Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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domingo, 5 de septiembre de 2010

Rumor de alas, mediación de la Palabra


En las dos imágenes superiores vemos al Arcángel San Miguel o Mija-il en el Islam, como mediador entre lo Divino y lo humano. En la primera anuncia a María que dará a luz a Jesús como hijo de Dios, y a quien simbolicamente es denominado la Palabra o Verbo hecho carne. En la segunda, el profeta Mohammad tiene uno de sus encuentros con Mija-il por los que éste le irá revelando la Palabra de Dios que tomará cuerpo en la sagrada escritura del Corán. En este sentido, María y Mohammad son receptores y transmisores del Logos, de la Palabra a través de la que el hombre podrá unirse a la Divinidad. El acercamiento a la figura de Jesús como símbolo (lo que une dos partes separadas), hasta la plena realización en él, es la Puerta por la que se asciende hacia Dios. Por otra parte, la interpretación (hermenéutica o ta'wil ) más profunda de las sagradas escrituras coránicas en el esoterismo islámico, será el proceso por el que ir descubriendo el Nombre de Dios.

En esta nueva entrada continúo con otro texto sobre hermenéutica del profesor José Antonio Antón Pacheco, que con su habitual claridad puede ayudar a introducirse en este complejo e interesante tema.


Angelología, mediación e interpretación


Vamos a hacer un análisis de la figura del ángel desde la perspectiva de la categoría de mediación en cuanto que función esencial de la hermenéutica. La categoría de mediación, en relación con el tema angelológico, adquiere un sentido que se encuentra directamente conectado con estas otras categorías: simbolismo, personalización, representación. Así pues, la figura del ángel participará de todas esas instancias. Lo simbólico es lo mediador por excelencia, lo que religa el ámbito inteligible con el ámbito sensible (insistimos en que eso era lo que fundamentalmente designaba la palabra hermeneía). En efecto, lo simbólico es la región del Ser que sirve de mediación, de religación y de puente entre lo de arriba y lo de abajo; es lo que permite que lo inteligible acceda hasta lo material y sensible, y a la inversa, que lo material y sensible participe de lo intelegible. Y en el caso del hombre, lo simbólico es su lugar específico, ya que no es ni pura espiritualidad ni pura sensibilidad. El ámbito simbólico es la región especificamente humana porque en ella se experimentan las nociones y categorías metafísicas de una manera representativa; y por otro lado el mundo de lo sensible se transforma y metamorfosea en su dimensión espiritual: no habitamos conceptos sino imágenes. La vivencia de lo simbólico salva así la escisión entre cuerpo y espíritu, entre intelección y sensibilidad. Interpretar un símbolo es fenomizar un ángel. Las características de la metafísica de lo simbólico se dibujan de una forma opuesta a las de la metafísca de lo noético. Lo simbólico es, pues, lo nombrable, lo personalizable, lo concreto, lo figurativo. El símbolo traduce, interpreta y representa lo espiritual en función de una conciencia; por tanto el símbolo es un elemento funcional, en relación siempre con una persona, que es quien lo vive, experimenta o interpreta. En toda la dimensión simbólica un factor decisivo es la conciencia que asume y cumple el contenido simbólico: hay un símbolo para cada conciencia, como hay un sentido para cada uno, como hay un ángel para cada uno. De aquí se derivan todos los componentes propios de una ontología de lo simbólico en cuanto que angelología: la hermenéutica espiritual o asunción del contenido simbólico, la temporalidad de la conciencia que interpreta el símbolo en cuestión, la variada imaginería simbólica, es decir, las formas que se epifanizan en el ámbito de lo simbólico representando el ámbito metafísico superior. Los nombres o atributos divinos (teofanías) expresados simbólicamente, son dichos y manifestados en nosotros y para nosotros, por lo que podemos afirmar que el escenario de la manifestación simbólica (y de la fenomenología del ángel, en consecuencia) es la subjetividad. Esto no quiere decir, desde luego, que el acontecimiento simbólico sea irreal o desprovisto de substancialidad; esto quiere decir que el ámbito de lo simbólico sólo tiene sentido si se desenvuelve en y para una conciencia, pues en función de ella se constituye. Repitamos de nuevo que la metafísica de lo simbólico es siempre una filosofía personalizadora y personal; o dicho de otra manera, es un ángel que se manifiesta. Es, en definitiva, el proceso mismo de la interpretación.Por todo lo cual, no podemos afirmar que la región intermedia y mediadora que es en la que reside el hombre como su lugar ontológico específico, está formada por las representaciones, figuras e imágenes del lenguaje religioso: allí, en ese mezorios, habitan los simbolos y los mitos propios del ámbito de lo sagrado; allí suceden y transcurren los relatos y narraciones de las visiones y experiencias numinosas; allí es donde lo puramente inteligible se configura y se hace representativo, y donde lo sensible adquiere cualificación espiritual; allí acaece el símbolo y la vivencia de la fe; allí aparece el ángel. Y es aquí, en este mezorios, donde el ángel toma toda su significación, pues aglutina él todas estas características y funciones: el ángel es comunicación de un ámbito a otro, es figura representable, es teóforo (tiene nombre), y por lo tanto es determinable, lo cual hace posible una teología de lo nombrable; en definitiva, el ángel es símbolo. De igual manera, toda una serie de categorías pertenecientes al campo de la experiencia religiosa aparecen en el horizonte del mezorios. Pero uno de sus atributos más importantes estriba en el caracter dinámico que conlleva el mismo término mezorios. Efectivamente, al designar al hombre como mezorios, estamos designándolo como un ser entre dos, es decir, pasando (o con posibilidades de pasar) de una región a otra, precisamente porque no pertenece en puridad a ninguna. Existe, pues, un movimiento y una tensión del hombre que progresa y avanza desde una región hasta otra. La misma palabra mezorios denuncia su sentido dinámico: meta-horos, a través del límite o frontera, esto es, desde lo finito hasta lo infinito, desde lo temporal hasta lo eterno, desde lo sensible hasta lo inteligible, en constante epectasis, en constante proyección de lo uno hacia lo otro. Y lo que podemos decir de la categoría mezorios respecto al hombre, también lo podemos decir de la misma categoría por ella determinada. O lo que es igual: la región ontológica compuesta por mitos, símbolos, imágenes, arquetipos, ángeles, también progresa y tiene movimiento, lo cual ahora significa: los flujos del alma equivalen a los flujos del mundo mediador, ya que los sentidos simbólicos de éste se corresponden con las operaciones de la conciencia que los interpreta, o lo que es lo mismo, el sentido de la mediación está en función de la conciencia que vive tal sentido. En este movimiento hermenéutico y personal ciframos la figura del ángel. Las características que debido a esta funcón ontológica ha tomado la figura del ángel son, entre otras las de metaxi, mezorios, Alma del Mundo, Mundus Imaginalis, Malacut, Barzaj... por tanto la dimensión y la experiencia del ángel es la experiencia de toda aquella realidad que sirva de puente o conexión entre lo inefable y lo decible: toda dimensión que cumpla esta misión, adquiere una connotación angélica (Ideas, Sefirot, Amesha Espenta, Inteligencias, Palabras)... El ángel interpreta lo Inefable, apalabra el Silencio: es hermenéutica de manera esencial. El planteamiento de la cuestión en la mediación y representación nos conduce a otra categoría fundamental y que así mismo podemos poner en relación con el tema del ángel y su conexión con la hermenéutica: nos referimos al lenguaje.


Interior de la cupula de Santa Sofía en Estambul, Turkía. En torno al círculo central se encuentra caligrafiado un pasaje de la Aleya coránica de la Luz que dice: "Dios es la Luz de los cielos y de la tierra. La parábola de Su luz es como un nicho que contiene una lámpara; la lámpara está encerrada en cristal, el cristal brilla como una estrella radiante: una lámpara que se enciende gracias a un árbol bendecido, un olivo que no es del este ni del oeste, cuyo aceite es tan brillante que casi alumbra por sí solo aunque no haya sido tocado por el fuego: ¡luz sobre luz!"

En efecto, el lenguaje es determinación esencial y experiencia primigenia del sentido (el que todo puede ser nombrado quiere decir que todo es dado de antemano y se presenta configurado y conformado). No es que exista el lenguaje de lo religioso, sino que el lenguaje mismo se presenta como religioso; no es que exista el lenguaje de la hemenéutica, el lenguaje es en sí mismo hermenéutica: y así, mediación, representación y lenguaje son tres instancias que se implican mutuamente y componen el paradigma de una filosofía escrituraria (si a esas tres instancias añadimos la personalización, obtenemos la noción de ángel). Una de las características más notables del lenguaje desde el punto de vista escriturario es que al ser representación y figura, remite siempre a algo fuera de sí, establece un movimiento lingüístico que es el que posibilita la pluralidad de interpretación de la Palabra revelada. El orden de la representación va siempre más allá de sí mismo, está siempre abierto. Las imágenes generan nuevas imágenes, las palabras generan nuevas palabras, las interpretaciones generan nuevas interpretaciones. Es como si la imagen y la palabra tuvieran una potencialidad germinal que propiciara su desarrollo en nuevas palabras, imágenes, interpretaciones, experiencias. La potencialidad germinal del hombre es el ángel. El ángel es, desde esta perspectiva, el estado de abierto de una determinada realidad; privilegiadamente, de una realidad personalizada. El ángel es la apertura a nuevas posibilidades de ser (interpretaciones, denominaciones, determinaciones). Cuanto mayor sea el grado de apertura de una realidad, mayor será su posibilidad de fenominación de un ángel. Naturalmente, el hombre es el ser con mayor potencialidad de apertura y, por tanto, con mayor potencialidad para la recepción de la figura del ángel. Según hemos dicho, una de esas configuraciones privilegiadas que adquiere la figura del ángel en su misión epifánica es la de Palabra (Logos, Dabat-Menrá, Calam), Nombre (Shem, Ism), Intérprete (Hermeneutés). Pues en efecto, la palabra contiene todas las significaciones que acabamos de atribuir al ángel: la palabra es determinación y configuración, es mensajera, manifestación y revelación en cuanto discurso y prolación de lo Inefable. Una formulación clásica del lenguaje en las filosofías escriturarias estriba en la consideración de la lengua como la epifanía de lo Divinal, como la forma en que lo Absoluto mismo se manifiesta. Dicho de otra manera: el lenguaje es el Nombre de Dios. Dios se revela pronunciando su Nombre. El despliegue de la realidad es la dicción del Nombre (o de los Nombres) de Dios, los cuales son así símbolos, representación y mediación entre Dios mismo y nuestro mundo. A todo ello se le asocia el sentido de ángel teóforo, por la propia asociación que sufre esta figura con las anteriores categuorías, en virtud del muy semejante papel ontológico que todas ellas desempeñan. Por eso se explica la importancia de los ángeles teóforos: cada ángel es un nombre divino, una prolación divina, una logofanía, una revelación; aunque el Nombre propio de Dios, el que con mayor fidelidad y exactitud lo revela es su Verbo, su Hijo (de ahí que el Verbo o Hijo de Dios también haya sido llamado Ángel). En la medida en que la Palabra o el Nombre son revelación y desvelamiento, en esa misma medida el ángel interpreta y traduce lo inefable o puramente eidético en signos, símbolos y representaciones. Cuando a su vez la configuración hipostática es el Libro sagrado dentro de un orden ontológico (Ideas o Inteligencias asimildas a Textos), entonces el ángel (o Inteligencia o Idea) es el interprete del Libro precedente y él mismo es Libro para el subsecuente ángel que será su exégeta; y así hasta llegar a la revelación final (Corán, Torá o Biblia revelados, diferentes de sus modelos celestes) que es la suma de las interpretaciones hipostáticas, esto es, la revelación o epifanía o interpretación de todos los órdenes superiores. Por eso la experiencia hermenéutica del Libro sagrado se identifica a menudo con la aparición de un ángel, o bien es un ángel quien dona la interpretación: es, pues, ángel revelador a la par que ángel intérprete, como se ve de una manera paradigmática en la literatura apocalíptica. Ésta, en efecto, es una toma de conciencia del caracter transcendental y al mismo tiempo epifánico del Libro: la apocalíptica significa el cierre del Libro (la conciencia del Libro como totalidad), y al mismo tiempo su apertura (la mostración del sentido de cada uno y para cada uno). Naturalmente, de toda esta visión del lenguaje como revelación misma de Dios, del lenguaje como nombre de Dios, se deriva la constitución del propio lenguaje humanocomo manifestación lingüística última de Dios, ya que lo que implica el lenguaje es la experiencia del sentido y éste, a su vez, lo vive la conciencia religiosa como prístina revelación divina. El lenguaje del hombre sería, pues, el último paso del proceso por el que, a partir del genuino Nombre de Dios (su Hijo o su Verbo), y después de los diversos Nombres o logofanías, accede la presencia sagrada a nuestra realidad sensible. Estos nombres son los eones tomados en sentido lingüístico, como en el gnóstico Marcos, los cuales a su vez vienen a significar las potencias o atributos divinos (middot o sefirot de la Cábala). Debido a esto, toda filosofía de la religión tiene que ser teología del lenguaje humano y de sus modos expresivos: los lenguajes concretos, la poesía, la comunicación, la traducción, la narrativa etc. La experiencia del ángel es la experiencia del lenguaje; más concretamente, esa experiencia se cifra en el nombre de cada uno, esto es, el nombre que Dios profiere a cada uno y para cada uno. Es decir, estamos ante la vocación, que precisamente se conforma como el ángel de cada uno. La adquisición de un nombre, de nuestro verdadero nombre, radicaría entonces en asumir la realidad del ángel, de nuestra vocación o llamada pronunciada por Dios. Hemos hecho una aproximación al tema del ángel en función de la categoría de mediación, que se encuentra imbricada con otras como las de representación, simbolismo, lenguaje, personalización, interpretación. Esta última categoría es la que cualifica a la mediación como expresión angelológica. Con este breve acercamiento al tema en cuestión, hemos intentado también mostrar los múltiples aspectos y la rica fenomenología que puede tomar la imagen del ángel: ángel-mediación, ángel-palabra, ángel-símbolo, ángel-intérprete.


Jaume Huguet (Valls 1412-Barcelona 1492) Arcangel San Miguel


Para finalizar dejo un fragmento del ensayo de Henry Corbin, Necesidad de la angelología, donde su autor hace algunas observaciones que destacan la importancia preeminente del Arcángel Miguel, o Michael, sobre todo para la mística judía, en su papel de custodiador del Nombre y mediador de la presencia Divina.

Otras características que terminan de perfilar la figura del Arcángel Michael tendrían importancia para la cristo-angelología. Se le da a Michael el nombre de Melquisedec, y es a él a quien se refiere el Salmo 110, 1 y 4. Está investido con una función cosmogónica, es el Mantenedor del universo. Según I Enoc 69, 14 ss.: "Dios depositó en la mano de San Michael el Nombre secreto por el que el Cielo estuvo suspendido antes de que el mundo fuera creado, y para la eternidad; el Nombre por el que la tierra fue fundada sobre el agua y por el que las profundidades secretas de las montañas vienen de las grandes aguas". Por último, una aparición de Michael equivale a una aparición de la Shekhina (presencia Divina). Un pasaje del Zohar en traducción latina dice: "Ubicumque inveneris Machaelem qui est primus illorum (angelorum), ibi subintellige Schechinam" (en todas partes en las que encuentres mencionado a Michael, que es el primero de los ángeles, sobrentiende la Shekhina". En pocas palabras, como indica su nombre (Micha-el, Quis ut Deus), él es el doble, la imagen (eiokon) de Dios. Es un ser de orden excepcional, infinitamente superior a los demás ángeles y santos. Se revela al mundo mediante las teofanías como un resplandor, como un reflejo del Rostro divino. Es lo que la glosa medieval (no identificacada) expresa diciendo: "En todas partes donde veas algo grande y maravilloso, estas delante de San Michael".


Algunas lecturas recomendadas:

José Antonio Antón Pacheco
Symbólica Nómina: introducción a la hermenéutica espiritual del libro
Los testigos del instante
Swedenborg: el habitante de dos mundos

Henry Corbin
La paradoja del monoteísmo
El hombre y su ángel

Sohravardî
El encuentro con el ángel. Trilogía de relatos visionarios.
(El ángel teñido de púrpura
El rumor de las alas de Grabiel
Relato del exilio occidental)
Comentados y anotados por Henry Corbin

Sefer Yetsirah, El libro de la formación

2 comentarios:

Toma y lee dijo...

En el comienzo se cita al angel Miguel, como mediador de la transmisión de la revelación...no es Miguel...sino Gabriel o Gibril en en el Islam..un saludo.

Jan dijo...

Espero que los angeles Miguel y Gabriel no se ofendieran por haberles intercambiado los papeles. Seguro que sabrán perdonar este desliz humano :)
Gracias por la puntualización y bienvenido a este espacio.