El icono no está centrado en la cuna, sino en la gruta, la caverna rocosa. Esto, por lo demás, está en conformidad con la realidad histórica y geográfica, pues Cristo nació en una gruta, abierta en la ladera de una colina de Belén, que era usada por pastores. Ahora hay una célebre basílica encima de esta gruta, que se encuentra en el crucero.
El esquema general del icono es el siguiente: casi todo el campo de la imagen está ocupado por una montaña triangular, que se levanta hasta el cielo. En medio de la montaña se abre una caverna oscura en la que está acostado el Niño; por el eje de la montaña, baja el rayo de luz de una estrella. La Virgen-Madre, muy grande, a veces incluso gigantesca, está tendida al pie de la montaña, formando cuerpo con ella, por decirlo así. A cada lado del pico montañoso, donde crecen algunos árboles, están los Ángeles; abajo en la caverna, el buey y la mula, y, en la ladera de la montaña, los pastores y, llegado el caso, los Reyes Magos. El conjunto, muy hierático, nos introduce inmediatamente en el ambiente de un misterio suprahumano, por mediación de los diversos temas y objetos que hemos enumerado y que tienen, todos, significado simbólico.
En primer lugar la gruta, la caverna. Si Cristo nació en una gruta, es evidente que eso no se devió a la casualidad, que por lo demás es una palabra vacía de sentido. Lo mismo se ha de decir de su muerte en la cruz y la montaña del Gólgota. Aparte de su aspecto histórico, estos hechos tienen valor de signo. La caverna, a menudo asociada a la montaña, ha sido siempre y en todas partes un símbolo sagrado de primera importancia. Oscura y misteriosa, ha sido tumba y santuario. Tumba efectiva, pues durante largo tiempo se enterraba en cavernas, pero también y sobre todo tumba ritual, donde era recluido el neófito antes de ser iniciado en los misterios; con eso se quería decir que aquel hombre moría a la vida profana para renacer a una vida superior, porque la caverna, que es imagen de la Tierra Madre, también es imagen del seno materno donde se forma el niño. Por otra parte, la caverna era a menudo santuario, pues se la consideraba la imagen del mundo; en particular, simboliza el polo oscuro de la Creación, la "prima materia", la matriz universal, cuya imagen más accesible es la tierra (como elemento). Comentando el cuadro de Leonardo da Vinci "La virgen de las rocas" (Louvre), en el que se ve a la Virgen, el Niño Jesús y San Juan Bautista en una gruta, Marcel Brión nos dice: "Es la gruta de los orígenes, la matriz universal a la que la vida de cada ser y la vida del universo entero viene a obtener nuevas resurrecciones". En cuanto a la montaña, en el seno de la cual se abre la caverna, es otro símbolo del mundo, más completo y más luminoso; alzando la punta de su triángulo hacia el cielo, simboliza la creación en su movimiento ascensional hacia la luz celestial, movimiento de retorno al Creador. He aquí por qué hay santuarios en las montañas santas, que son las formas visibles de la gran Montaña cósmica, igual que hay santuarios en las cavernas. Además, la montaña constituye un símbolo axial, puesto que, como las dimensiones de la tierra son poco menos que desdeñables con respecto a la dimensión cósmica, el eje de la pirámide por una montaña cualquiera se confunde particularmente con el Eje del mundo, que pasa por el polo terrestre y el polo celeste (estrella Polar). Este eje inmóvil es una imagen sensible de Dios, "motor inmóvil" de la Creación. Puede decirse que el conjunto montaña-caverna, oscuro, representa abajo el polo tenebroso del mundo; la montaña, y sobre todo su cumbre, ofrecida al cielo, representa el polo luminoso.
Se vislumbra así el sentido profundo del icono de la Natividad. El Niño de Dios, en la caverna cósmica, que significa el mundo terreno, y el eje luminoso del rayo estelar que desciende a lo largo de la montaña para atravesar las paredes de la caverna e iluminarla son una síntesis poderosa del misterio de la Encarnación. Es el descenso del Verbo Divino a las "partes inferiores de la tierra", como dice el Apóstol, hasta el centro oscuro de la Naturaleza a fin de iluminarla, pues "tiene que llenarlo todo", conforme a las palabras de las Escrituras: Lux in tenebris lucet, "la Luz (del Verbo) brilla en las tinieblas" (jn, 1, 5). Eso es lo que simboliza el "momento" de la natividad: se produce a medianoche, según el ciclo diurno, y en el solsticio de invierno, según el ciclo anual, pues el solsticio de invierno está considerado en cierto modo la "medianoche" del año; así, el introito de la misa en la víspera de la Epifanía, que forma una sola fiesta con la Navidad, dice magníficamente: "Mientras el mundo entero estaba enterrado en el silencio y la noche estaba en medio de su curso, tu Verbo todopoderoso, Señor, descendió de Su regio trono del cielo"; y, en la misa del día de Navidad, la lectura del Evangelio es la del Prólogo de San Juan, donde precisamente se dice: Lux in tenebris lucet. Señalaremos de paso que la Crucifixión y la Ascensión, en cambio, se llevan a cabo a mediodía: de "medianoche" a "mediodía", ese es el trayecto de la redención que hace que el hombre y el mundo pasen de las tinieblas a la luz. El hecho de que la fiesta de Navidad está fijada el 25 de diciembre es significativo, pues esta fecha corresponde al solsticio de invierno, el punto en que el sol, llegado a lo más bajo de su curso anual, comienza a elevarse en el cielo; esta "puerta solsticial" era llamada en la Antigüedad la "puerta de los dioses", nos dice Porfirio, o sea el paso por donde se accede a los estados superiores. Enseguida se comprende lo maravillosamente bien que se aplica este simbolismo a Cristo, que es el "Sol de justicia" cuyo nacimiento fue saludado como el del "astro que nace Arriba para iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc., 1, 78-79). El Verbo divino recoge la creación entera, que comienza igualmente con la explosión de la luz del Fiat Lux sobre las tinieblas de las Aguas primordiales (Gén., 1, 1-2); se vuelven a Sí mismo, por decirlo así, en lo más profundo de la materia del mundo, conforme al proceso de encarnación de todo hombre -que también "cae" en la materia y el cuerpo-, para que, en lo más profundo de todas las cosas y de todos los seres, brille de nuevo la Luz del Verbo, que también es la Vida (jn., 1, 4). "La caverna -canta una oda litúrgica bizantina para la fiesta de Navidad- se ha convertidoen un cielo".
Un símbolo tan capital como el que estudiamos nunca una sola interpretación. Habría mucho que decir sobre la figura de la Virgen, que en el icono casi se confunde con la tierra y la montaña. El artista sagrado quiso ciertamente poner aquí de relieve el aspecto terrestre, o más exactamente "ctónio" de la Madre de Dios: es la Madre universal, que ofrece a Cristo su substancia con miras a la Encarnación. En la liturgia, por otra parte, se asimila varias veces a la Santísima con la montaña; por ejemplo en los pasajes de oficio (bizantino) de la Virgen: "Oh Madre de Dios, tú eres la montaña de donde se ha sacado una piedra indestructible que ha roto las puertas del infierno". Esta invocación se inspira en un versículo del profeta Daniel, y la "piedra sacada de la montaña" designa evidentemente a Cristo, conforme a la interpretación mesiánica tradicional de este pasaje del profeta. Cristo es la piedra, la roca de la que mana el agua de la Vida. Por eso, a la entrada de la gruta de Belén, se muestra la fuente que brotó de la tierra en el momento de la Natividad.
Un elemento esencial del icono de la Natividad es la estrella. No entraremos a tratar los problemas históricos o geográficos planteados a este respecto, y no retendremos de esta estrella más que su significado simbólico, que es lo esencial. Como deciamos antes la estrella y su rayo corresponden a la Estrella Polar y al Eje del Mundo. Este eje, que pasa por la gruta, significa por tanto que la gruta está situada en el centro del mundo, lugar de comunicación entre Arriba y Abajo, el Cielo y la Tierra, y que Cristo está en el Centro del mundo por su función de "Rey del Mundo". Interviene aquí otro simbolismo, el de los Reyes Magos. Los Magos "vienen de Oriente" (mt., 2, 1); venían sin duda, históricamente, de los parajes de Irán y del Asia central, es decir, de una zona tradicional no semítica: indoeuropea. Para limitarnos a lo esencial, diremos, siguiendo a René Guénon, que los tres magos son representantes de la tradición ortodoxa primordial y representan las tres funciones fundamentales del Trighuvana: la de rey, la de sacerdote y la de profeta, simbolizadas por el oro, el incienso y la mirra. Ofreciendo estos tres presentes al Niño Dios, lo designan expresamente como rey, sacerdote y profeta, es decir, como Señor supremo, lo cual corresponde al título tradicional de "Rey del Mundo".
Natividad, s. VIIEl conjunto de los diferentes temas que aparecen alrededor de la Gruta pone de relieve esta supremacía del Niño Dios, que no es otro que el Verbo Divino. En el cielo, a uno y otro lado del eje luminoso, aparecen los Ángeles, que representan el mundo celestial, mientras que abajo, en la montaña o en la tierra, se ven hombres, en forma de pastores; si se añaden los árboles en la ladera de la montaña, así como el buey y el asno, nos damos cuenta de que la composición del cuadro reúne los representantes de toda la escala de los seres, repartidos entre el Cielo y la Tierra. Así, el icono constituye una poderosa síntesis cósmica, una visión espiritual del mundo centrada en Cristo, "recapitulación de la creación", cuyo descenso restablece la armonía esencial entre Arriba, donde "se gloria a Dios", y Abajo, donde "se da paz a los hombres". Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus.(...)
Para terminar, simplemente haremos unas cuantas observaciones con respecto a la estrella y la gruta, observaciones que permitirán penetrar mejor en la inteligencia del misterio del divino nacimiento. En Occidente, la estrella de los "pesebres" suele tener cinco puntas; en Oriente tiene seis. Esta estrella de seis puntas, que no es otra que el "Sello de Salomón", está además en relación con el simbolismo complementario de la montaña y de la caverna; y es que los dos triángulos invertidos del sello corresponden respectivamente, el superior, a la pirámide de la montaña, y el inferior, al esquema de la gruta. Este simbolismo expresa la unión del mundo celestial y el mundo terrenal, y por tanto el Hombre el Hombre Universal. La estrella de cinco puntas está en relación directa con el hombre individual. Aplicadas a Cristo, estas dos estrellas se refieren a las dos naturalezas que hay en Él.
Hubo varias grutas que desempeñaron un papel importante en la vida de Cristo: la gruta de la Anunciación, la de la tentación, la de Getsemaní y la del Gólgota. Esta última merece retener la atención para el tema que nos ocupa. En el peñón del Gólgota, casi debajo mismo del agujero donde se plantó la Cruz, se extiende una caverna convertida en capilla dedicada a Adán. Según la tradición hebraica, recibida por algunos padres de la Iglesia, como San Ambrosio, en aquella gruta fue enterrado el craneo de Adán, que había conservado Noé y que dejó Sem en aquel lugar, donde sabía que iba a morir el Mesías. En el momento de la muerte de Cristo, cuentan que se rajó la roca y que por allí corrió la sangre para lavar las culpas del primer hombre.
Craneo de Adán, detalle de La Crucifixión (1435) de Fra Angélico
Se podrían decir muchas otras cosas sobre las diversas aplicaciones del simbolismo de la gruta sagrada. Señalaremos tan sólo, para terminar, el lazo que existe entre la imagen de la caverna y la del corazón. En todas las tradiciones, el corazón del hombre se asimila a la caverna; asimilación basada en la analogía de estructura entre la gruta y el órgano físico, interiormente ahuecado en alveolos cavernosos y, por otra parte, en el hecho de que el corazón es el centro del ser, lo mismo que la caverna es el centro del mundo. Vemos así como funciona en este campo la analogía universal entre el macrocosmo y el microcosmo. En el orden microcósmico, el corazón es el centro, no sólo físico, sino también sutil y espiritual del hombre, el "lugar" en el que el hombre se encuentra con la Divinidad. "Debes saber -dice un texto indú- que este Agni, que es el fundamento del mundo eterno, y por el cual éste puede ser alcanzado, está oculto en la caverna (del corazón)"
Así, la escena de la Natividad, tal como se describe en el icono, significa a un tiempo, en el plano macrocósmico el nacimiento del Verbo en el mundo y, en el plano microcósmico, el nacimiento del Verbo en el corazón del hombre, que es el lugar del "segundo nacimiento", así como la caverna es el lugar ritual de este segundo nacimiento en ciertos rituales iniciáticos. El corazón del hombre se convierte en la gruta en la que nace Cristo interiormente a fin de transformar todo su ser. Un himno de la Iglesia latina, para el oficio de Laudes en tiempo de Navidad, canta: "Niño divino, ven a nacer en nuestro corazón"; haciendo eco, según parece, a este versículo de la II Epístola de San Pedro (1, 9) que nos invita a esperar que "se levante la Estrella en nuestros corazones", igual que se levantó sobre la gruta sagrada de Belén.
Fragmentalia desea a sus lectores una Luminosa Natividad y lo mejor para el 2011
Lecturas:
Jean Hani, Mitos, ritos, símbolos, los caminos hacia lo invisible. Olañeta editor
René Guénon, Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Paidos Orientalia 2002
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