Carl Gustav Jung, Folio 54 del Liber Novus
Carl Gustav Jung (1875-1961), el gran investigador de la Psicología de las profundidades, redactó a finales de los años 50 su autobiografía (publicada en español Recuerdos, sueños, pensamientos). Ésta ha sido considerada testimonio del viaje interior por el que su autor manifestó el proceso psíquico que le llevó a desarrollar las teorías sobre el Inconsciente Colectivo, la idea de los arquetipos, la interpretación de los sueños y las imágenes simbólicas... Testamento vital narrado, así como exposición de su periplo espiritual. Entre los capítulos que la componen, especiálmente interesante me parece el titulado Visiones, donde describe las visiones y ensoñaciones que tuvo durante una convalecencia en la que estuvo al borde de la muerte, interpretando algunas de ellas como imágenes simbólicas del proceso de individuación, de reintegración de la psique en la Unidad. Dejo algunos fragmentos más adelante. Las imágenes que los acompañan están extraidas del manuscrito que el mismo Jung pintó a la manera de las miniaturas de los códices medievales, donde también puso en práctica su habilidad como calígrafo.
El manuscrito que Jung denominó Liber Novus (Libro Nuevo) que escribiera entre 1914 y 1930, se conoció luego como el Libro Rojo por el color de su encuadernación, no editándose hasta 2009, siendo muy pocos los que hasta entonces conocían la obra. Aquí se puede bajar una reproducción digital: http://www.megaupload.com/?d=KN43U01O
En muchas de las pinturas de Jung se pone de manifiesto la influencia del arte del Antiguo Egipto, Oriente Medio, América Precolombina, la India, el Tibet, así como de los manuscritos medievales y tratados alquímicos, de los que se sabe, poseía una importante colección. Las aquí mostradas son sólo una pequeña selección.
por
Carl Gustav Jung
Me pareció como si me encontrase allá arriba en el espacio. Lejos de mí veía la esfera de la tierra sumergida en una luz azul intensa. Veía el mar azul profundo y los continentes. Bajo mis pies, a lo lejos, estaba Ceilán y ante mí estaba el subcontinente de la India. Mi campo de visión no abarcaba toda la tierra, sin embargo, su forma esférica era claramente visible, y sus contornos brillaban plateados a través de la maravillosa luz azul. En diversos lugares la esfera terráquea parecía coloreada o manchada de verde oscuro como plata oxidada. "A la izquierda", en la lejanía, había una amplia extensión: el desierto amarillo-rojizo de Arabia. Era como si allí la plata de la tierra hubiera adoptado una tonalidad amarillo-rojiza. Luego estaba el mar Rojo, y muy a lo lejos, también "a la izquierda y arriba", podía divisar todavía un cabo del Mediterraneo. Mi mirada se dirigía precisamente allí. Todo lo demás aparecía borroso nada más. También veía las montañas nevadas del Himalaya, pero allí estaba nublado o envuelto en vapor. Hacia la "derecha" no miré. Sabía que estaba a punto de abandonar la Tierra.
Posteriormente me informé a qué altura debía encontrarme para poder alcanzar una visión de tal extensión. ¡Aproximadamente a unos 1.500 kilómetros! La contemplación de la Tierra desde tal altura es lo más grandioso y más fascinante que he experimentado.
Después de un rato de contemplar el panorama me volví. Me situé, por así decirlo, de espaldas al océano Índico, con la cara hacia el norte. Entonces me pareció como si me volviese hacia el sur. Algo nuevo apareció ante mi vista. A escasa distancia divisé en el espacio una enorme masa de piedra oscura, como un meteorito, aproximadamente del tamaño de mi casa, quizás mayor todavía. La piedra en el universo flotaba y yo mismo flotaba en el universo.
He visto piedras parecidas en la costa del golfo de Bengala. Son bloques de granito marrón oscuro en los cuales algunas veces se esculpían templos. Un bloque enorme oscuro de ese tipo era mi piedra. Un acceso conducía a un pequeño vestíbulo. A la derecha, sobre un banco de piedra, estaba sentado un indio negro en trono de loto. Llevaba vestiduras blancas y se encontraba en un estado de impasividad total. Así me esperaba a mí: silencioso. Dos peldaños conducían a este vestíbulo en cuya parte interior izquierda se encontraba la puerta del templo. Innumerables cavidades como pequeños nichos, llenos de aceite de coco y mechas ardientes, rodeaban la puerta con una corona de pequeñas llamas. También esto lo vi una vez en la realidad. Cuando visité en Kandy (Ceilán) el templo del diente sagrado, varias filas de lámparas de aceite ardiendo flanqueaban así la puerta.
Cuando me acerqué a los peldaños de la entrada en la roca me sucedió algo extraño: tuve la sensación de que todo aquello desaparecería borrado por mí. Todo cuanto pensaba, deseaba o creía, toda la fantasmagoría de existencia terrena me abandonó o me fue arrebatada: un proceso extraordinariamente doloroso. Pero algo quedó; pues era como si todo lo que había vivido o realizado, todo cuanto había sucedido a mi alrededor, lo tuviese ahora conmigo. Podría también decir: estaba en mí, y yo era esto. Por así decirlo, yo me componía de esto. Me componía de mis historias y tenía la sensación plena de ser ahora Yo. "Yo soy este haz de lo realizado y lo pasado." Esta vivencia me dio la sensación de la más extrema miseria, pero también a la vez de la mayor satisfacción. No existía ya nada que yo pretendiese o desease, sino que permanecía, por así decirlo, objetivo: era esto lo que había vivido. Es verdad que primero predominó la sensación de la aniquilación, de ser arrebatado o de ser despojado, pero repentinamente también esto pasó. Todo parecía expirado, quedaba un fait accompli, sin relación alguna con lo antiguo. Ya no había que lamentar que algo hubiera desaparecido o caducado. Por el contrario: tenía todo lo que yo era y no tenía más que esto.
Todavía me preocupaba otra cosa: tenía la certeza, mientras me acercaba al templo, de que entraba en una sala iluminada y encontraría allí a todos aquellos hombres con los que tuve relación en la realidad. Allí comprendería por fin -también esto era evidente- a qué afiliación histórica pertenecía yo o mi vida. Sabría lo que había visto antes de mí, por qué existí y donde me conduciría mi vida en lo sucesivo. Mi vida transcurrida me parecía a menudo una historia que no tenía ni principio ni fin. Tenía la sensación de ser un precedente y subsecuente. Mi vida me parecía como recortada con las tijeras de una larga cadena y muchas cuestiones habían quedado sin respuesta. ¿Por qué transcurrió así? ¿Por qué he aportado tales hipótesis? ¿Qué he hecho con ello? ¿Qué resultará de todo ello? A todo esto -estaba seguro de ello- hallaría respuesta. Allí sabría por qué todo había sido así y no de otro modo. Me encontraría con hombres que sabían la respuesta a mis preguntas sobre el pasado y el porvenir. (...)
En realidad transcurrieron todavía tres semanas hasta que pude decidirme a volver a vivir. No podía comer porque sentía un dégout por todas las comidas. El panorama de ciudad y montañas, que se divisaba desde mi cama de enfermo, se me antojaba como una cortina pintada con negros agujeritos, o como una hoja de periódico agujereada con fotografías que no me decían nada. Desilusionado, pensaba: "¡Ahora debo volver a insertarme en el sistema de los "cajoncitos"! Pues parecía como si tras el horizonte del cosmos se hubiera construido artificialmente un mundo tridimensional, en el cual cada hombre se encontrara por separado en un cajoncito. ¡Y ahora tendría que volver a imaginarme que esto valía la pena! La vida y el mundo entero parecían una carcel y me indigné mucho al pensar que volvería a encontrarlo bien. Había estado tan contento de que finalmente hubiera terminado todo esto, y ahora todo volvía a ser como si yo -al igual que los demás- estuviera en una cajita colgando de unos hilos. Cuando estaba en el espacio, yo era ingrávido y nada me atraía. ¡Y ahora esto debía terminar otra vez! (...)
Aquella semana viví a un ritmo extraño. De día estaba casi siempre deprimido. Me sentía desvalido y débil, apenas tenía ánimo para moverme. Muy afligido pensaba: ahora debo volver a penetrar en este lúgubre mundo. Por la tarde me dormía y mi sueño duraba hasta medianoche aproximadamente. Luego volvía en mí y permanecía despierto quizás una hora, pero en un estado totalmente distinto. Me encontraba como en éxtasis o en un estado de máxima felicidad. Me sentía como si flotase en el espacio, como si estuviese oculto en el seno del universo -en un vacío inmenso, pero desbordante de una sensación de máxima felicidad. ¡Esto es la eterna bienaventuranza, no hay modo de describirlo, es demasiado maravillosa!, pensaba.
También el ambiente parecía embrujado. A aquella hora de la noche la enfermera me traía la comida, pues sólo entonces podía tomar algo y comía con apetito. Por algún tiempo me pareció ser una anciana judía, mucho más vieja de lo que era en realidad y como si me trajera comidas rituales, preparadas según el rito judío. Cuando la miraba era como si tuviera un halo azul alrededor de su cabeza. Yo mismo me encontraba -así me lo parecía- en el Pardes rimmonim, en el jardín de las granadas y tenía lugar la boda de Tieferet con Malkut (1). O yo era como el rabí Simon ben Jochai, cuyas bodas se celebraban entonces. Se trataba de las bodas místicas, tal como se representan en la tradición cabalística. No puedo decirles a ustedes lo maravilloso que esto era. Sólo podía pensar incesantemente: "¡Éste es el jardín de las granadas! Ahora son las bodas entre Malkut y Tiferet." No sé exactamente qué papel desempeñaba yo allí. En el fondo se trataba de mí mismo: yo era las bodas. Y mi bienaventuranza era una boda bienaventurada.
Paulatinamente la vivencia del jardín de las granadas fue desvaneciéndose y se transformó. Siguió "la fiesta pascual" en Jerusalén, que estaba solemnemente adornado. No soy capaz de describirlo en detalles. Eran estados de bienaventuranza indescriptibles. Había ángeles y luz. Yo mismo era la "fiesta pascual".
También esto desapareció y se me presentó una nueva representación, la última visión. Ascendía por un amplio valle hasta la cumbre, al borde de una apacible cordillera. El final del valle formaba un anfiteatro antiguo. Se veía extraordinariamente bello en medio del verde paisaje. Y allí, en el teatro, tenía lugar el hierosgamos (2). Bailarines y bailarinas entraron en el escenario y, en un lugar adornado con flores, ejecutaron el hierosgamos para Zeus, el padre del universo, y Hera, como se describe en la Ilíada.
Todas esta vivencias eran maravillosas, y me sumergieron noche tras noche en la más pura bienaventuranza, "escoltado por las imágenes de toda criatura". Paulatinamente los motivos se confundieron y palidecieron cada vez más. Casi siempre las visiones duraban apoximadamente una hora; luego volvía a dormirme y ya cerca del amanecer volvía a sentir: ¡Ahora vuelve la lúgubre mañana! ¡Ahora vuelve el lúgubre mundo con sus sistemas de celdas! ¡Qué estupidez, qué horrible disparate! Pues las vivencias internas eran fantásticas que en comparación con ellas este mundo parecía francamente ridículo. En la medida en que me acercaba de nuevo a la vida, apenas tres semanas después de la primera visión, cesaron los estados visionarios.
No es posible hacerse una idea de la belleza e intensidad del sentimiento que experimentaba durante las visiones. Fueron lo más inmenso que he experimentado en mi vida. ¡Y luego este contraste con el día! Entonces me sentía atormentado y con los nervios enteramente destrozados. Todo me irritaba. Todo era demasiado material, demasiado grosero y demasiado torpe, limitado espacial y espiritualmente, ceñido artificialmente a irreconocibles fines, y sin embargo poseía algo así como una fuerza hipnótica que hacía creer en ellos, como si se tratara de la misma realidad, mientras que se podía reconocer fácilmente su vanidad. En principio, desde entonces, pese a la fe revalorizada en el mundo, nunca más me he librado completamente de la impresión de que la "vida" es un fragmento de existencia que se desenvuelve en un sistema adecuado de magnitud tridimensional. (...)
Se recela de la expresión "eterno", pero yo sólo puedo describir el vivir como beatitud de un estado no temporal, en el cual presente, pasado y futuro son una misma cosa. Todo cuanto sucede en el tiempo estaba allí compendiado en una totalidad objetiva. Ya nada se encontraba separado en el tiempo ni podía medirse mediante normas temporales. El vivir podría definirse en última instancia como un estado, como un estado de ánimo, que, sin embargo, no puede imaginarse. ¿Cómo puedo imaginarme que existo a la vez anteayer, hoy y pasado mañana? Entonces algo no habría comenzado todavía, otra cosa sería de la más diáfana actualidad y nuevamente algo estaría ya terminado, y, sin embargo, todo sería una misma cosa. Lo único que la sensibilidad podría captar sería una suma, una irisada totalidad en la que estaría incluida tanto la esperanza de lo que comienza, como la sorpresa acerca de lo ya sucedido y la satisfacción o desilusión sobre el resultado de lo sucedido. Un todo indescriptible en el que se está inmerso; y, sin embargo, se percibe con objetividad completa. (...)
La vivencia de esta objetividad volví a experimentarla otra vez. Fue después de la muerte de mi mujer. La vi en un sueño que fue como una visión. Ella estaba a cierta distancia y me miraba de hito en hito. Se encontraba en la flor de su edad, tenía unos treinta años y llevaba el vestido que mi prima, la medium, le había hecho hecho hacía muchos años. Fue quizás el vestido más bonito que jamás llevara. La expresión de su cara no era ni de contento ni de tristeza, sino de objetivo convencimiento sin la menor reacción sensible, como más allá de las nieblas del afecto. Yo sabía que no era ella sino una imagen motivada o establecida por mí. Encerraba el principio de nuestras relaciones, los acontecimientos de los cincuenta y tres años de nuestro matrimonio y también el fin de su vida. Frente a una integración de este tipo uno se queda atónito, pues apenas se puede concebir.
La objetividad que experimenté en este sueño y en mis visiones pertenece a la plena individuación. Significa un librarse de las clasificaciones y de lo que designamos como compenetración afectiva. En la compenetración afectiva reside mucho del hombre en general. Pero ello implica siempre proyecciónes de las que hay que prescindir para llegar a se uno mismo y conseguir la objetividad. Las relaciones afectivas son relaciones volitivas, lastradas por la pasión y la ausencia de libertad; se espera algo del otro, por lo cual, éste y uno mismo dejan de ser libres. El conocimiento objetivo se encuentra detrás de la dependencia afectiva; parece ser el misterio fundamental. Sólo a través de él resulta posible la verdadera Coniunctio (unificación alquímica).
(1) Pardes rimmonium es el nombre de un tratado cabalístico de Mose Cordovero del siglo XVI. Malkut y Tiferet son, según la concepción cabalística, dos de las diez esferas de las manifestaciones divinas, en las que Dios sale de su retiro. Representan un principio femenino y masculino dentro de la divinidad.
(2) Bodas santas o espirituales. Unificación de figuras arquetípicas en los mitos de reencarnación, antiguos misterios y también en la alquimia. Ejemplos típicos son las representaciones de Cristo y la Iglesia como esposo y esposa (sponsus et sponsa) y la unificación alquímica (coniunctio) de Sol y Luna.
Recuerdos, sueños, pensaminentos. Seix Barral 2003
Psicología y Alquimia. Grupo Editorial Tomo 2002
Símbolos de transformación. Paidós 1998
Simbología del espíritu. F. C. E. 1998
Formaciones de lo inconsciente. Paidós 2000
Psicología y simbólica del arquetipo. Paidós 1999
Psicología de la transferencia. Paidós 2001
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Espero que pronto este en la red la versión en español o tener para adquirirlo cuando llegue por estas tierras. Buen post¡¡¡ Saludos¡¡
ResponderEliminarHola, Yaolli.
ResponderEliminarSí que estaría bien que apareciera en español El libro rojo en la red.
La edición impresa en nuestro idioma la he podido ojear y leer algun párrafo. Reálmente es un libro muy atractivo, una copia fiel al original, con todas las pinturas de Jung, acompañada de un estudio especializado. Lo malo es el precio, 160 euros, un capricho demasiado caro para mi.
Una alegría recibir comentarios desde México. Precisamente me coges elaborando el próximo post relacionado con tu estupendo país. Espero publicarlo la próxima semana.
Te mando un abrazo !
Hola Jan,
ResponderEliminarEl otro día me pasó algo curioso: iba por la calle y, de repente y sin venir a cuento, me vino a la mente el Libro Rojo de Jung. Pensé en investigar sobre ello al llegar a casa y seleccionar algunas imágenes, tal vez para un posible futuro post. Esto sucedió sobre las 13:00h. Media hora después publicabas este artículo. A las 14:30h llego a casa, enciendo el pc y abro el google reader; veo que has publicado una nueva entrada, pincho en el enlace y...¡sorpresa!
Una sincronicidad en toda regla, relacionada además con la persona que elaboró el “Principio de sincronicidad”. J
http://es.wikipedia.org/wiki/Sincronicidad
¡Un abrazo!
Pikatrix
Hola Pikatrix.
ResponderEliminarSin duda el Libro Rojo es una obra que puede resultar de interés para quien ejerciendo una actividad dentro de las artes plásticas, encuentra que ésta es en sí un metodo de autoconocimiento por el que transitar en la búsqueda de lo ilimitado, del reencuentro con un origen que se desea y se intuye pero que siempre es esquivo. Hay momentos que en esa práctica, se abren fisuras por las que entran instantes de eternidad en nuestra realidad mundana.
No pude dejar de sentir un nudo en la garganta al leer la anécdota que comentas.
Un abrazo
Jan