Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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miércoles, 28 de septiembre de 2011

El Desfile de las Hormigas


Rueda de la vida (Pintura tibetana)




La vida es la travesía de un sueño cósmico y colectivo realizada por un sueño individual, una conciencia, un ego. La muerte extrae el sueño particular del sueño general y arranca las raíces que el primero ha hundido en el segundo. El universo es un sueño tejido de sueños.

F. Schuon


El Shaikh (Ibn 'Arabi) dice en el Fass i-Shu'aibî, que el universo consta de accidentes, pertenecientes todos a una substancia simple, que es la Realidad que subyace en todas las existencias. Este universo cambia y se renueva incesantemente a cada momento y en cada aliento. A cada instante, un universo es aniquilado y otro semejante a él toma su lugar, aunque la mayoría de los hombres no lo perciben.

Jâmî



El desfile de las Hormigas
(Mito hindú)



Indra mató al dragón, titán gigantesco que se ocultaba en las montañas en forma de nube y serpiente y retenía cautivas en su vientre las aguas del cielo. El dios arrojó un rayo al centro de sus pesados anillos, y el monstruo saltó en pedazos como un montón de juncos secos. Se liberaron las aguas, y se desparramaron en franjas sobre la tierra para correr de nuevo por el cuerpo del mundo. Este diluvio es el diluvio de la vida y pertenece a todos. Es la savia del campo y el bosque, la sangre que circula por las venas. El monstruo se había apropiado del bien común, hinchado su cuerpo egoísta y codicioso entre el cielo y la tierra; pero ahora ha muerto. Han vuelto a manar los jugos. Los titanes se han retirado al submundo; los dioses han vuelto a la cima de la montaña central de la tierra para reinar desde las alturas.
Durante el periodo de supremacía del dragón, se habían ido agrietando y desmoronando las mansiones de la excelsa ciudad de los dioses. Lo primero que hizo Indra ahora fue reconstruirla. Todas las divinidades del cielo lo aclamaron como su salvador. Llevado de su triunfo, y consciente de su fuerza, llamó a Visvakarman, dios de los oficios y de las artes, y le ordenó que erigiese un palacio digno del inigualable esplendor del rey de los dioses.
Visvakarman, genio milagroso, logró construir en un solo año una espléndida residencia, con palacios y jardines, lagos y torres. Pero a medida que avanzaba su trabajo, las demandas de Indra se volvían más exigentes y las visiones que revelaba más vastas. Pedía terrazas y pabellones adicionales, más estanques, más arboledas y parques. Cada vez que Indra se acercaba a elogiar los trabajos, daba a conocer visiones tras visiones de maravillas que aún quedaban por realizar. Así que el divino artesano, desesperado, decidió pedir auxilio arriba, y acudió a Brahma, creador demiurgo, encarnación primera del Espíritu Universal que habita muy arriba, lejos de la tumultuosa esfera olímpica de la ambición, la lucha y la gloria.
Cuando Visvakarman se presentó en secreto ante el altísimo trono y expuso su caso, Brahma consoló al solicitante.
-Pronto serás liberado de esa carga- dijo-. Vete en paz.
Acto seguido, mientras Visvakarman bajaba presuroso a la ciudad de Indra, subió Brahma a una esfera aún más alta. Se presentó ante Visnu, el Ser Supremo, de quien él mismo era mero agente. Visnu escuchó con beatífico silencio, y con un mero gesto de cabeza le hizo saber que la petición de Visvakarman sería satisfecha.
A la mañana siguiente apareció antes las puertas de Indra un jovencísimo brahman con el bastón de peregrino, y pidió al guardián que anunciase su visita al rey. El centinela corrió a avisar a su señor, y éste acudió en persona a recibir al auspicioso huésped. Era un niño delgado, de unos diez años, resplandeciente de sabiduría. Indra lo descubrió entre la multitud de chicos que miraban embelesados. El niño saludó al anfitrión con una mirada dulce de sus ojos negros y brillantes. El rey inclinó la cabeza ante el niño; le dio alegre su bendición. Se retiraron los dos al gran salón de Indra, y allí le dio ceremoniosamente la bienvenida a su invitado, con ofrendas de miel, leche y frutos. Y dijo a continuación:
-¡Oh, venerable niño, dime el objeto de tu visita!
El hermoso niño contestó con una voz que era profunda y suave como el trueno lento de las nubes prometedoras de lluvia:
-¡Oh, Rey de los dioses, he oído hablar del poderoso palacio que estás construyendo, y he venido a exponerte las preguntas que me vienen a la cabeza! ¿Cuántos años harán falta para completar esa rica e inmensa residencia? ¿Qué nuevas proezas de ingeniería se prevé que lleve a cabo Visvakarman? ¡Oh, el más Alto de los Dioses- el semblante del niño luminoso esbozó una sonrisa bondadosa, apenas perceptible-, ningún Indra anterior ha conseguido completar un palacio como el que va ser el tuyo!
Embriagado de triunfo, al rey de los dioses le divirtió la pretensión de este niño de saber sobre los Indras anteriores a él. Con una sonrisa paternal, le preguntó:
-Dime, criatura, ¿has visto tú muchos Indras y Visvakarmans...o has oído hablar siquiera de ellos?
El maravilloso huésped asintió con aplomo.
-Desde luego; he visto muchos-su voz era cálida y dulce como la leche de vaca recién ordeñada-. Hijo mío- prosiguió el niño -, yo he conocido a tu padre Kasyapa, el Anciano Tortuga, señor y progenitor de todos los seres de la Tierra. Y he conocido a tu abuelo, Marici, Rayo de Luz Celestial, hijo de Brahma. Marici fue engendrado por el espíritu puro del dios Brahma; su riqueza y su gloria fueron su santidad y su devoción. Y también conozco a Brahma, al que Visnu hace salir del cáliz del loto nacido de su ombligo. Y al propio Visnu, el Ser supremo que sostiene a Brahma en su labor creadora, lo conozco también.
“Oh, Rey de los Dioses, yo he conocido la disolución espantosa del universo. He visto perecer a todos una y otra vez, al final de cada ciclo, momento terrible en que cada átomo se disuelve en las aguas puras y primordiales de la eternidad de donde habían salido originalmente. Así, pues, todo regresa a la infinitud insondable y turbulenta del océano cubierto de absoluta negrura y vacío de todo vestigio de seres animados. Ah, ¿quién puede calcular los universos que han desaparecido y las creaciones que han surgido, una y otra vez, del abismo informe de las aguas inmensas? ¿Quién puede contar los siglos efímeros del mundo según se van sucediendo interminablemente? ¿Y quién enumerar los universos que hay en la infinita inmensidad del espacio, cada uno con su Brahma, su Visnu y su Siva? ¿Qué decir de los Indras que hay en ellos, los Indras que reinan a la vez en los innumerables mundos, los que desaparecieron antes de que éstos surgieran, y los que se suceden en cada línea, remontándose a la divina realeza, uno tras otro, y, uno tras otro despareciendo? Oh, Rey de los Dioses, hay entre tus siervos quien sostiene que es posible contar los granos de la arena que hay en la tierra y las gotas de lluvia que caen del cielo, pero que jamas pondrá nadie número a todos esos Indras. Eso es lo que saben los Sabios.
“La vida y reinado de un Indra dura setenta y un eones; y cuando han expirado veintiocho Indras, ha transcurrido un Día y una Noche de Brahma. Pero la existencia de un Brahma, medida en Días o Noches de Brahma, es sólo de ciento ocho años. Brahma sucede a Brahma; desaparece uno y surge el siguiente; no se pueden contar sus series interminables.
"Pero ¿quién puede calcular el número de universos que hay en un momento dado, cada uno albergando un Brahma y un Indra? Más allá de la visión más lejana, apretujándose en el espacio exterior, los universos vienen y se van, formando una hueste interminable. Como naves delicadas, flotan en las aguas insondables y puras que son el cuerpo de Visnu. De cada poro de ese cuerpo borbotea e irrumpe un universo. ¿Puedes tú presumir de contarlos? ¿Puedes contar los dioses de todos esos mundos, de los mundos presentes y pasados?”
Una procesión de hormigas había hecho su aparición en la sala durante el discurso del niño. En orden militar, formando una columna de cuatro metros de anchura, la tribu avanzaba por el suelo. El niño reparó en ellas; calló y se quedó observándolas; luego soltó una asombrosa carcajada, pero acto seguido se abismó en mudo y pensativo silencio.
-¿De qué te ríes?- tartamudeó Indra-. ¿Quién eres tú, ser misterioso, bajo esa engañosa apariencia de niño?- el orgulloso rey se sentía secos los labios y la garganta; su voz siguió repitiendo entrecortada-: ¿Quién eres tú, Océano de Virtudes, envuelto en bruma ilusoria? El asombroso niño prosiguió: -Me han hecho reír las hormigas. No puedo decir el motivo. No me pidas que lo desvele. Ese secreto encierra la semilla del dolor y el fruto de la sabiduría. Es el secreto que abate con una hacha el árbol de la vanidad mundana, y corta sus raíces y desmocha su copa. Ese secreto es una lámpara para los que andan a tientas a causa de la ignorancia. Ese secreto se halla enterrado en la sabiduría de los siglos y rara vez se revela siquiera a los santos. Ese secreto es el aire vital de los ascetas que renuncian a la existencia mortal y la trascienden; pero a las personas mundanas, engañadas por el deseo y el orgullo, las destruye. El niño sonrió y se quedó callado. Indra le miró, incapaz de moverse. -¡Oh, hijo de brahman- suplicó el rey a continuación, con nueva y visible humildad-, no sé quién eres! Pareces la encarnación de la Sabiduría. Revélame ese secreto de los tiempos, esa luz que disipa las tinieblas. Requerido de este modo, el niño enseñó al dios la oculta sabiduría: -He visto, oh Indra, cómo desfilan las hormigas en larga procesión. Cada una fue un Indra en otro tiempo. Al igual que tú, cada uno, en virtud de piadosas acciones pasadas, ascendió al rango de rey de los dioses. Pero ahora, tras multitud de renacimientos, cada uno se ha convertido otra vez en hormiga. Ese ejército es un ejército de antiguos Indras. La piedad y las acciones sublimes elevan a los habitantes del mundo al reino glorioso de las mansiones celestiales, o a los dominios superiores de Brahma y de Siva, y a la esfera más alta de Visnu; pero las acciones reprobables los hunden en mundos inferiores, en abismos de sufrimiento y dolor que implican la reencarnación en pájaros o sabandijas, y se convierte en esclavo o en señor. Por sus acciones alcanza uno el rango de rey o de brahman, o de algún dios, o de un Indra o un Brahma. Y merced a sus acciones, además contrae enfermedades, adquiere belleza o deformidad, o vuelve a nacer en la condición de monstruo. "Esa es la sustancia del secreto. Esa es la sabiduría que, surcando el océano del infierno, conduce a la beatitud. "La vida en el ciclo de los innumerables renacimientos es como la visión de un sueño. Los dioses de las alturas, los árboles mudos y las piedras, son otras tantas apariciones de esta fantasía. Pero la Muerte administra la ley del tiempo. A las órdenes del tiempo, la Muerte es señora de todos. Perecederos como burbujas son los seres buenos y los seres malos de ese sueño. El bien y el mal se alternan en ciclos interminables. De ahí que los sabios no se aten al bien ni al mal. Los sabios no se atan a nada en absoluto. El niño concluyó la lección sobrecogedora y miró a su anfitrión en silencio. El rey de los dioses, a pesar de su esplendor celestial, se había reducido ante sí mismo a la insignificancia. (...)



Algunas notas de Heinrich Zimmer sobre el relato:

El maravilloso relato del desfile de las Hormigas nos abre una perspectiva de espacio desconocida, y late con un pulso de tiempo extraño para nosotros. Dentro de una tradición y una civivlización dadas, las nociones de espacio y tiempo se dan normalmente por supuestas. Rara vez se discute o se cuestiona su validez; ni siquiera por parte de quienes discrepan de manera radical en temas sociales, políticos o morales. Parece que son inevitables, anodinas, insignificantes; porque nos movemos en ellas como peces en el agua. Nos hallamos inmersos en ellas y atrapados por ellas, ignorantes de su peculiar carácter porque nuestro conocimiento no va más allá de ella. De ahí que al principio las nociones indias de espacio y tiempo nos parezcan a los occidentales erróneas y extravagantes. Los fundamentos de la visión occidental están tan cerca de nuestros ojos que escapan a nuestra crítica. Pertenecen a la estructura de nuestra experiencia y nuestras reacciones. Así que nos sentimos inclinados a considerarlas básicas para la experiencia humana en general, y forman parte integrante de la realidad.
La asombrosa historia de la reeducación del orgulloso y afortunado Indra juega con una visión de ciclos cósmicos -eones sucediéndose en la infinitud del tiempo, eones coetáneos en las infinitudes del espacio- que apenas tendrían cabida en el pensamiento sociológico y político de Occidente. En la India "intemporal", estas inmensas diástoles proporcionan el ritmo vital de todo el pensamiento. La rueda del nacimiento y la muerte, el ciclo de la emanación, fruición, disolución y reemanación, es lugar común del lenguaje popular a la vez que tema fundamental de la filosofía , del mito y el símbolo, de la religión, de la política y del arte. Se aplica no sólo a la vida del individuo, sino a la historia de la sociedad y al curso del cosmos. Cada momento de la existencia es medido y juzgado sobre el telón de fondo de este pleroma.


Según las mitologías del hinduismo, cada ciclo del mundo está subdividido en cuatro yuga o edades del mundo. Éstos son comparables a las cuatro edades de la tradición grecorromana y, como ésta, declinan en excelencia moral según avanza la rueda. Las edades clásicas tomaron nombre de los metales: Oro, Plata, Bronce y Hierro; las del hinduismo, de los cuatro lances del juego indio de los dados: Krta, Treta, Dvapara y Kali. En ambos casos las denominaciones sugieren las virtudes relativas a los periodos, a medida que se suceden unas a otras en lenta e irreversible procesión.(...)
Olvidamos con facilidad que nuestra idea estrictamente lineal y evolutiva del tiempo (evidentemente establecida por la geología, la paleontología y la historia de la civilización) es característica del hombre moderno. Ni siquiera la compartieron los griegos de los tiempos de Platón y Aristóteles, que están mucho más cerca de nuestra forma de pensar y sentir de nuestra tradición actual que los hindúes. En realidad, parece que fue san Agustín el primero en concebir esta moderna idea del tiempo. Su concepción se fue instaurando gradualmente en oposición a la noción antigua vigente.
La Agustinian Society ha publicado un trabajo de Erich Frank donde se señala que tanto Platón como Aristóteles creían que cada arte cada ciencia habían llegado a su apogeo y desaparecido muchas veces. "Estos folósofos", escribe Frank, "creían que incluso sus propias ideas eran sólo el redescubrimiento de pensamientos conocidos por filósofos de periodos anteriores". Esta creencia coincide exactamente con la tradición india de una filosofía perenne, una sabiduría eterna revelada una y otra vez, restablecida, perdida y vuelta a restablecer a lo largo de los ciclos de las edades. "La vida humana", afirma Frank, "no era para Agustín un mero proceso de la naturaleza. Era un fenómeno único, irrepetible; tenía una historia individual en la que todo cuanto sucedía era nuevo y jamás había acontecido antes. Tal concepción de la historia era desconocida para los filósofos griegos. Los griegos tenían grandes historiadores que investigaban y consignaban la historia de su tiempo; pero... la historia del universo la consideraban un proceso natural en el que todo se repetía en ciclos periódicos, de manera que no ocurría nada realmente nuevo". Ésta es precisamente la idea de tiempo que subyace en la mitología y la vida hindúes. El paso periódico de la evolución a la disolución en la historia del universo se concibe como un proceso biológico gradual e inexorable de deterioro, corrupción y desintegración. Sólo después de haber abocado todo en la aniquilación total y haberse reincubado en la infinitud de la noche cósmica intemporal reaparece el universo perfecto, prístino, hermoso y renacido. Tras lo cual, inmediatamente, con el primer latido del tiempo, comienza otra vez el proceso irreversible. La perfección de la vida, la capacidad humana para aprehender y asimilar ideales de la más alta santidad y de pureza desinteresada -en otras palabras, la cualidad o energía divina del dharma-, está en continua declinación. Y durante el proceso tienen lugar las historias más extrañas, aunque nada que no haya acontecido antes muchas, muchísimas veces, en el interminable girar de los eones. (...)


Nuestra noción de las largas eras geológicas que precedieron a la población humana del planeta y prometen sucederla, y nuestras cifras astronómicas para la descripción del espacio exterior y los pasos de las estrellas, pueden habernos preparado en cierta medida para concebir las dimensiones matemáticas de la visión; pero apenas alcanzamos a intuir su relación con una filosofía práctica de la vida.Así que fue una gran experiencia para mí cuando, leyendo uno de los puranas, topé con el mito brillante y anónimo que he contado al principio del capítulo. De repente, las tandas de números vacíos se llenaron de vida dinámica. Se revelaron repletas de valor filosófico y de significación simbólica. Tan vívida fue la explicación, tan poderoso el impacto, que no necesité disecar la historia para extraer su significado. Era fácil entender la lección.Los dos grandes dioses, Visnu y Siva, instruyen sobre el mito a los oyentes humanos mediante la enseñanza de Indra, rey de los olímpicos. El niño prodigioso que resuelve los enigmas y derrama sabiduría con sus labios infantiles es una figura arquetípica corriente en los cuentos maravillosos de todas épocas y de muchas tradiciones. Es una versión del Niño Héroe que descifra el enigma de la Esfinge y libra al mundo de los monstruos. Es igualmente la figura arquetípica el Anciano Sabio, ajeno a la ambición y a las ilusiones del ego, atesorando e impartiendo la sabiduría que hace libres, destruyendo la esclavitud de los bienes materiales, la esclavitud del sufrimiento y el deseo.
Pero la sabiduría que se enseña en este mito habría sido incompleta si la última palabra hubiese sido la de la infinitud del espacio y el tiempo. La visión de innumerables universos surgiendo a la existencia unos junto a otros, y la lección de la serie interminable de Indras y Brahmas, habrían anulado todo el valor de la existencia individual. Este mito establece un equilibrio entre esa visión ilimitada y sobrecogedora y el problema opuesto del papel limitado del individuo efímero. Brhaspati, sumo sacerdote y guía espiritual de los dioses, encarnación de la sabiduría hindú, enseña a Indra (es decir, a nosotros, los individuos confusos) cómo dar a cada esfera lo que le corresponde. Se nos enseña a reconocer la esfera divina, impersonal de la eternidad, girando siempre y eternamente a través del tiempo. Pero se nos enseña también a estimar la esfera transitoria de los deberes y los placeres de la existencia individual, que es tan real y vital para el ser humano como un sueño para el alma durmiente.


Hee Sung Lee, La rueda de la vida. Oleo sobre papel 2004


Lecturas:

Heinrich Zimmer, Mitos y símbolos de la India. Siruela 1995

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lunes, 19 de septiembre de 2011

"Amores Perros"


Mir Tuni, Dama dando de beber a un perro. Pintura sobre papel.
Isfahan s. XVII



Llámame perro, ¡oh Amada mía!, y no me eches de Tu umbral,
que un solo hueso me basta viviendo en Tu vecindad.
Si en Tu vecindad encuentro un simple hueso,
un gran festín ofreceré al ave de la fortuna.

Farid ad-Din ATTAR


Recojo en esta entrada, algunas anotaciones a partir de la lectura del libro El perro y los sufíes, en el que el Dr. Javad Nurbakhsh recopila y comenta pasajes extraídos de la literatura clásica del sufismo amoroso persa, muchos con un gran sentido alegórico que servían para difundir las enseñanzas entre los discípulos.

El perro ha sido considerado tradicionalmente como un ser impuro tanto en el Islam como en otras religiones semíticas. Despreciados por la mayoría de la gente, sólo los adiestrados en la caza y el pastoreo gozaban de algo de respeto aunque siempre bajo la condición de esclavitud. Los vagabundos y callejeros eran los peor tratados. Ostentaban los peores atributos de fealdad y bestialidad, y llamar a alguien perro era el peor de los insultos. Dentro del Islam, los sufíes de influencia persa fueron los primeros en reaccionar contra esa visión injusta hacia el perro, descubriendo en él virtudes de las que muchos seres humanos carecían, encontrando en la fidelidad y sumisión a su amo, la imagen metafórica por la que el iniciado en la Senda se identificaba en su entrega al Amado, a la divinidad. Se ha de tener en cuenta que para los persas practicantes de religiones arias anteriores a la invasión islámica, el perro era considerado animal casi sagrado. Compusieron versos y relatos en los que mostraban amor hacia el perro siendo objeto de caricias y respeto. Unos de los más divulgados fueron los dedicados al perro guardián de la casa de Laila, amada de Majnum, protagonistas de la historia de amor más bella de la literatura persa, interpretada por los sufies como los desvelos por el amor divino. En esta versión procedente del Masnavi de Rûmî, se hace también referencia a un aspecto de suma importancia dentro de las enseñanzas de esta tradición, el no dejarse cegar por las realidades exteriores:

Una vez Majnum fue visto acariciando y besando a un perro, dando vueltas con gran reverencia y humildad alrededor de él, como un peregrino que gira alrededor de la Kaaba. Besaba la cabeza, las patas y el ombligo del animal y le ofrecía una ambrosía más dulce que la miel.
Un ocioso hablador que pasaba por allí vio a Majnúm y le dijo en tono crítico: "Oh tú, inmaduro Majnúm!, ¿acas te has vuelto loco? ¡Qué insensatez es esa de adorar y besar a un animal tan impuro como ese, que se alimenta de toda clase de basuras y se limpia con la lengua!".
El hombre seguía enumerando pródigamente los defectos del perro, sin saber que quien se fija en los defectos externos de las cosas es incapaz de contemplar su realidad interior.
Majnum le contestó: "Viajero, tú eres totalmente prisionero de la forma y el aspecto externo. ¡Entra en mis ojos y mira a través de ellos!, porque éste perro es un talismán sellado por el Señor y es el guardián de la morada de mi amada Laila. ¡Contempla cuán puro es su corazón y cuán elevada su sabiduría que ha elegido este sublime lugar para morar! Es un animal de semblante bendito, el perro de mi cueva, que comparte mi pena y mi aflicción. El polvo de las garras de un perro que mora en la vecindad de mi amada es más valioso que los leones poderosos. No cambiaría un solo pelo de este perro de la morada de mi amada por cientos de leones. ¡Oh amigo!, ¿cómo puedo hablarte de mi amada, de quien los leones no son sino simples esclavos de los perros de su vecindad? Así que, ¡déjame y sigue tu camino!"
¡Oh amigos!, si vais más allá de la forma, es el Paraíso y rosaledas dentro de rosaledas. (Sólo) cuando logras quebrantar y anonadar tu propia forma podrás quebrar (ir más allá) de todas las formas.

Se escribieron poemas donde el sufí se considera igual o incluso inferior al perro ejemplificando el estado de pobreza espiritual, vaciamiento necesario para la Unión con el Amado. Este de Yami es muy ilustrativo:

¡Oh Tú!, hacia quien todas las criaturas
vuelven el rostro de la necesidad.
¡Oh Tú!, que diriges la mirada de Tu gracia hacia todos.
Los enamorados se desviven por Tu amor.
Con ardor en sus corazones, Te desean.
La pena de Tu amor es su único compañero.
La quemadura de Tu amor, el bálsamo de sus penas.
En Tu adoración, se han liberado de sí mismos.
En Tu servidumbre, han encontrado el verdadero señorío.
Vestidos con el manto de la pobreza y el anonadamiento,
se esfuerzan en la Senda de la sinceridad y la pureza.
Orgullosos por llevar dogal como Tus perros,
recorren velozmente el camino de la felicidad.
También yo (Yami), el más pequeño de Tus siervos,
sigo como ellos la tradición de la lealtad (hacia Ti)
He caído en el lazo de Tu amor,
¡no me prives de la marca de Tus perros!
He cerrado mis ojos al banquete de la riqueza (material),
¡arroja un hueso de pobreza espiritual ante mi!
¡Regálame con la paciencia en la pobreza y el anonadamiento!,
¡hazme dulce la amargura de la espera (de Tu Unión)!


Detalle de miniatura persa inspirada en la Sura coránica de La Caverna, donde un perro forma parte del grupo de compañeros elegidos por Dios


En el siguiente relato de Farid ad-Din Attar, el perro protagoniza una escena alegórica cuya meditación será reveladora para decidirse a iniciar el camino de la Senda.

Una vez alguien preguntó a Shebli sobre quién le había guiado por primera vez en la Senda de Dios, y respondió: "Vi a un perro sediento al borde de un camino. Había allí un charco tal que, cada vez que el animal se acercaba a él, veía su propia imagen y se alejaba con horror, pensando que dentro había otro perro. El miedo al otro animal le imposibilitaba beber el agua. Finalmente, se desesperó tanto que no pudo contener su sed por más tiempo y se lanzó a beber, lo que hizo que el otro perro, que no era más que su propia imagen reflejada en el agua, desapareciera. Cuando (la imagen de) él mismo se borró de sus ojos, quedó claro que él era su propio velo. Esto me enseñó que yo era mi propio velo (entre yo y Dios). Por tanto, me anonadé en el Amado y alcancé la Unión. Así que un perro fue mi primer maestro en la Senda".
¡Oh enamorado!, levanta tú también el obstáculo de tus propios ojos, porque tú eres tu propio velo. Apártate de en medio. Si hay un solo pelo de tu yo en la Senda, se convertirá en su propia cadena. Habría sido una dicha par ti, ¡oh hombre débil!, si te hubieran llevado directamente desde la cuna al ataúd. El honor que Dios concedió a Moisés fue que había cambiado la cuna por un ataúd (una cesta). Si anhelas que la presencia de Dios sea continua para ti, abandona tu yo completamente. No vengas (a Su presencia) con tu propio yo, aléjate de ti mismo, porque esta no-existencia del yo es "Luz sobre luz".

Aquí la imagen reflejada en el charco simboliza el ego, lo que se interpone en el viaje espiritual. También en muchos escritos los maestros sufíes se refieren al ego (nafs) -considerado el alma inferior o cualidad negativa del yo dominante- como al perro que ha de ser dominado, condición indispensable para progresar en la Senda del amor. Estos otros versos de Farid ad-Din Attar son explícitos al respecto:

Has caído bajo por tu nafs perruno,
ahogado en impureza y defectos.

Aquel perro del infierno del que has oído hablar,

oculto está en ti, y tú, inconsciente de él, descansas.

Este perro del infierno que se alimenta del fuego,

que devora todo cuanto le das,

es el perro de tu nafs, de tu yoidad (soberbia), que mañana,

por su enemistad hacia ti, te hará emerger en el infierno.
Este nafs es tu enemigo, es un perro rabioso, y aún peor.
¿Hasta cuando seguirás alimentándolo? ¡Oh ignorante!


Dentro de la utilización del perro como imagen de los aspecto negativos que el ser humano alberga, dejo unos últimos versos de Rûmî que dan testimonio de una realidad que se muestra en circunstancias, que, lamentablemente, son propiciadas de forma continua en un mundo que fomenta la competitividad y el acúmulo material, teniendo como resultado la avaricia y depredación tan extendida.

Los deseos son como perros dormidos,
el bien y el mal están en ellos.
Cuando ven un cadaver,
entonces, la llamada de la avaricia les despierta.
Cuando un burro cae muerto en un barrio,
son despertados por él cien perros dormidos.
Cada pelo en cada perro se transforma en un colmillo,
menean la cola para conseguir su objetivo.
En nuestro cuerpo están dormidos cien perros tales.
Cuando no tienen presa, permanecen ocultos.



Lecturas:

Dr. Javad Nurbakhsh, El perro y los sufíes. Editorial Nur 2011


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jueves, 8 de septiembre de 2011

Cuento sin fin


M. C. Escher, Encuentro. Litografía 1937.


En el cuento de Salvador Elizondo La Historia según Pao Cheng que dejo en esta entrada, aparece el tema del soñador que es soñado, tratado también por Borges en su relato Las ruinas Circulares y anteriormente por Unamuno en Niebla. Aquí el personaje Pao Cheng viajará con la imaginación para encontrarse con el que escribe sobre él, creándose en ese encuentro el dilema de quién imagina o sueña a quién, apareciendo, al igual que cuando se enfrenta un espejo a otro, la posibilidad de la repetición infinita. Esta posibilidad se refuerza por la visión del tiempo circular en la que se desarrolla el cuento. En el tiempo circular todas la cosas se repiten de forma cíclica y sin fin.
Nada mejor para ilustrar el cuento que algunos de los grabados y litografías de Maurits Cornelis Escher (1898-1972), artista que de forma intuituva plasmó en su obra una mirada dirigida al infinito. En éste otro encuentro, ¿ el cuento de Elizondo se refleja en la obra de Escher, o es la obra de Escher que se refleja en el cuento de Elizondo?
Precederá al texto unos versos de Octavio Paz de inspiración taoísta donde se encuentra la misma paradoja a la vez que parecen entretejer un puente por donde el alma individual y el Alma Universal se unen.



M. C. Escher, Metamorfosis I. En este grabado de 1937 se muestra la transformación paulatina de una pequeña ciudad primero en exaedros para acabar en el diseño de un muñeco chino.



La mariposa volaba entre los autos
Maria José me dijo: ha de ser Chuang Tzu,

de paso por New York.
Pero la mariposa

no sabía que era una mariposa

que soñaba ser Chuang Tzu

o Chuang Tzu

que soñaba ser una mariposa.

La mariposa no dudaba:
volaba.

Octavio Paz


La historia según Pao Cheng
por

Salvador Elizondo


En un día de verano, hace más de tres mil quinientos años, el filósofo Pao Cheng se sentó a la orilla de un arroyo a adivinar su destino en el caparazón de una tortuga. El calor y el murmullo del agua pronto hicieron, sin embargo, vagar sus pensamientos y olvidándose poco a poco de las manchas del carey, Pao Cheng comenzó a inferir la historia del mundo a partir de ese momento. “Como las ondas de este arroyuelo, así corre el tiempo. Este pequeño cauce crece conforme fluye, pronto se convierte en un caudal hasta que desemboca en el mar, cruza el océano, asciende en forma de vapor hacia las nubes, vuelve a caer sobre la montaña con la lluvia y baja, finalmente, otra vez convertido en el mismo arroyo…” Este era, más o menos, el curso de su pensamiento y así, después de haber intuido la redondez de la tierra, su movimiento en torno al sol, la traslación de los demás astros y la propia rotación de la galaxia y del mundo, “¡Bah! –exclamó- este modo de pensar me aleja de la Tierra de Han y de sus hombres que son el centro inamovible y el eje en torno al que giran todas la humanidades que en él habitan…” Y pensando nuevamente en el hombre, Pao Cheng pensó en la Historia. Desentrañó, como si estuvieran escritos en el caparazón de la tortuga, los grandes acontecimientos futuros, las guerras, las migraciones, las pestes y las epopeyas de todos los pueblos a lo largo de varios milenios. Ante los ojos de su imaginación caían las grandes naciones y nacían las pequeñas que después se hacían grandes y poderosas antes de ser abatidas a su vez. Surgieron también todas las razas y las ciudades habitadas por ellas que se alzaban un instante majestuosas y luego caían por tierra para confundirse con la ruina y la escoria de innumerables generaciones. Una de estas ciudades entre todas las que existían en ese futuro imaginado por Pao Cheng llamó poderosamente su atención y su divagación se hizo más precisa en cuanto a los detalles que la componían, como si en ella estuviera encerrado un enigma relacionado con su persona. Aguzó su mirada interior y trató de penetrar en los resquicios de esa topografía increada. La fuerza de su imaginación era tal que se sentía caminar por sus calles, levantando la vista azorado ante la grandeza de las construcciones y la belleza de los monumentos. Largo rato paseó Pao Cheng por aquella ciudad mezclándose a los hombres ataviados con extrañas vestiduras y que hablaban una lengua lentísima, incomprensible, hasta que pronto se detuvo ante una casa en cuya fachada parecían estar inscritos los signos indescifrables de un misterio que lo atraía irresistiblemente. A través de una de las ventanas pudo vislumbrar a un hombre que estaba escribiendo. En ese mismo momento Pao Cheng sintió que allí se dirimía una cuestión que lo atañía íntimamente. Cerró los ojos y acariciándose la frente perlada de sudor con las puntas de sus dedos alargados trató de penetrar, con el pensamiento, en el interior de la habitación en la que el hombre estaba escribiendo. Se elevó volando del pavimento y su imaginación traspuso el reborde de la ventana que estaba abierta y por la que se colaba una ráfaga fresca que hacía temblar las cuartillas, cubiertas de incomprensibles caracteres, que yacían sobre la mesa. Pao Cheng se acercó cautelosamente al hombre y miró por encima de sus hombros, conteniendo la respiración para que éste no notara su presencia. El hombre no lo hubiera notado pues parecía absorto en su tarea de cubrir aquellas hojas de papel con esos signos cuyo contenido todavía escapaba al entendimiento de Pao Cheng. De vez en cuando el hombre se detenía, miraba pensativo por la ventana, aspiraba un pequeño cilindro blanco y arrojaba una bocanada de humo azulado por la boca y por las narices; luego volvía a escribir. Pao Cheng miró las cuartillas terminadas que yacían en desorden sobre un extremo de la mesa y conforme pudo ir descifrando el significado de las palabras que estaban escritas en ellas, su rostro se fue nublando y un escalofrío de terror cruzó, como la reptación de una serpiente venenosa, el fondo de su cuerpo. ”Este hombre está escribiendo un cuento”, se dijo. Pao Cheng volvió a leer las palabras escritas sobre las cuartillas. “El cuento se llama La Historia según Pao Cheng y trata de un filósofo de la antigüedad que un día se sentó a la orilla de un arroyo y se puso a pensar en… ¡Luego yo soy un recuerdo de ese hombre y si ese hombre me olvida moriré…!”El hombre, no bien había escrito sobre el papel las palabras “…si ese hombre me olvida moriré”, se detuvo, volvió a aspirar el cigarrillo y mientras dejaba escapar el humo por la boca, su mirada se ensombreció como si ante él cruzara una nube cargada de lluvia. Comprendió, en ese momento, que se había condenado a sí mismo, para toda la eternidad, a seguir escribiendo la historia de Pao Cheng, pues si su personaje era olvidado y moría, él que no era más que un pensamiento de Pao Cheng, también desaparecería.

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Nudo infinito tibetano

El nudo infinito o eterno es un símbolo del budismo tibetano. Se ha interpretado como imagen representativa de la interrelación del Camino Espiritual, el flujo del tiempo y del movimiento dentro de Eso que es Eterno. Toda existencia está vinculada con el tiempo y el cambio, para finalmente reunirse con lo Divino, lo Eterno, Buda, la Mente de Dios. (Wikipedia)




Más obras de M. C. Escher:

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Lecturas:

Salvador Elizondo, Narda o el verano. Fondo de Cultura Económica. México 2007
Bruno Ernst, El espejo mágico de M. C. Escher. Taschen 2007

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