Bajorrelieve en el arquitrabe de la entrada principal de la iglesia parroquial de Corsignano (Italia)
El texto que transcribo en esta entrada forma parte de una serie de cortos ensayos dentro del capítulo titulado Monumentos italianos al sincretismo de la obra de Elémire Zolla Verdades secretas expuestas a la evidencia, del que ya hicimos referencia recientemente. En él se analiza el simbolismo de algunos elementos iconográficos de época románica que aparecen en iglesias italianas. Las imágenes que los canteros medievales dejaron esculpidas en los relieves que se exponen, son interpretadas a la luz de la herencia de una sabiduría y cultos ancestrales tansmitidos a través de los misterios paganos de la Antigüedad y de la llamada Tradición Hermética, que pasando por la cultura precristiana y románica, alcanzaría uno de sus momentos de esplendor en obras del arte humanista del renacimiento de fuerte influencia neoplatónica.
La iglesia parroquial de Corsignano
Por
Elémire Zolla
Por
Elémire Zolla
En el colmo de la gloria, Pío II Piccolomini, el papa senense, quiso que una ciudad ideal, Pienza, sustituyese a su pueblo natal, Corsignano. En los palacios y en la catedral de Pienza se encarnó el nitor, el orden mental por el cual Georg Voit había de excogitar en 1895 el nombre de "humanismo". Esas arquitecturas exponen el sueño de una iglesia conciliada con el paganismo, a cuya cabeza un pontífice rivaliza con el rey filósofo anhelado por Platón. ¿No figura Platón entre las estatuas que llenan la fachada de la catedral de Siena? ¿Acaso no nos recibe en la nave de ésta el "retrato" de Hermes Trismegisto?
¡Cuán remota de todo eso debía de parecer la vieja y barbárica Corsignano! De ella queda intacta, al pie del cerro de Pienza, oculta entre la vegetación, la iglesia parroquial del siglo XI, en la cual se esculpieron rudos grutescos cuyos propósitos parecen en las antípodas de la serenidad humanística que se encuentra arriba. Ésta es, sin embargo, una falsa impresión.
Tras detenerse largo tiempo ante la iglesia parroquial en la solitaria arboleda silenciosa alegrada por una fuente, meditando sobre el bajorrelieve del arquitrabe situado encima de la entrada principal, y a medida que se contempla, la distancia entre las ideas cinceladas en esa toba tosca y las otras expresadas allá arriba, sobre la cresta de la montaña, en el claro travertino, se va reduciendo extrañamente, poco a poco, hasta desaparecer.
En el centro del arquitrabe una sirena empuña sus propias aletas separadas, mostrando las ingles bien marcadas, como diciendo que al traspasar el umbral del templo se entra, se vuelve a su seno.
Figuras de mujer que muestran el sexo son comunes en las iglesias arcaicas de Irlanda; una domina la entrada de la iglesia de Leighmore. El mismo espíritu hizo esculpir una muchacha que mostraba las ingles en la Puerta Tosa de Milán (imagen derecha). Metía por los ojos a los peregrinos su promesa, su jactancia de fertilidad, y en la mano apretaba una daga y una serpiente: amenazaba directamente a los fantasmas de la muerte y la esterilidad, tenía en el puño el símbolo de la renovación y de la medicina.
En Corsignano, la que muestra el sexo es una sirena, que en el románico personificaba el poder vivificador de las aguas que riegan: su "dulce canto" es su murmullo subterráneo que hace germinar.
No es ya la sirena griega, de cuerpo de pájaro; todo lo más se asemeja a las nereidas o a las escilas de los sarcófagos etruscos (imagen izquierda); de echo es idéntica, por forma y función, a las muchachas-pez que en la India personifican los humores del subsuelo, de manera que desposándolas en sueños un conquistador puede convertirse en legítimo señor de la tierra sometida. Numerosas dinastías, desde la India al golfo de Tonkín, en el mar de la Sonda, apelan a este ensueño para legitimarse, y otro tanto hicieron en Europa las casas reinantes que se jactaron de las nupcias del fundador de su linaje con la sirena Melusina. Los canteros románicos sólo en forma de sirena podían representarse la creatura aquae a la que el sacerdote se dirigía ritualmente al bendecir la pila de agua bendita, primer acto de la consagración de una iglesia.
La sirena bífida no está sola en el arquitrabe. A su izquierda otra sirena toca un rabel, mientras que un dragón le aprieta las fauces abiertas contra la oreja, como si la asaetara con la lengua.
A la derecha, en cambio, una bailarina con falda plisada apoya una mano sobre el costado y extiende la otra hacia arriba, como en el flamenco; una compañera le estrecha el antebrazo levantado y al mismo tiempo agarra con la otra mano a un dragón que le aprieta las fauces contra la oreja.
¿Qué significan los dragones?
A menudo en la base de las jambas de las portadas románicas dragones (o panteras) vomitan y engullen las volutas de una vid: la espiral de la vida: Según Gaignebet son emblemas del Tiempo que todo lo produce y aniquila. Entre el dragón -la inexorable huida del tiempo- y el deseo -que a todo infunde vida y significado y es denotado por el regazo de la sirena- serpentea la existencia; el dragón del tiempo y la sirena del deseo son figuras arquetípicas de la díada de opuestos que rige la existencia, son la izquierda y la derecha, que en las representaciones románicas equivalen a potencia y acto, flor y fruto. En la pintura y escultura coevas aparecen de izquierda a derecha Juan el Bautista y Juan Evangelista, san Miguel y el Toro del Gargano, y así sucesivamente hasta la díada franciscana: san Francisco y san Antonio de Padua. En los trípticos, en el centro se pondrá el símbolo de la transmutación y coincidencia de los opuestos: la Cruz o la Virgen con el Niño o la Asunción. Sobre el arquitrabe de Corsignano es la sirena bífida la que media. Ésta debió denotar un culto extático basado en la danza.
El sistema de metáforas de los antiguos daba por descontado que los vórtices de la danza evocaban a los genios de las aguas. Nono en las Dionisíacas describe a Sileno (gustaba jugar con "silenos" y "sirenas"), que se convierte en una riada con el ímpetu del baile.
Sobre el ambón de la iglesia parroquial de Gròpina (imagen superior), en Valdarno, está esculpida una sirena bífida como la nuestra bajo un danzante con la falda plisada que en el momento del salto se agarra los tobillos como ella las aletas, mientras dos dragones le aprietan las fauces contra las orejas. Inspirado por los dragones, imita a la sirena. Su postura debió de ser uno de los números de la acrobacia sagrada antigua, la cual no desapareció con el viejo mimo que, en tiempos de san Agustín, insistía en precipitarse de cabeza en honor de los dioses sobre el Campidoglio, como cuenta el De Civitate Dei. Acróbatas sacerdotales continuaron imitando los arcos histéricos, las posesiones, las torsiones de la agonía o del rapto: los momentos en los cuales el hombre pasa al mundo de las sirenas y los dragones.
Llegados a este punto, el arquitrabe resulta plenamente legible.
Las cosmogonías arcaicas, presentes a los constructores románicos, ponen al inicio del tiempo la pura sonoridad, cuentan que del abismo de la nada emergieron los ritmos potentes y fundamentales: afloraron los dragones. Gracias a la mediación del deseo, a la fuerza inexorable que ata a un regazo de sirena, aquellos puros ritmos sonoros asumieron una veste de carne, crearon figuras de danza. Los dos lados de nuestro arquitrabe denotan, pues, respectivamente, lo invisible y lo visible. Así, las dos jambas del pórtico de la catedral del Gerifalte, en Fermo, ejemplos supremos de dragones que vomitan los renuevos de la vida, terminan la una en la figura de San Pedro, la iglesia exterior y visible, y la otra en la de san Juan, que proclama el Verbo, símbolo de la iglesia interior e invisible. En la cosmogonía, lo invisible precede a lo visible; en el conocimiento religiosos, el proceso se invierte.
El deseo, doloroso o extático, une los dos opuestos, suscita la ilusión cósmica. La sirena románica no es pues como se ha creído a menudo una exhortación a escapar de los engaños de las hechicerías; la toba no se malgastó en leccioncillas de moral.
El mensaje cosmogónico de la sirena bífida no les parecía a los sabios canteros inconciliable con el culto de la Virgen, que en representaciones más canónicas desmpeñaba el mismo papel de mediadora (a la derecha la virgen que se encuentra sobre el relieve de la sirena). En una miniatura austríaca del siglo XV, publicada en Viena por Julius Schlosser en 1903 en el Anuario de las colecciones imperiales, María Virgen es simbolizada por una sirena, ejemplo tardío de una tradición emblemática que pudo ser antigua.
En este punto, el sincretismo de los canteros del siglo XI no parece en absoluto distinto del que alzó los alegres y solemnes edificios de Pienza.
Lecturas:
Elémire Zolla, Verdades secretas expuestas a la evidencia. Paidós Orientalia 2002
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