Una variante de Rostros de Santo, de Alexej Jawlensky.
La combinación de colores y los ojos cerrados producen un efecto de paz espiritual.
La combinación de colores y los ojos cerrados producen un efecto de paz espiritual.
Así pues, el arte imita a la Naturaleza en su modo operartorio -la Natura naturans, no la Natura naturata-, y en definitiva, por consiguiente, "a Dios mismo en su modo de creación".
Jean Hani, René Guénon y el descubrimiento del arte sagrado.
"La obra de arte (...) es representación de formas invisibles e inteligibles y no imitación de cosas sensibles, pues el verdadero modelo conforme al cual trabaja el artista es una idea que contempla en sí mismo"
René Guénon, Comptes-rendus.
El pintor de origen ruso Alexej von Jawlensky (1867-1941) desarrolló gran parte de su carrera artística en Alemania, donde se implicó estrechamente con su compatriota Wassily Kandinsky y otros artistas alemanes. Con ellos creó en 1909 la Neue Künstlervereinigung de Múnich, y a partir de 1912 se unió al grupo expresionista Der Blaue Reiter (El Jinete Azul). El destino espiritual y artístico de los integrantes de estas asociaciones estuvo marcado por un sentido musical del color y una concepción mística inspirada en la teosofía . En 1917 Jawlensky comenzó su serie de Cabezas místicas, y al año siguiente Cabezas abstractas, donde combina tendencias de arte vanguardista con su fascinación por el icono de la tradición espiritual rusa. Dejo a continuación una selección de esta parte de su obra, a la que acompaño con la narración biográfica escrita por su nieta con algunas de las visicitudes padecidas por este pintor poco conocido.
Fascinado de niño ante un icono dorado de la Virgen, Alexej Jawlensky se dedicó, como si de una religión se tratara, al arte, en cuya liturgia había de corresponder al pintor la misión de "expresar en color su alma". Tema central y obsesivo de su obra fue el rostro humano, repetido hasta el infinito como una moderna huella indeleble de la emoción sentida en su infancia.
El rostro como icono
(fragmentos)
Por
Angélica Jawlensky
(...) En 1911 Kandinsky y Franz Marc fundaron el "Blau Reiter" y las obras de Jawlensky fueron expuestas junto a las suyas, pero en 1912, y a causa de divergencias internas, Jawlensky y los demás artistas abandonaron la "Neue Künstlervereinigung". Entretanto, una increible evolución lleva a Jawlensky a alcanzar entre 1911 y 1912 un primer apogeo estilístico -de hecho sus retratos de aquellos años son poderosos y monumentales-. El artista escribe en sus memorias:
Lola, 1912 |
"Aquel verano (de 1911, pasado en Prevov) significó para mí una gran evolución en mi arte. Allí pinté mis mejores paisajes y las grandes obras figurativas de colores muy fuertes y luminosos, nada naturalistas y dependientes de la especificidad de los materiales. Usé mucho el rojo, el azul, el naranja, el verde y el amarillo. Las formas estaban intensamente contorneadas en azul Prusia y surgían poderosas de un éxtasis interior". El rostro humano fue convirtiéndose en el tema central de su obra: representaba la lucha y también la recíproca compensación entre la polaridad demonio-ángel, bien-mal, sensualidad-espiritualidad.
Eran homenajes a la sensualidad femenina, a la mujer entendida como fuerza natural motriz, como principio activo de la naturaleza. A Jawlensky no le interesaba la dama mundana, la elegante y pura belleza de un rostro patinado o la edulcorada representación de la maternidad, sino la fuerza primordial femenina, la sacerdotisa que nos desvela los misterios del infinito. Para descubrir estas figuras el autor trató de hallarlas en su "extasis interior", no exterior. Y el éxtasis llevaba hacia la experiencia mística.(...)
Tras el estallido de la Guerra Mundial, los rusos tuvieron que abandonar Alemania en el plazo de cuarenta y ocho horas. Para Jawlensky y sus familiares este hecho constituyó un golpe terrible: se vieron forzados a dejar su casa, su taller, sus cuadros, sus amigos y costumbres para recalar, con las cosas que pudieron llevar consigo, en el pueblecito de Saint-Prex, junto al lago de Ginebra. (...)
Escribe en sus memorias: "Al principio quería seguir pintando en Saint-Prex igual que lo hacía en Munich. Pero algo dentro de mí me impedía pintar cuadros sensuales y llenos de color. Mi alma había cambiado por culpa de tanto dolor, y eso me forzaba a encontrar otras formas y colores para expresar lo que conmovía mi alma".
Empezó a leer entonces libros sobre filosofías orientales y la vida de algunos yoguis que su hermano lo había regalado años atrás.
Desgraciadamente ignoramos el título de tales obras. En 1917 comenzó a pintar en Zurich -donde transcurrió un intenso semestre- la serie de las Cabezas Místicas y de los Rostros de Santo. Las primeras son rostros femeninos estilizados, mientras que los segundos son rostros asexuados, ni femeninos ni masculinos. Jawlensky vuelve con ellos al tema del icono, creando su propia versión del icono moderno.
Todo lo vivido hasta aquel entonces, todo lo conocido y leído confluían, en este momento de crisis y también de renovación, en una visión nueva e insólita de la esencia del ser humano. Nuestro artista había conocido en 1909 a Rudolf Steiner, fundador de la antroposofía -cuyas obras había leído-, y estudiado durante varios años filosofía e historia de las religiones, abriéndose mucho a un mundo nuevo para él. Todas estas teorías -especialmente las teosóficas, con su exhortación a la búsqueda de una nueva espiritualidad- hicieron que Jawlensky buscase inspiración en un nivel más profundo de su inconsciente, de su propio yo. Por consiguiente, no fue casual el regreso de la imagen del icono, huella indeleble de su infancia, de esas primeras y grandes emociones experimentadas en relación con el arte. En 1918 el pintor se trasladó con su familia a Ascona, siguió pintando Variaciones, Cabezas Místicas y Rostros de Santo, y creó la primera Cabeza Constructivista, o lo que es lo mismo el cuadro Forma primordial. Comenzó entonces una lectura más geométrica y aún más interiorizada y meditativa del rostro. Los abiertos y enormes ojos de sus obras anteriores se cierran ahora, cubiertos por delicados párpados, convertidos en trazos horizontales de color.
De ellos emana una gran espiritualidad, lograda tras un largo y laborioso peregrinaje interior y un proceso de depuración formal: deduciendo más que abstrayendo, evidenciando las estructuras intrínsecas de la realidad. El orden formal alcanzado se mantiene lo más posible, con variaciones mínimas, aunque concediendo al color una gama de combinaciones y resultados espectaculares. (...)
En 1927 Jawlensky comenzó a advertir los primeros síntomas de la enfermedad que sería causa de su muerte, una artritis deformante: comienza así un penoso calvario lleno de atroces dolores, una parálisis progresiva y costosos e inútiles tratamientos. La enfermedad le obligó a reducir drásticamente el formato de sus cuadros a partir de 1934, cuando comenzó una nueva serie de rostros limitados ya a lo esencial: las Meditaciones. Hasta 1937 pintó casi setecientos de dichos rostros, con un pincel atado a sus agarrotadas manos y sufriendo indeciblemente, pero con una necesidad desesperada de expresarse.
En 1933 dice en una carta a la mecenas y galerista Hanna Bekker vom Rath: "Físicamente soy puro dolor, pero espiritualmente me siento libre y vivo y amo el arte". Jalewsky definió sus meditaciones "diálogos entre Dios y yo" o bien "oraciones a Dios".
El régimen nacionalsocialista lo incluyó en 1933 en la lista de pintores degenerados, prohibiéndole exponer y vender sus obras. En sus cartas no hay ni una sola mención o acusación contra el odiado régimen, limitándose el artista a hablar de su dolor físico y de su inmensa necesidad de espiritualidad, de infinito. Quizá la frase que mejor refleja su exigencia de aunar arte y religiosidad es la siguiente: "El arte es ansia de Dios". Sufrió una parálisis total -aunque estaba perfectamente lúcido de mente- de 1938 a 1941, y murió en 1941 a la edad de setenta y siete años.
Lecturas:
Revista FMR nº 9 de la edición española pgs. 107-130
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Su biografía queda plenamente constatada en la obra que nos presentas: de esos rostros llenos de vida a las últimas manchas oscuras casi sin rasgos, estáticas, sin movilidad.
ResponderEliminarEs realmente conmovedora la historia de este artista -a quién no conocía- y su peregrinaje interior plasmado en su obra.
Un rostro dice y oculta. Un retrato refleja lo que a veces no se ve a simple vista. La pintura de un rostro tiene un valor incalculable. En ella hay mucho del espíritu que la ha plasmado.
¡Brindo por los artistas!! Esos seres capaces de construir mundos impactantes partiendo de su propia interioridad.
¡Gracias por esta entrada Jan!
Me ha gustado mucho.
Abrazo!!
Sí Fedora, esta obra se nos muestra como un testimonio que nos habla con el lenguaje de los colores y las formas del devenir personal y vital de su autor.
ResponderEliminarPodemos descubrir en esas pinturas la transformación interior de su autor, ¿verdad Mabel?, como si se asomara a un espejo donde ver su alma reflejada. En el retrato pintado se pueden plasmar cosas que la cámara fotográfica no es capaz de captar. Bueno, no se que opinarás tú que eres aficionada a la fotografía ;-)
ResponderEliminarUn fuerte abrazo !