jueves, 27 de octubre de 2011

Hablan las Piedras


Ágata de cuarzo


Hay en la piedra un signo enigmático
grabado en la profundidad de su sangre llameante;
es comparable al corazón
donde se aloja el retrato del Desconocido.

Mil fuegos resplandecientes aureolan la piedra,
ondas de luz se agitan en torno a su corazón;
en su interior se oculta el brillo de su esplendor.

Y él, ¿será capaz de un corazón semejante?

Novalis, Los poemas de Enrique de Ofterdingen


Las piedras -por excelencia las piedras duras-, continúan hablando a los que quieren oírlas. Hablan a cada cual un lenguaje a su medida: a través de lo que sabe le enseñan lo que aspira a saber.

André Breton, La lengua de las piedras


Nódulo de ágata seccionado


Roger Caillois (1913-1978), francés, sociologo, poeta, mineralogista, ensayista..., entró pronto en contacto con el grupo de los surrealistas convirtiéndose en un referente para André Bretón quien escribiría el conocido Manifiesto Surrealista. Acabaría distanciándose de ellos pero sin terminar totalmente la relación. Una etapa importante de su carrera es la que desarrolla en Buenos Aires durante la segunda guerra mundial encontrándose con escritores de la intelectualidad argentina y latinoamericana cercana a la revista Sur, donde conocería a Jorge Luis Borges y Victoria Ocampo entre otros, a quienes introduce en la literartura francesa a través de sus traducciones.
Entre sus obras llama especialmente la atención la titulada Piedras, escrita en los años 60 donde la influencia surrealista es manifiesta. En ella pone en práctica un ejercicio imaginativo a través de la contemplación de piedras semipreciosas como la Ágata, la Septaria o el Ónice entre otras, abandonándose al caudal de imágenes e impresiones que dejará registradas en el texto.
E. M. Cioran hace unos interesantes comentarios en su recopilatorio Ejercicios de admiración y otros textos sobre esta obra de Caillois:

"Piedras comienza con un prefacio-himno y continúa, página tras página, en un tono moderado por la minuciosidad. Dejo de lado las razones secundarias de su fervor para ni indicar más que lo principal, que me parece residir en la búsqueda y la nostalgia de lo primordial, en la obsesión por los comienzos, por el mundo anterior al hombre, por un misterio "más lento, más vasto y más serio que el destino de una especie pasajera". Remontarse no sólo más allá de lo humano, sino de la vida misma, alcanzar el principio de las edades, convertirse en contemporaneo de lo inmemorial: ése es el propósito de este mineralogista exaltado que muestra júbilo cuando descubre en un nódulo de ágata anormálmente ligero un ruido líquido, agua oculta en él desde la aurora del planeta, agua "anterior", "agua de los orígenes" "fluido incorruptible" que da la sensación, al ser vivo que la contempla, de no ser más que un intruso alelado".
(...) Caillois se vuelve preferentemente hacia el momento en que ese caos inicial, que se va calmando intenta alcanzar una forma, una estructura, hacia esa fase en que las piedras, tras "el ardiente instante de su génesis", se convierte en "álgebra, vértigo y orden".

También Victoria Cirlot tiene sugerentes palabras para Piedras en un capitulo de su obra La visión abierta. Esta autora dirige su investigación dentro del contexto de la tradición casi olvidada por la que las piedras preciosa y semipreciosas eran consideradas un perfecto soporte para la contemplación con la que abrirse a visiones de caracter oracular, profético y extático, algo que, según ella, de alguna forma se encontraba latente en ejercicios practicados por los surrealistas:

"La piedra muestra el misterio de su origen, y el ojo que la mira parece remontarse en el tiempo hasta convertirse en espectador de su génesis. Se trata de un esfuerzo imaginativo que encuentra su modelo en las visiones cosmogónicas en las que el visionario asistía o bien, en un lejanísimo pasado, a los grandes momentos de la creación del universo, o bien a su final en un no menos lejanísimo futuro. En la imaginación de la génesis de la piedra sobrevive la excitación debida a un cambio de naturaleza: "Siento convertirme un poco en la naturaleza de las piedras"(palabras de Caillois). Pero no solo la piedra transforma a su espectador, sino que el espectador también cambia a la piedra: "Al mismo tiempo que las acerco a la mía". Con este intercambio de anturalezas se ha borrado la separación entre sujeto y objeto, abriéndose así el espacio intermedio que es el de la imaginación.
(...) El universo y la naturaleza pueden ser leídos porque, en efecto, poseen un significado. Y ante las obras de la naturaleza, por ejemplo una piedra, incluso en el siglo XX fue posible sentir la fascinación que descansa sobre una tradición sagrada semiolvidada, aunque todavía palpitante en gestos como los que ha transmitido el surrealismo."

Esta tradición sagrada a la que se refiere Victoria Cirlot, hermanada con la alquimia y ciencias teúrgicas, concibe a la naturaleza en todas sus facetas como una especie de escritura secreta, como un gigantesco criptograma divino que el sabio puede descifrar con ayuda de ciertas técnicas por las que el hombre aprendería a reconocerse en ella, además de reconocer la esencia de todos los seres. Estas técnicas eran utilizadas también como método adivinatorio, las conocidas mancias, entre las que se encontraria la berilística o cristalomancia (leer el porvenir en un cristal de roca), una suerte de "mineralogía visionaria" (en palabras de André Bretón), de inspiración astrológica por considerar que en las piedras se materializaban signos de origen celeste. Según Agrippa de Nettesheim en su De occulta philosphia (1550):

"Los sabios de la Antigüedad (...) dibujaban las constelaciones, figuras, sigilos y caracteres que la naturaleza reproducía mediante los rayos de las estrellas en las piedras..."

Johannes Kepler en Harmonices Mundi (1682) también manifiesta su creencia de que en las marcas y signos de las piedras se encontrarían registrados los acontecimientos históricos:

"Me reafirmaré aún más en mi opinión de atribuirle un alma a la tierra (...) en la certeza de que en las entrañas de la tierra tiene que haber una fuerza formadora que como la mujer embarazada, graba en la roca estratificada los aconteciminetos de la historia de la humanidad tal como han tenido lugar en la superficie".

Entre los románticos alemanes de la Naturphilosophie, también se deja sentir el eco de esa tradición sagrada, como en este fragmento de Los discípulos en Sais (1800) de Novalis:

"Varios son los caminos de hombre. Quien los sigue y compara verá surgir figuras maravillosas; figuras que parecen pertenecer a aquella gran escritura cifrada que se ve por doquier, en las alas, en la cáscara de los huevos, en las nubes, en los cristales y en las formaciones rocosas, en el agua helada, en el interior y el exterior de las montañas (...) y en las extrañas coyunturas del azar. En todo ello se adivina la clave de esta prodigiosa escritura, su gramática".


Ahora dejo algunos fragmentos de esta obra con la que poder viajar de la mano de su autor a las profundidades de las piedras, pudiendo ser un estímulo por el que abandonándose a la imaginación, proyectar también nuestros propios paisajes interiores.


Piedras
por
Roger Caillois


El agua en las piedras.


A veces un nódulo de ágata, de dimensiones modestas, si se sopesa, parece anormálmente ligero. Se sabe así que está hueco y tapizado de cristales. Si se sacude cerca de la oreja, sucede, aunque muy de tarde en tarde, que se escucha el sonido de un líquido que golpea las paredes. Sin duda, la habita el agua, prisionera en una carcel de piedra desde el inicio del planeta. Surge el deseo de percibir esta agua anterior.

Nódulo de ágata

Es necesario pulir lentamente la superficie rugosa, la corteza de la geoda; después, con más precaución todavía, la calcedonia interna, hasta el momento en que, tras el tabique translúcido, se mueve una mancha sombría. Tiembla con la mano que sostiene la piedra y su nivel se mantiene obstinadamente horizontal, por mucho que se la incline. Es agua o, al menos, un fluido anterior al agua, conservado desde épocas tan lejanas que seguramente no conocían ni fuentes ni lluvias, ni ríos ni océanos. No había más líquido entonces que los metales en fusión pronto solidificados; quizá en algunas cavidades perdidas, el veloz y paradójico mercurio, espejo fugitivo, líquido y frío, el único metal que necesita para helarse una temperatura tan severa que el tibio planeta no está todavía cerca de alcanzar; finalmente esta agua secreta que seguramente del agua no tuvo nunca más que la apariencia.

Con la más ligera fisura, con la primera perforación, aunque fuera más fina que un cabello, brota y se volatiliza en un santiamén. Sólo una presión extraordinaria la mantenía líquida. La más minima salida le basta para desaparecer de inmediato, evaporada en un relámpago tras la mas larga reclusión.


Por eso no se encuentra esta agua cautiva más que en las sustancias menos porosas, como el cuarzo o la calcedonia, que impiden practicamente toda ósmosis, toda transpiración. Ni siquiera la calcedonia es una prisión del todo segura, ya que los artesanos hábiles, entre Eifel y Hunsrück, consiguen infiltrarle color. Sólo el cristal de roca es lo suficientemente estanco para no temer ninguna fuga. El líquido se encuentra en los huecos paralelos que separan las capas superpuestas de ciertas agujas. Parecen haberse desarrollado mediante saltos intermitentes. Entre estirón y estirón, como entre las dobles ventanas, un líquido no menos transparente que las barreras que lo retienen se encontró, al comienzo de las edades, atrapado en la trampa y al mismo tiempo a salvo de terribles sobresaltos. Desde entonces, libelos esféricos o alargados yerran en un laberinto de sutilezas invisibles. Según se gire el cristal en un sentido o en otro, estas burbujas suben, descienden, tuercen, entran en un conducto imprevisto, sin encontrarse jamás. Cada una en su dédalo, de tamaños diversos y deformados sin descanso por los obstáculos que rodean, perpetúan absurdamente las figuras invariables y cambiantes de un cruce de caminos, de un carrusel sin desenlace.


En el cuarzo, el agua se reparte por lo común en varias celdas que ocupa casi por completo. Dentro de la calcedonia, se recoge en una sola bolsa; el espacio que queda encima es tan alto y tan vasto que parece el cielo que cubre cualquier estanque hechizado. Los remolinos del líquido acrecientan sutilmente este lago sonoro e indistinto, empequeñecido hasta caber en el interior de una piedra, como el misterio de un paisaje espectral, brumoso, y sin embargo más real y con más peso que los paisajes imprecisos que la imaginación, al primer estímulo, se apresura a proyectar en los dibujos de las ágatas.


Sobre él, circular y abombado, gruesos copos amarillos de un cielo de nieve presionan hacia el centro una ventana irregular de amatista, cuyos prismas soldados dibujan una vidriería de minúsculos elementos hexagonales. Los del centro son casi incoloros y parecen no exisitir más que como una segunda abertura practicada en pleno vitral. Cuando se inclina la geoda, la línea oscura del agua sube y baja tras el ventanal y es como un lento párpado; o la noche que cae o que se levanta como una respiración de lava en los cráteres de los volcanes; o, perceptible sólo por esta portilla sola, el flujo y el reflujo inexplicables de un mar inmenso y solo, sin luna ni orillas.


El azul de tormenta de una calcedonia nocturna llena de nuevo la superficie de la piedra. En el borde, unas manchas de púrpura o de bermellón se extienden alrededor de unos mantos lívidos cortados en seco por el pulimento. Su cola oblicua desaparece rápido en el interior del mineral, como andrajos atrapados en el hielo. Abajo del todo, unos estratos lechosos, más claros o más oscuros, dibujan otros tantos horizontes escalonados o los reflejos de un astro invisible en el rompiente de unas olas paralelas. Por encima, unos enormes nubarrones se estremecen con mil amenazas oscuras y una más explícita: a modo de última advertencia, un meteoro consumado en pleno cielo por su propia caída produce un desgarrón trágico en las tinieblas.

Las dos caras del ágata están igualmente pulidas y son del mismo azul nocturno. Ofrecen un espejo idéntico, cargado de presagios y de injurias. Entre ellas, como garantizando la terrible promesa, el agua escondida de los orígenes cuya sombra se ve desplazarse y cuyo chapoteo percibe el oído. Creo que nadie es insensible a la emoción que engendra semejante presencia. Este vaso, el más cerrado, jamá fue abierto. Ni siquiera fue soldado al nacer, como una bombilla. Un vacío se creó por sí mismo en el corazón de la masa. Nadie, ni ninguna fuerza, hizo penetrar en él el fluido incorruptible que contiene y que desde entonces se muestra impotente tanto para escapar como para secarse.


El ser vivo que lo mira comprende que, por su parte, no es ni tan duradero ni tan sólido. Ni tan ágil, ni tan puro. Se reconoce sin júbilo en el extremo contrario de otro imperio, y de pronto tan extraño en el universo: un intruso alelado. Intuyo perfectamente, por obsesión personal, con qué pensamientos, al menos con qué fantasías vagas, puede empezar a ensimismarse un pasajero del mundo apartir de los guijarros habitados por un licor, un poco de agua geológica que quedó prisionera en la bolsa transparente de una piedra hermética.


Septaria


(...) En algunas piezas de tamaño excepcional, la irradiación de las fisuras parece haberse efectuado alrededor de dos centros enfrentados. Las redes de grandes mallas se acercan sin solparse, se exploran sin anudarse, se rozan como antenas, como palpos a tientas, voluptuosos o inquietos. Todo ocurre como si estas extensiones compartimentadas en alveolos cerrados, o que buscan al contrario no cerrarse, fueran en realidad organismos sensibles que se informan unos sobre los otros mediante tanteos temerosos. No son todavía más que diagramas, más cerca del esbozo que de la vida, pero un oscuro estremecimiento anima su gelatina polarizada. Parece que antes de combatirse o de acoplarse, estas amebas proliferantes pero frágiles, quizá solubles, sienten necesidad de reconocer todo aprehendiendo los peligros con un primer contacto, quizá corrosivo.
Hasta aquí, el dibujo se mantiene en la fase de estrella, de rosetón, de líneas y curvas articuladas en estructuras semirregulares que se desarrollan según una razón secreta, pero que sin duda se puede calcular. Otros nódulos están exentos de toda cadencia. No se adivina en ellos ninguna aritmética. Ahora unas amplias manchas se ensanchan en bandas lustrosas o relucientes: perfiles de alevines o renacuajos, de salamandras, de cuernos de alquimista con un pico desmesurado, de algas cuyas cintas se expanden de pronto en enormes vejigas casi rectangulares o en perfiles de bombas volcánicas que terminan en torbellinos y en los que resuella un soplo de erupción. Adoptan formas de dragón, como los que se ven desplegándose bajo las sedas de Asia, o de espectros acróbatas haciendo el trenzado o ensayando el
spagat. Unas sacerdotisas con vestidos de centellas, amplios y cerrados sobre el misterio de su cuerpo, proceden a celebrar pausadas ceremonias, a participar en procesiones inmóviles.
Unas filtraciones, en parte metalizadas, evocan cazadores submarinos, tocados y enjaezados, blandiendo sus presas todavía clavadas en el arpón de pesca, larvas a la deriva, demonios funámbulos con ojos pedunculados: todo un aquelarre helado de lémures, de arpías, de vibriones. Unos estrechos husos hizados sobre su punta, a veces distantes, a veces unidos por el abultamiento del vientre, se bifurcan en la cúspide como las aves bicéfalas de los pendones imperiales. Otros se alejan a media altura, como mandrágoras que exiben su sexo. Todos parecen soldados y extensibles, como los elementos del fuelle de un acordeón. Se diría que están a punto de dilatarse, como si estuvieran pintados en una sustancia elástica que se estirará de repente. Unos cordones unen y nutren estas bolsas alargadas, que insufla una savia granulada.
A menudo, ciertos obstáculos, ciertos remolinos han alterado las grietas de la calcita. Se han visto obligadas de improvisto a desandar lo andado. Colmillos, cuernos, pavesas y hoces las completan o las estropean, las descortezan o las prolongan. Como un milagro, las imágenes torturadas conservan su elegancia perfecta. Estos suplicios refinados proporcionan escenas de carrusel, de tauromaquia, de cortejos, de panateneas elementales de cromosomas, de infusorios, de escolopendras.
Varios de estos simulacros recuerdan, con ayuda del azar o la fantasía, a siluetas más familiares, más precisas. Requieren menos imaginación. Se hacen eco de las imágenes de la memoria, les procuran calcos súbitos. Aquí, un toro irrecusable, el ocico vuelto para atisbar el ataque del enemigo, sexo turgente, cuernos agresivos y órbitas huecas, pozos negros y gemelos que anuncian el bucráneo bajo la máscara de la bestia viva. Ahí, un pez gato, los bigotes en alerta, la aleta dorsal ancha como una cuchilla, está tan bien recogido en su cabeza abotargada que parece no tener por cuerpo más que un apéndice miserable. A modo de cola, ondean dos estandartes divergentes, uno de los cuales, de la manera más absurda y como en una imagen onírica, se metamorfosea en una especie de pájaro que a su vez prolonga una trompa desmesurada de esfinge, de macroglosia.

Recuerda: estos animales, estos espectros, estos personajes desgalichados o hieráticos son pura conjetura. Es tu imaginación quien los afirma.


Ágata


(...) ¿Quién no experimenta de pronto el choque, la connivencia también, de dos imperios incompatibles? Es suficiente con que el círculo se haya revelado en una piedra. Ésta es la fascinación que se siente enseguida. El círculo que habita el ágata y la corsita, que preside tanto la albura como la corola, que del sol al ojo circunscribe tantos contornos, se afirma hasta en estas profundidades como una de las raras intérpoles encargadas del tráfico entre los diferentes reinos.

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Para ver más imágenes:

http://www.johnbetts-fineminerals.com/jhbnyc/mineralmuseum/gallery.php?init=agate


Lecturas:

Roger Caillois, Piedras. Siruela 2011Victoria Cirlot, La visión abierta. Siruela 2010
E. M. Ciorán, Ejercicios de admiración y otros textos. Tusquets 1992
Novalis, Los discípulos en Sais. DVD ediciones 2004
Alexander Roob, Alquimia&Mística (los signos pag. 574 a 591) Taschen 2001


Entradas realcionadas:

http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/03/magia-y-astrologia-ciencia-y-arte-de-la.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/07/buscando-isis.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/09/mundus-imaginalis.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/10/la-zona-intermedia.html



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martes, 18 de octubre de 2011

¿Qué son las Estrellas ?

Zodiaco de Denderah (reconstrucción) El origianal del Museo del Louvre fue extraido de la cámara dedicada a Osiris en el templo de Hathor en Denderah, Egipto. Siglo I a.C. (estimado)



"...y mientas los demás animales están naturalmente inclinados mirando a la tierra, dio al hombre un rostro levantado disponiendo que mirase al cielo y que llevase el semblante erguido hacia las estrellas."

Ovidio, Metamorfosis, Libro I


"¿No es mía toda la eternidad?"

Leessing, Educación del género humano


Manuscrito astrológico persa. Datado en 1441


En el poema que dejo a continuación de Eliot Weinberger, se exponen como si de una sucesión vertiginosa de fotogramas se tratara, imágenes procedentes -entre otras cosas- de la mitología y las creencias populares, así como de la poesía y teorías científicas por las que el hombre de todas las épocas y lugares, se ha sentido inspirado e intentado dar respuesta a las incógnitas e incertidumbres despertadas ante la contemplación del cielo estrellado. Son muchas las instantaneas incluídas, pero acabada la trepidante lectura tomamos conciencia de que la secuencia podría continuar al igual que el número de estrellas, hasta el infinito...


Las estrellas
por
Eliot Weinberger


Las estrellas: ¿qué son? Son trozos de hielo que reflejan el sol; son luces que flotan en el agua más allá de la cúpula transparente; son clavos en el cielo; son agujeros en la cortina que hay entre nosotros y el mar de luz; son agujeros en la dura concha que nos protege del infierno que hay más allá; son las hijas del sol, son los mensajeros de los dioses; son condensaciones de aire en llamas que tienen forma de rueda y rugen a través del espacio que hay entre los radios; se sientan en sillitas; son casas esparcidas por el cielo; hacen recados a los amantes; son composiciones de átomos que caen por el vacío y se enredan entre sí; son las almas de los bebés muertos convertidas en flores del cielo; son aves cuyas plumas arden; fecundan a las madres de los grandes hombres; son brillantes concentraciones del aliento espiritual, hechas de los residuos sobrantes de la creación del sol y la luna; auguran la guerra, la muerte, el hambre, la peste, las buenas y malas cosechas, el nacimiento de los reyes; regulan los precios de la sal y el pescado; son las simientes de todas criaturas de la tierra; son el rebaño de la luna, dispersa por el cielo como ovejas en un prado, que ella lleva a pastar; son esferas de cristal cuyo movimiento crea la música en el cielo; ellas están fijas y nosotros nos movemos; nosotros estamos fijos y ellas se mueven; son los cazadores de focas extraviados; son la huellas de Vishnu, que da caza por el cielo; son las luces de los palacios donde viven los espíritus; son de distintos tamaños; son cirios fúnebres, y soñar con ellas es soñar con la muerte; son como todo lo material, de cuatro tipos de materia: protones, neutrones, electrones, neutrinos; son todas del mismo tamaño, pero algunas están más cerca de nosotros; son la interacción por medio de cuatro fuerzas: gravedad, electromagnetismo, fuerza nuclear fuerte y fuerza nuclear débil; son los únicos dioses, y entre ellos el sol es el primero; son los cazadores de avestruces, que están fuera toda la noche y al amanecer se apiñan cerca del sol para calentarse, y por eso son invisibles; el rocío y la escarcha desciende de las estrellas; los vientos, calientes y fríos, proceden de las estrellas; las estrellas descienden del cielo al regazo de una doncella; son las ascuas del fuego de la creación; nunca cambian; son las blancas tiendas donde vive el Pueblo de la Estrella; son los innumerables ojos de Varuna, que monta por el cielo a Makara, mitad ave y mitad cocodrilo, o mitad antílopoe y mitad pez; son lo que está en un estado de cambio continuo; se les debe ofrecer sacrificios para que traigan la lluvia; son las Nunca Desvanecidas, con forma de golondrina que se alimentan con el fruto del Árbol de la Inmortalidad, aquel que crece en la isla del Lago del Halcón Verde; brillan, refulgen, tililan, destellan; son deliciosas; son portadoras del mal; son los ojos de Thjasse que Thore arrojó al cielo; son las hormigas blancas del hormiguero levantado en torno al inmóvil Dhurva, que medita eternamente en la profundidad del bosque; son una especie de queso celeste batido hasta acerse luz; son, simplemente son; las estrellas son un enorme jardín, y si no vivimos lo suficiente para presenciar su germinación, su floración su follaje, su fecundidad, cómo envejecen, se marchitan y se corrompen; hay tantas especies que cada etapa está ante nuestros ojos; nosotros y todas las estrellas que vemos sólo somos el átomo en un conjunto infinito; un archipiélgo cósmico; el cielo es como una rueda de molino que gira, y las estrellas como hormigas que andan sobre ella en dirección contraria; el cielo es el dosel de un carruaje, con las estrellas colgando como abalorios suspendidas de un extremo al otro; el cielo es un orbe macizo y las estrellas la iluminación perpetua de los volcanes sobre él; el cielo es de lapislázuli puro, salpicado de pirita que son las estrellas; toda estrella tiene un nombre y un nombre secreto; la única palabra que oímos de ellas es su luz; el hombre nunca abarcará en sus concepciones la totalidad de las estrellas; bajo un cielo estrellado en una noche clara, el poder oculto del conocimento nos habla una lengua que no tiene nombre; la bondad y el amor manan de ellas; de no estar situados en una galaxia, no veríamos estrella alguna; si la gravedad no fuera tan débil, las estrellas serían más pequeñas, y si las estrellas fueran más pequeñas no arderían mucho tiempo, y si no ardiesen mucho tiempo no estaríamos aquí; no tienen elementos fortuitos o aleatorios, ni movimiento errático o inútil; el mal y el infortunio manan de ellas; su existencia es improbable; su infinitud nos induce a contarlas; su maravillosa regularidad está más allá de toda creencia y es una prueba de que en su seno reside la inteligencia divina; el silencio eterno de esos espacios infinitos es aterrador; cuanto más comprensible parece el universo, menos sentido parece tener; todas las estrellas se mueven y brillan para ser con mayor plenitud lo que son: la luz emite luz porque es su naturaleza; el conocimiento de las estrellas es fundamental para la comprensión de los poetas; si las estrellas no irradiaran luz, estallarían; después de la muerte las almas habitan en las estrellas: el resplandor de una nueva estrella podría indicar, por tanto, que el alma de un gan hombre o mujer ha llegado a su destino; "desastre" significa "infortunio astral"; la única explicación de por qué hay tantas estrellas que no podemos ver es que el Señor las creó para que otras criaturas, más alejadas, las admiren a una distancia más próxima; somos el centro del universo material, pero estamos en el perímetro del universo espiritual, condenados a ver de lejos el espectáculo de la danza celestial; a diferencia de los otros animales, el hombre fue creado para estar erguido y así poder contemplar las estrellas; el rey Arturo está allá arriba, a la espera de su regreso para gobernar de nuevo Inglaterra; allá está K'uei, el brillante erudito nacido con un rostro espantoso; allá arriba están el Pesebre, la Niebla, la Nubecilla, la Colmena; mira: la Torre de Babel y la Dicha de las Tiendas; allá arriba están los salteadores de caminos y las palomas que llevan ambrosía a los dioses, y los ginetes gemelos de la aurora; allá arriba, la hija del viento llora a su marido perdido en el mar; allá está el Río Fuerte y el Palacio de los Cinco Emperadores, el Criadero de los Perros Ladradores, el Camino de Paja, la Vía de las Aves, el Río Serpiente de Polvo Centelleante; allá arriba están las ninfas que lloran a su hermano Hyas, muerto por un jabalí, y cuyas lágrimas son estrellas fugaces; están las Siete Torres Portuguesas, el Mar Hirviente, el Lugar de la Reverencia; mira: las Avestruces amigas; Casiopea, reina de Etipoía, que se creía más hermosa que las Nereidas, está allá, así como su desventurada hija Andrómeda, y Perseo, que la rescató con la cabeza de Medusa colgada de su cinto, y el monstruo Cetus, al que dio muerte, y su cabalgadura, el caballo alado Pegaso; allá está el toro que ara el Surco de los Cielos; allá arriba está la Mano Teñida con Alheña, el Lago de Plenitud, el Puente Vacío, la X Egipcia; y una vez hubo una niña que se casó con un oso, y horrorizados su padre y hermanos mataron al oso, y ella se convirtió en oso y mató a sus padres y persiguió a sus hermanos a través de las montañas y a través de los arroyos, y los acorraló ante un árbol hasta que el más pequeño apuntó a lo alto con su arco mágico y cada hermano tomó una flecha y fue disparado al cielo, y se volvió estrella; allá arriba; allá arriba está la Carnicería, el Sillón, la Bandeja Rota, el Melón Podrido, la luz del Paraíso; Hans el cochero, que llevó a Jesús, está allá, y el león que descendió de la luna en forma de meteoro; allá arriba, una vez al año, diez mil urracas forman un puente para que la Tejedora pueda cruzar el Río de la Luz y reunirse con el Boyero; están las trenzas de la reina Berenice, que sacrificó su cabello para asegurar la protección de su esposo; allá arriba hay una nave que nunca llega a puerto seguro, y el Susurrador, el Sollozante, el Alumbrador de la Gran Ciudad, y mira: el General del Viento; el emperador Mu Wang y su auriga Tsao Fu, que fueron en busca de los melocotones del Paraíso de Poniente, están allá; la hermosa Calisto, condenada por los celos de Juno, y la diosa Marichi, que conduce su carro tirado por los jabalíes a través del cielo; allá está la Cabra de Mar, el Elefante Danés, el Largo y Azul Tiburón Devorador de las Nubes y la Serpiente de Hueso Blanco; allá arriba está Teodosio convertido en estrella y la cabeza de Juan Bautista convertida en estrella y el aliento de Li Po, una estrella a la que sus poemas hacen brillar más; están las Dos Puertas, una por las que las almas descienden cuando cuando están listas para entrar en los cuerpos humanos, y la otra por la que ascienden a la muerte; allá un puma salta sobre su presa, y un Dragón Amarillo sube las Escaleras del Cielo; allá arriba está la Mujer Letrada, la Doncella Glacial, las Hijas Húmedas y la Cabeza de la Mujer Encadenada; allá está el Camello Sediento, el Camello Esforzado en Busca de Pastos y el Camello que Pasta Libremente; allá está la Corona de Espinas o la Corona que Baco le dio a Ariadna como regalo de bodas; mira: el Ombligo del Caballo, el Hígado de León, los Cojones de Oso; allá está Rohni, la Gacela Bermeja, tan hermosa que la luna, aunque tenía veintisiete esposas, sólo la amó a ella; allá arriba el Proclamador de la invasión de la Frontera, el Niño de las Aguas, el Montón de Ladrillos, la Exaltación de los cadáveres Apilados, El Excesivamente Minúsculo, el Lago Seco, los Sacos de Carbón, los Tres Guardianes del Heredero Forzoso, la Torre de las Maravillas, la Silla Volcada; allá arriba hay una nube de polvo que levantó un búfalo, y el aliento vaporoso del elefante que yace en las agua que rodean la tierra y el agua fangosa removida por una tortuga que nada a través del cielo; allá arriba está el círculo roto que es un plato desportillado, o un bumerán, o la entrada a la cueva donde duerme el Gran Oso; allá arriba están los dos asnos cuyo rebuzno causó tal barullo que ahuyentó a los gigantes que fueron recompensados con un lugar en el cielo; allá está la Estrella de Mil Colores, la Mano de la Justicia, la Vía Simple y Uniforme; allá está el Doble Doble; allá el Hostal de Carretera; allá el Paraguas del Estado; allá la Cabaña del Pastor; allá el Buitre; mira: el Abanico para Aventar allá el Creciente Menguante; allá la Corte de Dios; allá el Fuego de la Codorniz; allá el Buque de San Pedro y la Estrella de Mar; allá: mira: arriba: las estrellas.


Lecturas:

Eliot Weinberger, Algo Elemental. Siruela 2010


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Vincent Van Gogh, Noche estrellada

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sábado, 8 de octubre de 2011

La Cenicienta


La transformación de la Cenicienta (Walt Disney)


Recuerda que eres el hijo de un rey (...) Recuerda tu vestido de gloria, acuérdate de tu espléndido manto, para que puedas vestirlos y engalanarte con ellos (...) Del ropaje sucio e impuro de ellos me desprendí, y lo dejé en su tierra, y busqué un camino que me llevara a la luz de nuestra tierra, Oriente. (...)
Mi vestido de gloria y el manto que lo cubría, mis padres los enviaron para mi por los tesoros que guardaban. De su esplendor me había yo olvidado, habiéndolo dejado en la casa de mi Padre cuando era un niño.

Himno de la Perla, Evangelio gnóstico de los Hechos del apóstol Tomás



Anne Baring, psicoanalista junguiana, y Jules Cashford, experta en mitología, simbolismo y folklore, hacen en el siguiente ensayo una interesante interpretación del cuento de La Cenicienta bajo una mirada psicoanalítica dentro del panorama de la tradición mitológica universal. Pertenece a la obra El mito de la diosa que publicaran conjuntamente.


La historia de la Cenicienta comienza con la imagen de Sofía. Los cuentos de hadas hablan con la sabiduría inmemorial del alma para llamar la atención sobre lo que la tradición cultural consciente ha perdido o denigrado. Relatan la historia de lo que le ha sucedido a la dimensión que falta y de lo que todavía debe ocurrir para que se restaure el equilibrio de la iconografía arquetípica. En esta historia perviven tantos elementos de culturas anteriores que es imposible decidir cuándo y dónde se originaron. Una cosa es indudable: la universalidad y la duración de su atractivo demuestra su importancia para el alma. La Cenicienta relata la historia de un único motivo que hallamos desde la mitología de la cultura de la diosa hasta en los misterios del mundo pagano, como también en la literatura sapiencial del judaísmo. Podemos seguir su rastro a través del gnosticismo y del misticismo cristiano hasta la alquimia, las leyendas del grial y los cuentos de hadas predilectos. Los místicos de las religiones judía, cristiana e islámica lo alimentaron. Es la historia del nacimiento del alma al mundo manifiesto, su pérdida de todo recuerdo acerca de su lugar de origen, su búsqueda de una comprensión de sí misma y su relación con la fuente o mundo divino del que ha emanado y al que, cuando alacanza el conocimiento absoluto de quién es, se le permite regresar.
¿Quién es el hada madrina, sino la propia Sofía, la sabiduría divina, el Espíritu santo -madre, fuente y vientre- la luz y la inteligencia que constituyen el fundamento mismo del alma? ¿Quién si no podría presidir, como madrina, la búsqueda de comprensión intuitiva, iluminación y unión por parte de su hija? Respondiendo a la petición de ayuda de la Cenicienta, da comienzo a la labor de transformación, haciendo posible su encuentro con el principe y conduciéndola a la boda real pasados los tres días lunares de prueba u oscuridad. El cuento de la Cenicienta relata la historia de la transformación del alma: de ser una esclava llorosa y manchada de hollín pasa a convertirse en novia radiante.
Existen numerosas interpretaciones posibles del cuento de la Cenicienta; sin embargo, en los primeros años del siglo XX, Harold Bayley fue el primero en concebirlo como la historia del despertar del alma y en relacionarlo con el Cantar de los cantares y con mitos sumerios, egipcios y gnósticos. En su obra, The Lost Languaje of Symbolism, siguió las huellas de la transmisión histórica de muchas historias y símbolos diferentes, cuyo núcleo es la imagen de la luz escondida en las tinieblas, una luz que debía ser rescatada y restituida a su lugar legítimo. El autor era poseedor de un conocimiento profundo de las técnicas europeas de elaboración de papel y de marcas de agua, los medios de transmisión de ideas gnósticas y alquímicas en una época de crueles persecuciones. A través de estos conocimientos, nos ofrece una imagen asombrosa de la relación entre la mitología y los cuentos de hadas que llegaron hasta diferentes centros de cultura europeos. Se habían recogido aproximadamente 345 versiones de la historia de la Cenicienta, que la Folklore Society publicó poco antes de que Bayley comenzase a escribir su obra. El autor recurrió a esta abundancia de material par demostrar la relación entre el cuento de hadas y mitos anteriores.
Con el paso de los siglos mucho se ha perdido; sólo ahora, en este siglo, pueden recuperarse los fragmentos y volverse a unir de nuevo. Es posible que la conocida Cenicienta del cuento de hadas tenga, a primera vista, muy poco que ver con el mito griego de Perséfone pidiendo a gritos la ayuda a su madre, Deméter; es posible que ha primera vista sea ajena al mito gnóstico de Sofía, la hija, que exiliada lejos de su madre, en la dimensión celestial, se lamenta. Tampoco se asocia de forma inmediata con la sulamita del Cantar de los cantares, ni con la Sekiná exiliada. Sin embargo, un cierto conocimiento de mitología sugiere que una relación entre ellas no puede ser fortuita. Los mitos más antiguos y la imagen del matrimonio sagrado, propia de la Edad del Bronce, se vislumbran en este relato y en el de la Bella Durmiente y Blancanieves, conectando al alma que sea receptiva a su carácter numinoso con esta raíces míticas.
Tanto el fuego como la luz y la luminosidad deslumbrante de la dimensión estelar son imágenes que se asociaron, a través de las eras, con el resplandor de la Sabiduría. Ésta, que es la fusión del amor y el conocimiento, o gnosis, expresa la unión entre el rey y la reina, las más altas cualidades femenina y masculina del alma. En el cuento de hadas toman forman humana en las figuras de la Cenicienta y el príncipe. El rasgo particular de la Cenicienta, esa entrega hacia cualquier cosa que se le pida que haga, se subraya en cada versión de la historia. El reconocimiento de la Cenicienta por parte del príncipe demuestra su capacidad de percepción intuitiva, como lo demuestra la tenacidad y resolución con la que emprende la búsqueda de su "verdadero"amor.
El motivo predominante en el relato de la Cenicienta es el de la transformación; el alquimista que preside la gran obra es la propia Sabiduría, que, con un toque de su varita, transforma en caballos blancos como la nieve a unos ratones, en carruaje dorado (o de cristal) una calabaza, una rata en un cochero y, por supuesto, a la propia Cenicienta en la imagen misma de la belleza, adornada con vestidos que reflejan el resplandor de las estrellas, la luna y el sol.










Unas versiones de la Cenicienta subrayan más lo arduo de la labor de transformación; así, por ejemplo, está aquel en el que la madrina derrama una gran cantidad de semillas por el suelo para que la protagonista las separe en montones. Esta escena es idéntica a aquella en la que, en el relato de Eros y Psique, a esta última le es encomendada la misma labor por Venus, su hada madrina. A la Cenicienta la ayudan palomas y gorriones a separar las semillas; estas aves, que pertenecen a la imagen de la diosa en Sumer y Egipto, también señalan al príncipe, en algunas versiones, que una novia falsa lleva el zapato destinado a la Cenicienta, cuando atraen la atención del príncipe sobre la sangre que mana de los pies heridos de las hermanas feas.
Los vestidos de la Cenicienta, su "manto de gloria", son, según las descripciones, "azules como el cielo", bordados con estrellas del firmamento, con rayos de luna, con rayos de sol, o están echos de todas las flores del mundo. A veces aparece la metáfora marina, y su vestido es "del color del mar", o "como olas del mar", o "como el mar con peces que en él nadan" y como "el color del mar cubierto con peces dorados". A veces, como Isis, está cubierta de un manto negro azabache; a veces su vestido brilla como el sol o el oro, cubierto de diamantes y perlas "de un esplendor indescriptible", y que resuena con un repicar de campanas. En su relato, la Cenicienta "resuena como una campana mientras baja las escaleras"; recuerda al sistro de la diosa Isis, y también a las campanas que repicaron al acercarse la Sekiná. Pero también recuerdan a la descripción del manto que llevaba el iniciado en el poema gnóstico titulado "Himno del manto de gloria": "Oí el sonido de su música, que murmuraba mientras descendía".
"¡Qué lindos se ven tus pies con sandalias, hija de príncipe!", exclama el novio en el Cantar de los cantares (Ct 7, 2). Las sandalias o zapatos de la Cenicienta son, según las descripciones, de cristal, de oro o de vidrio azul, o están bordados con perlas. No se habría reconocido a la Cenicienta sin su zapato de cristal, que sólo podía caber en el pie de aquella cuya posición existencial se hubiese vuelto traslúcida a la luz de la sabiduría.
La madrina de la Cenicienta le señala que debe abandonar el palacio antes de medianoche, o arriesgarse a ser devuelta a su forma anterior. ¿Cuál podría ser el significado de esto? ¿Podría ser que la medianoche marca la intersección entre las dimensiones de la eternidad y del tiempo? El no conseguir mantener el equilibrio entre ambas es arriesgarse a permanecer anclado en una de ellas, incapaz de relacionarse con o acordarse de la otra dimensión de la experiencia. Permanecer en el baile pasada la medianoche es olvidar los valores humanos y las relaciones humanas, perdiendo el contacto con la vida cotidiana. No pedir ir al baile es permanecer sometido a las limitaciones de una consciencia "caída" y fragmentada, sin acceso alguno a otro nivel de percepción.
La imagen del viaje del alma atraviesa como un hilo de oro una mitología y una literatura que abarcan cinco mil años. Primero aparece en Sumer, cuando Inanna, reina del cielo y de la tierra, se despoja de cada una de las piezas de su indumentaria en cada una de las siete puertas en su camino al reino subterráneo de su hermana Ereshkigal. Vuelve a ponérselas al ascender a la luz, tras permanecer tres días "crucificada" en las tinieblas. Como Eva, el alma es expulsada del jardín del Edén y se va al exilio, como la Sekiná "viuda" y Sofía, la hija gnóstica. La Cenicienta del cuento de hadas personifica todas estas figuras míticas anteriores, que a su vez personifican el alma humana y el trance en el que se halla la "luz" oscurecida que no tiene conocimiento de sí misma. Como en los relatos de la Bella Durmiente y de Blancanieves, el alma se despierta cuando el príncipe la besa; como novio solar y consorte de la diosa lunar, en éste se personifica el principio divino de la vida.

¿Cuál es la relevancia de la historia de la Cenicienta en la nueva era que está despuntando? La ausencia de la imagen del matrimonio sagrado entre naturaleza y espíritu, diosa y dios, ha sido notoria en la tradición judeocrisitana ortodoxa, y esto ha causado una profunda herida en el alma que debe todabía ser sanada. El cuento de hadas restablece la imagen de unión entre dos arquetipos primarios; ha sido portador, por así decirlo, para nuestra cultura, hasta que llegase el momento en que la necesidad de dicha imagen pudiese volverse consciente. El reconocimiento, por parte de la conciencia humana, de la grave situación en que se encuentra el arquetipo femenino, va en aumento; abarca la imagen del sufrimiento del alma y la ignorancia de sí misma en que ésta se ve sumida, y el sufrimiento de la tierra, de la naturaleza y del cuerpo físico que, separados del espíritu, también necesitan que se los rescate. La Cenicienta personifica estos tres aspectos del valor femenino, relegado durante tanto tiempo a la servidumbre. Aquellos que, durante siglos de persecución, sacrificaron a menudo sus vidas a la transmisión de la tradición de la sabiduría, de forma que ésta no cayese en el olvido, desvaneciéndose, han preparado la "resurección" del arquetipo femenino. Es posible que incluso uno de ellos -judío, cristiano o musulmán- fuese el primero en imaginar este cuento de hadas, sirviéndose del depósito de mitos que heredó la tradición mística de las tres culturas de su pasado sumerio, babilónico y egipcio. Esta tradición enseñaba la inmanencia de lo divino en la naturaleza y en la naturaleza humana. Declaraba la necesidad de descubrir la presencia de la radiente esencia espiritual oculta en las infinitas formas de vida y en la oscuridad de la consciencia humana no reflexiva. Cada uno de ellos habría reconocido, como hizo Harold Bayley, que Cenicienta, "la refulgente, la resplandeciente, que, sentada entre las cenizas, mantiene el fuego encendido", es "la personificación del Espíritu santo que habita, sin ser honrado, entre las brasas candentes de la divinidad del alma, latente y nunca totalmente extinguida".



Me ha parecido interesante acompañar esta interpretación del cuento de La Cenicienta con algunas notas extraídas de la introducción de Heinrich Zimmer a su obra El rey y el cadaver. Cuentos mitos y leyendas sobre la recuperación de la integridad humana.
Encuentro especialmente destacable la apreciación que hace en cuanto al deleite que produce la lectura de los cuentos y relatos míticos. De alguna forma este deleite produciría la estimulación de la actividad imaginativa y la intuición creativa, nutridas por la fuente inagotable que emana del interior de las formas simbólicas, siempre inspiradoras, transmitida por cuentos y narraciones mitológicas. El símbolo en su profundidad, nos acercaría a lo inabarcable de la abundancia del ser eterno, siendo inutil pretender acotarlo dentro de una limitada interpretación.



El diletante ante los símbolos
por

Heinrich Zimmer



Contar historias ha sido siempre, a lo largo de los tiempos, un asunto serio y, a la vez, una diversión frívola. De un año a otro, las historias se piensan, se ponen por escrito, se devoran y se olvidan. ¿Qué sucede con ellas? Apenas unas pocas sobreviven, y son aquellas que, cual semillas llevadas por el viento, vuelan a través de generaciones, dan lugar a nuevas historias y ofrecen alimento espiritual a muchos pueblos. Casi todo lo que constituye nuestra herencia literaria nos ha llegado así, desde lo hondo de épocas remotas, desde rincones lejanos y desconocidos del mundo. Cada nuevo poeta les añade algo de la sustancia de su propia imaginación, y así, alimentadas, vuelven a vivir de nuevo. Su facultad germinativa permanece eternamente viva, esperando solamente un contacto para volver a despertar. Y aunque de vez en cuando algunas variedades puedan dar la impresión de haberse extinguido, reaparecen un buen día, haciendo salir de nuevo sus característicos brotes, tan verdes y frescos como antaño.(...)
La psicología proyecta unos rayos X sobre el interior de las imágenes simbólicas de la tradición popular, sacando a la luz elementos estructurales de vital importancia que hasta entonces estaban sumidos en la oscuridad. La única dificultad es que la interpretación de las formas así reveladas no puede ser reducida a un sistema seguro y digno de confianza, pues los símbolos verdaderos tienen por naturaleza algo de ilimitable. Son inagotables en su fuerza sugestiva e instructiva, y de ahí que el hombre de ciencia, el psicólogo "científico", se sienta en un terreno muy peligroso, muy inseguro y ambiguo, desde el momento en que se aventura en el campo de la investigación del folclor. Los contenidos discernibles y aparentes de las imágenes tan ampliamente repartidas a lo largo del mundo no dejan de cambiar ante sus ojos en permutaciones incesantes, como cambian las culturas a través del mundo y en el curso de la historia. Es necesario releer perpetuamente los significados, comprenderlos continuamente de forma nueva. Esta interpretación de las metamorfosis siempre imprevisibles y sorprendentes es cualquier cosa menos un trabajo metódico bien ordenado. (...)
El cuento de hadas, la leyenda infantil (es decir, el elemento portador del mensaje), son metódicamente considerados una materia demasiado mediocre para merecer nuestro respeto y nuestra sumisión, por ser el mismo cuento y la parte de nuestra inteligencia que a él responde insuficientemente adultos. Sin embargo, a través de la mutua interacción de la inocencia exterior, la del cuento, y la inocencia interior, la de nuestro espíritu, podría ser activado el poder fertilizante del símbolo, revelando así su contenido oculto.(...)
Por estar vivas, por poseer el poder de revivir y ser capaces de ejercer una influencia eficaz, siempre renovada, indefinible y sin embargo coherente, en el plano del destino humano, las imágenes del folclor y el mito rechazan cualquier intento de sistematización. No son cadáveres, sino espíritus poseedores. Con una risa súbita y un brusco cambio de lugar se burlan del especialista que se imagina haberlas sujetado con alfileres en su cuadro sinóptico. Lo que exigen de nosotros no es el monólogo oficial de un juez de instrucción, sino el diálogo de una conversación viva.(...)
Lo que caracteriza al diletante (del italiano dilettante, participio presente del verbo dilettare, "complacerse en..." es aquel que se deleita) es el placer que encuentra en la naturaleza siempre preliminar de su reflexión, de la que sabe que nunca alcanzará su punto culminante. Pero ésa es, a fin de cuentas, la única actitud admisible ante personajes que han descendido hasta nosotros desde el fondo del pasado más lejano, sea en las monumentales epopeyas de Homero y Vyasa, sea en las maravillosas y encantadoras historias de la tradición popular. Son los eternos oráculos de la vida. Es necesario preguntarles y consultarles de nuevo en cada época, pues cada época los aborda con su particular variedad de ignorancia y comprensión, con su espécifica serie de problemas, y sus preguntas inevitables. Pues los modelos de vida que vamos a tejer nosotros, hombres de hoy, no son los mismos que los de otras épocas; los hilos que vamos a manipular y los nudos que debemos desatar difieren considerablemente de los del pasado. Las respuestas ya dadas, por consiguiente, no pueden servirnos. Es necesario consultar de nuevo directamente a las fuerzas, consultarlas y volverlas a consultar, siempre sin cesar. Nuestro deber primordial es aprender no lo que se dice que han dicho, sino cómo acercarnos a ellas, cómo arrancarles palabras frescas, y comprender esas palabras.
Con tal misión que cumplir, debemos permanecer como diletantes, nos guste o no. Sin duda, algunos de nosotros -especialistas eruditos- tengamos tendencia a preferir métodos de interpretación muy precisos, y en consecuencia limitados, admitiendo únicamente aquellos que entran en el campo de nuestra influencia y nuestra competencia. Otros intérpretes son partidarios apasionados de una u otra concepción esóterica de la tradición, persuadidos de poseer el único y verdadero hilo conductor, y tienen a su particular sistema de símbolos por el oráculo único del ser que todo lo abarca y que se basta a sí mismo. En realidad, las actitudes rígidas de este tipo no pueden sino atarnos más firmemente a lo que ya somos y sabemos, fijando nuestras miradas sobre un solo y particular aspecto de la simbolización. Ateniéndonos estrictamente a esas convicciones rigurosas, nos mantenemos ajenos a las infinitudes de la inspiración que viven en el interior de las formas simbólicas. Y de esta manera, incluso los intérpretes más metódicos no son, finalmente, más que aficionados. Ya se remitan, como científicos, a rigurosos métodos filológicos y comparativos, o ya sigan piadosamente, como iniciados, las enseñanzas secretas y oraculares de cualquier tradición que se pretenda esóterica, no dejan de estar abocados, en última instancia, a permanecer como simples principiantes, habiendo apenas superado el punto de partida en esta tarea sin fin que consiste en sondear las oscuras aguas del significado.
El deleite, por el contrario, libera en nosotros la intuición creadora, permitiéndole revivir al contacto con la fascinante escritura de los cuentos antiguos y sus personajes. A partir de ahí, sin temor a las críticas de los especialistas enamorados del método (cuya censura está inspirada, en gran medida, por una actitud de agorafobia crónica: un miedo enfermizo ante la infinitud virtual que se despliega continuamente a partir de los trazos crípticos de esa expresiva escritura en imágenes que es objeto de su atención profesional), podemos permitirnos dar libre curso a no importa qué serie de reacciones creadoras que pueda sugerirnos nuestra inteligencia imaginativa. Ciertamente, nunca llegaremos a agotar las profundidades; de eso podemos estar seguros; ni nosotros ni nadie. Pero, tomado en el hueco de la mano, un simple sorbo de las frescas aguas de la vida resulta más dulce que toda una reserva dogmática de aguas canalizadas y garantizadas.
"La abundancia se saca de la abundancia, sin embargo la abundancia permanece." Así reza una hermosísima máxima de los Upanihad de la India. En el origen de esta máxima está la referencia a la idea de que la plenitud, la totalidad de nuestro universo -inmensamente vasto, con sus miríadas de esferas turbulantes y brillantes, poblado por multitudes innumerables de seres vivos- procede de una fuente superabundante de sustancia trascendente y de energía potencial; la abundancia de este mundo es extraída de la abundancia del ser eterno y, sin embargo, puesto que la potencialidad sobrenatural no puede disminuir, poco importa la grandeza de la donación que de ella se derrama; la abundancia permanece. En realidad, todos los símbolos verdaderos, todas las imágenes míticas, se refieren, de una forma u otra, a esta idea, y están dotados de la milagrosa propiedad de la inagotabilidad. Cada vez que nuestra inteligencia bebe en esos símbolos, en esos mitos, se revela a nuestro espíritu un universo de sentido; hay ahí verdadera plenitud y, sin embargo, la plenitud permanece. Sea cual sea la lectura, sea cual sea la interpretación accesible a nuestra visión actual, no puede ser final y definitiva. No puede ser más que una ojeada preliminar, un vislumbre. Deberiamos por tanto tenerla siempre por un estímulo, por una inspiración, sin duda, pero no por una definición final que excluyera posteriores observaciones y aproximaciones diferentes. (...)
El verdadero dilettante estará siempre dispuesto a recomenzar de nuevo. Y en él enraizarán las maravillosas semillas venidas del pasado y crecerán de manera sorprendente.

Unas palabras de la artista Ana Crespo que ya dejara en otra entrada (La Visión Intelectual), manifiestan sintonía con el texto de Zimmer sobre las motivaciones y el papel del verdadero diletante-artista.

"La función del artista es ser amante y derretirse en el calor del propio fuego. La función del artista es amar la luz del Intelecto, núcleo luminoso del ser, más allá de todo deseo, deseo tentador de refugiarse en la seguridad de aquello dicho y aceptado por otros labios. La función del artista es penetrar en el bosque interior y caminar directo hacia la Fuente de donde brotan todos los Secretos, allí lavarse las manos, el rostro, el cuerpo, pero sobre todo lavarse la mirada, para descubrir aquello que necesita ser descubierto: el Secreto, el Tesoro de luz escondido en el fondo del corazón. La función del artista es abrir este Tesoro y mostrarlo al Universo y de esta manera multiplicar los dones, tomar la energía del Universo y devolverla al Universo..."



Sobre el simbolismo gnóstico de El Himno de la Perla en este blog:

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Lecturas:

Anne Baring y Jules Cashford. El mito de la diosa, Siruela 2005

Heinrich Zimmer. El rey y el cadaver. Cuentos, mitos y leyendas sobre la recuperación de la integridad humana. (compilado por Joseph Campbell) Paidós Orientalia 1999

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