Hay en la piedra un signo enigmático
grabado en la profundidad de su sangre llameante;
es comparable al corazón
donde se aloja el retrato del Desconocido.
Mil fuegos resplandecientes aureolan la piedra,
ondas de luz se agitan en torno a su corazón;
en su interior se oculta el brillo de su esplendor.
Y él, ¿será capaz de un corazón semejante?
Novalis, Los poemas de Enrique de Ofterdingen
Las piedras -por excelencia las piedras duras-, continúan hablando a los que quieren oírlas. Hablan a cada cual un lenguaje a su medida: a través de lo que sabe le enseñan lo que aspira a saber.
André Breton, La lengua de las piedras
Roger Caillois (1913-1978), francés, sociologo, poeta, mineralogista, ensayista..., entró pronto en contacto con el grupo de los surrealistas convirtiéndose en un referente para André Bretón quien escribiría el conocido Manifiesto Surrealista. Acabaría distanciándose de ellos pero sin terminar totalmente la relación. Una etapa importante de su carrera es la que desarrolla en Buenos Aires durante la segunda guerra mundial encontrándose con escritores de la intelectualidad argentina y latinoamericana cercana a la revista Sur, donde conocería a Jorge Luis Borges y Victoria Ocampo entre otros, a quienes introduce en la literartura francesa a través de sus traducciones.
Entre sus obras llama especialmente la atención la titulada Piedras, escrita en los años 60 donde la influencia surrealista es manifiesta. En ella pone en práctica un ejercicio imaginativo a través de la contemplación de piedras semipreciosas como la Ágata, la Septaria o el Ónice entre otras, abandonándose al caudal de imágenes e impresiones que dejará registradas en el texto.
E. M. Cioran hace unos interesantes comentarios en su recopilatorio Ejercicios de admiración y otros textos sobre esta obra de Caillois:
"Piedras comienza con un prefacio-himno y continúa, página tras página, en un tono moderado por la minuciosidad. Dejo de lado las razones secundarias de su fervor para ni indicar más que lo principal, que me parece residir en la búsqueda y la nostalgia de lo primordial, en la obsesión por los comienzos, por el mundo anterior al hombre, por un misterio "más lento, más vasto y más serio que el destino de una especie pasajera". Remontarse no sólo más allá de lo humano, sino de la vida misma, alcanzar el principio de las edades, convertirse en contemporaneo de lo inmemorial: ése es el propósito de este mineralogista exaltado que muestra júbilo cuando descubre en un nódulo de ágata anormálmente ligero un ruido líquido, agua oculta en él desde la aurora del planeta, agua "anterior", "agua de los orígenes" "fluido incorruptible" que da la sensación, al ser vivo que la contempla, de no ser más que un intruso alelado".
(...) Caillois se vuelve preferentemente hacia el momento en que ese caos inicial, que se va calmando intenta alcanzar una forma, una estructura, hacia esa fase en que las piedras, tras "el ardiente instante de su génesis", se convierte en "álgebra, vértigo y orden".
También Victoria Cirlot tiene sugerentes palabras para Piedras en un capitulo de su obra La visión abierta. Esta autora dirige su investigación dentro del contexto de la tradición casi olvidada por la que las piedras preciosa y semipreciosas eran consideradas un perfecto soporte para la contemplación con la que abrirse a visiones de caracter oracular, profético y extático, algo que, según ella, de alguna forma se encontraba latente en ejercicios practicados por los surrealistas:
"La piedra muestra el misterio de su origen, y el ojo que la mira parece remontarse en el tiempo hasta convertirse en espectador de su génesis. Se trata de un esfuerzo imaginativo que encuentra su modelo en las visiones cosmogónicas en las que el visionario asistía o bien, en un lejanísimo pasado, a los grandes momentos de la creación del universo, o bien a su final en un no menos lejanísimo futuro. En la imaginación de la génesis de la piedra sobrevive la excitación debida a un cambio de naturaleza: "Siento convertirme un poco en la naturaleza de las piedras"(palabras de Caillois). Pero no solo la piedra transforma a su espectador, sino que el espectador también cambia a la piedra: "Al mismo tiempo que las acerco a la mía". Con este intercambio de anturalezas se ha borrado la separación entre sujeto y objeto, abriéndose así el espacio intermedio que es el de la imaginación.
(...) El universo y la naturaleza pueden ser leídos porque, en efecto, poseen un significado. Y ante las obras de la naturaleza, por ejemplo una piedra, incluso en el siglo XX fue posible sentir la fascinación que descansa sobre una tradición sagrada semiolvidada, aunque todavía palpitante en gestos como los que ha transmitido el surrealismo."
Esta tradición sagrada a la que se refiere Victoria Cirlot, hermanada con la alquimia y ciencias teúrgicas, concibe a la naturaleza en todas sus facetas como una especie de escritura secreta, como un gigantesco criptograma divino que el sabio puede descifrar con ayuda de ciertas técnicas por las que el hombre aprendería a reconocerse en ella, además de reconocer la esencia de todos los seres. Estas técnicas eran utilizadas también como método adivinatorio, las conocidas mancias, entre las que se encontraria la berilística o cristalomancia (leer el porvenir en un cristal de roca), una suerte de "mineralogía visionaria" (en palabras de André Bretón), de inspiración astrológica por considerar que en las piedras se materializaban signos de origen celeste. Según Agrippa de Nettesheim en su De occulta philosphia (1550):
"Los sabios de la Antigüedad (...) dibujaban las constelaciones, figuras, sigilos y caracteres que la naturaleza reproducía mediante los rayos de las estrellas en las piedras..."
Johannes Kepler en Harmonices Mundi (1682) también manifiesta su creencia de que en las marcas y signos de las piedras se encontrarían registrados los acontecimientos históricos:
"Me reafirmaré aún más en mi opinión de atribuirle un alma a la tierra (...) en la certeza de que en las entrañas de la tierra tiene que haber una fuerza formadora que como la mujer embarazada, graba en la roca estratificada los aconteciminetos de la historia de la humanidad tal como han tenido lugar en la superficie".
Entre los románticos alemanes de la Naturphilosophie, también se deja sentir el eco de esa tradición sagrada, como en este fragmento de Los discípulos en Sais (1800) de Novalis:
"Varios son los caminos de hombre. Quien los sigue y compara verá surgir figuras maravillosas; figuras que parecen pertenecer a aquella gran escritura cifrada que se ve por doquier, en las alas, en la cáscara de los huevos, en las nubes, en los cristales y en las formaciones rocosas, en el agua helada, en el interior y el exterior de las montañas (...) y en las extrañas coyunturas del azar. En todo ello se adivina la clave de esta prodigiosa escritura, su gramática".
Ahora dejo algunos fragmentos de esta obra con la que poder viajar de la mano de su autor a las profundidades de las piedras, pudiendo ser un estímulo por el que abandonándose a la imaginación, proyectar también nuestros propios paisajes interiores.
El agua en las piedras.
A veces un nódulo de ágata, de dimensiones modestas, si se sopesa, parece anormálmente ligero. Se sabe así que está hueco y tapizado de cristales. Si se sacude cerca de la oreja, sucede, aunque muy de tarde en tarde, que se escucha el sonido de un líquido que golpea las paredes. Sin duda, la habita el agua, prisionera en una carcel de piedra desde el inicio del planeta. Surge el deseo de percibir esta agua anterior.
Es necesario pulir lentamente la superficie rugosa, la corteza de la geoda; después, con más precaución todavía, la calcedonia interna, hasta el momento en que, tras el tabique translúcido, se mueve una mancha sombría. Tiembla con la mano que sostiene la piedra y su nivel se mantiene obstinadamente horizontal, por mucho que se la incline. Es agua o, al menos, un fluido anterior al agua, conservado desde épocas tan lejanas que seguramente no conocían ni fuentes ni lluvias, ni ríos ni océanos. No había más líquido entonces que los metales en fusión pronto solidificados; quizá en algunas cavidades perdidas, el veloz y paradójico mercurio, espejo fugitivo, líquido y frío, el único metal que necesita para helarse una temperatura tan severa que el tibio planeta no está todavía cerca de alcanzar; finalmente esta agua secreta que seguramente del agua no tuvo nunca más que la apariencia.
Con la más ligera fisura, con la primera perforación, aunque fuera más fina que un cabello, brota y se volatiliza en un santiamén. Sólo una presión extraordinaria la mantenía líquida. La más minima salida le basta para desaparecer de inmediato, evaporada en un relámpago tras la mas larga reclusión.
Por eso no se encuentra esta agua cautiva más que en las sustancias menos porosas, como el cuarzo o la calcedonia, que impiden practicamente toda ósmosis, toda transpiración. Ni siquiera la calcedonia es una prisión del todo segura, ya que los artesanos hábiles, entre Eifel y Hunsrück, consiguen infiltrarle color. Sólo el cristal de roca es lo suficientemente estanco para no temer ninguna fuga. El líquido se encuentra en los huecos paralelos que separan las capas superpuestas de ciertas agujas. Parecen haberse desarrollado mediante saltos intermitentes. Entre estirón y estirón, como entre las dobles ventanas, un líquido no menos transparente que las barreras que lo retienen se encontró, al comienzo de las edades, atrapado en la trampa y al mismo tiempo a salvo de terribles sobresaltos. Desde entonces, libelos esféricos o alargados yerran en un laberinto de sutilezas invisibles. Según se gire el cristal en un sentido o en otro, estas burbujas suben, descienden, tuercen, entran en un conducto imprevisto, sin encontrarse jamás. Cada una en su dédalo, de tamaños diversos y deformados sin descanso por los obstáculos que rodean, perpetúan absurdamente las figuras invariables y cambiantes de un cruce de caminos, de un carrusel sin desenlace.
En el cuarzo, el agua se reparte por lo común en varias celdas que ocupa casi por completo. Dentro de la calcedonia, se recoge en una sola bolsa; el espacio que queda encima es tan alto y tan vasto que parece el cielo que cubre cualquier estanque hechizado. Los remolinos del líquido acrecientan sutilmente este lago sonoro e indistinto, empequeñecido hasta caber en el interior de una piedra, como el misterio de un paisaje espectral, brumoso, y sin embargo más real y con más peso que los paisajes imprecisos que la imaginación, al primer estímulo, se apresura a proyectar en los dibujos de las ágatas.
Sobre él, circular y abombado, gruesos copos amarillos de un cielo de nieve presionan hacia el centro una ventana irregular de amatista, cuyos prismas soldados dibujan una vidriería de minúsculos elementos hexagonales. Los del centro son casi incoloros y parecen no exisitir más que como una segunda abertura practicada en pleno vitral. Cuando se inclina la geoda, la línea oscura del agua sube y baja tras el ventanal y es como un lento párpado; o la noche que cae o que se levanta como una respiración de lava en los cráteres de los volcanes; o, perceptible sólo por esta portilla sola, el flujo y el reflujo inexplicables de un mar inmenso y solo, sin luna ni orillas.
El azul de tormenta de una calcedonia nocturna llena de nuevo la superficie de la piedra. En el borde, unas manchas de púrpura o de bermellón se extienden alrededor de unos mantos lívidos cortados en seco por el pulimento. Su cola oblicua desaparece rápido en el interior del mineral, como andrajos atrapados en el hielo. Abajo del todo, unos estratos lechosos, más claros o más oscuros, dibujan otros tantos horizontes escalonados o los reflejos de un astro invisible en el rompiente de unas olas paralelas. Por encima, unos enormes nubarrones se estremecen con mil amenazas oscuras y una más explícita: a modo de última advertencia, un meteoro consumado en pleno cielo por su propia caída produce un desgarrón trágico en las tinieblas.
Las dos caras del ágata están igualmente pulidas y son del mismo azul nocturno. Ofrecen un espejo idéntico, cargado de presagios y de injurias. Entre ellas, como garantizando la terrible promesa, el agua escondida de los orígenes cuya sombra se ve desplazarse y cuyo chapoteo percibe el oído. Creo que nadie es insensible a la emoción que engendra semejante presencia. Este vaso, el más cerrado, jamá fue abierto. Ni siquiera fue soldado al nacer, como una bombilla. Un vacío se creó por sí mismo en el corazón de la masa. Nadie, ni ninguna fuerza, hizo penetrar en él el fluido incorruptible que contiene y que desde entonces se muestra impotente tanto para escapar como para secarse.
El ser vivo que lo mira comprende que, por su parte, no es ni tan duradero ni tan sólido. Ni tan ágil, ni tan puro. Se reconoce sin júbilo en el extremo contrario de otro imperio, y de pronto tan extraño en el universo: un intruso alelado. Intuyo perfectamente, por obsesión personal, con qué pensamientos, al menos con qué fantasías vagas, puede empezar a ensimismarse un pasajero del mundo apartir de los guijarros habitados por un licor, un poco de agua geológica que quedó prisionera en la bolsa transparente de una piedra hermética.
Septaria
(...) En algunas piezas de tamaño excepcional, la irradiación de las fisuras parece haberse efectuado alrededor de dos centros enfrentados. Las redes de grandes mallas se acercan sin solparse, se exploran sin anudarse, se rozan como antenas, como palpos a tientas, voluptuosos o inquietos. Todo ocurre como si estas extensiones compartimentadas en alveolos cerrados, o que buscan al contrario no cerrarse, fueran en realidad organismos sensibles que se informan unos sobre los otros mediante tanteos temerosos. No son todavía más que diagramas, más cerca del esbozo que de la vida, pero un oscuro estremecimiento anima su gelatina polarizada. Parece que antes de combatirse o de acoplarse, estas amebas proliferantes pero frágiles, quizá solubles, sienten necesidad de reconocer todo aprehendiendo los peligros con un primer contacto, quizá corrosivo.
Hasta aquí, el dibujo se mantiene en la fase de estrella, de rosetón, de líneas y curvas articuladas en estructuras semirregulares que se desarrollan según una razón secreta, pero que sin duda se puede calcular. Otros nódulos están exentos de toda cadencia. No se adivina en ellos ninguna aritmética. Ahora unas amplias manchas se ensanchan en bandas lustrosas o relucientes: perfiles de alevines o renacuajos, de salamandras, de cuernos de alquimista con un pico desmesurado, de algas cuyas cintas se expanden de pronto en enormes vejigas casi rectangulares o en perfiles de bombas volcánicas que terminan en torbellinos y en los que resuella un soplo de erupción. Adoptan formas de dragón, como los que se ven desplegándose bajo las sedas de Asia, o de espectros acróbatas haciendo el trenzado o ensayando el spagat. Unas sacerdotisas con vestidos de centellas, amplios y cerrados sobre el misterio de su cuerpo, proceden a celebrar pausadas ceremonias, a participar en procesiones inmóviles.
Unas filtraciones, en parte metalizadas, evocan cazadores submarinos, tocados y enjaezados, blandiendo sus presas todavía clavadas en el arpón de pesca, larvas a la deriva, demonios funámbulos con ojos pedunculados: todo un aquelarre helado de lémures, de arpías, de vibriones. Unos estrechos husos hizados sobre su punta, a veces distantes, a veces unidos por el abultamiento del vientre, se bifurcan en la cúspide como las aves bicéfalas de los pendones imperiales. Otros se alejan a media altura, como mandrágoras que exiben su sexo. Todos parecen soldados y extensibles, como los elementos del fuelle de un acordeón. Se diría que están a punto de dilatarse, como si estuvieran pintados en una sustancia elástica que se estirará de repente. Unos cordones unen y nutren estas bolsas alargadas, que insufla una savia granulada.
A menudo, ciertos obstáculos, ciertos remolinos han alterado las grietas de la calcita. Se han visto obligadas de improvisto a desandar lo andado. Colmillos, cuernos, pavesas y hoces las completan o las estropean, las descortezan o las prolongan. Como un milagro, las imágenes torturadas conservan su elegancia perfecta. Estos suplicios refinados proporcionan escenas de carrusel, de tauromaquia, de cortejos, de panateneas elementales de cromosomas, de infusorios, de escolopendras.
Varios de estos simulacros recuerdan, con ayuda del azar o la fantasía, a siluetas más familiares, más precisas. Requieren menos imaginación. Se hacen eco de las imágenes de la memoria, les procuran calcos súbitos. Aquí, un toro irrecusable, el ocico vuelto para atisbar el ataque del enemigo, sexo turgente, cuernos agresivos y órbitas huecas, pozos negros y gemelos que anuncian el bucráneo bajo la máscara de la bestia viva. Ahí, un pez gato, los bigotes en alerta, la aleta dorsal ancha como una cuchilla, está tan bien recogido en su cabeza abotargada que parece no tener por cuerpo más que un apéndice miserable. A modo de cola, ondean dos estandartes divergentes, uno de los cuales, de la manera más absurda y como en una imagen onírica, se metamorfosea en una especie de pájaro que a su vez prolonga una trompa desmesurada de esfinge, de macroglosia.
Recuerda: estos animales, estos espectros, estos personajes desgalichados o hieráticos son pura conjetura. Es tu imaginación quien los afirma.
Ágata
(...) ¿Quién no experimenta de pronto el choque, la connivencia también, de dos imperios incompatibles? Es suficiente con que el círculo se haya revelado en una piedra. Ésta es la fascinación que se siente enseguida. El círculo que habita el ágata y la corsita, que preside tanto la albura como la corola, que del sol al ojo circunscribe tantos contornos, se afirma hasta en estas profundidades como una de las raras intérpoles encargadas del tráfico entre los diferentes reinos.
Para ver más imágenes:
http://www.johnbetts-fineminerals.com/jhbnyc/mineralmuseum/gallery.php?init=agate
Lecturas:
Roger Caillois, Piedras. Siruela 2011Victoria Cirlot, La visión abierta. Siruela 2010
E. M. Ciorán, Ejercicios de admiración y otros textos. Tusquets 1992
Novalis, Los discípulos en Sais. DVD ediciones 2004
Alexander Roob, Alquimia&Mística (los signos pag. 574 a 591) Taschen 2001
Entradas realcionadas:
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/03/magia-y-astrologia-ciencia-y-arte-de-la.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/07/buscando-isis.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/09/mundus-imaginalis.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/10/la-zona-intermedia.html
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grabado en la profundidad de su sangre llameante;
es comparable al corazón
donde se aloja el retrato del Desconocido.
Mil fuegos resplandecientes aureolan la piedra,
ondas de luz se agitan en torno a su corazón;
en su interior se oculta el brillo de su esplendor.
Y él, ¿será capaz de un corazón semejante?
Novalis, Los poemas de Enrique de Ofterdingen
Las piedras -por excelencia las piedras duras-, continúan hablando a los que quieren oírlas. Hablan a cada cual un lenguaje a su medida: a través de lo que sabe le enseñan lo que aspira a saber.
André Breton, La lengua de las piedras
Nódulo de ágata seccionado
Roger Caillois (1913-1978), francés, sociologo, poeta, mineralogista, ensayista..., entró pronto en contacto con el grupo de los surrealistas convirtiéndose en un referente para André Bretón quien escribiría el conocido Manifiesto Surrealista. Acabaría distanciándose de ellos pero sin terminar totalmente la relación. Una etapa importante de su carrera es la que desarrolla en Buenos Aires durante la segunda guerra mundial encontrándose con escritores de la intelectualidad argentina y latinoamericana cercana a la revista Sur, donde conocería a Jorge Luis Borges y Victoria Ocampo entre otros, a quienes introduce en la literartura francesa a través de sus traducciones.
Entre sus obras llama especialmente la atención la titulada Piedras, escrita en los años 60 donde la influencia surrealista es manifiesta. En ella pone en práctica un ejercicio imaginativo a través de la contemplación de piedras semipreciosas como la Ágata, la Septaria o el Ónice entre otras, abandonándose al caudal de imágenes e impresiones que dejará registradas en el texto.
E. M. Cioran hace unos interesantes comentarios en su recopilatorio Ejercicios de admiración y otros textos sobre esta obra de Caillois:
"Piedras comienza con un prefacio-himno y continúa, página tras página, en un tono moderado por la minuciosidad. Dejo de lado las razones secundarias de su fervor para ni indicar más que lo principal, que me parece residir en la búsqueda y la nostalgia de lo primordial, en la obsesión por los comienzos, por el mundo anterior al hombre, por un misterio "más lento, más vasto y más serio que el destino de una especie pasajera". Remontarse no sólo más allá de lo humano, sino de la vida misma, alcanzar el principio de las edades, convertirse en contemporaneo de lo inmemorial: ése es el propósito de este mineralogista exaltado que muestra júbilo cuando descubre en un nódulo de ágata anormálmente ligero un ruido líquido, agua oculta en él desde la aurora del planeta, agua "anterior", "agua de los orígenes" "fluido incorruptible" que da la sensación, al ser vivo que la contempla, de no ser más que un intruso alelado".
(...) Caillois se vuelve preferentemente hacia el momento en que ese caos inicial, que se va calmando intenta alcanzar una forma, una estructura, hacia esa fase en que las piedras, tras "el ardiente instante de su génesis", se convierte en "álgebra, vértigo y orden".
También Victoria Cirlot tiene sugerentes palabras para Piedras en un capitulo de su obra La visión abierta. Esta autora dirige su investigación dentro del contexto de la tradición casi olvidada por la que las piedras preciosa y semipreciosas eran consideradas un perfecto soporte para la contemplación con la que abrirse a visiones de caracter oracular, profético y extático, algo que, según ella, de alguna forma se encontraba latente en ejercicios practicados por los surrealistas:
"La piedra muestra el misterio de su origen, y el ojo que la mira parece remontarse en el tiempo hasta convertirse en espectador de su génesis. Se trata de un esfuerzo imaginativo que encuentra su modelo en las visiones cosmogónicas en las que el visionario asistía o bien, en un lejanísimo pasado, a los grandes momentos de la creación del universo, o bien a su final en un no menos lejanísimo futuro. En la imaginación de la génesis de la piedra sobrevive la excitación debida a un cambio de naturaleza: "Siento convertirme un poco en la naturaleza de las piedras"(palabras de Caillois). Pero no solo la piedra transforma a su espectador, sino que el espectador también cambia a la piedra: "Al mismo tiempo que las acerco a la mía". Con este intercambio de anturalezas se ha borrado la separación entre sujeto y objeto, abriéndose así el espacio intermedio que es el de la imaginación.
(...) El universo y la naturaleza pueden ser leídos porque, en efecto, poseen un significado. Y ante las obras de la naturaleza, por ejemplo una piedra, incluso en el siglo XX fue posible sentir la fascinación que descansa sobre una tradición sagrada semiolvidada, aunque todavía palpitante en gestos como los que ha transmitido el surrealismo."
Esta tradición sagrada a la que se refiere Victoria Cirlot, hermanada con la alquimia y ciencias teúrgicas, concibe a la naturaleza en todas sus facetas como una especie de escritura secreta, como un gigantesco criptograma divino que el sabio puede descifrar con ayuda de ciertas técnicas por las que el hombre aprendería a reconocerse en ella, además de reconocer la esencia de todos los seres. Estas técnicas eran utilizadas también como método adivinatorio, las conocidas mancias, entre las que se encontraria la berilística o cristalomancia (leer el porvenir en un cristal de roca), una suerte de "mineralogía visionaria" (en palabras de André Bretón), de inspiración astrológica por considerar que en las piedras se materializaban signos de origen celeste. Según Agrippa de Nettesheim en su De occulta philosphia (1550):
"Los sabios de la Antigüedad (...) dibujaban las constelaciones, figuras, sigilos y caracteres que la naturaleza reproducía mediante los rayos de las estrellas en las piedras..."
Johannes Kepler en Harmonices Mundi (1682) también manifiesta su creencia de que en las marcas y signos de las piedras se encontrarían registrados los acontecimientos históricos:
"Me reafirmaré aún más en mi opinión de atribuirle un alma a la tierra (...) en la certeza de que en las entrañas de la tierra tiene que haber una fuerza formadora que como la mujer embarazada, graba en la roca estratificada los aconteciminetos de la historia de la humanidad tal como han tenido lugar en la superficie".
Entre los románticos alemanes de la Naturphilosophie, también se deja sentir el eco de esa tradición sagrada, como en este fragmento de Los discípulos en Sais (1800) de Novalis:
"Varios son los caminos de hombre. Quien los sigue y compara verá surgir figuras maravillosas; figuras que parecen pertenecer a aquella gran escritura cifrada que se ve por doquier, en las alas, en la cáscara de los huevos, en las nubes, en los cristales y en las formaciones rocosas, en el agua helada, en el interior y el exterior de las montañas (...) y en las extrañas coyunturas del azar. En todo ello se adivina la clave de esta prodigiosa escritura, su gramática".
Ahora dejo algunos fragmentos de esta obra con la que poder viajar de la mano de su autor a las profundidades de las piedras, pudiendo ser un estímulo por el que abandonándose a la imaginación, proyectar también nuestros propios paisajes interiores.
Piedras
por
Roger Caillois
por
Roger Caillois
El agua en las piedras.
A veces un nódulo de ágata, de dimensiones modestas, si se sopesa, parece anormálmente ligero. Se sabe así que está hueco y tapizado de cristales. Si se sacude cerca de la oreja, sucede, aunque muy de tarde en tarde, que se escucha el sonido de un líquido que golpea las paredes. Sin duda, la habita el agua, prisionera en una carcel de piedra desde el inicio del planeta. Surge el deseo de percibir esta agua anterior.
Nódulo de ágata
Es necesario pulir lentamente la superficie rugosa, la corteza de la geoda; después, con más precaución todavía, la calcedonia interna, hasta el momento en que, tras el tabique translúcido, se mueve una mancha sombría. Tiembla con la mano que sostiene la piedra y su nivel se mantiene obstinadamente horizontal, por mucho que se la incline. Es agua o, al menos, un fluido anterior al agua, conservado desde épocas tan lejanas que seguramente no conocían ni fuentes ni lluvias, ni ríos ni océanos. No había más líquido entonces que los metales en fusión pronto solidificados; quizá en algunas cavidades perdidas, el veloz y paradójico mercurio, espejo fugitivo, líquido y frío, el único metal que necesita para helarse una temperatura tan severa que el tibio planeta no está todavía cerca de alcanzar; finalmente esta agua secreta que seguramente del agua no tuvo nunca más que la apariencia.
Con la más ligera fisura, con la primera perforación, aunque fuera más fina que un cabello, brota y se volatiliza en un santiamén. Sólo una presión extraordinaria la mantenía líquida. La más minima salida le basta para desaparecer de inmediato, evaporada en un relámpago tras la mas larga reclusión.
Por eso no se encuentra esta agua cautiva más que en las sustancias menos porosas, como el cuarzo o la calcedonia, que impiden practicamente toda ósmosis, toda transpiración. Ni siquiera la calcedonia es una prisión del todo segura, ya que los artesanos hábiles, entre Eifel y Hunsrück, consiguen infiltrarle color. Sólo el cristal de roca es lo suficientemente estanco para no temer ninguna fuga. El líquido se encuentra en los huecos paralelos que separan las capas superpuestas de ciertas agujas. Parecen haberse desarrollado mediante saltos intermitentes. Entre estirón y estirón, como entre las dobles ventanas, un líquido no menos transparente que las barreras que lo retienen se encontró, al comienzo de las edades, atrapado en la trampa y al mismo tiempo a salvo de terribles sobresaltos. Desde entonces, libelos esféricos o alargados yerran en un laberinto de sutilezas invisibles. Según se gire el cristal en un sentido o en otro, estas burbujas suben, descienden, tuercen, entran en un conducto imprevisto, sin encontrarse jamás. Cada una en su dédalo, de tamaños diversos y deformados sin descanso por los obstáculos que rodean, perpetúan absurdamente las figuras invariables y cambiantes de un cruce de caminos, de un carrusel sin desenlace.
En el cuarzo, el agua se reparte por lo común en varias celdas que ocupa casi por completo. Dentro de la calcedonia, se recoge en una sola bolsa; el espacio que queda encima es tan alto y tan vasto que parece el cielo que cubre cualquier estanque hechizado. Los remolinos del líquido acrecientan sutilmente este lago sonoro e indistinto, empequeñecido hasta caber en el interior de una piedra, como el misterio de un paisaje espectral, brumoso, y sin embargo más real y con más peso que los paisajes imprecisos que la imaginación, al primer estímulo, se apresura a proyectar en los dibujos de las ágatas.
Sobre él, circular y abombado, gruesos copos amarillos de un cielo de nieve presionan hacia el centro una ventana irregular de amatista, cuyos prismas soldados dibujan una vidriería de minúsculos elementos hexagonales. Los del centro son casi incoloros y parecen no exisitir más que como una segunda abertura practicada en pleno vitral. Cuando se inclina la geoda, la línea oscura del agua sube y baja tras el ventanal y es como un lento párpado; o la noche que cae o que se levanta como una respiración de lava en los cráteres de los volcanes; o, perceptible sólo por esta portilla sola, el flujo y el reflujo inexplicables de un mar inmenso y solo, sin luna ni orillas.
El azul de tormenta de una calcedonia nocturna llena de nuevo la superficie de la piedra. En el borde, unas manchas de púrpura o de bermellón se extienden alrededor de unos mantos lívidos cortados en seco por el pulimento. Su cola oblicua desaparece rápido en el interior del mineral, como andrajos atrapados en el hielo. Abajo del todo, unos estratos lechosos, más claros o más oscuros, dibujan otros tantos horizontes escalonados o los reflejos de un astro invisible en el rompiente de unas olas paralelas. Por encima, unos enormes nubarrones se estremecen con mil amenazas oscuras y una más explícita: a modo de última advertencia, un meteoro consumado en pleno cielo por su propia caída produce un desgarrón trágico en las tinieblas.
Las dos caras del ágata están igualmente pulidas y son del mismo azul nocturno. Ofrecen un espejo idéntico, cargado de presagios y de injurias. Entre ellas, como garantizando la terrible promesa, el agua escondida de los orígenes cuya sombra se ve desplazarse y cuyo chapoteo percibe el oído. Creo que nadie es insensible a la emoción que engendra semejante presencia. Este vaso, el más cerrado, jamá fue abierto. Ni siquiera fue soldado al nacer, como una bombilla. Un vacío se creó por sí mismo en el corazón de la masa. Nadie, ni ninguna fuerza, hizo penetrar en él el fluido incorruptible que contiene y que desde entonces se muestra impotente tanto para escapar como para secarse.
El ser vivo que lo mira comprende que, por su parte, no es ni tan duradero ni tan sólido. Ni tan ágil, ni tan puro. Se reconoce sin júbilo en el extremo contrario de otro imperio, y de pronto tan extraño en el universo: un intruso alelado. Intuyo perfectamente, por obsesión personal, con qué pensamientos, al menos con qué fantasías vagas, puede empezar a ensimismarse un pasajero del mundo apartir de los guijarros habitados por un licor, un poco de agua geológica que quedó prisionera en la bolsa transparente de una piedra hermética.
Septaria
(...) En algunas piezas de tamaño excepcional, la irradiación de las fisuras parece haberse efectuado alrededor de dos centros enfrentados. Las redes de grandes mallas se acercan sin solparse, se exploran sin anudarse, se rozan como antenas, como palpos a tientas, voluptuosos o inquietos. Todo ocurre como si estas extensiones compartimentadas en alveolos cerrados, o que buscan al contrario no cerrarse, fueran en realidad organismos sensibles que se informan unos sobre los otros mediante tanteos temerosos. No son todavía más que diagramas, más cerca del esbozo que de la vida, pero un oscuro estremecimiento anima su gelatina polarizada. Parece que antes de combatirse o de acoplarse, estas amebas proliferantes pero frágiles, quizá solubles, sienten necesidad de reconocer todo aprehendiendo los peligros con un primer contacto, quizá corrosivo.
Hasta aquí, el dibujo se mantiene en la fase de estrella, de rosetón, de líneas y curvas articuladas en estructuras semirregulares que se desarrollan según una razón secreta, pero que sin duda se puede calcular. Otros nódulos están exentos de toda cadencia. No se adivina en ellos ninguna aritmética. Ahora unas amplias manchas se ensanchan en bandas lustrosas o relucientes: perfiles de alevines o renacuajos, de salamandras, de cuernos de alquimista con un pico desmesurado, de algas cuyas cintas se expanden de pronto en enormes vejigas casi rectangulares o en perfiles de bombas volcánicas que terminan en torbellinos y en los que resuella un soplo de erupción. Adoptan formas de dragón, como los que se ven desplegándose bajo las sedas de Asia, o de espectros acróbatas haciendo el trenzado o ensayando el spagat. Unas sacerdotisas con vestidos de centellas, amplios y cerrados sobre el misterio de su cuerpo, proceden a celebrar pausadas ceremonias, a participar en procesiones inmóviles.
Unas filtraciones, en parte metalizadas, evocan cazadores submarinos, tocados y enjaezados, blandiendo sus presas todavía clavadas en el arpón de pesca, larvas a la deriva, demonios funámbulos con ojos pedunculados: todo un aquelarre helado de lémures, de arpías, de vibriones. Unos estrechos husos hizados sobre su punta, a veces distantes, a veces unidos por el abultamiento del vientre, se bifurcan en la cúspide como las aves bicéfalas de los pendones imperiales. Otros se alejan a media altura, como mandrágoras que exiben su sexo. Todos parecen soldados y extensibles, como los elementos del fuelle de un acordeón. Se diría que están a punto de dilatarse, como si estuvieran pintados en una sustancia elástica que se estirará de repente. Unos cordones unen y nutren estas bolsas alargadas, que insufla una savia granulada.
A menudo, ciertos obstáculos, ciertos remolinos han alterado las grietas de la calcita. Se han visto obligadas de improvisto a desandar lo andado. Colmillos, cuernos, pavesas y hoces las completan o las estropean, las descortezan o las prolongan. Como un milagro, las imágenes torturadas conservan su elegancia perfecta. Estos suplicios refinados proporcionan escenas de carrusel, de tauromaquia, de cortejos, de panateneas elementales de cromosomas, de infusorios, de escolopendras.
Varios de estos simulacros recuerdan, con ayuda del azar o la fantasía, a siluetas más familiares, más precisas. Requieren menos imaginación. Se hacen eco de las imágenes de la memoria, les procuran calcos súbitos. Aquí, un toro irrecusable, el ocico vuelto para atisbar el ataque del enemigo, sexo turgente, cuernos agresivos y órbitas huecas, pozos negros y gemelos que anuncian el bucráneo bajo la máscara de la bestia viva. Ahí, un pez gato, los bigotes en alerta, la aleta dorsal ancha como una cuchilla, está tan bien recogido en su cabeza abotargada que parece no tener por cuerpo más que un apéndice miserable. A modo de cola, ondean dos estandartes divergentes, uno de los cuales, de la manera más absurda y como en una imagen onírica, se metamorfosea en una especie de pájaro que a su vez prolonga una trompa desmesurada de esfinge, de macroglosia.
Recuerda: estos animales, estos espectros, estos personajes desgalichados o hieráticos son pura conjetura. Es tu imaginación quien los afirma.
Ágata
(...) ¿Quién no experimenta de pronto el choque, la connivencia también, de dos imperios incompatibles? Es suficiente con que el círculo se haya revelado en una piedra. Ésta es la fascinación que se siente enseguida. El círculo que habita el ágata y la corsita, que preside tanto la albura como la corola, que del sol al ojo circunscribe tantos contornos, se afirma hasta en estas profundidades como una de las raras intérpoles encargadas del tráfico entre los diferentes reinos.
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Para ver más imágenes:
http://www.johnbetts-fineminerals.com/jhbnyc/mineralmuseum/gallery.php?init=agate
Lecturas:
Roger Caillois, Piedras. Siruela 2011Victoria Cirlot, La visión abierta. Siruela 2010
E. M. Ciorán, Ejercicios de admiración y otros textos. Tusquets 1992
Novalis, Los discípulos en Sais. DVD ediciones 2004
Alexander Roob, Alquimia&Mística (los signos pag. 574 a 591) Taschen 2001
Entradas realcionadas:
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/03/magia-y-astrologia-ciencia-y-arte-de-la.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/07/buscando-isis.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/09/mundus-imaginalis.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/10/la-zona-intermedia.html
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Pienso que la imaginación humana es como una piedra preciosa: absolutamente sorprendente! He quedado encandilada con la belleza de estas piedras pero, sobre todo, con la descripción que realiza Caillois de las mismas...es pura poesía que fluye de la mente de un ser multifacético que sabe apreciar la belleza y descubrir recónditos espacios siderales y magnéticos que otros ojos no verían quizá sin esa disposición para lo magnífico, insólito, sorprendente e infinitamente bello. Siempre han despertado en mi, admiración e interés las personalidades que se despliegan en muchas facetas...sostengo que somos muchos en uno, que no acabaríamos nosotros mismos de sorprendernos al ver cuántas vetas novísimas, interesantes, enigmáticas, centelleantes, recónditas e inexploradas poseemos en nuestro interior más puro. Como en la magia del recorrido por las ágatas y cristales de roca -entre muchas otras- el espíritu humano es un enigma profundo, una serie de formas, expresiones y posibilidades que se abren, cual abanico, ante los ojos de aquéllos que saben mirar..He visitado también el museo de p.preciosas que sugerís, bellísimas, muchas de América y Latinoamérica. En nuestro río Uruguay, en su fondo, existen multitud de piedrecillas que albergan las más diversas formas y coloridos, algunas veces para muchos pasan desapercibidas, quizá por aquello de que no vemos con claridad lo que más cerca nuestro está...desde pequeña aprendí a apreciar tales "nimiedades" y mis ojos no se cansan nunca de descubrir, hallar y sorprenderse...Gracias por tan linda nota! las piedras que has escogido son realmente preciosas! el relato ameno y muy bien documentado. Gracias otra vez!! Abrazos!!
ResponderEliminarGracias a tí Mabel por transmitir tu energético entusiasmo y dejarnos entrañables reflexiones junto a experiencias vividas en los ambientes naturales de los que has tenido ocasión de disfrutar. La naturaleza sin duda siempre ha sido la principal fuente que ha nutrido la capacidad imaginativa, descubriendo en su contemplación signos por los que desvelar enigmas ocultos en nuestro interior, y con ello, poder saciar el deseo de sentirnos más libres. La práctica imaginativa es un ejercicio hacia la libertad, la naturaleza es el gran espejo donde encontrarla.
ResponderEliminarPor cierto, mis amigos de los que ya te hablé que llegaron de Argentina, país que no conocían, quedaron maravillados ante su impresionante naturaleza. Todo un privilegio tenerla cerca.
Abrazos !
Esas formas internas, esos colores ...sin duda podriamos hablar del alma de las piedras.
ResponderEliminarSi la de ellas es tan bella, como sera la nuestra!!
Abrazines Jan
Sí Baruk, y tanto la una como la otra, es cuando se limpian y pulen que muestran sus ocultos y más bellos colores.
ResponderEliminarUna abraçada
Acabo de ver esto. Me ha traído Google buscando La lengua de las piedras de Breton.
ResponderEliminarMe encanta la entrada. Alimento para tiempo. Percibo el trabajo y el cariño con que la has creado.
Te dejo un link donde cuelgo fotos de "mis" CaraDuras. Quizás te gusten.
Absorbida por las piedras.
Gracias
http://www.pinterest.com/elisalois/caraduras/
Veo que realizas intervenciones escultóricas en piedras que encuentras. Yo también tengo una entrada con mi particular colección de "CaraDuras". Pero en mi caso son piedras tal cual las encontré en una playa de Cantabria.
ResponderEliminarAquí te dejo el enlace:
http://barzaj-jan.blogspot.com.es/2013/08/la-naturaleza-animada.html
Mis fotos las encontrarás al final en relación al tema de la entrada.
Saludos