Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

****************************************************

Mostrando entradas con la etiqueta Kandinsky. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Kandinsky. Mostrar todas las entradas

viernes, 18 de octubre de 2013

Iconos

Una variante de Rostros de Santo, de Alexej Jawlensky. 
La combinación de colores y los ojos cerrados producen un efecto de paz espiritual.



Así pues, el arte imita a la Naturaleza en su modo operartorio -la Natura naturans, no la Natura naturata-, y en definitiva, por consiguiente, "a Dios mismo en su modo de creación".

Jean Hani, René Guénon y el descubrimiento del arte sagrado.


"La obra de arte (...) es representación de formas invisibles e inteligibles y no imitación de cosas sensibles, pues el verdadero modelo conforme al cual trabaja el artista es una idea que contempla en sí mismo"

René Guénon, Comptes-rendus.



El pintor de origen ruso Alexej von Jawlensky (1867-1941) desarrolló gran parte de su carrera artística en Alemania, donde se implicó estrechamente con su compatriota Wassily Kandinsky y otros artistas alemanes. Con ellos creó en 1909 la Neue Künstlervereinigung de Múnich, y a partir de 1912 se unió al grupo expresionista Der Blaue Reiter (El Jinete Azul). El destino espiritual y artístico de los integrantes de estas asociaciones estuvo marcado por un sentido musical del color y una concepción mística inspirada en la teosofía . En 1917 Jawlensky comenzó su serie de Cabezas místicas, y al año siguiente Cabezas abstractas, donde combina tendencias de arte vanguardista con su fascinación por el icono de la tradición espiritual rusa. Dejo a continuación una selección de esta parte de su obra, a la que acompaño con la narración biográfica escrita por su nieta con algunas de las visicitudes padecidas por este pintor poco conocido.

Fascinado de niño ante un icono dorado de la Virgen, Alexej Jawlensky se dedicó, como si de una religión se tratara, al arte, en cuya liturgia había de corresponder al pintor la misión de "expresar en color su alma". Tema central y obsesivo de su obra fue el rostro humano, repetido hasta el infinito como una moderna huella indeleble de la emoción sentida en su infancia.

El rostro como icono
(fragmentos)
Por
Angélica Jawlensky


(...) En 1911 Kandinsky y Franz Marc fundaron el "Blau Reiter" y las obras de Jawlensky fueron expuestas junto a las suyas, pero  en 1912, y a causa de divergencias internas, Jawlensky y los demás artistas abandonaron la "Neue Künstlervereinigung". Entretanto, una increible evolución lleva a Jawlensky a alcanzar entre 1911 y 1912 un primer apogeo estilístico -de hecho sus retratos de aquellos años son poderosos y monumentales-. El artista escribe en sus memorias:
Lola, 1912
 "Aquel verano (de 1911, pasado en Prevov) significó para mí una gran evolución en mi arte. Allí pinté mis mejores paisajes y las grandes obras figurativas de colores muy fuertes y luminosos, nada naturalistas y dependientes de la especificidad de los materiales. Usé mucho el rojo, el azul, el naranja, el verde y el amarillo. Las formas estaban intensamente contorneadas en azul Prusia y surgían poderosas de un éxtasis interior". El rostro humano fue convirtiéndose en el tema central de su obra: representaba la lucha y también la recíproca compensación entre la polaridad demonio-ángel, bien-mal, sensualidad-espiritualidad.
Eran homenajes a la sensualidad femenina, a la mujer entendida como fuerza natural motriz, como principio activo de la naturaleza. A Jawlensky no le interesaba la dama mundana, la elegante y pura belleza de un rostro patinado o la edulcorada representación de la maternidad, sino la fuerza primordial femenina, la sacerdotisa que nos desvela los misterios del infinito. Para descubrir estas figuras el autor trató de hallarlas en su "extasis interior", no exterior. Y el éxtasis llevaba hacia la experiencia mística.(...)
Tras el estallido de la Guerra Mundial, los rusos tuvieron que abandonar Alemania en el plazo de cuarenta y ocho horas. Para Jawlensky y sus familiares este hecho constituyó un golpe terrible: se vieron forzados a dejar su casa, su taller, sus cuadros, sus amigos y costumbres para recalar, con las cosas que pudieron llevar consigo, en el pueblecito de Saint-Prex, junto al lago de Ginebra. (...)
Escribe en sus memorias: "Al principio quería seguir pintando en Saint-Prex igual que lo hacía en Munich. Pero algo dentro de mí me impedía pintar cuadros sensuales y llenos de color. Mi alma había cambiado por culpa de tanto dolor, y eso me forzaba a encontrar otras formas y colores para expresar lo que conmovía mi alma".
Empezó a leer entonces libros sobre filosofías orientales y la vida de algunos yoguis que su hermano lo había regalado años atrás.
Desgraciadamente ignoramos el título de tales obras. En 1917 comenzó a pintar en Zurich -donde transcurrió un intenso semestre- la serie de las Cabezas Místicas y de los Rostros de Santo. Las primeras son rostros femeninos estilizados, mientras que los segundos son rostros asexuados, ni femeninos ni masculinos. Jawlensky vuelve con ellos al tema del icono, creando su propia versión del icono moderno.












 Todo lo vivido  hasta aquel entonces, todo lo conocido y leído confluían, en este momento de crisis y también de renovación, en una visión nueva e insólita de la esencia del ser humano. Nuestro artista había conocido en 1909 a Rudolf Steiner, fundador de la antroposofía -cuyas obras había leído-, y estudiado durante varios años filosofía e historia de las religiones, abriéndose mucho a un mundo nuevo para él. Todas estas teorías -especialmente las teosóficas, con su exhortación a la búsqueda de una nueva espiritualidad- hicieron que Jawlensky  buscase inspiración en un nivel más profundo de su inconsciente, de su propio yo. Por consiguiente, no fue casual el regreso de la imagen del icono, huella indeleble de su infancia, de esas primeras y grandes emociones experimentadas en relación con el arte. En 1918 el pintor se trasladó con su familia a Ascona, siguió pintando Variaciones, Cabezas Místicas y Rostros de Santo, y creó la primera Cabeza Constructivista, o lo que es lo mismo el cuadro Forma primordial. Comenzó entonces una lectura más geométrica y aún más interiorizada y meditativa del rostro. Los abiertos y enormes ojos de sus obras anteriores se cierran ahora, cubiertos por delicados párpados, convertidos en trazos horizontales de color.

 











De ellos emana una gran espiritualidad, lograda tras un largo y laborioso peregrinaje interior y un proceso de depuración formal: deduciendo más que abstrayendo, evidenciando las estructuras intrínsecas de la realidad. El orden formal alcanzado se mantiene lo más posible, con variaciones mínimas, aunque concediendo al color una gama de combinaciones y resultados espectaculares. (...)
En 1927 Jawlensky comenzó a advertir los primeros síntomas de la enfermedad que sería causa de su muerte, una artritis deformante: comienza así un penoso calvario lleno de atroces dolores, una parálisis progresiva y costosos e inútiles tratamientos. La enfermedad le obligó a reducir drásticamente el formato de sus cuadros a partir de 1934, cuando comenzó una nueva serie de rostros  limitados ya a lo esencial: las Meditaciones. Hasta 1937 pintó casi setecientos de dichos rostros, con un pincel atado a sus agarrotadas manos y sufriendo indeciblemente, pero con una necesidad desesperada de expresarse.

 











 En 1933 dice en una carta a la mecenas y galerista Hanna Bekker vom Rath: "Físicamente soy puro dolor, pero espiritualmente me siento libre y vivo y amo el arte". Jalewsky definió sus meditaciones "diálogos entre Dios y yo" o bien "oraciones a Dios".
El régimen nacionalsocialista lo incluyó en 1933 en la lista de pintores degenerados, prohibiéndole exponer y vender sus obras. En sus cartas no hay ni una sola mención o acusación contra el odiado régimen, limitándose el artista a hablar de su dolor físico y de su inmensa necesidad de espiritualidad, de infinito. Quizá la frase que mejor refleja su exigencia de aunar arte y religiosidad es la siguiente: "El arte es ansia de Dios". Sufrió una parálisis total -aunque estaba perfectamente lúcido de mente- de 1938 a 1941, y murió en 1941 a la edad de setenta y siete años.




 Lecturas:

Revista FMR nº 9 de la edición española pgs. 107-130


Entradas relacionadas:







.

viernes, 29 de marzo de 2013

Resurrección

Mathias Grünewald, Resurrección (1512-1515)



"Cristo ha resucitado de entre los muertos;
con la muerte ha derrotado a la muerte
y a aquéllos que yacían en los sepulcros
les ha dado vida".

Himno pascual


"Llama portadora de luz, la carne de Dios, bajo tierra disipa las tinieblas del infierno. La luz resplandece entre las tinieblas".

Orígenes



Michel Henry interpreta la Resurrección de Mathias Grünewald, pintura que forma parte del retablo de Issenheim, inspirándose en los ensayos donde Kandinsky desarrolló una teoría a partir de su personal experimentación con el color y las formas pictóricas. Es esta una interpretación mística donde el simbolismo cromático adquiere protagonismo para poder asistir -recordando lo que diría también sobre esta obra Karl Huysmans-, "a la representación de la divinidad, que arde al tiempo que la vida, a la formación del Cuerpo Glorioso escapando poco a poco de la cáscara carnal, que desaparece en medio de esa apoteosis de llamas que surge de ella y de la que es núcleo incandescente". Podríamos añadir, siguiendo estas palabras, que la pintura de Grünewald aparece como una imagen de transformación y transformadora, donde muerte y resurreción se nos presenta de forma simultánea, centro inmóvil al tiempo que perímetro fugaz de "el girar de la Rueda de la Vida", extinguiéndose al tiempo que refulge, triunfante, en permanente estallido de luz. Luz del círculo de la eternidad que tiene como canal de conexión la herida, algo que puede parecer es anunciado por el modo como Cristo exibe tan notoriamente las palmas de sus sangrantes manos. Dentro de la mística, tradicionalmente la herida aparece simbólicamente como puente entre los mundos de la realidad trascendente y la realidad interior, así como vínculo mediador entre el espíritu y la carne, motivo que lo podemos encontrar expresado en formas poéticas, entre ellas este verso de Rumi: "La herida es el lugar por donde entra la luz en tu interior".



 Ver lo invisible
(fragmento)
Por
Michel Henry


(...) Consideremos ahora la parte derecha de la cara anterior del retablo de Issenheim: la Resurrección. La idea de que se trata de la figuración de cualquier realidad exterior es tan absurda que no necesita discusión. ¿Quién, hay que volver a preguntar, habría podido ver tal espectáculo? Nosotros, se dirá, que estamos en el museo de Unterlinden apostados ante la tabla. Pero ¿cual es la naturaleza de esa visión y qué es lo que en verdad ve? Los objetos del mundo real se definen en el plano de la sensibilidad por sus colores y sus formas sensibles. Este largo rectángulo verde es una pradera, esa serpiente que reluce y zigzaguea en medio de ella es un río, esa superficie blancuzca, atravesada por oberturas regulares, es la fachada de una casa. Si se observa el retablo, el sudario de Cristo que sube con él contrariamente a todas las leyes de la gravedad no es en cualquier caso nada definible por su color, que se transforma mágicamente ante nuestros ojos, deslizándose, por encima de la tumba, de un blanco azulado, cuyos degradados obedecen todavía a las relaciones que definen el tono local, a un violeta cada vez más intenso a medida que se eleva en volutas aéreas, al rojo fuego cuando envuelve a la persona de Cristo y, finalmente, a una especie de amarillo que parece abolirse bajo su propio exceso cuando, cayendo sobre los hombros y el torso del cuerpo glorioso,se confunde con él y no es ya sino pura luz.



Blanco era, según Kandinsky, el color de antes de las cosas, el lugar de lo posible, donde todo puede nacer, donde todo nacerá. El azul marca una distancia, la curva del sudario que se ahueca ante nosotros, se aleja un poco antes de levantarse de nuevo bruscamente, atrapado por encima de nosotros por la aspiración del Cuerpo victorioso. Rojo, rojo brillante es ese cuerpo. Rojo es el color de la Vida, testimonio decía Kandinsky, de "una inmensa e irresistible potencia", de "una madurez masculina girada sobre todo hacia sí y para la que no cuenta el exterior". Esta autoafirmación de la vida en la embriaguez y la certidumbre de su fuerza es, pues, ese rojo que se lanza como una llama, es lo que vemos en la tabla de la Resurrección.
Preguntábamos: ¿qué significa ver y qué es exactamente lo que se ve? Podríamos añadir: ¿cómo se puede ver la vida, la vida, que es lo invisible? Ver quiere decir, según los principios de la abstracción, experimentar el pathos del color que se ve, ser la realidad de ese pathos, de la Vida. El retablo de Issenheim no representa la vida, nos la da a sentir en nosotros, allí donde ella está latente desde siempre, mientras arde, arde en sí mismo y en nosotros, el Rojo de la Resurreción. 
Pero ese Rojo se ilumina y se vuelve amarillo cuando, desgarrándose, el sudario deja surgir el cuerpo desnudo del Resucitado. "El Rojo claro caliente (Saturno) tiene una cierta analogía con el amarillo medio (en cuanto que pigmento, contiene una dosis apreciable de amarillo). Fuerza, fogosidad, energía, decisión, alegría, triunfo, todo eso es lo que evoca. Suena como una fanfarria en la que domina el sonido fuerte, obstinado, inoportuno de la trompeta." 

Alrededor de la explosión radiante, lo que queda del mundo, algunos objetos. Los soldados proyectados por la onda expansiva, los peñascos barridos por ella -como la piedra del sepulcro que se rompe para abrir paso al Salvador- han perdido todo color identificable, no son más que el reflejo de ese Rojo brillante de la Vida, pedazos dispersos arrastrados por su torbellino.



¿Hay que hablar también de las formas? La formidable vertical que atraviesa la composición de abajo arriba reduce el Plano Original a dos regiones. Cuatro bandas horizontales -el montón confuso de dos soldados derribados y piedras en el primer plano, el extraordinario recorte del tercer guerrero que ha saltado por el aire, casco por delante, arrancado como una brizna de paja a la gravitación, el rectángulo masivo de la roca más alta semejante a una transversal de Rothko, los brazos abiertos y solemnes de Cristo, por último, inscritos en el círculo de la eternidad- no sirven más que para exaltar el surgimiento irresistible, la irrupción triunfal de la Vida.



Lecturas:

Michel Henry, Ver lo invisible 2008


Entradas relacionadas:

Dolor Sagrado

Los colores del alma


.

martes, 29 de enero de 2013

Azul

Cielo sobre Barcelona en un día de Enero de 2013



Si no hubiera nada: en ti está todo,
gloria del tenso vacío, ancho abandono
azul floreciente, oh tú océano
que nos mueves
con suaves aguas. 
resacas de horizonte celeste
lleno del más allá,
en ti está todo (...)

En ti, aunque no hubiera nada,
está todo...

Albin Zollinger, Oda a los azules del cielo



 "Mi corazón
vaga por los prados de estrellas
entre innumerables estrellas.
Debajo de mi florece azul y más azul.(...)

Nubes de flores
flores de nubes.
Los sonidos se reflejan en  lo infinito.
Recuerdos azules.
Entre la altura y la profundidad
aroma y azules
chapotean las mismas fuentes
en las que soñé cuando era niño".

Hans Arp, Azul que canta


Para Alois M . Haas, puede descubrirse una relación de sentido y ordenación relativamente invariable, en la interpretación documentada referida a los colores desde la Antigüedad hasta la modernidad pasando por la Edad Media. Algunos colores pueden así asociarse, más allá de los tiempos y las culturas, a determinados valores sentimentales y de significado. En las especulaciones sobre la luz e interpretación cromatica dentro de la teoría del color tardo-antigua y medieval, el color azul ocupará un lugar relevante en las visiones teofánicas. En "Visión en azul. Arqueología y mística de un color", ensayo del que a continuación dejo unos fragmentos, se analizan las raices del simbolismo del azul dentro de la experiencia visionaria, sirviéndose para ello de escritos y poemas de artistas contemporáneos, documentos y arte del medievo occidental, así como de textos de la mística judía.



Visión en azul.
Arqueología y mística de un color.
Por
Alois M. Haas



Michel Pastoureau ha señalado que todavía hoy el color azul posee en Occcidente, en cuanto a disposición anímica y sentimental, un claro predominio estadísticamente demostrado sobre otros colores como, por ejemplo, negro y verde. La civilización occidental es para él "une civilisatión du bleu", una civilización en la que -España sería un excepción- los colores cálidos no juegan ya ningún papel.
 Sus investigaciones sobre heráldica le permiten suponer que este lugar privilegiado del azul representa una conquista de la Edad Media: desde mediados del siglo XIII tuvo un "auge del color azul" cuantitativo y cualitativo, que no sólo destaca en el arte heráldico, sino también en la emblemática literaria, en el arte de las miniaturas y de las vidrieras, y también en la moda de la vestimenta. (En la imagen, miniatura del Apocalipsis Flamenco, manuscrito medieval donde el color azul es el más utilizado. N. de Fragmentalia) Puede también atestiguarse el hecho de que el glasto -una planta que servía para teñir azul- fue "objeto de un intenso comercio internacional". El azul se convirtió en "el color arquetípico de la monarquía". "Una profunda transformación de la sensibilidad" parece indicarse en la sustitución "del antiguo esquema tripartito blanco-rojo-negro, característico del sistema cromático de todas las culturas tradicionales", por la preferencia del azul: "Desde que en la modernidad blanco  y negro no son considerados propiamente como colores, el azul, el color del cielo, del aire, del paraíso, ha venido a ocupar el mismo puesto". También Kandinsky persiste en su ensayo sobre De lo espiritual en el arte (1952) en este simbolismo y esta tipología del azul, ya conocido en la Edad Media, cuando sostiene:

El don de la profundidad lo encontramos en el azul y en primer lugar y desde una perspectiva teórica en sus movimientos físicos: 1) lejos del hombre y 2) con respecto a su propio centro. Y lo mismo, cuando se deja actuar el azul en el ánimo (en cualquiera de las formas geométricas deseadas). La tendencia  del azul a la profundidad es tan grande que justamente se hace más intenso en los tonos profundos y actúa de un modo característico en la interioridad. Cuanto más profundamente actúa el azul, tanto más llama al hombre al infinito, y despierta en él la ansiedad por la pureza y finalmente por lo suprasensible. Es el color del cielo, tal y como lo imaginamos al oir la palabra cielo. Azul es el color típicamente celeste. (En la nota hace hincapié en los nimbos bizantinos "de los seres que existen espiritualmente".) El azul desarrolla muy profundamente el elemento del reposo. Descendiendo hacia el negro, adopta el matiz de una tristeza inhumana. Llega a ser de una profundidad infinita en estados de seriedad, donde no hay ni puede haber fin. Pasando a la claridad, para lo cual el azul es menos adecuado, llega a tener un carácter indiferente y se sitúa lejos con respecto al hombre, como el alto cielo azul claro. Cuanto más claro, más insonoro, hasta llegar a la calma silenciosa, y se hace blanco. Desde un punto de vista musical, el azul claro es parecido a una flauta, el oscuro al violonchelo, y cuanto más profundo se hace, semejante a los maravillosos sonidos de la viola; en su forma más profunda pero festiva el sonido del azul es equiparable a la profundidad del órgano.(...)


 Martin Schaffner, El universo celestial (1533), tablero de mesa.



Dios está azul...
Juan Ramón Jiménez, Mañana de la cruz


El lugar clave, en que sucede un fenómeno de luz azul en el marco de una visión, es la visión de la Merkabá del profeta Ezequiel, en la que el carro de Dios junto con los querubines que le acompañan representan para el espectador un contenido sorprendente de una experiencia de la gloria de Dios.

 La visión de Ezequiel, versión de William Blake


Al visionario se le aparecen en un nube de fuego cuatro seres vivos de extraña apariencia: cada uno tiene cuatro caras, cuatro alas, los pies parecen pezuñas; a cada ser se le ha asignado una rueda, cuyas llantas están cubiertas de ojos. Y "sobre las cabezas del ser había una forma de bóveda resplandeciente como el cristal,. extendida por encima de sus cabezas" (Ez 1, 22). Sobre el trono que se levanta por encima de la bóveda de cristal se señala a Dios: "Por encima de la bóveda que estaba sobre sus cabezas, había como una piedra de Zafiro en forma de trono, y sobre esta forma de trono, por encima, en lo más alto, una figura de apariencia humana. Vi luego como el resplandor del electro, algo como un fuego" (Ez 26 y ss.). El contenido de esta descripción se refiere a la revelación del Sinaí (cf. Ex 19, 18; 24, 11 y 15; Dt 4-5) que junto con la visión de la Merkabá de Ezequiel tiene su correlato tipológico en el relato de Pentecostés de las actas de los Apóstoles: por eso se corresponde a la fiesta judía  del shabucot, en la que se ha mantenido vivo el recuerdo de la revelación del Sinaí a través de la explicación de la Merkabá (=carro), y la fiesta cristiana de Pentecostés. En Éx 24, 10 el trono de Dios se describe como sigue: "Moisés subió con Aaron, Nadab y Abihú y setenta de los ancianos de Israel. Bajo sus pies había como pavimento de zafiro tan puro como el mismo cielo". (...)

 En todo caso "la interpretación del azul en tanto que color del cielo (...) confirmó su significado celeste ampliamente: la esperanza en el cielo y su anhelo, una vida orientada en lo celeste según Flp 3, 20 nostra conversatio in caelis est, la contemplación orientada a lo celeste, a Cristo celestial, esto es, a la naturaleza divina, así como también el segundo artículo del Credo referente a Cristo según 1 Cor 15, 47: primus homo de terra, terrenus, secundus homo caelo, caelestis, finalmente el rapto de Pablo al tercer cielo (2 Cor 2, 12) y del derecho de ciudadanía celeste del cristiano formulado por él (Ef 2, 19".  La relación con esta tradición se documenta de forma adicional en la concepción de que "el zafiro se adecua por encima de otras piedras azules a la representación del cielo como residencia de Dios. De este modo se preservó la relación con la insinuación biblica del lugar de Dios descrita a través del zafiro. Así, en la descripción medieval del templo del Graal de Albrecht von Sharfenberg en sus Jüngeren Titurel el zafiro está doblemente presente: la bóveda del templo del Graal fue azulada (gebloewet) con zafiros, pero los panes de su altar también eran de zafiro. La piedra tiene, en tanto que presencia visible de Dios, efecto (casi mágico) de purificar a los hombres de sus pecados.  (...)

**************************************


Oda a la flor azul
poema de Pablo Neruda


(...) Cerca del mar, andando,
en el mes de noviembre,
entre los matorrales que reciben
luz, fuego y sal marinas
hallé una flor azul
nacida en la durísima pradera.
De dónde, de qué fondo
tu rayo azul extraes?
Tu seda temblorosa
debajo de la tierra
se comunica con el mar profundo?
La levanté en mis manos
y la miré como si el mar viviera
en una sola gota,
como si en el combate
de la tierra y las aguas
una flor levantara
un pequeño estandarte
de fuego azul, de paz irresistible,
de indómita pureza. 




Lecturas:

Alois M. Haas, Visión en azul. Siruela 1999

Wassily Kandinsky, De lo espiritual en el arte. Paidos 2012


Entradas relacionadas:

La elocuencia del Rojo

Los colores del alma

.

viernes, 11 de enero de 2013

Los Colores del Alma


Kandinsky, Círculos concéntricos 1913


"En estos tiempos mudos y ciegos, los hombres dan una importancia exclusiva al éxito externo, se preocupan sólo de los bienes materiales y celebran como una gran proeza el progreso técnico que sólo sirve y sólo puede servir al cuerpo. Las fuerzas puramente espirituales son subestimadas en el mejor de los casos, o simplemente pasadas por alto (...)

El espíritu, como el cuerpo, se fortalece y desarrolla con el ejercicio. El cuerpo abandonado se vuelve débil e impotente, y lo mismo le sucede al espíritu. La intuición innata del artista es un talento evangélico que no debe enterrar. El artista que no hace uso de sus dotes no es más que un esclavo perezoso".

Vassily Kandinsky, De lo espiritual en el arte 


"...el color es un elemento revelador que muestra los distintos cambios continuos que experimenta el ser interior. (...) Al igual que en la naturaleza, el color anuncia el estado de crecimiento y desarrollo de la vida así como su putrefacción, el color es como un espejo que muestra  la metamorfosis del ser interior. El color es un indicio poderoso que permite al místico discernir la etapa del camino y simultáneamente la visión del color es en sí mismo transformadora..."

Ana Crespo, Los bellos colores del corazón



En su obra pictórica y teórica, Wassily Kandinsky (1866-1944) precursor de la pintura abstracta, quiso dejar un mensaje dirigido al hombre contemporáneo con la intención de hacerle descubrir que el arte tiene la capacidad de recuperar lo perdido en un mundo orientado por la visión puramente materialista y práctico-utilitaria, esto es, que a través de la práctica artística se da la posibilidad de un reencuentro con el alma. Para este artista, quien se distanciaría del realismo pictórico del siglo IXX al que encontraría en general decadente, no se trataría de pintar el mundo de los objetos tal como son percibidos por el órgano de la visión dirigido al mundo exterior, sino de representar la vida interior, mostrar lo oculto en el alma, aquello que permanece invisible. Por decirlo de alguna forma, no se trataría de pretender plasmar el mundo desde la percepción ordinaria, si no de ser atravesado por él para abrirse a una visión interior. La pintura abstracta sería así una puerta por la que acceder a aquello que los más elevados espíritus han pedido al arte, "un conocimiento, un conocimiento verdadero, metafísico, susceptible de ir más allá de la apariencia exterior de los fenómenos para entregarnos a su esencia íntima". 
La forma por la se revelará esa esencia en la que se oculta el misterio de la creación, será a través del proceso de acercamiento y finalmente identificación con ella misma en el acto iniciático del arte. Acto creativo, que también podríamos llamar acto amoroso que da respuesta a "la necesidad interior".
Dejo a continuacón unos fragmentos del bello ensayo de Michel Henry con los que poder hacerse una idea sobre estos fundamentales aspectos de la obra de Wassily Kandinsky.



 Ver lo invisible (Fragmentos)
Por 
Michel Henry


(...) En la percepción ordinaria, tenemos relación con objetos. Esos objetos son de carácter utilitario. Lo que percibo es la puerta que hay que abrir, el coche que voy a conducir, la luz verde o roja del semáforo que indica la autorización o la prohibición de atravesar el cruce, la tienda cuyo escaparate dispuesto o iluminado de una determinada forma conozco. Ciertamenta la puerta se me muestra, tiene color; lo mismo sucede con el coche, con el semáforo que significa precisamente mediante su color. Ahora bien, en todos los casos el color no es percibido en sí mismo. Funciona todo lo más como un signo del objeto al que remite y que no es ya aprehendido por sí mismo sino como simple medio, como un instrumento.
Lo que acabamos de decir del color del objeto atañe también a su forma en sentido estricto. Nunca consideramos esa forma en sí misma, no es más que un indicio, el signo todavía de una cosa que no tiene valor para mí más que en su relación con lo que tengo intención de hacer. Toda percepción es, en principio, práctico-utilitaria. Cada apariencia coloreada, y, de la misma manera, el trazado que la delimita y que con gran frecuencia es reducido a un esquema, se adelantan al objeto que significan, el cual se adelanta también al uso que indica y que es, en la práctica, su razón de ser. De este modo se nos revela la estructura de la percepción habitual. (...)
La pintura es una contracepción. Con ello se quiere decir que la cadena de significados referenciales en los que se constituye la realidad cotidiana del mundo, el movimiento incesante de superación de las apariciones sensibles hacia el trasfondo monótono y estereotipado de los objetos utilitarios, se interumpe bruscamente bajo la mirada del artista. Al dejar fuera de juego el trasfondo práctico, colores y formas dejan de representar el objeto y de perderse en él, tienen valor por sí mismos y son percibidos como tales, se convierten en formas pictóricas puras.

Kandinsky, Improvisación, 1913


Kandinsky dio una descripción admirable de esta eliminación del universo objetivo de la percepción y de la liberación correlativa de las formas pictóricas, referida en primer lugar a los colores. Esta delimitación se realiza cuando los colores, incluso antes de ser puestos en el lienzo de manera que representen en él el espectáculo ordenado y comprensible, se extienden sobre la paleta del pintor, tal como salen del tubo. Se despliegan sobre la superficie virgen sin ofrecer otra cosa que a ellos mismos, sus tonos deslumbrantes entregados a nuestra admiración. Hablando de la compra de su primera caja de pinturas, Kandinsky escribe: "Lo que entonces sentí, o, mejor dicho, la experiencia que viví al ver el color saliendo del tubo, la sigo viviendo hoy (...), esos seres extraños a los que llamamos colores llegaban uno tras otro vivos en sí y para sí, autónomos y dotados de las cualidades necesarias para su futura vida autónoma y, a cada instante, dispuestos a plegarse a nuevas combinaciones, a mezclarse unos con otros y a crear una infinitud de mundos nuevos".

Kandinsky, Composicón nº 7 1913

Vida autónoma de los colores: esto quiere decir que, al no ser ya aprehendidos como simples aspectos del objeto, son reintegrados a su aparición pura, "jubilosa", "fastuosa", a su "burbujeante travesura" o a su seriedad, a su "profunda sonoridad de duelo" a veces, o a su "rebelde resistencia", a ese exceso de sensibilidad de que dan muestra en su "inestable equilibrio". Ha nacido el universo nuevo de la pictoricidad pura, sin relación con aquel con que hasta ese momento era proyectado, aplastado, negado: "En medio de la paleta hay un mundo extraño". Pero ese mundo extraño es una "vida". ¿Simple metáfora para significar su autonomía? ¿O bien hay que comprender, más allá de cualquier imagen, que es nuestra vida real como lugar en que se dispensa toda fuerza a donde "esas fuerzas frescas, jóvenes" que son los colores nos han reconducido ya?

Kandinsky, Composición IV

En todo caso, desde el momento en que compró su caja de pinturas a los trece o catorce años, Kandinsky trazó su destino. Conocemos la aventura sobrevenida durante un viaje a través del territorio de Vólogda con el objetivo de estudiar el derecho consuetudinario local: el descubrimiento de las casas campesinas de madera, talladas en el exterior y totalmente pintadas en su interior. La impresión que Kandinsky experimentó allí de moverse en la pintura misma y que más tarde quiso transmitir al espectador llevándole a "pasear" por el cuadro no recibió su significado decisivo más que sobre el fondo de esa experiencia primitiva del color cuyo alcance metafísico se nos mostrará pronto.
Fascinado, pues, por el poder cuasi mágico de esas masas luminosas, escuchando su sonido sibilante, siguiendo maravillado sus fluencias, sus mezclas, sus iniciativas imprevistas sobre la paleta, "más hermosa que cualquier obra", Kandinsky sufrió su ascendiente hasta el punto de hacerse su cómplice. Y de hecho recordaba mucho mejor los colores que los objetos. En su trabajo, concentraba su atención en los colores puros extendidos sobre la paleta, afirmando que la mirada que les consagraba debía sustituir a la dirigida hasta entonces a la naturaleza. Del deslumbramiento ante ese mundo extraño y autónomo se desprende un principio pictórico de importancia, el uso no realista de los colores. ¿Cómo aceptarán éstos subordinarse a una realidad extraña, seguir representando el mundo banal de la percepción utilitaria cuando, resplandeciendo en su carne incandescente, aparecen cargados de virtualidades infinitas?

Kandinsky, Composición

La utilización no figurativa del color se traduce a su vez en uno de los grandes descubrimientos de Kandinsky, la disociación del color y la forma, la segunda quisiera contenerlo. Ignorando toda barrera, desbordando el dibujo, estallando más allá del espacio predefinido que se le había asignado hasta entonces, el color se extiende como buenamente le parece, sometido a su sola fuerza, a su sola voluntad. ¿De dónde puede venir, en efecto, el imperativo pictórico de una delimitación por la forma, de su inscripción en ella, de su subordinación a un trazado previo? Del mundo y de su "realidad objetiva". Es en el mundo de la percepción, sobre el objeto realmente percibido, donde el color acaba allí donde termina la superficie que colorea; en el límite de esa superficie, de ese plano, de ese volumen, se adapta el contorno al objeto. La liberación del color respecto de la realidad exterior implicaba su emancipación respecto de la forma de los objetos y de todo grafismo en general y marcaba el advenimiento de una vida nueva, la del color entregado a sí mismo, convertido en forma pictórica pura.
Las mismas observaciones valen para la forma en sentido estricto, es decir, para ese trazado, esas líneas, esas delimitaciones cuyo papel en la representación clásica era circunscribir el emplazamiento de los colores y regular su distribución sobre la tela. Mientras esas formas gráficas que determinan la construcción del cuadro tienen como destino reproducir la realidad del mundo, no pueden imponerse por sí mismas y la inteligencia no capta a través de ellas más que el objeto que representan. En sentido  estricto, la percepción de la forma no existe. Es un trazado convenido, el de la casa, el tejado, la chimenea, el humo que asciende en el cielo, lo que el pintor dibuja y el espectador reconoce, "comprendiendo" así el cuadro. Es la banalidad cotidiana la que dicta su ley al arte, lo que debe expresarse pictóricamente como sigue: sólo las formas de los objetos de la percepción ordinaria encuentra lugar en la pintura realista. La infinidad de formas posibles, todas las que pueden ser concebidas libremente por un espíritu que no se preocupe sino de descubrir progresivamente esa infinidad potencial, queda excluida de ella. Es justamente esa infinidad la que suscita y libera la pintura abstracta, que abre así, al margen de nuestro mundo, un universo formal enteramente nuevo al multiplicar los medios de construcción gráfica. (...)

Kandinsky, Improvisación 26

A diferencia de la naturaleza, el arte dispone voluntariamente esas apariciones lineales y coloreadas que se han convertido en los elementos de la pintura. Ordena, pone de nuevo en orden, no lo que ya estaba, fuera de nosotros, sino lo que adviene sólo en el flujo de nuestra vida, como sentimiento de la naturaleza, como interioridad radical de toda posible exterioridad. La abstracción, ya lo hemos dicho, no se opone a la naturaleza, sino que descubre su esencia verdadera. Pero ¿por qué, en esta venida silenciosa de la vida cósmica a nosotros, toma el artista el lugar de la naturaleza? ¿Y qué hace una vez ha ocupado ese lugar?
Toda la obra teórica y práctica de Kandinsky nos responde. Analizar elementos, desplazarlos, aislarlos, oponerlos, combinarlos, unirlos, hacer oír sus sonoridades, es realizar la revelación de la vida según su voluntad propia. Pues la vida es revelación de sí. Y esa revelación la propia vida la lleva a su término, quiere sentir más, hacer crecer cada no de sus poderes. Quiere ver más y nace la pintura. Quiere más fuerza: aparecen otras líneas, otros trazos, otros grafismos, aquellos que prodigan esos poderes acrecentados de la vida. En la percepción ordinaria, en el arte figurativo que reproduce  sus limitaciones, tenemos "la experiencia de lo espiritual en las cosas materiales": son resonancias sofocadas, inaudibles a fuerza  de haber sido oídas. Le sucede la experiencia "de lo espiritual en las cosas abstractas". Entonces se acercan a nosotros configuraciones imprevistas, edificios invertidos, arborescencias tomadas en perspectivas irrepresentables, conos metálicos en estado de levitación, rayos luminosos que estallan como si de fuegos artificiales se tratara, ángulos acoplados, rejillas enigmáticas, diagonales que se lanzan al asalto: todas esas formas armadas con un plus, seguras de sí, indiferentes a todo lo que es, venidas de otra parte.
¿De dónde vienen? De ese lugar de antes del mundo que no tiene el aspecto de ningún mundo, al que ninguna mirada ha tomado la medida. Vienen de las potencias de la noche donde descansa toda cosa y todo ser antes de su nacimiento, cuando ningún espacio regula su navegación según el arriba y el abajo, lo claro o lo oscuro, cuando ignoran las convenciones y las leyes, pues esas leyes, esas direcciones, ese espacio, no han sido elegidos todavía. La naturaleza no es más que un caso particular del arte. Crea seres en serie según arquetipos eficaces para que un día quizá esos seres sean más emprendedores, se lancen hacia otros posibles.
En la Noche se elaboran los posibles no nacidos, las voluntades insatisfechas de la Vida, todo lo que antes de desplegar su ser extático en la luz no existe sino en tanto que es poder sumido en sí mismo y que goza de todo lo que puede hacer. Son las fuerzas que trazan líneas, que inventan los colores. No por ser visibles, ni estar situadas unas junto a otras en la claridad de un Afuera, son menos invenciblemente lo que son; nada en este mundo o en otra parte sobrepasa su certeza.(...)
En ese medio sin gravedad donde el peso se ha hecho ligereza, las formas vagan  despojadas de  su substancia, cuerpos de luz, cuerpos gloriosos: cuerpos de la vida. Son formas orgánicas de cromatismo claro y frío, especies de infusorios, fragmentos de insectos, esbozos de follaje: criaturas de otro mundo, de otra naturaleza, que nos revelan la naturaleza de toda naturaleza, de todo mundo posible y, por consiguiente, también del nuestro.
Miramos petrificados, inmóviles también ellos o evolucionando lentamente sobre el fondo de un firmamento nocturno, los jerogíficos de lo invisible. Los miramos: fuerzas que dormitaban en nosotros y esperaban desde hace milenios, desde el comienzo, obstinada y pacientemente, a las fuerzas que estallan en la violencia y el resplandor de los colores, que desenrollan los espacios y engendran las formas de los mundos, las fuerzas del cosmos se han alzado en nosotros, nos arrastran fuera del tiempo en la ronda de su júbilo y no nos sueltan, no se detienen, pues ni siquiera ellas pensaban que fuera posible alcanzar "tal felicidad". El arte es la resurreción de la vida eterna.


A continuación dejo algunas citas extraídas de la obra teórica de Kandinsky:


"Las pocas almas que no se hunden en el sueño y sienten un oscuro deseo de vida espiritual, de saber y progreso, se lamentan desoladas en medio del grosero coro de materialismo. La noche espiritual se cierne más y más..."

"La belleza interior es la que se emplea por una necesidad interior imperiosa, renunciando a la belleza habitual. Naturalmente, parece fea al que no está acostumbrado a ella, ya que el ser humano en general tiende a lo externo y no está dispuesto a reconocer la necesidad interior."

"La enseñanza más rica nos la da la música. Con pocas excepciones y desviaciones , la música es, desde hace ya siglos, el arte que utiliza sus medios no para representar fenómenos de la naturaleza, sino para expresar la vida interior del artista y crear una vida propia de tonos musicales."

"El artista, cuya meta no es la imitación de la naturaleza, aunque sea artística, y que quiere y tiene que expresar su mundo interior, ve con envidia como hoy se alcanzan naturalmente y con facilidad estos objetivos en la música, la más inmaterial de las artes."

"Todo el que ahonde en los tesoros escondidos de su arte , es un envidiable colaborador en la construcción de la pirámide espiritual que un día llegará hasta el cielo."

"Cuando se alcanza un alto grado de desarrollo de la sensibilidad, los objetos y los seres adquieren un valor interior y, finalmente, un sonido interior. Lo mismo sucede con el color, que provoca sólo un efecto superficial cuando el grado de sensibilidad no es muy alto: el efecto desaparece al finalizar el estímulo."

"La armonía de los colores debe basarse únicamente en el principio del contacto con el alma humana.
Llamaremos a esta base principio de la necesidad interior."




Lecturas:

Michel Henry, Ver lo invisible. Siruela 2008

Wassily Kandinsky, De lo espiritual en el arte. Paidós estética 2010


Entradas relacionadas:

Permanencia de lo sagrado