Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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sábado, 30 de enero de 2010

Dionisos, dios del éxtasis

Cabeza de Dionisos-Baco

"Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo se renueva la alianza entre los seres humanos: también la naturaleza enajenada, hostil o subyugada celebra su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hombre. De manera espontanea ofrece la tierra sus dones, y pacificamente se acercan los animales rapaces de las rocas y el desierto. De flores y guirnaldas está cubierto el carro de Dionisos: bajo su yugo avanzan la pantera y el tigre. (...) Ahora el esclavo es hombre libre, ahora quedan rotas todas las rígidas, hostiles delimitaciones que la necesidad, la arbitrariedad o la "moda insolente" han establecido entre los hombres. Ahora, en el evangelio de la armonía universal, cada uno se siente no sólo reunido, reconciliado, fundido con su prójimo, sino uno con él, cual si el velo de Maya estuviese desgarrado y ahora sólo ondease de un lado para otro, en jirones, ante lo misterioso Uno primordial. Cantando y bailando manifiéstase el ser humano como miembro de una comunidad superior: ha desaprendido a andar y a hablar y está en camino de hechar a volar por los aires bailando. Por sus gestos habla la transformación mágica. Al igual que ahora los animales hablan y la tierra da leche y miel, también en él resuena algo sobrenatural: se siente dios, él mismo camina ahora tan estático y erguido como en sueños veía caminar a los dioses. El ser humano no es ya un artista, se ha convertido en una obra de arte: para suprema satisfación deleitable de lo Uno primordial, la potencia artística de la naturaleza entera se revela aquí bajo los estremecimientos de la embriaguez."

Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia


¡Qué gozo en las montañas, cuando en medio del cortejo lanzado a la carrera se arroja al suelo, con su sacro hábito de piel de corzo, buscando la sangre del cabrito inmolado, delicia de la carne cruda, mientras va impetuoso por montes frigios, lidios!
¡He aquí a nuestro jefe Bromio, evohé!
¡Brota del suelo leche, brota vino, brota néctar de abejas!. ¡Hay un vaho como de incienso de Siria! El Bacante que alta sostiene la roja llama de su antorcha, marca el compás con su tirso, impele a la carrera y a las danzas a las errantes mujeres excitándolas con sus alaridos, mientras lanza al aire puro su desmelenada cabellera.
¡Venid bacantes! ¡Venid bacantes! Con la suntuosidad del Tmolo de áureas corrientes cantad a Dioniso, al son de los panderos de sordo retumbo, festejando con gritos de ¡evohé! al dios del evohé, entre los gritos y aclamaciones frigias, al tiempo que la sagrada flauta de loto melodiosa modula sus sagradas tonadas, en acompañamiento para las que acuden al monte, al monte. Alborozando entonces, como la potranca junto a su madre en el prado, avanza su pierna de raudo paso en brincos la bacante...

Eurípides, Bacantes


Annibale Carachi, El triunfo de Baco


Los párrafos que componen el texto que dejo a continuación pertenecen a la obra de Erwin Rohde, "PSIQUE, La idea del alma y la inmortalidad entre los griegos", cuya primera edición data de 1876. A pesar del tiempo pasado, y de que aspectos de las teorías que en ella se exponen han sido rebatidas por posteriores investigaciones, considero su lectura altamente estimulante por su animada y plástica exposición. En palabras de su autor, refiriendose a los capítulos sobre el culto dionisíaco, descubrimos que su método de investigación, a parte por su puesto de una gran documentación erudita, se ve imbuido por su propia intuición: "Aquí entro en el terreno de lo que no es absolutamente susceptible de ser probado y que sólo puede alcanzarse por los caminos de la poesía y la sensibilidad." Y es sobre todo esta parte del libro la que más me interesa y la que quiero compartir. En ella encontramos una arrolladora fuerza plástica de la descripción del éxtasis dionisíaco, pudiendo su lectura traernos, a hombres y mujeres de una cultura tan alejada de aquellos orígenes, el eco de aquellas vivencias tan profundas de la humanidad prehistórica.

Otro aspecto interesante a descubrir en el texto es la relación sobre la que Rohde teoriza, entre los rituales dionisíacos y las danzas sufíes, viendo en el espíritu primitivo de aquellos, un precursor del que derivaría la elevada y refinada mística de estas.

Dejo aquí sólo algunas pinceladas del capítulo sobre Dionisos que considero sugerentes por la intensidad de su color, ocupando así un espacio acorde con la dinámica del blog. Esta limitada y personal selección que hago no pretende ser representativa del espíritu de la obra, pero sí un estímulo para que la conozca en su totalidad quienes estén interesado en este fascinante tema y saquen sus propias conclusiones.

Orígenes de la fe en la inmortalidad.
El culto tracio del Dios Dionisos.

Por Erwin Rohde


" El alma inmortal es, en su cualidad más esencial, igual a dios; más aún, es un ente que pertenece al reino de los dioses. Entre los griegos decir inmortal es decir dios: dioses e imortales son palabras sinónimas, conceptos equivalentes."

(...) Los propios griegos manifiestan con frecuencia y de múltiples modos que la cuna de Dioniso era la Tracia y que este culto, extendido entre otros pueblos tracios, floreció principalmente en la más meridional de las numerosas ramas étnicas tracias y la mejor conocida de los helenos: la que poblaba las tierras emplazadas entre la desembocadura del Hebro y la del Axio, en el litoral y en las montañas que descendian por aquel lado hasta el mar. El dios a quien los griegos bautizaron con el nombre helenizado de Dionisos, era conocido, al parecer, con diversos y variables nombres entre las numerosas ramas nacionales independientes de los tracios, siendo los más conocidos de los griegos, entre ellos, los de Sabo y Sabazio. Los helenos debieron de conocer desde muy pronto, con cierto asombro, la naturaleza y el culto de este dios, bien en las propias tierras de la Tracia, atravesadas por ellos en su peregrinar hacia la que más tarde sería su patria y con las que ya de antiguo mantenían intenso contacto e intercambio, bien en el mismo suelo de Grecia, a través de las gentes o tribus tracias, asentadas ya desde tiempo inmemorial en algunas comarcas de la Grecia central, en forma de leyendas aisladas cuyas premisas etnográficas daban por ciertas los grandes historiadores de ls siglos V y IV.

Caracter orgiástico de este culto. Su finalidad

El culto de esta deidad tracia, que discrepaba violentamente y en todos sus puntos de los cultos tributados a los dioses griegos, tal como los conocemos por Homero, y que en cambio presentaba la mayor afinidad con el que el pueblo de los frigios, casi idéntico al de los tracios, rendía a su diosa-madre Cibeles, presentaba un carácter totalmente orgiástico. Las fiestas dionisíacas celebránbase en las cumbres e las montañas, bajo las sombras de la noche y al voluble resplandor de las antorchas. Acompañábanse de ruidosas músicas, del ruido estridente de cuernos de bronce, del bronco resonar de grandes panderos y, de vez en cuando, escuchábase la melodía que incitaba a la locura de flautas de profundo sonido cuya alma había sido despertada antes que por nadie por los auletas frigios. El tropel de los fieles, excitados por estas salvajes músicas, rompia a danzar entre estridentes gritos. No tenemos noticias de que se entonasen cantos, probablemente porque la violencia de la danza quitaba a los celebrantes el aliento y no les permitía cantar. Pues no era el de estas danzas orgiásticas, por cierto, el ritmo suave y mesurado con que los griegos de Homero, por ejemplo, se movían a los sones del peán, sino como un torbellino furioso, delirante, que arrastraba a los coros de los danzantes, a modo de un río desbordado, por las faldas de las colinas.

La mayor parte de los fieles que tomaban parte en estos ritos desmesurados y se entregagan con frenesí a ellos hasta caer rendidos por el agotamiento, eran mujeres. Rara vez acudían a la fiesta sin ir disfrazadas: vestían, por lo general, los llamados "basares", que eran vestidos de amplio velo, hechos al parecer de pieles de zorro; cubríanse, además, con pellizas de ciervo y, probablemente, se adornaban la cabeza con cuernos.

Con los cabellos flotando al viento y en las manos serpientes, que era el animal sagrado de Sabazio, agitaban además en ellas puñales o tirsos bajo cuyo follaje se ocultaban las puntas de las lanzas. Aquellos oficiantes, dejando desbordarse furiosamente sus emociones, empujados por la "divina locura", lanzabánse sobre las bestias destinadas al sacrificio, despedazaban con las manos el botín y desgarraban con los dientes la ensangrentada carne, que devoraban cruda.

Es fácil representarse en sus detalles, con ayuda de los relatos poéticos y las imágenes plásticas de la fiesta, el desarrollo de estos fanáticos ritos nocturnos. Pero lo importante es saber que sentido encerraba todo esto. Creémos que el mejor modo de penetrar en él es dejar a un lado, dentro de lo posible, todas las teorías en ideas y puntos de vista extraños a este culto, para reconocer el resultado que entre quienes participaban en la fiesta se manifestaba como el resultado deseado y deliberadamente perseguido por ellos, es decir, como la única finalidad de tan sorprendentes ritos o, por lo menos, como una de sus finalidades.

Es evidente que los fieles de este culto orgiástico se ven arrastrados a una especie de manía, de locura, a una desaforada supertensión de todo su ser; se apodera de ellos un delirio, un estado de frenesí, que los hace aparecer ante sí mismos y ante los demás como verdaderos "posesos". Este estado de sobreexcitación de las emociones hasta exaltarse a estados mentales visionarios era el resultado a que, en las personas propensas a ello, producían aquellos furiosos torbellinos de la danza, aquellas músicas salvajes, aquella oscuridad alumbrada por el agitado resplandor de las antorchas, todas las ceremonias de este culto demencial. Y esta gran excitación llevada al máximo era, en efecto, la finalidad que se quería conseguir.

El sentido religioso de esta violenta exaltación de las emociones consistía en la creencia de que sólo por medio de semejante excitación de su ser, de todas sus facultades, podía el hombre llegar a ponerse en contacto con los seres de orden superior, con el dios a quien se adoraba y con los espíritus que formaban su cortejo. El dios estaba, aunque invisible, presente entre sus furiosos adoradores, o no andaba, por lo menos, lejos de ellos, y el estrépito de la fiesta lo atraía a lo más álgido de ella.Circulaban algunas leyendas sobre la desaparición del dios, emigrado a otro mundo, y su retorno al de los hombres. Un año sí y otro no celebrábase su reaparición entre los vivos; y era este acontecimiento, su "epifanía", lo que servía de base y motivo para las fiestas dionisíacas. El dios-toro, como se lo representaba una creencia que revela el tosco arcaismo de esta fe, presentábase en persona en medio de los danzantes, o bien los mugidos de un toro imitados por voces humanas, que ciertos ocultos "mimos del terror" proferían, hacían que los celebrantes sintiesen, con angustioso escalofrío, la presencia de lo invisible.

Pero los fieles de Dionisos, exaltados por el frenesí de la fiesta, no se contenteban con ver a su dios, sino que aspiraban a fundirse con él; pugnaban por romper las ataduras de la estrecha prisión corporal de sus almas; estaban como embrujados y sentíanse sustraídos a su existencia vulgar y cotidiana y convertidos en espíritus que pasaban a engrosar el cortejo de espíritus del dios. Más aún, participaban de la vida espiritual del dios mismo: ¿qué otra cosa sino esto puede querer decir el hecho de que los frenéticos adoradores de Dionisos se den el nombre del propio dios? En efecto, el fiel que, en su delirio, llega a fundirse o creerse fundido con él, pasa a llamarse Sabo o Sabazio. Y se siente dotado, con ello, de facultades inhumanas o sobrehumanas: se lanza, al igual que lo hace el propio dios salvaje, sobre los animales destinados al sacrificio, los desgarra vivos y devora sus carnes todavía palpitantes. El deseo de hacer ostensible al exterior esta transformación de su naturaleza es lo que explica el disfraz que los partícipes de estas orgías revisten, para asemejarse en su traza a los acompañantes del dios que forman su delirante cortejo: los cuernos con los que se adornan son una reminiscencia del cornudo dios de forma de toro etc.

Podría decirse que todo esto es, en realidad, un espectáculo religioso, una especie de frenético drama sacramental, pues todo denota la deliberada intención con que se eligen y preparan los recursos escénicos destinados a representar a las exóticas figuras pertenecientes al mundo de los espíritus. Pero es, al propio tiempo, algo más que un espectáculo, pues nadie puede dudar que los propios actores se dejan llevar, en él, por la ilusión de encarnar en una persona divina y de vivir la vida de ésta. El terror de la noche, la música, sobre todo aquellas flautas frigias a cuyos profundos sonidos atribuyen los griegos la virtud de hacer que quienes los escuchan se sientan "llenos del dios" , el torbellino de la danza: todo contribuía a producir en los temperamentos predispuestos para ello un estado de sobreexcitación cargada de visiones, en que los pasionales veían proyectarse fuera de sí, con bulto de realidad, cuanto dentro de sí pensaban y se imaginaban.
Es posible que las bebidas embriagantes, a que los tracios eran muy aficionados, contribuyesen a acentuar el estado de exaltación de los fieles, y tal vez también el humo de ciertas semillas que las gentes de aquella raza, igual que los escitas y los masagetas, inhalaban para emborracharse. En este estado de arrobamiento, los ojos veían transformada toda la naturaleza. "Es su delirio lo que hace que los báquicos crean beber de los ríos leche y miel, sensación que desaparece en ellos al volver en sí", dice Platón. La tierra rezuma, para ellos, vino y miel y se siente envueltos en los balsámicos aromas de Siria. Y a este estado de alucinación se une un estado de espíritu que encuentra encanto en las sensaciones de dolor, o una inensibilidad contra el dolor que acompaña como es sabido, a estos fenómenos de exaltación del ánimo.

El éxtasis del entusiasmo

Todo despliega ante nuestros ojos una violenta excitación de todo el ser del hombre, en la que parecen anularse las condiciones propias de la vida normal. Para explicar estos fenómenos orgiásticos, que se salían de todos los derroteros de lo habitual, se recurría a la hipótesis de que el alma de estos "posesos" no estaba "dentro de sí", sino que había "salido fuera" de su cuerpo. Tal era, literálmente, el sentido originario que los griegos daban a la palabra éxtasis, cuando hablaban del éxtasis del alma en estos estados de orgiástica exáltación. El "extasis" es "una locura transitoria", lo mismo que la locura es un estado de éxtasis permanente. Con la diferencia de que el éxtasis, la alienatio mentis temporal del culto dionisíaco, no es considerada como el estado en que el alma ronda vigorosamente por los campos de la vana quimera, sino como hieromanía, como una locura sagrada, en la que el alma, escapandose del cuerpo, va aunirse con la divinidad. El alma, en tal estado, reside en dios o cerca de él, en trance de lo que los griegos llamaban entusiasmos. Quienes se hallan en ese trance, viven y moran en dios; aun en el yo finito, sienten la plenitud de una fuerza de vida infinita y se gozan en ella.

En estado de éxtasis, liberada de la oprimente carcel del cuerpo, para entrar en comunidad con dios, el alma siente nacer y crecer en sí fuerzas cuya existencia ni siquiera sospecha en su vida cotidiana, prisionera del cuerpo. Vive y flota libre, como un espíritu entre los espíritus y puede, liberada de todo lo temporal, ver y percibir lo que sólo los ojos de los espíritus atisban, lo que se halla lejos en el tiempo y en el espacio.(...)

Los cultos extáticos, conocidos en el mundo entero

En realidad, este culto de los tracios cifrado en el entusiasmo, no era sino la manifestación, peculiarmente adaptada a las particularidades nacionales de aquel pueblo, de un instinto religioso que se manifiesta por doquier y continuamente a lo largo de la tierra, en todas y cada una de la fases de la evolución cultural de la humanidad, lo cual quiere decir que responde, sin duda, a una necesidad profundamente arraigada en la naturaleza humana, en las dotes físicas y psicológicas del hombre. Esos poderes de vida superiores a las facultades humanas que siente obrar en torno suyo y por encima de él y penetrar hasta en los dominios de su propia vida personal, querría el hombre, en sus horas de máxima exaltación, no ya hacérselos propicios, como habitualmente, reverenciándolos y adorándolos en tímida actitud, recogido en el interior de su espíritu, sino hacerlos suyos, en momentos de devota exaltación, hermanarse, fundirse con ellos de un modo total y en lo más profundo de su corazón. Para sentir el anhelo de que su propia vida se perdiese por unos instantes en la vida de la divinidad, no necesitaba la humanidad aguardar a que cobrase su talla el panteísmo, esa criatura maravillosa del pensamiento y de la fantasía.

Hay pueblos enteros, que no se cuentan par nada, ciertamente, entre los miembros predilectos de la familia humana, pero que sienten con una fuerza especial la inclinación y el don de elevar la conciencia a lo suprapersonal, una tendencia y un impulso que los lleva al éxtasis y a las visiones y cuyas imágenes, encantadoras unas y espantosas otras, toman por experiencias reales y tangibles del otro mundo, al que sus "almas" se ven traspuestas por corto tiempo. En ninguna parte de la tierra faltan pueblos de éstos que consideran los estados de éxtasis a que nos referimos como la manifestación religiosa por excelencia, como el único camino que permite al hombre tomar contacto con el mundo de los espíritus y que, por tanto, basan sus actos religiosos, preferentemente, en los ritos y ceremonias que, según la experiencia, son los más indicados para llevar el espíritu al delirio y hacerlo contemplar aquellas visiones. En todos ellos vemos cómo la danza, una danza violenta y furiosa, ejecutada bajo las sombras de la noche, y con acompañamiento de estrepitosos instrumentos y hasta el agotamiento de los celebrantes, sirve para provocar la sobreexcitación deseada de las emociones. Unas veces, son muchedumbres enteras del pueblo las que pugnan por alcanzar el estado de entusiasmo religioso por medio de estas danzas frenéticas; otras veces, con mayor frecuencia, unos cuantos escogidos los que, por medio de la danza, la música y toda clase de excitantes, empujan a sus almas, de suyo propensas a dejarse arrastrar por las emociones violentas, a remontarse al mundo de los espíritus y los dioses.

La tierra entera conoce esta clase de "magos" y sacerdotes dotados de poder de hacer que sus almas entren en comunidad directa con los espíritus: shamanes del Asia, los "curanderos" de Norteamérica, los angekoks de Groenlandia, los butios de los pueblos antillanos, los piajas del Caribe, etc., no son sino otras tantas especies o variedades de este género, representado en todos los continentes y que es, sustancialmente, el mismo en todas partes. En todos los continentes, pues tampoco Africa ni Australia y las islas del mar Pacífico carecen de él. Todos ellos, y con ellos el círculo de ideas que sirve de base a sus ritos, figuran entre los fenómenos de la religión humana que se manifiestan con la regularidad de los fenómenos de la naturaleza y que, por tanto, no pueden ser considerados como anomalías. Hasta en pueblos de antiguo cristianizados se enciende, de vez en cuando, la brasa de estos ancestrales cultos excitativos, ahogada hasta entonces por cenizas, arrastrando a aquellos en quienes prende y elevándolos hasta la intuición de una plenitud divina de vida.(...)

La tendencia a la fusión con dios, a la desaparición del individuo en el seno de la divinidad, es también lo que une en su raíz a la mística de los pueblos cultos y altamente dotados con los cultos orgiásticos de los pueblos primitivos. Ni siquiera esta refinada mística puede prescindir siempre de los recursos externos de la excitación y el entusiasmo, que son siempre los mismos, como sabemos por el conocimiento de las orgías religiosas de aquellos pueblos: la música, el torbellino de la danza y los excitantes narcóticos. Así, los derviches del Oriente giran en frenética danza, "al son de tambores y de flautas" hasta la máxima excitación y el completo agotamiento. Y el más impávido de los místicos, Yalal ud-Din Rumi, proclama en espirituales palabras para qué sirve todo eso:

"Quien conoce la fuerza de la danza vive en Dios, pues sabe cómo el amor mata. Aláh hu !"

(...) El éxtasis y la fe en la inmortalidad

La finalidad y hasta podríamos decir que la misión de este culto consistía en exaltar hasta el "éxtasis" las emociones de quienes en él participaban, en arrancar sus "almas" al círculo habitual de su existencia humana limitada para elevarlas, como espíritus libres, a la comunidad de los dioses y de su enjambre de espíritus. El estado de arrobamiento logrado por medio de estos rituales abrían antes quienes, como verdaderos "bacantes", alcanzaban realmente el estado de divina locura, un campo de experiencia completamente cerrado para su existencia en la sobria y prosaica vida cotidiana. Consideraban, en efecto, como experiencias de caracter objetivo, y era natural que así fuera, todas aquellas emociones y visiones que el "éxtasis" les comunicaba.(...)

El sentimiento de carácter divino, de su eternidad, que como un relámpago se le había revelado a ella misma en el éxtasis podía muy bien formar en el alma la perdurable convicción de que participaba, por su misma naturaleza, de las condiciones de los dioses y estaba llamado a gozar de una vida divina tan pronto como el cuerpo la dejara en libertad, elevándose entonces ya para siempre al estado que sólo de un modo transitorio, en un instante de fugaz dicha, conociera durante el "extasis". ¿Y qué razones más poderosas podían apoyar esta conclusión espiritualista que las nacidas de la propia y personal experiencia, la cual había hecho paladear al hombre, por anticipado, en sus ritos orgiásticos, las que, un día, estaba llamada a ser su felicidad eterna?(...)

La mística dionisíaca

El pueblo de los tracios, que jamás llegó a depertar por entero de entre las nieblas del espíritu, no podía, naturalmente, desarrollar más de lo que dejamos apuntado: los gérmenes de esta mística religiosidad contenidos en los extáticos ritos orgiásticos del culto de Dionisos. Apenas si se trasponen aquí los linderos de un avaga intuición y todo se reduce a inconstantes llamaradas de emociones brutalmente excitadas y encaminadas a exaltar el poder del espíritu.

Sólo cuando se desarrolla a fondo y de un modo independiente la vida de un pueblo, avivando el fuego del culto extático, sólo entonces existe la posibilidad de que estas fugaces intuiciones se afiancen, convertidas en ideas duraderas. Ideas acerca del mundo y de la divinidad, en torno a los fenómenos cambiantes y engañosos y a la existencia de un ser único y perenne basado en las cosas, acerca de la divinidad, que es única, una sola luz que, refractada en miles de rayos se refleja en todo y vuelve a encontrar su unidad en el alma del hombre: cuando estas ideas se hermanan con los impulsos casi ciegos de un culto orgiástico basado en el entusiasmo, hacen que la turbia y primitiva fermentación de esos ritos populares se destile para formar el luminoso y claro vino de la mística.

Así sucedió cuando, en medio de los pueblos del Islam, paralizados en un monoteismo rígidamente cerrado, irrumpiendo de fuentes ignoradas, brotó una arrolladora corriente de entusiasmo en las danzas rituales de los derviches y se extendió, llevando consigo la doctrina mística del sufismo, nacida, sustancialmente de los indios. El hombre es Dios y Dios lo es todo: así lo proclama, unas veces con sencilla y otras veces en retorcido y barroco lenguaje figurado, la poesía empapada de espiritualidad que los persas, sobre todo, han consagrado a esta religión del arrobamiento místico. En las danzas extáticas, que aquí no han roto todavía su conexión orgánica con la doctrina mística(como la tierra nutricia con las flores que en ella crecen), esta doctrina se ve continuamente enriquecida por la experiencia, por las fuertes, delirantes emociones de un poder eterno e infinito de vida que brota como agua manantía del interior del hombre. Los velos que cubren el mundo se desgarran ante los ojos del fiel poseído de entusiasmo; éste siente y percibe lo Todo y lo Uno, que por si mismo fluye hacia él; la "deificación" del oficiante "poseso" se convierte también aquí en una realidad. "El que conoce la fuerza de la danza, vive en Dios".

martes, 19 de enero de 2010

Un cosmos que danza


Derviche danzando en las Drassanes de Barcelona

"Un giro secreto entre nosotros
Hace que el universo gire.
La cabeza es inconsciente de los pies,
Y los pies de la cabeza. Ninguno se preocupa.
Siguen girando."

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"Soy el globo solar
Soy el resplandor de la mañana, soy el aliento de la tarde,
Soy el susurro de la floresta, soy el oleaje del mar,
Soy la imagen y el reflejo, el sonido y el eco"

*

"En este momento este amor viene a descansar en mí,
Muchos seres en un ser.
En un grano de trigo mil montones de gavillas.
Dentro del ojo de la aguja, una noche giratoria de estrellas."


Mawlânâ Yalâl al-Din Rûmî



Simbolismo de la danza derviche del giro.
Por Halil Bárcena


Para el derviche, cuanto existe danza, del átomo a los planetas que gravitan en el universo. Danzan los animales, la lluvia, el viento, también las piedras, los árboles y el ser humano. Todo es samâ, todo danza al son de una misteriosa melodía, interpretada en la distancia por un ejecutante invisible, como dijera Einstein. No existe en la creación más que vida y la esencia de ésta es el movimiento, la (re) creación renovada, en cada sístole y diástole, de una realidad inacabada, que se contrae y se expande, muere y renace, a cada instante.
El derviche no persigue atrapar la realidad; antes bien, expresa al danzar su solidaridad con un cosmos habitado por el ritmo, el orden geométrico y el movimiento duradero. Danzar es trascenderse, situarse en el lindero de lo humano, para hacerse partícipe de la liturgia de la vida y sus leyes. Danzar significa vaciarse, morir a sí mismo. En la muerte simbólica halla el derviche la comprensión del misterio de la vida. Morir es para él vivir más. Al cabo, el derviche encuentra su plenitud en el vacío. Escribió Yalal al-Din Rumí, maestro de derviches, allá por el siglo XIII: “No ser nada es la condición requerida para ser”. Danzar es unión: unión del hombre consigo mismo, con el
resto de seres humanos, con el cosmos y, a la postre, con el misterio de lo divino.
La danza constituye el primer y fundamental arte del hombre. Con todo, el samâ’, la danza derviche del giro, más que arte es celebración, rito sagrado, plegaria en movimiento, que utiliza el cuerpo como instrumento. El material del samâ’ es, en efecto, la propia corporeidad del derviche. Danzar es, para él, celebrar el misterio de lo divino con la totalidad de su ser, el cuerpo en primer lugar. El derviche se distancia así de las llamadas religiones del Libro -judaísmo, cristianismo e islam- y su repudio atávico de lo corporal. El derviche, a diferencia del predicador, no habla el dialecto de la culpa.
Danza: el primer arte del hombre y tal vez el más esencial y puro de todos, según el decir de Maurice Béjart. Sublime arte del instante, de la danza, al final, no queda nada. Por ello, el samâ’ sólo existe mientras el derviche lo ejecuta, en el momento preciso de la entrega a la espiral embriagadora de su efímero girar.

El samâ’ es una danza circular, como lo es el movimiento giratorio del peregrino musulmán en torno a la negra Ka’aba de La Meca o el discurrir cósmico de los planetas alrededor del sol. El movimiento circular es el movimiento perfecto, el de las esferas, el de la regeneración, contrariamente al de la línea recta que representa el mundo de lo corruptible. El círculo constituye una unidad completa y muestra, al tiempo, la unidad del punto de origen. Carece de principio y fin, siendo finito e infinito a la vez. El círculo constituye para el derviche el espacio por excelencia del viaje alquímico, de la transmutación interior. El círculo permite hacer visible lo invisible. El punto, por su parte, es la primera de todas las determinaciones geométricas, de igual manera que la primera de las determinaciones matemáticas es la unidad. La unidad y el punto constituyen la expresión del ser. El círculo aparece, así pues, como irradiación del punto, que es el centro. El punto es, al mismo tiempo, el principio, el centro y el fin de las cosas. El movimiento del samâ’ derviche se hace desde el centro y remite, justamente, a la inmovilidad vibrante del centro. El derviche es punto y círculo a la vez. En el lenguaje sufí, hallar el centro, único sentido del vivir, es degustar la totalidad.
El derviche gira de derecha a izquierda, en un flujo de movimiento constante, como el grácil deslizamiento de la pluma del calígrafo sobre el papel virginal. De derecha a izquierda, o lo que es lo mismo, hacia el corazón, ad intra. De derecha a izquierda, en sentido contrario a las agujas del reloj, esto es, a contratiempo. El derviche, con su faldón blanco desplegado como un pájaro alado, anhela remontar el curso de la historia hasta el instante en que fue uno con la divinidad. El pájaro de fuego del espíritu abandona, por fin, el nido del cuerpo. El viaje del derviche no es sino un vuelo de Dios a Dios en Dios.
El derviche celebra danzando el incendio del corazón, la súbita ebullición interior, liberado de todo deseo, incluso del deseo de Dios. Al fin y al cabo, sabe que a Dios no se le encuentra buscándolo, aunque quienes no lo buscan jamás lo hallarán.

La Vía Láctea


Halil Bárcena es islamólogo, especialista en el sufismo de Mawlâmâ Yalâl al-Dîn Rûmi y la escuela sufí "mevleví". Director del Instituto de Estudios Sufíes de Barcelona y del grupo de música sufí 'Ushâq. Profesor del CETR (Centro de Estudios de las Tradiciones de Sabiduría) de Barcelona y miembro del grupo "Encuentros de Can Bordoi", de reflexión sobre la espiritualidad en las sociedades avanzadas de conocimiento. Es autor de "El sufisme"(Fragmenta, 2008), en catalán, y próximamente aparecerá también editada por Fragmenta, su traducción al catalán del poemario sufí de Husayn Mansûr Hallâdj (Irán 857-Bagdag 922).

sábado, 9 de enero de 2010

La plenitud del vivir en la necrópolis etrusca



"Ha llegado el alba, levántate hermosa
recreándote toca el arpa y bebe vino,
que durarán poco los que están aquí
y los que se fueron, pasaron al olvido."

"Amengua tu codicia de este mundo y vive alegre,
corta el vínculo con lo malo y lo bueno del universo.
Atrapa pronto el vino y el bucle de la amada,
que estos días, fugaces, pasarán muy presto."

"Dicen que el que lleva una vida ascética
se levantará del modo en que muera.
Con vino y amantes sin cesar estemos,
pues así del hoyo nos levantaremos."


He querido dar comienzo a esta entrada con unas cuartetas de Omar Jayyam (Neishabur, Persia, 1048-1132) pertenecientes a su Rubayat, al poder descubrir también en ellas, el espíritu que reflejan las pinturas que se encuentran en las necrópolis etruscas de Cerveteri y Tarquinia. Estas fueron visitadas por el gran escritor y viajero D. H. Lawrence (1895-1930), produciendo en él una gran impresión que dejó manifestado en su diario de viaje, del que a continuación dejo algunos fragmentos acompañados de imágenes de las pinturas que se encuentran en el interior de las tumbas.

El viaje que nos propone D. H. Lawrence en este texto es a un área geográfica, pero también más allá de la frontera entre el mundo nuevo, compartimentado, y el mundo viejo en el que cada cosa pertenece al todo.Nos encontramos con la narración de alguien guiado por una inquietud personal, un viaje al espíritu, impregnado de la creatividad de su autor, y por el que podemos entender a los etruscos de una forma como no podríamos entender por un ensayo erudito y basado en un análisis de investigación científica. Con él descubrimos que el arte y los simbolos de los etruscos, son expresión y vehículo del goce de la plenitud de la propia persona con el universo.

Los textos seleccionados se encuentran en
Atardeceres Etruscos

(...) Esas tumbas parecen tan normales y amistosas, ahí cortadas bajo la roca...No se siente ninguna sensación opresiva al bajar a ellas. Eso se debe en parte, sin duda, al peculiar encanto de la proporción natural que se halla en todas las cosas etruscas de los siglos impólutos y ajenos a los romanos. Las formas y los movimientos de las paredes y los espacios del mundo subterráneo tienen una simplicidad que, combinada con una franca naturalidad y una espontaneidad peculiarísima tranquiliza de inmediato el espíritu. Los griegos trataban de impresionar, y el gótico intenta causar todavía más una impresión en la mente. Los etruscos, no. Las cosas que hacían, en sus plácidos siglos, son tan naturales y fáciles como el respirar. Dejan que el pecho respire con libertad y gusto, con una especie de plenitud vital. Incluso en las tumbas. Y ésa es la auténtica cualidad etrusca: la facilidad, la naturalidad, y una abundancia de vida; no hay por qué forzar la mente o el alma en ningún sentido.


Y la muerte, para el etrusco, era una agradable continuación de la vida, con joyas, y vino, y flautas tocando en danzas. No había ni un éxtasis de bienaventuranza, ni un cielo ni un purgatorio de tormentos. Era tan sólo una continuación natural de la plenitud de la vida. Todo se expresaba en términos de vida, de vivir.

(...) Junto al portal de algunas tumbas hay una casa de piedra labrada, o una imitación de cofre en piedra con las tapas inclinadas como los dos lados del tejado de una casa oblonga. El hijo del guía, que trabaja en los ferrocarriles y no es un gran erudito, musita que todas las tumbas de mujer tiene encima una de esas casas o cofres de piedra (encima del portal, dice él), y que cada tumba de hombre tenía una piedra fálica, o lingam.La casa de piedra, como la llama el muchacho, sugiere el Arca de Noé pero sin la parte del barco: la caja del Arca de Noé que teníamos los niños, llena de animales. Y eso es lo que es: el Arca, el arx, la matriz. La matriz del mundo entero, que parió a todos los seres vivos. La matriz, el arx donde la vida se retira como último refugio. La matriz, el Arca de la alianza, donde residen el misterio de la vida eterna, el maná y los misterios. Ahí está, a un lado, en la parte de fuera del portal de las tumbas etruscas de Cerveteri.

(...) Hemos llegado a una fase en la que estamos cansados de las grandes erecciones en piedra, y empezamos a comprender que es mejor mantener la vida en la fluidez y el cambio que intentear sujetarla en los monumentos pesados. Los grandes pesos sobre la superficie de la tierra son solamente pesadas erecciones del hombre.
Los etruscos hacian templos pequeños, como casitas, sólo de madera. Pero, fuera, tenían frisos y cornisas y crestas de terracota, de modo que la parte superior del templo debía parecer como hecha de terrizo con placas de terracota limpiamente encajadas, avivadas por imágenes modeladas y pintadas en relieve: alegres seres danzantes, hileras de patos, caras redondas como el sol, y caras con muecas sacando una punta de lengua; todo vivo, y fresco, y sin ánimo de imponer. El conjunto, pequeño y primoroso en sus proporciones, y fresco, de algún modo encantador en vez de impresionante. Se diría que hubo, en el instinto etrusco, un auténtico deseo de preservar el humor natural de la vida.


¿Por qué la humanidad ansia que se le impongan? ¿Por qué ese apetito de credos imponentes, actos imponentes, edificios imponentes, modos de hablar imponentes, obras de arte imponentes? La cosa se convierte en una imposición y acaba por aburrir. Que nos den cosas vivas y flexibles, que no duren demasiado y no se conviertan en una obstrucción y un aburrimiento. Incluso Miguel Ángel acaba siendo un peso muerto, un pesado, un pelmazo. Resulta imposible ver más allá de él...

(...) Las efigies de los muertos sobre las tapas de los sarcófagos se yerguen como en vida, apoyadas en un codo y mirando de frente con orgullo y gravedad. Si se trata de un hombre, su cuerpo está expuesto hasta justo debajo de su ombligo y sostiene en la mano la sagrada patera, o mundum, la bandeja redonda con una bolita en el centro que representa el germen redondo del cielo y la tierra. Incorpora también el principio generador de la célula viva, con su núcleo, que es e indivisible Dios del comienzo, y que, como eterna fuerza animadora de todas las cosas, también se divide y subdivide de tal modo que se convierte en el sol del firmamento, y en el loto de las aguas subterráneas, y en la rosa de toda existencia en la tierra; y el sol mantiene su propia fuerza animadora, incólume por siempre; y hay una fuerza animadora viviente de la mar y de todas las aguas; y todo ser vivo posee su fuerza animadora inquebrantable; de modo que cada hombre tiene su propia fuerza animadora, cuando es niño, y, cuando es viejo, sigue teniéndola: es como una chispa, como un electrón de vida que ni ha nacido ni morirá. Y eso es lo que simboliza la patera, que puede florecer como una rosa como un sol pero sigue siempre igual, como germen central en el plasma de la vida.

(...) En la tumba de la caza y la pesca encontramos una de esas frecuentes escenas etruscas de banquetes de los muertos. El hombre muerto, está reclinado en su litera de banquete con un achatado recipiente de vino en la mano apoyado sobre el codo, y a su lado, también medio alzada está reclinada una hermosa y enjoyada dama de elegante ropaje, con la mano izquierda, parece, puesta en el pecho desnudo del hombre y sosteniendo para él, con la mano derecha, la guirnalda: la guirnalda de la festiva ofrenda femenina. Detrás del hombre está un muchacho desnudo, que quizá interpreta música y otro llena una jarra con vino sacado de una hermosa ánfora o jarro de vino. Al lado de la mujer hay una doncella, aparentemente tocando la flauta; alguna mujer devía tocar la flauta en los funerales clásicos; y más allá están sentadas dos doncellas con guirnaldas, una de ellas vuelta para mirar a la pareja del banquete, la otra dando la espalda a todo y a todos. Más allá de las doncellas, en el ángulo, hay más guirnaldas y dos pájaros, quizá palomas.



La escena es natural como la vida y, sin embargo, está cargada de una arcaica plenitud de significado. Ése es el banquete mortuorio, pero al mismo tiempo tenemos ahí al hombre muerto disfrutando de un banquete en el submundo; pues el submundo de los etruscos era un sitio alegre. Mientras los vivos celebraban su fiesta puertas afuera, frente a la tumba del muerto, el muerto mismo se divertía del mismo modo, con una dama ofreciéndole guirnaldas y con escaciadores para servirle vino, allá en el submundo. Dado que la vida sobre la tierra era tan buena cosa, la vida allá abajo no podía ser más que una continuación de ella.



(...) ¡Que encantadras son todavía las pinturas de la tumba de la fiesta! La franja de figuras danzantes que recorre la habitación todo alrededor brilla de color, de frescor; las mujeres llevan finos vestidos de muselina a lunares y mantos de colores con finos ribetes; los hombres sólo llevan un manto suelto. La mujer báquica, salvajemente, echa atrás la cabeza y curva sus largos dedos fuertes; es salvaje pero se contiene por dentro mientras ese joven de cuerpo macizo gira asu alrededor, alzando su mano de danzarín, acercándola a la mano de la mujer hasta que los pulgares casi se tocan. Danzan al aire libre, frente a arbolitos, y corren pájaros, y un perrito de cola zorruna observa alguna cosa con la ingenua atención de los cachorros. La mujer siguiente danza con deleite salvaje, danza con todo su cuerpo, toda ella, con su flexible calzado y su manto orlado, con joyas en los brazos; y uno acaba por recordar el viejo dicho según el cual cada porción del cuerpo y del anima conoce la religión y está en contacto con los dioses.


(...) Así seguimos, tumba tras tumba, penumbra tras penumbra, divididos entre el placer de encontrar tanto y la decepción de que quede tan poco. Tumba tras tumba, y casi todo descolorido o consumido, o corroído por el álcali, o roto a propósito. ¡Fragmentos de personas en banquetes, extremidades que danzan sin danzarines, pájaros que vuelan en ninguna parte, leones cuyas cabezas devorantes están devoradas¡ En otro tiempo, todo era lustre y danza: la delicia del submundo; homenajes de vino a los muertos, y flautas tocando para la danza, y extremidades en remolinos y abrazos. Y se rendía honor, profundo y sincero, a los muertos y a los misterios. Eso va en contra de nuestras ideas; pero los antiguos tenían su propia filosofía del asunto. Dice el viejo escritor pagano: "Pues no habrá parte alguna de nosotros ni de nuestros cuerpos que no sienta la religión; y que no falten cantos para el alma, ni saltos y danzas para las rodillas y el corazón; pues todas estas cosas conocen a los dioses."

(...) Para el etrusco, todo vivía; el universo entero vivía; y era cosa del hombre el vivir en medio de todo eso. Tenía que aspirar la vida dentro de sí, tomándola de las vastas vitalidades errantes del mundo. El cosmos estaba vivo, como un enorme animal. Todo respiraba y latía. La evaporación ascendía como el aliento de las ventanas en la respiración de una ballena, bullía hacia arriba. El cielo la recibía en su seno azul, la respiraba y la estudiaba y la transmutaba antes de exalarla de nuevo. Dentro de la tierra salian alientos de otras respiraciones, vapores que procedian directamente del submundo físico viviente: exhalaciones que comportaban inspiraciones. Todo estaba vivo y todo tenía un gran alma, o anima; y, pese a haber una sola gran alma, había una miríada de vagabundas almas menores: cada hombre, cada animal, y cada árbol y lago y montaña y curso de agua estaba animado, tenía su propia conciencia peculiar. Y la tiene hoy.
El cosmos era uno, y su anima era una; pero estaba hecho de seres vivos. Y el mayor de esos seres vivos era la tierra, con su alma de fuego interior. El sol era tan sólo un reflejo, o un brote desgajado, o un brillante puñado del fuego interior. Pero en yuxtaposición a la tierra estaba la mar, las aguas se movían meditativas, poseedoras de una profunda alma que les era propia. La tierra y las aguas yacían lado a lado, juntas, y completamente distintas.
Así era. El universo, que era un único ente vivo con una única alma, cambiaba al instante, en cuanto uno pensaba en ello, y se convertía en un ser dual con dos almas, una ígnea y la otra acuática, mezclándose y separándose por siempre y sostenidas en un equilibrio último por la gran vida del universo.
Ésa era la idea que se hallaba detrás de todas las grandes civilizaciones viejas. Se hallaban incluso, medio transmutada, al fondo de la mente de David, y se exresa en los Salmos. Pero con David el cosmos vivo se convirtió meramente en un dios personal. Para los egipcios, y los babilonios, y los etruscos, no había en absoluto dioses personales. Eran sólo ídolos o símbolos. Era el cosmos vivo, vertiginosamene complejo hasta quitar el aliento, el que era divino, y sólo podía ser contemplado por el alma más fuerte, y sólo por momentos. Y tan sólo el alma sin par podía absorber en su interior alguna última llamarada de aquel sudor supremo. Entonces surgía, ciertamente, un rey divino, dador de vida, guía en la muerte. Pero protegían las puertas tanto de la vida como de la muerte. Guardaban los secretos y custodiaban el camino. Tan sólo unos pocos son iniciados al misterio del baño de la vida y del baño de la muerte: la laguna dentro de la laguna dentro de la laguna en cuyas aguas el hombre se hace más oscuro que la sangre, por la muerte, y más brillante que el fuego, por la vida; hasta que al fin, es de un regio escarlata como porción de vida viviente: puro bermellón.
La gente del pueblo no es iniciada a las ideas cósmicas ni al palpitante despertar a una conciencia más viva. Por mucho que se intente, no hay modo de que la masa de la gente palpite con plena conciencia. No pueden ir más allá de ser un poco conscientes. De modo que hay que darles símbolos, ritos y gestos, que les llenen los cuerpos de vida hasta colmar la capacidad que cada cual tenga. Darles más es fatal. De modo que el auténtico conocimiento debe guardarse de ellos, no sea que, conociendo las fórmulas, sin haber soportado en absoluto la experiencia correspondiente, se hagan insolentes e impíos y crean que ya lo tienen todo cuando lo único que tienen es un parloteo de monos. El conocimiento esotérico será siempre esotérico, puesto que el conocimiento es una experiencia no una fórmula. Pero es insensato desvelar las formulas. Un poco de conocimiento es de veras peligroso. Ninguna época lo demuestra tan bien como la nuestra. El parloteo de monos se ha convertido al fin en la más desastrosa de las cosas.

(...) Pero hubo una cosa básica que el pueblo etrusco no olvidó nunca porque estuvo en su sangre como estaba en la sangre de sus señores: el misterio del viaje de la salida de la vida, a la muerte; el viaje de la muerte y la estancia en el más allá de la vida. El asombro, en su alma, siguió dando vueltas al misterio de ese viaje y esa estancia.
Lo vemos en las tumbas: las angustias de lo maravilloso y vívida sensación palpitante en torno a la muerte. El hombre cruza desnudo y resplandesciente el universo. Despues llega la muerte: se zambulle en el mar, parte hacia el submundo.

Sirena etrusca

La mar es ese vasto ser vivo primordial que también tiene un alma, cuyas profundidades son la matriz de todas las cosas, la matriz de la que surgen todas las cosas y en la que luego serán absorbidas. Equilibrando a la mar está la tierra del fuego interno, de aquello que hay después de la vida, y antes de la vida. Mas allá de las aguas y del fuego último se halla sólo esa unicidad de la que el pueblo nada sabía: era un secreto que los lucumones guardaban para sí, como guardaban en sus manos el símbolo de su secreto.

(...) Los pájaros vuelan portentosamente en las paredes de las tumbas. El artista debe haber visto a menudo a esos sacerdotes, los augures, con sus corvos bastones con remates en forma de pájaro, observando desde algún sitio elevado los vuelos de las alondras o de las palomas a través de los cuadrantes del cielo. Leían los signos y los portentos, buscaban indicios con los que poder orientar el curso de algún asunto grave. A nosotros puede parecernos absurdo. Para ellos, los pájaros de sangre caliente volaban por el universo como los sentimientos y las premoniciones vuelan por el pecho del hombre, o como los pensamientos vuelan por la mente. En esos vuelos, los pájaros repentinamente alertados, o esos pájaros serenos que llegan de lejos, se desplazan envueltos en un aconciencia más profunda, en el complejo destino de todas las cosas. Y, puesto que todas las cosas se correspondían entre sí en el mundo antiguo, y que el pecho del hombre se reflejaba en el pecho del cielo, o viceversa, los pájaros volaban hacia algún portentoso punto de destino, tanto en el pecho del hombre que los miraba como en su propio itinerario en el pecho del cielo. Si el augur era capaz de ver a los pájaros volar en su propio corazón, entonces conocía también de qué modo volaría el destino para él. La ciencia del augurio, claro está, no era una ciencia exacta. Pero era tan exacta como nuestras ciencias de la psicología o de la economía política. Y los augures eran tan inteligentes como nuestros políticos, que también han de practicar la adivinación si quieren hacer algo que merezca la pena.


Esquema de hígado dividido en regiones utilizado por los augures para hacer pronósticos

La ciencia del augur y del arúspice no era tan estúpida como nuestra moderna ciencia de la economía política. Si el cálido hígado de la víctima limpiaba el alma del arúspice y lo capacitaba para esa suprema atención interior que, sólo ella, nos explica aquello que queremos conocer, entonces, ¿qué inconvenientes podemos ponerle al arúspice? Para él, el universo estaba vivo y en estremecida harmonía. Para él, la sangre era consciente: el arúspice pensaba con el corazón. Para él, la sangre era la roja y destellante corriente de la conciencia misma. De ahí que, para él, el hígado, esa gran víscera donde la sangre se agolpa y "vence la muerte", fuese un objeto de profundo misterio y significado. Le estremecía el alma y le purificaba la conciencia; pues el hígado era también su victima. De modo que examinaba el cálido hígado, que estaba cartografiado en campos y regiones como el cielo estrellado; sólo que esos campos y regiones eran los de la roja y destellante conciencia que recorre toda la creación animal, y por tanto el hígado tenía que encerrar la respuesta a la pregunta de su propia sangre.
El ser humano, para el estrusco, era un toro o un carnero, un león o un venado, según sus diferentes aspectos y potencias. El ser humano tenía en sus venas la sangre de las alas de los pájaros y el veneno de las serpientes. Todas las cosas emergían del fluir de la sangre, y el curso sanguíneo, por muy complejo y contradictorio que pudiera hacerse, nunca quedaba interrumpido ni olvidado. Había distintas corrientes en el fluir sanguineo, y algunas a veces chocaban entre sí: pájaro y serpiente, león y venado, leopardo y cordero. Pero el choque mismo era una forma de unicidad; como vemos en ese león que tiene también una cabeza de macho cabrío.


(...) Debió ser un mundo maravilloso, aquel mundo viejo donde todo se veía vivo y relumbrante en las tinieblas crepusculares del contacto con todas las cosas y no simplemente en la aislada individualidad de las cosas sobre las que juega la luz diurna; donde cada cosa tenía un perfil claro, visualmente, pero, en su misma claridad, estaba relacionada emocionalmente o vitalmente con otras cosas, surgiendo una cosa de otra, fusionándose entre sí, emocionalmente, cosas mentalmente contradictorias, de tal modo que un león podía ser además de un león, y al mismo tiempo, también un macho cabrío sin ser tampoco un macho cabrío. En aquellos tiempos, un hombre montado en un caballo rojo no era simplemente tal o cual buen señor montado en un jaco marrón; el caballo era un ser de piel suave, con la muerte o la vida en la cara, henchido de un poder animal que ardía en el viaje con el apasionado arremolinamientode la sangre por un itinerario misterioso en dirección a un desconocido punto de destino, arremolinado sobre su propio peso. Luego, un toro no era un simple animal de crianza con tal o cual precio, destinado a ir al matadero al cabo de un tiempo. Era una gran bestia maravillosa, un manantial de la gran pasión ardiente y voraz que hace rodar el mundo y salir el sol y que inunda al hombre de la fuerza procreadora; el toro: el principe de la manada, el padre de los becerros y de los novillos, y de las vacas; el padre de la leche; aquél que tiene en la frente los cuernos de poder que simbolizan el aspecto guerrero del cuerno de la fertilidad; el mugiente dueño de la fuerza, celoso, cornudo, embestidor de sus contrarios. El macho cabrío era de su misma estirpe: era padre de la leche, pero en vez de una tremenda fuerza tenía astucia, la astuta conciencia y propia conciencia del celoso y taimado padre de la procreación. El león, por su parte, era supremamente terrible; era amarillo y rugía con sanguinaria energía, semejante al sol, pero al sol que se impone como chupador de la vida de la tierra, pues el sol puede calentar los mundos como una gallina amarilla que incuba sus huevos, pero el sol puede absorber también la vida de la tierra con su lengua ardiente. El macho cabrío dice: dejadme procrear hasta que el mundo entero huela a macho cabrío; pero entonces el león ruge desde la otra corriente de la vida, que se halla también en el hombre, y alza la garra para golpear, poseído por la pasión de la otra sabiduría.
Así, todos los seres son potentes cada cual a su manera, y una miríada de múltiples conciencias estallan en tormentosas contradicciones y oposiciones que son eternas y están más allá de cualquier posible reconciliación mental. Podemos conocer el mundo viviente tan sólo de modo simbólico. Pero cada conciencia, la furia del león, y el veneno de la serpiente, toda conciencia es, y, por consiguiente, es divina. Todo emerge del círculo inquebrantado con su nucleo, el germen, el Uno, el dios si queremos llamarlo así. Y el hombre, con su alma y su personalidad, emerge en conexión interna con todo lo demás. El correr de la sangre es uno, inquebrantado; pero bulle de tormentos de oposiciones y contradicciones.Los antiguos veían conscientemente, como los niños ven ahora inconscientemente, la inacabable maravilla de las cosas. En el mundo antiguo, las tres emociones compelentes deviero ser la maravilla, el miedo y la admiración; admiración en el sentido latino de la palabra, y también en todo sentido; y miedo en sentido más amplio, incluyendo la repulsión, el temor, el odio; entonces surgía la última emoción, la emoción individual del orgullo. El amor sólo es un factor subsidiario de la maravilla y la admiración.Era viendo todas las cosas alertas en la palpitación del significado de la interrelación pasional que los antiguos mantenían la maravilla y el deleite de la vida, lo mismo que el temor y la repugnancia. Eran como niños pero tenían la fuerza, el poder y el conocimiento sensual de los auténticos adultos. Tenían un mundo de conocimiento valioso que para nosotros se ha perdido por completo.

"Nadie puede comprender lo misterioso. Nadie es capaz de ver
qué se esconde tras las apariencias. Todas nuestras moradas
son provisionales, salvo la última: la tierra.
¡Bebe vino! ¡Basta de palabras inútiles!"

"Penétrate bien de esto: un día tu alma caerá de tu cuerpo
Y serás empujado detrás del velo que flota entre el universo y lo desconocido.
En la espera, ¡sé feliz!
No sabes de dónde vienes. No sabes a dónde vas."


Acaba esta entrada igual que empezó, con la poesía de Omar Jayyam. Poesía en la que el vino tiene una presencia destacada, como debió de tenerla también en las celebraciones del pueblo etrusco, considerada por ellos una bebida sagrada.
En la poesía de Omar Jayyam, y en la de otros autores persas y árabes sufíes, el vino es símbolo del Amor supremo, emanación divina que irradia hacia todas las formas manifestadas, la esencia de la creación, anterior al mundo, y que existirá tras su destrucción. Embriagarse de Amor es descubrir esa esencia atemporal, por la que el alma liberada de sus límites alcanza a unirse con la divinidad. Los versos de Jayyam son la metáfora de la embriaguez del viaje del alma desde la dispersión, la multiplicidad, hacia el Conocimiento divino en la Unidad.

Embriagarse es ser uno con todo; la presencia del vino en las tumbas etruscas quizá fuera una garantía de que esa unión se llevara a fin.

viernes, 1 de enero de 2010

Asvattha, árbol del universo

El árbol Asvattha


"El señor de la muerte habla del árbol cósmico que arraiga en el Ser, el alma cósmica: Esa es la higuera eterna, que tiene sus raices en lo alto y sus ramas en lo bajo. Esa es la raíz de lo puro, es el Ser inmortal. Todos los mundos se asientan en ella, y nadie puede pasar más allá. Esa es la verdad. Su forma no es visible, pues nadie la percibe con el ojo, solo el corazón, el pensamiento y la mente pueden concebirla. Aquellos que saben eso alcanzan la inmortalidad."
Upanishads


"El hombre es una planta celestial, y lo que esto significa es que el hombre es como un árbol invertido, cuyas raíces tienden hacia el cielo y cuyas ramas tienden hacia la tierra."

Platón

"El eje del universo es una escala en la que hay un perpetuo subir y bajar. Haber talado el árbol es haber alcanzado su cima, y emprendido el vuelo; es haber devenido la Luz misma que brilla y no meramente uno de sus reflejos."

"Habiendo cortado y talado el árbol con el arma de la gnosis, y deleitándose en adelante con el espíritu, nadie retornará allí de nuevo."

Coomaraswamy, El árbol invertido



El Asvattha o Pipala se conoce en la India como la higuera sagrada, Ficus Religiosa. En Budismo es llamado Bodhi-Árbol, árbol bajo el que Budha alcanzó la plena iluminación. Metafísicamente es el árbol del universo, simbolizando la estructura vital de este y de sus jerarquías cósmicas en todas sus variadas interrelaciones. Sus raices, dirigidas hacia arriba, el origen o el espíritu, representan al ser supremo o causa primera, el logos, que recuerdan a Kether del árbol cabalístico, y sus hojas, hacia abajo, la verdad contenida en los sagrados libros de los Vedas, que como las hojas del árbol nutre y mantiene el universo. También puede verse como símbolo del ser humano. Sólo quién va más allá de sus raices no se reencarnará, liberándose del ciclo temporal de vida y muerte y de la dualidad de la existencia alcanzando la eternidad, lo que también recordaría en Cábalah a Ein-Sof, el infinito.

En la obra clásica hindú Bhagavad Gita, en sánscrito "el canto del Señor", se sintetizan las principales filosofías y doctrinas de los Vedas. El Canto o Gita forma parte de la epopeya hindú del Mahabharata, y literariamente se concreta en un diálogo de elevada filosofía espiritual, con diferentes niveles de lectura, en el que el héroe Arjuna es instruido por Khrisna sobre el combate que tiene que librar contra sus enemigos (sus egos) , y la forma de derrotarlos para alcanzar la inmortalidad (en la imagen, Krishna dirigiendo a Arjuna en el campo de batalla).

En uno de los capítulos más importantes del Bhagavad Gita, por encontrarse en él todo el sentido de la obra, se hace una descripción del árbol sagrado Asvattha. La versión de este capítulo que presento, perteneciente a la edición de Consuelo Martín (Trotta, 2002), viene acompañada de los comentarios de Sánkara ( s. VII), ayudando con ello a descubrir su profundo simbolismo cosmológico, encontrándose en él la imagen arquetípica del axis mundi o eje del mundo, comunicador entre el cielo y la tierra presente en tantas tradiciones y por el que ascendiendo por sus diferentes niveles de conocimiento, o grados del Ser, se irá tomando conciencia de "El espíritu supremo".


Capítulo XV
El espíritu supremo (Purusottama)


"Como el efecto de las obras de los que realizan actos y deberes religiosos y el efecto de las obras de los que van por el camino de la sabiduría están a disposición mía, aquellos que me adoran siguiendo la vía devocional, una vez que han transcendido las cualidades por grados que conducen a la iluminación, llegan a la iluminación por mi gracia". No se dice, pero se sobreentiende, que aquellos que han descubierto la realidad de su propio Ser llegan allí. Por eso, aunque Arjuna no pregunte, Krishna dice: "Con las raíces hacia arriba..." con intención de hablar sobre la realidad del Ser.Y aquí, con objeto de que surja el desapasionamiento, describe la naturaleza real del mundo mediante la imagen de un árbol. Porque sólo es digno de descubrir la verdad de Dios quien está ya desapegado del mundo. Por eso...

1. Krishna, el señor, dijo: Se habla de un árbol eterno que tiene hacia arriba las raíces mientras sus ramas se hunden hacia abajo y sus hojas son los Vedas.

Esto concuerda con el texto upanisádico: "Tiene sus raíces hacia arriba y sus ramas hacia abajo" (Ka. Up. II, 6, 1). También lo encontramos en el Purana: "Brota de la raíz como lo inmanifestado, crece por la potencia del mismo Uno. Y tiene una gran inteligencia como tronco mientras los huecos son las aperturas de sus órganos. Los grandes elementos son sus ramas, y tiene a los objetos percibidos como sus hojas. El bien y el mal son sus bellas flores y la felicidad y el sufrimiento los frutos que sostiene. Este árbol eterno dirigido por Brahman es el ámbito existencial de todas las criaturas. Es en verdad el asiento de Brahman. En él habita por siempre".
Una vez derrivado y partido este árbol con la gran espada de la Verdad, se alcanza la plenitud del Ser y ya no se vuelve de allí (Mbh. As. 47, 12-15).
El árbol tiene sus raíces hacia arriba y está formado por la ilusión de la existencia mundana, que tiene sus ramas dirigidas hacia abajo, el principio del "yo", los elementos sutiles, es como si fueran sus ramas. Por eso tiene sus ramas hacia abajo. Ese árbol con sus rama hacia abajo no dura ni siquiera hasta mañana.
Por tener una existencia sin principio de tiempo, este árbol del universo es imperecedero. Se le conoce como el que mantiene la serie sin principio ni fin de los cuerpos. Se le llama el imperecedero.
Así como las hojas protegen al árbol, así lo Vedas protegen el universo. Porque revelan lo que es bueno o malo y sus causas y efectos. Y no existe nada fuera de este árbol del universo con sus raíces, ni siquiera un ápice de alguna otra cosa queda por conocer al conocerle. El que comprende el sentido, el propósito de los Vedas, lo conoce todo. Por eso, el Señor, Krishna, alaba el conocimiento (sobre el significado) del árbol y sus raíces. Se presenta a continuación otra imagen de otras partes del mismo árbol:

2. Las ramas de ese árbol se extienden arriba y abajo alimentadas por las tres cualidades (gunas) y con los objetos sensoriales como yemas. En cuanto a las raíces, cuya continuación son las acciones, penetran abajo en el mundo humano.

Desde el creador hasta el Dharma estarían "en concordancia con su mundo y conforme su conocimiento de la verdad" (Ka. Up. II, 2, 7). Esas ramas son el resultado del (nivel de) conocimiento de la verdad y de las obras. Los objetos de los sentidos es como si brotaran, como nuevas hojas, de las ramas (los cuerpos y demás), que son el resultado de las obras. Por eso se dice que las ramas tienen como yemas los objetos sensoriales.
La raíz suprema, la causa material del árbol del universo se ha prsentado ya. Y ahora se presentan las impresiones latentes de atracción y expulsión, nacidas de los resultados de las obras, que son como raíces secundarias que crecen después y llegan a ser causa del involucrarse en lo correcto y lo incorrecto.

3. Aquí, entre los humanos, no se percibe su forma, ni dónde termina ni donde comienza o continúa. Cuando se ha cortado este árbol profundamente enraizado con la espada del desapego...

No se percibe la forma porque es como un sueño, como el agua en un espejismo, es ilusoria como una ciudad imaginaria vista en el firmamento, que se destruye tan pronto como se ve. Nadie considera que llega a existir a partir de un determinado momento. Su continuidad, su estado intermedio, tampoco lo percibe nadie. Con la fuerza de una mente que se dirige al Ser supremo, y se ha afilado en la piedra de la práctica constante del discernimiento, con la espada del desapego se corta ese árbol. Se refiere a la posibilidad de salir del deseo por la progenie, la salud y los mundos mediante esa espada.

4. Se debe buscar aquel estado de donde no se vuelve jamás: Me refugio en aquel espíritu primordial de quien ha surgido este eterno proceso de manifestación.
5. El sabio que está libre de orgullo y falsedad, el que ha conquistado el mal de la identificación y vive siempre dedicado a lo espiritual, liberado por completo de los deseos, y de los opuestos placer y dolor, alcanza ese estado imperecedero.
6. Ni el sol, ni la luna, ni el fuego pueden disminuir Aquello. Es mi suprema morada y quien llega a ella no regresa mas.

Se presenta una objeción: Se ha dicho: "quien llega a ella no regresa más". ¿No es algo sabido que todo lo que va acaba por retornar y que a las uniones les siguen las separaciones? ¿Cómo se dice aquí que no hay regreso para los que llegan a esa morada?
Respuesta: Escucha la razón de eso:

7. En realidad una parte de mí mismo se convierte en el Ser individual eterno en la región de los seres vivientes y atrae hacia sí los sentidos y la mente que habitan en la naturaleza.

Como el sol (al reflejarse) en el agua es una parte del sol (real) y va hacia el mismo sol, sin retornar cuando el agua, la causa del reflejo se elimina, así también esa parte está unida con el mismo Ser. Como el espacio encerrado en una vasija, delimitado por las formas añadidas, como la de un cuenco, al ser una parte del espacio, no vuelve después de haberse unido a él cuando la causa ( de la limitación), la forma de cuenco, por ejemplo se destruye. Y por eso se ha echo la correcta afirmación: "Quien llega a ella no regresa más".
Alguien pregunta: ¿Como puede tener partes o miembros el Ser que es indiviso? Si tuviera miembros cabría la posibilidad de ser destruido al desmembrarse.
El vedantín responde: No hay problema. Porque sus fragmentos, que son limitaciones añadidas, surgen de la ignorancia que imagina que tiene partes (lo que no la tiene).

8. Cuando el Señor abandona o asume un cuerpo, se los lleva consigo, como la brisa se lleva consigo el aroma de las flores.
9. Al dirigir los oídos, los ojos, la piel y la lengua, las fosas nasales e incluso la mente, experimente los objetos.
10. Los que están confundidos por las ilusiones no le ven cuando abandona su cuerpo, cuando permanece en él o cuando experimente algo o está identificado con las cualidades (gunas). Sólo le ve el que tiene el ojo de la sabiduría.

El que está identificado con las cualidades, con la felicidad, con el sufrimiento y la ilusión, aun cuando, bajo esas condiciones, intensifique mucho su nivel de percepción, las personas que están confundidas con distintas ilusiones porque sus corazones o intelectos están fuertemente atraídos por las experiencias de los objetos visibles o invisibles, no lo ven. Y Krishna, el Señor, acaba diciendo: ¡Cuánto sufrimiento ocasiona esto! Los que tiene una comprensión intuitiva que surgió a partir de los medios válidos de conocimiento, es decir, los que tienen una clara visión, lo ven.

11. Los yoguis que son diligentes en su práctica lo ven en sí mismos. Mientras los que no tienen discernimiento y les falta auto-control no pueden verlo aunque se esfuercen.

Para explicar lo omnipenetrante del estado (del imperecedero, del que no regresa) y el hecho de ser el sustrato de todas las metas empíricas, Krishna habla, en resumen, en los siguiente cuatro versos de la manifestación divina de ese estado que la luz del fuego, o del sol, no ilumina, aun cuando ellos iluminan todas las cosas, del estado que una vez alcanzado por los apirantes a la liberación ya no tiene retorno a la existencia mundana, del estado en el que los seres individuales según su identificación con los diversos límites añadidos son partes, como los espacios encerrados en la vasija son partes del espacio total.

12. Reconoce que la radiante luz del sol que ilumina el universo entero, la luz de la luna y la del fuego es mi propia luz.

La luz que es conciencia, que está en el sol, en la luna y en el fuego, has de saber que es mía. Me pertenece a mí, a Dios, Vishnu. El objetor dice: ¿No es cierto que la luz que es conciencia está lo mismo en lo animado que en lo inanimado? Siendo así, ¿a qué viene el mencionar en particular la "luz del sol..."? No hay tal problema, dice el vedantín, porque a causa de la amplitud de la armonía (sattva) puede darse la amplitud (de la conciencia). Como en el sol la cualidad de (sattva) puede darse la amplitud (de la conciencia). Como en el sol la cualidad de sattva es evidente, es muy brillante, se da también en él más luz, más conciencia. Y por eso se menciona en especial. Pero eso no quiere decir que sólo allí se encuentre la conciencia en amplitud. Lo mismo que en la experiencia habitual un rostro, aun estando en la misma posición, no se refleja en la madera o en la pared sino en un espejo, pues se refleja según el grado de transparencia, así sucede aquí.

13. Y al penetrar en la tierra mantengo a todos los seres con poder y alimento a las plantas transformándolas en el Soma que es su savia.

Mantengo los seres del mundo con poder, el poder de Dios que está libre de pasión y de apego y que penetra en la tierra para mantenerla, el poder por el cual la tierra no cae ni se desmorona. Hay un verso que dice lo mismo: "(Aquello) por lo que el cielo se hace poderoso y la tierra firme" (Tai. Sam. IV, 1, 8, 5) y "Él mantiene la tierra" ibid., IV. 1, 8, 3). Por tanto es correcto lo que se ha dicho: "Al penetrar la tierra mantengo los seres animados e inanimados". El Soma son todos los jugos, es la fuente de todos ellos. Y alimenta a todas las plantas infundiéndoles su propio jugo en todas ellas.

14. Bajo la forma de Vaisvanara (el que surge del fuego) resido en los cuerpos de los seres vivientes y junto con la expiración (al respirar) llevo a cabo la digestión de las cuatro clases de alimentos.

Se menciona esto en textos upanisádicos como : "El fuego que está dentro del hombre y digiere el alimento comido es Vaisvanara " (Br. Up. V, 9, 1). Los cuatro alimentos son los que se mastican, chupan, lamen y beben. El que come es el fuego llamado Vaisvanara y lo comido es el alimento, Soma. El que ve todo lo que existe como fuego y Soma no es afectado por la impureza de los alimentos.

15. Yo habito en los corazones de todos los seres. En mí tiene su origen la memoria y el conocimiento y también la perdida de los dos. Yo soy el único que se ha de conocer mediante los Vedas, soy el autor de la filosofía vedanta y el conocedor de los Vedas.

El conocimiento y la memoria de esos seres que realizan buenas obras; y lo mismo sucede con la pérdida, el deterioro de la memoria y el conocimiento de los que llevan a cabo malas obras que vienen a mí según estas obras. Soy el creador del Vedanta, es decir, el origen de la escuela tradicional de enseñanzas del Vedanta; y yo soy el conocedor de los Vedas, el conocedor de estas enseñanzas. En el verso que se refiere a: "... la radiante luz del sol" (v. 12) se ha afirmado con certeza la majestad de Dios, el Señor llamado Narayana, que surge a partir de especiales limitaciones añadidas. Aquí en los versos que vienen a continuación, se trata de determinar la naturaleza real de el mismo Dios como Incondicionado y Absoluto, distinguiéndole de las limitaciones añadidas, es decir, de lo perecedero y lo imperecedero. En este sentido, y tras dividir en tres partes las enseñanzas de los capítulos precedentes y siguientes , dice Krishna:

16. Hay dos principios en el mundo: el de lo perecedero y el de lo imperecedero. Todos los seres son perecederos. Sólo al Indiferenciado se le llama Imperecedero.

Dios, llamado también Maya, es la semilla del principio perecedero. Y aquello que es receptáculo de las impresiones, los deseos y las acciones de los innumerables seres que transmigran es el principio imperecedero.

17. Pero hay otro principio diferente, el Espíritu supremo conocido como el Ser trascendente, el Dios eterno que interpenetra los tres mundos y los sostiene.

Los tres mundos: Bhuh (la tierra), Bhuvah (el espacio intermedio) y Svah (el cielo) son sostenidos por él con sólo estar presente en su propia esencia. Es el eterno, el creador (Ishvara), el omnisciente Ser llamado Narayana, en esencia Dios. Esta manera de nombrarle: "El Espíritu supremo" de Dios, es muy conocida. Cuando se muestra, el hombre tiene la capacidad, por su significado etimológico, de que Dios se revele él mismo como si dijera: "Yo soy Dios, el que no puede ser superado".

18. Al transcender lo perecedero y estar por encima de lo imperecedero, soy conocido en el mundo y en los Vedas como el Espíritu supremo.

Estoy por encima de lo perecedero y lo imperecedero, y por encima de la ilusión, de Maya, que se llama árbol del universo y es la existencia en el mundo. Los religiosos me conocen así y los poetas utilizan también este nombre, Purusottama, en sus poesías. Ellos me glorifican con ese nombre. Aquí se presenta el efecto que obtiene quien conoce el Ser tal como se ha descrito:

19. Aquel que, libre de ilusión, me conoce como el Espíritu supremo, lo conoce todo, y en todo me adora con el ser entero, ¡oh vástago de los Bharata!

"Lo conoce todo", conoce todas las cosas por auto-identificación con la totalidad, es decir, se vuelve omnisciente, y me adora en todas las cosas, con todo su ser, contemplándome con su mente como el Ser de todo. Una vez presentado en este capítulo el conocimiento sobre la verdadera esencia de Dios que tiene como fruto la liberación, se le alaba en el siguiente verso:

20. Te he revelado, ¡oh impecable!, la más secreta de las escrituras. Quien la comprende llega a ser sabio, y con ella culminan todas sus obras, ¡vástago de la dinastía Bharata!

Aunque el Bhagavad Gita como un todo se considera como "escritura", sin embargo este capítulo hace referencia a ello y es para alabarlo, como se evidencia por el contexto. Porque no sólo se presenta en este texto el sentido completo de la escritura sino que además aquí está comprendida por completo la finalidad de los Vedas. Y se ha dicho: "... El que toma conciencia de esto conoce los Vedas" (v. 1) y "... Yo soy el único que se ha de conocer mediante los Vedas..." (v. 15). El sentido es que cualquier cosa que un Brahman tenga que hacer por su nacimiento queda cumplida al conocer (descubrir) la realidad de Dios. Y esto quiere decir que nadie culmina sus obras, sus deberes de otra manera. Y se ha dicho: "Hijo de Pritha, toda acción en su totalidad culmina en el conocimiento de la verdad" (IV, 33). Manu dice también: " Esto es en realidad el cumplimiento final de cada brahman. Porque sólo cuando "el nacido por segunda vez" lo alcanza tiene cumplido sus deberes, y no de otra manera" (Ma. Sm. 12, 93).
Al haber escuchado la verdad que te he revelado sobre la Realidad suprema, has alcanzado tu meta, vástago de la dinastía Bharata.

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Feliz 2010