Ignace Gaston Pardies, Globi Coelestis... (1674), detalle de la constelación de Cetus.
El bestiario astronómico
Los motivos animalísticos en los mapas celestes de la edad moderna
por
José Julio García Arranz
Cabra-pez (Capricornus): Hijo de Pan que se crió con Zeus, a quien ayudó en la Titanomaquia con una caracola que, al sonar, ahuyentó a los Titanes. También se le identificó con el propio Pan; según Higinio Pan se sirvió de su forma híbrida para ocultarse del gigante Tifón.
Escorpión (Scorpius): A) Enorme animal con el que Artemis mató a Orión por haber intentado violarla en el curso de una cacería. Fue catasterizado por Zeus. B) Según Higinio, la picadura del escorpión es el castigo a Orión por haberse jactado éste de cazar aquel animal con que se tropezase.
Toro (Taurus): A) Forma que Zeus adoptó para seducir a Europa. B) Ternera en la que fue metamorfoseada la princesa Io, amante de Zeus, para sustraerla de las sospechas de Hera. C) También se le identificó con el toro que fue amante de Pasifae, e incluso con el buey Apis.
Caballo alado (Pegasus): A) Para Arato, se trata de un caballo anónimo que de una coz hizo brotar la fuente Hipocrene. B) Según otras versiones se trata de Pegaso, que voló a las estrellas tras la caída de Belerofonte, o de una yegua, Hipe o Melanipe, también llamada Ocirroe por Ovidio.
Delfín (Delphinus): A) Fue catasterizado por Posidón en agradecimiento al servicio que le prestó al encontrarle a Anfitrite, con la que el dios marino tenía la pretensión de casarse, en las islas de Atlas. B) Según otros, se trata del delfín que salvó a Arión de perecer ahogado.
Este ensayo viene acompañado de numerosas anotaciones, quienes estén interesados en su lectura pueden encontrarlas AQUÍ.
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¿Qué son las estrellas?
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"...y mientas los demás animales están naturalmente inclinados mirando a la tierra, dio al hombre un rostro levantado disponiendo que mirase al cielo y que llevase el semblante erguido hacia las estrellas."
Ovidio, Metamorfosis, Libro I
El bestiario astronómico
Los motivos animalísticos en los mapas celestes de la edad moderna
por
José Julio García Arranz
Los orígenes
Si bien la vida urbana de nuestros días nos está condenando a perder el
contacto con el firmamento estrellado, parece obvio que en todas las
sociedades preindustriales la oscuridad de la noche ocupó una buena
parte de la existencia del hombre. Resulta lógico que en estas culturas se alcanzara un conocimiento de los cielos nocturnos que llegó a ser incluso más preciso que el del mundo en que vivían. No sabemos cuando se empezó a
poner orden en la inmensa bóveda celeste agrupando las estrellas en
constelaciones, pero parece que ya desde tiempos remotos el hombre
inventó reglas mnemotécnicas para reconocer las agrupaciones,
identificándolas con animales, personajes y elementos característicos de
sus relatos míticos y tradición simbólica. Es la necesidad de establecer en el cielo puntos de referencia y dirección, y, sobre todo, de regular y controlar el paso del tiempo, lo que impulsó tan tempranamente a cartografiarlo.
Se viene considerando que la franja del firmamento por la que el sol se "desplaza" fue la primera en ser codificada astrológicamente, tal vez por la importancia que el hombre concedió desde los primeros tiempos al supuesto movimiento del astro rey como elemento regulador de la vida. Las estrellas comprendidas dentro de esta franja se dividieron en doce constelaciones, denominadas genéricamente Zodíaco. El sol completa un circuito completo de su trayectoria -la eclíptica o circuito zodiacal- en un año, pasando a través de una constelación específica de cada mes.
El carro solar en el centro rodeado por el círculo zodiacal.
Mosaico romano del s. III
A excepción de Libra, la Balanza, que fue añadida con posterioridad, en los signos del Zodiaco originales se observa una tendencia que se repetirá en la plasmación gráfica de muchas de las restantes constelaciones: se trata de criaturas vivas, alegorizaciones o animales, ya sean reales o imaginarios. De hecho el término "Zodiaco" procede de la palabra griega "animales" (zódia).
Las constelaciones zodiaclaes fueron diseñadas en Babilonia en un momento no bien establecido del primer milenio a. C., tal vez con anterioridad, y parece que en siglo IV antes de nuestra era pasaron a la India y Egipto, posiblemente como consecuencia de la conquista persa de la antigua región babilónica y formación del Imperio Aqueménida. A juzgar por ciertas informaciones de Herodoto, el Zodíaco fue conocido finalmente en Grecia a través de su versión egipcia.
Las estrellas que componen los grupos zodiacales pueden contemplarse desde cualquier punto de la tierra a lo largo del año. La visión de las restantes constelaciones más meridionales o septentrionales dependerá de nuestra situación respecto al Ecuador terrestre. En relación con este hecho, la principal aportación de los griegos al ámbito de la cartografía celeste fue la de codificar un sistema de contelaciones del área estelar situada mas al norte de la franja zodiacal, sometiéndolas a la forma clásica de latitud celestial tal y como hoy la entendemos gracias a la emergencia en aquellos momentos de las reglas de la geometría esférica.
Eodoxo de Cnido construyó hacia el año 400 a. C. el primer globo estelar del que se tiene noticia. Hizo acopio de las observaciones realizadas hasta entonces, fijando el sistema de constelaciones clásicas, incluido el Zodíaco babilónico, en un globo o esfera, y su diseño influyó en otros globos celestes griegos, como demuestra el famoso Atlas Farnesio.
Fue a partir de finales del siglo XVI cuando los astrónomos empezaron a trazar de forma masiva nuevas constelaciones que ya no se correspondían con las ptolemaicas.
Las 48 constelaciones de Ptolomeo, perpetuando la larga tradición zodiacal, adquieren nombres de animales o personajes relacionados con determinados relatos míticos como recurso para memorizar con más facilidad los sistemas astrales. Pero, pese a esa identificación mitológica de las constelaciones, predominan en los escritos ptolemaicos el afán científico frente a la preocupación por desvelar las fábulas que sirven de origen o trasfondo, y justifican la morfología o temática de estas constelaciones. Este tipo de información "literaria" fue proporcionado fundamentalmente por historiadores -Hesiodo-, mitógrafos -Apolodoro, Ovidio-, u otros autores que no dudaron en proporcionar una mayor carga poética a la descripción de los astros -el propio Arato, Cayo Julio Higinio en su Astronomía, o, muy especialmente, Eratóstenes a través de sus Cataterismos.
Las constelaciones zodiaclaes fueron diseñadas en Babilonia en un momento no bien establecido del primer milenio a. C., tal vez con anterioridad, y parece que en siglo IV antes de nuestra era pasaron a la India y Egipto, posiblemente como consecuencia de la conquista persa de la antigua región babilónica y formación del Imperio Aqueménida. A juzgar por ciertas informaciones de Herodoto, el Zodíaco fue conocido finalmente en Grecia a través de su versión egipcia.
Las estrellas que componen los grupos zodiacales pueden contemplarse desde cualquier punto de la tierra a lo largo del año. La visión de las restantes constelaciones más meridionales o septentrionales dependerá de nuestra situación respecto al Ecuador terrestre. En relación con este hecho, la principal aportación de los griegos al ámbito de la cartografía celeste fue la de codificar un sistema de contelaciones del área estelar situada mas al norte de la franja zodiacal, sometiéndolas a la forma clásica de latitud celestial tal y como hoy la entendemos gracias a la emergencia en aquellos momentos de las reglas de la geometría esférica.
Eodoxo de Cnido construyó hacia el año 400 a. C. el primer globo estelar del que se tiene noticia. Hizo acopio de las observaciones realizadas hasta entonces, fijando el sistema de constelaciones clásicas, incluido el Zodíaco babilónico, en un globo o esfera, y su diseño influyó en otros globos celestes griegos, como demuestra el famoso Atlas Farnesio.
Atlas Farnesio. De izquierda a derecha: Andrómeda, Piscis, Aries y Tauro. Debajo de Tauro se aprecia Cetus (el Monstruo Marino) y encima Auriga.
Su esfera, el más antiguo ejemplar superviviente y uno de los escasos mapas estelares procedente de la antigüedad grecorromana, nos muestra, en efecto, muchas de las constelaciones reunidas por el científico griego.
Si bien el texto de Eodoxo se ha perdido, hacia el año 275 a. C. Arato compuso una versión poética de aquél -los Fenómenos-, en la que se describen sistemáticamente 47 constelaciones con leves alusiones a su trasfondo mítico.
Las constelaciones animalísticas ptolemaicas
Sin embargo, el sistema de constelaciones que sentará las bases del actual fue el propuesto por el astrónomo alejandrino Claudius Ptolemaus -Ptolomeo, activo entre 130-160 a. C.- en su Almagesto, destinado a convertirse en uno de los libros más significativos de la historia de la Astronomía. Es un manual en el que se recopilan todos los conocimientos astronómicos del mundo antiguo, presentando una relación de más de 1.000 estrellas agrupadas en 48 constelaciones, las 12 del Zodíaco más otras 21 al norte y 15 al sur de la eclíptica. Éstas no fueron creadas por Ptolomeo, sino recogidas de una antigua tradición y de los primeros catálogos estelares, como el realizado por Hiparco en el s. II a. C.. La recopilación ptolemaica supondrá el texto básico en materia de Astronomía hasta inicios del s. XVII.
Los astrónomos europeos e islámicos de los siglos medievales simplemente limitaron sus observaciones a las estrellas presentadas por Ptolomeo, modificando levemente sus datos a fin de satisfacer sus necesidades: así sucedió con catálogos tan importantes como el de Al Sufi, en el s. X, o las Tablas Alfonsíes, en el XIII.
Grabado de una edición del Almagesto de Ptolomeo. S. XV
Los astrónomos europeos e islámicos de los siglos medievales simplemente limitaron sus observaciones a las estrellas presentadas por Ptolomeo, modificando levemente sus datos a fin de satisfacer sus necesidades: así sucedió con catálogos tan importantes como el de Al Sufi, en el s. X, o las Tablas Alfonsíes, en el XIII.
Tablas alfonsíes s. XIII
Fue a partir de finales del siglo XVI cuando los astrónomos empezaron a trazar de forma masiva nuevas constelaciones que ya no se correspondían con las ptolemaicas.
Las 48 constelaciones de Ptolomeo, perpetuando la larga tradición zodiacal, adquieren nombres de animales o personajes relacionados con determinados relatos míticos como recurso para memorizar con más facilidad los sistemas astrales. Pero, pese a esa identificación mitológica de las constelaciones, predominan en los escritos ptolemaicos el afán científico frente a la preocupación por desvelar las fábulas que sirven de origen o trasfondo, y justifican la morfología o temática de estas constelaciones. Este tipo de información "literaria" fue proporcionado fundamentalmente por historiadores -Hesiodo-, mitógrafos -Apolodoro, Ovidio-, u otros autores que no dudaron en proporcionar una mayor carga poética a la descripción de los astros -el propio Arato, Cayo Julio Higinio en su Astronomía, o, muy especialmente, Eratóstenes a través de sus Cataterismos.
Los dibujos sobreimpuestos a las constelaciones ptolemaicas que han llegado hasta nosotros son, por tanto, motivos y personajes de la mitología griega. Unas veces se encuentran aislados en el firmamento -signos zodiacales-; en otras ocasiones, constelaciones situadas muy cerca pueden estar implicadas en la misma leyenda, o en otra similar. Así sucede, por ejemplo, en las constelaciones Cefeo y Casioipea, reyes de Etiopía, que permanecen cerca de su hija Andrómeda rescatada por Perseo del cercano monstruo marino -Cetus-. O con otras asociaciones, tales como la conjunción de Cuervo, Copa e Hidra, o del Boyero con la Osa mayor, todas ellas relacionadas mediante las correspondientes fábulas míticas que reseñaremos más adelante. El carácter mnemónico de estas "escenas estelares" parece evidente.
En el caso del Zodiaco, una vez conocido el origen prehelénico de la mayoría de los signos, puede hablarse con seguridad de una readaptación de su morfología y contenido simbólico originales, adecuándose a determinados personajes y fábulas de la mitología griega. Esto parece evidenciado por las distintas versiones de los pasajes míticos que respaldan la existencia de los distintos zoomorfos zodiacales, lo que demuestra la adopción de un contenido mitológico a posteriori. A continuación revisaremos las fábulas que las fuentes grecorromanas asocian al primitivo bestiario zodiacal:
Urania's Mirror (1824) |
Cangrejo (Cancer): Crustaceo gigantesco enviado por Hera contra Heracles cuando éste luchaba con la hidra. Heracles lo aplastó con el pie, siendo catasterizado por Hera.
Carnero (Aries): Carnero de piel de oro que fue desollado y sacrificado a Zeus por Frixo. El Vellocino de oro fue objeto de la expedición de los Argonautas, capitaneada por Jasón y cantada por Apolonio de Rodas en las Argonaúticas.
Hevelius Prodromus astronomiae |
León (Leo): León de Nemea, catasterizado por Zeus para perpetuar la hazaña de Heracles o, según otras versiones, por ser el rey de los ciadrúpedos. Constituye quizás la figura animalística a la que mejor se adaptan las estrellas de su constelación.
Peces (Pisces): Eran hijos o nietos del Gran Pez; respecto a ambos hay numerosas versiones: A) Décerto o la "diosa Siria", madre de Semíramis, fue salvada por los peces tras caer al mar, por lo que ambos fueron cartasterizados. B) Afrodita y Eros -o sólo Afrodita- se transformaron en peces para escapar de Tifón, o bien fueron rescatados por dos peces cuando sus vidas corrían peligro. C) Por último Higinio habla de un huevo que cayó al río Eufrates, siendo devuelto a la tierra por unos peces y criado por palomas. Entonces Afrodita salió del huevo y, en agradecimiento, colocó a los peces en el cielo.
Astron. persa al-Sufi 964 |
Algo parecido sucede con las restantes agrupaciones estelares identificadas con formas animales reales o imaginarios. Suelen ser también variadas, según los autores, las narraciones fabuladas que supuestamente les dieron origen. Veamos, en primer lugar, las constelaciones animalísticas boreales:
Aguila (Aquila): A) Es el ave que raptó a Ganímedes arrastrándolo al cielo y que fue catasterizada por ser reina de todas las aves. B) En otra versión es el ave que Zeus eligió para sí por el buen agüero que propició su aparición antes de su victoria sobre los Titanes.
Perros del Boyero o Bootes (Boootes): La figura de esta constelación parece hacer referencia al momento en que arcas, dedicándose a la caza, se encontró a su madre Calisto transformada en osa y trató de capturarla. Posteriormente Zeus catasterizó a ambos.
Prodromus Astronomiæ 1690 |
Cabra (Capra o Capella): Es la Cabra Amaltea, la que fuera nodriza de Zeus en Creta. Iconográficamente aparece situada, junto a los Cabritos, en el hombro izquierdo de otra constelación, la del Auriga.
Cisne (Cygnus): Parece ser la forma de cisne que adoptó Zeus para seducir y unirse a Némesis. La forma cruciforme de la constelación, llamada también por Eratóstenes "Pajaro grande", permite, en efecto, asemejarla a un ave que vuela por debajo de la Vía Láctea.
John Flamsteed (1729) |
Dragón (Serpens o Draco): A) Animal fabuloso que custodiaba las manzanas de oro del jardín de las Hespérides que Heracles debía coger en su undécimo trabajo, y al que dio muerte. Fue catasterizado por Hera. B) Serpiente que los gigantes lanzaron contra Minerva, y que ésta su vez arrojó y fijó en el cielo. C) Forma que adoptó Zeus cuando Crono perseguía a Cinosura y Hélice por haber sido nodrizas del primero, a la vez que transformaba a ámbas en osas.
Lira (Lyra) y el Ave infrapuestas: Hermes vació el caparazón de una tortuga y tendió sobre él cuerdas hechas con los restos de una vacas de Apolo, inventando así la lira. Se dice que el ave infrapuesta a la lira en las ilustraciones de la constelación es un águila, puesto que el significado original de Vega -la estrella más brillante de la constelación de Lira- parece proceder de la palabra árabe "águila de ataque".
Serpiente de Oficu (Ophiucus o Anguitenens -"Portador de la serpiente"-): Eratóstenes lo identifica con Asclepio, a quien Zeus fulminó con su rayo por usurpar la facultad divina de resucitar a los muertos, y que más tarde catasterizó para complacer a Apolo. La serpiente que porta rodeando su bastón es el tradicional símbolo de Asclepio.
Osa Mayor (Ursa maior), llamada también Hélice o Carro. A) Hélice fue una de las ninfas nodrizas de Zeus, transformada en osa y después catasterizada por el dios para salvarla de la persecución de Crono. B) La constelación es identificada a veces con otra ninfa, Calisto, que, seducida por Zeus, fue metamorfoseada en osa por Hera cuando nació su hijo. Zeus la catasterizó posteriormente.
Osa Menor (Ursa minor), llamada también Cinosura, o Fenice: A) Cinosura fue la otra ninfa nodriza de Zeus, convertida en osa y catasterizada junto con Hélice. B) Fenice fue compañera de Artemis, y convertida en osa por esta divinidad al encontrarla grávida de Zeus.
Constelaciones animalísticas australes:
Ballena (Cetus): Habitualmente se piensa que el monstruo marino enviado por Posidón para devorar a Andrómeda era una ballena, de ahí que los astrónomos modernos designen con tal nombre a esta constelación. En realidad ya con Homero ketos designaba a cualquier monstruo surgido de las profundidades.
Fiera inmolada por el Centauro (Centaurus): Es reconocida en los textos antiguos con la ambigua denominación de Bestia Animal que iba a ser sacrificado por el Centauro en el vacino Altar -Ara-. Su posterior identificación con el lobo -una pantera según Marciano Capela- ha llevado a relacionar este animal con Licaón, rey arcadio transformado en lobo por Zeus a causa de su impiedad.
Cuervo (Corvus): Ave consagrada a Apolo, está unida a la Copa y la Hidra por medio de una fábula descrita en varios textos.
Hidra (Hydra): Según los mitógrafos es la serpiente de agua, relacionada con las constelaciones del Cuervo y la Copa gracias a la fábula ya referida, aunque el escoliasta Arato afirma que los egipcios la identificaban con el río Nilo. No hay que confundirlo con Hidro (Hydrus), constelación introducida por J. Bayer en 1603 y que está al sur de la Hidra, entre las dos nubes de Magallanes.
Liebre (Lepus): Fue catasterizada por Hermes en atención a su gran velocidad y fecundidad. Según Higinio, huye del perro Orión, que trata de cazarla.
Perro mayor (Canis, Canis maior o Sirius): A) Se suele identificar como el perro Lélape que Zeus regaló a Europa; de Europa pasó a Minos, luego a Pocris, y de éste a Céfalo, y que, posteriormente, petrificó y catasterizó Zeus durante la persecución de la zorra de Teumeso. B) Según otras variantes podría ser el perro de caza de Orión, que le sigue pegado a los talones.
Perro menor (Canis minor, Antecanis, Canícula o Procyon): A) Según una de las versiones, se trata de la perra Mera de Erígone. B) Es el segundo de los perros de Orión, al que Fírmico Materno denomina Argión o Argos. Se le suele llamar Antecanis porque surge en el firmamento antes que el Perro mayor.
Pez austral (Piscis o Pisces austrinus): Se trata del Gran Pez, padre o abuelo de los peces de las constelación zodiacal de Pisces, como vimos.
El sistema ptolemaico se mantuvo prácticamente intacto en las cartas celestes modernas hasta 1600. Por tanto, los mapas del firmamento que se elaboraron a lo largo de los ss. XV y XVI respetaron el número y morfología de las agrupaciones estelares clásicas.
Si bien han pervivido varios mapas celestes figurados de los siglos medievales, el primero conservado que trata de conciliar su vertiente plástica con un mayor rigor científico es el denominado Manuscrito de Viena, incluido en un anónimo trabajo de astronomía, el De composicione sphere solide, fechado en 1440.
De autor desconocido, su importancia radica en proporcionar un modelo iconográfico que será copiado continuamente a lo largo de los tres siglos siguientes. Contiene las 48 constelaciones ptolemaicas, y las estrellas han sido numeradas conforme al Almagesto. Siguiendo este modelo, las cartas astrales posteriores serán proyectadas desde los polos eclípticos, de tal manera que la banda zodiacal queda dispuesta como borde circular exterior del mapa.
Parece que cartas manuscritas como la anterior circularon entre los científicos del Renacimiento, hasta llegar a sus primeras versiones impresas. En 1515 se edita en Nuremberg la carta celeste diseñada por los matemáticos Johann Stabius y Conrad Heinfogel e liustrada por Alberto Durero.
Considerada la culminación impresa de medio siglo de observación y experimentación de un grupo de intelectuales de Viena y Nuremberg, la principal novedad iconográfica de esta obra reside en una occidentalización de las vestiduras de los personajes, abandonando los hasta entonces frecuentes resabios árabes. Inauguró un género de publicaciones en los que el documento de carácter científico resulta a la vez agradable a la vista gracias a su cuidada vertiente artística.
El diseño de Durero dejará abundantes secuelas a lo largo de la centuria: algunas de las más atractivas son las cartas celestes de Petrus Apianus (incluida en su Astronomicum Caesareum, 1540), o las Imagines constellationum de Johannes Honter (1541).
Esta última resulta interesante por proporcionar una visión de las constelaciones tal y como son contempladas desde la tierra -y no desde un imaginario punto exterior-, con un movimiento similar al de las agujas del reloj a los largo de la eclíptica. Mencionemos por último el Theatrum Mundi de Giovanni Galluci (1588), obra en la que las ilustraciones de las distintas constelaciones aparecen individualizadas e introducidas en un esquema de coordenadas y proyección geométrica.
Las constelaciones animalísticas pos-ptolemaicas
En estos mapas celestes de la segunda mitad del siglo XVI encontramos ya una tímida y progresiva superación del catálogo estelar de Ptolomeo, la primera después de casi milenio y medio de autoridad indiscutible. Aparecen ya descritos cometas, eclipses, tránsitos del sol y nebulosas, a los que debe añadirse alguna que otra nueva constelación. Sin embargo, el primer cambio espectacular se va a producir con el tránsito del siglo XVI al XVII.
En efecto, durante los últimos decenios del milquinientos se va a observar una doble tendencia dentro de este "género" científico-artístico: por un lado editores como Andreas Cellarius y Reiner y Josua Ottens sacaron a la luz las bellas imitaciones de modelos anteriores, más preocupados por su elegante diseño, destinado a satisfacer plástica e intelectualmente a una clientela culta y libresca, que por su utilidad científica.
Por otro, astrónomos de vanguardia como Hevellius, Flamsteed o Bode avanzan en la ciencia astronómica a través de cartas innovadoras y cada vez más completas basadas en la investigación original. Será en este último tipo de obras donde localicemos las sucesivas ampliaciones del número de constelaciones clásicas.
La vía más importante de innovaciones vendrá a través de los sucesivos avances en el conocimiento y codificación de los sistemas estelares del hemisferio austral. Ya desde mediados del s. XV los marineros portugueses, que circunavegaron las costas de África en un intento de buscar una ruta marina hacia el Este, debieron familiarizarse con las constelaciones meridionales. Éstas empezaron a ser difundidas a partir de 1504 con la narración de los viajes atlánticos que llevó a cabo Americo Vespuccio.
Pero es en 1595-96, durante los viajes de Frederik de Houtman a la isla de Java, cuando su compatriota holandés Pieter Dircksz Keyser propone el primer catálogo sistemático de estrellas sureñas. A partir de esta información, Petrus Plancius diseñó una serie de nuevas constelaciones eligiendo, conforme a la tradición, nombres de bestias más o menos exóticas para la mayoría de ellas. Algunos de estos animales ya eran bien conocidos en Europa -Mosca -Musca-, Pavo real -Pavo-, Grulla -Grus-, otros son míticos (Fénix -Phoenix), y los restantes se inspiran en la fauna de los territorios recién explorados en América (Tucan -Tucana-) o el sur de Asia (Camaleón -Chameleon-), Ave del Paraíso -Apus o Paradisea-, Pez volador -Volans-, Pez de colores -Dorado-, y Serpiente acuática -Hydrus-). Las nuevas figuras aparecen representadas por primera vez de forma gráfica en los globos celestes impresos por Jocodus Hondius (1598) o Willem Jansz Blaeu (1599).
Esta incorporaciones serán finalmente consagradas gracias a su inclusión en el popular atlas Uranometría (1603) de Johann Bayer, haciéndose ya permanentes.
Esta moda innovadora parece haberse transmitido rápidamente a otros astrónomos, como Jakob Bartsch, quien en 1624 agrupó a un buen número de estrellas boreales aún sin catalogar en forma de nuevas constelaciones. De nuevo serán motivos zoológicos los preferidos para dar forma a los nuevos sistemas: Jirafa (Camelopardalis), Paloma (Columba), y Unicornio (Monoceros). En 1687 Johannes Hevelius diseñó otros siete grupos, en su mayor parte septentrionales, incluyendo el Lince (Lynx), el Lagarto (Lacerta), el Pequeño León (Leo minor), el Zorro (Vulpecula) y los Perros de caza (Canes venatici). El último bloque aceptado universalmente de constelaciones diseñadas de modo individual por un astrónomo fue la serie de Nicolas de Lacaille, quien entre 1750 y 1752 observó el cielo desde el observatorio del Cabo de Buena Esperanza. Sin embargo, este investigador rompió la tradición de motivos animalísticos, eligiendo temas técnicos más o menos relacionados con el oficio de astrónomo: reloj, compás, telescopio, etc.
Desde entonces -mediados del s. XVIII- hubo algunos intentos esporádicos de introducir nuevas constelaciones, en algunos casos de tema zoológico, en la cartografía celeste. Sin embargo, aunque consiguieron hacer acto de presencia en sucesivos mapas, no resultaron finalmente aceptadas por la comunidad astronómica internacional. Citemos el intento del astrónomo francés Pierre Charles Le Monnier para incluir en 1776 la constelación del Pájaro solitario -Passer solitarius-, un tordo de color gris azulado intenso que, aunque trató de identificarse con un supuesto pájaro exótico de las Filipinas, ya era conocido en su versión europea desde mediados del s. XVI; posteriormente, este ave fue sustituida en las cartas celestes por otras, entre ellas un búho -Noctua-, antes de ser rechazada definitivamente. El mismo astrónomo incluyó la constelación boreal del Reno -Tarandus- para conmemorar una expedición científica a Laponia.
Atlas Coelestis, John Flamsteed |
Serpiente de Oficu (Ophiucus o Anguitenens -"Portador de la serpiente"-): Eratóstenes lo identifica con Asclepio, a quien Zeus fulminó con su rayo por usurpar la facultad divina de resucitar a los muertos, y que más tarde catasterizó para complacer a Apolo. La serpiente que porta rodeando su bastón es el tradicional símbolo de Asclepio.
Osa Mayor (Ursa maior), llamada también Hélice o Carro. A) Hélice fue una de las ninfas nodrizas de Zeus, transformada en osa y después catasterizada por el dios para salvarla de la persecución de Crono. B) La constelación es identificada a veces con otra ninfa, Calisto, que, seducida por Zeus, fue metamorfoseada en osa por Hera cuando nació su hijo. Zeus la catasterizó posteriormente.
Atlas Coelestis, John Flamsteed |
Constelaciones animalísticas australes:
Ballena (Cetus): Habitualmente se piensa que el monstruo marino enviado por Posidón para devorar a Andrómeda era una ballena, de ahí que los astrónomos modernos designen con tal nombre a esta constelación. En realidad ya con Homero ketos designaba a cualquier monstruo surgido de las profundidades.
Fiera inmolada por el Centauro (Centaurus): Es reconocida en los textos antiguos con la ambigua denominación de Bestia Animal que iba a ser sacrificado por el Centauro en el vacino Altar -Ara-. Su posterior identificación con el lobo -una pantera según Marciano Capela- ha llevado a relacionar este animal con Licaón, rey arcadio transformado en lobo por Zeus a causa de su impiedad.
Cuervo (Corvus): Ave consagrada a Apolo, está unida a la Copa y la Hidra por medio de una fábula descrita en varios textos.
Const. de Hidra por Ehlert Bode |
Liebre (Lepus): Fue catasterizada por Hermes en atención a su gran velocidad y fecundidad. Según Higinio, huye del perro Orión, que trata de cazarla.
Perro mayor (Canis, Canis maior o Sirius): A) Se suele identificar como el perro Lélape que Zeus regaló a Europa; de Europa pasó a Minos, luego a Pocris, y de éste a Céfalo, y que, posteriormente, petrificó y catasterizó Zeus durante la persecución de la zorra de Teumeso. B) Según otras variantes podría ser el perro de caza de Orión, que le sigue pegado a los talones.
Perro menor (Canis minor, Antecanis, Canícula o Procyon): A) Según una de las versiones, se trata de la perra Mera de Erígone. B) Es el segundo de los perros de Orión, al que Fírmico Materno denomina Argión o Argos. Se le suele llamar Antecanis porque surge en el firmamento antes que el Perro mayor.
Johannes Hevelius, Uranographia |
El sistema ptolemaico se mantuvo prácticamente intacto en las cartas celestes modernas hasta 1600. Por tanto, los mapas del firmamento que se elaboraron a lo largo de los ss. XV y XVI respetaron el número y morfología de las agrupaciones estelares clásicas.
Si bien han pervivido varios mapas celestes figurados de los siglos medievales, el primero conservado que trata de conciliar su vertiente plástica con un mayor rigor científico es el denominado Manuscrito de Viena, incluido en un anónimo trabajo de astronomía, el De composicione sphere solide, fechado en 1440.
Manuscrito de Viena, planisferio celeste norte, hacia 1440
De autor desconocido, su importancia radica en proporcionar un modelo iconográfico que será copiado continuamente a lo largo de los tres siglos siguientes. Contiene las 48 constelaciones ptolemaicas, y las estrellas han sido numeradas conforme al Almagesto. Siguiendo este modelo, las cartas astrales posteriores serán proyectadas desde los polos eclípticos, de tal manera que la banda zodiacal queda dispuesta como borde circular exterior del mapa.
Parece que cartas manuscritas como la anterior circularon entre los científicos del Renacimiento, hasta llegar a sus primeras versiones impresas. En 1515 se edita en Nuremberg la carta celeste diseñada por los matemáticos Johann Stabius y Conrad Heinfogel e liustrada por Alberto Durero.
Alberto Durero, constelaciones del hemisferio norte
Considerada la culminación impresa de medio siglo de observación y experimentación de un grupo de intelectuales de Viena y Nuremberg, la principal novedad iconográfica de esta obra reside en una occidentalización de las vestiduras de los personajes, abandonando los hasta entonces frecuentes resabios árabes. Inauguró un género de publicaciones en los que el documento de carácter científico resulta a la vez agradable a la vista gracias a su cuidada vertiente artística.
El diseño de Durero dejará abundantes secuelas a lo largo de la centuria: algunas de las más atractivas son las cartas celestes de Petrus Apianus (incluida en su Astronomicum Caesareum, 1540), o las Imagines constellationum de Johannes Honter (1541).
Johannes Honter, Imagines constellationum (1541)
Esta última resulta interesante por proporcionar una visión de las constelaciones tal y como son contempladas desde la tierra -y no desde un imaginario punto exterior-, con un movimiento similar al de las agujas del reloj a los largo de la eclíptica. Mencionemos por último el Theatrum Mundi de Giovanni Galluci (1588), obra en la que las ilustraciones de las distintas constelaciones aparecen individualizadas e introducidas en un esquema de coordenadas y proyección geométrica.
Las constelaciones animalísticas pos-ptolemaicas
En estos mapas celestes de la segunda mitad del siglo XVI encontramos ya una tímida y progresiva superación del catálogo estelar de Ptolomeo, la primera después de casi milenio y medio de autoridad indiscutible. Aparecen ya descritos cometas, eclipses, tránsitos del sol y nebulosas, a los que debe añadirse alguna que otra nueva constelación. Sin embargo, el primer cambio espectacular se va a producir con el tránsito del siglo XVI al XVII.
En efecto, durante los últimos decenios del milquinientos se va a observar una doble tendencia dentro de este "género" científico-artístico: por un lado editores como Andreas Cellarius y Reiner y Josua Ottens sacaron a la luz las bellas imitaciones de modelos anteriores, más preocupados por su elegante diseño, destinado a satisfacer plástica e intelectualmente a una clientela culta y libresca, que por su utilidad científica.
Andreas Cellarius, Armonia macrocosmica (1660)
Por otro, astrónomos de vanguardia como Hevellius, Flamsteed o Bode avanzan en la ciencia astronómica a través de cartas innovadoras y cada vez más completas basadas en la investigación original. Será en este último tipo de obras donde localicemos las sucesivas ampliaciones del número de constelaciones clásicas.
La vía más importante de innovaciones vendrá a través de los sucesivos avances en el conocimiento y codificación de los sistemas estelares del hemisferio austral. Ya desde mediados del s. XV los marineros portugueses, que circunavegaron las costas de África en un intento de buscar una ruta marina hacia el Este, debieron familiarizarse con las constelaciones meridionales. Éstas empezaron a ser difundidas a partir de 1504 con la narración de los viajes atlánticos que llevó a cabo Americo Vespuccio.
Pero es en 1595-96, durante los viajes de Frederik de Houtman a la isla de Java, cuando su compatriota holandés Pieter Dircksz Keyser propone el primer catálogo sistemático de estrellas sureñas. A partir de esta información, Petrus Plancius diseñó una serie de nuevas constelaciones eligiendo, conforme a la tradición, nombres de bestias más o menos exóticas para la mayoría de ellas. Algunos de estos animales ya eran bien conocidos en Europa -Mosca -Musca-, Pavo real -Pavo-, Grulla -Grus-, otros son míticos (Fénix -Phoenix), y los restantes se inspiran en la fauna de los territorios recién explorados en América (Tucan -Tucana-) o el sur de Asia (Camaleón -Chameleon-), Ave del Paraíso -Apus o Paradisea-, Pez volador -Volans-, Pez de colores -Dorado-, y Serpiente acuática -Hydrus-). Las nuevas figuras aparecen representadas por primera vez de forma gráfica en los globos celestes impresos por Jocodus Hondius (1598) o Willem Jansz Blaeu (1599).
Constelaciones del Fénix, Pavo real y Tucán entre otras en Uranometría (1603) de Johan Bayer
Esta incorporaciones serán finalmente consagradas gracias a su inclusión en el popular atlas Uranometría (1603) de Johann Bayer, haciéndose ya permanentes.
Esta moda innovadora parece haberse transmitido rápidamente a otros astrónomos, como Jakob Bartsch, quien en 1624 agrupó a un buen número de estrellas boreales aún sin catalogar en forma de nuevas constelaciones. De nuevo serán motivos zoológicos los preferidos para dar forma a los nuevos sistemas: Jirafa (Camelopardalis), Paloma (Columba), y Unicornio (Monoceros). En 1687 Johannes Hevelius diseñó otros siete grupos, en su mayor parte septentrionales, incluyendo el Lince (Lynx), el Lagarto (Lacerta), el Pequeño León (Leo minor), el Zorro (Vulpecula) y los Perros de caza (Canes venatici). El último bloque aceptado universalmente de constelaciones diseñadas de modo individual por un astrónomo fue la serie de Nicolas de Lacaille, quien entre 1750 y 1752 observó el cielo desde el observatorio del Cabo de Buena Esperanza. Sin embargo, este investigador rompió la tradición de motivos animalísticos, eligiendo temas técnicos más o menos relacionados con el oficio de astrónomo: reloj, compás, telescopio, etc.
Constelación del Horno Alquímico (Fornax chimiae) en Coelum Australe Stelliferum (1763), de Nicolas de Lacaille
Desde entonces -mediados del s. XVIII- hubo algunos intentos esporádicos de introducir nuevas constelaciones, en algunos casos de tema zoológico, en la cartografía celeste. Sin embargo, aunque consiguieron hacer acto de presencia en sucesivos mapas, no resultaron finalmente aceptadas por la comunidad astronómica internacional. Citemos el intento del astrónomo francés Pierre Charles Le Monnier para incluir en 1776 la constelación del Pájaro solitario -Passer solitarius-, un tordo de color gris azulado intenso que, aunque trató de identificarse con un supuesto pájaro exótico de las Filipinas, ya era conocido en su versión europea desde mediados del s. XVI; posteriormente, este ave fue sustituida en las cartas celestes por otras, entre ellas un búho -Noctua-, antes de ser rechazada definitivamente. El mismo astrónomo incluyó la constelación boreal del Reno -Tarandus- para conmemorar una expedición científica a Laponia.
Pierre Charles Le Monnier, constelación boreal del Reno
Otro astrónomo galo, Joseph Jerome de Lalande, propuso otra serie de constelaciones no aceptadas, entre ellas la que representaba a su propio Gato -Felis-, que, situada justo debajo de la Hydra, apareció por primera vez en la Uranographia de Johann Elert Bode (1801), uno de los últimos grandes atlas celestes decorativos.
El declive del género de las cartas y atlas celestes ilustrados se produce cn el s. XIX, cuando la plasmación pictórica de las constelaciones comienza a considerarse una distracción anacrónica para los astrónomos profesionales, y se desarrollan nuevas formas, más austeras y funcionales, de representaciones celestes. Aunque siguieron publicándose hasta nuestro siglo, los mapas celestes pictóricos quedaron reducidas a la categoría de publicaciones populares y divulgativas. Fue sin duda la perfecta simbiosis entre la vertiente artística y científica de estas cartas celestes ilustradas lo que permitió que este género, aunque sometido a un rápido proceso de desmitificación y racionalización, perviviera mucho más allá que cualquier otra manifestación de la cultura simbólica ilustrada de la Edad Moderna.
Este ensayo viene acompañado de numerosas anotaciones, quienes estén interesados en su lectura pueden encontrarlas AQUÍ.
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Hola Jan,
ResponderEliminarAcabo de leer tu post y como de costumbre hay que agradecer que podamos encontrar en tus lecturas parte del conocimiento tradicional que los antigüos dejaron con sus legados
Gracias...Un abrazo
Un placer Estrella, encantado de encontrarte por aquí. Abrazos!
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