lunes, 27 de enero de 2014

Laberintos literarios


Rabano Mauro, De laudibus Sanctae (Biblioteca Digital Hispana)


El laberinto, pentacróstico o poema cúbico como también se le denominó en época barroca, es un género entre la literatura y las artes plásticas que alcanzó gran difusión durante la Edad Media. Sus orígenes los encontramos en la Antigüedad grecolatina en autores como Simmias de Rodas creador de primitivos modelos de estos artificios literarios, al que luego, a comienzos de la era cristiana, le seguirían otros como Publio Optaciano Porfirio desarrollando nuevas y complejas variantes . El primero es autor de caligramas donde demuestra su ingenio formando con el texto imágenes de objetos como por ejemplo una doble hacha, un huevo o unas alas.

Doble Hacha o labrys
Huevo


Alas
Así (según Rafael de Cózar)  estos poemas caligramáticos donde se aglutina la forma con el mensaje, aludirían a personajes mitológicos: el Huevo a Eros, la hacha doble a Epeios constructor del caballo de Troya, y las alas a Hermes. Dentro de la tradición heredada que otorgaba a la palabra un valor mágico y a su inscripción un poder talismánico, el poema de éste último se inserta en un sistema de lectura en espiral donde se alternan los versos iniciales y finales hasta llegar al centro donde se descifra el sentido.

Crismón
 En el siglo IV Publio Optaciano Porfirio superará la dificultad de los modelos griegos con la creación de los laberintos de letras. Si en los caligramas la forma externa sugería el contenido de los poemas, en los laberintos son las letras las que dibujan en el interior del texto significativas figuras geométricas como las que delinean el Crismón, símbolo del primitivo cristianismo y emblema de la totalidad. En el ejemplo de la imagen vemos resaltadas en el texto las iniciales interseccionadas del nombre griego de Jesucristo, Iesus Xristos que componen su monograma.

Durante la Edad Media la iglesia impulsará la creación de laberintos alcanzando un gran desarrollo en toda Europa. Este arte se convertirá en un gran vehículo de enseñanza religiosa pero con el mensaje oculto siguiendo la tradición bíblica de que la verdad divina debe velarse. De esta manera, como poesía criptográfica, sería dirigida a iniciados. 
El autor de laberintos más interesante de la Edad Media fue el teólogo aleman Rabano Mauro (s. IX) que llegaría a ser obispo de Maguncia. Su tratado De laudivis Sanctae Crucis tuvo una enorme influencia en este arte, siendo ampliamente copiada en manuscritos a lo largo de varios siglos de los que se conservan algunos, y llegando a ser impresa en épocas más recientes. Sobre esta obra Rafael de Cózar dedica parte de un capítulo en su excelente tesis doctoral editada Poesía e Imagen. Formas difíciles de Ingenio Literario (págs. 172-179) del que a continuación dejo unos fragmentos. Las imágenes pertenecen al manuscrito que se puede encontrar en la Biblioteca Digital Hispánica, clicando sobre ellas se pueden ampliar para facilitar la lectura de los textos.


Rabano Mauro: el autor más importante de laberintos 
(fragmentos)
Por
Rafael de Cózar
(Universidad de Sevilla)


(...) En el conjunto de los pentacrósticos o laberintos del tratado de Rabano Mauro hemos observado cuatro tipos de estructuras formales diferenciadas, aunque es la cruz, como decíamos, el elemento básico que componen las figuras del libro: agrupamos así en un primer conjunto los textos con representación figurativa: el segundo viene definido por el fundamento letrista en la elaboración de las cruces y símbolos; el tercero y más numeroso se caracteriza por las figuras geométricas como elementos constructivos, mientras el último, con muy escasos ejemplos, agrupa a los laberintos menos complejos, basados en una cruz simple formada con los ejes vertical y horizontal del cuadro de letras.
En cuanto al primer prototipo, es el dibujo o representación figurativa, en relación con el tema a que alude el texto, lo que delimita las nuevas lecturas a partir de las letras que integra. Todos los cuadrados de letras tienen así una lectura lineal, directa, que procede de los versos en disposición horizontal, pero es posible además obtener otra con las letras que contiene cada figura o dibujo y, en este caso, en cualquier dirección. Entre los objetos representados en este primer tipo de laberintos de figuras pueden verse: la imagen del rey Ludovico Pio, a quien se dedica el tratado ; así como la representación de Cristo con los brazos abiertos, texto de difícil lectura, en el que las líneas del dibujo delimitan las mayúsculas que deben leerse, dentro de la superficie del cuerpo.

 Ludovico Pio



 En la corona aparece: “Rex regum et dominorum”. Si leemos ahora desde los dedos índice y corazón del brazo derecho, a lo largo de este, y el borde de la cabeza hacia el otro brazo, para terminar en los mismos dedos de la mano izquierda, la lectura nos da: “Dextra Dei summi cuncta creavit IHS (Iesus) XPS (Christus) laxabit e sanguine debita mundo”.
La lectura continuaría ahora a partir de los dos dedos de la mano derecha hacia abajo, a lo largo del cuerpo y la pierna derecha hasta el pie, para remontar sobre el borde interno de la pierna izquierda y seguir desde el pie ascendiendo por el borde exterior hasta el cuerpo, el brazo izquierdo y terminar en los dos dedos de la mano. En este caso la lectura nos ofrece el siguiente texto: “In cruce sic positus desolvens vincla tyranni aeternus Dominus deduxit ad astra beatos atque salutiferam dederat Deus arce coronam”. Esta línea se ha visto cortada por el lienzo central que cubre al Cristo, en el que se lee: “Veste quidem parva hic tegitur qui continet astra atque solum palmo claudit ubiq (ubique)suo”.
Otro de los laberintos representa una cruz formada por los ejes vertical y horizontal del cuadrado de letras y los querubines y serafines insertos en las superficies que delimitan los cuatro ángulos de la citada cruz. 


Este texto podría aludir formalmente a la cruz de Jerusalén o de los cruzados, dada la disposición de los cuatro dibujos con las manos y las alas de las imágenes extendidas; este símbolo se compone de una cruz central y cuatro más insertas en los ángulos de la anterior.
Encontramos también un laberinto que forma la cruz a partir del dibujo del cordero dentro de la misma y los símbolos de los cuatro evangelistas en las cuatro direcciones del signo cristiano. Se trata de un poema cuadrado de 36 letras cada uno. 



En la superficie delimitada por el cordero central puede leerse: “Ecce agnus Dei ecce qui tollit peccata mundi”.
El águila, situada en la parte superior del cuadrado de letras y referida a San Juan, nos dice: “Altivolans aquila et verbum hausit in arce Iohannes” y el pedestal o pie del dibujo: “In principio erat V ” (verbum). A modo de brazo derecho de la cruz aparece el león como símbolo de San Marcos con la inscripción “Marcus regem signat” y “vox clamantis” en su base. El brazo derecho lo constituye el toro, San Lucas, con el texto: “Dat Lucas pontificem” y al pie: “Fuit in diebus Hero (Herodis)”. El ángel representa a San Mateo con el texto: “Mattheus hunc hominem signavit in ordine stirpis”, y “liber generationis” en su base.
El cordero tiene además siete cuernos y en la corona en forma de cruz que rodea su cabeza puede leerse también: “SEPTE SPS (spiritus) DEI”.



Encontramos también una cruz formada por siete flores en horizontal y vertical que aluden, según nos dice el título, a los siete dones del Espíritu Santo enumerados por Isaías , y dentro también de este mismo grupo de laberintos, destacamos el que representa, al final del tratado, una cruz y un monje a su pie adorándola, imagen que se refiere al propio autor.



Este último ejemplo, de sencilla lectura, nos da en la cruz superior el siguiente texto: “Oro te ramus aram ara sumar et oro”. Lo más interesante es que se trata de un anacíclico o retrógrado perfecto, lo que permite la lectura invertida letra a letra con el mismo resultado.
Ello supone que podemos iniciar la misma por cualquier de los cuatro vértices de la cruz sin alterar la frase. Esta forma de artificio, a la que hemos aludido con frecuencia en capítulos anteriores, no parece muy frecuente en esta época y, sin embargo, nuestro autor la integra en la dificultad del laberinto.
Si unimos además las letras que ofrece la superficie del monje, situado en posición de adoración al pie de la cruz, obtenemos el texto: “Rabanum memet clemens rogo Criste tuere o pie iudicio”, por el que el autor pide a Cristo le justifique.

El segundo tipo de laberintos, también con siete ejemplos, está constituido por textos con cruces insertas y formadas a partir de diversos moldes de letras. En estos casos el autor agrupa diversas letras del poema para formar con ellas otras letras mayores que constituyen a su vez nuevas palabras. Con estas se construye la cruz en varios de los casos. Esta forma llama la atención por su complejidad y los diversos escalones de lectura que permite. Como en todos los textos del tratado de Rabano Mauro, sigue existiendo una dimensión discursiva, lineal, que procede de la disposición horizontal de los versos. Sobre esta base de unidades mínimas se destacan otras letras que agrupan a las anteriores y nos dan un nuevo texto si unimos las letras que integran cada una, a la vez que una o más palabras en este escalón de lectura. Junto a esto, con frecuencia esta palabra forma gráficamente una cruz, último aspecto a considerar.



La figura de arriba nos sirve de ejemplo para explicar esta compleja estructura. Se trata de un cuadrado de 26 versos sobre los que destacan nueve mayúsculas colocadas en forma de cruz. Cada una de estas letras agrupan otras del texto formando las palabras: C: Seeraphin, R: Cheerubin, V: Arcangeli, X: Aangeli, S: Virtutes, A: Potestate, L: Throni, V: Principat, S: Dominationes, y están dispuestas, según decíamos, en forma de cruz, formando la inscripción: CRUX SALUS.



La figura superior, interesante monograma de Cristo que responde al tipo llamado lábaro o “signum Dei”, compuesto por las dos iniciales griegas de su nombre: La “X” y la “P”.
Este es para algunos un símbolo cristiano anterior incluso al de la cruz, y en este caso las dos letras vienen formadas por otras mayúsculas griegas, cada una de las cuales es a su vez un conjunto formado por las letras del poema (cuadrado de 41 versos). La letra “P” iniciada en la base del arco, para continuar hacia abajo por el palo, en sentido contrario a las agujas del reloj nos da las letras: OCHP IHCYC ALHQIA en las que se inscribe el texto: “Nam alma decet radiant scripta hinc quod nomine Christi, sancta salutaris laudat haec scriptio Christum”. La letra “X”, iniciada en el vértice superior izquierdo, nos da: QCXPCIHC que compone: “Christus homo est placidus nempe arbiter hic quoque mundi est”.



El último laberinto de este tipo también constituído por una cruz con las mayúsculas ALLELUIA sobre el eje en forma de cruz. El punto central del cuadrado de letras es una pequeña cruz con las letras “Amén” destacadas. El texto inserto en las letras mayúsculas nos da de arriba a abajo y de izquierda a derecha: “Crux aeterna Dei es laus vivis in arce polorum”.
El tercer tipo en que podemos agrupar los laberintos de Rabano Mauro integra las cruces formadas por figuras geométricas diversas. Es el tipo más frecuente en este tratado y suele tener a menudo implicaciones numéricas, sirve para simbolizar aspectos que el contenido del poema desarrolla.



La figura superior referida a las cuatro virtudes fundamentales, constituye una cruz teutónica a partir de cuatro triángulos con la base hacia el exterior: prudencia, justicia, fortaleza y templanza son los temas a los que aluden estos.



En esta otra la cruz viene formada por cuatro círculos que simbolizan a los cuatro elementos, las cuatro plagas, las cuatro estaciones y los cuatro cuadrantes del día, temas a los que alude el título de laberinto y que aparecen recogidos en los citados círculos.



Una cruz con los vértices finalizados en tres ramificaciones, una central y dos diagonales, un poco en la línea de la cruz teutónica o triangulada, con doce puntas por tanto que aluden a los doce meses, los doce signos, los doce apóstoles, las plagas y los diversos misterios de este número.



Esta otra continúa en esta línea de interpretación de valores numéricos: “De numero septuagenario et sacramentis eius” mediante una cruz con cuatro circunferencias a modo de brazos y otra central, que se han formado resaltando determinadas letras con pequeños recuadros. Entre cada uno de estos se deja una letra libre dentro de la superficie de cada uno de los cinco puntos de la cruz: el centro y los cuatro brazos. Nos recuerda esta forma la de la llamada cruz “botanada”, en la que las citadas circunferencias representan los puntos cardinales de cualquier espacio.



En cuanto a esta, reproduce la cruz triangulada y nos da como texto, a partir de las letras resaltadas por pequeños cuadrados, formando los triángulos: “Crux sacra tu aeterni es regis victoria Christi”. Son cuarenta letras insertas en estos cuatro triángulos, lo que nos explica el tema sintetizado en el título del laberinto: “De mysterio quadragenarii numeri”.



Esta se refiere también a interpretaciones numéricas, en este caso del número sesenta, y aparece en ella la cruz "ovalizada" que simboliza, según M. Vázquez: "El movimiento contínuo de las fuerzas en todo ser vivo, movimiento que toma el aspecto centrípeto o el centrífugo según se considere un lado u otro de cada óvalo"



El cuarto y último prototipo, sin duda el de más fácil realización y el menos numeroso en el tratado de Rabano Mauro, es el constituído por laberintos de letras en los que se ha destacado el verso central en disposición horizontal y vertical para formar la cruz. Este es el siguiente caso, un cuadro con la cruz central y la letra O en los extremos de la cruz y los cuatro ángulos del cuadrado.


Lecturas:

Rafael de Cózar, Poesía e Imagen. Formas difíciles de Ingenio Literario. El Carro de Nieve 1991 (Sevilla)

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jueves, 16 de enero de 2014

Diario de un perro


Ilustración de Reinhold Hoberg, 1892


"El mundo subsiste gracias a la inteligencia del perro."

Zend-Avesta



Oskar Panizza (1852-1921) fue un psiquiatra y escritor alemán muy crítico con el tiempo que le tocó vivir, mostrándose siempre en contra del poder establecido tanto político como religioso, así como de los convencionalismos sociales y de la ceguera del ser humano ilusionado con erróneos ideales. Esa lucha constante contra lo establecido, junto a una visión desalentadora de la condición humana y del modelo de gran ciudad moderna que se imponía para vivir, contribuyó en gran medida a desarrollar la irónica y satírica lucidez expuesta con genialidad en Diario de un perro del que a continuación dejo unos fragmentos. Los acompaño con algunas de las ilustraciones que Reinhold Hoberg realizara para la edición original de 1892.


Diario de un perro
(fragmentos)
Por
Oskar Panizza



 ABRIL

HOY ME HAN VENDIDO a mi nuevo amo. Yo soy del campo. Desde ayer estoy en la ciudad. Todo es nuevo para mí, y todo se precipita sobre mí en forma de impresiones extrañas. Puedo decir que desde ayer siento que soy un perro. Estoy pensando. Antes hacía todo eso inconscientemente. Veo que el pensar es un trabajo que a menudo provoca dolor. Lo que me preocupa es que ese trabajo no se ejecuta voluntariamente. Ya no soy feliz como antes, pero me siento más orgulloso. (...)

HE CORRIDO MUCHO; Estoy muerto de cansancio; añoro mi pueblo. Allí, ¡qué rico trato con la naturaleza! Aquí, ¡qué monotonía, qué mundo gris, cerrado por muros de piedra! Allí un gigantesco cielo cuyo dibujo varía todos los días, árboles, bosques, estercoleros para nuestras narices, ¡mu, mu! y ¡quiquiriquí! Aquí un mundo cerrado con barricadas, y por medio da vueltas el género humano, saltando, gesticulando y chirriando las bocas. (...)

Yo soy un perrito, y hoy, mientras iba corriendo durante horas detrás de las jadeantes caravanas humanas, volví a sentir la vieja tentación de escrutar con más detenimiento a esa curiosa raza, de examinarla y estudiarla desde el punto de vista canino. Y que me disequen si hoy no he logrado, gracias a la lluvia, un descubrimiento memorable, un notable principio clasificatorio. Una diferencia  me había llamado la atención en esa raza saltarina y agitada:
a saber, que el cuerpo de unos remata en dos tubos o pilares tiesos como varas y gruesos como árboles, sobre los cuales avanzan trabajosamente, agitándose y contrayéndose con gran esfuerzo, mientras que en los otros la parte inferior del cuerpo termina en una punta achatada de forma cónica, que les permite, sin embargo, desplazarse lo suficiente, de modo semejante a los erizos. Acaso haya muchas variedades humanas más en toda esa comedia urbana, pero todo lo que he visto hasta ahora he podido reducirlo a esos dos tipos fundamentales. Pero cuál no fue mi asombro cuando hoy, mientras iban corriendo de un lado a otro, pude observar, favorecido por mi pequeñez, que también los hombres de remate cónico tienen, por debajo de ese extraño pellejo, unas piernas en forma de tubo, parecidas a las otras, aunque de índole muy distinta, semejantes a espigas y que se mueven. Y mucho habría de engañarme si esa bifurcación del cuerpo no se prolongara hasta una altura considerable. ¡Qué descubrimiento! ¡Qué curiosa variedad ha producido aquí la naturaleza! ¿Qué habrá pensado? ¡Así que esos especímenes voluminosos e hinchados por abajo tienen piernas por debajo de la hinchazón! Hoy he podido observarlo con toda claridad, cuando algunos levantaban un poco esa funda colosal, de forma acampanada, que les cubre las piernas. Resulta, pues, que la naturaleza les permite a unos enseñar las piernas (y hacer con ellas los más increibles movimientos en forma de tornillo), mientras que a los otros le ha otorgado la capacidad de ocultarlas bajo una especie de campana corpórea (ya que la funda es parcialmente hueca). ¡Los enseñapiernas y lo ocultapiernas! Esas dos especies pueden darse por seguras. (...)

CADA DÍA VOY MIRANDO detenidamente a los hombres con los que muy probablemente tendré que vérmelas durante los próximos tiempos. En fin de cuentas, son lo más interesante de lo que  uno encuentra por aquí. Lo que sigue todavía asombrándome sobremanera es que ellos, esa especie cuyos amontonamientos de casa y excavaciones de calles atestiguan aparentemente un alto nivel evolutivo, carecen por completo de talento para la orientación recíproca. Me refiero a la posibilidad de entenderse unos a otros. ¿A qué vienen esas tremendas expulsiones de aire al aire, esos  ruidos de dientes, esos chasquidos, esas endiabladas gesticulaciones? ¡Qué trabajo más penoso! Cuando uno observa a dos perros que se encuentran por casualidad y se exploran uno a otro, en pocos minutos todo está hecho. Sabemos que el otro se queja del frío, que tiene hambre, que lo han golpeado, que tiene un alma tierna, que es terco, que desconfía; el aliento nos lo dice todo; el alma se extiende abierta ante nuestras narices. Vean, en cambio, a dos hombres. A quien no lo haya visto, dificilmente podré darle una idea de lo que es eso. ¡Qué confusión! ¡Qué dispendio de ruidos y de movimientos! (...)
La verdad es que a menudo me pregunto si todos esos sonidos, esos graznidos y falsetes, tienen algún significado; si esa raza, pese a ese dispendio colosal, sabe finalmente qué piensa el otro por sí mismo y qué piensa de uno. Muchas veces, uno de ellos, con las mejillas hinchadas y ojos salientes, echa a rodar hacia fuera raciones enteras de sonidos, verdaderas explosiones, contra su interlocutor; éste, a modo de respuesta, se reclina y escupe hacia el cielo unos rapidísimos trinos o resoplidos en voz de tiple sobreagudo, verdaderas descargas de artillería, cruzando generalmente las manos sobre la barriga. Todo ello se acompaña naturalmente de abundantes contracciones, gesticulaciones y chasquidos (también a través de la nariz). Al final, uno de ellos vuelve a quitarse una parte de la cabeza (el sombrero), el otro saca el trasero, y luego se separan. ¿Sabrán algo el uno del otro? ¿De las cualidades de su alma? ¡Pobre especie! (...)


 JULIO

EN EL BALANCE DEL mes pasado, he sumado: 12 bastonazos; 25 puntapiés; 6 veces palizas, puñetazos y bofetadas; 3 veces he sufrido una sed terrible; 1 vez huesos raídos y duros como piedras; 35 veces "Aydidididididi, perrito guapo!"; aproximadamente 40 veces "¡Adededededé, el pachoncito negro!". De mi parte, por el lado de las prestaciones, he contabilizado: 120 lamidas; 370 husmeos; 500 meneos del rabo y cerca de 699 lameduras de botas. Cada uno se busca la vida como puede.


AGOSTO

PARECE QUE LOS HOMBRES a menudo se sustraen unos a otros los órganos más valiosos para unirse a ellos. Así he visto hoy, con no poco asombro, como un enseñapiernas en medio de la calle le metío a otro la mano en e bolsillo del pantalón y sacó algo con lo que acto seguido salió corriendo. El afectado, tras llevar rápidamente la mano al punto en cuestión, se percató de lo sucedido y se puso a dar unos gritos terribles. Todo el mundo acudía corriendo, averiguaba, gesticulaba, torcía todos los miembros imaginables; dadas las notorias dificultades de comunicación de esa especie, pasó algún tiempo hasta que que supieron qué pasaba. Entonces todos echaron a correr de repente en una misma dirección. El pobre hombre al que le habían metido la mano en el bolsillo del pantalón se quedó parado ahí, pálido y temblando. Por lo visto había perdido uno de los órganos más valiosos, sin el cual le era imposible seguir viviendo, acaso el corazón o el alma. (...)


SEPTIEMBRE

(...) El otro día encontré a la Luna. Estaba subiendo como un monstruo ardiente detrás del cerro. Una noche fresca y ligera colgaba del cielo. A lo lejos oía a un coro de ranas entregándose a rezos fervorosos y sonoros. Yo me encontraba ciertamente en un estado de ánimo religioso, pero ¡por Dios!, esas ranas con su parloteo incesante miden los padrenuestros por peso y creen que lo que cuenta es la cantidad. Yo, que soy perro luterano, concentro mis sentimientos en un solo golpe; rezo cuando tengo que rezar y cuando siento el impulso en mis adentros. Así que, mientras estaba echado allí fuera, en la falda del monte, con la mirada fija en la bola ardiente, sin ninguna preparación como estaba, sorprendido por el derrotero que tomaban mis propios pensamientos, empecé de repente: "¡Dios redondo de los flequillos luminosos! ¿Eres de veras un ser que nos protege, que nos depara huesos y sobras de carne y nos salva de las palizas de los hombres, que te presentas de noche para que no nos caigamos a las charcas y a las cunetas de los caminos? ¿O eres solamente un disco de señalización que alguien ha colocado ahí, semejante a aquel disco diurno que los hombres arrastran cada día en estado incandescente por el cielo, a fin de mejorar sus gesticulaciones? ¿Obedeces acaso  a otro ser más poderoso todavía, a un funcionario que hoy te pinta un cuarto, mañana la mitad y pasado tres cuartos? Y tu severa y bondadosa cara de perro  que nos muestras, ¿de verdad nos contempla piadosamente a nosotros, tus pobres hermanos azotados y vapuleados? ¿O es que lo que vemos en ti son solamente los feos agujeros, protuberancias y excrecencias de un viejo y arrugado queso de Holanda arrojado a través de los espacios celestes?".


Tras esa oración casi se me partía el alma de tanta emoción, de atormentada duda y dolor existencial, y me puse a aullar y a lamentarme hasta que en las calles cercanas los hombres de batas blancas sacaban las cabezas por las mirillas (ventanas), maldiciendo, chillando y gesticulando; uno salió con un bastón en la mano, y eché a correr a toda prisa.


OCTUBRE

¡ES INCREIBLE A QUÉ extremos son capaces de llegar esos comediantes! El otro día fui con mi amo a una casa en la que ya había estado antes, y en donde vivía un tipo que me daba siempre bizcochos. Apenas abrieron la puerta, vi a dos que estaban ahí de pie, con mocos y lágrimas corriéndoles por la cara, sonándose y torciendo los ojos que daba asco. Ya barruntaba yo que eso era otra gran comedia. Entro, y he aquí que el hombre, el tipo de los bizcochos, está echado, tieso como un palo, en una caja pintada de negro, disimulando, conteniendo la respiración, y no se mueve. ¡Vaya comedia! Acaso a alguno de vosotros, perritos, le da por pensar ahora que ese pillo al cabo de un rato se iba a levantar, darles la mano a sus colegas enseñapiernas y decirles, con las debidas reverencias y descubrimientos de dientes, que era todo una broma y que queden todos contentos? ¡Qué va!, el tipo deja que cierren la caja sobre él, la aseguren con tornillos, lo bajen por la escalera, lo suban a un fantástico carro tirado por dos caballos cojos y lo lleven durante una hora fuera de la ciudad.¡Qué broma más divertida!


DICIEMBRE

¡DIOS MÍO CREO QUE sea acaba el mundo!  Esta mañana... ¿Qué? Pues esta mañana, cuando mi amo abrió la ventana, el mundo entero estaba cubierto de una masa polvorosa, blanca y centelleante. A nuestro alrededor reinaba un silencio de muerte. Los dos nos quedamos tiesos de horror. Cuando más tarde salí a la calle y toqué esa papilla mortal, advertí que era un polvo de todo punto indefinible, una cosa que no pertenece a este mundo, algo del más allá. No es espeso ni ralo, ni pesado ni ligero, ni húmedo ni seco, no es para comer ni para beber, una cosa horripilante. Al tocarlo cruje y se espolvorea, mostrando que no es nada afin a nosotros; nada canino ni humano. No pertenece al arroyo, al prado, al árbol. No puede aportarle ningún provecho a nadie; a lo más puede arruinarnos a todos. Creo que es un castigo colosal que debe a hogarnos a todos. Creo que esa cosa blanca es el pecado. Todo el ancho mundo cubierto del pecado blanco. Y del cielo sigue cayendo cada vez más. Los pocos hombres a los que he encontrado hasta ahora están tiesos de espanto. ¡Ja! ¿Así que os han pillado? ¿Donde están vuestra gesticulaciones, raza de comediantes? ¡Todo está tieso y congelado! ¿Dónde están vuestros picotazos equilibristas corredores? Ahogados y enmudecidos por el polvo blanco del pecado. Esa pasta pecaminosa penetra en todas partes, en los oídos, en las narices, los pliegues de las fundas artificiales (ropa); he visto a mozos enteros empolvados de pies a cabeza. Una estirpe de molineros y harineros está cubriendo la tierra. Y esas muecas congeladas en las caras. Y las descargas bucales se han acabado. Reina un silencio espléndido, colosal, en el que el perro puede finalmente pensar y meditar. Creo que ahora le tocará al perro el turno de mandar; los hombres quedarán enterrados bajo el pecado blanco. Pero lo perros sabemos saltar, mantenernos arriba. ¡Ánimo y adelante! ¡No lloro a nadie! (...)
Los hombres tratan ciertamente de defenderse y protegerse; vienen cargando con nuevos miembros artificiales y se los abrochan; se colocan nuevas cabezas (sombreros) y pies (zapatos); recorren la ciudad, abren y cierran puertas, entran en los almacenes de miembros artificiales (ropa) y salen con nuevas partes del cuerpo gordas y rechonchas. Pero no les sirve para nada. El pecado sigue cayendo como llovizna, les penetra entre la barbilla y el cuello de la camisa; la perdición les está llegando hasta la barriga. ¡Así va! El mundo se acaba, y a vosotros se os llevará el diablo.




El pintor George Grosz mostró su admiración hacia Oskar Panizza al pintar la obra que aparece en la imagen siguiente titulada Dedicatoria a Oskar Panniza, que ha pasado a ser una de las obras del expresionismo alemán más célebres. 




Sobre esta pintura el crítico de arte Simón Marchán Fiz escribe: "...el oleo Dedicatoria a Oskar Panizza (1917-1918) refleja aún más el sentir apocalíptico de Meidner y los poetas crepusculares. Sólo que ahora el patetismo y la pasión dolorosa del primero son sustituidos por un sarcasmo que se asocia con la muerte. No es casual, a este respecto, la dedicatoria a un personaje tan controvertido como Panizza, médico psiquiatra de Munich que, acusado de injuriar a la religión y al emperador, vivía recluido desde 1904 en un manicomio. Autor de numerosos relatos fantásticos a lo Poe, como Visiones del crepúsculo, es un satírico y crítico implacable de la sociedad dominante, la pintura nos presenta una escena que se desarrolla en el laberinto callejero de la noche urbana. Motivos iconográficos como la danza y la muerte, los siete pecados capitales, la bajada a los infiernos o el mundo patas arriba, todos ellos de ascendencia barroca, no traslucen sino una exacerbación de los estados de angustia individual y colectiva, rayante en la desesperación destructiva y con el ocaso de la humanidad".(Contaminaciones figurativas págs. 61-62)


Lecturas:

Oskar Panizza, Diario de un perro, Pepitas de calabaza editores 2007 
Simón Marchán Fiz, Contaminaciones figurativas, Alianza Editorial 1986 

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El terror futuro

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martes, 7 de enero de 2014

El Arca de Noé de Athanasius Kircher


Athanasius Kircher, El arca de Noé, pag. 122 (Entrada de los animales en el Arca)


"De todos los animales puros tomarás para ti siete parejas, macho y hembra, y de todos los animales que no son puros, una pareja, macho y hembra. (...) Porque dentro de siete días haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y exterminaré de sobre la faz del suelo todos los seres que hice."

Génesis, 7


De la extensa producción literaria del jesuita Athanasius Kircher (1602-1680), en El Arca de Noé es quizás donde de una forma más evidente se muestra la artificiosidad que tuvo que poner en práctica para compaginar razón y fe, "cuestiones fronterizas" como se las ha llamado, a las que exegetas de las consideradas como escrituras reveladas hacian frente intentando "casar" de la mejor manera posible. Una tarea que el Concilio de Trento se encargó de complicar, ya que la inspiración bíblica debía interpretarse en un sentido literal, algo, por otra parte, dificil de admitir en una época que la ciencia irrumpía ofreciendo nuevos descubrimientos. Éstos eran conocidos muy bien por Kircher y no serían obstáculo para, haciendo ingeniosas adaptaciones, demostrar que ningún argumento razonable podía poner en cuestión el hecho de que el diluvio universal fue un suceso real, consiguiendo así ser admirado por los científicos de su época de la misma manera que respetado por el brazo de la Inquisición. Entre las teorías que ideó, está por ejemplo la que resolvia la cuestión de que una pareja o septena de todas las especies de animales pudieran tener cabida en el interior del Arca, cuyas medidas establecidas por Dios eran de 300 codos de largo, 50 de ancho y 30 de largo. Aquí el padre jesuita establece una teoría evolutiva que recuerda en algunos aspectos a la de Darwin. Según él, no todos los animales fueron creados por Dios, o sea, no todos eran "puros", sino que muchos fueron el resultado -después del diluvio- de uniones espúreas entre miembros de distintas especies, sumándose a las causas de esas variedades morfológicas el influjo de los astros en las distintas regiones, la variedad de climas, así como la fuerza y el poder que ejerce la imaginación durante el coito en los cuadrúpedos, afectando de igual forma a las aves durante el tiempo de incuvación.

Dejo a continuación el breve análisis que Joscelyn Godwin dedicó a esta obra, al que he intercalado algunos párrafos del propio Kircher traducidos al castellano por Atilano Martinez Tomé acompañando las ilustraciones de una peculiar selección de animales.


El Arca de Noé
Por
Joscelyn Godwin


Arca de Noé fue dedicado a Carlos II de España, que contaba solo doce años en la fecha de la dedicatoria (1637) y estaba recibiendo una estricta educación jesuita. De todos los libros de Kircher éste es el que más podría agradar a un niño. Tras la apariencia de tratado bíblico no es sino un cuento de hadas iliustrado. Kircher se limita a tomar el relato del Diluvio y del Arca de Noé del Génesis y a embellecerlo con toda suerte de detalles precisos pero imaginados como solamente él podía hacerlo. No cabe aquí más que una breve muestra anecdótica.

 Comienzo del Diluvio (Arca de Noé, pág. 126)

El Diluvio tuvo lugar, se nos dice, en el anno mundi 1657 - es decir el año 2369 antes de Cristo, según los cálculos de Kircher- y duró exactamente 365 días desde que cayó la primera gota hasta el momento en que Noé y su familia salieron a tierra firme en Ararat. Antes del diluvio el hombre era extremadamente malvado; pero no sólo había seres humanos pues "en aquellos días había gigantes sobre la tierra" (Génesis, 6, 4). Se el ocurre a Kircher preguntarse si el propio Noé no sería un gigante, pero las dimensiones del arca le parecen insuficientes para acomodar a una familia de ocho gigantes aparte de todos los animales. Descubre, sin
embargo, que las proporciones del Arca, como las del Altar de Moisés en el Templo de Salomón, reflejaban las del cuerpo humano, y esto sirve para apoyar las diferentes interpretaciones alegóricas de la historia sin que ello afecte desde luego a su creencia en su veracidad literal. El arca no sólo representa el cuerpo humano sirviendo como vehículo para el alma a través de las tempestades de la existencia terrena; es también un símbolo de la iglesia. A su vez, Noé es símbolo y prefiguración de Cristo, mediador entre Dios y el hombre pecador.
La parte más deliciosa del libro es la referente a los animales, muchos de los cuales están ilustrados en los grabados de madera. 

León. "Es un bruto cuadrúpedo, rugiente, generoso, soberbio y feroz. (...) Es un animal muy lascivo, sobre todo la hembra, que, cuando está estimulada por el celo, admite incluso al leopardo, y cuando siente el macho, se levanta con toda su fuerza para vengarse; se sirve mucho del olor y por él el macho descubre el adulterio de la hembra, la cual, con un instinto más astuto, para no ser descubierta se lava con agua y así engaña al marido". (...)

 Camello-pardo. "Es un animal nacido de la unión entre el camello y el pardo. Tiene el cuello muy largo y la cabeza como la del camello. Las patas posteriores son más pequeñas que las anteriores. El dorso es como el del pardo, cubierto de manchas blancas. El emperador César alabó sus cualidades circenses después de verle en Roma. Es un animal manso, por lo que los bárbaros le dieron un nombre casi de oveja".

Noé se hallaba demasiado ocupado en construir el Arca como para poder reunir él mismo a las criaturas, pero fueron conducidas hacia ella guiados por Dios en parejas. Kircher las divide en tres especies: insectos, cuadrúpedos (que incluyen a los anfibios) y aves. Pero los únicos "insectos" admitidos en el Arca son las serpientes, pues los demás, junto con los escorpiones, ranas e incluso ratones, no copulan y se reproducen de una manera normal. Puede parecer que lo hacen, señala Kircher, pero "esto no es más que su manera de aliviar una picazón en las partes posteriores". Su simiente la depositan en las flores, las hojas, los cadáveres de animales o el fango, donde germina y madura. A menudo se la comen otros animales y vuelve a salir en los escrementos, de donde nacen las crías de los insectos. De este modo, al terminar el año de viaje, el arca contaba con una cantidad sobrada de estas humildes criaturas.

 Serpientes (Arca de Noé, pag. sin numeración)

También fueron excluidos del arca los animales híbridos, aunque de todos ellos hay una ilustración. Primero aparece un animal familiar, la mula, cruce de un caballo y un asno, luego el leopardo, fruto de la unión entre león y una pantera. Por lo visto, la pantera se empareja con cualquiera: produce el "camellopardo" o el "hippardo", con el camello o el caballo respectivamente. Entre los híbridos más misteriosos se hallan el armadillo -que Kircher, como Kipling en Just So Stories, deriva del erizo y la tortuga- y el allopecopithicum, resultado del cruce entre zorro y mono.

Alopecopiteco. "Es un animal nacido de la unión del simio con la zorra, como indica la palabra compuesta. Cárdeno escribe que este animal nace en Etiopía, que posee la parte anterior de la zorra, pero la cola y la parte  posterior son del simio; los pies anteriores son semejantes a los humanos y en las orejas se parece al murciélago. Tiene una bolsa bajo el vientre en la que lleva a las crías y de donde solamente las saca para mamar. (...) Sea lo que sea, yo pienso un poco temerariamente que es un animal monstruoso, en cuyo origen hemos de colocar la unión de diversos animales". 

 Armadillo. "Es un animal del reino mejicano, que tenemos expuesto en el museo para los visitantes, es semejante a un caballo enjaezado, dotado de una cobertura de escamas que la naturaleza le ha distribuido admirablemente para que, al ser tocado, se meta dentro de ellas formando un globo, como el erizo, y nadie pueda hacerle daño. (...) Yo deduzco por conjeturas que procede de la tortuga y el erizo, y no lo digo forzado, sino que lo considero del género de las tortugas por su cuerpo tesselado y perteneciente a los erizos, porque el resto de sus miembros y sus costumbres pertenecen a los erizos, con excepción de la cabeza que es propia de los puercos".

Tras examinar las taxonomías zoológicas de otros autores que clasifican a los animales en carnívoros y herbívoros, limpios y sucios, Kircher decide organizar a los cuadrúpedos con arreglo a su peso. Por tanto es el elefante el que abre la procesión de todas las bestias conocidas, salvajes, domésticas y míticas, como el unicornio, la sirena y el grifo. Dice Kircher que las sirenas existen, porque él posee los restos de una cola y huesos de uno de estos seres en su museo. En cuanto a los grifos, duda de la existencia de estos quiméricos monstruos que, según dice, surgieron del cruce entre el león y el águila; pero señala que ha recibido informes de la China que mencionan la existencia real de algunos y, de momento, no se atreve a emitir un juicio.

Sirena. "Es un monstruo marino que los españoles llaman pez-mujer y los italianos pez-donna. Es un animal que tiene la parte superior, hasta el sexo, de mujer y la parte inferior de pez, terminado en cola. Nadie puede dudar de su existencia, pues su cola y sus huesos están expuestos en nuestro museo. Es un anfibio del que abusaban los bárbaros cuando le cogían en tierra".

Grifo. "Nadie duda de que el grifo haya existido en la antigüedad. Tal como lo describen, es un animal quimérico, compuesto del halcón y del león. Pero nosotros no tratamos aquí de animales quiméricos, sino de especies verdaderas y reales de aves.
Es cierto que la relación de los geógrafos y de Paulo Véneto podemos comprobar la existencia de aves de gran magnitud en las orillas de los montes y en los confines del Asia Tártara, que dichos autores llaman grifalcos, en cuya caza y cetrería encontraban gozo el monarca de los tártaros. Me consta la verdad de estos datos por los padres que estuvieron en China, pero nadie puede afirmar que les haya visto en nuestros días; no obstante, yo no quiero suspender mi juicio sobre ellos y sí decir algo sobre su incierta existencia. Si es cierto lo que refieren de ellos los autores, a mí me sería muy fácil enumerarlos entre las águilas o los buitres, pero, por la naturaleza de la región o por el influjo de los cielos, llegaron a alcanzar esas grandes dimensiones, luego debieron ser excluidos del Arca".

 Durante el viaje todos los animales se portaron bien gracias a Dios y la tripulación humana se afanaba en darles de comer y canalizar sus excrementos hasta la sentina que se hallaba aislada por brea. Había provisiones de alimentos para un año para todos los viajeros y sus crías (ya que siguieren procreando sin inhibiciones) entre los que se encontraban pollos, palomas, y otros animales en cantidad sobrada para alimentar a los humanos y a otros carnívoros.
Cuando se evaporaron las aguas apareció un mundo bastante diferente. Por ejemplo, el Paraíso, cerrado a los mortales desde la caída de Adán y Eva, había desaparecido sin dejar rastro y, en lugar de los cuatro ríos del Edén, surgieron el Tigris y el Éufrates. Teniendo en cuenta la nueva prohibición del Señor de que no se comiera carne con sangre, Kircher llegó a la conclusión de que antes del Diluvio sí podía comerse, pero que los malos espíritus eran atraídos por la sangre contribuyendo así a la degradación humana. Ahora era preciso purificar la sangre en el sacrificio consagrándola al Señor. 

 El sacrificio de Noé (Arca de Noé pag. 168)

Pero la nueva ley de Cristo, indica Kircher, elimina esto con los demás restos de la ley judaica.
Cuando hubo terminado el Diluvio, Noé vivió el tiempo suficiente para ser testigo de la repoblación del mundo por su hijos Sem, Cam y Jafet. Cada uno fue en una dirección distinta convirtiéndose en progenitores de los difrentes grupos raciales y lingüísticos.



Lecturas: 

Joscelyn Godwin, Athanasius Kircher. La búsqueda del saber de la antigüedad, Editorial Swan 1986

 Athanasius Kircher, El Arca de Noé (traducción y edición de Atilano Martinez Tomé) Ediciones Octo 1989


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