Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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sábado, 28 de mayo de 2016

Emblemas del laberinto


El mundo como laberinto
Girolamo Rusucelli, Le imprese ilustri (1584)


"Nadie sabe qué mundo multiforme o qué multiplicada muerte llenan el laberinto. Tú tienes el tuyo, poblado de desoladas agonías".

 Julio Cortázar, Los Reyes



El simbólico laberinto está muy presente en los emblemas de los siglos XVI y XVII, siendo ocupado su centro en la mayoría de ocasiones por el  centauro en lugar del Mínotauro del mito griego original protagonizado por Teseo y Ariadna. Época de convulsiones y grandes cambios que daría paso al mundo moderno, también será el hombre el que aparece sólo en el centro o deambulando por sus senderos, imagen de la confusión y de los peligros por sortear en su recorrido por la vida terrena. 
Veamos algunos ejemplos en un intresante ensayo publicado por la revista Janus dedicada a estudios sobre el siglo de oro.



Celar, mostrar, desvelar...: estrategias
de remodelización verbovisual en la emblemática áurea
(fragmento)
por 
Giuseppina Ledda


(...) La tradición generalmente respeta el núcleo duro del mito: el Minotauro, sujeto primario encarcelado en la compleja arquitectura ideada por Dédalo, Teseo y el hilo de Ariadna que le ayuda a no perderse...

http://www.palomanavarreteoficial.com/images/blog/javiernavarrete/laberinto/Teseo.jpg
Baccio Baldini, Teseo recibe el hilo de Ariadna (1465)


En el empleo metafórico de la emblemática barroca se añaden variantes, detalles, atributos o motivos secundarios, a menudo cambiando papel y disposición: el bastón de Teseo, el hilo de Ariadna, el barco de Teseo se desplazan o son sustituidos; el árbol de amor aparece ocupando el centro o la periferia. Así que el lector, aun reconociendo el mito en su conjunto e intuyendo el significado más general – la pérdida del centro y de la orientación, la iniciación – , ha de interrogarse sobre los detalles y atributos que, en su desviación, vehiculan el mensaje que el emisor desea transmitir. El reconocimiento del camino que en el espacio cerrado lleva al centro requiere silencio, prudencia y astucia. En las ediciones de los epigramas de Alciato (2003: 27), sucesivamente enriquecidas con los grabados que dieron vida al género, se divisa tan solo el signo primario: el Minotauro. El mito no se presenta integralmente: el edificio no aparece. En primer plano, en un estandarte, el hombre lleva un bastón en la mano derecha; cruza su cuerpo la inscripción SPQR (Senatus Populusque Romanus).

 http://www.emblems.arts.gla.ac.uk/alciato/images/pic_l/A91a012.jpg
 Alciato, Emblematum Liber. Emb. XII


El lema “Non vulganda consilia” (que los secretos no deben divulgarse) recuerda que el Capitán tiene que guardar el secreto de sus consejos, al igual que la estructura de Dédalo había escondido al monstruo Minotauro.
En el espacio icónico de una empresa que Ruscelli ( 1584: 383 ) dedica a Consalvo Pérez, secretario de Carlos V y de Felipe II, aparece la representación del Minotauro, en figura de centauro, encerrado y escondido en el centro del laberinto; señal de oportuna censura, el dedo índice de la mano izquierda le cierra los labios.

Girolamo Rusucelli, Le imprese ilustri (1584)


El mote anuncia: "en silentio et spe” (en silencio y esperanza) (Isaías, 30, 15). La fuerza y la astucia del toro aluden a la prudencia del hombre de estado que tiene que guardar los secretos en los negocios del gobierno. En el interesante legado de Antonio Pérez (1625), secretario de Felipe II, culpado de traición de la Sacra corona y del asesinato de Juan de Escobedo (colección de relaciones, cartas, acotaciones marginales, copia de papeles varios, en parte atribuidos a la pluma del tal vez inexistente Rafael Peregrino), el autor incluye cuatro emblemas. Nos interesan los dos en los que domina la representación del laberinto. Encabezan el párrafo preliminar que lleva el título “La pluma arrojada a los curiosos”. Con sentido en parte coincidente con el de Ruscelli, en el emblema a la izquierda sitúa el Minotauro en el centro de un laberinto cerrado (han desaparecido Teseo, el bastón y el hilo), para significar que, a pesar de la confusión de las prisiones, guarda la esperanza de salir libre, promete la constancia en el silencio.


 Antonio Perez, Retrato al vivo del natural de la Fortuna (1625)


En el laberinto a la derecha una variante (las murallas que limitan los caminos están hechas pedazos), la mano dirigida al cielo en señal de protesta y de esperanza de justicia divina. El mote sentencia: “Usque adhuc”.
Antonio de Lorea en el David pecador ( 1674 ) reproduce el tema del Centauro en el laberinto; para escarmiento del pecador empedernido; representa su confusión en el tortuoso recorrido de la vida terrena.

 Antonio de Lorea, David pecador (1647) "De abismo en abismo"


(...) En los Emblemas morales, Sebastián de Covarrubias (1591: emblema XXXI) en la invariante del edificio aporta la variante del protagonista que suele habitarlo: desaparece el Minotauro sustituido en una singular mise en abîme por el cortesano, destinatario de la empresa. Al igual que las falsas vías del inescrutable edificio atraen y no dejan salir, así las promesas del mundo engañan y ocultan la recta vía.

 Sebastián de Covarrubias, Emblemas morales (1591)


El referente es convocado directamente sin recurso a la metamorfosis metafórico-alusiva, el autor no establece una relación de analogía y similitud: un cortesano representa al cortesano. (...)
Paolo Aresi ( 1649 ) aporta otra interesante variación. Con el lema “a vituperio del mundo” presenta en el emblema XXXI en el centro del laberinto un árbol, firmemente arraigado al suelo. El signo, es notorio, deriva de las empresas de amor, sirve en este caso para demostrar la dificultad o imposibilidad del pecador empedernido de salir del laberinto del mundo.

Paolo Aresi, Imprese sacre (1649)


(...) Otro de los motivos más frecuentes en los laberintos emblemáticos es el del mundo=laberinto en el que el alma humana puede perderse o salvarse con la ayuda divina. La afirmación es antigua y moderna: el mundo es un caos con encrucijadas tortuosas que se abren al viandante y al mismo tiempo le niegan el paso. Luca Contile ( 1574: 94v ) dedica una empresa a Giulio Beccaria en la que el signo dominante es el globo terrestre en forma de laberinto. En el cielo una estrella ilumina y el mote enuncia “Hac duce egredias” (sigue a esta guía): el alma humana puede salvarse y salir de los caminos del pecado con el auxilio de la gracia divina.

 Luca Contile, Ragionamento di Lvca Contile...(1574)

En el grabado se aprecia una riquísima orla, que ya no se limita a ser marco, “fuera de texto” con función decorativa: dos figuras contrapuestas insisten en repetir el mensaje cifrado en el cuerpo: la una dolorosa, con la mirada al suelo, desesperada por no haber hallado la justa vía, la otra alegre mirando al cielo.
El ejemplo más logrado y más asequible sobre este tema (merece ser citado pese a que, a diferencia de los precedentes, aquí la exhibición y la locuacidad vencen la esencialidad) lo ofrece Herman Hugo ( 1624 ) en los Pia desideria. Investida de una función religiosa – dedicada al tránsito por la vida terrena y a la salvación o condena del alma – la imagen aprovecha y sustituye los elementos del laberíntico mito enriqueciéndolos.

Herman Hugo, Pia Desideria


La dinámica desplegada del andar por un camino tortuoso ya no es exclusivamente centrípeta o con salida periférica, se establece una relación bajo - alto, de recorrido horizontal y vertical (la montaña y la torre). En el laberinto el alma humana, en figura y traje de peregrin o (¿o de peregrina?) con cayado y zurrón a la espalda, transita e intenta salir de los intrincados recuadros de la ingeniosa arquitectura, dirigiéndose hacia la torre - roca del cielo. Los muros que marcan el recorrido son elevados y en este caso el alma debe recorrerlos en la parte alta, así que los peligros que se le presentan son dos: caer en la parte baja o no hallar la vía de salida. En las tortuosas vías se notan dos individuos en el acto de caer, mientras un ciego guiado por un perro, que representa la confianza en Dios, halla la vía de la salvación. En la roca dos peregrinos intentan subir, pero uno de los dos cae. A lo lejos se divisan en las aguas del mar dos barcos guiados por un una luz encendida en la parte más alta. Desde una torre elevada en la cumbre de una montaña un ángel ha lanzado una cuerda al peregrino. El lema es un pasaje de los Salmos “Utinam dirigantur viae meae ad custodiendas iustificationes tuas” (¡Ojalá fuesen dirigidos mis caminos para observar tus estatutos!) (Ps, 119, 5).

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Lecturas:

Giuseppina Ledda, Celar, mostrar, desvelar...: estrategias de remodelización verbo-visual en la emblemática áurea. Revista JANUS, estudios sobre el siglo de oro nº 4 (2015)


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jueves, 19 de mayo de 2016

Alquimia en el cristianismo medieval


"Entonces ví una formación gigantesca, redonda e imprecisa. Hacia arriba se hacia más fina, como un huevo(...). Su capa exterior parecía tener un fuego luminoso (empyerum). La membrana que tenía debajo era sombría. En el fuego claro flotaba una bola de fuego rojiza y chispeante (el sol)". Bajo la sombría membrana, ella ve la zona del éter con la luna y las estrellas, y debajo de ellas, una zona evanescente que ella llama "membrana blanca" o "aguas superiores".

Hildegard von Bingen, Scivias (Códice de Rupersberger), s. XII

 
Esta entrada se publicó originalmente en febrero de 2010 (Nota de Fragmentalia)



Victoria Cirlot, en su interesante ensayo Hildegard Von Bingen y la tradición visionaria de Occidente, hace una reflexión sobre la falta de una teoría de la imaginació en el Occidente europeo, causa según ella, por la que las experiencias visionarias han carecido de un marco de comprensión. Los primeros intentos para desentrañar el universo de los simbolos que aparecen en esa tradición visionaria, fue llevada a cabo por el grupo Eranos, entre los que destaca Henry Corbin. Este, en su viaje por tierras orientales, encontró la llave que permitiera abrir el cofre del tesoro. Irán, encrucijada entre el antiguo zoroastrismo, el neoplatonismo y el islam chiita, le posibilitó comprender la realidad del mundo imaginal y angélico, también presente en la cultura europea aunque huerfano de un discurso teórico. Victoria Cirlot reclama aplicar la hermeneútica corbiniana, dirigida a textos de Avicena y Sohrawardi, a la obra de Hildergar von Bingen, accediendo así a una lectura por la que descubrir la dramaturgia transformadora del alma expresada en su obra, proceso de transmutación que también podemos encontrar proyectado en los textos e imágenes de los tratados sobre alquimia.
En la imaginería del cristianismo medieval podemos ver la figura del huevo cósmico visualizado por la mística Hildegard de Bingen. En su obra Scivias, la Santa describe al mundo como un huevo cósmico, subrayando la idea de una totalidad como algo orgánico y vivo, en crecimiento. "Dios concibió al mundo como único ser viviente, una totalidad en la que el todo penetra cada una de sus partes".
 Matila c. ghyka dice en su imprescindible libro El número de oro: "Una tercera cadena de transmisión de las ideas pitagórico-platónicas, y en especial del principio de correspondencias entre el "Mundo grande y el pequeño" es filial de lo que podría llamarse el platonismo monástico, o aún benedictino. Igual que para la arquitectura, el mundo árabe es el que procura al Occidente cristiano el contacto con Platón y el esquema de correspondencias de Timeo.(...) La monja benedictina Hildegarda de Bingen (1098-1179), abadesa de Ruperstberg (Santa Hildegarda), cuyos dos manuscritos han llegado hasta nosotros (Scivias y Liber divinorum operum simplicis hominis), nos describe sus visiones cosmogónicas. En una de sus extraordinarias ilustraciones aparece el hombre desnudo, en el centro del Universo planetario, al que lo unen radios que se entrecruzan en un polígono estrellado (más abajo se encuentra reproducida). La abadesa alsaciana Herrade de Lasndsberg, contemporánea de santa Hildegarda, nos muestra igualmente en una miniatura de su Hortus delicarum, a un hombre desnudo llamado microcosmus unido por rayos a un macrocosmos circular. Son los precursores de los microcosmos pentagramáticos de Agripa y de Paracelso. Sabemos, además, que el maestro de Paracelso y de Agripa, el abate Tritemo de Sponheim, estudió atentamente los escritos de Hildegarda, muchas de cuyas expresiones pasaron textualmente a los escritos de sus discípulos".

Tanto Scivias como Liber Divinum Operum no trata propiamente sobre alquimia, pero podemos reconocer que las miniaturas que las ilustran, inspiradas en los relatos de las visiones de Santa Hildegard, acompañan perfectamente un texto sobre esa materia como el que a continuación dejo. Es el capítulo titulado "La alquimia", perteneciente al hermoso ensayo Iniciación a la simbología románica, de la investigadora francesa Marie-Madeleine Davy.
Las imágenes que he intercalado, y que no aparecen en el original, proceden del códice Rupertsberg s. XII, y del códice de San Ruperto, s. XII. Las notas que las acompañan proceden de Alquimia & Mística editada por Taschen, y Hildegard von Bingen y la tradición visionaria de Occidente, editada por Herder.

Además de la imagen del huevo, la rueda es para Santa Hildegarda el símbolo más adecuado para explicar el funcionamiento del plan macrocósmico. Al igual que el mundo, la divinidad es completamente redonda como una rueda, movida por el amor. El estrato igneo exterior de la ira divina solidifica el firmamento para que no se desparrame, el éter suscita su movimiento, la región del aire acuoso lo humedece, los vientos en forma animal lo mantienen en rotación y las diferentes capas del aire hacen reverdecer la tierra, representada aquí como eje de la ruedacon los radios de las cuatro estaciones del año y las cuatro partes del cosmos. Liber Divinorum Operum
 

La alquimia
por
Marie-Madeleine Davy



 En la Edad Media la alquimia no sólo concernía a la química teórica y práctica, el arte de hacer oro, sino también al tratamiento de los vidrios, las perlas y las piedras preciosas, a ladestilación de los perfumes y alcoholes, a la fabricación de los polvos y los ungüentos y al tinte de los tejidos. La obra del monje Teófilo que data de finales del siglo X, Schedula diversarum artium, trata de los metales y contiene una enseñanza relativa a la fabricación de los objetos sagrados como copones y campanas. Los testimonios más antiguos remontan la alquimia a Egipto, y sin embargo el Occidente medieval tomó contacto con esta ciencia a través del pensamiento árabe. Tras la partida de los árbes de España, los traductores intentaron estudiar -particularmente en Toledo- los abundantes manuscritos árabes que concernían a la alquimia y la medicina. Entre los traductores habría que citar a Gerardo de Cremona, y a Gundissalinus, aunque los grupos de alquimistas fueron más florecientes en España debido justamente a la aportación de los árabes. Así, el Tratado de los alumbres y las sales, que data de finales del siglo XII y que se atribuye a Ibn Râzí, ejerció gran influencia en la alquimia medieval.
Pero no sólo se trata de una ciencia física o química. En la alquimia, se tiene además en cuenta el significado de los metales, que se inscriben en una escala de valores comparable a la doctrina de Hesíodo sobre las edades de la humanidad. Así en el Ars lectoria, compuesto en 1086 por el gramático Aimeric, la literatura cristiana se divide en cuatro clases: 1.º aurum: authentica; 2.º argentum: hagiographa; 3.º stagnum: communia; 4.º plumbum: apocripha. Los escritores cristianos y paganos se sitúan igualmente en orden decreciente, correspondiendo así a los distintos metales. Pero de hecho, Aimeric propone en realidad una opinión corriente, pues esta escala de valores ya se hallaba expresada en el libro de Daniel (II, 32), a propósito de la famosa estatua del sueño del rey Nabuconodosor, que tenía la cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el bientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro, y los pies por último en parte de hierro y en parte de arcilla. Los alquimistas medievales concebían su obra teniendo en cuenta el valor simbólico de los metales, conociendo para ello los múltiples sentidos presentes de los símbolos.
Por lo demás cualquier símbolo es polivalente, debido a la polivalencia de niveles en los que es recibido por el sujeto. Gracias al símblo, el hombre es conducido a lo real. Se trata por tanto de un proceso iniciático consistente en una especie de alquimia que tiene diferentes etapas, incluyendo por ejemplo la mística y la gnosis. La transmutación desemboca en una total transfiguración, esto es, lo esencial del arte real (ars regia). El ser descubre el elixir de la vida, y en cuanto lo encuentra para sí, lo utiliza para cambiar el mundo, es decir, para salvarlo.

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 Las relaciones entre la búsqueda alquímica del oro y la purificación ascética han sido estudiadas a menudo. Del mismo modo que el oro es material "maduro", la realización espiritual corresponde a una madurez. Mircea Eliade ha mostrado la relación entre el alquimista y el yogui. Éste busca en efecto "la perfección del espíritu", la liberación, la autonomía, y el "cuerpo de diamante" de los Vajrâyanistas guarda por cierto un claro parecido con el cuerpo glorioso de la cultura occidental.
El oro simboliza el cuerpo resucitado y, según Alano de Lille (en su Anticlaudianus), el hombre nuevo prepara el advenimiento de la edad de oro. Guillermo de Saint Thierry habla también del esbozo, aquí, en la tierra, de ese cuerpo glorioso que quedará realizado por completo en la vida futura. También hace alusión al "lenguaje angélico" que sirve de comunicación a los sabios, cuyo cuerpo glorioso está ya realizado en el plano terrestre. Así, cuando cita los siete grados del alma en la contemplación de la Verdad, Guillermo dice que el séptimo ya no es un grado sino una morada, por lo que el cuerpo de resurrección se encuentra ya realizado.(...)

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 Así, el ser que todavía no ha "nacido" se encuentra rodeado de un caparazón que lo aísla de su principio, y que por ello le impide unirse a la creación. En efecto, si el hombre no renuncia a sí mismo, queda separado de la vida. El vae soli de la Escritura puede sin duda aplicarse al ser desprovisto de sentido cósmico y reducido a los límites de su cuerpoo físico.El aspecto cosmológico del hombre hace posible la apertura de fisuras en el cascarón que rodea a cada ser y que lo enclaustra respecto a todo cuanto no es él. Pero este caparazón es a la vez una prisión y una armadura. La alquimia espiritual, al arrancar ese caparazón, suprime las compartimentaciones inherentes al amor propio y a la dureza del corazón. Así, el ser cuyo caparazón se quiebra, se abre con ello a la divinidad, en su realidad con los demás y consigo mismo, participa en la vida cósmica y la comparte.
La alquimia procede por lo demás de manera sutil, empleando disciplinas muy precisas que aplica al microcosmos. Bajo el efecto de los ejercicios apropiados, el caparazón, pese a su dureza, se licua. Así, el ser puede unirse con toda la creación. Si todo se convierte en oro, es porque el hombre está creado a imagen del Creador; el puente establecido entre sujeto y objeto ha sido formado por el mismo ordenador del universo. Claro que hay otros modos de interpretar el símbolo alquímico, pero la que aquí proponemos es seguramente la esencial.
El milagro de la alquimia corresponde a la naturaleza fundamental del hombre, la de coincidir de manera viva y absoluta con todo lo que existe. La operación alquímica marca dicho paso, introduciéndose en una dimensión de orden universal. Debido a ello, dicha operación suprime el aislamiento. El muro que separa al hombre de la creación se vuelve fluido, y ya no hay frontera, lo que no implica que el ser se disuelva en lo otro, sino que, al contrario, se convierte en sí mismo, en el seno de una verdad metafísica que antes le era por completo desconocida. Sólo queda abolida la distinción egocéntrica, es decir, la existencia separada, y por lo mismo se crea una especie de transparencia. El ser participa en la universal orquestación con su color, así como con su nombre y con el sonido que le es propio.

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgj9Nv0pqOtftbftgolgH6hZ2Ev-4cHjuYTFIwfohFeduvlTbXe6YdKlcgCvbWNYwDHJ7Rh8Z5Dt-rmEgBxZ50vLXba6gPObguff3ihSf3g46lGMw7eEWL9W1K9OnB2G2yh62pvBZn22zQ/s320/dreifaltigkeit.jpg Representación de la Trinidad como Unidad verdadera. "Después vi una luz muy esplendorosa (serenissimam lucem)(el Padre) y, en ella, una forma humana del color del zafiro (sapphirini coloris)(el Hijo), que ardía entera en un suave fuego rutilante (rutilante igne)(Espíritu Santo). Yesa esplendorosa luz inundaba todo el fuego rutilante, y el fuego rutilante, la esplendorosa luz; y la esplendorosa luz y el fuego rutilante inundaban toda la forma human, siendo una sola luz en una sola fuerza y potencia." Scivias.

 Según el simbolismo alquímico, ¿estará cualquier ser capacitado para tal transmutación? La respuesta es afirmativa, ya que la analogía entre le microcosmos y el macrocosmos se liga con el estado original. Pero en el plano concreto existen disposiciones de orden accidental que hacen muy dificil la operación alquímica. El consentimiento del sujeto es necesario. El ex opere operato, cuya realización vemos en la materia, no conviene al hombre, sino que éste debe dar su asentimiento. De ahí resulta que sólo un corto número de hombres alcancen la transfiguración; además muy pocos lo desean.

La simbología alquímica y cosmológica concierne a la materia que sufre una mutación. Podríamos hablar exactamente de una asunción de la materia.(...)
Si por ejemplo la mirada se posa sobre un paisaje que está cubierto de sombra, o iluminado por el sol, la reacción del observador es rigurosamente diferente, ya que su visión no es identica. Sin embargo no hay variedad en el objeto, sólo la percepción difiere. La contemplación de la naturaleza sin ligarla con su Creador hace aparecer una naturaleza abandonada así misma. En cambio si dicha naturaleza es contemplada en Dios, es decir, si el hombre la percibe en su verdadera filiación original, entonces "el ojo del corazón puede ver oro en el plomo y cristal en la montaña". En este caso tenemos la transfiguración cósmica, y la transfiguración es ciertamente menos asombrosa en la materia que en el plano espiritual. Por un lado es el despertar del oro en una materia que no tiene conciencia de ello , y por otro el despertar de una presencia dormida.
Según Boecio, sólo las cosas que tienen como objeto común una misma materia pueden ser mutuamente intercambiadas y transformadas.
Guillermo de San Thierry, al estudiar la transmutación de la naturaleza y de las formas, observa que dicha transmutación sólo se opera en la medida en que las naturalezas actúan unas sobre otras y que reciben la una de la otra. Existen cuerpos que no se pueden transformar en otros cuerpos, por ejemplo "el bronce en piedra o la piedra en hierba", ya que no hay en ellos "materia comun". Pero existen otros que sí poseen esta comunidad de materia, y así actúan uno sobre otro, se amasan uno con otro, hasta el punto de mezclar "sus cualidades" y que uno absorba al otro: "la cualidad de uno queda destruida con la del otro". Si se vierte vino en el mar, sigue diciendo Guillermo, el vino no se mezcla con el mar, sino que se diluye en el mar, precisamente porque la cualidad de éste nada recibe de la del vino, debido a su inmensidad, y porque en realidad el mar en su inmensidad, ha cambiado en sí mismo la cualidad del vino.
Siguiendo con su estudio y considerando la eucaristía, Guillermo observa que el cuerpo de Cristo tiene con el pan una común base material, ya que su cuerpo ha podido ser engendrado y morir. Por el hecho de que el pan tiene materia común con el cuerpo de Cristo, existe la posibilidad de que se cambie en él. Pues es posible, precisará Guillermo, para el poder de Cristo, que es uno con el Padre, cambiar el pan en su cuerpo en razón de la obediente pasividad de la criatura.En su tratado del Amor de Dios, San Bernardo, al examinar el cuarto grado por el que el hombre ya no se ama así mismo sino por Dios, estudia los ejemplos dados por Máximo el Confesor concernientes a la gota de agua mezclada con mucho vino, y al hierro incandescente que por ello se vuelve semejante al fuego, como si tanto el uno como el otro hubiesen perdido su forma primera y particular. También toma las comparaciones del aire henchido de la luz del sol que se transforma en la claridad propia de esa luz, hasta el punto de que parece iluminar en vez de ser iluminado. Del mismo modo, se dice, es absolutamente necesario que en los santos todo afecto se funda y se transfiera enteramente a la voluntad de Dios, pues sino ¿cómo podría ser Dios todo y para todos (I Cor.,XV, 28), si subsistiera en el hombre algo que fuese del hombre? Ciertamente, la sustancia humana permanecerá, pero lo hará bajo otra forma, en otra gloria, y con otra potencia. Así, el símbolo alquímico que concierne al despertar del alma no se puede captar sino en razón al parentesco entre el hombre y Dios, parentesco que reposa sobre el hecho de la creación a imagen y semejanza de Dios mismo. Por eso, la alquimia debe ser considerada como ciencia de carácter "sacramental". 
Encontramos además en los símbolos alquímicos las mismas leyes de la proporción que hemos tenido ocasión de deducir muchas veces al hablar de la analogía entre macrocosmos y microcosmos. La jerarquía y el orden definen las relaciones del cuerpo con el alma, del alma con el espíritu y del espíritu con Dios. En lo que hace a los otros, el procedimiento alquímico consistirá en recordarles que son templo de Dios, y que las leyes de transmutación que operan en el templo de piedra pueden también efectuarse en su propio templo.
La alquimia enseña al plomo que en realidad es oro, y el alquimista románico enseña al hombre que posee en sí mismo la imagen de la divinidad, que se encuentra en la base de la transmutación de su ser.
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Lecturas:


Marie-Madeleine Davy, Iniciación a la simbología románica. Akal 2006

Victoria Cirlot, Hildegard von Bingen y la tradición visionaria de Occidente. Herder 2005


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lunes, 9 de mayo de 2016

Nascentes morimur

Hendrik Goltzius, Quis evadet? (1594)

La fresca flor silvestre, fragante con el hálito privamaveral,
pronto se marchita, y su belleza perece.
Así la vida del hombre, decreciendo ya en el recién nacido,
desaparece como una pompa, como efímero humo.
(inscripción en la parte inferior del grabado))



Un pequeña pintura de Marten de Vos descrita como "alegoría de la vida y de la muerte", es motivo de un magistral estudio iconológico por parte de Rudolf Wittkower del Instituto Warburg.  En las composciones del manierismo tardío nada de lo representado se dejaba al azar, incluso lo aparentemente insignificante tenía un significado para los contemporáneos habituados a ese tipo de expresiones, obteniendo de su lectura una gran satisfacción. Cuanto más difícil era el desciframiento de la complejidad simbólica, mayor atracción ejercía la obra, algo que no era un objetivo en sí mismo, sino el medio visual por el que el observador obtenía una lección de índole moral o la revelación de una verdad última. El autor del ensayo nos propone una interpretación sobre cual sería exactamente la idea que el pintor quería transmitir en esta pintura, haciéndonos descubrir al mismo tiempo las fuentes clásicas y cristianas que le sirvieron de inspiración.
Sobre la obra en cuestión no se encuentra ninguna imagen en la web, ya que desde que fue subastada por Christi'es en 1939 se ignora su paradero, por lo que he recurrido a su reproducción en un grabado de la época que he dejado al comienzo de estas líneas, y que aparece ampliado más abajo cuando a él se hace referencia.


Muerte y Resurrección en un cuadro de Marten de Vos
(fragmentos)
por
Rudolf Wittkower



(...) El putto con la calvera es un conocido memento mori del Renacimiento. Parece que esta convinación apareció por primera vez en la medalla humanista de Giovanni Boldù de 1458, y a partir de ese momento este nuevo símbolo de la muerte demostró tener una fuerza extraordinaria.

Giovanni Boldù, 1458


Esto se debe no sólo al simbolismo obvio sobre la brevedad de la vida humana y el choque psicológico producido por el antagonismo visual de la infancia y la muerte, sino también a ciertas connotaciones específicamente clásicas como cristianas. Por otra parte, la infancia como estado de inocencia y pureza estimula pensamientos sobre el estado  en que debemos encontrarnos con la muerte. (...)
Si el niño con la calavera es un memento mori, el putto  haciendo pompas representa la transitoriedad y vanidad de la vida humana. El proverbio antiguo "homo bulla" -el Hombre es una burbuja-, procedente de Varrón y Luciano fue revivido y reintroducido en el simbolismo del Renacimiento a través de los Adagia de Erasmo. Encontramos la inscripción "homo bulla" ya en 1620 en las réplicas flamencas del melancólico San Jerónimo de Durero de 1521. (...)

Joos van Cleve, San Jerónimo (según Durero)


En un grabado  de 1594 Heindrik Goltzius (imagen de cabecera de esta entrada) había mezclado el putto que sopla burbujas con el tipo tradicional del putto con la calavera. Las dos ideas estrechamente relacionadas del memento mori  y la vanidad de la vida humana, resumidas en el lema del grabado: Quis evadet (¿quien se librará?), fueron expresadas en nuestro cuadro mediante dos protagonistas diferentes. Esto era lógico y hasta este punto el contenido del cuadro parece casi corresponder con la figura "sintética" de Goltzius. Pero aquí el pintor se aparta del camino trillado. La calavera está sobre espigas de cereal que brotan de debajo de ella. ¿Qué significa esto? La clave debe encontrarse en el versículo del Evangelio de san Juan (12, 24): "En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto". Y los siguientes versículos de la primera carta de San Pablo a los corintios ayudan a clarificar el símil: "Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vienen? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere" (15, 35-36); y más adelante: "Pues así en la resurreción de los muertos. Se siembra en corrupción y resucita en incorrupción -Seminatur corpus in corruptione, ut surget incorruptione" (15-42). (...) El paulino Seminatur corpus in corruptione, ut surget in incorruptione aparece con más color en el Apologético de Tertuliano: "Día tras día la luz muere y brilla una vez más; la oscuridad, a su debido tiempo, parte de nuevo y vuelve otra vez, las estrellas de la muerte vienen a la vida; las estaciones, cuando terminan, empiezan de nuevo; los cultivos maduran y retornan; sin duda la semilla debe perderse y disolverse para crecer más fructíferamente; todo es salvado al perderse; todo es re-modelado a partir de la muerte: certe semina non nisi corrupta et dissoluta fecundis surgunt, omnia pereundo servatur, omnia de interitu reformantur". (...)

El símil bíblico entre el trigo y el hombre no parece haber encontrado ningún eco en las artes antes de la Contrareforma. Entonces, de repente, surge en la literatura emblémática. La primera obra en que lo hemos encontrado es Divisas heroicas de Claude Paradin (Lyon 1557) donde el cuadro de los huesos con el trigo  brotando de ellos se muestra bajo el lema: "Spes altera vitae". (...) la imagen de los huesos y el trigo, aunque no muy ingeniosa, es una lógica expresión pictórica del símil. Emblema y lema fueron tomados en 1590 por Joachim Camerarius para su Symbolorum et Emblematum ex re herbaria desumtorum centuria. 

Emblema de Joachim Camerarius siguiendo a Claude paradine

Sin embargo, su comentario es mucho más explícito que el de Paradin. Tras este cuadro está la moraleja de que, para quienes saben que resucitan de nuevo físicamente, la muerte significa una vida nueva:

Securus moritur, qui scit se morte renasci:
Non ea mors dici, sed nova vida potest.

(...) Nuestro pintor, que quería combinar el putto y la imagen de la calavera con el símil  del hombre y el trigo, se había dado a sí mismo (o le dieron) una tarea imposible. Pues si conservaba con alguna pureza el tipo del putto con la calavera, tenía que hacer lo que hizo, a saber, poner la calavera encima de las espigas de trigo, inviertiendo con ello el orden lógico. Pero se debe decir en su favor que escogió una disposición pitóricamente plausible. Su fórmula para el símil del hombre y el trigo que parece ser única está sin embargo tan traída por los pelos como la divisa "homo bullens" (el hombre es una efímera burbuja) y lleva el sello característico de la "edad emblemática". La imagen emblemática de la calavera sobre las espigas de trigo en el primer plano está complementada y expuesta por escenas en el segundo plano.

Detalle del grabado que reproduce la pintura de Martin de Vos


Detrás del putto muerto hay un agricultor cortando el trigo maduro en el campo (recuadro azul de la imagen de arriba), ejemplificando así en las palabras de Tertuliano que la "semilla debe perderse y descomponerse para crecer más fructífera". Y detrás del campo y exactamente encima del símbolo del trigo y la calavera está -como cabía esperar- la Resurrección de Cristo (recuadro rojo). De este modo, el putto con la calavera no es aquí un simple memento mori, sino que representa al mismo tiempo la esperanza de la resurreción del hombre, y, como tal, incorpora una importante alusión a la muerte de Cristo. (...)
La interpretación del cuadro puede ir un paso más allá, pues existe un grabado, copia de aquél, con un dístico latino que resume su contenido. Además, el grabado ofrece una clave en cuanto al artista del cuadro. Está firmado "M. De Vos inv., R. Sadeler fec." El cuadro, por lo tanto, forma parte de la obra de Marten de Vos y debería datarse hacia 1600 o antes.

Reproducción en grabado del cuadro de Marten de Vos


La inscripción dice:


¿Qué es la vida sino una ligera burbuja, una brisa pasajera
que huye como la sombra, que perece como la hierba?
La muerte procede directamente del nacimiento, y, como final,
sigue al comienzo. Sólo la esperenza devota hace feliz.
Pues si el agricultor no entierra sus semillas en el campo,
no puede entregar el fruto de la cosecha a su dueño.
Así, si no confías el cuerpo mortal al sepulcro,
no habrá gloria de la resurrección de la carne.

(...) Las dos primeras líneas del poema expresan la fragilidad de la vida humana mediante las cuatro metáforas: burbuja, viento, sombra y vegetación. No hace falta decir nada más sobre la concepción de la burbuja; la comparación con la sombra está tomada casi literalmente del libro de Job: "Et fugit velut umbra" (14,2), mientras que la vegetación y el viento parecen parafrasear a Isaías 40,7: "Sécase la hierba, marchítase la flor cuando pasa sobre ellos el soplo de Yahvé. Ciertamente hierba es el pueblo". Con las dos líneas siguientes sobre la reciprocidad de la vida y la muerte volvemos de nuevo a la literatura clásica. Traducen exactamente el sentido de las famosas y, desde el XV, frecuentemente citadas palabras de Manilius: "Nascentes morimur, finisque ab origine pendent" ("Morimos con el nacimiento, y el final es consecuencia inevitable del principio"). Con la referencia a la necesidad de esperanza, esas macabras líneas conducen al tema de la resurrección, y el resto del poema elabora la metáfora del trigo de la primera carta de Pablo a los Corintios.
El símil paulino posee una historia que tiene que ver con la apreciación plena de las intenciones de nuestro pintor. Cicerón, en Disputas tusculanas, cita el siguiente pasaje de Hipsipyle, la tragedia de Euripides:

La tierra debe volver a la tierra: entonces la vida toda
como la cosecha debe ser recogida. Así debe ser.


 Perséfone y Hades en el mundo de los muertos con una gavilla de trigo. Detalle de un relieve vótivo, 480-450 a.C. Locri, Italia


Los rituales primitivos de la vegetación que asocian el trigo con ideas de la muerte y resurrección encuentran aquí una sublimación poética. Más tarde, la concepción fue integrada por los filósofos estoicos. La encontramos en Marco Aurelio: "Nuestras vidas son cosechadas como espigas de trigo maduro, Y cuando uno cae, otro sin embargo nace"; y muy próxima a nuestro texto y al espíritu del cuadro está la frase de los Discursos de Epicteto: "Pero es una maldición para las espigas de trigo no ser nunca segadas. Por eso debemos saber que, en el caso de los hombres, no morir es también una maldición, igual que no madurar y no ser cosechado". Es conocida la influencia de las doctrinas estoicas en las cartas de San Pablo y, particularmente, en la doctrina central de la resurrección como se propone en 1 Cor. El cuadro de Marten de Vos fue concebido en una coyuntura en la que -ahora podemos concluir- el uso por parte de san Pablo de ciertos aspectos estoicos era conocido. (...)

Es en las Epístolas de Séneca donde encontramos la atmósfera del cuadro de Marten de Vos. El meditare mortem -estar dispuesto para la muerte en cualquier momento- es el tema de la Epístola 26, la Epístola 49 trata de "la apresurada huida del tiempo". Séneca vuelve una y otra vez sobre la idea de que la muerte es otra cara siempre presente de la vida: "El mismo día que ahora vivimos es compartido por nosotros y la muerte". (Epístola 24), y su seguridad en la resurrección tiene un aroma claramente cristiano: "Puesto  que estás destinado a regresar, debes marchar con mente tranquila" (Epístola 36). No es sorprendente que, una y otra vez, fuera considerado cristiano. (...)


Lecturas:

Rudolf Wittkower, La alegoría y la migración de los símbolos. Siruela 2006


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