: " 'Novele plume': esta formulación de la imagen, referida a Cligés, permite llevar la metáfora un poco más allá de la 'plume' con la que se ha construido el lecho de la falsa muerta; y el pretexto del azor mudado, por la crecanía de los términos, abarca la realidad secreta de la transmutación que se está produciendo. Cligés lleva los distintos colores -negro, verde, bermejo y blanco- según los cuales se dispone la materia de la Obra. El cuerpo de Fenice, manipulado por Tesala, los médicos de Salerno y el arquitecto Juan, sufre la pasión y sigue un proceso que va de las sombras subterráneas hasta su nueva ascensión a la luz del día, pues la torre da a un vergel paradisíaco". Méla concluye que las historias entrelazadas de los dos protagonistas traducen "la unidad de una misma operación, de la cual renacerá un hombre nuevo, gracias a un amor capaz de vencer sus propias tinieblas".
Rumî
En esta entrada me gustaría compartir con quienes siguen este espacio un par de fragmentos extraídos del capítulo X de la obra de Francesco Zambon, El alfabeto simbólico de los animales (Los bestiarios de la Edad Media), a cuya presentación a cargo de su autor junto a la especialista en simbología medieval Victoria Cirlot, tuve ocasión de asistir en una librería de Barcelona. En el primer fragmento se hace un repaso de la evolución histórica en Occidente del mito del fénix desde sus orígenes en el Antiguo Egipto. El segundo, después de hacer referencia a la importancia del fénix asimilado a la imagen cristológica de muerte-renacimiento (tanto en los textos de los padres de la iglesia como en los apócrifos gnósticos), así como el símil que algunos poetas romances crearon entre el ave fabulosa y el amante que se consume en la llama de amor, se centrará en el análisis de la novela de Chrétien de Troyes, el Cligés. Lo interesante de ésta novela es que por primera vez en la literatura romance el fénix se asocia a la figura de una mujer, tratamiento simbólico que más tarde inspiraría a otros poetas. El autor del ensayo también analiza las asociaciones griálico-alquímicas que se descubren en la bella historia de amor. Nota: quienes ya conozcan las versiones sobre el mito del fénix y su evolución histórica si quieren pueden pasar diréctamente al segundo fragmento.
El mito del fénix en la poesía romance de la Edad Media
Por
Francesco Zambon
Por
Francesco Zambon
El mito del fénix, el ave fabulosa que renace periódicamente de sus cenizas, es una historia con sucesivos resurgimientos. Los datos esenciales (muerte y resurrección, carácter unitario, relación con el Sol) se mantuvieron casi inalterados, pero el mito fue adaptándose a los distintos ámbitos históricos y culturales para encarnar nuevos temas religiosos, científicos o filosófico-literarios. A pesar de estas transformaciones, quizá el mito del fénix puede tender un puente en concepciones que, aun estando muy alejadas en el tiempo y el espacio, se centran en un mismo núcleo profundo: el nexo misterioso e inevitable entre nacimiento y muerte, inicio y fin, creación y destrucción. Simone Weil subraya varias veces la relación entre la historia de Osiris y la de Cristo, y escribe en la Carta a un religioso: "Si Osiris no es un hombre que haya vivido en la tierra aun siendo Dios, al igual que Cristo, su historia, cuando menos, es una profecía infinitamente más clara, completa y próxima a la verdad que todo aquello que así se denomina en el Antiguo Testamento". Probablemente Simone Weil no lo supiera, pero el mito primitivo del fénix se creó en Egipto, y guarda estrecha relación con la figura de Osiris, originariamente dios de la tierra egipcia y de su vegetación. Más tarde, en época cristiana, el mito se vinculó a la muerte y resurrección de Cristo. Estas fases antiguas de la historia, desde la mitología egipcia hasta la Antigüedad tardía pagana y cristiana, han sido objeto de investigaciones muy completas, entre los que se cuentan los eruditos libros de Hubaux y Leroy y de Van den Broek. Sin embargo, la historia posterior ha sido menos estudiada, pese a contar con episodios muy relevantes, especialmente en la lírica medieval y barroca, así como en la simbología hermética. Entre los siglos XII y XIV, algunos poetas romances (sobre todo italianos) realizaron una nueva y coherente adaptación al mito, y lo erigieron en elemento característico de una doctrina amorosa inédita, centrada en el tema de la muerte/renacimiento de la Mujer. Según el mito antiguo -que ofrece muchos paralelismos con el benu egipcio, aunque tal vez no derive directamente del mismo-, el rasgo principal del fénix es su condición de ave solar; animal sacrum Soli, lo definen Manilo y Tácito, mientras Horapolo afirma categóricamente que "el fénix es el Símbolo del Sol", Dicho rasgo se observa en el aspecto físico del ave, tal como la describen la mayoría de las fuentes: según Aquiles Tacio, quien resume sus características tradicionales en la novela Leucipa y Clitofonte (s, II d. C.), las alas del fénix son una mezcla de oro y púrpura, y su cabeza está rodeada por una aureola de plumas -casi una corona- que simboliza el Sol. Además, en muchas versiones, su incendio renovador tiene lugar en la ciudad de Heliópolis, centro del culto solar egipcio. Tal como ha demostrado Marcel Detienne, estos rasgos del ave se complementan con su estrecha afinidad y "consustancialidad" con los aromas de naturaleza ignea -cinamomo, mirra e incienso- que emplea para construir su hoguera. El carácter solar del fénix queda explicitado en las descripciones que lo relacionan con el ciclo diario o anual del Sol. En un apócrifo del Antiguo Testamento, el Apocalipsis griego del Pseudo Baruc (s. II d. C.), el profeta ve cómo el Sol, ceñido por una corona de oro, despunta sobre el horizonte precedido del fénix; el ave acompaña al astro a lo largo de su trayecto diurno, y hace de pantalla asus rayos para que los seres vivos de la tierra no se quemen. El ave-satélite, exhausta por el calor que ha filtrado durante todo el día, reaparece a la hora del crepúsculo, cuando los ángeles despojan al Sol de su corona para renovarla. Este texto, junto con otras fuentes, indujo a algunos estudiosos a creer que el fénix, en un principio, pudo ser la personificación mítica del planeta Venus, o Lucifer, la mañana, y Vesper, el atardecer. Tal como observan Hubaux y Leroy, "el mito del fénix atribuye gran importancia al concepto de identidad, e interpreta en clave poética un descubrimiento astronómico muy antiguo, que inspiró meditaciones a astrólogos y mitógrafos: la estrella de la mañana es el mismo astro que la estrella del atardecer". Con todo, es mucho más frecuente asociar el mito del ave a un largo ciclo de años, cuya duración varía según las fuentes; según algunos, es de 500 o 540 años, según otros, de 1000, mientras que otros aseguran que se trata exactamente de 1461. Esta última cifra, facilitada por Tácito, se refiere a la duración del llamado período sotíaco, esto es, al número de años tras el cual (el 15 de junio, día de la crecida del Nilo e inicio del año según el calendario civil egipcio) el Sol sale junto a la estrella más luminosas del cielo, Sotis o Sirio. Y, puesto que la rotación de Sirio dura 365 años y cuarto, ello sucede cada 365 años y cuarto por 4, es decir, cada 1461 años. Resulta más difícil explicar las otras cifras, si bien todas ellas indican el Gran año o ciclo a cuyo término -según la cosmología clásica- el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas fijas completan su recorrido y vuelven a la posición de partida. Manilio, citado por Plinio, hace coincidir la vida del fénix con la duración del Gran Año. En cualquier caso, el ave simboliza la renovación periódica del universo, que sigue a su destrucción al final de cada ciclo y da inicio a una nueva edad de oro. Horapolo aún describe la imagen en estos términos: "Cuando (los egipcios) quieren simbolizar la gran renovación cíclica de los astros, representan al ave fénix, ya que cuando ésta nace se produce una renovación de las cosas".
El símbolo de dicha renovación cósmica, tras un Gran Año o una parte del mismo, consiste en un propiedad fundamental que todos los escritores antiguos atribuyen al fénix: el echo de morir y nacer periódicamente. No obstante, existen versiones discordantes del mito cuyo origen se remonta, fundamentalmente, a dos modelos. El primero, menos difundido, procede de la descripción más antigua que se conserva del ave fabulosa, incluida en el libro II de la Historia de Herodoto (autor que no oculta sus dudas acerca de la veracidad de cuanto relata):
"Existe otra ave sagrada en Egipto, que se llama fénix. Yo sólo la he visto pintada. Se la ve muy raramente en Egipto; según dicen los heliopolitanos, cada quinientos años, cuando muere su padre (...). Dicen que (el fénix) parte de Arabia y transporta el cuerpo de su padre, envuelto en mirra, hasta el templo del Sol, donde le da sepultura. Y que lo transporta de este modo: primero hace un gran huevo con mirra e introduce en él a su padre, luego tapa el agujero hecho en el huevo con más mirra, de modo que, una vez introducido el cadáver, el peso sea el mismo. Y, por último, tras cubrirlo de mirra por fuera, transporta el huevo que contiene el cuerpo a Egipto, al templo del Sol".
Heródoto no menciona el nacimiento del nuevo fénix, que, según esta tradición, procede de un gusano formado durante la descomposición -que gozó de mayor fortuna y que, al fin, se impuso como versión estandar del mito-, el ave fénix, llegada a una extrema vejez, se tiende en un nido lleno de exquisitos aromas, donde se quema por efecto del calor o debido a dichos aromas, y de sus cenizas nace el nuevo fénix. Ambas tradiciones, aunque se contaminan mutuamente en no pocas ocasiones, suelen discrepar en numerosos detalles, especialmente en lo tocante a la procedencia del fénix (India, Arabia, Etiopía, Líbano o un genérico Oriente), las modalidades y el lugar de su muerte (en la misma India, o en la mítica Pancaya, otra tierra solar, pero mayoritariamente en Egipto) y las fases de su renacimiento (que, según algunas fuentes, pasa por varios estadios intermedios: gusano, huevo, polluelo). El poema De ave phoenice, atribuido atribuido a Lactancio (s. III), ofrece una admirable síntesis del mito clásico, en la cual todos los elementos tradicionales de la leyenda -incluidas las dos versiones de la muerte y el resurgimiento- se funden en un relato visionario lleno de ecos simbólicos. Lactancio, o quienquiera que fuese el autor del poema, narra que el fénix nace en un lugar sagrado situado en Oriente, el bosquecillo del Sol, en cuyo centro hay un manantial que lo inunda doce veces al año. El ave, única en el mundo, sigue constantemente a Febo (sol) en su curso marcando las horas diurnas y nocturnas. Transcurridos mil años, el fénix siente su cuerpo debilitado por la vejez, y parte hacia nuestro mundo con el fin de renovarse. Llega a Siria (que recibirá el nombre de Fenicia por el ave), elige una palmera alta y construye en su copa un nido o tumba ("un nido o una tumba, pues muere para vivir, aunque se crea a sí misma") Tras llenar el nido con los más exquisitos aromas orientales, se sumerge doce veces en el agua sagrada y reposa en el nido mientras espera la salida del sol. Al despuntar el primer rayo, dedica un melodioso canto al astro; después, cuando el disco solar ha aparecido por completo, lo saluda tres veces batiendo las alas, vierte sobre su cuerpo los perfumes recogidos en Oriente y se quema por el efecto de un rayo en conjunción con la llama que sale del nido. Así, sufre una muerte vital (genitale morte) y queda reducido a cenizas. Pero la naturaleza humedece sus cenizas, las condensa y las fecunda, y de éstas sale una larva blanquecina sin miembros, que crece poco a poco hasta adquirir forma de huevo. Tras el período de incubación, el nuevo fénix sale del huevo. El ave crece alimentándose únicamente del néctar caído del cielo; llegada a la adolescencia, regresa a su país, escoltado por un coro de seres alados. Antes envuelve los restos mortales de su padre en un globo de mirra, bálsamo e incienso, los lleva a Heliópolis y los deposita en el altar del santuario. Todo el mundo acude a ver la prodigiosa criatura; sus plumas son rojas, con reflejos dorados e iridiscentes; el pico, de marfil y diamante; sus ojos brillan como dos amatistas con una llama escarlata en el centro; su cabeza está rodeada de una aureola de rayos. El poema concluye con unos versos que expresan de forma muy eficaz la paradoja en la que se centra el mito del fénix:
¡Ave de destino y muerte venturosa, a la que Dios concedió nacer de sí misma! Hembra o macho, o ni lo uno ni lo otro, feliz por no conocer pacto con Venus. Su Venus es la muerte, la muerte es su único placer. Para poder nacer, antes desea morir. Es su propia descendencia, su padre y su heredero, su propia nodriza y a la vez su criatura. Es ella y no es ella, es la misma y no es la misma, alcanzó la vida eterna por el bien de la muerte.
Aeternam vitam mortis adepta bono. Sea o no sea Lactancio el autor del poema, lo cierto es que estas palabras resultan muy adecuadas para abrir el capítulo cristiano del mito, capítulo indispensable para comprender el símil Mujer-fénix en la poesía romance de la Edad Media.(...)
Segundo fragmento. El Cligés de Chrétien de Troyes.
(...) Mucho más completa y rica en implicaciones simbólicas es la referencia al mito del fénix en la segunda novela de Chrétien de Troyes, el Cligés, cuya protagonista femenina lleva el nombre de Fenice. Por primera vez en la literatura romance, el ave fabulosa se asocia a una mujer, y esta nueva elaboración del símbolo ya deja entrever las líneas esenciales de un mito amoroso que tendrá como máximos cantores a Cecco d'Ascoli y a Petrarca. El Cligés narra la historia de amor de dos jóvenes, Cligés, heredero legítimo al trono de Constantinopla, y Fenice, hija del emperador de Alemania y esposa de Alís, tío de Cligés, quien gobierna provisionalmente el imperio y rompe su promesa de celibato. Desde su primer encuentro con Giglés en la corte de Colonia, Fenice se enamora perdidamente de él, y su amor es correspondido. Tras desposar a Alís, Fenice, gracias a un brebaje, consigue mantenerse casta para su amado, y, junto a la maga Tesala, urde un plan para unirse definitivamente a Cligés: la joven bebe una pócima que le da el aspecto de muerta. Después de soportar la torturas que le infligen tres desconfiados médicos de Salerno, es enterrada en un sarcófago construido por el artesano-arquitecto Juan. Esa misma noche, Cligés, con la ayuda de Juan, desentierra el cuerpo y lo traslada a una torre construida por este último dentro de un magnífico vergel. Al cabo de cierto tiempo, Fenice recobra el sentido, y transcurre unos años de completa felicidad junto a su amante. Al fin, la pareja es descubierta, pero, tras la providencial muerte de Alís, lograrán ver cumplido su sueño de amor.
Chrétien,al presentar a Fenice, explica el por qué de su nombre citando al ave mítica:
La doncella se llamaba Fenice, y no sin razón, pues, así como el ave fénix es más bella que las demás y no puede haber más que una, así también, creo yo, Fenice no tiene igual en belleza. Sería un milagro y un prodigio que la Naturaleza pudiese crear algo igual.
Las cualidades que menciona el autor son su extraordinaria belleza y su caracter único, dos rasgos típicos -como hemos visto- en la descripción tradicional del fénix. Sin embargo, la trama de la novela induce a creer (y así lo afirman muchos críticos) que el nombre de Fenice alude tácitamente al núcleo del mito del fénix: muerte y resurrección. A través de su falsa muerte, Fenice muere para la falsa experiencia amorosa impuesta a la fuerza por el usurpador Alís; con su "renacimiento", la joven nace a su amor verdadero por Cligés, legítimo emperador. Chrétien sitúa dicho renacer en un auténtico Edén, en cuyo centro se eleva un árbol fabuloso, donde Fenice, por decirlo así, hace su "nido", lo cual recuerda la palmera datilera de los relatos antiguos y medievales. En la novela nada justifica una interpretación gnóstica de la figura como símbolo del alma que, tras morir al mundo y rehuir al falso dios que lo gobierna, resurge en una dimensión superior para contraer un matrimonio místico con su Yo celestial y con el Dios verdadero. No obstante, a lo largo de toda la obra se observan reflejos simbólicos y sagrados: la grant clarté, más intensa que cuatro carbunclos, con la cual Fenice ilumina el palacio, recuerda el sagrado Grial que, en la última novela de Chrétien (Li contes del graal), aparece ante Perceval en el castillo del Rey Pescador, objeto cuya claridad extingue el brillo de todas las velas. Y Juan, al depositar el cuerpo de la joven dentro del sarcófago, como si fuese una reliquia, en leu de saintuaire ("en un lugar santo"), lo define como molt saint chose ("cosa muy santa"), al igual que el Grial. Por otra parte, las torturas que los médicos infligen a Fenice antes de la sepultura recuerdan la pasión de Cristo, a la cual también nos remite el símbolo del fénix, o el martirio de una santa.
Estos temas vinculados al fénix son centrales en la novela, y así lo confirma su paralelismo con la historia de Cligés, cuya figura acaba superponiéndose a la de Fenice para formar una única historia simbólica de muerte y renacimiento. Cuando Cligés llega a Colonia en pos de Alís, Chrétien dice que su belleza se funde con la de la joven, como en un solo rayo del sol naciente que ilumina todo el palacio (observesé la alusión a la aurora, tradicional en el mito antiguo):
El día estaba un poco nublado, pero tan bellos eran ambos, la doncella y Cligés, que su belleza emanaba un rayo y hacía resplandecer el palacio, al igual que el sol, que sale claro y bermejo.
Después, mientras Fenice lleva a cabo su plan, Cligés demuestra su valor combatiendo en el torneo de Oxford, donde viste sucesivamente cuatro armaduras -una negra, una verde, una bermeja y una blanca-, con las que se enfrenta a los caballeros más famosos de Artús. Tras vencer a los tres primeros adverarios, antes de que el héroe vista la última armadura y el duelo con su tío Gauvain termine en empate, Chrétien comenta: "Por tanto, habrá hecho cuatro mudas, pues cada día se desprende del plumaje y lo renueva". Así pues, Cligés es una especie de fénix que, tras enfrentarse a cada prueba mortal, luce novele plume. La equivalencia entre ambas imágenes queda confirmada cuando el héroe inventa un pretexto para visitar la torre donde se oculta la joven sin levantar sospechas y compara a Fenice con un azor mudado: "ha dejado allí un azor mudado, y dice que va a verlo". En cuanto a la fusión ideal de los dos protagonistas, Cligés se refiere a la misma en su lamento ante el cuerpo de Fenice, aquien cree muerta: "éramos una sola cosa", y Chrétien la pone de relieve al describir la felicidad amorosa de los jóvenes: "Así es su deseo común, como si fueran uno solo". En este sentido, no podemos dejar de coincidir con este comentario de Charles Méla: " 'Novele plume': esta formulación de la imagen, referida a Cligés, permite llevar la metáfora un poco más allá de la 'plume' con la que se ha construido el lecho de la falsa muerta; y el pretexto del azor mudado, por la crecanía de los términos, abarca la realidad secreta de la transmutación que se está produciendo. Cligés lleva los distintos colores -negro, verde, bermejo y blanco- según los cuales se dispone la materia de la Obra. El cuerpo de Fenice, manipulado por Tesala, los médicos de Salerno y el arquitecto Juan, sufre la pasión y sigue un proceso que va de las sombras subterráneas hasta su nueva ascensión a la luz del día, pues la torre da a un vergel paradisíaco". Méla concluye que las historias entrelazadas de los dos protagonistas traducen "la unidad de una misma operación, de la cual renacerá un hombre nuevo, gracias a un amor capaz de vencer sus propias tinieblas".
Lecturas:
Francesco Zambon, El alfabeto simbólico de los animales. Los bestiarios de la Edad Media. Siruela 2010
William Shakespeare, El Tórtolo y Fénix. Herder 1997
Chrétien de Troyes, Cligés, Alianza Editorial 1993
Entradas relacionadas:
http://barzaj-jan.blogspot.com.es/2010/07/extincion.html http://barzaj-jan.blogspot.com.es/2011/05/las-doce-llaves.htm lhttp://barzaj-jan.blogspot.com.es/2011/12/nigra-sum.html.
Estimado Jan,
ResponderEliminarDos de mis más preferidos: San Juan de la Cruz y Rumí, que unes en tu comentario a mi eterno acompañante: el Fénix.
Gracias por tus entregas y entre ellas esta que habla de renacimiento, el Fénix, símbolo del “Eterno Amor”, del Amor que va más allá de cualquier tiempo-espacio-temporal. Muerte y Vida, la “Esencia del Ser” permanece. Morir y renacer de sus propias cenizas. Morir y renacer, morir y renacer…
Escribo sobre “Aquello” que se expresa sin palabras… El Amor.
El Amor, símbolo de la permanente entrega, símbolo de la aceptación desde el Conocimiento, donde reside la Verdad, y la capacidad de la transmutación alquímica.
Es fácil confundir en nuestros días, Amor con dependencia, Tantra con sexo, Magía con novedad…
Es lo que hay, es el verdadero transcurrir sino de los tiempos, Kali Yuga. Es lo que hay.
Preciosas imagenes, algunas que presentas forman parte del espacio de mis paredes :)
Gracias de nuevo por “provocar” en tus lectores atisbos de Luz en esta época oscura.
(Y hacernos salir del silencio)
Hola malaib,
ResponderEliminarbienvenida de nuevo a este espacio. Muy amable por animarte a salir del silencio y comentar sobre algo que por tus palabras podemos adivinar lo vives de una forma especial. Una satisfacción que el texto de la entrada te resultara estimulante.
Te dejo unas palabras que en clave hermética expresan el "milagro" obrado por Amor.
"Une el cielo a la tierra en el fuego del amor y verás en el centro del firmamento el pájaro de Hermes".
Últimamente estoy enganchada a las novelas de caballerías (contemporánea que es una), precisamente coincide que estoy leyendo a ratos el Amadís de Gaula. Pero no me he podido resistir y he leído este Cligés, en la edición de Alianza. El traductor no comenta nada relacionado con el simbolismo de la historia, ni siquiera el tema de los cuatro colores de las monturas, que es tan evidente… Prefiero la visión que muestras aquí.
ResponderEliminarPues me pillas también enganchado a lecturas sobre novelas de caballería hiniare. Después de leer el capítulo de la obra referida que me anímó a publicar unos fragmentos en esta entrada, continué con el libro "Figuras del destino. Mitos y símbolos de la Europa medieval", de Victoria Cirlot, todo él dedicado al simbolismo de los romans artúricos, que por cierto, estoy ahora redactando sobre él una próxima entrada. Sin duda descubrir el simbolismo que se encuentra en obras de este tipo hace su lectura mucho más interesante y reveladora.
ResponderEliminarSabiendo que te interesa el tema y que eres una gran lectora me permito sugerirte algunos ensayos de los que conservo buen recuerdo, a parte por supuesto del ya referido de Victoria Cirlot (que todavía estoy leyendo). Entre ellos estarían algunos capítulos de "El rey y el cadaver" de Heinrich Zimmer, y algunos capítulos más de "Los mitos en el tiempo", de Joseph Campbell. En ellos se hacen interpretaciones y análisis simbólicos de diferentes obras de caballería medieval, esclarecedor para leer después traducciones de éstas.
Un saludo y nada, a seguir disfrutando de tus "contemporáneas" lecturas...;-)
¡Hola!
ResponderEliminarTengo que hacer un trabajo relacionando las distintas simbologías del fénix hasta llegar a la actual (más que actual todo lo relacionado a "lo hispánico".
He visto al principio de la entrada un comentario a San Juan de la Cruz y no me queda claro de qué es el comentario, por favor si me pudiese resolver la duda...
Estoy aprendiendo muchísimo con el trabajo, me gusta mucho, aunque todavía sigo documentándome y buscándo libros que puedan ser interesantes (el que se cita es muy tentador, pero no se trata de un escritor hispánico, por tanto, no puedo trabajar con él). Es por eso por lo que me interesaría lo de San Juan de la Cruz, al igual que estoy buscando referencias en otros autores como Quevedo, que, si no recuerdo mal, también hacían referencias a este animal. Si me podéis informar de algo sobre el tema, lo agradecería.
Me gustaría finalmente felicitar al autor de este blog por todo el contenido que presenta, ¡¡GRACIAS!!
Saludos, Laura.