Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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sábado, 26 de marzo de 2011

Mirar desde lo alto


"El séptimo planeta fue, pues, la Tierra.

La Tierra no es un planeta cualquiera. Se cuentan allí ciento once reyes (sin olvidar, sin duda, los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones y medio de ebrios, trescientos once millones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de personas mayores. Para darnos una idea de las dimensiones de la Tierra os diré que antes de la invención de la electricidad se debía mantener, en el conjunto de los seis continentes, un verdadero ejército de cutrocientos sesenta y dos mil quinientos once faroleros. Vistos desde lejos hacían un efecto espléndido. Los movimientos de este ejército estaban organizados como los de un balllet de ópera. Primero era el turno de los faroleros de Nueva Zelanda y de Australia. Una vez alumbradas sus lamparillas, se iban a dormir. Entonces entraban en el turno de la danza los faroleros de China y de Siberia. Luego, también se escabullian entre los vastidores. Entonces era el turno de los faroleros de Rusia y de las Indias. Luego los de Africa y Europa. Luego los de América del Sur. Luego los de América del Norte. Y nunca se equivocaban en el orden de entrada en escena. Era grandioso. Solamente el farolero del único farol del polo Norte y su colega de único farol del polo Sur llevaban una vida ociosa e indiferente: trabajaban dos veces por año".

Antoine de Saint-Exupéry, El Principito


En esta entrada recojo algunos fragmentos del capítulo titulado La mirada desde lo alto y el viaje cósmico del libro que acabo de leer, No te olvides de vivir. Goethe y la tradición de los ejercicios espirituales. Pero hagamos una matización. La expresión "ejercicios espirituales" en el contexto de esta obra, se ha de entender tal como ha sido utilizada por algunos historiadores del pensamiento: al margen de connotaciones religiosas. Se tratarían de actos del intelecto o de la imaginación, dentro de la tradición filosófica occidental, caracterizados por una finalidad: gracias a ellos, el individuo se esfuerza en transformar su manera de ver el mundo, con el fin de transformarse a sí mismo. Ejercicio consistente en poner la mirada en lo alto, tomando distancia con respecto a las cosas y los acontecimientos, esforzándose en la observación de conjunto, alejándose del punto de vista individual, parcial y pasional, pudiendo ser puramente imaginativo, pero tambíen físico, como alcanzar la cumbre de una montaña. Para este paseo por lugares del alma, su autor, Pierre Hadot, se servirá de textos clásicos de cínicos y epicúreos, de mitos como el de Ícaro, pasando por vuelos de pájaro y globos aerostáticos, para finalizar con los viajes de aeronautas y cosmonautas. Me he permitido añadir la figura de Antoine de Saint-Exupery y recordar algún pasaje de su obra el Principito, personaje que sin duda ha dejado en el imaginario colectivo un entrañable testimonio de su mirada al mundo "desde lo alto". Y bueno, solo me resta deciros que os abrochéis bien los cinturones, pues inicamos el vuelo.

La mirada desde lo alto y el viaje cósmico, por Pierre Hadot.

(Significacción filosófica de la mirada desde lo alto en los filósofos antiguos.) -Para los filósofos antiguos, la mirada desde lo alto es un ejercicio de la imaginación por medio del cual nos representamos que vemos las cosas desde un punto de vista elevado que se alcanza elevándose de la tierra, a menudo gracias a un vuelo del espíritu a través del cosmos. Hay una abundante literatura antigua que se refiere a esta metáfora del vuelo del espíritu. Desde nuestra perspectiva actual, no evocaré más que los textos que tienen relación con una mirada dirigida hacia la Tierra o hacia el Todo, o con un movimiento hacia el infinito. En efecto, se puede observar que el movimiento imaginativo de elevación hacia las alturas está inspirado por el deseo de sumergirse en la totalidad e incluso en el más allá de la totalidad, en el infinito. Como dice el autor del tratado De lo sublime: Por eso el universo entero no basta para el impulso de la contemplación y el pensamiento humanos, sino que las reflexiones del hombre rebasan muchas veces los límites del mundo que lo rodea. La mirada desde lo alto corresponde así a un arrebato que libera de las pesadumbres terrestres. Pero esto no excluye una visión crítica proyectada en la pequeñez y el ridículo de lo que apasiona a la mayor parte de los hombres. Al retratar al filósofo en el Teeteto (173c), Platón escribe:

Tan sólo su cuerpo está situado en la Ciudad que habita. Pero su pensamiento, que considera todas estas cosas de aquí abajo como mezquindad y nada, su pensamiento pasea su vuelo por todas partes; como dice Píndaro, "por encima de la tierra", midiendo su superficie, y por "encima del cielo", contemplando los astros y, por todas partes, escrutando a fondo toda la naturaleza de cada uno de ls seres, sin bajar hasta nada de lo que le es próximo.

Y en la República (VI, 486a), Platón escribe aún a propósito del filósofo:

Un alma así no debe contener ninguna bajeza, siendo la pequeñez de espíritu incompatible con un alma que debe tender sin cesar a abarcar el conjunto de la universalidad de lo divino y de lo humano (...) Pero al alma a la cual pertenece la elevación del pensamiento y la contemplación de la totalidad del tiempo y del ser, ¿crees que le importa demasiado la vida humana? (...). Un hombre así no mirará pues la muerte como algo que deba ser temido.


Se reconoce en efecto aquí la representación de un vuelo por encima de las cosa terrestres, pero no se encuentra en Platón ninguna descripción detallada de un ejercicio espiritual de mirada desde lo alto. Semejantes descripciones aparecen, sin embargo, en la tradición platónica. Cicerón, en el Sueño de Escipión, presenta sin lugar a dudas esta experiencia como vivida en un sueño. Pero el autor y su lector no dejan de hacer de ello un ejercicio espiritual, uno componiendo, el otro leyendo el relato de aquel sueño. Este ejercicio consiste en imaginar la visión del cielo, de los atros, de la tierra, que se puede tener desde lo alto de la Vía Láctea. La mirada abarca entonces el universo entero: las nueve esferas, de las cuales Dios mismo es la más exterior, las estrellas, los planetas, y la tierra al fin con sus montañas sus ríos, el océano. En una experiencia así el individuo se esfuerza por volver a situarse en el Todo; podría decirse que se trata de física vivida, interiorizada. Hace comprender al alma la pequeñez de las cosas humanas, la vanidad de la gloria, el verdadero sentido del destino del hombre, llamado a vivir, no en la tierra, sino en la inmensidad del cosmos. Filón de Alejandría, aproximadamente en la era cristiana, evoca su experiencia filosófica:


Tenía la impresión de ser constantemente elevado por los aires, llevado por una inspiración divina que se apoderaba de mi alma, y de circular en compañía del sol y de la luna, en compañia también del cielo y del universo entero. Entonces, si me abocaba desde arriba, desde aquel éter, y si extendía la mirada de mi espíritu como desde lo alto de un observatorio (skopiá), podía contemplar los espectáculos incontables que me ofrecían todas las cosas que están en la tierra y me felicitaba por haber escapado vivamente a las calamidades inherentes a la vida mortal.

En esta ocasión el vuelo del espíritu toma su impulso entre los epicúreos a través del espacio infinito y la multiplicidad de los mundos. El mundo que vemos no es para ellos más que uno de los mundos que se extienden en el espacio infinito y el tiempo infinito. Por ejemplo, en Cicerón, un epicúreo evoca

aquelllos espacios innombrables, infinitos, en los que el espíritu toma su impulso y se extiende para recorrerlos en todas direcciones de modo que nunca ve ningún límite en el que pudiera detenerse.


Lucrecio dice de Epicuro:


Triunfó y avanzó lejos, más allá del llameante recinto del mundo, y recorrió el Todo infinito con su mente y con su ánimo.


Y a propósito de la búsqueda del saber:


Nuestra mente se plantea, en efecto, una pregunta: siendo infinito el espacio allende estas murallas del mundo, ¿qué hay de aquellas regiones en las que la inteligencia desea hundir su mirada y hacia las que remonta el libre vuelo del espíritu?

O incluso:

Las murallas del mundo se abren y veo, a través del inmenso vacío, producirse las cosas.

Antes de recordar la infinitud del conjunto de las cosas y la pequeñez de cuanto nos rodea, el cielo, la tierra, con respecto a este infinito, Lucrecio advierte al lector:


Aquí es hacia donde debes dirigir una mirada que se dirige hacia lo lejos y ve desde lo alto, tienes que mirar a lo lejos y en todos los sentidos.

Para los epicúreos se trata por tanto de la voluptuosidad de sumergirse en el infinito, en lo que no tiene límite. También en el infinito se extiende el vuelo del pensamiento y la mirada desde lo alto entre los estoicos, como atestigua Séneca: "Cuán natural es extender el pensamiento hacia el infinito", y Marco Aurelio: "El alma se extiende en la infinitud del tiempo infinito". Pero para los estoicos no hay más que un universo finito, siendo la infinitud la del tiempo en el que el mismo universo finito se repite infinitamente.Se podría decir que esta mirada desde lo alto, entre los platónicos, los epicúreos y los estoicos, es una especie de práctica, de ejercicio de la física, en la medida en que, con ayuda de los conocimientos físicos, el individuo se sitúa a sí mismo como parte del Todo del mundo o del infinito de los mundos. Esta visión procura al filósofo la alegría y la paz del alma. Epicuro afirma que no tendríamos necesidad de estudiar la naturaleza si no estuvieramos turbados por el temor de los dioses y de la muerte. El alma, dice Séneca, posee, en su forma acabada y plena, el bien que puede alcanzar la condición humana cuando, pisoteando todo el mal, alcanza las alturas y llega hasta el seno más íntimo de la naturaleza. Le complace planear en medio de los astros. La mirada desde lo alto puede convertirse también en una mirada despiadada dirigida a la pequeñez y lo ridículo de aquello que apasiona a los hombres, puesto que, desde la perspectiva de la mirada desde lo alto, la tierra no es más que un punto en relación con la inmensidad del universo o de los universos. "La tierra me pareció tan pequeña", dice Escipión contando su sueño en casa de Cicerón, "que me avergoncé de nuestro Imperio romano". El tema de la crítica de las pasiones humanas, cuando se las observa desde un punto de vista superior, se orquesta ampliamente en todas las escuelas, y muy especialmente, como veremos, en la tradición cínica; y no está exento de un cierto desprecio por el común de los hombres. El Pitágoras que entra en escena al final de las Metamorfosis de Ovidio declara:

Quiero marchar por los altos astros, quiero abandonar la tierra y sus obtusos parajes y viajar en una nube y gravitar sobre los hombros del poderoso Atlas y contemplar a los hombres allá abajo, vagabundeando de un lado para otro, mientras ellos se angustian y temen la muerte...


La misma mirada despectiva vuelve a encontrarse en Lucrecio:


Pero nada hay más dulce que ocupar los excelsos templos serenos que la doctrina de los sabios erige en las cumbres seguras, desde donde puedas bajar la mirada hasta los hombres, y verlos extraviarse confusos y buscar errantes el camino de la vida.


En las Cuestiones naturales de Séneca, el alma del filósofo, desde lo alto del cielo, toma conciencia de la pequeñez de la tierra, de lo ridículo del lujo artificial, de lo absurdo de la guerra emprendida para defender minúsculas fronteras, y compara las armadas humanas con tropas de hormigas. En Marco Aurelio este argumento adopta una forma particularmente realista:


Aquellos que desean hablar de los hombres han de observar las cosas terrestres, como si nos encontrásemos en algún lugar elevado, mirando de arriba abajo: tropas, armadas, campos, bodas, divorcios, nacimientos, muertes, revuelo de los tribunales, campos desérticos, variedades de costumbres bárbaras, fiestas, lamentaciones, mercados, todo ese desorden, y finalmente el orden armonioso de los contrarios (...). Mirar desde lo alto: reuniones de masas a millares, fiestas incontables, toda suerte de navegación en la tempestad y la bonanza, cosas variadas que nacen, concurren, desaparecen (...). Ten presente en el espíritu que si, bruscamente elevado por los aires, mirases desde lo alto las cosas humanas y su variedad, las despreciarias al ver cuán grande es el número de habitantes entre los seres aéreos y etéreos.


Este esfuerzo por divisar la tierra desde lo alto permite por tanto contemplar la totalidad de la realidad humana, bajo todos sus aspectos geográficos, sociales, como una especie de hormiguero anónimo, y volver a situarla en la inmensidad cósmica. Vistas desde la perspectiva de la naturaleza universal, las cosas que no dependen de nosotros, las cosas que los estoicos llaman "indiferentes", por ejemplo la salud, la gloria, la riqueza, la muerte, son restablecidas a sus verdaderas proporciones. No es imposible que estos textos de Marco Aurelio hayan sido influidos por modelos de la tradición cínica. En efecto, se puede observar una cierta analogía entre la descripción que propone de la tierra vista desde lo alto y la visión del mundo humano que evoca, a propósito de viajes cósmicos imaginarios, su contemporaneo Luciano, muy influenciado por el cinismo. En su diálogo titulado Icaromenipo o el hombre que se eleva por encima de las nubes, Luciano hace contar por medio del cínico Menipo cómo decidió ir a explorar el cielo para ver las cosas tal como son, en lugar de quedarse en las teorías decepcionantes de los filósofos. Se ajustó así alas para volar, el ala derecha de un águila y el ala izquierda de un buitre, y se fue volando hasta la luna. Una vez en ella, ve desde arriba la tierra entera y, como el Zeus de Homero, nos dice, observa ora el país de los tracios, ora el país de los misios, e incluso si quiere, Grecia, Persia e India, lo que le llena, asegura, de un placer variado. Y observa asimismo a los hombres: "Toda la vida de los hombres se me apareció", declara Menipo; "no solamente las naciones y las ciudades, sino todos los individuos, unos navegando, otros haciendo la guerra, los otros en proceso". Pero tiene incluso el poder de descubrir lo que pasa bajo las techumbres al abrigo de las cuales cada uno se cree bien escondido. Después de una larga enumeración de los crímenes, de los adulterios que ve cometer así, Menipo resume sus impresiones hablando de desorden, de cacofonía y de espectáculo ridículo: los hombre se querellan por los límites de un país, mientras que la tierra, vista desde lo alto, se le aparece minúscula; los ricos se enorgullecen con muy poca cosa: sus tierras, dice, no son más grandes que uno de los átomos de Epicuro, y las reuniones de los hombres se asemejan a la agitación de las hormigas. Menipo continúa su viaje através de las estrellas para alcanzar a Zeus y se burla de las oraciones contradictorias y ridículas que los humanos dirigen a éste. En otro diálogo titulado Caronte y los vigilantes, es el barquero de los muertos, es decir, Caronte, quien pide un día de vacaciones para ir hasta la superficie de la tierra a comprobar qué pueda ser aquella vida sobre la tierra que los hombres tanto añoran cuando llegan a los infiernos. Esta vez no se trata de un viaje cósmico, sino que Hermes y él, como habían hecho los Gigantes que querían escalar el cielo, apilan varias montañas, unas encima de otras, para poder observar bien a los hombres. Entonces encontramos el mismo género de descripción que en el Icaromenipo y en Marco Aurelio: navegaciones, armadas en guerra, procesos, trabajadores de los campos, actividades múltiples, pero una vida siempre llena de tormentos. "Si desde el principio", dice Caronte, "los hombres se diesen cuenta de que son mortales, que después de una breve estancia en la vida deben salir de ella como de un sueño y dejarlo todo en esta tierra, vivirían más sabiamente y morirían con menos pesar". Pero los hombres son inconscientes. "Son como las burbujas producidas por un torrente que se desvanecen apenas formadas"-

(Las diferentes formas de la mirada desde lo alto en Goethe) -Para Goethe, el ejercicio de la mirada desde lo alto adopta la forma de una descripción de las impresiones experimentadas, sea a raiz de una estancia real o ficticia en la cumbre de una montaña, sea a raiz de una ascensión por los aires, imaginada sobre el modelo del vuelo en globo aerostático, sea la de un vuelo por el cosmos. Algunos años antes, en efecto, habia tenido lugar el primer vuelo del hombre por los aires, cuando los hermanos Montgolfier llevaron a cabo su ascensión el 5 de juniode 1783. Goethe había quedado vivamente impresionado por aquel acontecimiento y había seguido con pasión todas las experiencias del mismo género que habían tenido lugar en Alemania en aquella época. Las cumbres de montañas son para Goethe, en cierto sentido, lugares mágicos que ejercen una influencia sobre el individuo que las alcanza. Como ha señalado Wilhelm Emrich, un rasgo característico de la vejez de Goethe es situar en lo alto de una montaña el instante decisivo donde se opera para sus héroes una profunda transformación interior, cuando se desligan de su pasado a fín de rejuvenecer en cierto sentido y de orientarse hacia una nueva vida. Ello se debe sin lugar a dudas a que la mirada desde lo alto eleva el alma por encima de lo cotidiano, haciéndole ver la vida terrestre bajo un aspecto desacostumbrado. Al final del tercer acto de la segunda parte de Fausto, después de la muerte de Euforión, Helena abandona a Fausto, no dejándole en las manos más que su vestido (Kleid), y Mefistófeles le dice: "Este vestido te llevará por encima de todo lo que es vulgar, por el espacio etéreo". Aquel vestido se transforma entonces en una nube que arrastra a Fausto por los aires. Volando, gracias a esta nube, vuelve a encontrarse, al principio del cuarto acto, solo en la cumbre de una alta montaña. En ese momento no se contenta con "contemplar bajo sus pies la más profunda de las soledades", sino que toma conciencia del sentido de su pasado y vislumbra un nuevo porvenir.(...) Si Goethe, como hemos dicho, experimentó un interés tan grande por los primeros vuelos de globos aerostáticos es porque soñaba intensamente con liberarse de la pesadez y volar como un pájaro, más allá de todas las barreras, en su impulso hacia el infinito. No es por azar el hecho de que en la primera estrofa de Viaje de invierno al Harz el poema se compare con el vuelo de un buitre que planea por encima de las nubes. En Werther, la grulla es símbolo de los deseos de vuelo:

Cuántas veces he deseado, llevado por las alas de la grulla que pasaba por encima de mi cabeza, volar hasta la orilla del mar inconmensurable, beber de la copa espumeante del infinito la vida que, llena de gozo, desborda de ella.


Así evoca el héroe de la novela la visión paradisíaca que tuviera antaño de la Naturaleza y el estado de espíritu en que se encontraba cuando, desde lo alto de una roca, contempla el hormiguero de la vida universal. Fausto le hace eco cuando, al comtemplar el paisaje iluminado por el sol en su carrera. Se lamenta de que no sea más que un sueño, que a las alas del espíritu no se añadan las alas del cuerpo:


Sin embargo, para cada uno de nosotros, es innato que el sentimiento profundo nos arrastre a la vez hacia lo alto y hacia delante cuando, por encima de nosotros, perdida en el azul del espacio, la alondra hace resonar las vibraciones de su canto; cuando, por encima de las cimas de los pinos, planea el águila con las alas desplegadas; cuando, por encima de las llanuras y los mares, la grulla se apresura hacia su patria.

Detengámonos un instante en el caracter particular de la emoción que provoca en nosotros el canto de la alondra. ¿Cómo no evocar aquí las bellas páginas que Gastón Bachelard consagró al tema de la alondra en la literatura, por ejemplo en Shelley, Meredith o D'Annuncio? Cita aquella fórmula feliz que Luciano Wolff emplea a propósito de Meredith: "La alondra conmueve (...) lo que de más puro hay en nosotros". "No expresa solamente", dice Bachelard comentando esta vez a Shelley, "la alegría del universo, la actualiza, la proyecta". Para nosotros, la alondra es a la vez vuelo y canto que nos arranca de la pesadez terrestre. No es pues extraño que, para el wilhelm de los Años de aprendizaje, el pájaro sea símbolo del poeta, ya que el "poeta, como el pájaro, puede planear por encima del mundo". Desligado de los intereses sórdidos y de las inquietudes del común de los mortales, el poeta, contemplando las cosas desde lo alto, ve la realidad tal y como es: "Nacida en su corazón, la pura flor de la sabiduría se desvanece". Y precisamente por eso, afirma Wilhelm, no puede ejercer un oficio como los otros hombres.(...) Si la poesía de Homero nos eleva por encima de la tierra, es porque nos hace ver los acontecimientos que cuenta, y el mundo entero, con la mirada de los dioses que, desde lo alto de los aires y las montañas, contempla las luchas y los sufrimientos de los hombres sin privarse de hecho de la posibilidad de intervenir, en determinados momentos, en favor de tal o cual campo. Esta mirada desde lo alto de los dioses homéricos fascina a Goethe. Por ejemplo, entregándose a su pasión por el patinaje, se compara con el Hermes de Homero, "sobrevolando el mar estéril y la tierra infinita". La poesía homérica es, para Goethe, un ejemplo de la "verdadera poesía", que define así:

La verdadera poesía dase a conocer así por el hecho de que, cual un profano evangelio, acierta con su íntima alegría y su externo contento a liberarnos de las cargas terrenales que nos abruman. Al modo de un globo aerostático levántanos con el lastre que nos cuelga a más altas regiones, haciendo que los embrollados laberintos de la tierra queden alla abajo ante nosotros como a vista de pájaro.


La última frase hace alusión al vuelo de Dédalo, quien se fabricó unas alas para escaparse del laberinto en el que Minos lo había encerrado. Para Goethe, el piloto del globo aerostático que se libera de la pesadez terrestre y Dédalo escapando del laberinto simbolizan la liberación interior y la serenidad que aporta la verdadera poesía. Esta liberación de la pesadez vuelve a encontrarse en el destino de Euforión, el hijo de Fausto y Helena, que es la encarnación de la poesía, personificada, de hecho, como da a entender Goethe, por la figura de Lord Byron. Euforión salta, bota y, finalmente, se eleva por los aires cada vez más alto, hasta que, desgraciadamente, como Ícaro, cae y muere. Goethe habla aquí de "evangelio profano". La expresión es muy fuerte: la poesía es, pues,una "buena nueva" para la humanidad. Esta definición de la verdadera poesía se sitúa en un contexto en el que Goethe critica la poesía inglesa, a la que reprocha inspirar "una repugnancia sombría por la vida". Por el contrario, la verdadera poesía debe proporcionar a la vez placer y serenidad. Nos libera de los laberintos terrestres. Se puede entrever en el entusiasmo de Goethe por la poesía homérica, que es "verdadera poesía", la misma representación idílica del mundo antiguo que observamos a propósito de la concepción goetheana del instante. Pero hay que reconocer sobre todo que la liberación que conlleva la verdadera poesía es posible porque esta última implica una mirada desde lo alto que nos desliga de las preocupaciones terrestres y egoistas para volver a situar nuestra vida de aquí abajo en la vasta perspectiva del Todo. Como acertadamente ha señalado Manfred Wenzel: "El verdadero poeta no procede de un modo distinto al del verdadero observador de la naturaleza. Ambos deben mantenerse por encima de las cosas para poder alcanzar una mirada única dirigida al Todo". Se trata de percibir la totalidad y la unidad, y no, como la mayoría de los hombres, solamente los detalles. Encontramos aquí toda la significación de la física que era practicada como ejercicio espiritual por los filósofos antiguos y que aportaba la serenidad y la paz del alma. La verdadera poesía es pues un "evangelio profano" en la medida en que es finalmente una revelación, la revelación de la Naturaleza:
¿Cuál puede ser la mayor ganancia del hombre en la vida sino que Dios-Naturaleza se le revele?-

(La mirada desde lo alto después de Goethe)
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(...) Al principio de Las flores del mal de Baudelaire hay cuatro poemas dedicados al poeta o a la poesía: Bendición, El albatros, Elevación, Correspondencias. En El albatros, el poema se compara con un pájaro hecho para planear, un "príncipe de las nubes", que es torpe y ridículo cuando vuelve a descender sobre la tierra. Pero el vuelo del espíritu del poeta se describe de una manera muy detallada en Elevación:

Por encima de estanques, por encima de valles, de montañas y bosques, de mares y de nubes, más allá de los soles, más allá de los éteres, más allá del confín de estrelladas esferas, te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad y como un nadador que se extasía en las olas, alegremente surcas la inmensidad profunda con voluptuosidad indecible y viril. Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas, sube a purificarte al aire superior y apura, como un noble y divino licor, la luz clara que inunda los límpidos espacios. Detrás de los hastíos y los hondos pesares que abruman con su peso la neblinosa vida, ¡feliz aquel que con brioso aleteo lanzarse hacia los campos luminosos y calmos! Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras, levantan hacia el cielo matutino su vuelo ¡que planea sobretodo, y sabe sin esfuerzo, la lengua de las flores y de las cosas mudas!

El vuelo del espíritu lo lleva más allá de lo terrestre e incluso de lo que es visible en el cielo. Como vimos en Goethe, el poeta se libera aquí de los lastres terrestres, de las preocupaciones y de los intereses materiales y carnales. Se lanza más allá de todo, al infinito. Este vuelo procura una purificación y una suerte de embriaguez, al beber el espíritu, como si de licor se tratase, el fuego celeste. Las últimas estrofas oponen la vida sobre la tierra: miasmas mórbidos, disgustos y vastos pesares, existencia brumosa, y el medio en el que se lanza el espíritu: espacios límpidos, campos luminosos y serenos. El espíritu se compara a la alondra que emprende un vuelo libre hacia los cielos. Mirada desde lo alto y vuelo del espíritu están entrelazados: el espíritu "planea sobre todo". El final del poema es muy significativo. ¿Por qué se dice que aquel que vuela hacia el infinito "sabe sin esfuerzo la lengua de las flores y de las cosa mudas"? Sin duda el espíritu ha reencontrado su pureza, su inocencia, por medio de este vuelo pacificador. (Nota de Fragmentalia : el caballo alado Pegaso es símbolo de libertad e inspiración poética). No es extraño que, en la compilación de Las flores del mal, sea Correspondencias el poema que sigue a éste, ya que Correspondencias proporciona en cierto sentido una clave para comprender la "lengua de las flores y de las cosas mudas". Se vislumbra así en Baudelaire lo que Goethe llamaba la "verdadera poesía", que era a la vez desprendimiento de los lastres terrestres y contemplación del misterio de la Naturaleza. Este vuelo del espíritu también lo experimenta Baudeliere al escuchar el preludio del Lohengrim de Richard Wagner:


Me sentí liberado de los lazos de la pesadez, y encontré a través del recuerdo la extraordinaria voluptuosidad que circula en los lugares altos (...) Entonces concebí plenamente la idea de un alma que se mueve en un medio luminoso, de un éxtasis hecho de voluptuosidad y de conocimento, y que planea por encima y muy alejada del mundo natural.

Pero el tema de la mirada desde lo alto no es tratado solamente desde la perspectiva de la poesía. Puede servir también para definir el espíritu con que el filósofo y el historiador observa las cosa terrestres. Es lo que se llama "el punto de vista de Sirio". El origen de la expresión se encuentra probablemente en el Micromegas de Voltaire, ya que el personaje con este nombre, siendo habitante de Sirio, ve las cosas de la tierra de una manera que podríamos llamar "el punto de vista de Sirio", aunque Voltaire no emplee esta expresión. El mismo punto de vista aparece en una carta de Heinrich von Kleist, escrita en 1806, que expresa la desesperación del hombre al tomar conciencia de la insignificancia de su vida terreste en el infinito del espacio: "Cuál puede ser el nombre de aquella pequeña estrella que se ve desde Sirio cuando el cielo está claro?". La expresión "el punto de vista de Sirio" figura, creo, por primera vez en Ernest Renan en 1880:

Cuando nos situamos en el punto de vista del sistema solar, nuestras revoluciones tienen apenas la amplitud de movimientos de átomos. Desde el punto de vista de Sirio, todavía menos.

Durante años, los editoriales de Hurbert Beuve-Méry en el diario Le Monde llevarán por título "El punto de vista de Sirio". Situarse en el punto de vista de Sirio es practicar un ejercicio espiritual de desprendimiento, de distanciamiento, para alcanzar la imparcialidad, la objetividad y el espíritu crítico; es volver a situar las cosas particulares en una perspectiva universal, si no cósmica.(...)

"Creo que, para su evasión, aprovechó una migración de pájaros silvestres".

Ilustración de Antoine de Saint-Exupéry para su obra El principito.

Este autor además de poeta y escritor fue un extraordinario piloto aereo fascinado por el vuelo. En algún lugar dejó escrito:

"El avión es solamnete una máquina, pero que invento tan maravilloso, qué magnífico instrumento de análisis; nos descubre la verdadera faz de la Tierra".

Su desaparición junto con la del avión durante un vuelo continúa todavía siendo un misterio.

(Aeronautas y cosmonautas)

Lo más extraordinario de nuestra época es que ha visto realizarse aquellos viajes cósmicos que desde hace miles de años habían sido o bien sueños, o bien imaginaciónes literarias o ejercicios espirituales. Podríamos decir, de alguna manera, que el hombre de Occidente se preparó muy bien espiritualmente para el viaje cósmico efectivo y que intentó entrever con antelación las transformaciones que aquel viaje podría implicar en la conciencia de los individuos, en la representación que la humanidad se hace de sí misma y del mundo. Hemos visto, especialmente, cómo el viaje cósmico y la mirada desde lo alto, concebidos como ejercicios espirituales, podían llevar a determinados filósofos como Séneca, Marco Aurelio o Luciano a denunciar la vanidad y las injusticias de las desigualdades sociales y la inutilidad de la guerra; cómo, gracias a aquellos ejercicios espirituales, el hombre se concebía a sí mismo como un ciudadano del cosmos; cómo experimentaba, practicándolos, el sentimiento de una transfiguración, de una superación de la condición humana que lo liberaba del temor de la muerte y le procuraba paz y serenidad interiores. La mirada desde lo alto, de hecho, no ha sido alcanzada solamente por la imaginación. Hemos recordado las ascensiones de montaña en la Antigüedad llevadas a cabo por Adriano y por el emperador Juliano, o en el Renacimiento por Petrarca. En la época de Goethe, el hombre empezó a liberarse de la pesadez terrestre con el globo. Más tarde apareció la aviación. Pero los vuelos cósmicos fueron una experiencia absolutamente nueva. Por primera vez el hombre vio desde lo alto la Tierra en su conjunto en una visión real. Podemos preguntarnos si la experiencia real provocó en aquellos que la vieron estados interiores análogos o totalmente diferentes con respecto a aquellos filósofos y poetas, como Goethe o Baudeliere, que solamente la imaginaron. La cuestión es muy amplia y no podría responderse a ella más que de manera imperfecta. Por dos razones: en primer lugar, desde la perspectiva elegida hasta el momento, no hemos pretendido más que considerar la relación del hombre con la tierra que ve desde arriba, o con el cosmos en el que está sumergido, pero habria muchas otras relaciones, sociales, fisiológicas, técnicas, que serían extrañas a esta investigación y que, de hecho, no podemos tratar; también, porque no conozco más que de un modo muy limitado los testimonios de astronautas que hablan de sus estados interiores. (...)¿Qué ocurre ahora con la relación del astronauta con la Tierra? Se trata, una vez más, de una relación muy compleja que conserva ciertos aspectos de la tradición literaria y filosófica, pero introduce también elementos nuevos. Lo que desaparece completamente, y, de hecho, ya había desaparecido en Goethe, es el desprecio por la Tierra y sus habitantes. Sin duda, algunos astronautas confiesan que están impresionados por la pequeñez de la Tierra en el cosmos: "Sonrío al darme cuenta de la inmensidad irrisoria y relativa de nuestro planeta". En primer lugar son seducidos por la belleza de la Tierra y, como Goethe, por la variedad de sus colores, pero, sobretodo, la Tierra vista desde el cielo despierta en muchos amor y solicitud. Como dijo el astronauta Wubo J. Ockels: "Creo que el hecho de estar en el espacio y de poder observar la Tierra-Madre hará nacer poco a poco un sentimiento de protección hacia ella". Hay que señalar el hecho de que la expresión "Tierra-Madre" vuelva tan frecuentemente a los testimonios de los astronautas. Pero en esta experiencia el hombre se encuentra en una situación ambigua. Se siente "de la Tierra", pero está también liberado de la Tierra y, en cierta medida, de la condición humana. En oposición al mundo terrestre, "formaba parte del resto del universo", señala Michel Collins. Se podría pensar en una especie de "sentimiento oceánico" de comunión con el Todo. "No podéis llegar a creer cuán apegados estabais a aquella materia que se agita por debajo de vosotros", observa Thomas Stafford. Al mismo tiempo, los astronautas experimentan la nostalgia de la Tierra, del viento del olor de la Tierra. Pero la Tierra es percibida por los astronautas desde una perspectiva completamente distinta y, como los filósofos de la Antigüedad, algunos de ellos denuncian la absurdidad de las fronteras que la dividen: "La Tierra, tan bella desde que desapareciron las fronteras nacionales". Finalmente, se interpone el carácter incomunicable de esta experiencia. El "sindrome del astronauta", dice Wubo Ockels, es precisamente que ha vivido una experiencia incomunicable. El autor habla del encuentro de astronautas en Budapest. Todos se reúnen sabieno de qué hablan. "Pero el problema es el siguiente: cada vez que un astronauta dice "Volar en el espacio es espléndido, es extraño, no existen fronteras. Entonces ¿por qué, si somos trastornados por esta visión del mundo, por qué no hacer la paz etc. ?", no es tomado en serio"; "No cambiaría nada el que un puñado de astronautas recorra la tierra diciendo: "¡Qué bello es el mundo!". ¿Y entonces? La única cosa que podría ayudar sería que los políticos fueran allí realmente. Haría falta que se hicieran una idea". La experiencia del vuelo cósmico produce una profunda transformación en quien la vive, como atestigua Edgar Mitchell, quien, por una parte, hace alusión a una nueva relación con los hombres: "En tanto que técnicos hemos ido a la Luna. En tanto que humanitarios hemos vuelto", y, por otra, a una nueva relación con el universo: He sentido bruscamente que el universo es inteligencia, armonía y amor". Es dificil saber si todos los viajeros del espacio se formulan semejantes representaciones. Quizá no todos sean capaces de efectuar el viaje cósmico interior, aquel que los filósofos, los poetas, los sabios han osado emprender y que consiste en liberarse interiormente de una manera de ver demasiado parcial o demasiado antropomórfica, a fin de ver todas las cosas desde la perspectiva del cosmos. Sin viaje cósmico interior, sin mirada desde lo alto vivida como ejercicio espiritual de desprendimiento, de liberación, de purificación, los viajeros del espacio seguirán llevando la tierra con ellos al espacio, no la Tierra parte del cosmos, sino la tierra símbolo de lo humano demasiado humano, símbolo de las mezquindades humanas. El espacio corre entonces el riesgo de no ser más que el teatro ampliado de estas absurdas guerras de religión que continúan desgarrando a la humanidad en los inicios del siglo XXI. La conquista del espacio corre el riesgo de proporcionar solamente un campo más vasto a la locura humana.

Lecturas:

Pierre Hadot. No te olvides de vivir, Ediciones Siruela 2010

Antoine de Saint-Exupéry. El principito

Macrobio. Comentarios al Sueño de Escipión, Ediciones Siruela 2005


Comentario sobre la obra en la UPF de Barcelona:

http://ethos.url.edu/articles/226/1/Pierre-Hadot-No-te-olvides-de-vivir-Goethe-y-la-tradicion-de-los-ejercicios-espirituales-Siruela-2010/Pagina1.html Entradas relacionadas en este blog:




Sobre la ciudad, pintura de Marc Chagall

7 comentarios:

Unknown dijo...

Me ha gustado mucho, mucho, mucho, amigo Jan, esta entrada. Leeré el primer libro que citas y reeleré las palabras que recoges. En mi caso, cambio de punto de vista cerrando los ojos.
Un abrazo.

Jan dijo...

Apreciada Iconos,

la verdad que la lectura del libro es muy agradable. Si te haces con él espero que lo disfrutes. A la hora de entresacar tan sólo unos fragmentos de él me fue dificil pues todo es muy interesante.

Otro abrazo de mi parte.

Por cierto, no se que ha pasado, pero después de hacer una corrección en la entrada ha quedado todo el texto seguido y de momento no consigo restablecer los puntos y aparte. Se piden disculpas, intentaré solucionarlo.

mikaela dijo...

Buen blog, muy buen blog. A lo mejor te haces una idea de lo agradable que es darse cuenta de que hay compañeros, amigos, hermanos.

Lo voy a ver despacito como se merece.

1saludo.

mikaela dijo...

Volveremos y seremos millones, dijo alguien por ahí.

Jan dijo...

Muy amable, ane.

Me alegra que lo que aquí se publica te resulte sugerente. Y sí, siempre es agradable cruzarse con quienes compartes cierta afinidad y sintonía.

Recibe un cordial saludo también de mi parte.

M.A.O dijo...

Y nuevamente me encuentro con Marc Chagall, qué bonita pintura! y acarrea ella una intensa sensación de vuelo..hermosa! Comparto con vos la reflexión final de la entrada: si no somos capaces de modificar nuestro modo de sentir, ver, escuchar en nuestro propio mundo; si no podemos ver "más allá" y, con humildad, reconocernos sólo uno más en el cosmos, quizá ningún viaje interplanetario pueda modificar la soberbia presente en muchos seres humanos. Las guerras son la cara más cruel y descarnada del sinsentido de la ambición humana. Jamás entenderé que haya hambre en el mundo, que las riquezas se concentren en unos pocos -que terminan hastiados de la vida porque no le hallan ninguna otra finalidad que la que está marcada por el poder, el dinero o el egoísmo-. Entiendo mi propia existencia como inmersa en un todo del cual soy parte, por eso amo todas las expresiones de la vida que me rodea. He leído "El Principito" infinidad de veces, cada vez que lo hago algo nuevo aparece ante mi. Gracias por este aporte!! Me ha encantado! Abrazo!

Jan dijo...

Hay algo que parece muy claro, y es que el mundo no se transforma si no se transforma la mirada. Ese sí que sería un gran paso para la humanidad, no el de poner los pies sobre la luna motivado por un afán de posesión, predominio y conquista.
Textos como el que aquí dejo me parecen estimulantes para ver el mundo con otros ojos, los que se abren mediante el "viaje cósmico interior" por el que paulatinamente se va elevando la mirada.

Y sí, la pintura de Chagall es preciosa. Me encanta.

Abrazos