Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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martes, 24 de mayo de 2011

Vivir el instante presente

Noria en un parque de atracciones

"No preguntes, Leucónoe -pues saberlo es sacrilegio-, qué final nos han marcado a ti y a mi los dioses; ni consultes los horóscopos de los babilonios. ¡Cuánto mejor es aceptar lo que haya de venir! Ya Júpiter te haya concedido unos cuantos inviernos más, ya vaya a ser el último el que ahora amansa al mar Tirreno con los peñascos que le pone al paso, procura ser sabia: filtra tus vinos (1), y a un plazo breve reduce las largas esperanzas. En tanto que hablamos, el tiempo envidioso habrá escapado; échale mano al día (2), sin fiarte para nada del mañana".

Horacio, Odas 11, 5


(1) Era costumbre, antes de beberlos, filtrar con un paño los vinos que llevaban un cierto tiempo guardados, para purificarlos de sus posos. La invitación de Horacio podría querer decir: "no dejes para mañana el vino que puedas beber hoy.
(2)
Aquí se encuentra el famoso carpe diem de Horacio (tal como aparece en la edición de Gredos), también traducido como "goza del día".


Pierre Hadot nos descubre en el texto siguiente, un aspecto común en la filosofía de estoicos y epicúreos, antagónicos en tantos aspectos. Se trata de la preminencia que para unos y otros tenía el tomar conciencia del instante presente, adquiriendo éste el valor de lo infinito al llevarlo a una dimensión mística, y por la que el hombre sabio accede a un sentimiento de identidad e intimidad con el universo, de pertenencia al Todo. Estado que recuerda al conseguido a través de la ascesis en doctrinas orientales, simbolicamente representado como el centro de la rueda.


La experiencia filosófica del presente, por Pierre Hadot


En el siglo V a. C., dentro del movimiento sofístico que propone a los jóvenes atenienses una formación en la vida política, se puede observar que, por ejemplo, Antífone el Sofista critica a sus contemporáneos reprochándoles, si puede decirse, que persigan fantasmas, sin vivir en el presente la única realidad:

Hay gente que no vive la vida presente: es como si se preparasen, consagrándole todo su ardor, a vivir no se sabe qué otra vida, pero no ésta, y mientras hacen esto, el tiempo se va y se pierde. No se puede poner en juego la vida como un dado que se tira.

Se decía que uno de los discípulos de Sócrates, Aristipo, "era el que mejor sabía administrar la situación presente", es decir, goza de los bienes presentes sin intentar alcanzar cosas ausentes o inaccesibles, y consideraba que no había más felicidad que la del instante presente. Esta actitud causaba admiración, lo que demuestra claramente que no correspondía a un comportamiento general espontáneo, sino que resultaba, por el contrario, de una voluntad filosófica consciente y deliberada de adaptarse a la realidad tal como se presenta.
A pesar de la profunda diferencia existente entre las doctrinas epicúrea y estoica, se puede descubrir una gran analogía en la experiencia del presente que subyace a estas dos doctrinas. Puede definirse de la manera siguiente: epicureismo y estoicismo privilegian el presente en detrimento del pasado y, sobre todo, del futuro; plantean que la felicidad debe encontrarse tan sólo en el presente, que un instante de felicidad equivale a una eternidad de felicidad, y que la felicidad puede y debe ser buscada inmediatamente, enseguida, en el acto. Epicureísmo y estoicismo invitan a situar el instante presente en la perspectiva del cosmos y a reconocer un valor infinito al más mínimo momento de existencia.
(...) Para los epicúreos, los insensatos, es decir, la mayoría de los hombres, son corroídos por deseos insaciables que abarcan las riquezas, la gloria, el poder, los placeres desordenados de la carne. Lo que caracteriza a todos estos deseos es que no pueden ser satisfechos en el presente. Por eso, dicen los epicúreos, "los insensatos viven en la espera de los bienes futuros. Sabiendo que son inciertos, se consumen de ansiedad y temor. Y, más tarde -esto es lo peor de sus tormentos-, se dan cuenta de que se han apasionado inútilmente por el dinero, o el poder, o la gloria. Ya que no han extraído ningún placer de todas aquellas cosas cuya esperanza los había inflamado y para cuya conquista habían trabajado tan penosamente". "La vida del necio es ingrata, intranquila", dice una sentencia epicúrea, "toda ella se apresura hacia el futuro".
La sabiduría epicúrea propone así, en efecto, una transformación radical de la actitud humana con respecto al tiempo, transformación que debe ser efectiva en cada instante de la vida. Hay que saber gozar del placer presente sin dejarse desviar de este placer, evitando pensar en el pasado, si es desagradable, o en el porvenir, en la medida que se provoque en nosotros esperanzas o temores desordenados. Sólo el pensamiento de lo agradable, del placer, pasado o futuro, es admitido en el momento presente, sobre todo cuando se trata de compensar un dolor presente. Esta transformación supone una concepción determinada del placer, según la cual la cualidad del placer no depende ni de la cantidad de los deseos que satisfacen ni de la duración durante la que se realiza.(...)
El placer no solamente no depende de la cantidad de deseos satisfechos, sino que tampoco depende en modo alguno de la duración. No tiene necesidad de ser largo para ser absolutamente perfecto. "Un tiempo infinito no puede hacernos experimentar un placer mayor que el que nos hace experimentar el tiempo que vemos limitado".
Esto puede parecer una paradoja. Se funda en primer lugar en una representación teórica. El placer es pensado por los epicúreos como una realidad en sí que no se sitúa en la categoría del tiempo. Aristóteles ya había dicho que el placer es completo, total, en cada momento de su duración, y que su prolongación no cambia su esencia. A esta representación teórica se añade, entre los epicúreos, una actitud práctica. Limitándose él mismo a lo que se asegura la perfecta paz del alma, el placer alcanza una cumbre que no se puede sobrepasar, y es imposible aumentar ese placer mediante la duración. El placer se encuentra por completo en el instante presente, y no tenemos necesidad de alcanzar nada del futuro para aumentarlo.
Se podría resumir todo cuanto acabamos de decir con estos versos de Horacio: "Contenta el alma con lo actual, deteste el temor del futuro y la amargura". El espíritu feliz no mira hacia el futuro. Podemos ser felices enseguida si limitamos razonablemente nuestros deseos.
No solamente podemos, sino que debemos. Si, la felicidad debe ser encontrada inmediatamente, enseguida en el presente. En lugar de reflexionare sobre el conjunto de la vida, de calcular las esperanzas y las incertidumbres, hay que captar la felicidad en el instante presente. Hay una urgencia: "No nacemos más que una vez", dice una sentencia epicúrea, "dos veces no nos está permitido. Así pues, es necesario que dejemos de ser para toda la eternidad, pero tú, que no eres dueño del mañana, aún postergas a mañana la alegría. La vida, sin embargo, se consume en vano en estos retrasos y cada uno de nosotros muere sin haber probado nunca la paz". "Mientras hablo", dice Horacio, "el tiempo celoso habrá ya escapado: goza del día (carpe diem) y no jures que otro igual vendrá después".
Este carpe diem de Horacio no es en modo alguno, como a menudo se lo ha representado, un consejo de vividor, es por el contrario una invitación a la conversión, es decir, una toma de conciencia de la vanidad de los deseos suplerfuos y sin límite, una toma de conciencia también de la inminencia de la muerte, de la unicidad de la vida, de la unicidad del instante. Desde esta perspectiva, cada instante aparece como un don maravilloso que llena de gratitud a quien lo recibe: "Persuádete", sigue diciendo Horacio, "de que cada nuevo día que se levanta será el último para ti. Entonces recibirás con gratitud cada hora inesperada".
Gratitud, maravillamiento... El secreto de la alegría epicúrea, de la serenidad epicúrea, consiste en vivir cada instante como si fuera el último, pero también como si fuera el primero. (...)
Todo esto debe situarse, de hecho, en el marco de una visión general del universo. Gracias a la doctrina de Epicuro, que explica el origen del universo a partir de la caída de los átomos en el vacío, a ojos del filósofo, como dice Lucrecio, las murallas del mundo se separan, todas las cosa aparecen en el vacío inmenso, en la inmensidad del todo. Como Metrodoro, el epicúreo puede exclamar: "Acuérdate de que, nacido mortal, con una vida limitada, te has elevado por medio del pensamiento de la naturaleza hasta la eternidad y la infinitud de las cosas y has visto todo lo que ha sido y todo lo que será".
Volvemos a encontrar aquí el contraste entre el tiempo finito y el tiempo infinito. En el tiempo finito, el sabio capta todo lo que se desarrolla en el tiempo infinito, más exáctamente, como dijo Léon Robin comentando a Lucrecio: "El sabio se sitúa en la inmutabilidad, independiente del tiempo, de la eterna Naturaleza". El sabio epicúreo persigue así, en esta conciencia de existir, la totalidad del cosmos. La naturaleza, en cierto sentido, le proporciona todo en el instante.
En el estoicismo, el momento de concentración en el presente está todavía más acentuado, como aparece claramente en este pensamiento de Marco Aurelio:

He aquí lo que te basta:
el juicio que diriges en este momento hacia la realidad mientras sea objetivo,
la acción que estás llevando a cabo en este momento, mientras se realice para el servicio de la comunidad humana,
la disposición interior en la que te encuentras en este mismo momento, mientras sea una disposición de gozo ante la conjunción de los acontecimientos que produce la causalidad exterior.

(...) El presente del que habla Marco Aurelio es un presente que se define por lo vivido de la conciencia humana: representa así una cierta espesura del tiempo, una espesura que corresponde a la atención de la conciencia vivida. Es este presente vivido, relativo a la conciencia, lo que está en cuestión cuando Marco Aurelio aconseja "delimitar el presente". Este punto es importante: el presente se define en función del pensamiento y la acción del hombre que pone en juego toda su personalidad.
El presente basta a nuestra felicidad porque es la única cosa que nos pertenece, que depende de nosotros. A los ojos de los estoicos, en efecto, es esencial saber distinguir entre lo que depende y lo que no depende de nosotros. El pasado ya no depende de nosotros, puesto que está fijado definitivamente; el porvenir no depende de nosotros porque todavía no es. Solamente el presente depende de nosotros. Así pues, es lo único que puede ser bueno o malo, ya que es lo único que depende de nuestra voluntad. El pasado y el futuro, puesto que no dependen de nosotros, puesto que no son del orden del bien o del mal moral, deben así sernos indiferentes. Es inútil turbarse por lo que ya no es o por lo que quizá no será nunca.
Este ejercicio de delimitación del presente es descrito también por Marco Aurelio de la siguiente manera:

Si separas de ti mismo, es decir, de tu pensamiento (...), todo lo que has hecho o dicho en el pasado y todas las cosas que te turban, porque han de venir, si separas del tiempo lo que está más allá del presente y lo que es pasado (...), y si te ejercitas en vivir solamente la vida que vives, es decir, el presente, podrás pasar todo el tiempo que se te ha dado hasta tu muerte en calma, bienaventuranza, serenidad...

Del mismo modo, Séneca describe el ejercicio en esto términos:

Hay que suprimir dos defectos: el temor por el futuro y el recuerdo de la antigua adversidad. Ésta ya no me afecta, aquél todavía no goza. Goza el sabio (...) de lo presente, y no se aquieta de lo porvenir (...). Así que, libre de las grandes preocupaciones que le traen cuidados y le despedazan el alma, nada espera ni desea ni se sitúa en la duda, y con lo que tiene se contenta, puesto que todo (el presente) es suyo.

Asistimos aquí a la misma transfiguración del presente que habíamos encontrado en el epicureísmo. Según los estoicos, en el presente lo tenemos todo, tan sólo el presente es nuestra felicidad, el presente basta para la felicidad, por dos razones: en primer lugar porque, como el placer epicúreo, la felicidad estoica es completa a cada instante y no aumenta con la duración; a continuación, porque en el instante presente poseemos la totalidad de la realidad y una duración infinita no podría darnos más de lo que poseemos en el instante presente.
En primer lugar, así, la felicidad -es decir, para los estoicos, la acción moral, la virtud- se cumple , total, completa, en cada momento de su duración. Como el placer del sabio epicúreo, a cada instante, la felicicidad del sabio estoico es perfecta, no le falta nada, así como el círculo sigue siendo círculo, ya sea pequeño o grande; como un momento propicio, oportuno, una ocasión favorable, es un instante cuya perfección no depende de la duración, sino precisamente de la cualidad, de la armonía que existe entre la situación exterior y las posibilidades dadas: la felicidad es precisamente el instante en que el hombre está completamente de acuerdo con la naturaleza.
Al igual que para los epicúreos, tampoco para los estoicos seremos nunca felices si no lo somos de inmediato. ¡Es ahora o nunca! Hay urgencia, la muerte es inminente, hay que apresurarse y no necesitamos nada más que quererlo para ser felices. El pasado y el futuro no sirven para nada. Lo que hace falta es transformar inmediatamente nuestra manera de pensar, de actuar, de acojer los acontecimientos, para pensar según la verdad, actuar según la justicia, recibir los acontecimientos con amor. Como para el epicúreo, para el estoico es la inminencia de la muerte lo que da su valor al instante presente. "Hay que realizar cada acción de la vida", dice Marco Aurelio, "como si fuera la última". Entonces cada instante adquiere toda su seriedad, todo su valor, todo su esplendor, y vemos claramente la vanidad de lo que perseguimos con tanta inquietud y que la muerte nos arrancará. Hay que vivir cada día con una conciencia tan aguda, con la intensidad de atención que podamos decirnos cada noche: He vivido, es decir: he realizado mi vida, he tenido todo lo que podía esperar de la vida. Como dice Séneca: "Quien está dispuesto de esta forma, quien cada día vive su vida plenamente está seguro".
Acabamos de ver la primera razón por la cual tan sólo el presente basta para nuestra felicidad: un instante de felicidad equivale a toda una eternidad de felicidad. La segunda razón es que, en un instante, poseemos la totalidad del universo. El instante es fugitivo, minúsculo -Marco Aurelio insiste intensamente en este punto-, pero en este relámpago, como dice Séneca, podemos gritar con Dios: "Todo esto es mío". El instante es el único punto de contacto con la realidad, pero nos ofrece toda la realidad. Y precisamente por ser pasaje y metamorfosis nos hace participar en el movimiento general del acontecimiento del mundo, en la realidad del devenir del mundo.
Para comprender esto, hay que recordar lo que representa la acción moral o la virtud o la sabiduría para el estoico. El bien moral , que es el único bien para el estoico, tiene una dimensión cósmica: el acuerdo entre la razón que está en nosotros y la Razón que dirige el cosmos produce el encadenamiento del destino. A cada momento, son nuestro juicio, nuestra acción, nuestros deseos los que deben ponerse de acuerdo con la Razón universal. Hay que acoger muy especialmente con alegria la conjunción de los acontecimientos que resulta del curso de la Naturaleza. Así, hay que volver a situarse a cada instante en la perspectiva de la Razón universal, de modo que a cada instante la conciencia se vuelva una conciencia cósmica. En consecuencia, a cada instante, si el hombre vive de acuerdo con la Razón universal, su conciencia se dilata en la infinitud del cosmos, y el cosmos entero se le hace presente. Esto es posible porque, para los estoicos, hay una mezcla total, una implicación recíproca de todas las cosas en todas las cosas. Crisipo hablaba de la gota de vino que se mezcla en el mar entero y se extiende el mundo entero.
"Aquel que ve el momento presente", dice Marco Aurelio, ve todo lo que se ha producido desde toda la eternidad y lo que se producirá en la infinitud del tiempo". Es esto lo que explica que la atención sea llevada a cada acontecimiento presente, a lo que nos ocurre a cada instante. En cada acontecimiento está implicado el mundo entero:

Te ocurra lo que te ocurra, ya estaba preparado de antemano para ti desde toda la eternidad, y el entrelazamiento de las causas ha trenzado conjuntamente desde siempre tu sustancia y el encuentro con este acontecimiento.

Se podría hablar aquí de una dimensión mística del estoicismo. A cada momento, a cada instante, hay que decir sí al universo, es decir, a la voluntad de la Razón universal; hay que desear lo que desea la Razón universal, es decir, el instante presente tal y como es. Algunos místico cristianos han descrito, tambiéwn ellos, su estado como un consentimiento continuo al querer de Dios. Por su parte, Marco Aurelio exclama: "Digo entonces al Universo: "Amo contigo". Se trata aquí de un sentimiento profundo de participación, de identificación, de pertenencia al Todo, que desborda los límites del individuo, un sentimento de intimidad con el universo. El sabio, para Séneca, se sumerge en el cosmos entero (toti se inserens mundo). El sabio vive en la conciencia del mundo. El mundo le resulta siempre presente. Más aún que en el epicureísmo, en el estoicismo el momento presente reviste un valor infinito: contiene en sí todo el cosmos, todo el valor, toda la riqueza del ser.
Es, pues, muy destacable el hecho de que las dos escuelas, estoica y epicúrea, sin embargo tan opuestas, sitúen ambas en el centro de su modo de vida la concentración de la conciencia en el momento presente.

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Para acabar la lectura de esta entrada, nada mejor que unos versos del sabio persa Omar Jayyam:


Hoy el mañana no está a tu alcance,
y locura es pensar en el mañana.
Del resto de la vida no sabemos el precio.
¡Lánzate a amar, no pierdas este instante!
..................................................................
Amengua tu codicia de este mundo y vive alegre,
corta el vínculo con lo malo y lo bueno del universo.
Atrapa pronto el vino y el bucle de la amada,
que estos días, fugaces, pasarán muy presto.
.................................................................
Pasó el ayer, no guardes de él recuerdo.
Por el mañana que no ha llegado no estés inquieto.
No te apoyes en lo no sucedido ni en lo que fue:
sé alegre, que no se lleve tu vida el viento.


Lecturas:

Pierre Hadot, No te olvides de vivir. Ediciones Siruela 2010

Horacio, Odas. Biblioteca Gredos 2008

Omar Jayyam, Rubayat. Alianza editorial 2007

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miércoles, 11 de mayo de 2011

Las doce llaves


Versión coloreada del grabado que aparece en la edición de Michael MaierTripus aureus de 1618, compuesta por tres tratados alquímicos. Este pertenece al dedicado a las Doce Claves o Doce Llaves, atribuído al monje benedictino Basilio Valentino. Arriba de la imagen se encuentra el Atanor u horno alquímico, donde aparece la serpiente como símbolo del mercurio de los filósofos (alquimistas). Por debajo se muestra el bestiario hermético por el que se simbolizan las operaciones y elementos que componen la obra alquímica: (según Stanislas Klossowski) el León representa la fijación del azufre; el águila voltilidad y disolución del mercurio; la serpiente el disolvente mercurial; el dragón el Tema (materia prima) del arte; el cuervo la nigredo o putrefacción; el pavo real los colores diversos de la obra; el cisne la piedra blanca; y el fenix que simboliza la putrefacción y multiplicación de la Piedra Filosofal.


Todo parece indicar, que una interpretación críptica y fragmentaria del sistema de escritura jeroglífico de los antiguos egipcios, estaría en la base que diera lugar al arte de la emblemática que alcanzó gran divulgación en los siglos XVI y XVII. Esta particular interpretación se remonta a los griegos de la Antigüedad, quienes tenían el convencimiento de que los jeroglíficos no guardaban relación alguna con el lenguaje normal, sino que eran expresión pictórica y alegórica de un conocimiento misterioso por el que se revelaría la verdad última. Sobre cómo esta verdad última se revela en forma visual Plotino en Eneadas dice: " Los sabios (sacerdotes) egipcios indicaron la verdad allí donde, en su afán de lograr la exposición filosófica, abandonaban las formas de escritura detallada de palabras y frases sustituyéndolas por el trazado de dibujos, grabando en las inscripciones de los templos una imagen distinta para cada concepto distinto. De esta manera dejaban constancia de la ausencia de discursividad del reino intelectual. Y es que cada manifestación de conocimiento y sabiduría constituyen una imagen concreta, un objeto en sí misma, una unidad inmediata de razonamiento discursivo y voluntad detallada y no algo añadido". Siguiendo a Plotino, Ficino añadiría en el Renacimiento: "Los sacerdotes egipcios no utilizaban letras individuales para significar los misterios, sino imágenes completas de plantas, árboles y animales; porque Dios tiene conocimiento de las cosas no a través de una multiplicidad de procesos de pensamiento, sino más bien como una forma firme y simple de cada cosa. (...) Los egipcios representaban el conjunto del razonamiento discursivo como si dijéramos en una imagen completa". Para Ficino, esta "escritura sagrada" no representa simplemente el concepto, sino que lo encarna, y siguiendo a Platón y Plotino, continuó con la creencia de que fue el dios Thot (Hermes) quien le dió origen, siendo su significado hermético tan sólo conocido por la élite de los sacerdotes egipcios. Estos eran considerados los despositarios de un saber que se ocultaba al pueblo. Esta forma de entender las imágenes enigmáticas que revestían los templos y restos arqueológicos, de una civilización que causaba asombro y fascinación, despertó mayor interés por el descubrimento en 1419 en la isla de Andros del manuscrito de los Hieroglyphica. Este manuscrito, atribuído al enigmático Horapolo, llegó a Florencia en 1422, provocando una gran sensación, ya que por fín se creía tener una obra que explicase el sentido oculto de los misteriosos jeroglíficos egipcios. A pesar de sus numerosas lagunas, el manuscrito alcanzó gran difusión llegando a ser un elemento fundamental en la idea que se tenía de los jeroglíficos durante el Renacimiento. Su influencia se dejó notar en el mundo editorial y artístico, haciendo resurgir los esfuerzos por interpretar aquella cultura, llegando a publicarse bastantes obras sobre el tema a lo largo del siglo XVI. Un ejemplo es el Hieroglyphica sive de sacris Aegiptorum de Valeriano, inspirada directamente en la obra de Horapolo. Otra obra donde se hace presente la fascinación por el jeroglífico es la Hypnerotomachia Poliphili atribuía a Francesco Collonna, de la que el estudioso Julian Gállego ha comentado: "un universo esotérico y arqueológico, en que cada paisaje, cada monumento, esconde un sentido misterioso sólo accesible a los iniciados". Todo esto demuestra la gran afición que hubo sobre todo lo que provenía de Egipto, poniendo de moda en círculos cultos un gusto generalizado por lo ideográfico, secreto y esotérico, junto a una supervaloración de lo visual. Este interés llegó a artistas como Alberto Durero, dejando huella en algunas de sus obras, como en el grabado del "Arco Triunfal de Maximiliano" y algunos dibujos de jeroglíficos para la traducción manuscrita de Horapolo realizada por Willibal Pirckheimer en 1514. Inspirados también por la obra de Horapolo, los Emblemata (Emblemas) comenzaron a divulgarse ampliamente gracias al uso de los modernos medios de impresión y técnicas de grabado, siendo la famosa obra de Andrea Alciato la de mayor repercusión. Eran imágenes alegóricas o simbólicas acompañadas de unas pocas líneas crípticas en prosa o verso (epigramas), alusivos pero al mismo tiempo oscuros, constituyéndose en una especie de acertijo pictórico que encerraba una solución de índole moral. Los emblemas podían aparentar ser una cosa pero ser otra, siendo un vehículo ideal para transmitir conocimientos de caracter secreto por lo que fueron adoptados por los alquimistas. La interpretación que hizo Horapolo de los jeroglíficos, contribuyó al surgimiento de una tradición que consideraba que todos los mitos e imágenes religiosas de la Antigüedad ocultaban un significado alegórico o simbólico. En 1544 se publica en Venecia el diálogo La espositione de Geber Philosopho, donde un idealizado Geber, el mítico alquimista árabe, consigue convencer a un tal Demogorgón de que su interpretación imbuida de sentido moral de los mitos y fábulas de la Antigüedäd, es errónea, siendo su verdadero significado sólo accesible para quien está iniciado en el Arte de la alquimia: "En cuanto hayáis visto practicar este Arte y seáis, pues, uno de nuestros hijos, conoceréis esta verdad. Y si no negáis la opinión de los antiguos , que como ya os he dicho consiste en que todo metal se halla en todo metal según ya os he explicado, ya no podréis negar que tal es el verdadero sentido y la verdadera intención de los poetas de la Antigüedad en relación con las fábulas poéticas, puesto que quisieron ocultar esta ciencia de todas las maneras posibles. Muchos son, además, los sabios que afirman que en estas fábulas poéticas los antiguos ocultaron los secretos de la Naturaleza..." y concluye: "los antiguos ocultaron los secretos de la Naturaleza no sólo en escritos, sino también mediante numerosas imágenes, caracteres, cifras, monstruos y animales representados y transformados de maneras diversas. Y dentro de sus palacios y templos pintaron esas fábulas poéticas, los planetas y los signos celestes, con muchos otros signos, monstruos y animales. Y no eran comprendidos sino por quienes tenían conocimiento de tales secretos...". A partir de esta creencia, los alquimistas incluyeron todos los mitos clásicos, fábulas, figuras alegóricas, emblemas, símbolos -o "jeroglíficos", tal como ellos los entendían- en un sistema de correspondencias múltiples , suponiendo un impresionante desafío para todo aspirante a iniciarse en la Gran Obra. Sobre esto, Michael Maier en su Atalanta fugiens (La fuga de Atalanta) de 1618, inspirada en el mito de Atalanta e Hipómenes -en el que verá narrado de forma oculta todo el proceso de la obra alquímica- escribe en uno de los discursos: "La diversidad que muestran los autores en sus escritos es tal que quienes buscan la verdad acerca de los objetos del Arte casi desesperan de poder llegar a descubrirla. De echo, los textos alegóricos son ya de por sí difíciles de comprender y causa, por tanto, de numerosos errores, lo que es especialmente acusado cuando se aplican idénticos términos a realidades distintas y términos distintos a realidades idénticas".


En fin, como se puede ver, para todo aquel que se interne en la selva laberíntica de imágenes y simbolos que aparecen en textos e imaginería alquímica -aunque sólo motivado por un interés artístico o histórico-, no le espera un camino por el que sea fácil orientarse y sacar conclusiones. No digamos ya el que pretenda iniciarse de una forma seria en busca de "la verdad acerca de los objetos del Arte". Para ilustrar esta dificultad, dejo los emblemas alquímicos pertencientes a la obra atribuída al monje Benedictino Basilio Valentino, Las doce LLaves. Las acompaño de las explicaciones de dos estudiosos contemporaneos, la primera en color gris es de Stanislas Klossowski de Rola, la segunda en blanco de J. Van Lennep. Se verá que las interpretaciones en ocasiones no se complementan, por lo que aquel que se inicie en estas cuestiones ya de entrada puede quedar desconcertado. El verdadero interesado no desistirá... Pero antes tengamos en cuenta una palabras que aparecen en la introducción de El juego Áureo:


"No debemos perder nunca de vista el hecho de que la Piedra Filosofal, elusiva meta de la Búsqueda alquímica, constituye una realización tan material como espiritual. Su proceso de elaboración, resumido en el axioma hermético Solve et coagula, consiste fundamentalmente en una repetida Disolución, seguida de Cristalizaciones, del Tema secreto de los Sabios, la Materia Prima o Piedra de los Filósofos. La purificación y subsiguiente Exaltación de este tema elegido le confieren una especial cualidad magnética, siendo entonces capaz de recibir y retener un misterioso influjo celeste que tiene lugar brevemente en primavera y que le confiere cualidades extraordinarias. Así pues, la espiritualización de la materia precede a la materialización del espíritu y la Piedra de los Filósofos se convierte en la Piedra Filosofal, sustancia muy evolucionada capaz de conseguir los efectos más extraordinarios".



Las 12 llaves de Basilio Valentino

LLAVE I - El Rey y la Reina, Principios gemelos de la Obra, son extraídos de su metal por Disolución (solve), saltando el lobo gris del Antimonio por encima del crisol mientras se extrae cuidadosamente el Azufre por la acción de Saturno. Interpretado de otra manera, el emblema ilustra con exactitud la frase inicial del Liber secretus de Artefius: "El antimonio es del reino de Saturno y posee en todo su naturaleza".



LLAVE I - El Rey-Sol representa el azufre o el oro metálico. La reina-Luna corresponde al mercurio o a la plata. Este oro debía ser purificado por el antimonio, simbolizado en el grabado por un lobo. En efecto, los alquimistas llaman al antimonio lupus metallorum porque ataca y corroe a los metales. El grabaqdo muestra también a Saturno, que es el dios tradicional del plomo, pero que devora a sus hijos, así como el antimonio devora a los metales.(...) Esta llave I que presenta a los dos agentes de la Primera Obra, explica como es necesario prepararlos. El oro (o rey) debe ser purificado tres veces por el antimonio (el lobo) puesto que la reina tiene tres flores símbolos de la triple purificación. La plata (o la reina) debe ser fijada por la calcinación del plomo (Saturno).


LLAVE II - (...) Los contendientes (lo Fijo y lo Volatil) se separan y reconcilian en la persona del Mercurio Filosófico o Mercurio Doble, así llamado para distinguirlo del primer Disolvente que se obtiene en la Primera Obra. La desnudez del joven dios indica la ausencia de impurezas; y a corona, su nobleza. El doble Caduceo, unido al Sol y la Luna de ambos lados, muestra su doble poder. Las alas que figuran en primer plano designan la finalidad de la operación: la Volatización de las partes puras de lo Fijo. La Serpiente situada sobre sobre una de las espadas indica el Disolvente, y el Águila de la otra, el medio que debe emplearse.


LLAVE II - La llave II representa a un efebo desnudo y alado de testa coronada. Encima de su corona aparece el signo del mercurio que le designa. El joven efebo sostiene un caduceo en cada mano. A sus costados brillan la Luna y el Sol que recuerdan los dos fines de la Obra. A los pies de este Mercurio se despliega un par de enormes alas que simbolizan la volatilidad. El joven dios aparece triunfando sobre dos hombres que parecen marchar sobre él en actitud amenazadora, pero dando simultáneamente ciertas muestras de temor. Uno de ellos levanta una espada sobre la que se halla posado un pájaro. El otro blande otra espada en cuya hoja está enroscada un asaerpiente. Canseliet ve en este grabado la purificación del mercurio por el fuego simbolizado por las espadas.


LLAVE III - El Dragón es el emblema tradicional de la Materia Prima o Tema de los Sabios, conocida también como Piedra de los Filósofos. El Zorro que escapa llevándose una gallina y siendo atacado a su vez por el gallo simboliza la Fijación de lo Volatil y la Volatización de lo Fijo: proceso expresado en el axioma Solve et coagula (disuelve y coagula)


LLAVE III - La tercera llave representa a un dragón alado en un paisaje montañoso. En un segundo plano, huye un zorro que arrastra una gallina en su hocico. Un gallo encaramado en su espalda intenta hacerle soltar su presa. Este grabado ilustra el combate entre dos naturalezas, volatil y fija, que descienden de la materia original representada por el dragón. "El Gallo -dice el texto- se comerá al Zorro, se ahogará y asfixiará en el agua; después, recuperando la vida gracias al fuego, será devorado por el Zorro".


LLAVE IV - La primera y principal de las operaciones alquímicas es la Disolución, denominada "Muerte" por muchos autores antiguos. Mediante esta Muerte es purificada la Materia por el Espíritu (o Fuego), representado por el cirio ardiente. El Pavo Real del campanario indica que la Negrura de la Putrefacción va seguida de los múltiples colores de la etapa denominada Cola del Pavo Real. La importancia de la Disolución queda subrayada asimismo por el Árbol muerto de la derecha, que representa el estado "muerto" de la Materia Prima al ser adquirida. La Disolución, clave o eje de la Obra, revive a los muertos: de ahí la postura erguida del esqueleto y del Árbol en flor próximo a la iglesia.



LLAVE IV - (Este grabado y el siguiente aparecen numerados incorrectamente) La llave IV muestra a un esqueleto erguido sobre un ataúd. Una vela encendida y un árbol muerto destacan como insignias mortuorias. Una iglesia se perfila en el paisaje. Esta llave ilustra la muy conocida fase de la mortificación. El texto alude también a su valor generador: "Toda carne, nacida de la tierra, será disuelta y volverá al tierra a fin que ese suelo terrestre, ayudado por la influencia de los Cielos, haga surgir un nuevo germen. En el día del Juicio, el mundo será juzgado por el fuego y cuanto ha sido hecho de la nada será reducido a cenizas por el fuego. Después del abrazo general se hará una nueva tierra, nuevos cielos y un hombre nuevo."


LLAVE V - Venus, el Tema de los Sabios, hace gala de sus prodigiosas cualidades. Todo procede de ella. El vaso que parece emanar de su boca y sus ojos simboliza claramente la Sal Petrae (sal de la piedra) que, por su color blanco, recibe también el nombre de Cristal (de Christou halas, sal de Cristo). Como "Sal Nuestra", comparte con el Principio Mercurial la humedad fría y volatil, y con el Azufre, la cualidad ignea y fija. En la Obra actúa de mediadora entre le Azufre y el Mercurio. Además la mezcla de las dos sustancias salinas que constituye la Sal de los Filósofos es el Fuego de los Sabios, el cual sólo necesita para ser activado la intervención del Fuego Elemental (a la derecha). No obstante, Eros, con los ojos vendados, muestra que la fuerza magnética de la Materia basta para atraer el rayo celeste que es el (tercer) Fuego Secreto, de cuyo dinamismo depende la alquimia. El León coronado es representación de lo Fijo (Azufre de los Sabios) mientras que el "Sol Esplendoroso" simboliza exactamente la Perfección de la Piedra Filosofal.


LLAVE V - La quinta llave presenta a una mujer con una planta, mientras que Cupido se dispone a dispararle una flecha. Está acompañado por un león coronado bajo un sol, mientras que junto a la mujer se encuentra Vulcano armado con un soplillo y escupiendo fuego. La mujer aparece aquí como la matriz de todo lo que crece, el divino objeto de los amores químicos. Víctima de Cupido, esta humedad mercurial reclama el calor del fuego cuyo guardián es Vulcano. El león, asociado aquí al Rey y al azufre, contiene en sí mismo todas las potencias que harán posible el alumbramiento del Hijo de la Filosofía.


LLAVE VI - El Matrimonio -Unión indisoluble de los Opuestos- es, como hemos visto, uno de los símbolos alquímicos más frecuentes. El Hermano y la Hermana se casan con ayuda de la Sal o del Fuego Secreto (como queda dicho en la Quinta llave). El arco iris proclama el final de la Negrura (Nigredo) y anuncia la futura Blancura (Albedo), el cisne, que precede al Sol. La doble naturaleza del Fuego Secreto queda claramente de manifiesto en el horno o atanor en forma de cabeza de Jano. Neptuno es el Agua mercurial que lava la oscuridad de la Putrefacción, por medio de reiteradas Sublimaciones, en las tres partes (de la Gran Obra) que simboliza su tridente.


LLAVE VI - La sexta llave representa al Rey y a la Reina casados por un obispo. Un arco iris, símbolo de los colores de la Obra, cruza el cielo entre el Sol y la Luna. En el último plano se vislumbra el cisne de la albificación. La escena se completa con un adepto vertiendo un líquido en un recipiente puesto sobre el horno. Este grabado ilustra la unión real entre el azufre y el mercurio correspondiente a la Luna y el Sol unidos por el arco iris. "El macho sin la hembra -nos dice el texto- no es más que la mitad del cuerpo, así como la hembra sin el macho, pues estando el uno sin el otro no pueden engendrar y multiplicar su especie; en cambio, cuando están casados y unidos forman un cuerpo perfecto, finiquitado e idóneo para la generación." Señalemos por último que el obispo que une a los Esposos simboliza la sal sin la cual el matrimonio entre el azufre y el mercurio nunca puede resultar armonioso.


LLAVE VII - La Sal de los Filósofos es un agua ígnea (Aqua dentro del Triángulo de Fuego) que conduce el caos a la Perfección de los Sabios. Es el Sigilum Hermetis o vaso de los sabios el que disuelve el metal de éstos y proporciona cuerpo a su Alma, uniéndose a ella en tan estrecho abrazo que, aunque se le apliquen correctamente las Cuatro Estaciones del Fuego, le resulta imposible huir. La balanza y la espada de doble filo simbolizan respectivamente los pesos de la Naturaleza y el Fuego Secreto.


LLAVE VII - La llave séptima representa a un joven sosteniendo una balanza y una espada y que se halla detrás de un alambique esquemático con la insignia del agua y los nombres de las estaciones. El texto diserta sobre las virtudes químicas de éstas.


LLAVE VIII - "En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; más si muere, producirá fruto abundante" (S. Juan, 12, 24). "¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de nacer, si no un simple grano, por ejemplo de trigo, o algún otro. Más Dios le da cuerpo según ha querido, y a cada una de las semillas su propio cuerpo" (1 Corintios, 15, 36-38) De estos textos bíblicos se extrajo el axioma alquímico que dice que "no existe generación sin corrupció previa". El objeto, la Clave de la Obra, es la Disolución que lleva a la Putrefacción y precede al Renacer glorioso.



LLAVE VIII - La llave siguiente resume diversas fases de la Gran Obra escenificadas en un cementerio. Un sembrador esparce oro sobre la tierra para que germine y crezca en ella. Dos ballesteros apuntan a una diana. Un cadáver yace delante de una fosa de donde se levanta un difunto a la llamada del ángel que toca la trompeta. Esta llave ilustra simultáneamente la putrefacción y la revivificación o resurrección: "No se puede hacer generación alguna, ni de hombre ni de ningún otro animal -narra el texto- sin la putrefacción. Ninguna semilla arrojada a la tierra podrá germinar, aunque sea vegetal, sin que se haya podrido primero." A continuación, Valentín diserta extensamente sobre las simientes y las plantas identificándolas con el crecimiento de los metales y del oro.


LLAVE IX - La forma de esta figura coincide con la del jeroglífico de la Prima Materia. Sobre sus tres Principios, la Sal, el Azufre y el Mercurio, y los tres grados de Perfección, figuran los dos Pincipios Opuestos, el Hombre y la Mujer. El Cuervo de la primera etapa (la Negrura) aparece sobre los pies del Hombre; la Cola del Pavo Real, la siguiente etapa, aparece bajo los pies de la Mujer. El Cisne, que corresponde a la Blancura, está en la cabeza de ella mientras que él tiene sobre la suya el Águila Roja.



LLAVE IX - La llave novena muestra a un hombre y a una mujer volteados sobre una esfera que alberga tres serpientes y tres corazones que simbolizan los tres principios y los tres colores de la Obra, pues "la perfección de la Obra debe venir a través de la muerte para que el negro se transforme en blanco y el blanco tome el color rojo".


LLAVE X - Las tres operaciones de la Gran Obra se presentan como una fórmula enigmática formada por tres frases escritas en los lados del triángulo del Agua: "De Hermógenes he nacido. Hiperión me eligió. Sin Yamsuf me veo obligado a perecer". Hermógenes, la primera sustancia mercurial, mezclada con el segundo Principio inicial, produce una descendencia de cualidades mixtas: esta descendencia, representada por el Grifo, es el primer paso hacia la consecuencia de la Piedra Filosofal. Hiperión, padre del Sol, es el medio con el cual se strapa la parte más pura, el Alma del Grifo, cuando ésta surge del segundo Caos (del Caos del Arte) en forma de líquido claro: el Mercurio de los Sabios. Yamsuf es el nombre hebreo del Mar Rojo y, en la jerga alquímica, el Mar Rojo es el Agua mercurial, roja por contener su propia Fijeza. Esta última frase hace referencia al Fuego de la Vida, la Luz -o Espíritu- invisible sin el cual no puede perdurar la Piedra.



LLAVE X - La décima llave representa el sello hermético que encierra el tetragrama con el nombre de Dios y esta curiosa inscripción: "He nacido de Hermógines, Hiperión me ha elegido. Sin Iamsph estoy obligado a perecer". Intentaremos explicarlo de la siguiente manera: La Piedra Filosofal, que es de naturaleza andrógina, está representada generalmente por Hermafrodito designado con el nombre de "Hermógines." La Piedra asegura la posesión del oro simbolizado por el Sol o "Hiperión". Siendo de naturaleza esencialmente espiritual, encuentra su única justificación en Dios designado aquí por el tetragrama y la palabra "Iamsuph".

LLAVE XI - A fin de multiplicar su peso, volumen y Perfección, la Piedra Fija reabsorbe una nueva cantidad de Mercurio, volviendose a disolver durante el proceso, es decir, "muriendo" de nuevo. En cada Multiplicación se aumenta la velocidad de elaboración y su fuerza crece diez veces.


LLAVE XI - La llave XI representa a dos mujeres cabalgando en leones que se devoran entre sí. Ambas ostentan sendos corazones de donde brotan el Sol y la Luna como flores de oro y plata. Un caballero armado se dispone a dar un fortísimo espadazo. Este grabado recuerda que el león rojo se alimenta del león verde, que el metal precioso se saca del metal bruto y que esta mutación solamente es posible gracias al fuego simbolizado por la espada. Según Basilo Valentín, esta imagen indica la manera de multiplicarse la "piedra celeste"(...)


LLAVE XII - Expone Fulcanelli: "Todas nuestras lavanderías son igneas, todas nuestras purificaciones se efectúan en el fuego, por el fuego y con el fuego. Por eso diversos autores han denominado calcinaciones a tales operaciones". El tonel llameante es un jeroglífico del Fuego Secreto muy apreciado. Indica el origen de esta misteriosa sustancia que se encuentra en los viejos toneles de vino y se prepara luego conforme a las reglas del Arte. El León (el Azufre) que se come a la Serpiente (el Mercurio) indica la Fijación de lo Volatil.


LLAVE XII - La última llave representa un laboratorio en cuyo centro se halla el adepto junto a un león que vomita una serpiente. Las flores de las dos Piedras florecen en sendas macetas. En el exterior brillan la Luna y el Sol. Es la apoteosis de la gran Obra.

Lecturas:


Stanislas Klossowsky de Rola, El juego Áureo. Siruela 2004


J. Van Lennep, Arte y alquimia. Editora Nacional 1978


Horapolo, Hieroglyphica. Ediciones Akal 2011


Rafael de Cózar, Poesía e imagen. Ediciones El carro de Nieve 1991


Rudolf Wittkower, La alegoría y la migración de los símbolos. Siruela 2006



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