Papiro funerario de la XXI Dinastía.
"La diferencia fundamental entre las actitudes del hombre moderno y las del antiguo, con respecto al medio que lo rodea, es que para el contemporaneo, que se apoya en la ciencia, el mundo de los fenómenos es, ante todo, un "ello", algo impersonal; en tanto que para el hombre antiguo y, en general, para el primitivo, es enteramente personal y se le trata de "tú"
H. Frankfort.
La forma de concebir el mundo fenoménico por el hombre del Antiguo Egipto era muy diferente a la que tiene el hombre moderno. En su realidad circundante, su microcosmos inmediato manifiestado en el desierto, en la crecida del río, el curso del sol, en la cúpula del cielo, el aire, etc, la totalidad macrocósmica era experimetable. El microcosmos y el macrocosmos se interpenetraban. En esta experiencia, el paisaje era contenedor de fuerzas divinas que operan en el interior de una "dimensión vertical" por la que se podía acceder a una realidad metafísica. Para el egipcio antiguo, el mundo metafísico se derrama sobre el físico otorgándole significado, su conocimiento era condición necesaria para una concepción más real de la vida. En el texto siguiente, podemos hacernos una idea de como se ordenaba esa realidad a partir de una percepción simbólica del mundo manifestado.
Jeremy Naydler
Los egipcios concebían el cosmos como un conjunto de tres reinos: la tierra llana bordeada de montañas; el cielo por encima de la tierra, y la atmósfera entre el cielo y la tierra. Ninguno de estos reinos era entendido como algo simplemente físico, pues cada uno manifestaba una presencia interior, divina. Describir el cosmos egipcio es también describir un mundo de seres divinos cuya naturaleza se expresa en sus respectivos dominios cosmológicos. Estos dominios sólo marginalmente son físicos, y en la medida en que son físicos son también simbólicos.
Para los egipcios, el reino inferior de la tierra estaba representado en su totalidad en la imagen de la Tierra Amada. Se lo describía como una amplia llanura de aluvión, por cuyo centro discurría el Gran Río; estaba limitada a ambos lados por sendas cadenas de montañas. Más allá de éstas estaban los otros países del Oriente Medio, que a lo largo de la historia existieron en la periferia del universo egipcio. Egipto era el país que centraba en sí mismo el todo macrocósmico; los países de más allá de Egipto no lograban alcanzar el estatuto metafísico de "imagen de los cielos", y por ello no se les asignó ninguna centralidad cósmica. Todos ellos se agrupaban dentro del perfil impreciso de "tierras extranjeras" que tenían únicamente un sentido periférico en la descripción de un mundo que era esencialmente simbólico.
La propia tierra se identificaba con el ser divino Geb. En un texto se la describe literalmente como el cuerpo de Geb, sobre cuya espalda crece la vegetación, y de cuyas costillas brota la cebada. Se representaba al dios Geb, el dios de la tierra, con el cuerpo cubierto con plantas y cañas. La tierra estaba, de este modo, viva y dotada de un alma. Andar sobre la tierra era andar sobre un dios.
Evidentemente, esta imagen de la tierra como un dios no se basa simplemente en la percepción de los sentidos, ni en el razonamiento lógico. Es una visión imaginativa que ve a través del paisaje físico en su interioridad. La antigua teología egipcia era en gran medida producto de este tipo superior de percepción, que fácilmente se puede interpretar de forma errónea como una construcción imaginativa, o algún tipo de proyección psicológica, pero que realmente consiste en un discernimiento imaginativo de las fuerzas y seres invisibles que existen en el "espacio interior" y que nosotros captamos en imágenes simbólicas. Podría parecer que ese modo de conocimiento pierde de vista la tierra por completo, pero sería más exacto decir que nuestra percepción se ve aumentada por una experiencia que resuena en un nivel más profundo del alma. Es en ese nivel más profundo de "percepción del alma", distinto de la percepción de los sentidos, donde, como dice Henry Corbin, "el universo de las Imágenes-arquetipo es experimentado como otras tantas presencias personales".
En la figura vemos a Geb en una postura típica. Casi siempre aparece de esta forma cuando se le representa como el espíritu de la tierra. Su pierna derecha y también el brazo derecho, está habitualmente levantada, y la figura descansa sobre el codo y la nalga izquierdos. El rostro está vuelto hacia la tierra, al parecer en un gesto de resignación a un destino que acarrea el haber sido atrapado en el reino de la materia. Rara vez se muestra a Geb mirando hacia arriba. Es como si, con una mezcla de sorpresa y tristeza, su mirada fuera apresada por lo que está por debajo más que por lo que está por encima de él. Lo que está por encima de él es su consorte amada, Nut, la diosa del cielo.
Geb parece siempre carecer de vitalidad, y da la impresión de ser incapaz de levantarse. ¿O es que acaba de llegar a tierra, tras haber caído desde una gran altura? Sea cual sea la forma en que se le vea, Geb simboliza la energía que está detrás del mundo de la materia, que es tradicionalmente pasiva en relación al mundo del espíritu. En la mayoría de las mitologías el ser divino asociado a la tierra es femenino y se le considera pasivo o receptivo en relación a un dios del cielo. Es interesante que en el antiguo Egipto no sólo la tierra es un dios masculino, sino que no existe ninguna diosa pasiva en la teología del Egipto antiguo. La pareja de Geb, la diosa del cielo Nut, es una presencia mucho más vigorosa que él. Geb aparece en estas ilustraciones como un hombre exhausto de tanto hacer el amor, que como veremos, es efectivamente una de las formas en que se le puede interpretar.
Geb fue representaso también de otras formas. Muy frecuentemente tenía la forma de un ganso, que era la principal ave doméstica ponedora en Egipto hasta el reinado de Thumosis III. (La figura muestra a Geb con "el Gran Cacareador" o ganso cósmico en la cabeza). Como tal, su lugar en el esquema total de las cosas es diferente del de Geb en las ilustraciones anteriores. Pues es del ganso cósmico de quien nace el huevo del mundo. El ganso cósmico podría parecer una imagen del Creador andrógino de los mundos, al que encontramos en la teología de la creación heliopolitana como Atum-Ra. Así como es del huevo del ganso de donde surge la vida, así del dios Geb, al principio del tiempo, de donde emerge la vida y asume la forma material.
En estas dos formas diferentes de imaginar a Geb no sólo nos encontramos dos aspectos diferentes del dios, sino que nos enfrentamos también con la naturaleza paradójica del pensamiento politeísta: cualquier dios con funciones o esferas de operación aparentemente limitadas puede al mismo tiempo ser comprendido como la Divinidad última y el origen de toda existencia.
Por encima de la tierra, y mirando hacia abajo, al dios de la tierra Geb, los egipcios representaban a la diosa celeste Nut. Habitualmente se la representa como una mujer desnuda, con el cuerpo cubierto de estrellas, como en la figura. Los dedos de las manos y de los pies se alargan para tocar los cuatro puntos cardinales de la tierra, sobre los que extiende su cuerpo tachonado de estrellas. Se puede observar más fácilmente en la figura de más arriba que muestra a la diosa de perfil. Es interesante que Geb y Nut sean representados casi siempre desnudos, lo que no sucede normalmente con otras divinidades del panteón egipcio. Quizás esto se deba a que se las pensó principalmente en su papel de amantes. O quizás a que estas dos divinidades -más que cualesquiera otras- se muestran sin reservas al ojo de la imaginación, pues se han entregado por completo al mundo de la manifestación y no esconden nada a quienes son capaces de ver más allá de la superficie exterior del mundo perceptible.
Estas imágenes de Nut sólo marginalmente tiene relación con los fenómenos sensibles del cielo azul del día o la noche oscura tachonada de estrellas. Pero esta forma de representar la cúpula celeste no es simplemente una construcción imaginativa proyectada sobre los cielos; es más bien una visión del gran ser cósmico por medio del cual las estrellas, los planetas y el sol vienen a la existencia en la figura, se pueden ver dos circulos blancos del disco solar sobre el cuerpo de Nut, marcando las etapas de su viaje, una vez ha sido tragado por ella en el crepúsculo y al nacer luego de ella al alba. Nut está dando a luz eternamente el mundo de las formas espirituales, simbolizadas por las estrellas y los planetas. En este sentido ella es la presencia divina arqueada sobre todas las cosas, en cuyo abrazo cósmico descansa el mundo entero. A ella se le cantaban las siguientes palabras:
Oh Grande, que has nacido en el cielo,
has logrado poder,
has logrado fuerza,
y has llenado todo con tu belleza,
la tierra toda es tuya,
has tomado posesión de ella,
has encerrado la tierra
y todas las cosas en tu abrazo.
Nut es el equivalente cósmico de Geb, el dios de la tierra. Si ella es la reina madre que viste a todos los seres con sus formas espirituales, es Geb quien luego les da encarnación material. Las dos divinidades pueden verse como dos principios: el origen celestial o espiritual y el origen terrenal o material de las formas. En la figura izquierda Geb toma la forma de un hombre con cabeza de serpiente debajo de la figura de Nut. Esto puede ser una alusión a la naturaleza primordial del dios, o quizás al hecho de que las serpientes son las criaturas que viven más cerca de la tierra. De cualquier forma que entendamos su figura de serpiente, observamos como Nut, en efecto, "encierra la tierra" en su abrazo omniabarcante.
De todos modos, el cielo y la tierra no comprenden por sí solos el universo. Entre ellos existe un tercer principio que los mantiene separados uno de otro y que media también entre sus energías respectivas. Este principio es la atmósfera, que, como hemos visto, era también aprehendida por los antiguos egipcios en la forma de una presencia divina: Shu. Es Shu quien proporciona las condiciones para la manifestación del mundo creando un ambiente en el que las plantas pueden crecer, los animales moverse y los pájaros volar. Es a través de su presencia mediadora como la luz y el aliento de la vida entran en el universo. Por ello, el gesto característico de Shu es el signo ka, el signo de la energía animadora o vital, formado por los brazos en alto a ambos lados de la cabeza, que es el jeroglífico para el vigor de la juventud.
El emblema que normalmente lleva Shu en la cabeza es una pluma de avestruz, que como jeroglífico tiene el valor sonoro shu. A veces, Shu (como la diosa Maat, que comparte el mismo emblema) aparece como una figura alada. Se muestra en forma andrógina, unido con el dios del espacio infinito, Heh. Se arrodilla con las alas extendidas entre las figuras del viento sur (un león alado, de multiples cabezas) y el viento norte (un toro bicéfalo).
Yo soy Shu -dice- , hijo de Atum.
Mi vestido es el aire de la vida
que se reúne a mi alrededor procedente de la boca de Atum,
Y abre los vientos en mi camino.
Yo soy el único que hace posible
el brillo del cielo tras la oscuridad (...)
Mi paso abarca toda la longitud del cielo.
La anchura de la tierra es mi cimiento.
Shu es la causa de la polarización del cielo y la tierra en un Arriba y un Abajo. Su gesto Ka es el medio por el que el cielo se mantiene separado de la tierra, asegurando así que se produce la separación entre la existencia material y la espiritual. La postura de Shu sugiere la necesidad de su intervención constante: si por un momento relajara su actitud, la dualidad que caracteriza la existencia manifestada cesaría, y el cielo y la tierra se volverían a unir de nuevo.
Papiro de Nesitanebtashuru, XXI dinastía.
En la figura se muestra la relación entre las tres divinidades que constituyen las tres esferas del universo manifestado. La diosa Nut domina la escena, mientras un Geb diminuto yace postrado debajo de ella. Entre ellos está Shu, de pie, con los brazos levantados sostenidos por dos espíritus con cabeza de carnero.
Nut, la diosa celestial, es invariablemente representada como una presencia mayor y más fuerte que Shu o Geb. Los brazos de Shu sólo aparentemente están elevados para sujetarla, pues la diosa puede muy bien sostenerse por sí misma con sus brazos y sus piernas, como hemos visto. A veces Nut toma la forma de una vaca, siendo sus cuatro patas los cuatro pilares que sostienen el cielo. Es entonces muy evidente que el gesto de Shu se refiere no tanto a cualquier necesidad de la diosa de ser sostenida como a su propio impulso de llenar el espacio entre ella y la tierra. En la figura, Geb ya no está presente. Según un mito, Shu separó a Geb y Nut debido a su amor por su hija Nut. Si miramos de nuevo la figura anterior, ¿pudiera ser que los brazos de Shu se elevaran por el magnetismo del pecho y la vulva de Nut? Shu ocupa el espacio creado por la separación de Geb respecto de Nut. Permanece allí como un pilar, ocupando el espacio entre la tierra y el cielo, y dominando totalmente la zona intermedia entre los dos.
En comparación con Shu y Nut, Geb es débil. A veces se le muestra itifálico, y por ello potente (imagen der.), pero está casi siempre recostado y al parecer sin energía activa. Habitualmente es mucho más pequeño que su consorte Nut, por eso se tiene la sensación de que está envuelto por ella. Se creía que Geb y Nut estuvieron unidos originalmente en un abrazo primordial, pero es difícil imaginar que sus posiciones respectivas fueran diferentes, salvo que Geb estuviera unido a ella más que ella a él. Por eso su separación debe de haber implicado el desprendimiento de Geb respecto de Nut. Que así fue se puede comprobar en la imagen siguiente.
Las imágenes cosmológicas de las tres divinidades sugieren una jerarquía obvia en la que la diosa de los cielos es la figura dominante. Shu y Geb parecen pertenecer a un modo menor de ser, subsidiario del de la gran madre que se arquea sobre ellos. Pero de los dos, es evidente que Shu tiene un papel más activo e importante que el postrado Geb. Es como si Geb vertiera su vitalidad divina en el mundo material. Como dios de la tierra, Geb está más relacionado con el reino de la existencia externa, física. Shu se mantiene entre este reino y el mundo espiritual o celestial. Depende de la tierra para apoyar sus pies, y de los cielos, hacia los que se extienden sus brazos. Shu representa el reino "intermedio" que así como separa el cielo de la tierra, también asegura el contacto entre ambos. De este modo, en la relación de estas deidades entre sí, y en la manera en que característicamente se las representa, se revela un esquema metafísico. La cosmología egipcia se basa en la división del cosmos manifestado en tres dominios cualitativamente distintos. Estos dominios no son sólo físicamente distintos, sino que también lo son metafísicamente. Son tres órdenes del ser a los que se aproximan las regiones físicas y por las que son simbolizados. En orden de prioridad, son:
1. El espíritu celestial (Nut)
2. El intermedio (Shu)
3. El físico o terrenal (Geb)
La naturaleza psíquica del reino intermedio de Shu se insinúa en y por el hecho de que los brazos de Shu son representados con frecuencia como sostenidos en su actitud vivificadora por espíritus carneros. En la figura siguiente los espíritus carneros adoptan la forma de pájaros ba, o pájaros del alma. El jeroglífico de carnero tiene el valor sonoro "ba". Su frecuente representación en la región intermedia ocupada por Shu es una indicación de que en cierto nivel se le concebía como simbolización del reino del alma, intermedio entre el espíritu y la materia.
Mediante la sola consideración de estas imágenes cosmológicas se hace evidente que para los egipcios antiguos, el universo físico era todavía, en cierta medida, transparente al mundo espiritual que está más allá de él. Por lo tanto, sería una equivocación pensar que interpretaban imaginativamente el cosmos físico. Antes bien, a través de la imagen simbólica y el poder de la percepción imaginativa, el orden espiritual se hacía accesible en y a través del orden físico. Si la cosmología de la tierra plana de los antiguos le parece a la mente crítica moderna físicamente ingenua, deberíamos recordar que se relaciona principalmente con la dimensión interior o vertical de la existencia. La cosmología de latierra plana era el producto de una intención fundamentalmente diferente a la de nuestra cosmología moderna. No pretendía trazar de manera precisa el cosmos físico, sino representar simbólicamente un orden metafísico del ser. Toda su ingenuidad física tenía una profundidad espiritual que está totalmente ausente de la cosmografía moderna, físicamente sofisticada pero metafísicamente estéril. Los antiguos vivían en un mundo en el que se podía entrar y esperimentar su profundidad interior; los modernos, que han olvidado esta dimensión profunda, se contentan con trazar de forma interminablemente detallada las superficies externas de un universo sin dios.
Lecturas:
Jeremy Naydler, El templo del cosmos. Siruela 2003
H. Frankfort, El pensamiento prefilosófico. F.C.E. 2003
Entradas realcionadas:
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/05/realismo-mitico.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/06/mitra-deo-soli-invicto.htmlhttp://barzaj-jan.blogspot.com/2010/07/buscando-isis.html
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Y sin embargo la construcción imaginativa no puede desligarse del conocimiento y la capacidad de percepción del hombre que la crea. Uno puede imaginar mil mesetas si tiene un concepto de meseta. Y puede restar importancia al mundo más allá de sus fronteras en virtud de las fronteras que conoce y el papel que les otorga.
ResponderEliminarMe viene a la memoria Hannah Arendt abriendo esa fresquísima puerta que expulsa luz sobre dónde cimentar la capacidad de juicio, el cual por una parte carece de criterios previos según sus premisas, lo que podría hacer parecer que este podría ser puramente intuitivo pero por otra parte traza líneas que ayudan:
1- situarse en la perspectiva del otro,
2- la lucha por la propia integridad, por si estamos en armonía con nosotros mismos.
Huir de la pretensión de la universalidad, en definitiva.
Comprender para discernir significados no manifiestos en la apariencia.
En otro orden de cosas, esta cosmología divina del post de hoy ofrece un diseño muy hermoso, con Nut arqueada y guardando dentro de sí a Shu y a Geb, quien, por cierto, podría haber caído del interior de la propia Nut...
También mi hizo recordar algún capítulo de "El mito del eterno retorno" de Mircea Eliade, pero qué te voy a contar a ti al respecto...
Un saludo y una sonrisa, como siempre
Veda
La construcciones imaginativas Veda, tal como dices, no pueden desligarse de la influencia del conocimiento y concepciones adquiridas, así como de la capacidad limitada de percepción que proporcionan los sentidos, pero muchas de las imágenes simbólicas que se descubren en los mitos, el arte, la poesía, se nutren y surgen de lo más profundo del alma, de "el universo de las imágenes arquetipo" (no supeditadas a lo fenoménico-exterior ni a lo particular-cultural), como se recuerda que dice Henry Corbin en el texto (Por otra parte en consonancia con las teorías Junguianas de la psicología de las profundidades). Lugar intermedio donde el espíritu se materializa y la materia se espiritualiza, "espacio" entre lo terrenal y lo celeste, al que se accede siendo capaz de "ver" a través del mundo físico con el "ojo del corazón" u ojo interior, esto es, desde lo más profundo del alma.
ResponderEliminarLa imagen que te parece tan hermosa de Nut abarcando a Shu y Geb es muy evocadora, en ella podemos encontrar un fundamental simbolismo común en la cosmología tradicional, la de que lo terrenal y transitorio surge y depende de lo celeste y eterno. Aquí, a diferencia de lo que es más habitual, el cielo se personifica con la figura de una mujer, sin duda imagen arquetípica del Eterno Femenino.
Como siempe un placer
Me gustó mucho encontrar tu blog, esta entrada en especial, muy completa.
ResponderEliminarSaludos.
Y a mi me encantó encontarte por aquí, marga. Un cordial saludo.
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