miércoles, 27 de julio de 2011

Axolotl


Axolotl (ajolote) Ambystoma mexicanum



"No deja de ser bastante interesante el hecho de que el ajolote que vive en el agua es la potencia de un ser que puede vivir en el fuego: la salamandra alquimística."

Salvador Elizondo



El axolotl mexicano es una salamandra que conserva su aspecto larval durante la vida adulta. Esta extraña capacidad se conoce como neotenia, por la que conserva su aleta dorsal de renacuajo y sus branquias externas. Se encuentra principalmente en los lagos de xochimilco, cerca de la ciudad de México. Se diferencia del resto de las salamandras por preferir quedarse de forma permanente dentro del agua, siendo muy raros los casos en que maduren y salgan de ese medio por voluntad, muy al contrario, casi siempre son obligados por la falta de agua en lagos y canales a causa de las sequías. Parece como si el axolotl no quisiera hacerse mayor, habiendo descubierto la forma de poner freno al tiempo, a la exigencia evolutiva que lo llevaría fuera de su lugar de origen. No tiene necesidad, se encuentra en la plenitud allí. Otra cosa curiosa es la extraordinaria longevidad de su especie, también conocida por ser una de las que tiene mayor capacidad regenerativa de organos o miembros amputados, algo por lo que ha sido especialmente estudiado por científicos. El origen del axolotl es narrado en el mito azteca de la creación del quinto sol.
Según el mito cosmogónico azteca, anteriormente a nuestro sol fueron creados otros cuatro por dioses descendientes de una pareja creadora original . Del equilibrio de fuerzas cósmicas entre esos dioses (tierra, agua, viento, fuego) dependía el futuro del sol de cada era, así como de la tierra y de los seres humanos.
Después de la destrucción de los primeros cuatro soles a causa de catástrofes, los dioses crearon un quinto sol, pero para que este y la luna pudieran moverse y seguir su curso, sería necesario que ellos mismos fueran sacrificados. En la versión de la creación de este quinto sol que dejó Bernardino de Sahagún, el dios Xólotl (imagen derecha), hermano de Quetzalcóatl, rehusa ser sacrificado como los otros dioses por lo que huye del verdugo ocultándose en las milpas. Allí se transforma en una planta de maiz de dos cañas consiguiendo pasar desapercibido; al ser descubierto huye de nuevo y se oculta en un magueyal, donde adopta la forma de una penca doble o mejolote. Una vez más lo encuentra el verdugo, vuelve a escapar y se lanza a un lago donde se transforma en un pez que se llamaría axolotl. Esta fue su última metamorfosis. Vemos que el origen del axolot se encuentra en un dios que no acepta la muerte, escapando de ese destino gracias a su poder de transformación. Julio Cortázar encontró en este extraordinario animal una fuente de inspiración que lo llevaría a escribir uno de sus mejores relatos.


Axolotl
por
Julio Cortázar


Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.
El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa.
En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao.
No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.
Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo.
Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las manecitas... Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.
Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?
Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados.
Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.
Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.
Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, sólo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.


Julio Cortázar


Lecturas:

Julio Cortazar, Final de juego


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martes, 19 de julio de 2011

C. G. Jung: Visiones

Carl Gustav Jung, Folio 54 del Liber Novus


Carl Gustav Jung (1875-1961), el gran investigador de la Psicología de las profundidades, redactó a finales de los años 50 su autobiografía (publicada en español Recuerdos, sueños, pensamientos). Ésta ha sido considerada testimonio del viaje interior por el que su autor manifestó el proceso psíquico que le llevó a desarrollar las teorías sobre el Inconsciente Colectivo, la idea de los arquetipos, la interpretación de los sueños y las imágenes simbólicas... Testamento vital narrado, así como exposición de su periplo espiritual.
Entre los capítulos que la componen, especiálmente interesante me parece el titulado Visiones, donde describe las visiones y ensoñaciones que tuvo durante una convalecencia en la que estuvo al borde de la muerte, interpretando algunas de ellas como imágenes simbólicas del proceso de individuación, de reintegración de la psique en la Unidad. Dejo algunos fragmentos más adelante. Las imágenes que los acompañan están extraidas del manuscrito que el mismo Jung pintó a la manera de las miniaturas de los códices medievales, donde también puso en práctica su habilidad como calígrafo.


El manuscrito que Jung denominó Liber Novus (Libro Nuevo) que escribiera entre 1914 y 1930, se conoció luego como el Libro Rojo por el color de su encuadernación, no editándose hasta 2009, siendo muy pocos los que hasta entonces conocían la obra. Aquí se puede bajar una reproducción digital: http://www.megaupload.com/?d=KN43U01O
En muchas de las pinturas de Jung se pone de manifiesto la influencia del arte del Antiguo Egipto, Oriente Medio, América Precolombina, la India, el Tibet, así como de los manuscritos medievales y tratados alquímicos, de los que se sabe, poseía una importante colección. Las aquí mostradas son sólo una pequeña selección.


Visiones
por

Carl Gustav Jung


A comienzos del año 1994 me fracturé el pie y a ello siguió un infarto cardiaco. En estado de inconsciencia experimenté delirios y visiones que debieron comenzar cuando estaba expuesto a un inminente peligro de morir y me daban oxígeno y alcanfor. Las imágenes eran tan sobrecogedoras que yo mismo concluí que estaba cerca de la muerte. Mi enfermera me dijo más tarde: "Estaba usted como rodeado por un claro resplandor!" Éste era un fenómeno que ella había observado algunas veces en los moribundos. Estaba en el límite más extremo y no se si me encontraba en un sueño o en éxtasis. En todo caso, comenzaron a sucederse ante mí cosas sumamente impresionantes.
Me pareció como si me encontrase allá arriba en el espacio. Lejos de mí veía la esfera de la tierra sumergida en una luz azul intensa. Veía el mar azul profundo y los continentes. Bajo mis pies, a lo lejos, estaba Ceilán y ante mí estaba el subcontinente de la India. Mi campo de visión no abarcaba toda la tierra, sin embargo, su forma esférica era claramente visible, y sus contornos brillaban plateados a través de la maravillosa luz azul. En diversos lugares la esfera terráquea parecía coloreada o manchada de verde oscuro como plata oxidada. "A la izquierda", en la lejanía, había una amplia extensión: el desierto amarillo-rojizo de Arabia. Era como si allí la plata de la tierra hubiera adoptado una tonalidad amarillo-rojiza. Luego estaba el mar Rojo, y muy a lo lejos, también "a la izquierda y arriba", podía divisar todavía un cabo del Mediterraneo. Mi mirada se dirigía precisamente allí. Todo lo demás aparecía borroso nada más. También veía las montañas nevadas del Himalaya, pero allí estaba nublado o envuelto en vapor. Hacia la "derecha" no miré. Sabía que estaba a punto de abandonar la Tierra.
Posteriormente me informé a qué altura debía encontrarme para poder alcanzar una visión de tal extensión. ¡Aproximadamente a unos 1.500 kilómetros! La contemplación de la Tierra desde tal altura es lo más grandioso y más fascinante que he experimentado.
Después de un rato de contemplar el panorama me volví. Me situé, por así decirlo, de espaldas al océano Índico, con la cara hacia el norte. Entonces me pareció como si me volviese hacia el sur. Algo nuevo apareció ante mi vista. A escasa distancia divisé en el espacio una enorme masa de piedra oscura, como un meteorito, aproximadamente del tamaño de mi casa, quizás mayor todavía. La piedra en el universo flotaba y yo mismo flotaba en el universo.
He visto piedras parecidas en la costa del golfo de Bengala. Son bloques de granito marrón oscuro en los cuales algunas veces se esculpían templos. Un bloque enorme oscuro de ese tipo era mi piedra. Un acceso conducía a un pequeño vestíbulo. A la derecha, sobre un banco de piedra, estaba sentado un indio negro en trono de loto. Llevaba vestiduras blancas y se encontraba en un estado de impasividad total. Así me esperaba a mí: silencioso. Dos peldaños conducían a este vestíbulo en cuya parte interior izquierda se encontraba la puerta del templo. Innumerables cavidades como pequeños nichos, llenos de aceite de coco y mechas ardientes, rodeaban la puerta con una corona de pequeñas llamas. También esto lo vi una vez en la realidad. Cuando visité en Kandy (Ceilán) el templo del diente sagrado, varias filas de lámparas de aceite ardiendo flanqueaban así la puerta.
Cuando me acerqué a los peldaños de la entrada en la roca me sucedió algo extraño: tuve la sensación de que todo aquello desaparecería borrado por mí. Todo cuanto pensaba, deseaba o creía, toda la fantasmagoría de existencia terrena me abandonó o me fue arrebatada: un proceso extraordinariamente doloroso. Pero algo quedó; pues era como si todo lo que había vivido o realizado, todo cuanto había sucedido a mi alrededor, lo tuviese ahora conmigo. Podría también decir: estaba en mí, y yo era esto. Por así decirlo, yo me componía de esto. Me componía de mis historias y tenía la sensación plena de ser ahora Yo. "Yo soy este haz de lo realizado y lo pasado." Esta vivencia me dio la sensación de la más extrema miseria, pero también a la vez de la mayor satisfacción. No existía ya nada que yo pretendiese o desease, sino que permanecía, por así decirlo, objetivo: era esto lo que había vivido. Es verdad que primero predominó la sensación de la aniquilación, de ser arrebatado o de ser despojado, pero repentinamente también esto pasó. Todo parecía expirado, quedaba un fait accompli, sin relación alguna con lo antiguo. Ya no había que lamentar que algo hubiera desaparecido o caducado. Por el contrario: tenía todo lo que yo era y no tenía más que esto.
Todavía me preocupaba otra cosa: tenía la certeza, mientras me acercaba al templo, de que entraba en una sala iluminada y encontraría allí a todos aquellos hombres con los que tuve relación en la realidad. Allí comprendería por fin -también esto era evidente- a qué afiliación histórica pertenecía yo o mi vida. Sabría lo que había visto antes de mí, por qué existí y donde me conduciría mi vida en lo sucesivo. Mi vida transcurrida me parecía a menudo una historia que no tenía ni principio ni fin. Tenía la sensación de ser un precedente y subsecuente. Mi vida me parecía como recortada con las tijeras de una larga cadena y muchas cuestiones habían quedado sin respuesta. ¿Por qué transcurrió así? ¿Por qué he aportado tales hipótesis? ¿Qué he hecho con ello? ¿Qué resultará de todo ello? A todo esto -estaba seguro de ello- hallaría respuesta. Allí sabría por qué todo había sido así y no de otro modo. Me encontraría con hombres que sabían la respuesta a mis preguntas sobre el pasado y el porvenir. (...)
En realidad transcurrieron todavía tres semanas hasta que pude decidirme a volver a vivir. No podía comer porque sentía un dégout por todas las comidas. El panorama de ciudad y montañas, que se divisaba desde mi cama de enfermo, se me antojaba como una cortina pintada con negros agujeritos, o como una hoja de periódico agujereada con fotografías que no me decían nada. Desilusionado, pensaba: "¡Ahora debo volver a insertarme en el sistema de los "cajoncitos"! Pues parecía como si tras el horizonte del cosmos se hubiera construido artificialmente un mundo tridimensional, en el cual cada hombre se encontrara por separado en un cajoncito. ¡Y ahora tendría que volver a imaginarme que esto valía la pena! La vida y el mundo entero parecían una carcel y me indigné mucho al pensar que volvería a encontrarlo bien. Había estado tan contento de que finalmente hubiera terminado todo esto, y ahora todo volvía a ser como si yo -al igual que los demás- estuviera en una cajita colgando de unos hilos. Cuando estaba en el espacio, yo era ingrávido y nada me atraía. ¡Y ahora esto debía terminar otra vez! (...)
Aquella semana viví a un ritmo extraño. De día estaba casi siempre deprimido. Me sentía desvalido y débil, apenas tenía ánimo para moverme. Muy afligido pensaba: ahora debo volver a penetrar en este lúgubre mundo. Por la tarde me dormía y mi sueño duraba hasta medianoche aproximadamente. Luego volvía en mí y permanecía despierto quizás una hora, pero en un estado totalmente distinto. Me encontraba como en éxtasis o en un estado de máxima felicidad. Me sentía como si flotase en el espacio, como si estuviese oculto en el seno del universo -en un vacío inmenso, pero desbordante de una sensación de máxima felicidad. ¡Esto es la eterna bienaventuranza, no hay modo de describirlo, es demasiado maravillosa!, pensaba.
También el ambiente parecía embrujado. A aquella hora de la noche la enfermera me traía la comida, pues sólo entonces podía tomar algo y comía con apetito. Por algún tiempo me pareció ser una anciana judía, mucho más vieja de lo que era en realidad y como si me trajera comidas rituales, preparadas según el rito judío. Cuando la miraba era como si tuviera un halo azul alrededor de su cabeza. Yo mismo me encontraba -así me lo parecía- en el Pardes rimmonim, en el jardín de las granadas y tenía lugar la boda de Tieferet con Malkut (1). O yo era como el rabí Simon ben Jochai, cuyas bodas se celebraban entonces. Se trataba de las bodas místicas, tal como se representan en la tradición cabalística. No puedo decirles a ustedes lo maravilloso que esto era. Sólo podía pensar incesantemente: "¡Éste es el jardín de las granadas! Ahora son las bodas entre Malkut y Tiferet." No sé exactamente qué papel desempeñaba yo allí. En el fondo se trataba de mí mismo: yo era las bodas. Y mi bienaventuranza era una boda bienaventurada.
Paulatinamente la vivencia del jardín de las granadas fue desvaneciéndose y se transformó. Siguió "la fiesta pascual" en Jerusalén, que estaba solemnemente adornado. No soy capaz de describirlo en detalles. Eran estados de bienaventuranza indescriptibles. Había ángeles y luz. Yo mismo era la "fiesta pascual".
También esto desapareció y se me presentó una nueva representación, la última visión. Ascendía por un amplio valle hasta la cumbre, al borde de una apacible cordillera. El final del valle formaba un anfiteatro antiguo. Se veía extraordinariamente bello en medio del verde paisaje. Y allí, en el teatro, tenía lugar el hierosgamos (2). Bailarines y bailarinas entraron en el escenario y, en un lugar adornado con flores, ejecutaron el hierosgamos para Zeus, el padre del universo, y Hera, como se describe en la Ilíada.
Todas esta vivencias eran maravillosas, y me sumergieron noche tras noche en la más pura bienaventuranza, "escoltado por las imágenes de toda criatura". Paulatinamente los motivos se confundieron y palidecieron cada vez más. Casi siempre las visiones duraban apoximadamente una hora; luego volvía a dormirme y ya cerca del amanecer volvía a sentir: ¡Ahora vuelve la lúgubre mañana! ¡Ahora vuelve el lúgubre mundo con sus sistemas de celdas! ¡Qué estupidez, qué horrible disparate! Pues las vivencias internas eran fantásticas que en comparación con ellas este mundo parecía francamente ridículo. En la medida en que me acercaba de nuevo a la vida, apenas tres semanas después de la primera visión, cesaron los estados visionarios.
No es posible hacerse una idea de la belleza e intensidad del sentimiento que experimentaba durante las visiones. Fueron lo más inmenso que he experimentado en mi vida. ¡Y luego este contraste con el día! Entonces me sentía atormentado y con los nervios enteramente destrozados. Todo me irritaba. Todo era demasiado material, demasiado grosero y demasiado torpe, limitado espacial y espiritualmente, ceñido artificialmente a irreconocibles fines, y sin embargo poseía algo así como una fuerza hipnótica que hacía creer en ellos, como si se tratara de la misma realidad, mientras que se podía reconocer fácilmente su vanidad. En principio, desde entonces, pese a la fe revalorizada en el mundo, nunca más me he librado completamente de la impresión de que la "vida" es un fragmento de existencia que se desenvuelve en un sistema adecuado de magnitud tridimensional. (...)
Se recela de la expresión "eterno", pero yo sólo puedo describir el vivir como beatitud de un estado no temporal, en el cual presente, pasado y futuro son una misma cosa. Todo cuanto sucede en el tiempo estaba allí compendiado en una totalidad objetiva. Ya nada se encontraba separado en el tiempo ni podía medirse mediante normas temporales. El vivir podría definirse en última instancia como un estado, como un estado de ánimo, que, sin embargo, no puede imaginarse. ¿Cómo puedo imaginarme que existo a la vez anteayer, hoy y pasado mañana? Entonces algo no habría comenzado todavía, otra cosa sería de la más diáfana actualidad y nuevamente algo estaría ya terminado, y, sin embargo, todo sería una misma cosa. Lo único que la sensibilidad podría captar sería una suma, una irisada totalidad en la que estaría incluida tanto la esperanza de lo que comienza, como la sorpresa acerca de lo ya sucedido y la satisfacción o desilusión sobre el resultado de lo sucedido. Un todo indescriptible en el que se está inmerso; y, sin embargo, se percibe con objetividad completa. (...)
La vivencia de esta objetividad volví a experimentarla otra vez. Fue después de la muerte de mi mujer. La vi en un sueño que fue como una visión. Ella estaba a cierta distancia y me miraba de hito en hito. Se encontraba en la flor de su edad, tenía unos treinta años y llevaba el vestido que mi prima, la medium, le había hecho hecho hacía muchos años. Fue quizás el vestido más bonito que jamás llevara. La expresión de su cara no era ni de contento ni de tristeza, sino de objetivo convencimiento sin la menor reacción sensible, como más allá de las nieblas del afecto. Yo sabía que no era ella sino una imagen motivada o establecida por mí. Encerraba el principio de nuestras relaciones, los acontecimientos de los cincuenta y tres años de nuestro matrimonio y también el fin de su vida. Frente a una integración de este tipo uno se queda atónito, pues apenas se puede concebir.
La objetividad que experimenté en este sueño y en mis visiones pertenece a la plena individuación. Significa un librarse de las clasificaciones y de lo que designamos como compenetración afectiva. En la compenetración afectiva reside mucho del hombre en general. Pero ello implica siempre proyecciónes de las que hay que prescindir para llegar a se uno mismo y conseguir la objetividad. Las relaciones afectivas son relaciones volitivas, lastradas por la pasión y la ausencia de libertad; se espera algo del otro, por lo cual, éste y uno mismo dejan de ser libres. El conocimiento objetivo se encuentra detrás de la dependencia afectiva; parece ser el misterio fundamental. Sólo a través de él resulta posible la verdadera Coniunctio (unificación alquímica).


Carl Gustav Jung, Folio 97 del Liber Novus


(1) Pardes rimmonium es el nombre de un tratado cabalístico de Mose Cordovero del siglo XVI. Malkut y Tiferet son, según la concepción cabalística, dos de las diez esferas de las manifestaciones divinas, en las que Dios sale de su retiro. Representan un principio femenino y masculino dentro de la divinidad.
(2) Bodas santas o espirituales. Unificación de figuras arquetípicas en los mitos de reencarnación, antiguos misterios y también en la alquimia. Ejemplos típicos son las representaciones de Cristo y la Iglesia como esposo y esposa (sponsus et sponsa) y la unificación alquímica (coniunctio) de Sol y Luna.



Algunos libros de C. G. Jung:

Recuerdos, sueños, pensaminentos. Seix Barral 2003
Psicología y Alquimia. Grupo Editorial Tomo 2002
Símbolos de transformación. Paidós 1998
Simbología del espíritu. F. C. E. 1998
Formaciones de lo inconsciente. Paidós 2000
Psicología y simbólica del arquetipo. Paidós 1999
Psicología de la transferencia. Paidós 2001


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lunes, 11 de julio de 2011

"El lenguaje de los Pájaros"


Ave del Paraíso, Papúa Nueva Guinea


El siguiente texto es uno de los 34 ensayos cortos reunidos en la obra de Eliot Weinberguer, Algo Elemental, siendo uno de los que más me ha gustado entre los que he leido. En ellos su autor explora un territorio poco transitado por la ensayística fronterizo entre la poesía y la narrativa.

Donde viven los kalulis
por
Eliot Weinberger



Monte Bosavi, Papúa Nueva Guinea


En la densa selva donde viven los kalulis, al pie del monte Bosavi, en Papúa Nueva Guinea, es dificil ver a lo lejos, de modo que el mapa del espacio se traza con sonidos:

kegui kegui kegui
una Mina de cara Amarilla













gubogubo gubogubo
un Pico de Hoz negro

ii-yehhhh-u
el Tilopo adornado

susulubii susulubii
el Tilopo Soberbio

so-gaaaa gya gya
la Cucuburra de Vientre Rojo

wek-wuu wek-wuu wek-wuu
la Paloma Rabuda Papú en lo alto de la cascada gulugulugulu que se estrella abajo en las pequeñas pozas kubu kubu kubu kubu

bajbaj bajbaj bajbaj los Cálaos aletean













tiibo-tiibo tiibo-tiibo
un Pitojuí Crestado

jehhh un enfermo resuella

salabih salabih
trina el Martin Pescador

jaw-guuuu el viento pasa por la selva
y una hoja seca cae ¡
dejguej! del árbol del pan

ijjjjjjj el zumbido de las cigarras
dej dej dej dej dej
el chupeteo de los murcielagos comiendo fruta

gihlehlih gihlehlih
un Pájaro Matarife de Cabeza Negra

godó godó godó el hacha corta el árbol
guuuuu el árbol cae por el aire y
¡
gah! retumba contra el suelo

sehlih sehlih los cuchillos se afilan en una piedra
tikitikitiki la máquina de escribir del antropólogo
y
behdehbehdehbehdeh su generador Honda

ti ti titi ti ti gotea el agua tras la lluvia
y cae
gugu gugu gugu gugu gugu
desde los tubos de bambú en el techo de la casa comunal

La lengua de los kalulis se llama bosavi -toma su nombre del monte Bosavi, cono hundido de un volcán extinto y la hablan algunos pájaros. La Golondrina del Bosque Ahumada llama bas-bas bas-bas, "cuñado", a la Salangana de Vanikoro, queriendo decir que ya es momento de compartir la comida. La Curruca de Cuello Negro dice:
siiyo-gogo-bayo siiyo-gogo-bayo, "aquí mismo me quedo". El Sericornis Papú canta: kaluu-yabe kaluu-yabe, "alguien viene". La Oropéndola Castaño Oscuro, que siempre es hembra, es malhablada e insulta a los hombres que pasan: kuu-jeleidih koo-heleidih, "qué verga más dura". El chotacabras dice: nuu-dey-uu nuu-dey-uu, "abuela trae leña". El Filemón reclama dowo niwo, "¡padre!, madre!", pues una vez un enemigo mató a unos niños y el Filemón adoptó sus voces.
Un kaluli vive en dos mundos: el mundo visible de la gente y el mundo de sus reflejos, donde la gente vive como jabalís o casuarios en las laderas del monte Bosavi. Cuando alguien muere, el reflejo también desaparece y se convierte en un pájaro en el mundo visible. Los pájaros se ven unos a otros como personas, y sus reclamos son de personas que hablan entre sí. El tránsito de la vida es de niño a pájaro.
Las canciones humanas son cantos de pájaros, y las palabras de un canto se llaman "palabras de sonido de pájaro". Son "palabras al revés", palabras comprensibles pero completamente distintas a las del lenguaje hablado, palabras que tienen un significado por debajo, en el otro lado. Todas las metáforas se basan en pájaros, árboles, tierras y aguas. Los cantos son en primera persona: el cantante se encuentra solo tras la muerte de un miembro de la familia o está viajando lejos de su hogar. Describen un trayecto en el que cada nombre de lugar evoca asociaciones nostálgicas, pues un árbol es una casa, un jardín es comida, un pájaro es una persona, la vida es un mapa y el canto es un sendero que lo recorre.
Un gran cantante tiene una voz como la del Tilopo Perla o la del Tilopo de Vientre Naranja. El cantante es un pájaro en lo alto de una cascada, y la estructura de la canción es una cascada. Las canciones mal interpretadas tienen un saliente demasiado pronunciado antes de la caída del agua, o salpican demasiado, o se demora demasiado en la poza antes de seguir su curso. Una canción lograda es como el agua que corre con fuerza sobre las rocas y se une con las aguas que fluyen más allá de donde alcanza la vista.
Antiguamente, hace veinte años, antes de las pistas de aterrizaje y de los misioneros y de los perforadores de petróleo y bateadores de oro y funcionarios, cuando las casas comunales estaban rodeadas de picas coronadas por cráneos enemigos, el acontecimiento más importante era la ceremonia del canto, el gisalo.

Cantantes y danzantes kalulis frente a la casa comunal

Cada aldea vivía en una sola casa comunal, y cada una se encontraba a varias horas de distancia de las otras. Una o dos veces al año, una aldea invitaba a otra a cantar. Al caer la noche, los visitantes llegaban en fila de a dos, portando antorchas, y subían las escaleras para entrar en la casa comunal de sus anfitriones, que de repente se quedaban en silencio. A todo lo largo de la estancia, ambas filas, tras un largo momento de expectación, siseaban
sssss con fuerza, como un neumático que se deshincha, y se sentaban bruscamente; sólo permanecían en pie cuatro cantantes, cada uno de ellos ataviado idéntica y espléndidamente como pájaros, la cara y el cuerpo pintados de rojo, los ojos perfilados con un antifaz dibujado en blanco y negro, con plumas del Ave del Paraíso brotando de sus brazaletes, en la cabeza una aureola de plumas negras de casuario, con una única pluma blanca, pesada e inclinada, en medio, y una cascada de serpentinas amarillas de hojas de palma que subían arqueándose desde la cintura hasta los hombros y desde allí hasta bajar al suelo.
Tres de los cantantes se sentaban, el primero comenzaba a cantar suavemente desde un extremo de la casa comunal, con la mirada fija en el suelo, ajeno a la muchedumbre, las rodillas flexionadas, dando pequeños botes como si fuera la Paloma Rabuda Papú y acompañado del trance hipnótico y monótono que producía el repiqueteo de un collar de conchas de mejillones que se extendía de su mano hasta el suelo. Se desplazaba lentamente a lo largo de la casa comunal y su canto se hacía cada vez más alto e intenso; cantaba sobre lugares familiares de sus anfitriones y sobre tristes sucesos relacionados con aquelllos riachuelos, árboles, pájaros y campos de labranza. Las canciones hacían llorar a los anfitriones y, cuando los sollozos se tornaban insoportables, alguien cogía una antorcha y con ésta empujaba al cantante por el pecho o el hombro. Profundamente ensimismado, el cantante continuaba cantando impasible, mientras lo quemaban una y otra vez, hasta que su canción concluía y el turno pasaba a otro cantante, quien entonaba los
crescendo
que lo lllevarían también a ser quemado.
Las canciones se prolongaban hasta el amanecer, y el éxito de la noche se rememoraba mediante relatos que describían cuánto habían llorado los anfitriones y cuánto se habían quemado los cantantes invitados. La última de esas noches fue en 1984.
En la lengua bosavi, la palabra para "mañana" es la misma que para "ayer". La palabra ya no se aplica a la sociedad kaluli, sino a los mismos pájaros que antaño fueron kalulis.

ii-yehhhh-u ii-yehhhh-u susulubii susulubii susulubii


aún están en los árboles.


Lecturas:

Eliot Weinberger, Algo elemental. Ediciones Atalanta 2007

.

domingo, 3 de julio de 2011

Geometría del Espíritu


Isfahan (Irán). Mezquita del iman. Bóveda del iwan norte


El punto aparece en el círculo, aunque no estaba...
pues tal punto es el origen del círculo.
El punto crea en su girar el círculo,
a los ojos de quien lo mide.
Su principio y su fin se unen,
cuando el punto mide la totalidad del círculo.
Cuando éste se completa,
el compás junta sus pies con su cabeza,
y descansa.
Todos nostros estamos sin Ser, sin Ser.
Estamos sin Ser, y Tú eres el Existente.
Llamó al mundo entero Su sueño; miró una y otra vez,
y Su sueño era Él mismo.

Sayyid Ni'matullah Wali (s. XV)


Verdadero, sin falsedad, cierto y muy verdadero: lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para realizar los milagros de la Cosa Única.
Y así como todas las cosas provinieron del Uno, por mediación de Uno, todas las cosas nacieron de esta Única Cosa, por adaptacion. (...)

Hermes, La tabla esmeralda


El siguiente texto es la introducción a la edición española de la obra de los iraníes Nader Ardalan y Laleh Bakhtiar, El sentido de la Unidad. La tradición sufí en la arquitectura persa. Su autor es el doctor en Filología Árabe Carlos Varona Narvión, en la actualidad Director del Instituto Cervantes de Damasco, quien también a traducido la obra de Ibn Arabi.


La geometría del espíritu en la arquitectura irania, por CarlosVarona Narvión


Toda actividad humana, aun en campos de dificil límite como el religioso, cuenta indefectiblemente con unas consideraciones tanto conceptuales como útiles del espacio, es decir, con una apropiación más o menos abstracta, en este caso de la fe y la revelación, pero también con otra aplicada, y por tanto "estética". El fenómeno humano mismo es espacial, tanto como temporal; los son sus obras, y no puede sustraerse a tal echo. Esta obviedad, sin embargo, nos introduce en el núcleo mismo del presente texto: el sufismo, como cualquier otra vía o conjunto de identidades, por muy profundas que tenga sus raices ancladas en el espíritu y las vivencias más internas, también posee un tipo de materialidad, una manifestación y unas repercusiones espaciales y a la vez cronométricas, como son el caso de la danza y de la música, o por extensión la arquitectura y la caligrafía. Los caracteres externo (zahir) e interno (batin) de la existencia representan dos aspectos complementarios e integrantes de una totalidad superior a ambos, con los que el hombre ha de contar con una u otra medida mientras posea un cuerpo y unos sentidos. Tal y como se conoce al ser humano, estas dos variadas "geografías", la física y la causal, resultan en realidad del todo indisociables. Lo más próximo a la conciencia cotidiana es el cuerpo (yisim), su anatomía, y cuanto en el mundo se le evidencia por los sentidos, con sus texturas y materiales. De otro lado, las referencias al misterio, al espíritu (ruh), pueden vestirse con infinitas fórmulas, con innumerables posibilidades de aparición, mas nunca llegan a ser opuestos o irreconciliables con la base física del hombre y su percepción. Incluso el destello más lejano e inaprensible posee algún tipo de perfil, de configuración espacial, y despierta respuesta somáticas de bienestar y serenidad, o de disgusto y desazón. Tanto las experiencias más reiteradas y cotidianas como los vislumbres extemporaneos de lo sacro, las teofanías, aun siendo diametralmente distintas, guardan una cierta relación, les une un fino hilo: la imagen. De forma paralela a la del tiempo, la percepción del medio que interesa al sufismo es en esencia cualitativa. No preocupan estas dimensiones en un sentido extenso, del cuánto, sino interiorizado, del símbolo, de la representación mental, que mediante las claves de estos de dos parámetros introducen a la suprema sabiduría y a los secretos del universo, por mucho que éstos nunca lleguen a ser del todo desvelados. El tiempo es vivido como un presente continuo, como una sucesión de instantes únicos, reacios a cualquier escala y medida, mientras que el espacio acoge el despliegue de la manifestación divina a través de los Nombres, los cuales, reflejados en la infinidad de seres y cosas, revelan la Unidad (al-tawhid) de Dios y de su Obra: el universo (al-kawn).

Isfahan (Irán). Mezquita del iman. Decoración cerámica de una de las bóvedas de las arquerias del lado norte del patio.


En estas coordenadas de síntesis, las del equilibrio aplicado a la arquitectura, entre el espíritu y la materia, se inscribe
El sentido de la Unidad. La tradición sufí en la arquitectura persa, de Nader Ardalan y Laleh Bakhtiar. Pone esta obra un espacial énfasis en la arquitectura tradicional, como fusión brillante y continuada de tales extremos, presentes en el hombre y en el mundo, ofreciendo a través de las construcciones iranias más destacadas una manifestación concreta de lo infinito, lo que podríamos llamar el "misterio de Dios" en la materia. En este terreno de conjunción, que los autores ligan a la alquimia en tanto ciencia tradicional, el simbolismo alcanza un papel vital como lenguaje omnicomprensivo, que desemboca siempre en la misma clave: la geometría. A su vez ésta, parafraseando al dintel de la Academia (de Atenas), encamina a los secretos del cosmos mediante patrones comunes a todo cuanto existe: las galaxias, los átomos, la luz, los frutos y flores, el cuerpo de los vertebrados y, cómo no, el humano. Según la vía cosmológica del tasawwuf (sufismo), la geometría es un paso cardinal hacia "la visión del corazón". Si bien lo determinado, lo visible, no alcanza a contener el infinito, sin embargo sí puede manifestarlo mediante unos límites estructurados, más allá de toda subjetividad o idea de partida. La geometría, que quiere decir medida de la tierra, es orden y estructura esencial: es sintaxis. Independientemente de su extensión o superficie, en cualquier materia a la que se aplique, insufla el hálito de lo cualitativo; gracias a ella percibimos de forma clara las relaciones proporcionales entre las cosas. En la presente obra, la geometría supone el punto de partida y de llegada, ya que, nos vienen a decir sus autores, significa el primer y último paso de la arquitectura; todo lo demás resulta añadido, decorativo. Sólo la geometría confiere la facultad de relacionar y detectar equivalencias múltiples entre las formas que habitamos y el cosmos, así como el experimentar sus diversos ritmos, impresos en la materia. Ligada a la limpieza prístina de la geometría, se halla la luz, lugar recurrente en esta obra que presentamos al lector en lengua española. Tanto el fulgor del sol, que cae a plomo sobre los patios al mediodía, como el brillo del astro al atardecer, tamizado por la bruma o las celosías, suponen el culmen para la percepción humana en la sublimación de las formas, al tiempo que revelan la Unidad de la Existencia (wahdat al wuyud). De naturaleza enigmática, la luz significa la irrupción vertical del cielo en la tierra, la cual levita en respuesta hacia el cielo, podría decirse, mediante la construcción, en la que se resumen todo el saber y las aspiraciones humanas. Mas en la arquitectura también es necesaria la sombra, los intersticios e interiores. Y es esta síntesis de contrarios, el mutuo contrapunto del blanco y el negro, lo que en el cruce entre luz y oscuridad alumbra y define nuestro mundo polar. Las formas son visibles gracias a ese contraste, a que no todo es luz, como la urdimbre y la trama dan como resultante la tela, como la materia y el espíritu, que tal como los conocemos alumbra la vida. La luz es el cuerpo holográfico de lo indiferenciado, expresión máxima de la Unidad, de la suprema esencia de todas las manifestaciones, al tiempo que representa uno de los "pilares" del sufismo, y toma su base justamente de la azora de "La Luz": "Dios es la Luz de los cielos y la tierra, su Luz es comparable a una hornacina en la que hay un pábilo encendido" (C 24, 35). El corazón del creyente representa en tal hornacina la mecha, que recibe el fuego, y donde el resplandor prende. En íntima relación con la luz se halla el color, como cuerpo y vestidura suya, también tratado extensamente en el libro, por poseer profundas raíces simbólicas en la cultura irania. El fulgor del cielo, la zoroástrica Xvarnah, se vio adaptado en el Islam como Luz de Alá, "luz sobre luz", permaneciendo con una vital importancia en lo sucesivo, como vía de expresión metafórica de toda la mística musulmana. La filosofía de las luces de Suhrawardí, quien creó la tariqa (cofradía) israqiyya, habla de los brillos que ven los sufíes durante sus meditaciones y sama' (repetición de los Nombres divinos y eventual danza) en el "mundo imaginal", cuya vivencia continuará posteriormente Naym Al-Din Kubra (m. 1256), y de forma especial uno de sus sucesores, 'Ala' Al-Dawla Al-Simnnani (m. 1336), quien desarrolló toda una fisiología sutil de los tonos. La polarización de la luz en los siete colores revela igualmente para diversas tradiciones gnósticas las siete caras de la Unidad. Los principios del arte tradicional en Irán no son muy distintos en su espíritu de los que alumbraron las catedrales en el Medioevo europeo. La estética resultante, sin embargo, sí es muy alejada. Por la influencia tanto deliberada como inconsciente de un imperativo dogmático, en el arte cristiano imperan los ritmos numéricos trinitarios, mientras que los cuaternarios tienen un papel destacado en el Islam, y el cubo de la Ka'aba (custodia del betilo que se tiene por un fragmento del paraíso), templo máximo de esta religión, es un claro exponente de ello. De la misma manera, mientras en el seno de la primera cultura citada la verticalidad prima en los patrones de su arte sacro -sólo hay que entrar en una iglesia para comprobarlo-, en la segunda es claramente dominante la línea horizontal de las mezquitas, especialmente las del mundo árabe. En efecto, los símbolos y las formas seculares no pueden improvisarse, sino que se transforman y viven durante generaciones y siglos en determinadas regiones del globo, permaneciendo siempre allí, como un halo invisible, en el inconsciente colectivo. Nada queda al azar en este arte, pues todo es reflexionado y calculado sin afán de notoriedad o genio. Se consedera que cuanto el artista-arquitecto hace con su labor es fruto de la inspiración, aunque en sentido trascendente, y que por ello procede en última instancia de un lugar, más amplio que la sola mente de una determinada persona. El artista tradicional reconoce que nada trascendente puede ser patrimonio suyo. Expurga de forma implícita al ego y las referencias personales de su trabajo, algo que hoy en Occidente nos parecería del todo impensable, por la conocida evolución en esta órbita desde el Renacimiento, centrada en la fenomenología del individuo y en su relación con la comunidad. Igualmente, en la actualidad, toda construcción tiene fecha aproximada de caducidad, y con vigas de hierro y hormigón, el planteamiento de retar a la gravedad resulta absolutamente distinto. Para la visión del arte tradicional, pormenorizada en este trabajo a través de los elementos iranios, si algo vital existe, es el número. Se aplica aquí el sentido pitagórico de que "todo está ordenado en torno al número"; éste es una esencia, como la de la rosa, el jazmín o el almizcle... En su lado externo es enumerativo, cuantificador de masas y objetos, mientras que en el esotérico es cualitativo, expresa lo que podríamos llamar un código irradiente de actuación.

Shiraz (Irán) Mausoleo de Boghe-ye Cheragh. Bóveda del portal

Los números no entran nunca al azar en un medio dado, sino que tanto individual como conbinadamente comportan un cierto "carácter", un orden; son, según su guarismo, una "huella", la traza indeleble de unas determinadas propiedades universales. En la arquitectura tradicional se da el cruce, la síntesis entre el número como patrón confomador y la materia como receptora. Y es ahí donde incide el número, no sólo como cantidad, como materia, sino como relación. El Uno es el punto de partida de todo, la Unidad y el impulso primigenio; el dos supone la polaridad, siendo el símbolo de lo femenino y la horizontalidad, y por lo tanto de lo más apegado a la tierra; el tres, la tríada, es la superación de los extremos, el movimiento, el suelo fecundado por el espíritu..., y así sucesivamente. El cuadrado es igualmente una de las formas básicas de inspiración sufí; con sus lados idénticos representa a los cuatro elementos y sus ángulos interiores suman los mismos grados que la circunferencia. El octógono está presente por su parte en la planta de muchas edificaciones, especialmente bajo cúpulas.
Más allá de ser o no creyente en una determinada fe o sistema de creencias, debemos situarnos a lo largo del presente libro en una prolongada etapa histórica en la que el desafío del tiempo y las leyes de la gravedad son realmente concebidas como un logro. El arquitecto hace con su buen o mal trabajo que la mayor masa flote ingrávida en el aire, como en el caso de cúpulas y alminares majestuosos; o por el contrario, que el más pequeño objeto resulte una forma sin espíritu. Tanto para el saber tradicional de Oriente como para el Occidente, el artista y arquitecto participa de una gran homogeneidad colectiva. La evolución de éste es tanto interior como exterior, e imita el proceso y modo de operar de la naturaleza. Todo lo que existe en el universo está en él, pero él es más. Al igual que en la antroposofía occidental, se considera que el ser humano no es habitante casual y pasajero del universo, sino resumen de toda la evolución, y germen desarrollado de la deidad en la materia, es más: el cruce del espíritu con lo mejor de la materia. Estos dos extremos, lo que se ha dado en llamar el microcosmos y el macrocosmos, revelan un juego de espejos enfrentados, que el sufismo, como en todos los demás senderos espirituales, se explota imaginativamente hasta sus últimas consecuencias mediante el pensamiento, la música o la poesía, las artes. Éstas son algunas de las coordenadas que en nuestra opinión deberían tenerse presentes para entrar de forma adecuada en este trabajo sobre la arquitectura tradicional iraní, en ocasiones algo monótono en su forma de expresión, pero de un calado que lo liga al simbolismo universal de las formas, muy cercano a lo que se dio en llamar Philosophia Perennis. La introducción a la edición original inglesa, de hecho, corre a cargo de Seyyed Hossein Nasr, quien junto a René Guénon y Frithjof Schuon, es uno de los más conocidos representantes en su vertiente islámica. Con las secciones consagradas al espacio, la forma, superficie, color, orden natural, geometría y armónico, etc.., se van desgranando a lo largo de las páginas de esta obra las características propias de la arquitectura persa musulmana, a su vez influenciada por elementos anteriores, especialmente del periodo sasánida. Una de las principales señas de identidad del orbe constructivo iranio, y que más extendida se halla por el mundo, es la cúpula sobre trompas de ángulo, que ya desde antiguo se encuentra por todo el país, incluso en la arquitectura doméstica. Sin ir más lejos, nuestra palabra española "alcoba" (del árabe al-qubba = cúpula), procede de esa forma arquitectónica. Además de disponer en el interior de la cúpula de una gran riqueza de soluciones técnicas y de ornamentación, dota al conjunto con una destacada verticalidad, frente a la clara tendencia de la arquitectura árabe-omeya a la línea horizontal. Tal vez el paisaje montañoso iraní y el por lo general desértico árabe justifiquen al menos en parte esta propensión natural y este acentuado contraste en las dos expresiones arquitectónicas. Una vez que hubieron irrumpido con pujanza los modelos omeyas en la arquitectura religiosa iraní del siglo VIII, el rico pasado arquitectónico de Persia volvió a emerger con un claro protagonismo, además de por la disposición circular heredada de las antiguas ciudades partas, de forma especial por dos elementos de clara impronta en la región: el iwan y el kiosco. Directamente procedente de la padana aqueménida, el primero consiste en un portal abovedado y abierto, que suele utilizarse como sala de audiencias, siendo uno de sus antecedentes más conocidos el palacio sasánida del rey Sapor I en Ctesifonte (s. IV). De la misma manera, y como seña propia de identidad, destaca el kiosco o zócalo cubierto, que encuentra su origen en los altares del fuego mazdeo, de los que pueden hallarse algunos restos en el país, conocidos como atas gah. Basadas en este sistema, de la antigua división del círculo en cuatro cuadrantes, con un pabellón central, las mezquitas empiezan a contar como propiedad característica en Irán con cuatro iwan, uno por cada lado del cuadrado, con un patio central, y una pequeña o gran alberca en el centro. La escenografía del universo, con su eje y los cuatro cuadrantes, está servida. A esta patio con forma de cruz, donde se puede contemplar y sentir el orden puro, la unidad metafísica y su diversidad, suelen añadirse escuelas coránicas (madrasa y tekke), por lo común con corredores y salas hipóstilas. Igualmente, y en diversas construcciones, también civiles como por ejemplo algunos puentes, aparecen los nichos abovedados, ritmados y ciegos, ya presentes en los palacios aqueménidas de Persépolis y en el de Ardarshir I, en la actual ciudad de Firuzabad. Por lo que respecta a la ordenación espacial, se hace en efecto básica en estas consideraciones la presencia del centro, que expresa la naturaleza misma de la Unidad, sobre el que ésta, como un polo (qutb), se asienta, mas en el que no se resume: es el lugar ilocalizable del Ser. Existen formas especialmente ligadas a esa manifestación primigenia, tales como la esfera, símbolo para el hombre del universo y la totalidad material, que encuentra su plasmación en la bóveda y la cúpula, a su vez metáfora palpable de los cielos. Desde lo infinitamente pequeño, el punto, a lo infinitamente grande, el cosmos, ésta expresa el cuerpo arquitectónico. A partir del centro o nodo, la esfera puede contener una interminable serie de ritmos, de armonías y simetrías, de figuras geométricas reductibles a númerois y claves, que dan la justa medida de la riqueza de la Creación. En esa línea, el mandala, presente en el arte oriental y occidental, símbolo y visión del cosmos, representa con sus patrones geométricos y florales la mencionada división del círculo en cuatro cuartos, más infinidad de elementos interconectados. Como en un palimpesto transparente, en esta estructura cosmogónica se superponen de infinitas formas la circunferencia sobre el cuadrado, y la esfera en el cubo, lo que logra su correlato arquitectónico en Persia, siempre elegante e imaginativo, consiguiendo una visión concreta y unificada en los patios y jardines. Gracias a los atributos numéricos, cuantitativos y culitativos, que se encuentran a medio camino entre la total abstracción ('alam al mithal) y el campo de las manifestaciones, la contemplación en edificios u objetos de estas formas paradigmáticas conduce a los misterios de la Creación. Devenidos figura, estos arquetipos revelan una armonía, siempre presente aunque no manifiesta, que aplicada a la ordenación de los sonidos produce la música, y a los volúmenes, la arquitectura y las artes plásticas.

Isfahan(Irán). Mezquita del Imam. Galerías abovedadas.

El reflejo directo de este orden en la conjunción de líneas, volúmenes y colores, realizado mediante la sabia interpretación del artista, hace nacer eso que llamamos la belleza. Tanto para Al-Gazzali como para Ibn 'Arabi, dos de los máximos representantes de la espiritualidad musulmana, aunque muy distintos entre sí, lo bello significa también lo bueno, siguiendo la corriente platónica de tal identificación. Resulta más que significativo el que desde la primera línea del prólogo a su
Taryuman al-Aswaq, o Interprete de los deseos, uno de los libros clave del sufismo, Ibn 'Arabi enfatice el canto a la belleza como demostración de la divinidad: "Loor a Dios, el Bello y de acción bondadosa, Él, que ama la belleza, el Creador del universo en cada una de sus formas y hermosuras, en las cuales insertó su arcana sabiduría cuando las hizo existir. Señaló el lugar del secreto que surgió de Él, y desveló a los gnósticos la (suprema) síntesis, haciendola clara. (Todo) cuanto hay sobre la tierra de las manifestaciones Él lo puso, y mediante la emoción y la tristeza, a aquéllos arrobó en la contemplación de tales ornamentos". Se hace también obligado recordar en este apartado el famoso dicho del Profeta (hadith), comentado por numerosos pensadores, entre ellos Al-Gazzali: "Dios es Bello y ama la belleza" (Allahu Yamil fa yuhibbu al yamal). Se refiere esta tradición a la hermosura visible y palpable por los sentidos, sin perjuicio de que igualmente indique otros planos de interiorización de esa grata percepción que denominamos belleza. En el capítulo IV de la obra Ihya' 'ulum al-din (Revivificación de las ciencias de la religión), el iman Al-Gazzali dedica sin embargo un pequeño tratado ("Fi bayan ma'na al-husn wa-l-yamal") a argumentar que en ningún caso lo atractivo puede reducirse únicamente a las percepciones visuales (al-mudrakat al-basar), a la armonía, la de los órganos y facciones en el cuerpo, sino que son los sentidos internos las puertas que en el hombre espiritual poseen la verdadera primacía. En su introducción al apartado "Kitab al-mahabba wal-sawq" de su famosa Ihya', donde trata de la Majestad (yalal) y Belleza (yamal) divinas, Al-Gazzali también se apresura a señalar la superioridad del sentido de la visión interior (basira) sobre la externa, que más allá de la razón pone de manifiesto el carácter sublime (kibriya') e inabarcable ('azama) de los atributos divinos. Aunque por parte de los pensadores y hombres espirituales musulmanes es cierta la constante de esta preferencia de la dimensión interior (batini) o trascendente ante el mundo de las formas, no lo es menos que en grados superiores de evolución espiritual algunos de ellos optan por la superación de la, a la postre, aparente exclusión recíproca del mundo interior y esterior, ya que en tanto el hombre continúe siendo tal, vive y se manifiesta inexcusablemente a caballo entre los dos ámbitos. La aproximación sufí a la Creación se basa en que el camino más directo para su conocimiento, el de la Obra Divina, pasa por la realidad interna y esencial, respecto de la que las formas externas son una manifestación eventual. Antes de cualquier otra consideración, el gnóstico ('arif) busca pues la beldad divina allí donde menos condicionada se halla, es decir: en el mundo interior, no en el de los sentidos. El atractivo sensible, sin embargo, puede ser tomado como un acercamiento, como una adaptación a ese reflejo interno. Gracias a su corazón (qalb), órgano sutil que le posibilita para distinguir lo bello de lo inarmónico e inacabado, el gnóstico ('arif) también accede a la comprensión de la Unidad en lo múltiple (al-wad fi-l-kathar), que late en la Creación. De hecho, se dice que el Profeta tenía en alta estima a los hermosos caballos, los perfumes... y las bellas mujeres. La visión de Dios a través de la hermosura de la amada (sea ésta real o imaginaria), de la teofanía (tayalli), es en este sentido un posible camino de aproximación, a menudo recorrido por la mística de diversas religiones, entre ellas el Islam, como medio de procurarse la cercanía y eventual visión de la presencia divina en el mundo de las formas. Conciliando estos dos niveles, Ibn 'Arabi emprende una marcha poética en su Taryuman, obra antes señalada, recorriendo desiertos y montañas en busca de su amada, Nizam. Una joven de catorce de origen persa, según nos dice en un verso, es rodeada de símbolos y claves de diversa lectura, que no es otra sino la personificación de la Belleza esencial. La contempla en los altos del camino (al-manázir al-ala) en toda su hermosura, mas la ve sólo en su corazón, puerta entre dos mundos, que como acabamos de señalar es en el sufismo el órgano sutil de la percepción, por el que Dios se revela al hombre. Los Nombres Divinos como (Al-Yamil) el Bello son teofanías esenciales, operan como forma sin forma de Dios. Étas expresan preciosos paradigmas de poder y equilibrio entre ambos planos, el palpable y el sutil, ya que en 99 términos o epítetos presentes en el Corán poseen una presencia tanto material como simbólica. Se hallan a la vez desvelados por la Palabra en el libro sagrado musulmán, lo que nos introduce en el campo de la caligrafía, también abordado en El sentido de la Unidad. De la misma manera que la música y su ordenación del tiempo, o las consideraciones espaciales en la construcción, la escritura, comunicadora de saber y arte en sí misma, resulta para la tradición sufí de vital importancia. "Signos de la actividad divina", como los llama Yalal Al-Din Rumi, las letras resumen toda una visión del mundo, con aplicación en los más variados campos. La capitalidad de la escritura radica en que es concebida como reflejo o impresión de la energía pura en la materia. Supone la transmisión de la Palabra y el saber, que se hace visible tanto en los libros como en la decoración de paredes y edificios, en telas, metales, maderas, o los más variados materiales. La labor suprema del calígrafo consiste en hallar el equilibrio entre el vacío y el lleno, en armonizar los caracteres con mayor o menor proliferación de signos y dibujos florales o geométricos, sobre la extensión virgen del material, sea éste un muro o una página. Desde la idea más abstracta a la descripción física más concreta, a la caligrafía se unen la simetría, el ritmo y el contenido. En este sentido, la escritura es la encarnación de cuanto más distingue al hombre respecto del resto de los seres, pues ofrece cuerpo al pensamiento, al lenguaje, dado que los sonidos articulados pueden ser incluso animales, más el símbolo de la escritura es únicamente humano. El papel primordial de la caligrafía en la tradición islámica se debe a que la letra representa el "cuerpo" audible aunque increado del Corán, el cual permanece en los cielos. La letra es también el soporte y significado esenciado de la Creación, la luz que se abre paso entre las sombras, para ofrecer un mensaje al hombre, el único ser vivo que en estos términos puede entenderlo. Por todo ello, se consideró siempre la caligrafía el arte tal vez más elevado, al cual se acercaban y también practicaron los más altos dignatarios. Tanto para la tradición sufí como para la chií, 'Ali bin Talib, el cuarto califa, es considerado el primer calígrafo, quien inauguró este arte sacro, del que tanto hombres espirituales como reyes fueron y son entusiastas. Sin embargo, como es sabido, es Alá en última instancia el eterno Calígrafo, el eterno Pintor. Dado que por esta extraordinaria importancia de la que hablamos es la escritura el dibujo del pensamiento, se ha buscado a lo largo de las épocas un extenso y complejo simbolismo para todas las letras del alfabeto árabe, así como para la enorme tipología existente en su ejecución (cúfico, diwaní, magrebí, thulth, etc.) Para Rumi, por ejemplo, el alif -un trazo vertical- posee el honor de ser "por su unidad y sinceridad" "la primera letra de Alá". Igualmente, se dan casi infinitas especulaciones sobre el punto de la ba' (segunda letra del alifato árabe), y de todos los demás caracteres: de las vocales (harakat), así como sobre el simbolismo de cada letra. El movimiento horizontal de la escritura representa en esencia el cambio, así como el vertical la irrupción de la Realidad superior. Sin insistir más en la importancia de la Palabra Divina e inspirada en la escritura, íntima aliada del edificio musulmán, así como en su cristalización a lo largo de la obra de los grandes nombres sufíes: Ibn 'Arabi, 'Omar Ibn Al Farid o Yalal Al-Din Rumi, concluimos esta introducción con un verso de éste último: Somos el cálamo en las manos del Maestro,
no sabemos adónde nos lleva.


No os perdais este magnífico vídeo de Eterea estudios realizado por Cristobal Vila. Está inspirado en obras de arquitectura persa:

http://www.youtube.com/watch?v=QqbiDdsaZw4


Lecturas:

Nader Ardalan y Laleh Bakhtiar, El sentido de la unidad. La tradición en la arquitectura persa. Prólogo de Carlos Varona Narvión. Ediciones Siruela 2007

Ibn Arabi, El interprete de los deseos. Traducción y comentarios de Carlos Varona Narvión. Editora regional de Murcia 2002

Ibn Arabi, El esplendor de los frutos del viaje. Edición de Carlos Varona Narvión. Ediciones Siruela 2008


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