lunes, 7 de julio de 2014

Enigmas


Giorgio De Chirico, Canción de amor (1914)



 "A fin de cuentas, quizás el mundo sea espléndido, a menudo es atroz, pero sobretodo enigmático"

Pierre Hadot, El instante (Ejercicios espirituales y filosofía antigua)


«Bello, como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección».

Conde de Lautremont, Los Cantos de Maldoror


La presencia de la arquitectura en la enigmática obra de Giorgio De Chirico es analizada en un interesante ensayo por el catedrático de estética Marchán Fiz.


 Contaminaciones figurativas
(fragmentos)
por
Simón Marchán Fiz
(Escuela de Arquitectura de Valladolid)


A no dudarlo, De Chirico nos ha deparado el universo más inédito e inquietante de la pintura de la arquitectura en el presente siglo. Parece como si sus obras nos sorprendieran con una suerte de revelación refulgente que tanto nos transporta hacia imaginarios escenarios perdidos en la lejanía de la protohistoria como nos ilumina con sus reverberaciones modernas. (...)

Las musas inquietantes (1917)

Desde luego, las imágenes de la arquitectura son incorporadas a su pintura como si fuera una obsesión: "En la construcción de la ciudad, en la forma arquitectónica de las casas, los jardines y los paisajes públicos, de los puentes y estaciones ferroviarias etc.., residen los primeros fundamentos de una gran estética metafísica". Aunque se trata de una tardía confesión, si atendemos a la fecha de sus primeras obras, es meridiano que trasluce las ambiciones que subyacen a su época de Florencia, pasando por Turín y París, hasta las que encontramos en el período de Ferrara. Metafísica de la pintura que, ya sea inundada por el gran mediodía o bañada por una bella tarde otoñal, moldea por igual un pórtico griego, las soberbias y austeras arcadas de las plazas italianas o las agitadas, incluso desde la ausencia, ciudades modernas. (...)

Plaza de Italia (1962)


Enigma y revelaciones en las "piazze"

 "En una límpida tarde otoñal estaba sentado sobre un banco en la Plaza de la Santa Croce de Florencia. Naturalmente no era la primera vez que veía aquella plaza. Acababa de salir de una larga y dolorosa enfermedad intestinal y me encontraba en un estado de mórbida sensibilidad... Entonces tuve la extraña impresión de contemplar aquellas casas por primera vez, y la composición del cuadro se reveló al ojo de mi mente. Cada vez que contemplo esta pintura reviví este momento; el momento, por tanto, es un enigma para mí, ya que es inexplicable. Me agrada llamar también enigma a la obra resultante". (De Chirico, "Meditaciones de un pintor")

Esta extensa cita no sólo narra la génesis de un cuadro, de paradero desconocido, como es el Enigma de una tarde de otoño, sino que traza algunas pistas sobre el estado de ánimo que late en sus pinturas de la arquitectura. (...)

 El enigma de una tarde de otoño (1910)

La contempalción de la plaza florentina provoca una extraña visión, como si fuera la primera vez. Si bien no se borran por completo las semejanzas, en ella no advertimos las huellas de una imitación al modo tradicional, y cualquier referencia a la realidad se transmuta un tanto extraña, como si se hubieran violado las relaciones habituales entre los seres y se traspasaran los umbrales de otra realidad. Una segunda realidad, en efecto, que parece instaurar unas similitudes como las que se delatan entre la imagen de una persona que vemos en sueños y su figura real en la vigilia. De alguna manera, estas plazas y calles bien pudieran encarnar, gracias a los procedimientos pictóricos, aquellas "revelaciones" imprevistas y repentinas con que nos aleccionara el Schopenhauer del Parerga y Paralipomena o el Nietzsche del Ecce homo y Así habló Zaratrusta. No en vano, la impronta de los motivos nietzscheanos es recurrentes en su pintura tanto a través del clima que se respiraba en Italia a primeros de siglo como  gracias a la familiaridad del pintor con sus escritos. (...)
De Chirico como su admirado Niertzsche, se siente seducido por las plazas bien proporcionadas, con estatuas severas y solemnes colocadas sobre los bajos pedestales, y ante todo, por los pórticos y las arcadas, signos todos ellos del alfabeto metafísico que, bajo el influjo de la metafísica geométrica elaborada por el vienés O. Weininger, encierra para él grandes dolores y alegrías, deviniendo símbolos de una realidad superior y arcano de los enigmas. (...)


Enigma de un día (1914) 


Yo camino entre los hombres como entre los fragmentos del futuro: de aquel futuro que yo contemplo. Y todos mis pensamientos y deseos tienden a pensar y reunir lo que es fragmento y enigma y espantoso azar. ¡Y cómo soportaría yo ser hombre si el hombre no fuese también poeta y adivinador de enigmas y el redentor del azar! (Nietzsche, Ecce homo)

El carácter enigmático de estas arquitecturas pintadas propicia el abandono de las significaciones habituales de los objetos y los espacios, de las estaciones del año o las horas del día, de las épocas históricas, hasta llegar a defender que "todo lo que existe debe ser pintado como un enigma... Era preciso, más bien, penetrar en el misterio de las cosas generalmente consideradas como insignificantes. Percibir el carácter enigmático de ciertos fenómenos o seres... Vivir en el mundo como en un inmenso museo de curiosidades" (De Chirico, Las revelaciones). Deténgámonos en algunas de estas sensaciones misteriosas y enigmáticas, bañadas ya por el sentir moderno.
Llama la atención, en primer lugar, cómo la vivencia de lo clásico palpita en ciertas cualidades plásticas, sobre todo en la inmovilidad y la suspensión de la temporalidad, en la que un instante cualquiera del mediodía todo ha quedado paralizado, desborda la connatural atemporalidad de la arquitectura clásica como metáfora de lo permanente para trasladarnos a una conciencia moderna del espacio y del tiempo. A fuerza de enfatizar variantes clásicas, traspasamos los umbrales de un universo imaginario, situado en ningún lugar a no ser en el propio espacio pictórico, que guarda un indudable parentesco con la percepción moderna de las heterotopías. Parece en efecto, como si estas plazas de De Chirico estuvieran enclavadas en un espacio imaginario que se ubicara entre la protohistoria clásica y el "futuro que yo contemplo" del artista como adivinador  de enigmas y redentor del azar.
Espacios suspendidos e inmovilizados, arquitecturas sin tiempo, enigmas y redenciones del azar, que se ven reforzadas por algunas convenciones icónicas presentes en muchas de sus obras. (...)

 La torre roja (1914)

Por otra parte, este clima creado por la sombra de sus enigmas, por los espectros y sus presagios, se ve intensificado en obras tan significativas como la Estación de Montparnasse o Misterio y melancolía de una calle por las largas calles, las cuales no sólo parecen devenir metáforas de un instante congelado, que tanto corre hacia atrás como arrastra tras sí todas las cosas venideras, sino del eterno retorno de lo idéntico que Nietzsche vislumbrara desde La gaya ciencia. De cualquier manera estas plazas vacías y silentes, estas largas calles inquietantes no parecen haberse concebido para naturaleza vivente alguna, algo por otro lado, confirmado por unas arquitecturas que encuadran el acontecimiento cual si fueran fachadas vacías detrás de las cuales no habita nadie.

 Misterio y melancolía de una calle (1914)


No menos intrigante resulta un motivo como el reloj. Un reloj por cierto, bloqueado o parado a una determinada hora, aproximadamente entre la una y media y las tres de la tarde. Entre los numerosos ejemplos, bastenos citar La conquista del filósofo, una obra que bien pudiera encarnar la síntesis de abundantes motivos antiguos y modernos. Desde luego, la imagen del reloj puede leerse asimismo como una metáfora del instante, de la suspensión de toda temporalidad en una provocadora inmovilidad, pero, por encima de ello, se relaciona con el "gran mediodía", con la Stunde des Mittags del Ecce homo y Así hablo Zaratrusta, con el instante de la suprema autognosis y del eterno retorno de lo mismo, con la identidad entre el sujeto y el objeto como mera inmediatez, con aquel momento de suprema perfección en el que se excitan las fuerzas creadoras.
Gran mediodía con el que se relacionan casi todas las piazze de De Chirico. Suspensión del tiempo, enigma de la hora, incertidumbre del destino, con las que conviven las estaciones y los trenes inmovilizados. Inmovilidad, radicalmente opuesta a cualquier vestigio de dinamismo futurista, que, desde un envolvente "extrañamiento" artístico, baña asimismo a motivos exclusivamente modernos como El sueño transformado o El viaje angustioso o ansioso.


 El enigma del filósofo (1914)


La angustia flotante de lo "unheilimch" (lo siniestro)

En alguna oportunidad el escritor G. Papini aludió al "terrible misterio" de las plazas de De Chirico, sobre todo aquellas en las que la figura humana y las ambiguas estatuas son sustituidas por las máscaras, los enigmáticos maniquíes u otros objetos mecánicos propios de la civilización técnica. Baste mencionar Las máscaras (1915), Il duetto (1915), El profeta (1915), El Gran metafísico (1917), todas ellas en el MOMA de Nueva York, etc.


El gran metafísico (1917)


Ahondando en esta presunción, en años recientes se ha resaltado el parentesco que invadiera nada menos que al propio Freud al "recorrer en una cálida tarde de verano las calles desiertas y desconocidas de una pequeña ciudad italiana" y retornar involuntariamente al mismo lugar. Sorprendente paraleismo, posiblemente forzado, susceptible sin embargo, de suscitar en ambas situaciones aquella turbación psíquica que el psicoanálisista desvelara en ciertas escenas familiares que se tornan irreconciliables y extrañas. Turbación que definiera como "unhemlich", término que, no sé si con demasiada fortuna, suele verterse como lo siniestro, como "aquella suerte de espantoso que afecta a las cosas más conocidas y familiares desde tiempo atrás". (...)
En realidad, sospecho que en la mayoría de estas pinturas lo "unheimlich" se asocia preferentemente con algunas modalidades de angustia. Más en concreto, los enigmas, silencios y soledades que no pueden por menos que evocar aquello que el propio Freud definiera como "una angustia flotante", "angustia de espera" o "espera ansiosa", expresiones casi coincidentes con títulos varios de De Chirico. Se trata de una angustia que está referida tan sólo a un estado anímico envolvente, haciendo abstracción de la fijación en un objeto concreto o, en todo caso, dispuesta a adherirse al contenido de la primera representación adecuada.

El enigma del oráculo (1910)


 Acorde con la veta romántica de De Chirico, las plazas traslucen sentimientos sombríos que, aun sin derivar a presagios de desdicha o sin alcanzar las intensidades emocionales de la neurosis de la angustia, barruntan ciertos síntomas de neurosis modernas o, al menos, formas angustiosas adheridas a los viajes, la soledad, la agorafobia, etc. Incluso en ocasiones, pueden bordear algunas figuras de lo siniestro, en la acepción de lo espantoso, ya mencionado por el mismo Freud: calles desiertas, estauas o espectros a medio camino entre lo orgánico y lo petrificado, ciertos miembros separados como las manos y, sobre todo, las máscaras y maniquíes de la época de Ferrara, objetos sin vida, pero de alguna manera animados. Figuras apuradas de lo siniestro que poblarán aún más los escenarios surreales de la "nueva objetividad".

 Máscaras (1926)


"Para llegar a ser verdaderamente inmortal, una obra de arte debe escapar a todos los límites humanos: sólo le saldrán al paso la lógica y el sentido común. Pero una vez rotas esta barreras, penetrará en las regiones de la visión infantil y del ensueño" (De Chirico)

Sin duda, las apariciones espectrales de los objetos y las arquitecturas en el escenario urbano desencadenan un potencial metafísico y poético que las aproxima a lo maravilloso. A partir de lo aparentemente familiar, asistimos a un  desbordamiento de lo vivido por lo soñado, a un intercambio entre el sueño y la vigilia. No es fortuito, desde la óptica de De Chirico, que la infancia y el sueño sean ensalzados como como la prueba más contundente de la realidad "metafísica", como condiciones para la afloración de lo maravilloso, reino en donde es posible alterar o "desplazar" las relaciones conocidas entre los objetos y contemplarlos bajo otra lógica: la del encuentro casual de realidades extrañas situadas en un mismo plano, en una realidad superior de ciertas formas descuidadas de asociación. No es de extrañar, pues, que su obra pronto comience a ser leída desde la omnipotencia del sueño y el juego desinteresado del pensamiento, como se puntualizara en el primer Manifiesto del surrealismo (1924).

Nostalgia del infinito (1913)


Lecturas:

Simón Marchán Fiz, Contaminaciones figurativas. Alianza Editorial 1986

2 comentarios:

  1. A mí me resultan angustiosas arquitecturas de pesadilla, de esos sueños en que buscas desesperadamente a alguien que no logras encontrar. Afortunadamente y a menudo De Chirico explicó qué pretendía y así nuestra reinterpretación no es tan determinante para entender nada.
    Los enigmas de la percepción son extraordinarios, paradolias se llaman, ¿no? aunque ese es otro tema...
    Saludos!

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  2. Tu apreciación parece coincidir con la manifestada por Freud referida a estados de turbación psíquica u onírica que describió como "angustia flotante" en los que prevalece la sensación de espera y ansiedad.
    Supongo que te refieres al fenómeno perceptivo conocido como pareidolia, pero sí, creo sería otro tema ;-)
    La obra de De Chirico parece mostrarnos la fascinación y el extrañamiento que debía sentir cuando todo se le aparecía como un enigma, algo seguro compartido en algún momento con cualquiera que tenga capacidad imaginativa y de observación.

    Abrazo

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