Io recibida por la diosa Isis, fresco del templo de Isis en Pompeya s. I d.C., Museo Arqueológico de Nápoles
Incubatio (incubación), es la expresión latinizada referida a una práctica con fines curativos que se realizaba en época romana heredada de la medicina tradicional griega. La palabra es la acción de incubare, que designaba también el empoyado de los huevos pero se utilizaba especialmente para referirse al echo de yacer acostado en un recinto sagrado. Antes de que llegara la medicina "racional" a Occidente, toda curación se relacionaba con lo divino. Si una persona tenía un problema de salud lo normal era que acudiera a los templos o santuarios de dioses y héroes, los más conocidos fueron los Asklepeiones dedicados a Asklepio, dios griego de la medicina. Allí se practicaba el rito de la incubatio que consistía en permanecer acostados (generalmente sobre la piel de un animal sacrificado y ofrendado) durante varios día en un habitáculo dedicado a ello dentro del propio templo, aunque muchas veces también se realizaba en una caverna excavada en la tierra. Según descripciones de la época, el enfermo podía alcanzar estados entre el sueño y la vigilia que le provocaban visiones por las que entraban en contacto con los seres divinos. Era necesario adoptar una actitud de total pasividad y eliminación de todo atisbo de incredulidad. Solo cuando el enfermo dejaba de debatirse y de hacer ningún esfuerzo, rindiéndose a una condición de total entrega podía esperar que llegara la curación de un nivel superior de existencia.
Durante la época romana, estas prácticas ya en decadencia con respecto a lo que fueron su época dorada en la antigua Grecia, se complementaban con las iniciaciones en los conocidos "misterios", la gran mayoría de ellos importados de las "religiones orientales" que se extendieron por las grandes ciudades del imperio, siendo algunas, como las del culto a la diosa egipcia Isis, seguidas mayoritariamente por mujeres. Nos han llegado textos de algunos autores romanos con una visión muy crítica y satírica sobre lo que debía suceder en el interior de estos lugares dedicados a la espiritualidad. La investigadora Alejandra Martín-Artajo analiza estas fuentes, y sin ser concluyente en el resultado de sus apreciaciones deja una exposición llena de interesantes sugerencias no desprovistas de cierta jocosidad. Las imágenes que he elegido para ilustrar la entrada pertenecen a los frescos del siglo I d.C. que revestían las paredes del templo de Isis que gozo de gran seguimiento en la ciudad de Pompeya, pudiéndosenos mostrar los personajes que en ellos aparecen como testigos mudos de los supuestos e inconfesables encuentros que se dieran tras sus muros. (en la imagen sacerdote isíaco)
Quería comentar aquí brevemente tres textos que tienen como denominador común, la utilización del sacerdocio por parte de unos personajes para saciar su líbido.
La primera de las historias -sin seguir un orden cronológico- nos la cuenta Luciano de Samósata. Se trata del conocido pasaje en el que se narra la realista escenificación (Alej. 39) de la hierogamia entre Selene y Alejandro de Abonutico; según Luciano, mientras Alejandro aparentaba dormir, descendió sobre él desde el cielo, "en lugar de Selene, Rutilia, una mujer hermosísima, esposa de un intendente del emperador, que fuera de la ficción estaba prendada de Alejandro, como él de ella, y, ante los ojos del infeliz marido, había besos y abrazos delante de todo el mundo; y si no hubiera habido tantas antorchas, quizá se hubiera hecho algo que suele hacerse en secreto".
Otro episodio sobre este tipo de prácticas adicionales del sacerdocio, es el que nos narra Rufino de Aquileia, ya en los albores del s. V (Hist. Ecles. II, 25), a propósito de Tirannus, sacerdote del templo de Saturno, el cual se vale de una treta parecida, aunque llevada a cabo de una forma más íntima, para satisfacer su desbordado apetito sexual. Este personaje, después de fijar su atención en alguna bella dama de la alta sociedad le notificaba que su dios, Saturno, le había concedido el inmenso honor de escogerla para pasar la noche en su compañía, en el templo. (imagen iz.. sacerdote templo de Isis, Pompeya) Una vez dentro los dos, Tirannus se cuidaba bien de cerrar las puertas con llave, después de lo cual atrabesaba unos pasadizos secretos y se introducía dentro de la estatua del dios. Mientras tanto la mujer esperaba temblorosa de alegría ante la expectativa de ser poseída por una divinidad tan insigne. Cuando Tirannus consideraba oportuno, apagaba las luces e inducía a la mujer a consumar el adulterio. De este modo consiguió a un buen puñado de señoras de la buena sociedad. El engaño sólo se descubrió cuando una casta mujer, otra más embaucada por las artimañas del clérigo, en plena comunión con el que ella consideraba dios Saturno, reconoció la voz de Tirannus. Puso enseguida la superchería en conocimiento de su marido, el cual, ultrajado, hizo torturar al impostor.
El último de los textos que quiero comentar, aunque es el primero de ellos cronológicamente, es muy similar al anterior. Tal y como nos cuenta Flavio Josefo (Ant. Jud. XVIII, 6580) un rico caballero romano, Decius Mundus, se siente irremisiblemente atraído por una virtuosa y joven matrona romana, Paulina, esposa de Saturninus, a su vez un conspicuo miembro de la aristocracia. Pero Paulina no se deja seducir, ni tan siquiera por los 200.000 drachmas áticos que Mundus le ofrece a cambio de pasar una noche con ella (parece ser que la costumbre de ofrecer dinero, incluso a las más castas matronas, a cambio de favores sexuales no era en absoluto inusual). Entonces, aprovechando la devoción que Paulina profesaba a las divinidades egipcias, decide recurrir a un procedimiento algo más sutil. Ayudado por la liberta Ida, soborna a un sacerdote isíaco para que convoque a Paulina a pasar la noche en el templo de Isis, en compañía del dios Anubis. Paulina, halagada por el honor que el dios le ha concedido, acude sin demora al templo esa misma noche, donde Anubis, que no es otro que el caballero Mundus disfrazado, colma ampliamente sus propósitos (imagen der. sacerdote templo de Isis con la máscara de Anubis). Paulina, por su parte tampoco queda decepcionada, de hecho, parte exultante del templo al amanecer, más devota que nunca del dios nilótico. Y no parece que lo hubiera descubierto nunca sino hubiera sido porque el propio Mundus, con el cinismo propio de un Tenorio que en palabras de S. Zweig, "como buen cazador, no quedará contemplando la pieza que ha cobrado, sino que seguirá en pos de nueva caza, incansable, demoníaco, buscando siempre nuevos y nuevos ejemplos de la fragilidad de la mujer", le desvela personalmente dos días más tarde la identidad de Anubis. Paulina, a mi juicio más despechada que ofendida, se lo cuenta todo inmediatamente a su marido, el cual toma las medidas necesarias para castigar al malvado impostor.
Se ha cuestionado mucho la veracidad de estos textos. Los autores de los mismos escriben en unas circunstancias que les hacen sospechosos de subjetividad. Así, Luciano, del cual se tienen muy pocos datos autobiográficos, es un sofista que aparentemente no está adscrito a ninguna escuela filosófica en concreto, pero siente simpatía hacia el epicureísmo. No es ni mucho menos un escritor imparcial. Según Caster, el texto sobre Alejandro es un panfleto de anti-propaganda, escrito por encargo de un tal Celso, para hacerlo circular por los medios cultivados y reafirmar a los crédulos tentados de ceder ante la superstición. Luciano se siente profundamente hostil hacia la religiosidad de su época, invadida de supersticiones, prácticas astrológicas y mágicas, y de una fe ciega en los oráculos; el autor pretende ridiculizar a Alejandro y demostrar que es un farsante de la misma calaña que Peregrino Proteo, porque ambos "al mismo tiempo estaban consiguiendo atraer y convencer a una multitud preocupantemente interesada en este tipo de opciones espirituales". Luciano forma parte de un conjunto de autores que condena y critica esa ola de irracionalidad impregnada de creencias sobrenaturales, que Gascó ha denominado "asalto a la razón", que invade la sociedad del s. II d. C. Y para alcanzar sus objetivos no duda en tergiversar los hechos mediante la exageración, la utilización de lugares comunes y el recurso a los repertorios temáticos existentes enseñados en las escuelas.(...)
Es muy posible, además, que las tres historias tengan un origen común. Algunos autores consideran que la de Rufino está basada en la de Flavio Josefo, pues aunque la primera habla de un sacerdote de Saturno, el propio Plutarco identifica a Saturno-Cronos con Anubis. También es probable que ambas, junto con la de Luciano -el cual conocía perfectamente, como buen sofista que había viajado por todo el Mediterráneo este tipo de narraciones- se basaban en otras historietas parecidas ampliamente difundidas desde época helenística; entre éstas destaca la que nos narra el Pseudo- Calístenes en su Historia de Alejandro, según la cual el rey egipcio Nectanebus II engañó a Olimpia, esposa del rey Filipo de Macedonia, haciéndose pasar por Zeus-Ammon y convirtiéndose por tanto en padre de Alejandro Magno.
Pero lo que aquí me gustaría resaltar es que, aunque los textos no sean verdaderos, bien sea porque han sido rescatados del bagaje cultural grecorromano y utilizados para sus propios fines, el hecho es que los tres autores escogen la misma historia, es decir, el episodio de la joven noble seducida por un granuja que suplanta a una divinidad. Y creo que si así lo hacen es porque debía estar muy arraigada en la mentalidad popular romana desde hacía mucho tiempo. Entonces cabe ahora preguntarnos si esta creencia no se podría deber al hecho de que ciertos templos ofrecían dudas de ser casas de citas más que lugares de recogimiento con la divinidad. Como ya he mencionado anteriormente, aparte de los tres textos comentados, disponemos de otros pasajes, como los de Propercio o Tibulo, en los que estos se lamentan de las largas permanencias de sus amadas en los templo isíacos, y de otros como Ovidio o Juvenal que critican estos emplazamientos como lugares de encuentros galantes. Heyob argumenta que, según estos mismos poetas, los templos isíacos no son los únicos en albergar este tipo de prácticas: Ovidio cita toda una retahíla de emplazamientos diversos, desde teatros y circos hasta pórticos; Juvenal llega incluso a preguntarse sobre la existencia de algún templo en el que las mujeres no se prostituyan; en época posterior Minuncio Felix también se pronuncia en este sentido.
En cualquier caso, es lógico que, en una sociedad en la que la mujer estaba relegada al mundo doméstico, los lugares más sospechosos fueran aquellos a los que ésta podía acceder con mayor facilidad, como son los templos de Isis o Glycon -en el que aunque fraudulentamente a nuestros ojos y a los de Luciano, se desarrollaban unos ritos iniciáticos similares a los de otras religiones mistéricas- que estaban además envueltos por una aureola de misterio para todos aquellos que no estaban iniciados.
Es decir, los tres autores han podido, como ya se ha dicho, manipular una historieta ya existente, las prácticas por ellos denunciadas pueden ser inventadas, pero es tanta la insistencia con que recalcan el mismo tema, que podríamos dar un margen de veracidad a los hechos.
El que la mujer pasara la noche en un templo no era un fenómeno ni mucho menos extraño. De hecho, la práctica de la incubatio estaba muy extendida por el mundo grecorromano. Tenemos considerables testimonios de ésta en los templos de Asclepio, por ejemplo, dónde era uno de los procedimientos curativos más frecuentes (recordemos a este respecto los Discursos Sagrados de Elio Arístides). Se suponía que de este modo se curaban ciegos, tullidos, mudos y mujeres estériles e incluso se facilitaba la recuperación de objetos perdidos. En algunos santuarios en Egipto las excavaciones arqueológicas han revelado la existencia de habitáculos para la incubatio de mujeres que deseaban curarse de la esterilidad; no olvidemos que Isis estaba ligada a la fertilidad y al nacimiento.
Esta práctica proporcionaba además la posibilidad de entrar en estrecho contacto con la divinidad, permitiendo una experiencia onírica además de producir estados contemplativos, extáticos y místicos. El requisito más importante para la curación era eliminar la menor chispa de incredulidad. Desde luego en el caso de nuestras historias ésta está desechada; Rutilia, correspondía amorosamente a Alejandro y consintió gustosa en interpretar el papel de Selene; la matrona de la historia de Rufino es la que da la voz de alarma, pero todas las que le habían precedido anteriormente en sus brazos se sorprendieron lo estrictamente necesario para mantener la decencia. Que picara la primera de todas era creíble, pero que lo hicieran tantas resulta sospechoso, más bién da la sensación de que se había corrido la voz sobre las habilidades amatorias de Saturno. En el caso de Paulina, tampoco parece que le hiciera muchos ascos a la realista actuación de su Anubis reencarnado, a juzgar por lo publicidad que hizo del suceso; no es de extrañar ya que el vigoroso Mundus rivalizaba con un marido casi septuagenario.
Quizá Flavio Josefo, Rufino y Luciano pecaron de excesivo escepticismo y juzgaron con demasiada severidad la actuación de Mundus, Tiranus y Alejandro respectivamente. ¿Quien sabe si los objetos de estos tres personajes no eran sino los mismos de las mujeres por ellos seducidas, es decir, lograr una directísima e intimísima relación con los dioses por ellos representados, a la vez que curar la esterilidad de algunas de ellas? Sabemos por Luciano, que por lo menos los esfuerzos de Alejandro no fueron vanos, ya que muchas mujeres alardeaban de "haber parido un hijo suyo, y sus maridos daban testimonio de que decían la verdad" (Alej. 42). De este modo, estas mujeres satisfacían sus deseos de maternidad y proporcionaban a su descendencia un ilustre y divino padre, fuera éste Glycón, Anubis o Saturno.
¿Qué más se podía pedir si además, los intermediarios, por lo menos en el caso de Alejandro (Alej. 3), gozaban de un saludable y atractivo aspecto físico?, porque tal y como nos lo describe el propio Luciano: "De cuerpo, para informarte bien sobre este punto, era alto y de bello aspecto, verdaderamente digno de un dios; blanco de piel, la barba no muy espesa, la cabellera, en parte propia, en parte postiza, pero muy bien imitada, y tal que la gente no se daba cuenta de que no era suya. Los ojos de brillo impresionante, refulgentes como los de un iluminado, la voz a un tiempo dulcísima y muy clara. En suma, tenía un físico impecable".
Durante la época romana, estas prácticas ya en decadencia con respecto a lo que fueron su época dorada en la antigua Grecia, se complementaban con las iniciaciones en los conocidos "misterios", la gran mayoría de ellos importados de las "religiones orientales" que se extendieron por las grandes ciudades del imperio, siendo algunas, como las del culto a la diosa egipcia Isis, seguidas mayoritariamente por mujeres. Nos han llegado textos de algunos autores romanos con una visión muy crítica y satírica sobre lo que debía suceder en el interior de estos lugares dedicados a la espiritualidad. La investigadora Alejandra Martín-Artajo analiza estas fuentes, y sin ser concluyente en el resultado de sus apreciaciones deja una exposición llena de interesantes sugerencias no desprovistas de cierta jocosidad. Las imágenes que he elegido para ilustrar la entrada pertenecen a los frescos del siglo I d.C. que revestían las paredes del templo de Isis que gozo de gran seguimiento en la ciudad de Pompeya, pudiéndosenos mostrar los personajes que en ellos aparecen como testigos mudos de los supuestos e inconfesables encuentros que se dieran tras sus muros. (en la imagen sacerdote isíaco)
En torno a la "incubatio"
Por
Alejandra Martín-Artajo
Por
Alejandra Martín-Artajo
Quería comentar aquí brevemente tres textos que tienen como denominador común, la utilización del sacerdocio por parte de unos personajes para saciar su líbido.
La primera de las historias -sin seguir un orden cronológico- nos la cuenta Luciano de Samósata. Se trata del conocido pasaje en el que se narra la realista escenificación (Alej. 39) de la hierogamia entre Selene y Alejandro de Abonutico; según Luciano, mientras Alejandro aparentaba dormir, descendió sobre él desde el cielo, "en lugar de Selene, Rutilia, una mujer hermosísima, esposa de un intendente del emperador, que fuera de la ficción estaba prendada de Alejandro, como él de ella, y, ante los ojos del infeliz marido, había besos y abrazos delante de todo el mundo; y si no hubiera habido tantas antorchas, quizá se hubiera hecho algo que suele hacerse en secreto".
Otro episodio sobre este tipo de prácticas adicionales del sacerdocio, es el que nos narra Rufino de Aquileia, ya en los albores del s. V (Hist. Ecles. II, 25), a propósito de Tirannus, sacerdote del templo de Saturno, el cual se vale de una treta parecida, aunque llevada a cabo de una forma más íntima, para satisfacer su desbordado apetito sexual. Este personaje, después de fijar su atención en alguna bella dama de la alta sociedad le notificaba que su dios, Saturno, le había concedido el inmenso honor de escogerla para pasar la noche en su compañía, en el templo. (imagen iz.. sacerdote templo de Isis, Pompeya) Una vez dentro los dos, Tirannus se cuidaba bien de cerrar las puertas con llave, después de lo cual atrabesaba unos pasadizos secretos y se introducía dentro de la estatua del dios. Mientras tanto la mujer esperaba temblorosa de alegría ante la expectativa de ser poseída por una divinidad tan insigne. Cuando Tirannus consideraba oportuno, apagaba las luces e inducía a la mujer a consumar el adulterio. De este modo consiguió a un buen puñado de señoras de la buena sociedad. El engaño sólo se descubrió cuando una casta mujer, otra más embaucada por las artimañas del clérigo, en plena comunión con el que ella consideraba dios Saturno, reconoció la voz de Tirannus. Puso enseguida la superchería en conocimiento de su marido, el cual, ultrajado, hizo torturar al impostor.
El último de los textos que quiero comentar, aunque es el primero de ellos cronológicamente, es muy similar al anterior. Tal y como nos cuenta Flavio Josefo (Ant. Jud. XVIII, 6580) un rico caballero romano, Decius Mundus, se siente irremisiblemente atraído por una virtuosa y joven matrona romana, Paulina, esposa de Saturninus, a su vez un conspicuo miembro de la aristocracia. Pero Paulina no se deja seducir, ni tan siquiera por los 200.000 drachmas áticos que Mundus le ofrece a cambio de pasar una noche con ella (parece ser que la costumbre de ofrecer dinero, incluso a las más castas matronas, a cambio de favores sexuales no era en absoluto inusual). Entonces, aprovechando la devoción que Paulina profesaba a las divinidades egipcias, decide recurrir a un procedimiento algo más sutil. Ayudado por la liberta Ida, soborna a un sacerdote isíaco para que convoque a Paulina a pasar la noche en el templo de Isis, en compañía del dios Anubis. Paulina, halagada por el honor que el dios le ha concedido, acude sin demora al templo esa misma noche, donde Anubis, que no es otro que el caballero Mundus disfrazado, colma ampliamente sus propósitos (imagen der. sacerdote templo de Isis con la máscara de Anubis). Paulina, por su parte tampoco queda decepcionada, de hecho, parte exultante del templo al amanecer, más devota que nunca del dios nilótico. Y no parece que lo hubiera descubierto nunca sino hubiera sido porque el propio Mundus, con el cinismo propio de un Tenorio que en palabras de S. Zweig, "como buen cazador, no quedará contemplando la pieza que ha cobrado, sino que seguirá en pos de nueva caza, incansable, demoníaco, buscando siempre nuevos y nuevos ejemplos de la fragilidad de la mujer", le desvela personalmente dos días más tarde la identidad de Anubis. Paulina, a mi juicio más despechada que ofendida, se lo cuenta todo inmediatamente a su marido, el cual toma las medidas necesarias para castigar al malvado impostor.
Se ha cuestionado mucho la veracidad de estos textos. Los autores de los mismos escriben en unas circunstancias que les hacen sospechosos de subjetividad. Así, Luciano, del cual se tienen muy pocos datos autobiográficos, es un sofista que aparentemente no está adscrito a ninguna escuela filosófica en concreto, pero siente simpatía hacia el epicureísmo. No es ni mucho menos un escritor imparcial. Según Caster, el texto sobre Alejandro es un panfleto de anti-propaganda, escrito por encargo de un tal Celso, para hacerlo circular por los medios cultivados y reafirmar a los crédulos tentados de ceder ante la superstición. Luciano se siente profundamente hostil hacia la religiosidad de su época, invadida de supersticiones, prácticas astrológicas y mágicas, y de una fe ciega en los oráculos; el autor pretende ridiculizar a Alejandro y demostrar que es un farsante de la misma calaña que Peregrino Proteo, porque ambos "al mismo tiempo estaban consiguiendo atraer y convencer a una multitud preocupantemente interesada en este tipo de opciones espirituales". Luciano forma parte de un conjunto de autores que condena y critica esa ola de irracionalidad impregnada de creencias sobrenaturales, que Gascó ha denominado "asalto a la razón", que invade la sociedad del s. II d. C. Y para alcanzar sus objetivos no duda en tergiversar los hechos mediante la exageración, la utilización de lugares comunes y el recurso a los repertorios temáticos existentes enseñados en las escuelas.(...)
Es muy posible, además, que las tres historias tengan un origen común. Algunos autores consideran que la de Rufino está basada en la de Flavio Josefo, pues aunque la primera habla de un sacerdote de Saturno, el propio Plutarco identifica a Saturno-Cronos con Anubis. También es probable que ambas, junto con la de Luciano -el cual conocía perfectamente, como buen sofista que había viajado por todo el Mediterráneo este tipo de narraciones- se basaban en otras historietas parecidas ampliamente difundidas desde época helenística; entre éstas destaca la que nos narra el Pseudo- Calístenes en su Historia de Alejandro, según la cual el rey egipcio Nectanebus II engañó a Olimpia, esposa del rey Filipo de Macedonia, haciéndose pasar por Zeus-Ammon y convirtiéndose por tanto en padre de Alejandro Magno.
Pero lo que aquí me gustaría resaltar es que, aunque los textos no sean verdaderos, bien sea porque han sido rescatados del bagaje cultural grecorromano y utilizados para sus propios fines, el hecho es que los tres autores escogen la misma historia, es decir, el episodio de la joven noble seducida por un granuja que suplanta a una divinidad. Y creo que si así lo hacen es porque debía estar muy arraigada en la mentalidad popular romana desde hacía mucho tiempo. Entonces cabe ahora preguntarnos si esta creencia no se podría deber al hecho de que ciertos templos ofrecían dudas de ser casas de citas más que lugares de recogimiento con la divinidad. Como ya he mencionado anteriormente, aparte de los tres textos comentados, disponemos de otros pasajes, como los de Propercio o Tibulo, en los que estos se lamentan de las largas permanencias de sus amadas en los templo isíacos, y de otros como Ovidio o Juvenal que critican estos emplazamientos como lugares de encuentros galantes. Heyob argumenta que, según estos mismos poetas, los templos isíacos no son los únicos en albergar este tipo de prácticas: Ovidio cita toda una retahíla de emplazamientos diversos, desde teatros y circos hasta pórticos; Juvenal llega incluso a preguntarse sobre la existencia de algún templo en el que las mujeres no se prostituyan; en época posterior Minuncio Felix también se pronuncia en este sentido.
Paisaje con lugar sagrado en un idealizado Egipto. Fresco del templo de Isis en Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles.
En cualquier caso, es lógico que, en una sociedad en la que la mujer estaba relegada al mundo doméstico, los lugares más sospechosos fueran aquellos a los que ésta podía acceder con mayor facilidad, como son los templos de Isis o Glycon -en el que aunque fraudulentamente a nuestros ojos y a los de Luciano, se desarrollaban unos ritos iniciáticos similares a los de otras religiones mistéricas- que estaban además envueltos por una aureola de misterio para todos aquellos que no estaban iniciados.
Es decir, los tres autores han podido, como ya se ha dicho, manipular una historieta ya existente, las prácticas por ellos denunciadas pueden ser inventadas, pero es tanta la insistencia con que recalcan el mismo tema, que podríamos dar un margen de veracidad a los hechos.
El que la mujer pasara la noche en un templo no era un fenómeno ni mucho menos extraño. De hecho, la práctica de la incubatio estaba muy extendida por el mundo grecorromano. Tenemos considerables testimonios de ésta en los templos de Asclepio, por ejemplo, dónde era uno de los procedimientos curativos más frecuentes (recordemos a este respecto los Discursos Sagrados de Elio Arístides). Se suponía que de este modo se curaban ciegos, tullidos, mudos y mujeres estériles e incluso se facilitaba la recuperación de objetos perdidos. En algunos santuarios en Egipto las excavaciones arqueológicas han revelado la existencia de habitáculos para la incubatio de mujeres que deseaban curarse de la esterilidad; no olvidemos que Isis estaba ligada a la fertilidad y al nacimiento.
Escena de culto en un idealizado paisaje egipcio. Fresco del templo de Isis en Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles.
Esta práctica proporcionaba además la posibilidad de entrar en estrecho contacto con la divinidad, permitiendo una experiencia onírica además de producir estados contemplativos, extáticos y místicos. El requisito más importante para la curación era eliminar la menor chispa de incredulidad. Desde luego en el caso de nuestras historias ésta está desechada; Rutilia, correspondía amorosamente a Alejandro y consintió gustosa en interpretar el papel de Selene; la matrona de la historia de Rufino es la que da la voz de alarma, pero todas las que le habían precedido anteriormente en sus brazos se sorprendieron lo estrictamente necesario para mantener la decencia. Que picara la primera de todas era creíble, pero que lo hicieran tantas resulta sospechoso, más bién da la sensación de que se había corrido la voz sobre las habilidades amatorias de Saturno. En el caso de Paulina, tampoco parece que le hiciera muchos ascos a la realista actuación de su Anubis reencarnado, a juzgar por lo publicidad que hizo del suceso; no es de extrañar ya que el vigoroso Mundus rivalizaba con un marido casi septuagenario.
Quizá Flavio Josefo, Rufino y Luciano pecaron de excesivo escepticismo y juzgaron con demasiada severidad la actuación de Mundus, Tiranus y Alejandro respectivamente. ¿Quien sabe si los objetos de estos tres personajes no eran sino los mismos de las mujeres por ellos seducidas, es decir, lograr una directísima e intimísima relación con los dioses por ellos representados, a la vez que curar la esterilidad de algunas de ellas? Sabemos por Luciano, que por lo menos los esfuerzos de Alejandro no fueron vanos, ya que muchas mujeres alardeaban de "haber parido un hijo suyo, y sus maridos daban testimonio de que decían la verdad" (Alej. 42). De este modo, estas mujeres satisfacían sus deseos de maternidad y proporcionaban a su descendencia un ilustre y divino padre, fuera éste Glycón, Anubis o Saturno.
¿Qué más se podía pedir si además, los intermediarios, por lo menos en el caso de Alejandro (Alej. 3), gozaban de un saludable y atractivo aspecto físico?, porque tal y como nos lo describe el propio Luciano: "De cuerpo, para informarte bien sobre este punto, era alto y de bello aspecto, verdaderamente digno de un dios; blanco de piel, la barba no muy espesa, la cabellera, en parte propia, en parte postiza, pero muy bien imitada, y tal que la gente no se daba cuenta de que no era suya. Los ojos de brillo impresionante, refulgentes como los de un iluminado, la voz a un tiempo dulcísima y muy clara. En suma, tenía un físico impecable".
Sacerdote Isíaco junto a desnudo escultórico. Fresco del templo de Isis en Pompeya. Museo arqueológico de Nápoles.
Lecturas:
Varios autores. Sexo, muerte y religión en el Mundo Clásico, ARYS Ediciones clásicas 1994
Jaime Alvar. Los Misterios (Religiones "orientales" en el Imperio Romano) Crítica 2001
Marisa Ranieri. Pompeya, historia, vida y arte de la ciudad sepultada. Galaxia Gutenberg 2004
Peter Kingsley. En los oscuros lugares del saber. Atalanta 2006
Entradas relacionadas:
¡Qué curiosa coincidencia! Acabo de hacer una actividad cultural en Cádiz con mis alumnos y hemos visitado la "Casa del obispo" donde hay unas ruinas de un templo en honor al dios Asklepeio. Es impresionante el mundo pagano y que todavía conserve su esencia a pesar del pulso que, durante siglos, le ha batido la cristiandad.
ResponderEliminarBesos.
Hola Ana, seguro que ha sio una visita interesante. No conozco Cádiz pero se que conserva algunas joyas arqueológicas, tomo nota de la "Casa del Obispo". Aquí cerca de Barcelona he visitado en varias ocasiones las ruínas de Ampuries, ciudad fundada por los griegos donde también se encuentran unos restos de lo que fue el templo del dios de la medicina Asklepio, del que se conserva una escultura a tamaño natural. Por cierto, la primera vez que las visité fue en compañía de los sufridos profesores dentro de una actividad escolar. ;-)
ResponderEliminarEnhorabuena por dar a conocer a tus alumnos nuestros orígenes culturales.
Abrazos
Es cierto que el paganismo se corresponde con nuestro orígenes culturales,nunca se han perdido y nunca morirán.
ResponderEliminarAbrazos para ti también.
Pd:Si algún día te apetece viajar al sur me avisas.
Siempre apetece viajar al sur, más todavía si se suma el placer de descubrir nuevos lugares todavía no visitados.
ResponderEliminarMuy amable Ana por tu amistoso gesto.
Querido Jan,
ResponderEliminarSigo tu blog desde hace algunos meses y es sumamente interesante, para mí, leer y releer tus entradas.
Sirva mi comentario para darte las Gracias.
Saludos :)
Hola malaib,
ResponderEliminargracias a ti por hacer llegar tu comentario. Siempre es un estímulo saber que hay lector@s que siguen con interés este espacio. Por cierto, me encantan las palabras que dejaste en tu perfil:
"No se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos."
Algo con lo que estoy en total acuerdo.
.
Muy curiosas esas historias.
ResponderEliminarNo dudo que puedan ser verdad, tantas otras cosas más raras se han visto!
Lo de la incubatio es muy interesante, no lo sabia y me va a servir para entender algunas otras "historias". Jolín, que viejo es el mundo!!
Salut
*
Sobre la persistencia de conceptos y actitudes pre-cristianas hoy, basta consultar el artículo: 'Terapia', en Wikipedia, o alguna referencia a las: 'Ordalías o juicios de dios'. De estos temas se ha ocupado: 'ARYS', 'Antigüedad, Religiones y Sociedades', quizás en algún momento en una línea sesgada, afín a lo modernista, y de putativa intención didáctica o de agit-prop. Salut †
ResponderEliminarHola: algún comentario 'gramatical'. Lo que hacen las aves con sus huevos no sería: 'empoyar', sino: 'empollar'.
ResponderEliminarSobre la: 'incubatio' y temas conexos, quizás la palabra: 'clérigos', referida a los oficiantes de los cultos paganos sea mejorable, en tanto que hoy evoca casi en exclusiva a los religiosos cristianos. Sobre la suplantación de la identidad de una deidad o de sus sacerdotes para tener relaciones con las mujeres, habría abundantes ejemplos, en la iglesia católica eso se conoce como: 'solicitaciones de confesionario', y en una localidad madrileña me relataron que tras haber llegado un cura con seis dedos, quedaron en la localidad unas cuantas gentes con seis dedos.
Del conde-duque de Olivares indica R Gª-Villoslada en: 'Loyola y Erasmo', que le despidieron tras llegar al monarca quejas de los nobles de que el conde-duque, del 'clan de los Guzmanes', de Teba, Málaga, quizás de: ‘Osmán’, los ‘osmanlís’, de donde proviene también el fundador de la orden de predicadores, el conde-duque se hacía pagar con favores de mujeres los cargos y prebendas públicas que otorgaba.
En alguna película italiana se ve de forma cruda un episodio de este tipo de una actividad profesional como ocasión para una solicitación sexual, que al igual que relata el AT, libro de Daniel, de las mujeres israelitas que desde siempre cedían a las pretensiones de los ancianos, mientras la judía Susana les hizo frente, esas coyundas con los ídolos o sus allegados requerirían una enorme simplicidad, o un consentimiento: 'cómplice', por parte de la seducida.
Es también conocido el caso del colombiano: 'Biófilo panclasta', quien durante la revolución soviética en Rusia, se dedicaba a seducir mujeres rusas haciéndose pasar por una autoridad del partido. Gracias. Salut +
Abundando en el tema de las solicitaciones sexuales con ocasión de las actividades de profesiones en las que interviene el contacto con numerosas personas, Carl Gustav Jung, inventor de la técnica de las: 'asociaciones libres', técnica que incorporó Sigmund Freud a sus doctrinas psicoanalíticas, admitía sin rubor haber tenido relaciones físicas con varias de sus pacientes, y entre la profesión médica española, un 25% admiten haber tenido una relación íntima con alguien de la 'clientela'. (Aquí: 'clientela', evocaría los aspectos negativos del término en su contexto feudal). Sobre los cultos mistéricos, hay una reseña histórica sobre los: ‘misterios eleusinos’, en una página de una logia masónica guajira, en esos ritos usaban el: ‘Kykeon’, un brebaje que contenía algún producto del centeno, del cornezuelo del centeno se obtiene la materia prima para el alucinógeno: ‘LSD’, hoy sustituido por ‘copias’ sintéticas potencialmente mortales, quizás los eleusinos sean los: ‘misterios profundos del adversario’, en honor de Ceres, Démeter, Cibeles, Gaia, Isis, Pachamama…, ‘profundos misterios’ que cita el apocalipsis de san Juan. Salut †
ResponderEliminar'Hay otros mundos, pero están todos en este' (¿William Shakespeare?)
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