Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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martes, 24 de mayo de 2011

Vivir el instante presente

Noria en un parque de atracciones

"No preguntes, Leucónoe -pues saberlo es sacrilegio-, qué final nos han marcado a ti y a mi los dioses; ni consultes los horóscopos de los babilonios. ¡Cuánto mejor es aceptar lo que haya de venir! Ya Júpiter te haya concedido unos cuantos inviernos más, ya vaya a ser el último el que ahora amansa al mar Tirreno con los peñascos que le pone al paso, procura ser sabia: filtra tus vinos (1), y a un plazo breve reduce las largas esperanzas. En tanto que hablamos, el tiempo envidioso habrá escapado; échale mano al día (2), sin fiarte para nada del mañana".

Horacio, Odas 11, 5


(1) Era costumbre, antes de beberlos, filtrar con un paño los vinos que llevaban un cierto tiempo guardados, para purificarlos de sus posos. La invitación de Horacio podría querer decir: "no dejes para mañana el vino que puedas beber hoy.
(2)
Aquí se encuentra el famoso carpe diem de Horacio (tal como aparece en la edición de Gredos), también traducido como "goza del día".


Pierre Hadot nos descubre en el texto siguiente, un aspecto común en la filosofía de estoicos y epicúreos, antagónicos en tantos aspectos. Se trata de la preminencia que para unos y otros tenía el tomar conciencia del instante presente, adquiriendo éste el valor de lo infinito al llevarlo a una dimensión mística, y por la que el hombre sabio accede a un sentimiento de identidad e intimidad con el universo, de pertenencia al Todo. Estado que recuerda al conseguido a través de la ascesis en doctrinas orientales, simbolicamente representado como el centro de la rueda.


La experiencia filosófica del presente, por Pierre Hadot


En el siglo V a. C., dentro del movimiento sofístico que propone a los jóvenes atenienses una formación en la vida política, se puede observar que, por ejemplo, Antífone el Sofista critica a sus contemporáneos reprochándoles, si puede decirse, que persigan fantasmas, sin vivir en el presente la única realidad:

Hay gente que no vive la vida presente: es como si se preparasen, consagrándole todo su ardor, a vivir no se sabe qué otra vida, pero no ésta, y mientras hacen esto, el tiempo se va y se pierde. No se puede poner en juego la vida como un dado que se tira.

Se decía que uno de los discípulos de Sócrates, Aristipo, "era el que mejor sabía administrar la situación presente", es decir, goza de los bienes presentes sin intentar alcanzar cosas ausentes o inaccesibles, y consideraba que no había más felicidad que la del instante presente. Esta actitud causaba admiración, lo que demuestra claramente que no correspondía a un comportamiento general espontáneo, sino que resultaba, por el contrario, de una voluntad filosófica consciente y deliberada de adaptarse a la realidad tal como se presenta.
A pesar de la profunda diferencia existente entre las doctrinas epicúrea y estoica, se puede descubrir una gran analogía en la experiencia del presente que subyace a estas dos doctrinas. Puede definirse de la manera siguiente: epicureismo y estoicismo privilegian el presente en detrimento del pasado y, sobre todo, del futuro; plantean que la felicidad debe encontrarse tan sólo en el presente, que un instante de felicidad equivale a una eternidad de felicidad, y que la felicidad puede y debe ser buscada inmediatamente, enseguida, en el acto. Epicureísmo y estoicismo invitan a situar el instante presente en la perspectiva del cosmos y a reconocer un valor infinito al más mínimo momento de existencia.
(...) Para los epicúreos, los insensatos, es decir, la mayoría de los hombres, son corroídos por deseos insaciables que abarcan las riquezas, la gloria, el poder, los placeres desordenados de la carne. Lo que caracteriza a todos estos deseos es que no pueden ser satisfechos en el presente. Por eso, dicen los epicúreos, "los insensatos viven en la espera de los bienes futuros. Sabiendo que son inciertos, se consumen de ansiedad y temor. Y, más tarde -esto es lo peor de sus tormentos-, se dan cuenta de que se han apasionado inútilmente por el dinero, o el poder, o la gloria. Ya que no han extraído ningún placer de todas aquellas cosas cuya esperanza los había inflamado y para cuya conquista habían trabajado tan penosamente". "La vida del necio es ingrata, intranquila", dice una sentencia epicúrea, "toda ella se apresura hacia el futuro".
La sabiduría epicúrea propone así, en efecto, una transformación radical de la actitud humana con respecto al tiempo, transformación que debe ser efectiva en cada instante de la vida. Hay que saber gozar del placer presente sin dejarse desviar de este placer, evitando pensar en el pasado, si es desagradable, o en el porvenir, en la medida que se provoque en nosotros esperanzas o temores desordenados. Sólo el pensamiento de lo agradable, del placer, pasado o futuro, es admitido en el momento presente, sobre todo cuando se trata de compensar un dolor presente. Esta transformación supone una concepción determinada del placer, según la cual la cualidad del placer no depende ni de la cantidad de los deseos que satisfacen ni de la duración durante la que se realiza.(...)
El placer no solamente no depende de la cantidad de deseos satisfechos, sino que tampoco depende en modo alguno de la duración. No tiene necesidad de ser largo para ser absolutamente perfecto. "Un tiempo infinito no puede hacernos experimentar un placer mayor que el que nos hace experimentar el tiempo que vemos limitado".
Esto puede parecer una paradoja. Se funda en primer lugar en una representación teórica. El placer es pensado por los epicúreos como una realidad en sí que no se sitúa en la categoría del tiempo. Aristóteles ya había dicho que el placer es completo, total, en cada momento de su duración, y que su prolongación no cambia su esencia. A esta representación teórica se añade, entre los epicúreos, una actitud práctica. Limitándose él mismo a lo que se asegura la perfecta paz del alma, el placer alcanza una cumbre que no se puede sobrepasar, y es imposible aumentar ese placer mediante la duración. El placer se encuentra por completo en el instante presente, y no tenemos necesidad de alcanzar nada del futuro para aumentarlo.
Se podría resumir todo cuanto acabamos de decir con estos versos de Horacio: "Contenta el alma con lo actual, deteste el temor del futuro y la amargura". El espíritu feliz no mira hacia el futuro. Podemos ser felices enseguida si limitamos razonablemente nuestros deseos.
No solamente podemos, sino que debemos. Si, la felicidad debe ser encontrada inmediatamente, enseguida en el presente. En lugar de reflexionare sobre el conjunto de la vida, de calcular las esperanzas y las incertidumbres, hay que captar la felicidad en el instante presente. Hay una urgencia: "No nacemos más que una vez", dice una sentencia epicúrea, "dos veces no nos está permitido. Así pues, es necesario que dejemos de ser para toda la eternidad, pero tú, que no eres dueño del mañana, aún postergas a mañana la alegría. La vida, sin embargo, se consume en vano en estos retrasos y cada uno de nosotros muere sin haber probado nunca la paz". "Mientras hablo", dice Horacio, "el tiempo celoso habrá ya escapado: goza del día (carpe diem) y no jures que otro igual vendrá después".
Este carpe diem de Horacio no es en modo alguno, como a menudo se lo ha representado, un consejo de vividor, es por el contrario una invitación a la conversión, es decir, una toma de conciencia de la vanidad de los deseos suplerfuos y sin límite, una toma de conciencia también de la inminencia de la muerte, de la unicidad de la vida, de la unicidad del instante. Desde esta perspectiva, cada instante aparece como un don maravilloso que llena de gratitud a quien lo recibe: "Persuádete", sigue diciendo Horacio, "de que cada nuevo día que se levanta será el último para ti. Entonces recibirás con gratitud cada hora inesperada".
Gratitud, maravillamiento... El secreto de la alegría epicúrea, de la serenidad epicúrea, consiste en vivir cada instante como si fuera el último, pero también como si fuera el primero. (...)
Todo esto debe situarse, de hecho, en el marco de una visión general del universo. Gracias a la doctrina de Epicuro, que explica el origen del universo a partir de la caída de los átomos en el vacío, a ojos del filósofo, como dice Lucrecio, las murallas del mundo se separan, todas las cosa aparecen en el vacío inmenso, en la inmensidad del todo. Como Metrodoro, el epicúreo puede exclamar: "Acuérdate de que, nacido mortal, con una vida limitada, te has elevado por medio del pensamiento de la naturaleza hasta la eternidad y la infinitud de las cosas y has visto todo lo que ha sido y todo lo que será".
Volvemos a encontrar aquí el contraste entre el tiempo finito y el tiempo infinito. En el tiempo finito, el sabio capta todo lo que se desarrolla en el tiempo infinito, más exáctamente, como dijo Léon Robin comentando a Lucrecio: "El sabio se sitúa en la inmutabilidad, independiente del tiempo, de la eterna Naturaleza". El sabio epicúreo persigue así, en esta conciencia de existir, la totalidad del cosmos. La naturaleza, en cierto sentido, le proporciona todo en el instante.
En el estoicismo, el momento de concentración en el presente está todavía más acentuado, como aparece claramente en este pensamiento de Marco Aurelio:

He aquí lo que te basta:
el juicio que diriges en este momento hacia la realidad mientras sea objetivo,
la acción que estás llevando a cabo en este momento, mientras se realice para el servicio de la comunidad humana,
la disposición interior en la que te encuentras en este mismo momento, mientras sea una disposición de gozo ante la conjunción de los acontecimientos que produce la causalidad exterior.

(...) El presente del que habla Marco Aurelio es un presente que se define por lo vivido de la conciencia humana: representa así una cierta espesura del tiempo, una espesura que corresponde a la atención de la conciencia vivida. Es este presente vivido, relativo a la conciencia, lo que está en cuestión cuando Marco Aurelio aconseja "delimitar el presente". Este punto es importante: el presente se define en función del pensamiento y la acción del hombre que pone en juego toda su personalidad.
El presente basta a nuestra felicidad porque es la única cosa que nos pertenece, que depende de nosotros. A los ojos de los estoicos, en efecto, es esencial saber distinguir entre lo que depende y lo que no depende de nosotros. El pasado ya no depende de nosotros, puesto que está fijado definitivamente; el porvenir no depende de nosotros porque todavía no es. Solamente el presente depende de nosotros. Así pues, es lo único que puede ser bueno o malo, ya que es lo único que depende de nuestra voluntad. El pasado y el futuro, puesto que no dependen de nosotros, puesto que no son del orden del bien o del mal moral, deben así sernos indiferentes. Es inútil turbarse por lo que ya no es o por lo que quizá no será nunca.
Este ejercicio de delimitación del presente es descrito también por Marco Aurelio de la siguiente manera:

Si separas de ti mismo, es decir, de tu pensamiento (...), todo lo que has hecho o dicho en el pasado y todas las cosas que te turban, porque han de venir, si separas del tiempo lo que está más allá del presente y lo que es pasado (...), y si te ejercitas en vivir solamente la vida que vives, es decir, el presente, podrás pasar todo el tiempo que se te ha dado hasta tu muerte en calma, bienaventuranza, serenidad...

Del mismo modo, Séneca describe el ejercicio en esto términos:

Hay que suprimir dos defectos: el temor por el futuro y el recuerdo de la antigua adversidad. Ésta ya no me afecta, aquél todavía no goza. Goza el sabio (...) de lo presente, y no se aquieta de lo porvenir (...). Así que, libre de las grandes preocupaciones que le traen cuidados y le despedazan el alma, nada espera ni desea ni se sitúa en la duda, y con lo que tiene se contenta, puesto que todo (el presente) es suyo.

Asistimos aquí a la misma transfiguración del presente que habíamos encontrado en el epicureísmo. Según los estoicos, en el presente lo tenemos todo, tan sólo el presente es nuestra felicidad, el presente basta para la felicidad, por dos razones: en primer lugar porque, como el placer epicúreo, la felicidad estoica es completa a cada instante y no aumenta con la duración; a continuación, porque en el instante presente poseemos la totalidad de la realidad y una duración infinita no podría darnos más de lo que poseemos en el instante presente.
En primer lugar, así, la felicidad -es decir, para los estoicos, la acción moral, la virtud- se cumple , total, completa, en cada momento de su duración. Como el placer del sabio epicúreo, a cada instante, la felicicidad del sabio estoico es perfecta, no le falta nada, así como el círculo sigue siendo círculo, ya sea pequeño o grande; como un momento propicio, oportuno, una ocasión favorable, es un instante cuya perfección no depende de la duración, sino precisamente de la cualidad, de la armonía que existe entre la situación exterior y las posibilidades dadas: la felicidad es precisamente el instante en que el hombre está completamente de acuerdo con la naturaleza.
Al igual que para los epicúreos, tampoco para los estoicos seremos nunca felices si no lo somos de inmediato. ¡Es ahora o nunca! Hay urgencia, la muerte es inminente, hay que apresurarse y no necesitamos nada más que quererlo para ser felices. El pasado y el futuro no sirven para nada. Lo que hace falta es transformar inmediatamente nuestra manera de pensar, de actuar, de acojer los acontecimientos, para pensar según la verdad, actuar según la justicia, recibir los acontecimientos con amor. Como para el epicúreo, para el estoico es la inminencia de la muerte lo que da su valor al instante presente. "Hay que realizar cada acción de la vida", dice Marco Aurelio, "como si fuera la última". Entonces cada instante adquiere toda su seriedad, todo su valor, todo su esplendor, y vemos claramente la vanidad de lo que perseguimos con tanta inquietud y que la muerte nos arrancará. Hay que vivir cada día con una conciencia tan aguda, con la intensidad de atención que podamos decirnos cada noche: He vivido, es decir: he realizado mi vida, he tenido todo lo que podía esperar de la vida. Como dice Séneca: "Quien está dispuesto de esta forma, quien cada día vive su vida plenamente está seguro".
Acabamos de ver la primera razón por la cual tan sólo el presente basta para nuestra felicidad: un instante de felicidad equivale a toda una eternidad de felicidad. La segunda razón es que, en un instante, poseemos la totalidad del universo. El instante es fugitivo, minúsculo -Marco Aurelio insiste intensamente en este punto-, pero en este relámpago, como dice Séneca, podemos gritar con Dios: "Todo esto es mío". El instante es el único punto de contacto con la realidad, pero nos ofrece toda la realidad. Y precisamente por ser pasaje y metamorfosis nos hace participar en el movimiento general del acontecimiento del mundo, en la realidad del devenir del mundo.
Para comprender esto, hay que recordar lo que representa la acción moral o la virtud o la sabiduría para el estoico. El bien moral , que es el único bien para el estoico, tiene una dimensión cósmica: el acuerdo entre la razón que está en nosotros y la Razón que dirige el cosmos produce el encadenamiento del destino. A cada momento, son nuestro juicio, nuestra acción, nuestros deseos los que deben ponerse de acuerdo con la Razón universal. Hay que acoger muy especialmente con alegria la conjunción de los acontecimientos que resulta del curso de la Naturaleza. Así, hay que volver a situarse a cada instante en la perspectiva de la Razón universal, de modo que a cada instante la conciencia se vuelva una conciencia cósmica. En consecuencia, a cada instante, si el hombre vive de acuerdo con la Razón universal, su conciencia se dilata en la infinitud del cosmos, y el cosmos entero se le hace presente. Esto es posible porque, para los estoicos, hay una mezcla total, una implicación recíproca de todas las cosas en todas las cosas. Crisipo hablaba de la gota de vino que se mezcla en el mar entero y se extiende el mundo entero.
"Aquel que ve el momento presente", dice Marco Aurelio, ve todo lo que se ha producido desde toda la eternidad y lo que se producirá en la infinitud del tiempo". Es esto lo que explica que la atención sea llevada a cada acontecimiento presente, a lo que nos ocurre a cada instante. En cada acontecimiento está implicado el mundo entero:

Te ocurra lo que te ocurra, ya estaba preparado de antemano para ti desde toda la eternidad, y el entrelazamiento de las causas ha trenzado conjuntamente desde siempre tu sustancia y el encuentro con este acontecimiento.

Se podría hablar aquí de una dimensión mística del estoicismo. A cada momento, a cada instante, hay que decir sí al universo, es decir, a la voluntad de la Razón universal; hay que desear lo que desea la Razón universal, es decir, el instante presente tal y como es. Algunos místico cristianos han descrito, tambiéwn ellos, su estado como un consentimiento continuo al querer de Dios. Por su parte, Marco Aurelio exclama: "Digo entonces al Universo: "Amo contigo". Se trata aquí de un sentimiento profundo de participación, de identificación, de pertenencia al Todo, que desborda los límites del individuo, un sentimento de intimidad con el universo. El sabio, para Séneca, se sumerge en el cosmos entero (toti se inserens mundo). El sabio vive en la conciencia del mundo. El mundo le resulta siempre presente. Más aún que en el epicureísmo, en el estoicismo el momento presente reviste un valor infinito: contiene en sí todo el cosmos, todo el valor, toda la riqueza del ser.
Es, pues, muy destacable el hecho de que las dos escuelas, estoica y epicúrea, sin embargo tan opuestas, sitúen ambas en el centro de su modo de vida la concentración de la conciencia en el momento presente.

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Para acabar la lectura de esta entrada, nada mejor que unos versos del sabio persa Omar Jayyam:


Hoy el mañana no está a tu alcance,
y locura es pensar en el mañana.
Del resto de la vida no sabemos el precio.
¡Lánzate a amar, no pierdas este instante!
..................................................................
Amengua tu codicia de este mundo y vive alegre,
corta el vínculo con lo malo y lo bueno del universo.
Atrapa pronto el vino y el bucle de la amada,
que estos días, fugaces, pasarán muy presto.
.................................................................
Pasó el ayer, no guardes de él recuerdo.
Por el mañana que no ha llegado no estés inquieto.
No te apoyes en lo no sucedido ni en lo que fue:
sé alegre, que no se lleve tu vida el viento.


Lecturas:

Pierre Hadot, No te olvides de vivir. Ediciones Siruela 2010

Horacio, Odas. Biblioteca Gredos 2008

Omar Jayyam, Rubayat. Alianza editorial 2007

Entradas relacionadas en este blog:

http://barzaj-jan.blogspot.com/2009/12/siva-senor-de-los-danzantes.html



http://barzaj-jan.blogspot.com/2011/03/mirar-desde-lo-alto.html

11 comentarios:

Syr dijo...

La muerte no nos concierne, pues mientras existimos, la muerte no está presente. Y cuando llega la muerte nosostros ya no existimos. Es, pues fácil conseguir lo bueno, lo terrible es fácil de soportar.

"Cueillir la fleur".

Saludos

Jan dijo...

Hola, Syr.

Tal como remarcas, analizar la realidad de la muerte era fundamental en las doctrinas de estoicos y epicúreos. Desde esa conciencia, adquiere mayor sentido la premisa de no demorarse en "coger la flor del instante presente". Ejercicio que supone un distanciamiento de la mundana temporalidad en la que se suceden las preocupaciones que atenazan al hombre.

Un placer encontrate por aquí.

Abrazos

Baruk dijo...

Tras leer tu entrada, me viene a la mente una de las frases de Pessoa y que últimamente repito con frecuencia: "Rodeate de rosas, ama, bebe y calla. Lo demás ...es nada."

Abrazos

*

Jan dijo...

Gracias Baruk por traer esa oportuna frase de Pessoa. Sin duda tanto Omar Jayyam como Horacio también la hubieran firmado.

Parece que alcanzando cierto grado de sabiduría se llega a parecidas conclusiones...

Abrazos !

Anónimo dijo...

Leo tu post mientras Wu Na hace sonar el antiguo quqin, casi olvidado. Para mí el sonido de esta cítara china es una flor nueva, que llega desde lejos, en el tiempo y en el espacio. Por la luz de ese instante maravilloso también yo puedo ver en el cielo de mi boca todo el universo, como Krishna.
Danzan entonces todos en mí, junto a mí, danzan todos hasta que "mí" ya no existe.

"El sueño va sobre el tiempo
flotando como un velero"

Un saludo y una sonrisa :)

Veda

Anónimo dijo...

El sueño va sobre el tiempo
flotando como un velero.
Nadie puede abrir semillas
en el corazón del sueño.

¡Ay, cómo canta el alba, cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!

El tiempo va sobre el sueño
hundido hasta los cabellos.
Ayer y mañana comen
oscuras flores de duelo.

¡Ay, cómo canta la noche, cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!

Sobre la misma columna,
abrazados sueño y tiempo,
cruza el gemido del niño,
la lengua rota del viejo.

¡Ay, cómo canta el alba, cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!

Y si el sueño finge muros
en la llanura del tiempo,
el tiempo le hace creer
que nace en aquel momento.

¡Ay, cómo canta la noche, cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!

Federico García Lorca

No he podido resistir la tentación :))

Veda

Jan dijo...

Hola Veda,

precioso el poema de García Lorca que me ha dejado la piel erizada. Gracias por traerlo aquí, donde la poesía siempre es bien recibida.

Tu sensibilidad a la música china, me hace recordar un ensayo relacionado con esta entrada que tengo reservado y que quizá algún día publique. Versa sobre el sentido taoista de la naturaleza expresada en la poesía china, en la que se encuentra un marcado paralelismo con poemas y textos de estoicos y epicúreos dentro de su doctrina por alcanzar el estado de ataraxia, de la imperturbabilidad del espíritu conseguida por el sabio que encuentra la "Tranquilidad que hay en el centro de todas las Perturbaciones".

Junto a ese ensayo, se encuentran unos poemas traducidos del chino por Octavio Paz. No me resisto a dejar uno en el que son protagonistas los instrumentos musicales y los poetas. Por cierto, algunas composiciones de música china me acercan a vivenciar el tiempo de una forma diferente.

Poema de Han Yu (768-824)

"Todo resuena, apenas se rompe el equilibrio de las cosas. Los árboles y las yerbas son silenciosas; el viento las agita y resuenan. El agua está callada:el aire la mueve, y resuena; las olas mugen: algo las oprime; la cascada se precipita: le falta suelo; el lago hierve; algo se calienta. Son mudos los metales y las piedras, pero si algo los golpea, resuenan. Así el hombre. Si habla, es que no puede contenerse; si se emociona, canta; si sufre se lamenta. Todo lo que sale de su boca en forma de sonido se debe a una ruptura de equilibrio.
La música nos sirve para desplegar los sentimientos comprimidos en nuestro fuero interno. Escogemos los materiales que más fácilmente resuenen y con ello fabricamos instrumentos sonoros: metal y piedra, bambú y seda, calabazas y arcilla, piel y madera. El cielo no procede de otro modo. También él escoge aquello que más fácilmente resuena: los pájaros en la primavera; el trueno en verano; los insectos en otoño; el viento en invierno. Una tras otra, las cuatro estaciones se persiguen en una cacería que no tiene fin. Y su continuo transcurrir, ¿no es también una prueba de que el equilibrio cósmico se ha roto?
Lo mismo sucede entre los hombres; el más perfecto de los sonidos humanos es la palabra; la poesía, a su vez, es la forma más perfecta de la palabra. Y así, cuando el equilibrio se rompe, el cielo escoge entre los hombres a aquellos que son más sensibles, y los hace resonar."
................................

Ese resonar ¿no es el "Duende" que sin duda García Lorca poseía?

Un fuerte abrazo !

Anónimo dijo...

Desde luego el duende brota en el tuétano de la resonancia ("tuétano de la forma", diría Lorca), donde los caminos bifurcados atisban su fraternal procedencia, si es que alguna vez hubo un principio.

Interesantísimo el poema que has compartido, Jan. Sencillo, sutil, profundo. Casi demasiado bello, pues cuanto más se lee más entramos en comunión hasta el punto de que uno mismo puede por fin atender su propio sonar.

Hay músicas que nos llevan a vivir la sensación del tiempo de otra manera, sí.

Y palabras.

Permíteme, siguiendo la línea de la literatura china, que deje aquí apenas unas frases con las que comienza el primer capítulo de "Sueño en el pabellón rojo" (o "Memorias de una Roca"), de Cao Xuequín. No se trata del mensaje que un pequeñísimo parrafo pueda dar, sino de las propias palabras usadas, las imágenes que evocan, la belleza de una simple denominación:

... "Cuando la diosa Nüwa necesitó rocas para reparar la bóveda celeste acudió al Acantilado de lo Insondable, en la Montaña de la Inmensa Soledad, con la intención de fundir treinta y seis mil quinientos y un bloques de piedra...El sobrante lo abandonó al pie del Pico de la Cresta Azul. Aunque parezeca extraño, aquella roca, después de ser templada por el fuego, había cobrado una esencia trascendental... sólo ella había sido desechada, día y noche los pasaba en lamentaciones, desconsolada y llena de vergüenza".

De pronto todo se vuelve pura sugerencia que daría pie a tantas nuevas apostillas... ¿No es cierto?

Un abrazo!

Veda

Jan dijo...

Muy sugerente y evocador Veda el párrafo que dejas de "Sueño en el pabellón rojo", dan ganas de seguir leyendo.

Y sí, serían muchas las apostillas a las que se podría dar pie. Ahora no quisera dejar de recordar la interpretación del poema de García Lorca que dejabas en tu anterior comentario, en el "resonar" de la voz del gaditano Camarón de la Isla. Aparece en el disco, "La leyenda del tiempo", donde se encuentra otro tema con letra de Omar Jayyam -que ha ocupado un lugar destacado en esta entrada- titulado "viejo mundo". Sin duda una placer para los que aprecian el duende del flamenco, entre los que me incluyo.

Dejo las grabaciones que he encontrado en you tube


La leyenda del tiempo, letra de García Lorca :

http://www.youtube.com/watch?v=l5N3T8w4Zvc

Viejo mundo (bulería), letra de Omar Jayyam.

http://www.youtube.com/watch?v=wsdrDR9zalE&playnext=1&list=PL9E8DB1B3F9E49EA4

De este tema dejo también el poema escrito:

Viejo mundo
El caballo blanco y negro
Del día y de la noche
te atraviesa a galope.

Eres el triste palacio
Donde cien príncipes soñaron con la gloria,
Donde cien reyes soñaron con el amor,
Y se despertaron llorando.

Un poco de pan
Y un poquito de agua fresca,
La sombra de un árbol y tus ojos

No hay sultán mas feliz que ellos,
Ni mendigo mas pobre.

El mundo es un grano de polvo en el espacio,
La ciencia de los hombres, palabras,
Los pueblos, los animales
Y las flores de los siete climas
Son sombras de la nada.

Quiero al amante
Que gime de felicidad
Y desprecio al hipócrita
Que reza una plegaria.

Omar Jayyam
............................

Un placer leerte de nuevo Veda,

muchos abrazos

Ana Leal dijo...

Muy buena entrada y completa. Vivamos pues el presente con toda la atención posible. Un saludo.

Jan dijo...

Gracias de nuevo por tu amabilidad Ana.

Saludos