lunes, 28 de julio de 2014

Integrar los opuestos

Buch der heiligen Dreifaltigkeit (manuscrito alquímico s. XV)


 Acabo de leer La pasión de la mente occidental de Richard Tarnas y me ha parecido una obra muy recomendable. De forma narrativa, su autor hace a lo largo de 700 páginas un repaso del pensamiento occidental siguiendo la evolución de los cambios más importantes de la cosmovisión en nuestra civilización. Desde los griegos y los hebreos antiguos hasta la era posmoderna, recoje e intenta comprender las grandes ideas y movimientos filosóficos, religiosos y científicos, que a través de los siglos ofrecieron luz al conocimiento del mundo en el que vivimos, para, tomando conciencia de su trayectoria, analizar la época actual y descubrir señales con las que abrirse a una nueva visión. Traslado en esta entrada las últimas palabras con las que concluye su epílogo.


Integrar los opuestos
por
Richard Tarnas


Podrían hacerse muchas generalizaciones acerca de la historia del pensamiento occidental pero, hoy por hoy, tal vez lo que se presenta con evidencia más inmediata sea que, desde el principio hasta el final, se ha tratado de un fenómeno abrumadoramente masculino: Sócrates, Platón, Aristóteles, Pablo, Agustín, Tomás de Aquino, Lutero, Copérnico, Galileo, Bacon, Descartes, Newton, Locke, Hume, Kant, Darwin, Marx, Nietzsche, Freud … La tradición intelectual de Occidente ha sido producida y canonizada casi íntegramente por hombres y se ha inspirado predominantemente en perspectivas masculinas. Está claro que este predominio masculino en la historia intelectual de Occidente no se debe a que las mujeres sean menos inteligentes que los hombres, pero ¿se puede atribuir exclusivamente a las restricciones sociales? Yo pienso que no. Creo que hay en ello algo más profundo: algo arquetípico. La masculinidad de la mentalidad occidental lo ha invadido todo, ha sido fundamental, tanto en hombres como en mujeres, ha afectado todos los aspectos del pensamiento occidental y ha determinado su concepción básica del ser humano y el papel humano en el mundo. Las principales lenguas en que se desarrolló la tradición occidental, desde el griego y el latín, tendieron sin excepción a personificar la especie humana con palabras de género masculino: anthropos, homo, l’homme, man, l’uomo, chelovek, der Mensch, el hombre. Como ha quedado fielmente reflejado en el relato histórico de este libro, siempre ha sido «el hombre» esto y «el hombre» lo otro: «el ascenso del hombre», «la dignidad del hombre», «la relación del hombre con Dios», «el lugar del hombre en el cosmos», «la lucha del hombre con la naturaleza», «la gran conquista del hombre moderno», y así sucesivamente. El «hombre» de la tradición occidental fue un héroe masculino inquisitivo, un rebelde prometeico biológico y metafísico que ha buscado sin cesar la libertad y el progreso, y que se ha esforzado permanentemente por diferenciarse de la matriz de la cual emergió y controlarla. Esta predisposición masculina en la evolución de la mentalidad occidental, aunque en gran medida inconsciente, no sólo ha sido característica de dicha evolución, sino que ha sido, también, esencial a ella.
En efecto, la evolución de la mentalidad occidental ha sido siempre impelida por un impulso heroico a forjar una identidad humana racional y autónoma, separándola de su unidad primordial con la naturaleza. Todas las perspectivas religiosas, científicas y filosóficas fundamentales de la cultura occidental se han visto afectadas por esta decisiva masculinidad, que empezó hace cuatro milenios con las grandes conquistas patriarcales nómadas en Grecia y Oriente Medio a expensas de antiguas culturas matriarcales, y se manifestó en la religión patriarcal de Occidente a partir del judaísmo, en su filosofía racionalista a partir de Grecia y en su ciencia objetivista a partir de la Europa moderna. Todo esto ha servido a la causa de la evolución de la voluntad y el intelecto humanos autónomos: el yo trascendente, el yo individual independiente, el ser humano que se autodetermina en su originalidad, en su separación y en su libertad. Pero para lograr esto, la mentalidad masculina reprimió a la femenina. Esto puede verse en el sojuzgamiento y revisión de las mitologías matrifocales prehelénicas que tuvo lugar en la Grecia antigua, o bien en la negación judeocristiana de la Gran Diosa Madre, o bien en la exaltación que hizo la Ilustración del frío yo racional, consciente de sí y escindido de una naturaleza exterior desencantada. En cualquier caso, la evolución de la mentalidad occidental se ha fundado en la represión de lo femenino, en la represión de la conciencia unitaria indiferenciada, de la participation mystique con la naturaleza, esto es, una progresiva negación del anima mundi, del alma del mundo, de la comunidad del ser, de lo omnipresente, del misterio y la ambigüedad, de la imaginación, la emoción, el instinto, el cuerpo, la naturaleza, la mujer.
Pero esta separación entraña, necesariamente, un anhelo de reunión con lo que se ha perdido, sobre todo después de que la heroica búsqueda masculina ha sido llevada a su extremo unilateral en la conciencia tardomoderna, que en su aislamiento absoluto se ha apropiado de toda la inteligencia consciente del universo (el hombre es un ser consciente e inteligente, el cosmos es ciego y mecanicista, Dios ha muerto). El hombre se enfrenta a la crisis existencial derivada de su condición de ser un yo consciente solitario y mortal arrojado a un universo que, en última instancia, carece de sentido y es incognoscible. Y se enfrenta a la crisis psicológica y biológica derivada de vivir en un mundo modelado de tal manera que corresponde a su cosmovisión; esto es, en un medio artificial de fabricación humana y cada vez más mecanicista, atomizado, sin alma y autodestructivo. La crisis del hombre moderno es esencialmente una crisis masculina, y creo que su resolución ya empieza a advertirse con el tremendo surgimiento de lo femenino en nuestra cultura. Pero este surgimiento no se manifiesta únicamente en el auge del feminismo, en el creciente poder de las mujeres y en la amplia apertura a los valores femeninos por parte tanto de hombres como de mujeres, o en el auge de los estudios y las perspectivas sensibles al género en prácticamente todas las disciplinas intelectuales, sino también en el sentido creciente de unidad con el planeta y con todas las formas de la naturaleza, en la creciente conciencia ecológica y en la reacción cada vez mayor contra las estrategias políticas y corporativas que mantienen la dominación y la explotación del medio, en la solidaridad creciente con el conjunto de la comunidad humana, en el colapso acelerado de antiguas barreras políticas e ideológicas que separan a los pueblos del mundo, en el reconocimiento cada vez más profundo del valor y la necesidad de colaboración, de pluralismo y de conjugación de muchas perspectivas. También se manifiesta en la urgencia por volver a tomar contacto con el cuerpo, las emociones, el inconsciente, la imaginación y la intuición, en el nuevo interés por el misterio del parto y la dignidad de lo maternal, en el creciente reconocimiento de una inteligencia inmanente en la naturaleza, en la popularidad de la teoría Gaia. Se manifiesta en la apreciación cada vez mayor de las perspectivas culturales indígenas y arcaicas, tales como las de los nativos de América o África y los europeos antiguos, en la nueva conciencia de las perspectivas femeninas de lo divino, en la recuperación arqueológica de la tradición de la Diosa y el resurgimiento contemporáneo del culto a la Diosa, en el ascenso de la teología judeocristiana de orientación sofiánica y en la declaración papal de la Assumptio Mariae, en la brusca y espontánea aparición, ampliamente observada, de fenómenos arquetípicos femeninos en sueños individuales y en la psicoterapia. Y también es evidente en la gran oleada de interés en la perspectiva mitológica, en las disciplinas esotéricas, en el misticismo oriental, el chamanismo, la psicología arquetipal y transpersonal, la hermenéutica y otras epistemologías no objetivistas, en teorías científicas del universo holonómico, campos morfogéneticos, estructuras disipativas, teoría del caos, ecología de la mente, universo participativo y un largo etc. Como profetizó Jung, en la psique contemporánea se está produciendo un cambio histórico, una reconciliación entre las dos grandes polaridades, una unión de opuestos: un hieros gamos (matrimonio sagrado) entre lo masculino, dominante durante mucho tiempo, pero ahora alienado, y lo femenino, reprimido durante mucho tiempo, pero ahora en ascenso.
Este dramático desarrollo no es meramente una compensación, un simple retorno de lo reprimido, ya que, a mi entender, fue siempre la meta subyacente a la evolución intelectual y espiritual de Occidente. Pues la pasión más profunda de la mentalidad occidental ha sido la de reunirse con el fundamento de su propio ser. El impulso conductor de la conciencia masculina de Occidente fue su indagación dialéctica no sólo én busca de autorrealización, sino también, en último término, para recuperar su conexión con el todo, para armonizarse con el gran principio femenino de la existencia: diferenciarse de lo femenino, pero luego redescubrirlo y reunirse con él, con el misterio de la vida, la naturaleza y el alma. Esta reunión puede darse ahora en un nivel nuevo y profundamente distinto del de la unidad inconsciente primordial, pues la larga evolución de la conciencia humana ha puesto por fin a ésta en condiciones de abrazar libre y conscientemente el fundamento y la matriz de su propio ser. El telos, la dirección y la meta inherentes al espíritu occidental, ha consistido en volver a conectar con el cosmos en una participation mystique madura, en entregarse a sí mismo, libre y conscientemente, a una unidad mayor que preserva la autonomía humana a la vez que trasciende la alienación humana.
Pero para lograr esta reintegración de lo femenino reprimido, lo masculino debe pasar por un sacrificio, por una muerte del yo. La mente occidental debe tener la voluntad de abrirse a una realidad cuya naturaleza podría hacer añicos sus creencias mejor establecidas acerca de sí misma y del mundo. Éste es precisamente el acto de heroísmo que ha de tener lugar. Ahora es necesario cruzar un umbral que exige un valeroso acto de fe, de imaginación, de confianza en una realidad más amplia y compleja; umbral que, además, exige un acto de auto exploración sin flaqueza alguna. He aquí el gran desafío de nuestra época, el imperativo evolutivo de que lo masculino vea más allá de su hybris y su unilateralidad, que tome conciencia de su sombra inconsciente, que elija entrar en una relación fundamentalmente nueva de mutualidad con lo femenino en todas sus formas. Lo femenino, pues, deja de ser lo que se debe controlar, negar y explotar, para convertirse en lo que se debe plenamente reconocer y respetar, y a lo que se debe dar la palabra; deja de ser lo que no se reconoce como «otro» objetivado, para convertirse en fuente, meta y presencia inmanente.
Éste es el gran reto, aunque creo que se trata de un reto para el cual la mente occidental se ha venido preparando lentamente durante toda su existencia. Creo que el incansable desarrollo interior de Occidente y el incesante ordenamiento masculino de la realidad ha ido llevando poco a poco, en un movimiento dialéctico de inmensa longitud, hacia un matrimonio profundo y en muchos niveles de lo masculino y lo femenino, una reunión triunfal y restauradora. Y a mí me parece que gran parte del conflicto y la confusión de nuestro tiempo es reflejo del hecho de que este drama evolutivo se está aproximando a sus fases culminantes. Nuestra época está produciendo algo fundamentalmente nuevo en la historia humana: somos testigos y protagonistas del trabajo de parto de una nueva realidad, una nueva forma de existencia humana, un «hijo» que es fruto de este gran matrimonio arquetípico y que lleva en su seno todos sus antecedentes, pero en una nueva forma. Por tanto, reafirmaría los ideales que han expresado las perspectivas contraculturales feministas, ecologistas, arcaicas y otras. Pero también quisiera dar mi apoyo a quienes han valorado y sostenido la tradición central de Occidente, pues creo que esta tradición (toda la trayectoria desde los poetas épicos griegos y los profetas hebreos, la larga lucha intelectual y espiritual desde Sócrates y Platón, Pablo y Agustín, a Galileo y Descartes y a Kant y Freud), todo este estupendo proyecto occidental debería considerarse una parte necesaria y noble de una gran dialéctica, y no ser rechazado simplemente como una confabulación imperialista-chauvinista. No sólo esta tradición ha preparado arduamente el camino para su autotrascendencia, sino que posee recursos, dejados atrás y olvidados por su propio avance prometeico que apenas hemos comenzado a integrar (paradójicamente, sólo la apertura a lo femenino nos permitirá integrarlos). Cada perspectiva, masculina y femenina, es aquí afirmada a la vez que trascendida, reconocida como parte de un todo que la abarca; cada polaridad requiere a la otra para su plena realización. Y su síntesis lleva más allá, pues ofrece una inesperada apertura a una realidad más amplia que no se puede aprehender antes de tiempo, porque esta nueva realidad es, ella misma, un acto creador.
¿Por qué la omnipresente masculinidad de la tradición intelectual y espiritual de Occidente se nos ha hecho de pronto evidente, tras haber permanecido invisible para casi todas las generaciones anteriores? Creo que eso sólo ocurre hoy porque, como sugirió Hegel, una civilización no puede tomar conciencia de sí misma, no puede reconocer su propio significado, hasta que no ha madurado lo suficiente como para aproximarse a su muerte.
Hoy en día estamos viviendo algo que se asemeja mucho a la muerte del hombre moderno, que se asemeja mucho, en verdad, a la muerte del hombre occidental. Tal vez el final del «hombre» esté al alcance de la mano. Pero el hombre no es una meta. El hombre es algo que debe ser superado … y completado, en el abrazo con lo femenino.


Sin título, relieve en estuco policromado sobre tabla
Obra realizada en 2003 por quien edita este blog.



Lecturas:

Richard Tarnas, La pasión de la mente occidental. Atalanta 2008


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miércoles, 16 de julio de 2014

Agartha

John Martin, Pandemonium (1841)


Desde la Antigüedad aparecen relatos que muestran la curiosidad y fascinación ejercida por las ciudades subterranes excabadas por los hombres donde encontraban su modo de vida. Un ejemplo de ello es la descripción que dejó Jenofonte en Anábisis sobre estas construcciones en Anatolia, que aún hoy en día perduran y alcanzan varios niveles de profundidad como las que se pueden visitar en la región de Capadocia. Entre esas ciudades destacó la de Derinkuyu, originariamente con once niveles capaces de albergar entre tres mil y cinco mil personas conectada por túneles con otras ciudades, lugar donde se ocultaron los primeros cristianos huyendo de las persecuciones religiosas, para más tarde servir para protegerse de las incursiones de los musulmanes. 
En base a estas experiencia reales, junto a distintas teorías ocultistas sobre la Tierra hueca, la Atlántida, Hiperborea y Lemuria, asi como a leyendas de la India donde aparece la mítica Shambala, surgió en el siglo XIX de la mano de algunos escritores el mito de una inmensa extensión desplegada bajo la superficie terrestre denominada Agartha. Auténtico país construido a base de ciudades conectadas entre sí, todo un mundo subterráneo depositario de conocimientos extraordinarios donde de forma oculta se dirige el destino del planeta albergando en lo más recóndito al poseedor del poder supremo, esto es, al Rey del Mundo.
Entre los libros de gran éxito en su época donde se hace referencia a Agartha, recojo algunos analizados por Umberto Eco acompañados con algunos de sus fragmentos. Como veremos, René Guénon también se hizo eco del mito otorgándole un sentido simbólico.



Agartha y Shambala
(fragmentos)
por
Umberto Eco

  (...) El nombre de Agartha apareció por primera vez en la obra de un curioso personaje, Louis Jacolliot, autor de libros de aventuras del estilo de Verne o Salgari, pero más famoso en su época por su extensa obra sobre la civilización india. En Le spiritusme dans le monde (1875) buscaba las raíces indias del ocultismo occidental, y no debió de costarle mucho porque la mayoría de los ocultistas de su época se remitía en gran medida a auténticos o falsos mitos orientales. Jacolliot hacia referencia a un texto sanscrito desconocido para los expertos, Agrouchada-Parikchai, una especie de cóctel que quizá él mismo había reunido a base de pasajes tomados de los Upanishad y de otros textos sagrados, a los que añadió algunos elementos de la tradición masónica occidental. Afirmaba que en unas tablillas sánscritas (nunca especificadas) se hablaba de una tierra llamada Rutas, que había sido tragada por las aguas del océano Índico; aunque luego hablaba del Pacífico y la identificaba con la Atlántida, que debería haber estado en el océano Atlántico, pero como ya hemos visto la Atlántida había sido imaginada un poco en todas partes. Por último, en Les fils de Dieu (1873 o 1871) Jacolliot describía "Asgartha" como un inmenso subterráneo en el subcontinente índio, ciudad del gran sacerdote de los brahmanes.

"El brahman vivía invisible entre sus mujeres y sus favoritas en un inmenso palacio. Sus órdenes a los sacerdotes y a los gobernadores de provincias, a los brahmanes y a los aryas de todos los órdenes, eran transmitidos por medio de mensajeros que llevaban brazaletes de plata grabados con sus armas.
Cuando estos oficiales pasaban por las ciudades y los campos, montados en sus monstruosos elefantes blancos, vestidos de seda adornada con oro, y precedidos de gente corriendo que anunciaba su presencia al grito de "¡ahovata!, ¡ahovata!", el pueblo se arrodillaba al borde de los caminos y no alzaba la cabeza hasta que el cortejo había desaparecido (...)
Los servicios de este representante de dios en la tierra iban más allá de lo que se podría imaginar, y las descripciones que los brahmanes nos han dejadon del palacio de Asgharta superan en mucho las maravillas de Tebas, de Menfis, de Ninive y de Babilonia, que por otra parte no eran más que un débil eco de sus antepasados hindús.
Por último, los fundadores del cristianismo, tras haber copiado del brahmanismo la Trinidad y sus misterios, los nombres y las aventuras de sus encarnaciones, la Virgen madre y, como veremos, el óleo santo y el fuego del altar, el agua bendita y otras ceremonias, quisieron subrayar todavía más su afiliación llevando hasta el extremo el servilismo de su copia.
Después de haber convertido a Ieseus Christa en su Jesucristo y a la virgen Dvanaguy en la virgen María, se inspiraron en el brahmanismo para la figura de su Papa."  (Louis Jacolliot, Les fils de Dieu.)

(...) Cuando Saint-Yves escribe Mission de L'Inde, cuenta que ha recibido la visita de un misterioso afgano, Hadji Scharipf, que no podía ser afgano porque el nombre era típicamente albanés (y la única fotografía que conservamos nos lo muestra vestido con un traje de opereta balcánica); este personaje le habría revelado el secreto de Agartha, la Que no se puede Encontrar.
Como afirmaba también Jacolliot, que tal vez había inspirado a Saint-Yves, en Agartha hay ciudades subterráneas, y
gobiernan el reino cinco mil sabios o pundit

John Martin

La cúpula central de Agartha está iluminada desde lo alto por una suerte de "espejos que permiten el paso de la luz solo a través de la gama enarmónica de los colores, de la que el espectro solar de nuestros tratados de física apenas representa la diatónica". Los sabios de Agartha estudian todas las lenguas sagradas del mundo para llegar a la lengua universal, el vattan. Cuando abordan misterios demasiado profundos se separan del suelo y levitan hacia lo alto, y se fracturarían el cráneo contra la bóveda de la cúpula si sus hermanos no lo retuviesen. Esos sabios fabrican los "rayos, orientan las corrientes cíclicas de los fluidos interpolares e intertropicales, las derivaciones de las interferencias de las distintas  zonas de latitud y longitud de la Tierra", seleccionan las especies y crean animales pequeños pero con capacidades psíquicas extraordinarias, que tienen espalda de tortuga y una cruz amarilla sobre ella, y un ojo y una boca en cada extremidad. Aparece por primera vez la idea de una mente dirigente, y sin duda Saint-Yves recibió la influencia de las doctrinas masónicas que reconocían la existencia de unos superiores desconocidos en la base de todos los derechos históricos pasados y futuros. Es posible que parte de la inspiración de Saint-Yves proviniera de textos orientales que describen el reino de Shambala, aunque para muchos ocultistas la relaciones entre Agartha y Shambala son muy confusas. En muchos mapas que son fruto de la fantasía de los defensores de la Tierra hueca, Shambala sería una ciudad que surge en el continente subterráneo Agartha.


¿Dónde está Agartha? ¿En qué lugar preciso se encuentra? ¿Por qué caminos hay que andar, y qué pueblos hay que atravesar para llegar hasta allí? (...)
En la superficie y en las entrañas de la Tierra la extensión real de Agartha desafía la opresión y la coacción de la profanación y de la violencia.
Sin hablar de América, cuyo subsuelo ignorado le ha pertenecido  desde la más remota antigüedad, tan solo en Asia, cerca de quinientos millones de hombres conocen más o menos su existencia y su extensión.
Pero no se hallará ni un solo traidor entre ellos que indique la situación precisa en que se encuentran su Consejo de Dios y su consejo de los Dioses, su cabeza pontificial y su corazón jurídico. (...)
El territorio sagrado de Agartha es independiente, organizado sinárquicamente y compuesto por una población que se eleva a una cifra de casi veinte millones de almas. (...)
Desde ciclos de siglos, cada año, tan solo algunos de los iniciados de alto grado y que solo poseen el secreto de algunas de las regiones, saben el auténtico objetivo de ciertos trabajos, y están obligados a pasar tres años grabando en tablillas de piedra, con caracteres desconocidos, todos los hechos que interesan a las cuatro jerarquías de las ciencias que constituyen el cuerpo total del conocimiento.
Cada uno de estos sabios realiza su trabajo en la soledad, lejos de toda luz visible, bajo las ciudades, bajo los desiertos, bajo las llanuras y bajo las montañas.
Que el lector intente imaginar un colosal tablero de ajedrez extendiéndose bajo tierra a casi todas las regiones del planeta. En cada una de las casillas se encuentran los acontecimientos importantes de la humanidad, en algunas casillas las enciclopedias seculares y las milenarias, en otras por último, las de los yougs menores y mayores. (...)
Mediante los trabajos que ellos realizan, por orden de las potencias cósmicas, el subsuelo nos ofrece ríos subterráneos de metaloides y de metales que nos son necesarios, los volcanes protegen nuestro planeta de las explosiones y cataclismos, y se regula el régimen de nuestros ríos en valles y montañas.
Son también ellos quienes preparan los rayos, retienen bajo tierra las corrientes cíclicas de los fluidos interpolares e intertropicales, así como sus derivaciones interferenciales en las zonas de latitudes y longitudes diferentes a las de la Tierra. (...)
Estos pueblos son los autóctonos del fuego central, son los mismos que visitó Nuestro Señor Jesucristo antes de subir al Sol, para que la redención lo purificase todo, incluso los instintos ígneos de los que se eleva aquí abajo la jerarquía visible de los seres y de las cosas. (...)
Penetremos en este tabernáculo, vayamos a ver al brahatmah, prototipo de los abrámidas de Caldea, de los Melquisedec de Salem y de los Hierofantes de Tebas y de Menfis, de Sais y de Amón. (...)
Excepto los más altos iniciados nadie ha visto jamás cara a cara al soberano pontífice de Agartha. (...)
Es un anciano, descendiente de la bella raza etíope, de tipo caucásico, que después de la roja, y antes de la blanca, sostuvo tiempo atrás el cetro del gobierno general de la Tierra, y talló en todas las montañas esas ciudades y los prodigiosos edificios que encontramos en todas partes, desde Etiopía hasta Egipto, desde las Indias hasta el Cáucaso. (Saint-Yves, Misión en la India)

John Martin

(...) Con bastante retraso con respecto a Sain-Yves, Ferdinand Ossendowski, un aventurero polaco que había viajado a través de Asia central, publicó un libro que alcanzaría un gran éxito, Bestias, hombres, dioses (1923), donde el autor dice que ha sabido por lo mongoles que Agarthi, como la llamaba él, debía situarse debajo de Mongolia, pero el reino se extendía a todos los pasajes subterráneos existentes en el mundo, contaba con millones de súbditos y estaba gobernado por un Rey del Mundo.
En el libro de Ossendowski encontramos muchas páginas que parecen tomadas de Saint-Yves, lo que permitiría al crítico de buen criterio hablar de plagio

"Este reino se llama Agartha y se desarrolla a través de una red de galerías subterráneas que se extiende por el mundo entero. He oido a un sabio lama decir en China al Bogdo Kan que todas las cavernas subterráneas de América están habitadas por el pueblo antiguo que desapareció en el subsuelo. Aún se encuentran huellas suyas en la superficie del país. Estos pueblos y tierras subterráneas están gobernados por soberanos que deben obediencia al Rey del Mundo. (Ferdinand Ossendowski, Bestias hombres y dioses)

Pero los fieles del mito, entre los que se encuentra René Guénon, uno de los más notables pensadores contemporáneos de la tradición, creen que Ossendowski era sincero cuando afirmaba no haber leído nunca a Saint-Yves, y la prueba de su sinceridad sería que la primera edición de Missión de l'Inde (1886) había sido destruida y solo habían sobrevivido dos ejemplares. Lo que no tiene en cuenta Guénon es que la obra fue reimpresa póstumamente por Dorbon en 1910 y, por tanto, Ossendowski habría podido conocerla.
Pero Guénon tendía a considerar a Ossendowski una autoridad indiscutible porque hablaba del Rey del Mundo, al que Guénon proporcionó más fama aún con El rey del mundo (1925). En cualquier caso, a Guénon no le preocupaba demasiado que Agartha existiese físicamente o solo fuese un símbolo, porque se remontaba a mitos interpolares, para los que realeza y sacerdocio debían estar estrechamente unidos (y obviamente una de las tragedias  de nuestro tiempo, el oscuro Kali Yuga, era haber destruido esta unidad). Para Guénon, el título de Rey del Mundo "entendido en su apreciación más elevada (...) es atribuido propiamente a Manu, el legislador primitivo y universal cuyo nombre se encuenta, en formas diversas, en muchos pueblos antiguos".

"Del testimonio concordante de todas las tradiciones se desprende claramente la siguiente conclusión: Existe una 'Tierra Santa' por excelencia, prototipo de todas las demás 'Tierras Santas', centro espiritual al que todos los demás centros están subordinados. La 'Tierra Santa' es también la 'Tierra de los Santos', la 'Tierra de los Bienaventurados', la 'Tierra de los Vivos', la 'Tierra de la Inmortalidad'; todas estas expresiones son equivalentes, y es necesario agregar además la de 'Tierra Pura', que Platón aplica a la 'morada de los Bienventurados'.
Esta morada se sitúa habitualmente en un 'mundo invisible'; pero, si se quiere comprender de qué se trata, no hay que olvidar que ocurre lo mismo con las 'jerarquías espirituales' de que hablan todas las tradiciones, y que representan en realidad grados de iniciación.
En el período actual de nuestro ciclo terrestre, es decir, en el Kali-Yuga, esta 'Tierra Santa' defendida por 'guardianes' que la ocultan  a las miradas profanas asegurando no obstante algunas relaciones exteriores es en efecto invisible, inaccesible, pero solo para aquellos que no poseen las cualificaciones requeridas para penetrar en ella. Ahora bien, su localización en una región determinada, ¿debe considerarse literalmente efectiva, o solo simbólica, o es a la vez lo uno y lo otro? A esta cuestión, responderemos que, para nosotros, los hechos geográficos mismos y también los hechos históricos tienen, como todos los demás, un valor simbólico, que por lo demás, evidentemente, no les quita nada de su realidad propia en tanto que hechos, sino que les confiere, además de esta realidad inmediata, una significación superior. (René Guénon, El rey del mundo)

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Para concluir, transcribo a continuación un fragmento del texto que Joscelyn Godwin dedico a Agartha en su obra El mito polar, donde hace referencia a un caso de acusado delirio (al parecer potenciado por la ciega creencia en el mito de Agartha) padecido por una mujer frecuentadora de los ambientes ocultistas y esotéricos en la Francia de principios del siglo XX.

Un Brahmata en Charenton
por
Joscelyn Godwin


Hay otros desarrollos del mito de Agartha que suscitan más piedad que terror. Está, por ejemplo, la historia de Madeleine V., nacida en 1889 en una acomodada familia francesa. Como muchos visionarios, experimentó visitaciones angélicas ya a los siete años de edad. Después del matrimonio, la maternidad y la muerte de su marido, se entregó con fervor al misticismo católico. Hacia 1930 supo de la existencia de René Guénon y su círculo, leyó todos sus libros y entabló correspondencia con Marcel Clavelle (o Jean Reyor), el representante de Guénon en Francia tras su mudanza a El Cairo. Después de intercambiar como un millar de cartas, Clavelle puso fin a su relación, tras lo cual, en 1937, Madelene se fue a Roma a ver al Papa. Frustrada por no haber obtenido una audiencia con él, se dirigió directamente a Dios y fue recompensada con una visión interior del Espíritu Santo en forma de paloma que voló desde su cabeza. Una voz llamó: "Roi du monde, Roi du Monde", y en esa visión apareció el sumo pontífice, que le invistió con el Arca de la Alianza como señor del Mundo.
De regreso a Francia, creyendo que había alcanzado lo que Guénon llamaba la "suprema identidad" o "liberación", volvió a verse con Clavelle, que la inició en la Orden del Divino Paracleto en 1938. En 1942 llevó a cabo un ritual por su hijo moribundo, aboliendo así la distinción entre ambos: a partir de entonces, fue andrógina. Poco más se sabe hasta su reclusión como enferma mental en 1951, salvo que dio conferencias, publicó poemas y se gastó el capital que había heredado. Acto seguido comenzó el primer año de la Era Brahmánica, que ella estableció en el manicomio de Charenton como "La divina Brahmatma", imaginándose a Guénon como el Mahatma a su derecha y a su esposo Pierre a la izquierda. Su internamiento lo consideraba el resultado de un complot masónico; a sus ojos, no reducía su influencia en lo más mínimo, pues ella dirigía la sociedad secreta "Agartha 8" y el frente de Acción Brahmánica, con sus 15 millones de miembros en Francia. Concediendo audiencias como una grande dame en su cuarto, decorado como la caseta de una adivina, y ataviada con una tiara de papel dorado, elaboró sus grandes planes para el gobierno del mundo. Cuando los estudiantes marcharon sobre los Campos Eliseos en mayo de 1968, creyó que era una manifestación de su propio grupo, y que los planes para erigir una estatua suya en la plaza Victor Hugo acababan de ser frustradas por sus oponentes. Siempre atenta a las noticias, se mantenía al día de los acontecimientos mundiales y escribía constantemente: tratados simbólicos, cartas a las Naciones Unidas y a las autoridades, planes para la unión de las religiones, etcétera. Cada dos semanas, sus hijos se la llevaban a un restaurante.
La historia de Madeleine, relatada en la tesis doctoral del doctor Jean François Allilaire, puede leerse como un cuento aleccionador; pero ¿para quien? Sus creencias e intereses están a un dedo de distancia de los de Saint-Yves d'Alveydre: comparten el misticismo católico, el mito agártico, la participación política o el tema del alma gemela. El sentimiento de Madeleine de identidad suprema y de felicidad general no son cuestionados por el doctor Allilaire; sin embargo, se le clasifica como loca, mientras que Saint-Yves era sólo un excéntrico. ¿Y qué hay de Guénon, cuyos textos plantaron las semillas del delirio en una mente que ya era sensible? ¿No creía también él en el Rey del Mundo y en el carácter único de su propia misión, que brindaba lo que su biógrafo Jean Robin llamó "la última oportunidad de Occidente" antes del final del ciclo?


Lecturas:

Umbero Eco, Historia de las tierras y los lugares legendarios. Lumen 2013

Joscelyn Godwin, El mito polar. Atalanta

René Guénon, El Rey del Mundo. Paidós 2003

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lunes, 7 de julio de 2014

Enigmas


Giorgio De Chirico, Canción de amor (1914)



 "A fin de cuentas, quizás el mundo sea espléndido, a menudo es atroz, pero sobretodo enigmático"

Pierre Hadot, El instante (Ejercicios espirituales y filosofía antigua)


«Bello, como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección».

Conde de Lautremont, Los Cantos de Maldoror


La presencia de la arquitectura en la enigmática obra de Giorgio De Chirico es analizada en un interesante ensayo por el catedrático de estética Marchán Fiz.


 Contaminaciones figurativas
(fragmentos)
por
Simón Marchán Fiz
(Escuela de Arquitectura de Valladolid)


A no dudarlo, De Chirico nos ha deparado el universo más inédito e inquietante de la pintura de la arquitectura en el presente siglo. Parece como si sus obras nos sorprendieran con una suerte de revelación refulgente que tanto nos transporta hacia imaginarios escenarios perdidos en la lejanía de la protohistoria como nos ilumina con sus reverberaciones modernas. (...)

Las musas inquietantes (1917)

Desde luego, las imágenes de la arquitectura son incorporadas a su pintura como si fuera una obsesión: "En la construcción de la ciudad, en la forma arquitectónica de las casas, los jardines y los paisajes públicos, de los puentes y estaciones ferroviarias etc.., residen los primeros fundamentos de una gran estética metafísica". Aunque se trata de una tardía confesión, si atendemos a la fecha de sus primeras obras, es meridiano que trasluce las ambiciones que subyacen a su época de Florencia, pasando por Turín y París, hasta las que encontramos en el período de Ferrara. Metafísica de la pintura que, ya sea inundada por el gran mediodía o bañada por una bella tarde otoñal, moldea por igual un pórtico griego, las soberbias y austeras arcadas de las plazas italianas o las agitadas, incluso desde la ausencia, ciudades modernas. (...)

Plaza de Italia (1962)


Enigma y revelaciones en las "piazze"

 "En una límpida tarde otoñal estaba sentado sobre un banco en la Plaza de la Santa Croce de Florencia. Naturalmente no era la primera vez que veía aquella plaza. Acababa de salir de una larga y dolorosa enfermedad intestinal y me encontraba en un estado de mórbida sensibilidad... Entonces tuve la extraña impresión de contemplar aquellas casas por primera vez, y la composición del cuadro se reveló al ojo de mi mente. Cada vez que contemplo esta pintura reviví este momento; el momento, por tanto, es un enigma para mí, ya que es inexplicable. Me agrada llamar también enigma a la obra resultante". (De Chirico, "Meditaciones de un pintor")

Esta extensa cita no sólo narra la génesis de un cuadro, de paradero desconocido, como es el Enigma de una tarde de otoño, sino que traza algunas pistas sobre el estado de ánimo que late en sus pinturas de la arquitectura. (...)

 El enigma de una tarde de otoño (1910)

La contempalción de la plaza florentina provoca una extraña visión, como si fuera la primera vez. Si bien no se borran por completo las semejanzas, en ella no advertimos las huellas de una imitación al modo tradicional, y cualquier referencia a la realidad se transmuta un tanto extraña, como si se hubieran violado las relaciones habituales entre los seres y se traspasaran los umbrales de otra realidad. Una segunda realidad, en efecto, que parece instaurar unas similitudes como las que se delatan entre la imagen de una persona que vemos en sueños y su figura real en la vigilia. De alguna manera, estas plazas y calles bien pudieran encarnar, gracias a los procedimientos pictóricos, aquellas "revelaciones" imprevistas y repentinas con que nos aleccionara el Schopenhauer del Parerga y Paralipomena o el Nietzsche del Ecce homo y Así habló Zaratrusta. No en vano, la impronta de los motivos nietzscheanos es recurrentes en su pintura tanto a través del clima que se respiraba en Italia a primeros de siglo como  gracias a la familiaridad del pintor con sus escritos. (...)
De Chirico como su admirado Niertzsche, se siente seducido por las plazas bien proporcionadas, con estatuas severas y solemnes colocadas sobre los bajos pedestales, y ante todo, por los pórticos y las arcadas, signos todos ellos del alfabeto metafísico que, bajo el influjo de la metafísica geométrica elaborada por el vienés O. Weininger, encierra para él grandes dolores y alegrías, deviniendo símbolos de una realidad superior y arcano de los enigmas. (...)


Enigma de un día (1914) 


Yo camino entre los hombres como entre los fragmentos del futuro: de aquel futuro que yo contemplo. Y todos mis pensamientos y deseos tienden a pensar y reunir lo que es fragmento y enigma y espantoso azar. ¡Y cómo soportaría yo ser hombre si el hombre no fuese también poeta y adivinador de enigmas y el redentor del azar! (Nietzsche, Ecce homo)

El carácter enigmático de estas arquitecturas pintadas propicia el abandono de las significaciones habituales de los objetos y los espacios, de las estaciones del año o las horas del día, de las épocas históricas, hasta llegar a defender que "todo lo que existe debe ser pintado como un enigma... Era preciso, más bien, penetrar en el misterio de las cosas generalmente consideradas como insignificantes. Percibir el carácter enigmático de ciertos fenómenos o seres... Vivir en el mundo como en un inmenso museo de curiosidades" (De Chirico, Las revelaciones). Deténgámonos en algunas de estas sensaciones misteriosas y enigmáticas, bañadas ya por el sentir moderno.
Llama la atención, en primer lugar, cómo la vivencia de lo clásico palpita en ciertas cualidades plásticas, sobre todo en la inmovilidad y la suspensión de la temporalidad, en la que un instante cualquiera del mediodía todo ha quedado paralizado, desborda la connatural atemporalidad de la arquitectura clásica como metáfora de lo permanente para trasladarnos a una conciencia moderna del espacio y del tiempo. A fuerza de enfatizar variantes clásicas, traspasamos los umbrales de un universo imaginario, situado en ningún lugar a no ser en el propio espacio pictórico, que guarda un indudable parentesco con la percepción moderna de las heterotopías. Parece en efecto, como si estas plazas de De Chirico estuvieran enclavadas en un espacio imaginario que se ubicara entre la protohistoria clásica y el "futuro que yo contemplo" del artista como adivinador  de enigmas y redentor del azar.
Espacios suspendidos e inmovilizados, arquitecturas sin tiempo, enigmas y redenciones del azar, que se ven reforzadas por algunas convenciones icónicas presentes en muchas de sus obras. (...)

 La torre roja (1914)

Por otra parte, este clima creado por la sombra de sus enigmas, por los espectros y sus presagios, se ve intensificado en obras tan significativas como la Estación de Montparnasse o Misterio y melancolía de una calle por las largas calles, las cuales no sólo parecen devenir metáforas de un instante congelado, que tanto corre hacia atrás como arrastra tras sí todas las cosas venideras, sino del eterno retorno de lo idéntico que Nietzsche vislumbrara desde La gaya ciencia. De cualquier manera estas plazas vacías y silentes, estas largas calles inquietantes no parecen haberse concebido para naturaleza vivente alguna, algo por otro lado, confirmado por unas arquitecturas que encuadran el acontecimiento cual si fueran fachadas vacías detrás de las cuales no habita nadie.

 Misterio y melancolía de una calle (1914)


No menos intrigante resulta un motivo como el reloj. Un reloj por cierto, bloqueado o parado a una determinada hora, aproximadamente entre la una y media y las tres de la tarde. Entre los numerosos ejemplos, bastenos citar La conquista del filósofo, una obra que bien pudiera encarnar la síntesis de abundantes motivos antiguos y modernos. Desde luego, la imagen del reloj puede leerse asimismo como una metáfora del instante, de la suspensión de toda temporalidad en una provocadora inmovilidad, pero, por encima de ello, se relaciona con el "gran mediodía", con la Stunde des Mittags del Ecce homo y Así hablo Zaratrusta, con el instante de la suprema autognosis y del eterno retorno de lo mismo, con la identidad entre el sujeto y el objeto como mera inmediatez, con aquel momento de suprema perfección en el que se excitan las fuerzas creadoras.
Gran mediodía con el que se relacionan casi todas las piazze de De Chirico. Suspensión del tiempo, enigma de la hora, incertidumbre del destino, con las que conviven las estaciones y los trenes inmovilizados. Inmovilidad, radicalmente opuesta a cualquier vestigio de dinamismo futurista, que, desde un envolvente "extrañamiento" artístico, baña asimismo a motivos exclusivamente modernos como El sueño transformado o El viaje angustioso o ansioso.


 El enigma del filósofo (1914)


La angustia flotante de lo "unheilimch" (lo siniestro)

En alguna oportunidad el escritor G. Papini aludió al "terrible misterio" de las plazas de De Chirico, sobre todo aquellas en las que la figura humana y las ambiguas estatuas son sustituidas por las máscaras, los enigmáticos maniquíes u otros objetos mecánicos propios de la civilización técnica. Baste mencionar Las máscaras (1915), Il duetto (1915), El profeta (1915), El Gran metafísico (1917), todas ellas en el MOMA de Nueva York, etc.


El gran metafísico (1917)


Ahondando en esta presunción, en años recientes se ha resaltado el parentesco que invadiera nada menos que al propio Freud al "recorrer en una cálida tarde de verano las calles desiertas y desconocidas de una pequeña ciudad italiana" y retornar involuntariamente al mismo lugar. Sorprendente paraleismo, posiblemente forzado, susceptible sin embargo, de suscitar en ambas situaciones aquella turbación psíquica que el psicoanálisista desvelara en ciertas escenas familiares que se tornan irreconciliables y extrañas. Turbación que definiera como "unhemlich", término que, no sé si con demasiada fortuna, suele verterse como lo siniestro, como "aquella suerte de espantoso que afecta a las cosas más conocidas y familiares desde tiempo atrás". (...)
En realidad, sospecho que en la mayoría de estas pinturas lo "unheimlich" se asocia preferentemente con algunas modalidades de angustia. Más en concreto, los enigmas, silencios y soledades que no pueden por menos que evocar aquello que el propio Freud definiera como "una angustia flotante", "angustia de espera" o "espera ansiosa", expresiones casi coincidentes con títulos varios de De Chirico. Se trata de una angustia que está referida tan sólo a un estado anímico envolvente, haciendo abstracción de la fijación en un objeto concreto o, en todo caso, dispuesta a adherirse al contenido de la primera representación adecuada.

El enigma del oráculo (1910)


 Acorde con la veta romántica de De Chirico, las plazas traslucen sentimientos sombríos que, aun sin derivar a presagios de desdicha o sin alcanzar las intensidades emocionales de la neurosis de la angustia, barruntan ciertos síntomas de neurosis modernas o, al menos, formas angustiosas adheridas a los viajes, la soledad, la agorafobia, etc. Incluso en ocasiones, pueden bordear algunas figuras de lo siniestro, en la acepción de lo espantoso, ya mencionado por el mismo Freud: calles desiertas, estauas o espectros a medio camino entre lo orgánico y lo petrificado, ciertos miembros separados como las manos y, sobre todo, las máscaras y maniquíes de la época de Ferrara, objetos sin vida, pero de alguna manera animados. Figuras apuradas de lo siniestro que poblarán aún más los escenarios surreales de la "nueva objetividad".

 Máscaras (1926)


"Para llegar a ser verdaderamente inmortal, una obra de arte debe escapar a todos los límites humanos: sólo le saldrán al paso la lógica y el sentido común. Pero una vez rotas esta barreras, penetrará en las regiones de la visión infantil y del ensueño" (De Chirico)

Sin duda, las apariciones espectrales de los objetos y las arquitecturas en el escenario urbano desencadenan un potencial metafísico y poético que las aproxima a lo maravilloso. A partir de lo aparentemente familiar, asistimos a un  desbordamiento de lo vivido por lo soñado, a un intercambio entre el sueño y la vigilia. No es fortuito, desde la óptica de De Chirico, que la infancia y el sueño sean ensalzados como como la prueba más contundente de la realidad "metafísica", como condiciones para la afloración de lo maravilloso, reino en donde es posible alterar o "desplazar" las relaciones conocidas entre los objetos y contemplarlos bajo otra lógica: la del encuentro casual de realidades extrañas situadas en un mismo plano, en una realidad superior de ciertas formas descuidadas de asociación. No es de extrañar, pues, que su obra pronto comience a ser leída desde la omnipotencia del sueño y el juego desinteresado del pensamiento, como se puntualizara en el primer Manifiesto del surrealismo (1924).

Nostalgia del infinito (1913)


Lecturas:

Simón Marchán Fiz, Contaminaciones figurativas. Alianza Editorial 1986