lunes, 9 de abril de 2012

Entre la Tierra y el Cielo

Cabeza de Centauro, detalle de Palas y el Centauro de Sandro Botticelli


"No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas."


Giovanni Pico Della Mirandola (Discurso sobre la dignidad del hombre)


La pintura de Sandro Botticelli Palas y el Centauro, fue interpretada en época moderna como una alegoría política, entre otras cosas, por encontrarse adornado con un emblema de los Médicis el vestido de Palas. Se pensó que la obra conmemoraba la Victoria de Lorenzo de Médicis sobre los Pazzi, familia rival, o sobre la coalición hostíl a él. También se encontró en ella la celebración del triunfo de la sagaz diplomacia sobre la tosca brutalidad de la corte de Nápoles, siendo representada ésta por el Centauro y aquella por Palas Atenea, diosa de la Sabiduría que aparece dominando al personaje mítico mitad hombre, mitad caballo.
Para E. H. Gombrich estas interpretaciones carecen de base, pues según parece este tipo de alegorías políticas surgen un tiempo después en las cortes italinas. Además, el arte con contenido político requiere de un lugar público donde dirigir su propaganda y Palas y el Centauro se encontraba en las habitaciones privadas de los Médicis, seguramente en el palacio de Lorenzo de Pierfrancesco de Florencia. Este gran investigador hace una lectura simbolica de la pintura mucho mejor fundamentada, descubriendo en ella una clara inspiración de la doctrina neoplatónica expuesta en los escritos de Marsilio Ficino. En el texto siguiente podemos leer como desarrolla su hipótesis.

Palas y el Centauro
Por
E. H. Gombrich



Uno de los temas principales de los escritos de Ficino es el de la situación del hombre a medio camino entre el animal y Dios. Las partes más bajas de nuestra alma nos ligan al mundo del cuerpo y los sentidos; la región más elevada de la mente participa de lo divino; y la razón humana, que es la prerrogativa del hombre, se sitúa entre las dos. Nuestra alma es el escenario de una lucha constante entre el movimiento impaciente del instinto animal y los anhelos de la razón, una lucha que sólo la orientación divina puede resolver desde arriba, trayendo con ella la serena quietud de una sabiduría celestial.

Palas y el Centauro (1482), Florencia, Galería de los Ufizi

En una carta a sus colegas filósofos desarrolla Ficino esta idea predilecta suya con ejemplos suficientemente próximos al cuadro de Botticelli como para que merezca la pena citarla:

La sabiduría, nacida de la elevada cabeza de Júpiter, creador de todas las cosas, prescribe a los filósofos, sus adoradores, que siempre que deseen alcanzar un objeto amado deben apuntar a lo alto, a la cabeza de las cosas, y no abajo, al pie. Pues Palas, la descendiente divina enviada de los cielos, mora en las alturas que convierte en fortaleza suya. Además ella nos muestra que no podemos llegar a las cimas y cabezas de las cosas sin antes haber ascendido a la cabeza del alma, el intelecto (mens), dejando atrás las regiones inferiores del alma. Ella nos promete, por último, que si nos recogemos a la cabeza más fértil del alma, es decir, al intelecto, engendraremos sin duda de esta cabeza un intelecto que será compañero de la misma Minerva y amigo de Júpiter el todopoderoso.

Tras esta introducción a las Cinco Cuestiones relativas al intelecto, Ficino analiza la jerarquía de las facultades desde el punto de vista de la teoría platónica del movimiento. El cuerpo es lo más bajo de la escala porque no puede moverse por su cuenta, sino que lo mueva el alma con arreglo a leyes estrictas: el alma es capaz de moverse, pero se ve movida hacia su origen celestial, donde Dios es descanso. ¿Qué tiene de extraño pues que no hallemos descanso mientras nuestra morada sea el cuerpo?
"Nuestro animal, es decir los sentidos", se ve empujado hacia su meta por impulsos animales, como una flecha hacia el blanco. "
A nuestro hombre, es decir, a la razón", no le aquieta la satisfacción de estos impulsos. A causa de la razón, que nos permite percibir los objetos superiores del hombre, vivimos atormentados y sin reposo:

Esta tal vez sea la lección de ese desgraciadísimo Prometeo que, aconsejado por la Divina Sabiduría de Palas, había recibido la llama celestial, es decir la razón; a causa de este mismo acto se vio encadenado en la cumbre de una montaña, es decir la roca de la contemplación, y desgarrado por los constantes picotazos de un ave rapaz, es decir el aguijón del deseo de saber.

O somos sino como Sísifo, ascendiendo la escarpada ladera:


Aspiramos a la más alta cumbre del Olimpo, pero habitamos el abismo del valle más inferior..., aquí nos detienen innumerables obstáculos e impedimentos, allí nos devían los halagos de las praderas.

Sólo la Divina Gracia puede resolver la paradoja de la existencia humana. Sólo la inmortalidad del alma da sentido a nuestros afanes en la Tierra. Mientras habita el cuerpo, el alma no puede alcanzar el estado de perfección y felicidad al que está destinada.
Tampoco este cuadro de Botticelli es ilustración de un tratado
de Ficino, pero los puntos de contacto bastan para redactar con su ayuda un programa hipotético. En tal programa el nexo entre la bestia noster, id est sensu y el homo noster, id est ratio se expresaría no mediante los símbolos de Prometeo o Sísifo, sino mediante el del Centauro, cuya forma participa de ambos seres. Va provisto de arcos y flechas, emblema de los instintos animales, y "vive en lo más profundo del abismo del valle" ("habitat infimae vallis abysum"), retenido, según parece, por "el encanto de los prados" ("pratorum blandimental"). Minerva-Mens, "nacida de la elevada cabeza de Júpiter creador" ("summo Iovis creatoris capite nata") coge al alma de los cabellos, con adecuado ademán de dominio.


Esta hipótesis explicaría cierto número de particularidades que en el contexto de anteriores interpretaciones no acababan de tener sentido o incluso resultaban incómodas. El marco paisajístico, con su llamativa y escarpada roca y sus risueñas panorámicas, no parece un escenario decorativo, sino más bien uno de esos paisajes alegóricos frecuentes en escenas tales como el Dilema de Hércules. Los arcos y flechas no necesitan seguramente de una explicación especial, pero tal vez sí la extraña actitud de Minerva. A cualquiera que interprete el cuadro como símbolo de una lucha entre el bien y el mal -político o ético- la acción y la composición deben resultarle un tanto flojas y apocadas. No está teniendo lugar combate alguno entre Minerva y el Centauro, no hay lucha heroica porque la verdadera lucha se desarrolla en el interior del Monstruo "creado enfermo, al que se ordena sanar". Contemplando a esta luz el cuadro, comprendemos también la expresión de sufrimiento del Centauro y la mirada que lanza Minerva, encarnación de la Divina Sabiduría. Cuando ella le toma amablemente de la cabeza para aquietar su frenético movimiento y encauzarle por su senda, él no se resiste, sino que se abandona a su cuidado.

Surge aquí la hija del gran Tonante,
que sin madre salió de su cabeza;

y ella tiende la mano a nuestra baja mente.

(Lorenzo de Medicis, Altercazione)

El tipo utilizado por Botticelli en la cabeza del Centauro no contradiría tal interpretación. Probablemente está inspirada en una escultura clásica, pero el pintor ha asemejado sus rasgos no a las figuras corrientes de la brutalidad pecaminosa, sino a la fisonomía de los santos orantes. De esta manera, aun cuando ciertamente no podamos demostrar que nuestra interpretación es correcta, sí que parece al menos estar más cerca del espíritu de la obra que la historia de la visita de Lorenzo a la corte de Nápoles.


El siguiente texto, ayudará a una mejor comprensión de la hipótesis expuesta por Gombrich sobre la pintura de Botticelli dentro del contexto neoplatónico. Es un fragmento del ensayo de Erwin Panofsky, El movimiento neoplatónico en Florencia y en el norte de Italia, dónde de forma resumida expone la doctrina ficiniana sobre la posición del hombre como mediador entre Dios y el mundo.


El movimiento neoplatónico en Florencia y el norte de Italia (frag.)
Por
Erwin Panofsky



(...) Ficino y sus seguidores compartieron la antigua creencia en una analogía estructural entre el Macrocosmos y el Microcosmos. Pero interpretaron esta analogía de una forma peculiar. De la misma forma que el universo se compone del mundo material (la naturaleza) y la región inmaterial más allá de la órbita de la luna, el hombre está compuesto de cuerpo y alma; el cuerpo es una forma inherente a la materia, el alma una forma solo adherente a ella. Y de la misma forma que el spiritus mundanus relaciona el mundo sublunar y el translunar, un spiritus humanus relaciona el cuerpo y el alma. El alma, así, consiste en cinco facultades que al mismo tiempo dirigen y dependen de las funciones fisiológicas: la facultad de procreación, nutrición y crecimiento (potentia generationis, nutritionis, augmenti) ; la percepción externa, es decir, los cinco sentidos que reciben y transmiten las señales del mundo exterior (sensus exterior, in parte quinque divisus) ; y la percepción interna, o imaginación, que unifica estas señales dispersas en imágenes psicológicas coherentes (sensus intimus atque simplex, imaginatio). El Alma Inferior, por tanto, no es libre, sino determinado por el "hado".
El
anima prima, o Alma Superior, comprende solo dos facultades; Razón (ratio) y Mente (mens, intellectus humanus sive angelicus). La razón está más cercana al Alma inferior: coordina las imágenes proporcionadas por la imaginación según las reglas de la lógica. La Mente, sin embargo, puede captar la verdad por la contemplación directa de las ideas supracelestiales. Mientras la Razón es discursiva y reflexiva, la Mente es intuitiva y creadora. La Razón está implicada en las experiencias, deseos y necesidades del cuerpo tal como son transmitidos por los sentidos y la imaginación. La Mente, por el contrario, puede comunicar o aun participar del intellectus divinus, hecho probado por el pensamiento humano, que no sería capaz de concebir las nociones de eternidad si no participara de una esencia eterna e infinita.
En contraste con el Alma Inferior, la razón es libre, es decir: puede permitirse a sí misma dejarse llevar por las sensaciones y emociones inferiores, o vencerlas. Ello significa lucha; y a pesar de que la Mente no toma partido en esta lucha, es indirectamente afectada por ella, en cuanto que tiene que iluminar a la Razón durante el combate. Porque la razón puede vencer a las exigencias de la naturaleza inferior del hombre simplemente con volverse hacia una autoridad más alta que la ilumine, y así la Mente se ve forzada con frecuencia a bajar su mirada hasta una confusión que es indigna de ella, en lugar de alzarla, cual es su deber, a la religión supracelestial que está sobre ella.
Todo esto explica la posición única del hombre en el sistema neoplatónico. Comparte con los brutos las facultades de su Alma Inferior, pero comparte su Mente con el
intellectus divinus; y no comparte su Razón con nada del universo: su Razón es exclusivamente humana, una facultad que los animales no pueden alcanzar, inferior a la inteligencia pura de Dios y los Angeles, y sin embargo capaz de volverse en ambas direcciones. Este es el significado de la definición que Ficino hace del hombre como "un alma racional que participa de la mente divina, y que emplea un cuerpo", definición que dice nada más y nada menos que el hombre es "el lazo de unión entre Dios y el mundo", o el "centro del universo", como Pico della Mirandola afirma, "El hombre asciende a las regiones superiores sin descartar el mundo inferior, y puede descender al mundo inferior sin desechar el superior".
Esta posición del hombre es al mismo tiempo enaltecedora y problemática. Con sus impulso sensuales vacilando entre la sumisión y la rebelión, con su razón enfrentada alternativamente al fracaso o al éxito, e incluso con su mente, firme, a veces apartada de su misión propia el "alma inmortal del hombre se siente siempre miserable en su cuerpo"; "duerme, sueña, delira y se aflige" dentro de él, invadida de una nostalgia infinita que solo será satisfecha finalmente cuando "vuelva al lugar de donde vino". (...)


Lecturas:

E. H. Gombrich, Imágenes simbólicas. Alianza Editorial 1990
Erwin Panofsky, Estudios sobre iconología. Alianza Editorial 2002

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2 comentarios:

  1. Hola Jan, me ha encantado esta entrada, ya tan solo el título es toda una revelación: entre la tierra y el cielo.

    El aprendizaje de poder sujetar ambas riendas es muy lento pero altamente satisfactorio cuando se consigue. "...No te he hecho mortal, ni inmortal; ni de la tierra, ni del cielo. De tal manera, que podrás transformarte a ti mismo en lo que desees. Podrás descender a la forma más baja de existencia como si fueras una bestia o podrás, en cambio, renacer más allá del juicio de tu propia alma, entre los más altos espíritus, aquellos que son divinos." (Pico della Mirandola)

    Feliz regreso a la tierra, digo ...de las vacaciones

    Tons

    *

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  2. Mis felicitaciones a quien consiga la satisfacción de sujetar esas riendas que comentas Baruk. Y si además consigue dominar éstas dirigiéndolas hacia las "realidades superiores" a las que apunta el fragmento del Discurso de Pico que dejé como epígrafe(o hacia "los más altos espíritus" que dice en esa otra traducción que aquí dejas), a mi alma de Centauro el mérito ya le parece mayúsculo...

    Tonets

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