lunes, 27 de enero de 2014

Laberintos literarios


Rabano Mauro, De laudibus Sanctae (Biblioteca Digital Hispana)


El laberinto, pentacróstico o poema cúbico como también se le denominó en época barroca, es un género entre la literatura y las artes plásticas que alcanzó gran difusión durante la Edad Media. Sus orígenes los encontramos en la Antigüedad grecolatina en autores como Simmias de Rodas creador de primitivos modelos de estos artificios literarios, al que luego, a comienzos de la era cristiana, le seguirían otros como Publio Optaciano Porfirio desarrollando nuevas y complejas variantes . El primero es autor de caligramas donde demuestra su ingenio formando con el texto imágenes de objetos como por ejemplo una doble hacha, un huevo o unas alas.

Doble Hacha o labrys
Huevo


Alas
Así (según Rafael de Cózar)  estos poemas caligramáticos donde se aglutina la forma con el mensaje, aludirían a personajes mitológicos: el Huevo a Eros, la hacha doble a Epeios constructor del caballo de Troya, y las alas a Hermes. Dentro de la tradición heredada que otorgaba a la palabra un valor mágico y a su inscripción un poder talismánico, el poema de éste último se inserta en un sistema de lectura en espiral donde se alternan los versos iniciales y finales hasta llegar al centro donde se descifra el sentido.

Crismón
 En el siglo IV Publio Optaciano Porfirio superará la dificultad de los modelos griegos con la creación de los laberintos de letras. Si en los caligramas la forma externa sugería el contenido de los poemas, en los laberintos son las letras las que dibujan en el interior del texto significativas figuras geométricas como las que delinean el Crismón, símbolo del primitivo cristianismo y emblema de la totalidad. En el ejemplo de la imagen vemos resaltadas en el texto las iniciales interseccionadas del nombre griego de Jesucristo, Iesus Xristos que componen su monograma.

Durante la Edad Media la iglesia impulsará la creación de laberintos alcanzando un gran desarrollo en toda Europa. Este arte se convertirá en un gran vehículo de enseñanza religiosa pero con el mensaje oculto siguiendo la tradición bíblica de que la verdad divina debe velarse. De esta manera, como poesía criptográfica, sería dirigida a iniciados. 
El autor de laberintos más interesante de la Edad Media fue el teólogo aleman Rabano Mauro (s. IX) que llegaría a ser obispo de Maguncia. Su tratado De laudivis Sanctae Crucis tuvo una enorme influencia en este arte, siendo ampliamente copiada en manuscritos a lo largo de varios siglos de los que se conservan algunos, y llegando a ser impresa en épocas más recientes. Sobre esta obra Rafael de Cózar dedica parte de un capítulo en su excelente tesis doctoral editada Poesía e Imagen. Formas difíciles de Ingenio Literario (págs. 172-179) del que a continuación dejo unos fragmentos. Las imágenes pertenecen al manuscrito que se puede encontrar en la Biblioteca Digital Hispánica, clicando sobre ellas se pueden ampliar para facilitar la lectura de los textos.


Rabano Mauro: el autor más importante de laberintos 
(fragmentos)
Por
Rafael de Cózar
(Universidad de Sevilla)


(...) En el conjunto de los pentacrósticos o laberintos del tratado de Rabano Mauro hemos observado cuatro tipos de estructuras formales diferenciadas, aunque es la cruz, como decíamos, el elemento básico que componen las figuras del libro: agrupamos así en un primer conjunto los textos con representación figurativa: el segundo viene definido por el fundamento letrista en la elaboración de las cruces y símbolos; el tercero y más numeroso se caracteriza por las figuras geométricas como elementos constructivos, mientras el último, con muy escasos ejemplos, agrupa a los laberintos menos complejos, basados en una cruz simple formada con los ejes vertical y horizontal del cuadro de letras.
En cuanto al primer prototipo, es el dibujo o representación figurativa, en relación con el tema a que alude el texto, lo que delimita las nuevas lecturas a partir de las letras que integra. Todos los cuadrados de letras tienen así una lectura lineal, directa, que procede de los versos en disposición horizontal, pero es posible además obtener otra con las letras que contiene cada figura o dibujo y, en este caso, en cualquier dirección. Entre los objetos representados en este primer tipo de laberintos de figuras pueden verse: la imagen del rey Ludovico Pio, a quien se dedica el tratado ; así como la representación de Cristo con los brazos abiertos, texto de difícil lectura, en el que las líneas del dibujo delimitan las mayúsculas que deben leerse, dentro de la superficie del cuerpo.

 Ludovico Pio



 En la corona aparece: “Rex regum et dominorum”. Si leemos ahora desde los dedos índice y corazón del brazo derecho, a lo largo de este, y el borde de la cabeza hacia el otro brazo, para terminar en los mismos dedos de la mano izquierda, la lectura nos da: “Dextra Dei summi cuncta creavit IHS (Iesus) XPS (Christus) laxabit e sanguine debita mundo”.
La lectura continuaría ahora a partir de los dos dedos de la mano derecha hacia abajo, a lo largo del cuerpo y la pierna derecha hasta el pie, para remontar sobre el borde interno de la pierna izquierda y seguir desde el pie ascendiendo por el borde exterior hasta el cuerpo, el brazo izquierdo y terminar en los dos dedos de la mano. En este caso la lectura nos ofrece el siguiente texto: “In cruce sic positus desolvens vincla tyranni aeternus Dominus deduxit ad astra beatos atque salutiferam dederat Deus arce coronam”. Esta línea se ha visto cortada por el lienzo central que cubre al Cristo, en el que se lee: “Veste quidem parva hic tegitur qui continet astra atque solum palmo claudit ubiq (ubique)suo”.
Otro de los laberintos representa una cruz formada por los ejes vertical y horizontal del cuadrado de letras y los querubines y serafines insertos en las superficies que delimitan los cuatro ángulos de la citada cruz. 


Este texto podría aludir formalmente a la cruz de Jerusalén o de los cruzados, dada la disposición de los cuatro dibujos con las manos y las alas de las imágenes extendidas; este símbolo se compone de una cruz central y cuatro más insertas en los ángulos de la anterior.
Encontramos también un laberinto que forma la cruz a partir del dibujo del cordero dentro de la misma y los símbolos de los cuatro evangelistas en las cuatro direcciones del signo cristiano. Se trata de un poema cuadrado de 36 letras cada uno. 



En la superficie delimitada por el cordero central puede leerse: “Ecce agnus Dei ecce qui tollit peccata mundi”.
El águila, situada en la parte superior del cuadrado de letras y referida a San Juan, nos dice: “Altivolans aquila et verbum hausit in arce Iohannes” y el pedestal o pie del dibujo: “In principio erat V ” (verbum). A modo de brazo derecho de la cruz aparece el león como símbolo de San Marcos con la inscripción “Marcus regem signat” y “vox clamantis” en su base. El brazo derecho lo constituye el toro, San Lucas, con el texto: “Dat Lucas pontificem” y al pie: “Fuit in diebus Hero (Herodis)”. El ángel representa a San Mateo con el texto: “Mattheus hunc hominem signavit in ordine stirpis”, y “liber generationis” en su base.
El cordero tiene además siete cuernos y en la corona en forma de cruz que rodea su cabeza puede leerse también: “SEPTE SPS (spiritus) DEI”.



Encontramos también una cruz formada por siete flores en horizontal y vertical que aluden, según nos dice el título, a los siete dones del Espíritu Santo enumerados por Isaías , y dentro también de este mismo grupo de laberintos, destacamos el que representa, al final del tratado, una cruz y un monje a su pie adorándola, imagen que se refiere al propio autor.



Este último ejemplo, de sencilla lectura, nos da en la cruz superior el siguiente texto: “Oro te ramus aram ara sumar et oro”. Lo más interesante es que se trata de un anacíclico o retrógrado perfecto, lo que permite la lectura invertida letra a letra con el mismo resultado.
Ello supone que podemos iniciar la misma por cualquier de los cuatro vértices de la cruz sin alterar la frase. Esta forma de artificio, a la que hemos aludido con frecuencia en capítulos anteriores, no parece muy frecuente en esta época y, sin embargo, nuestro autor la integra en la dificultad del laberinto.
Si unimos además las letras que ofrece la superficie del monje, situado en posición de adoración al pie de la cruz, obtenemos el texto: “Rabanum memet clemens rogo Criste tuere o pie iudicio”, por el que el autor pide a Cristo le justifique.

El segundo tipo de laberintos, también con siete ejemplos, está constituido por textos con cruces insertas y formadas a partir de diversos moldes de letras. En estos casos el autor agrupa diversas letras del poema para formar con ellas otras letras mayores que constituyen a su vez nuevas palabras. Con estas se construye la cruz en varios de los casos. Esta forma llama la atención por su complejidad y los diversos escalones de lectura que permite. Como en todos los textos del tratado de Rabano Mauro, sigue existiendo una dimensión discursiva, lineal, que procede de la disposición horizontal de los versos. Sobre esta base de unidades mínimas se destacan otras letras que agrupan a las anteriores y nos dan un nuevo texto si unimos las letras que integran cada una, a la vez que una o más palabras en este escalón de lectura. Junto a esto, con frecuencia esta palabra forma gráficamente una cruz, último aspecto a considerar.



La figura de arriba nos sirve de ejemplo para explicar esta compleja estructura. Se trata de un cuadrado de 26 versos sobre los que destacan nueve mayúsculas colocadas en forma de cruz. Cada una de estas letras agrupan otras del texto formando las palabras: C: Seeraphin, R: Cheerubin, V: Arcangeli, X: Aangeli, S: Virtutes, A: Potestate, L: Throni, V: Principat, S: Dominationes, y están dispuestas, según decíamos, en forma de cruz, formando la inscripción: CRUX SALUS.



La figura superior, interesante monograma de Cristo que responde al tipo llamado lábaro o “signum Dei”, compuesto por las dos iniciales griegas de su nombre: La “X” y la “P”.
Este es para algunos un símbolo cristiano anterior incluso al de la cruz, y en este caso las dos letras vienen formadas por otras mayúsculas griegas, cada una de las cuales es a su vez un conjunto formado por las letras del poema (cuadrado de 41 versos). La letra “P” iniciada en la base del arco, para continuar hacia abajo por el palo, en sentido contrario a las agujas del reloj nos da las letras: OCHP IHCYC ALHQIA en las que se inscribe el texto: “Nam alma decet radiant scripta hinc quod nomine Christi, sancta salutaris laudat haec scriptio Christum”. La letra “X”, iniciada en el vértice superior izquierdo, nos da: QCXPCIHC que compone: “Christus homo est placidus nempe arbiter hic quoque mundi est”.



El último laberinto de este tipo también constituído por una cruz con las mayúsculas ALLELUIA sobre el eje en forma de cruz. El punto central del cuadrado de letras es una pequeña cruz con las letras “Amén” destacadas. El texto inserto en las letras mayúsculas nos da de arriba a abajo y de izquierda a derecha: “Crux aeterna Dei es laus vivis in arce polorum”.
El tercer tipo en que podemos agrupar los laberintos de Rabano Mauro integra las cruces formadas por figuras geométricas diversas. Es el tipo más frecuente en este tratado y suele tener a menudo implicaciones numéricas, sirve para simbolizar aspectos que el contenido del poema desarrolla.



La figura superior referida a las cuatro virtudes fundamentales, constituye una cruz teutónica a partir de cuatro triángulos con la base hacia el exterior: prudencia, justicia, fortaleza y templanza son los temas a los que aluden estos.



En esta otra la cruz viene formada por cuatro círculos que simbolizan a los cuatro elementos, las cuatro plagas, las cuatro estaciones y los cuatro cuadrantes del día, temas a los que alude el título de laberinto y que aparecen recogidos en los citados círculos.



Una cruz con los vértices finalizados en tres ramificaciones, una central y dos diagonales, un poco en la línea de la cruz teutónica o triangulada, con doce puntas por tanto que aluden a los doce meses, los doce signos, los doce apóstoles, las plagas y los diversos misterios de este número.



Esta otra continúa en esta línea de interpretación de valores numéricos: “De numero septuagenario et sacramentis eius” mediante una cruz con cuatro circunferencias a modo de brazos y otra central, que se han formado resaltando determinadas letras con pequeños recuadros. Entre cada uno de estos se deja una letra libre dentro de la superficie de cada uno de los cinco puntos de la cruz: el centro y los cuatro brazos. Nos recuerda esta forma la de la llamada cruz “botanada”, en la que las citadas circunferencias representan los puntos cardinales de cualquier espacio.



En cuanto a esta, reproduce la cruz triangulada y nos da como texto, a partir de las letras resaltadas por pequeños cuadrados, formando los triángulos: “Crux sacra tu aeterni es regis victoria Christi”. Son cuarenta letras insertas en estos cuatro triángulos, lo que nos explica el tema sintetizado en el título del laberinto: “De mysterio quadragenarii numeri”.



Esta se refiere también a interpretaciones numéricas, en este caso del número sesenta, y aparece en ella la cruz "ovalizada" que simboliza, según M. Vázquez: "El movimiento contínuo de las fuerzas en todo ser vivo, movimiento que toma el aspecto centrípeto o el centrífugo según se considere un lado u otro de cada óvalo"



El cuarto y último prototipo, sin duda el de más fácil realización y el menos numeroso en el tratado de Rabano Mauro, es el constituído por laberintos de letras en los que se ha destacado el verso central en disposición horizontal y vertical para formar la cruz. Este es el siguiente caso, un cuadro con la cruz central y la letra O en los extremos de la cruz y los cuatro ángulos del cuadrado.


Lecturas:

Rafael de Cózar, Poesía e Imagen. Formas difíciles de Ingenio Literario. El Carro de Nieve 1991 (Sevilla)

Entrada relacionadas:

Alquimia en el cristianismo medieval

El Arte de la Caligrafía Árabe

La Hagadá de Barcelona

Geografía corporal

Imágenes del Apocalipsis

.

7 comentarios:

  1. El laberinto siempre es de interés para el ser humano. Será por ser laberínticos también.
    Sigo admirándome de esta vasta ventana del saber que es este blog. No me canso de maravillarme :)

    ResponderEliminar
  2. Así es, Fedora, en los laberintos podemos encontrar la expresión que refleja la complejidad así como la búsqueda del ser humano. Este blog, a medida que se va componiendo con ánimo lúdico a partir de retazos de aquí y de allá, parece también ir definiendo un particular laberinto. ¿Me llevarán a algún sitio sus senderos? No me preocupa demasiado, sólo se que me siento como un paseante disfrutando del camino. Y un placer encontrarte en él ;-)

    Abrazos !

    ResponderEliminar
  3. Laberintos y letras, dos cosas que me parecen maravillosas, juntas son la maravilla al cuadrado. Y si añadimos los manuscritos medievales, es una maravilla al cubo! Lo que daría por hojear esos libros y perderme por sus oraciones poéticas...

    (aunque, ejem, es difícil contener la tentación de ponerse a buscar diez nombres de capitales de provincia... Creo que he visto Albacete en alguna línea).

    Gracias por el disfrute,
    h.

    ResponderEliminar
  4. Quien sabe hiniare, quizás buscando en esos laberintos a la manera de las actuales sopas de letras encontrarías mensajes ocultos ;-)
    A mi también me gustaría poder ojear esos manuscritos de forma física, pero hoy en día al menos tenemos la posibilidad de hacerlo virtualmente. Te recomiendo la Biblioteca Digital Hispana, insertando De laudivis Sanctae Crucis en su buscador aparece digitalizado en su totalidad y ademas pudiendo ampliar las imágenes con gran calidad. Puede que encuentres más capitales de provincia ;-)

    Abrazos !

    ResponderEliminar
  5. Mil gracias por la pista, ya he estado hojeándolo virtualmente. Claro que yo soy prehistórica-analógica y para mí un libro es algo que se coge y se mira sin intermediarios... Ya sé que internet está lleno de maravillas así, por ejemplo la British Library es de ensueño, pero a la vez es frustrante no tener tiempo para dedicarle.

    Y estos laberintos tienen pinta de merecer que se pierda uno en ellos, mucho rato.

    Nos vemos,
    h.

    ResponderEliminar
  6. Como siempre, amigo Jan, un trabajo impecable donde la simbología laberíntica, que tanto juego dió en la Edad Media, aparece explicada en todo su explendor y accesible a todos aquellos que valoramos tu inquietud por la búsqueda y recuperación de los orígenes.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  7. Esos laberínticos poemas, así como aquellos simbólicos dédalos de tortuosos senderos que tan frecuentemente aparecen en las construcciones religiosas medievales, parecían, de forma oculta, ser una invitación a la meditacion contemplativa por la que acceder a un nuevo estado. Mirada dirigida hacia el interior de uno mismo con la promesa de quizás, recuperar algo del origen perdido.

    Un abrazo amigo Malvís

    ResponderEliminar