Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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martes, 16 de junio de 2015

Alquimia y emblemática: La Fuga de Atalanta


Emblema XXXIII de Atalanta Fugiens de Michael Maier
El mote que precede a este grabado dice: "Hermafrodito, yaciendo en las tinieblas como muerto, necesita del fuego".
Y el epigrama: "El ser bicéfalo y de doble sexo aparece como un cadáver cuando está falto de humedad. Si se produce en la noche tenebrosa necesita del fuego. Dáselo y así revivirá en seguida. Toda la fuerza de la piedra está latente en el fuego, todo el vigor del azufre en el oro, el del mercurio en la plata". (Traducción de Pilar Pedraza)


Podría definirse la alquimia como un método de conocimiento cuya finalidad es la transformación psicológica y espiritual de la persona a través del dominio de las energías creadoras subyacentes en la naturaleza y el alma humana. Su práctica operativa con elementos quimicos destinada al estudio de la materia a traves de un proceso iniciático, tendrá como finalidad imitar el modo de operar de la naturaleza para la obtención del lapis philosophorum (piedra filosofal) capaz de transmutar los metales modestos en oro así como un elixir o remedio universal para los males del hombre. Por otra parte, la considerada como verdadera alquimia, la espiritual, se presenta como un saber universal basado en la unificación de los contrarios que llevará al iniciado a unir armoniosamente todos los aspectos de la naturaleza y la existencia humana. El verdadero alquimista en correspondencia con la ética de la ciencia hermética, tendrá como propósito el perfeccionamiento del alma a modo de trasunto de prurificación de los metales, proceso cuya finalidad será su salvación. 
En la imagen de abajo vemos a un alquimista provisto de unos simbólicos bastón, lentes y linterna, siguiendo los pasos de una mujer con un ramo de flores y frutas. Esta mujer es una alegoría de la Naturaleza, la cual será la guía del sabio.

 Emblema XLII de Atalanta Fugiens
Su mote dice: "Sean la naturaleza, la Razón, la Experiencia y la Lectura, guía, bastón, lentes y lámpara para el que quiera aprender la química".
Su epigrama: "Que la naturaleza te guíe, y tú síguela en tu arte, porque errarás si no es la compañera de tu camino. Que la razón te sirva de cayado, y la experiencia te asegure sus luces para que con ella puedas ver las cosas lejanas. Sean la lectura la lámpara que despeje las tinieblas para que te guardes, prudente, del amontonamiento de cosas y palabras". (Traducción de Pilar Pedraza)

Ya desde la Baja Edad Media el ars alquímica utilizó extensamente las imágenes en manuscritos para transmitir sus conocimientos. La invención de la imprenta permitió un gran número de publicaciones con grabados que van desde elementales representaciones de instrumentos de laboratorio hasta composiciones simbólicas de gran impacto visual. Así encontramos en estas últimas conjuntos de simbolos universales cuyo carácter arquetípico, según Carl G. Jung, revela aspectos fundamentales de la mentalidad y el inconsciente del hombre, algo que también demostraría el análisis hermenéutico de los textos mitológicos de diferentes culturas.
En sus obras los alquimistas fueron incorporando progresivamente fábulas y mitos clásicos según la creencia de que en ellos se encontraban de forma oculta los secretos herméticos transmitidos desde la Antigüedad. De esta forma, su rica y variada iconografía se investía de un tono enigmático que mantenía sus conceptos, sustancias y procesos bajo secreto, permitiendo revelar sus arcanos solamente a los iniciados al mismo tiempo que desconcertaban y hacía desistir a profanos y curiosos. 
Como claro ejemplo ilustrativo, en la imagen de abajo Palas Atenea (Minerva) liberada de la cabeza de Júpiter gracias a un golpe de hacha de Efesto (Vulcano) según relata el mito sobre el nacimiento de la diosa, simboliza al mercurio que se sublima por la cocción, o la caída del oro en el vaso de las cocciones alquímicas. Mientras, más atrás a la derecha yacen Apolo y Venus haciendo el amor.

Emblema XXIII de Atalanta Fugiens
Su mote dice: Llovió oro cuando nacia Palas en Rodas y cuando el Sol se unió con Venus".
Su epigrama: "Hay una cosa admirable de la que Grecia nos da fe, y que fue celebrada entre los rodios. Dicen que cayó de las nubes una lluvia de oro donde estaba el Sol haciendo el amor a la diosa chipriota, y también cuando Palas salió del cerebro de Júpiter. Caiga así el oro en tan gran cantidad como lluvia de agua, en vaso adecuado".


A partir del Renacimiento se procedió a interpretar en clave alquímica casi todas la leyendas narradas en los textos clásicos, de forma muy especial las insólitas transformaciones de hombres y animales recogidas en Las Metamorfosis. Uno de los libros de emblemas alquímicos más bellamente editados es Atalanta Fugiens (primera edición 1617). Teniendo como fondo de inspiración el relato incluido en la obra ovidiana protagonizado por Hipómenes y Atalanta, se nos presenta en su conjunto como una antología de la alquimia. Su autor fue Maichel Maier y se supone que perteneció a la Hermandad iluminista de los Rosacruces.
Sobre la Atalanta Fugiens, el iconólogo Santiago Sebastián dedicó un estudio a analizar todas sus imágenes entre las que se icluyen además de la portada cincuenta emblemas. Dejo a continuación la que abre el libro a modo de síntesis sobre la interpretación alquímica del mito de Hipómenes y Atalanta, a la que añado algún emblema más a los ya presentados con su mote y epigrama traducidos por Pilar Pedraza. El relato de Hipómenes y Atalanta de Las Metamorfosis no ha sido incluido, pero los interesados pueden encontrarlo completo AQUÍ.



La fuga de Atalanta
(análisis de la portada)
por 
Santiago Sebastián


Atalanta Fugiens (1618), Portada en la que se lee:
"Atalanta en fuga, es decir, nuevos emblemas químicos de los secretos de la Naturaleza, acomodados en parte a los ojos y al intelecto, con figuras grabadas en cobre y sentencias, epigramas y notas adicionales, y en parte a los oídos y al recreo del ánimo, con unas cincuenta fugas musicales a tres voces, de las que dos corresponden a una melodía sencilla apta para cantar dísticos; todo ello destinado a ser visto, leído. meditado, comprendido, juzgado, cantado y oído con extraordinario placer.
Su autor es Michael Maier, Conde del Consistorio Imperial, Doctor en Medicina, Caballero Libre del Imperio, etc..
Oppenheim, impreso por Hyeronimus Galler para Johan Theodor de Bry,"
MDCXVIII


La Atalanta Fugiens proclama su interés desde la misma portada, cuyo largo título, autor y editor están bordeados por diversas escenas referidas al episodio mitológico de la competición entre Hipómenes y Atalanta, referida a los secretos de la naturaleza, expresados aquí por medio de cincuenta emblemas.
Su fuente clásica no falta en el repertorio de Ovidio, (...)

Esta historia dice en síntesis que Atalanta era reacia al matrimonio y declara que sólo se casará con el que la venza en la carrera. Viene entonces el astuto Hipómenes provisto de tres manzanas de oro que le regaló Venus, que él le lanza en la carrera, por lo cual debe desposarse con él. En el friso superior de la portada tenemos a la representación del jardín de las Hespérides situado al pie del monte Atlas, en el borde del Océano, no lejos de la isla de los Bienaventurados.


Allí vivían las Hespérides, hijas de la Noche, que eran tres: Egle, Eritia y Hesperatetusa, aunque los nombres inscritos en el grabado son Egle, Arethusa y Hespertusa. Ellas vigilan con la ayuda de un dragón de nueve cabezas los árboles con manzanas de oro, que fue el regalo que en otro tiempo la Tierra dio a Juno con motivo  de su boda con Júpiter. Además, las Hespérides cantan a coro, junto a las fuentes que manan esparciendo ambrosía (Hesiodo , Teogonía, 215 s.)


A la derecha vemos a Venus entregando a Hipómenes las manzanas según la narración de Ovidio.








Y en la parte inferior la carrera misma, cuando Atalanta se detiene a recoger la primera manzana.


Vencedor él, fue a consumar su amor en el templo de Cibeles, tal como los vemos en el ángulo inferior derecho, porque la gran diosa de Frigia personifica el poder de la Naturaleza y su culto fue de carácter orgiástico.



Con todo, la diosa se enfureció por la profanación de su templo transformando a los amantes en león y leona, y luego, más tarde, se compadeció de ellos y los enganchó a su carro.


La historia de la portada se complementa con la aparición de Hércules, pues el héroe fue al final de sus trabajos a buscar junto a ellos los frutos de la inmortalidad, pues la conquista de las manzanas de oro fue una prefiguración de su apoteosis.

La historia con su referencia  la explica Maier en el largo epigrama referido de la portada:

"Llevó el diligente joven -traduce Pilar Pedraza- las tres manzanas del Huerto de Héspero que le había regalado la diosa Cipris, y las puso en el suelo ante la carrera de la virgen fugitiva para que se demorara recogiéndolas. Ahora brilla ésta, luego ésa, después aquélla, delante de la que va más rápida que los Euros, porque él ha esparcido los áureos dones por el suelo. Así demoró los pasos de la joven, a la que hacía detenerse, y luego reemprender la carrera de nuevo. Cuando el amante hubo repetido tres veces la añagaza, Atalanta se entregó como premio a su vencedor. Hipómenes es la virtud del azufre; ella, la hembra vencida en la carrera por el macho, la del volátil mercurio. Luego que estos se abrazan por causa del deseo amoroso en el santuario de Cibeles, encienden la ira de la diosa, que para castigarlos viste a ambos con la piel de león, por lo que sus cuerpos enrojecen y se vuelven fieras. A fin de expresar  fielmente las escenas de esta carrera, mi Musa te ofrece una fuga a tres voces: una permanece única y corresponde a la voz de las manzanas; otra, a la que huye, y la tercera, a quien la sigue. Esto es para tus oídos, y hay unos Emblemas para que los tengas ante los ojos, pero de ahí ha de sacar la razón las señales arcanas. Estos objetos son llevados a los sentidos para que, utilizados como reclamos, el intelecto recoja las preciosidades ocultas en ellos. La superficie de la tierra tiene toda clase de riquezas, y la medicina posee la de la salud: el león doble puede proporcionarlo todo en abundancia".

 Atalanta Fugiens, Emblema XVI
Mote: "Las plumas que este león no tiene, las tiene el otro.
Epigrama: "El león, vencedor de los cuadrúpedos, fuerte de pecho y uña, lucha sin miedo y desdeña la huida. Únele por las patas con la leona alada, la cual vuela y quiere arrastrar consigo al macho. Pero él está en el suelo, inamovible, y retiene a la voladora. Que esta imagen de la naturaleza te muestre el camino." (Traducción de Pilar Pedraza)


Maier eligió un tema mitológico rara vez relacionado con la alquimia, aunque, según Robertus Vallensis, Eustathius y Suidas buscaron la conexión en la historia del Jardín de las Hespérides con la Gran Obra. Efectivamente, el mito refiere que Hipómenes tomó las manzanas de oro a la tierra, y así se consiguió la unión de los opuestos, es decir, el matrimonio entre Hipómenes y Atalanta, que es tanto como la unión del hombre con la mujer, o la del azufre con el mercurio. Este proceso no es sencillo, ya que surge la competición, y Atalanta está siempre huyendo y el mercurio permanece volatil, y es muy difícil combinarlo con el azufre fijo: ello sólo fue posible gracias a las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. Ellos se unieron en el santuario de Cibeles, pero esta unión no fue adecuada y la diosa los transformó en animales salvajes. Las manzanas fueron la representación del azufre rojo como primer fruto de la Gran Obra, pues como dicen algunos textos: "La Obra es un trabajo de Hércules". Atalanta es el mercurio volatil que sólo será fijado por el azufre en tres acciones consecutivas. Venus, que entregó las manzanas a Hipómenes, es la representación de la primera materia, que pasará de ser mercurio a azufre gracias a una transformación asombrosa.

 Atalanta Fugiens, Emblema XXXVIII
Mote: "Rebis, como Hermafrodito, nace de dos montes: el de Mercurio y el de Venus."
Epigrama: "Los antiguos llamaron Rebis a una cosa compuesta de dos, y Andrógino a lo que  en un solo cuerpo es macho y hembra. Puesto que nació en dos montes, se llama Hermafrodito al que la nutricia Venus dio a Hermes. No desprecies su doble sexo, ya que él, que es al mismo tiempo macho y hembra, te dará al Rey." (Traducción de Pilar Pedraza)


El templo de cibeles donde consumaron su amor fue la imagen del vaso de la conjunción (crisol), donde el mercurio se transformó en el león rojo, el rey solar, el oro de los sabios.
Finalmente, las tres ninfas citadas en el Jardín de las Hespírides cantan a coro para facilitar las transformaciones citadas, lo que explica los implementos musicales que Maier dispuso en forma paralela a la competición de Atalanta e Hipómenes. Ya en la introducción he destacado cuan importante fue la relación entre la música y la alquimia desde los escritos del griego Zósimo; y luego, gracias a los valores místicos del número la visión de éste fue aplicada a la música de las esferas cósmicas, lo que se mantuvo a lo largo de la Edad Media y sobre todo en el Renacimiento. Maier, heredero tardío del humanismo, tuvo esto muy en cuenta no sólo con las fugas a tres voces, sino con varias referencias musicales en los emblemas.

 Partitura con la primera fuga junto al primer emblema

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Algo que hace peculiar a esta obra es el acompañamiento de cada emblema con una composición musical a tres voces para cantar los epigramas. Las voces son de Atalanta, Hipómenes y las manzanas. Las razones que llevaron a su autor a incluir esta parte musical fue su deseo de llevar a cabo una obra total que llega por el oído (música), la vista (grabados) y el intelecto (textos). Arte total dirigido a la totalidad del hombre. Al mismo tiempo continuaba con la antigua tradición que ya desde los alquimista griegos buscaba las relaciones entre la música y la química, dentro de la visión de que todas las partes del gran cosmos tienen una correspondencia musical o armónica entre sí.


AQUÍ un vídeo con algunos de los emblemas de Atalanta Fugiens acompañados con la música compuesta por Michael Mayer.


Lecturas:

Santiago Sebastián, Alquimia y emblemátic. La Fuga de Atalanta de Michael Maier. Ediciones Tuero 1989

Michael Maier, La Fuga de Atalanta (Introducción de Joscelyn Goddwin) Ediciones Atalanta 2007

J. Van Lennep, Arte y Alquimia. Editora Nacional 1978

Carl Gustav Jung, Psicología y Alquimia. Grupo Editorial Tomo 2002

José Julio García Arranz, La imagen hermética y su dimensión emblemática: una aproximación, presentado en Emblemática trascendente (VII Congreso de la Sociedad Española de Emblemática). Universidad de Navarra 2011

Luciano Berriatúa, Atalanta Fugiens, artículo en revista El paseante nº 3 (1985) pags. 93-107


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Música y Belleza

Integrar los opuestos

 .

lunes, 27 de octubre de 2014

La tierra baldía




¿Cuáles son las raíces que arraigan, qué ramas crecen
en estos pétreos desperdicios? Oh hijo del hombre,
no puedes decirlo ni adivinarlo; tu sólo conoces
un montón de imágenes rotas, donde el sol bate,
y el árbol muerto no cobija, el grillo no consuela
y la piedra seca no da agua rumorosa.


T. S. Eliot, La tierra baldía


¡Oh Dios! ¡Dios!... ¡Qué fastidiosas, rancias, vanas e unútiles me parecen las prácticas todas de este mundo!... ¡Vergüenza de ello! ¡Ah! ¡Vergüenza! ¡Es un jardín de malas hiervas sin escardar, que crece para semilla; productos de naturaleza grosera y amarga lo ocupan únicamente!...

William Shakespeare, Hamlet (I, II, 133)


La tierra baldía
(fragmentos)
por
Patrick Harpur


La pérdida del alma

(...) William James, en su libro sobre las variedades de la experiencia religiosa, escribió que el principio que transforma el mundo  durante las experiencias místicas es el mismo que actúa en la despersonalización, pero que actúa a la inversa. La despersonalización no es, en otras palabras, una condición médica. Es como una visión, pero una visión en la que el mundo se vuelve "aburrido, rancio, vano e inútil", como lo percibió Hamlet. Esta visión parece haber sido un acompañamiento inevitable de la vía negativa. El obstinado rechazo del alma y sus imágenes por parte de los padres del desierto condujo a un estado llamado acedia, o acedía, una especie de apatía que describían con frecuencia en términos de sequedad espiritual. Era como la noche oscura del alma de san Juan de la Cruz, cuando el suplicante siente la lejanía de Dios y la esterilidad del mundo.
El individuo despersonalizado ya no se reconoce como persona. Observa sus propias acciones como si estuviera fuera, como si fuera un espectador de sí mismo. No está exactamente deprimido; más bien, sufre de esa falta de vitalidad, de ese vacío, apatía y sensación de monotonía para que el término "sequedad" parece la metáfora más apropiada. La pérdida del alma es también la pérdida del Alma del Mundo, de manera que no sólo se está alejado de sí mismo, sino también del mundo, que parece extraño e irreal. Se vuelve plano, carente de la tridimensionalidad que le otorga la doble visión; y está muerto, porque le falta la imaginación que lo animaría. (...)
El mundo de la despersonalización es el mundo del cientifismo, cuyo rechazo de la iniciación y negación de la muerte, así como su mantenimiento del ego racional, cueste lo que cueste, nos introduce en una distopía vacía y sin alma. Me hiere una punzada de temor al pensar que puedo estar, que los occidentales podemos estar tan despersonalizados, que sólo por rutina estamos medio vivos. Me pregunto si tenemos siquiera la sospecha de cómo podrían ser nuestras vidas si nuestros efímeros contactos con el Alma del Mundo -esos pequeños destellos de verdad y de belleza- se volvieran continuos como el aire que respiramos.


El Santo Grial

No es coincidencia que el poema saludado como el primer poema moderno -La Tierra Baldía (1922) de T. S Eliot- trate precisamente de la crisis característica del S. XX: la pérdida del alma. O, como señala Ted Hughes, en Winter Pollen, "la compulsiva desacralización del espíritu de occidente".
El poema describe las secuelas de la catástrofe que Shakespeare había tratado de alejar, dramatizando las consecuencias de la exaltación del nuevo ego racional puritano a expensas del alma. Nacido de "la depresión y del derrumbe violento del ego" que Eliot había sufrido como un chamán, La Tierra Baldía describe un mundo urbano "irreal", cuyos habitantes son seres inquietos,vacíos, indiferentes, y mas bien sórdidos. La figura de Tiresias, el ciego vidente andrógino del mito griego, se mueve en el trasfondo y actúa como nuestro guia a través de la modernidad y el desierto, donde "no hay agua, sino solo rocas", y el "trueno seco, estéril y sin lluvia". Ya casi no es posible la poesía, salvo algunas citas raras de poemas del pasado, cuyas riquezas están esparcidas a lo largo de la tierra baldía como restos relucientes en el polvo.
E. M Foster señala en algún lugar que el poema trata sobre "las aguas regeneradoras que no  llegan". ¿Y que son esas aguas?  Son las que devolverían la fertilidad a la tierra baldía.

 El Rey Pescador, herido en el muslo. Ilustración del manuscrito "Le Roman du Saint Graal" S. XIV.


El título es un eco deliberado del mito artúrico, en el que el rey herido (el rey pescador) de manera incurable, gobierna un pais yermo, en un invierno perpetuo. Solo puede ser revitalizado por el Santo Grial, que traerá las aguas no en el sentido literal de fertilidad, sino en el sentido espiritual. El Santo Grial es el Alma del Mundo. Su fertilidad es la generación sobreabundante de toda vida imaginativa.
De este modo, el mito de Demeter y Core, que mencioné anteriormente como paradigma de iniciación del alma individual, es también un mito sobre la pérdida del Alma del Mundo. Deméter devasta el mundo, prohibe que los árboles den fruto, y que crezcan las cosechas, pues está encolerizada con Zeus por permitir que su hermano Hades se apodere de su hija. Tampoco restaurará el mundo hasta que Core sea devuelta. Pero el regreso de Core es precisamente la restauración del Alma del Mundo. El hecho de que coma unos granos de granada, y sea obligada por ello a permanecer en el Mundo Inferior durante tres meses al año, no es solamente un mito sobre los orígenes del invierno, es tambien una metáfora de la manera en que la vida natural, la reverdeciente vida de Deméter está siempre conectada con Hades, con la muerte a través del alma.

 Core y Hades en el Mundo Inferior, marmol s. V a. C.


Sin alma, sin la imaginación y sus daimones, el mundo parece baldío. Y esto es lo que Eliot teme que le haya sucedido al mundo moderno. La Tierra Baldía implica lo que ya previó William Blake: "que el apocalipsis que mata el Alma del Mundo no está al final de los tiempos, ni está próximo, sino que el Apocalipsis está aquí: Y newton, Locke, Descartes y Kant son sus jinetes".
A comienzos del s. XX, el alma, que había estado tanto tiempo marginada por el materialismo y el racionalismo, señaló su regreso a través de síntomas físicos que Freud observó en las neurosis de sus pacientes. Desde entonces, hemos confundido el alma con el lugar en el que fue redescubierta, como si nuestra alma perdida solo pudiera ser recuperada por la psicoterapia. Además, y a consecuencia de ello, hemos tendido a localizar el alma, ahora llamada "inconsciente", exclusivamente en el interior del individuo. Hemos olvidado que el alma está en todo, y que todo está en el alma, y que el alma es tanto colectiva e impersonal como individual y personal. Hemos desatendido el Anima Mundi, que ahora, a principios del S. XXI clama por nuestro cuidado y atención con síntomas físicos análogos a los que el psicoanálisis observó en el individuo.
Todo lo que una vez apreciamos como fundamento de la vida, aquello a lo que siempre podíamos acudir, si todo lo demas fallaba, se ha vuelto al parecer contra nosotros: el aire, la luz, el sol, la lluvia: todo está contaminado, todo es cancerígeno, ácido, todo contiene veneno. Parte de la contaminación es la manera en que -aunque la contaminación literal no fuera cierta- sentimos que lo es. La paranoia es una forma de vida cuando nos sentimos atacados por agentes invisibles que nos rodean: gérmenes, virus, "rayos" invisibles (como las microndas) en el aire e incluso venenos en los alimentos llenos de supuestos pesticidas, agentes químicos, y peligrosas modificaciones genéticas.
El sentido paranoico de que el mundo está conspirando contra nosotros es también, por supuesto, un síntoma del revivir del mundo. Lo hemos declarado muerto durante tanto tiempo que cuando vuelve a la vida, dotado de alma y animado como antaño, regresa aparentemente como la muerte misma. Los daimones proscritos vuelven como los demonios vengativos de síntomas patológicos letales.
Si queremos reinstalar el Alma del Mundo en su gloria original, tendremos que hacer algo más que introducir remedios medioambientales, que , por muy bienintencionados que sean, tienden a mantenerse en un polo igual y opuesto, esto es, tan literalistas como el daño que hacemos. Tenemos que cultivar una nueva perspectiva o visión en profundidad, y tambien, un sentido de la metáfora, una doble visión. Si queremos cambiar nuestra obstinada literalidad, tendremos incluso que dejar entrar un poco de locura, abandonarnos a cierto éxtasis. Siempre podemos comenzar tratando de desarrollar un mayor sentido de lo estético, una apreciación de la belleza, que es el primer atributo del alma. Por la manera en que vemos el mundo podemos restaurar su alma, y el modo por el que es dotado de alma, puede restaurar nuestra visión.
Si, por otra parte, seguimos ignorando a los dioses y daimones, y viviendo tras las barricadas del ego racional heroico, ya sabemos lo que sucederá. Sabemos lo que sucederá porque sabemos lo que sucedió, y lo que está sucediendo siempre a Heracles, que encarna especialmente esta perspectiva. Y añado aquí su historia, aunque sea conocida, a manera de un didáctico cuento final.


 La túnica de Neso

La mujer de Heracles, Deyanira, se siente desdichada porque su marido la tiene abandonada. Cuando él le pide que le teja una túnica especial para ponérsela en un sacrificio, ella ve la oportunidad de reconquistar su interés, pues tiene un filtro de amor que le dio un centauro llamado Neso, hecho con su sangre. Moja la túnica en la poción y se la entrega.
Como sucede a menudo con las mujeres de los héroes, Deyanira representa el alma de Heracles. Como todas nuestras almas, es constante y continua enamorada, sin importar que la desatendamos, o que seamos conscientes de ello o no. Pero si seguimos resueltos a negarla, su amor solo podrá alcanzarnos de forma distorsionada, incluso destructiva.
La sangre de Neso en la que moja la túnica no es un filtro amoroso, sino un veneno, pero Deyanira no lo sabe, pues Neso, el centauro, es un daimon vengativo, a cuyos camaradas Heracles había dado muerte (como parte de su guerra contra todos los daimones). Otra versión del mito nos cuenta que la sangre de Neso es venenosa porque, en el pasado, Heracles le había herido con una de sus flechas envenenadas. Esto encierra una verdad y una justicia poéticas, pues es Heracles mismo el que ha envenenado realmente el amor. El veneno es a veces la única manera en que puede alcanzarnos el amor. Estamos ante una metáfora de la fuerza corrosiva que es el amor para el insensible ego heracliano, ego que, si no quiere morir a si mismo, debe finalmente consumirse. Y asi, Heracles se puso la túnica, y loco de dolor, se autodestruyó.

Hércules abrasado por la túnica del centauro Neso
Francisco de Zurbarán (1598-1664)



Lecturas:

Patrick Harpur, El fuego secreto de los filósofos. Atalanta 2006



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Doble Visión

Deméter y Perséfone

El lado oscuro de la mente

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sábado, 27 de octubre de 2012

Belleza y horror de Medusa

 Cabeza de Medusa (Galería de los Uffizi)
Pintura atribuída a Leonardo Da Vinci y actualmente reconocida como la obra de un pintor flamenco del 1600



(...) su horror y su belleza
son divinos. Sobre párpados y labios parece
yacer cual sombra la hermosura, donde brillan
exaltados y ardientes, luchando en lo hondo
los tormentos de la angustia y la muerte.

Sin embargo, no es tanto el horror como la gracia
lo que petrifica el espíritu del que la contempla (...)

De su testa salen, cual de un solo cuerpo,
como hierba de una acuosa roca,
pelos que son víboras, que se enroscan,
fluyen, se enredan en largas marañas y tejen
con infinitas volutas una radiante malla, (...)

Es la fascinación tempestuosa del terror;
en las serpientes centellea una mirada abrasadora
y feroz, encendida por ese inextricable error,
que convierte los angustiantes vapores del aire
en un espejo que trastoca constante
el terror y la belleza que ahí moran;


Percy Bysshe Shelley (Poema inspirado en la pintura Cabeza de Medusa herróneamente atribuida a Leonardo)



Medusa y sus hermanas Esteno y Euríale, conocidas como las górgonas, eran todas bellas en su tiempo. Pero una noche Medusa fue seducida por el dios Poseidón y se acostó con él en el templo de Atenea, algo que a la diosa puso muy furiosa, por lo que la transformó en "un monstruo alado con ojos deslumbrantes, grandes dientes, lengua saliente, garras afiladas y cabellos de serpientes, cuya mirada convertía a los hombres en piedra". Luego fue exiliada al rocoso Atlas, a donde Perseo irá en su búsqueda para darle muerte. De su cadaver nacieron los hijos de Poseidón; Pegaso, el caballo alado, y Criasor. Perseo entregó su cabeza a Atenea, quien la colocó en su escudo. Son diversas las versiones y fuentes que en la Antigüedad forjaron la leyenda en torno al héroe Perseo y Medusa, cuyos rastros se encuentran en autores como Hesíodo, Ovidio, Pusanias, entre otros. El arte a lo largo de la historia  ha encontrado un motivo interesante en esta leyenda, dando como resultado impactantes creaciones, tanto en pintura como en escultura, así como en obras literarias. El siguiente texto de Giorgio Manganelli hace una libre e intensa lectura del mito de Perseo y Medusa, al tiempo que analiza algunas de las obras que inspirara.


 Perseo enamorado de Medusa
Por
Giorgio Manganelli


Arnold Bocklin, Medusa 1878
Un insondable dolor, una pena inocente y monstruosa atormenta desde siempre y por siempre a Medusa. "La que sufre lacrimosos afanes", dice Hesíodo. En torno a su belleza, su horror, su exilio y su poder se tejen las leyendas.

El Perseo de Ovidio cuenta cómo marchó a buscarla entre los poderosos roquedos del Atlas; más ¿acaso no había narrado el mismo Ovidio que Atlas no era sino un gigante de desmesurados miembros transformados en cordillera por la mirada de Medusa decapitada? ¿Son hermanas de Medusa o más bién guardianas las monstruosas gemelas que disponen de un solo ojo para ambas, aquellas a las que engañó Perseo para conseguir llegar hasta su presa? "Sufrió el voluble Poseidón", dice Perseo a quienes le preguntan la monstruosa historia de Medusa.
El dios marino la violó en el templo  de Atenea, la casta; y Atenea vengó en ella, frágil ninfa, la impureza intolerable. En el momento en que Atenea iba a mirar a Medusa, seguía siendo ésta una delicada divinidad menor de belleza suprema; sobre todo sus cabellos, sí, sus cabellos, como nadie los había visto nunca en cabeza de mujer. ¿Acaso Atenea hizo de Medusa un monstruo? ¿La desfiguró? Por lo que podemos colegir de los ecos de una historia varias veces milenaria, la belleza de Medusa no podía ser alterada; pero podía ser a un tiempo ella misma y monstruosa, intolerablemente monstruosa.
Su belleza seguía atrayendo, su monstruoso poder seguía matando; o acaso no mataba, pues no sabemos si los hombres, animales y plantas que ella transformaba en piedra sólo con mirarlos estaban muertos; acaso estaban enajenados en una embrujada inmortalidad, en una eternidad nocturna; acaso no habían nacido jamás.
Fernand Khnoppf, La sangre de Medusa
Los cabellos de Medusa se convirtieron en una selva de sierpes; ¿fue quizá la advertida metamorfosis de su cabellera lo que hizo que por primera vez abriese deseperadamente sus funestos ojos? Aquellos ojos viéronse invadidos por un poder divino, sí, pero catastrófico. Puede que fuese miedo, miedo de sí misma; puede que fuese miedo a que alguien digno de amor, ansioso de amor, se le acercase, volviéndose piedra. Coronado con una selva de relucientes áspides, socavado por el poderío de aquellos ojos horrendos, el rostro de Medusa cobró una belleza como sólo una diosa podía ostentar, y que a una diosa no podía ofender.
Atenea odiaba aquella belleza letal; Medusa fue sentenciada a un exilio entre fortalezas de roca, acaso en las gragantas de aquel Atlas que ella misma había petrificado. Cuando Perseo quiso llegar hasta ella, tuvo que enfrentarse a las hermanas guardianas, y lo logró apoderándose del único ojo de que disponían; luego tuvo que cruzar aquellas tierras, donde lo rodeó una multitud de hombres, animales y árboles petrificados. Ninguna vida, mudable, ligera, deshonesta, carnal, es lícita allí donde gobierna Medusa. Pero ¿quién es Medusa? ¿Es una reina cruel? ¿Es la perversa fascinación de la feminidad que mata? ¿Es la muerte? Las leyendas, las contradictorias leyendas, coinciden en esto: ninguna de ellas refiere una frase a Medusa. Medusa calla. Perseo se le acerca -quiere matarla-, y para no mirarle a los ojos la observa reflejada en el escudo; luego camina de espaldas: está totalmente indefenso. Si Medusa quisiera, podría atacarlo; si Perseo viese llegar una flecha en el espejo del escudo, no podría volverse. Sin embargo Medusa no ataca. Quizá no se ha percatado de que un extranjero, el verdadero Extranjero, el que la desea tanto que no la mira, se está acercando; o quizá lo sabe, y sabe que no ella, la poderosa Medusa, sino el héroe Perseo es la muerte. En un momento de grandeza trémula y sutil, mientras Perseo se acerca, Medusa se adormece, y con ella se adormecen las sierpes. ¿Qué significa "Medusa se adormece"? Puede que quiera decir esto: Medusa cierra los ojos. Ella sabe sin duda que llegará un momento en que, para decapitarla, Perseo tendrá que entrar en contacto con su cabeza; tendrá que mirarla. Así que se entrega al sueño, y con los ojos cerrados, adormiladas las serpientes, se ofrece a la decapitación.


 Benvenuto Cellini, Perseo y Medusa (1554)


La espada de Perseo separa la cabeza del cuerpo divino.
 Entonces se producen otros prodigios. De la sangre que brota libremente nacen dos caballos: uno de ellos será Pegaso.
Burne Jones, El nacimiento de Pegaso y Criasor
  Así pues, el cuerpo de Medusa daba cobijo a dos caballos, hijos quizá del voluble Poseidón; muerta, libera veloz vida alada. En las manos de Perseo ese rostro será un arma terrible; al final es recogido por atenea y colocado en el centro de su escudo; Medusa se convertirá en la defensa invencible de Atenea. Pero existen indicios de otra historia: Pausanías, que en el siglo II de nuestra era describió Grecia, cuenta que Medusa había sido sepultada en el mismo centro de Argos; la había enterrado Perseo cuando, una vez decapitada, había podido admirarla, porque, Medusa, muerta era de una belleza perfecta.
No podemos vivir sin Medusa: ella habita desde hace muchos siglos nuestros sueños, nuestros días nocturnos, las noches lunares. Ella es la belleza y el horror, la desesperación de lo que no podemos conseguir y que no obstante reconocemos como único; es dolor, un dolor para el que no existe, ni ha de existir jamás, consuelo; es un deseo que quiere consumarse, pues está enamorado de su propio desear.
(...) Yo creo que, recuperada su dulce  belleza gracias a la mansedumbre de aquel sueño, Medusa aún sigue enterrada en el centro de Argos, y no ya en una tumba, sino en un palacio subterráneo, en un alcazar de las profundidades al que quizás podamos llegar a acceder.
Una multitud de Medusas puebla desde hace siglos las inquietas moradas de los sueños. Y los sueños se vuelven formas, duros cuerpos incorruptos, alarmante dinámica de colores.
(...) Cuando Bernini estudió esa específica forma de dolor que llevaba por nombre Medusa, no renunció a los signos de la angustia. Hay una especie de recuerdo de Dafne, la huella de un rostro capturado, una presa dominada por una greña de serpientes que han conseguido llegar hasta ella.


 Bernini, Cabeza de Medusa (1630)



 Las sierpes tienen una ingeniosa y laboriosa belleza; acaso el escultor veía en ellas un proyecto de Atenea; colocados en la cabeza de ese rostro apenado, los reptiles son cadenas, yelmo, corona; también sus cabellos, una cabellera investida de una profanación litúrgica, transfigurada, como si en ella se recogiese una maligna divinización femenil; y aun sufriendo por ello, Medusa para estas sierpes es reina, mas si escrutamos esos ojos, centro de la petrificación, no nos pasará inadvertida la memoria de sus lágrimas; esos ojos están agotados, consagrados a un luto antiguo, ansiosos de sopor; Medusa está exhausta de sí misma. Oservando la cabeza de la Medusa rubensiana, podríamos bosquejar otra historia medusea; la desesperación de Medusa se contagia ahora a las serpientes, que ya no son cadenas  y corona, sino descomposicón; rápidamente van transformándose en gusanos, mientras Medusa queda decapitada y libre.

 Peter Paul Rubens, Cabeza de Medusa (1617) Detalle


Sus ojos son los ojos de la que petrifica; más ahora puede aparecer este relato, que tan bien se adapta a la trágica dulzura de la mujer profanada en el templo; ese poder suyo de transformar en piedra a todo ser vivo que se acercase a ella no era otra cosa que apremiante súplica de amor, surgía de ella tal horror de sí misma que nadie podía resistírsele, pero morir no podía, podía "petrificar" dantescamente: todo lo que miraba la insondable catástrofe de ese rostro caía en el corazón del amor y alcanzaba la meta del horror, y ese volverse piedra era una declaración total de redención amorosa. Ahora, decapitada, Medusa tiene los ojos abiertos, y el horror fluye tumultuoso; pero todavía nos viene a la cabeza el momento sublime que contempló cómo sus ojos se entregaban al sueño, en espera de la espada de Perseo, de su esquivo acero; aquella fue la única vez en que Medusa no fue amada y sólo amó, más no fue apremiante.
Tiene los ojos entrecerrados, adormecidos y dolientes, pero regios, la Medusa que, decapitada se desangra en la hermosa mano de Perseo; Cellini sabía que la Medusa muerta era belleza, nada menos que belleza y dolor. Mana a borbotones esa sangre que ha de transformarse en Pegaso, las sierpes se ocultan, el rostro de Medusa ampara una mitología de mujeres llenas de furia, pena, derrota. Medusa es Medea, Fedra, Níobe -Níobe hecha piedra por un dolor inconsolable-: es la abandonada Ariadna, es la enamorada Io, la perseguida Dafne, la engañada Dánae, la raptada Europa; despedazada por unas Furias que la matan primero para abandonarla después, ese rostro no es sino el testimonio, el emblema, el cipo fúnebre de la reina dolorosa. Perseo, el héroe quien se confía la tarea de matar a la reina, pero que todavía no es rey, exhibe ante alguien -¿Atenea? ¿Afrodita?- la cabeza cortada. Perseo no es cruel pero, como sucede a los héroes, ha hecho algo que debía hacerse; se ha enfrentado a la divinidad, la ha vencido, mas no por ello se ha convertido en dios. Demasiado tarde, Perseo, te estás enamorando de Medusa. Tú, que has logrado acercarte solo  hasta la cabeza fascinante sin enamorarte, ahora, demasiado tarde, pero irreparablemente, sabes que estás enamorado de Medusa, sabes que siempre has estado enamorado de ella, que ese amor tuyo nunca morirá, porque ella la mujer de divina belleza, está muerta y, por consiguiente, no puede volver a morir. Ahora sabes, oh Perseo, emisario nuestro en la lucha con la mujer de la corona de serpientes, oh tú Perseo, que estás al comienzo de una larga, laberíntica historia, un itinerario cada vez más nocturno, mancillado con brillos de ojos, articularse de manos, temblor de párpados, entrecerrarse de labios; estás al comienzo de un viaje, y marcharás sujetando esa cabeza incomparable a manera de linterna, la única linterna que produce a un tiempo luz y tinieblas, la que te conviene, porque ese itinerario por el que te encaminas, con tu rostro humilde y paciente, está finalmente al inicio de la majestad, es el tortuoso y admirable itinerario de la locura.


 Uma Thurman como Medusa en el film Percy Jackson y el ladrón del rayo (2010)


Lecturas:

Edición española de la revista FMR nº 17 (pag. 130-138)

Robert Graves, Los mitos griegos. Alianza Editorial 1985


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miércoles, 17 de octubre de 2012

La mujer que llegó de las estrellas


 Gustav Klimt, Nuda Veritas (La verdad desnuda) (detalle) 1899



 "Pero quien no es verdadero no verá la verdad"

Paracelso


"El Conocimiento surge en la medida en que el objeto conocido está dentro del conocedor"

Santo Tomás de Aquino



El siguiente cuento es una versión africana de la historia del hombre que es visitado por una mujer sobrenatural y se enamora de ella. En esta versión contada por Lauren van der Post y recogida por Wendy Doniger en su libro "Mitos de otros pueblos", la mujer llega desde las estrellas llevando consigo un cesto. Me ha parecido interesante sumar tanto las anteriores citas como las que aparecen al final del texto. 


Antes de casarse con él, la esposa le había hecho prometer que nunca levantaría la tapa del cesto ni miraría en su interior hasta que ella le diera permiso para hacerlo. Si lo hiciera, un gran desastre podría abatirse sobre ellos. Pero fueron pasando los meses y el hombre empezó a olvidar su promesa. Su curiosidad iba en aumento, al ver el cesto tan cerca día tras día, con la tapa siempre firmemente cerrada. Un día, cuando estaba solo, entró en la cabaña de su esposa, vio el cesto, en las sombras, y no pudo soportarlo por más tiempo. Quitando la tapa, miró en el interior. Por un momento permaneció incrédulo, luego estalló a reír. Cuando por la noche regresó su esposa, supo enseguida lo que había sucedido. Se puso la mano en el corazón y mirándole con lágrimas en los ojos, le dijo: "Has mirado en el cesto". l lo admitió y le dijo riendo: "Qué tonta eres. ¿Por qué has armado tanto jaleo con ese cesto? No hay nada en su interior". "¿Nada?" dijo ella, sin apenas fuerza para hablar. "Sí, nada", contestó él enfáticamente. En ese momento, ella le dio la espalda, se marchó entrando directamente en la puesta de sol y desapareció. Nunca más se la volvió a ver sobre la tierra. Y todavía hoy oigo a la sirvienta negra que me dice: "¿Y sabes por qué se fue, amito? No porque él hubiera roto su promesa, sino porque, al mirar dentro del cesto, lo había encontrado vacío. Se fue porque el cesto no estaba vacío; estaba lleno de cosas hermosas del cielo que ella almacenaba allí para los dos; él no pudo verlas y se rió, así que ya no tenía sentido que ella estuviera en la tierra y desapareció.


"El conocimiento exige un órgano hecho  a la medida de su objeto"

"El ojo no podría ver el sol si no fuera ya semejante al sol, y el alma no podría tener visión de la Belleza si no fuera ella misma bella"

Plotino



Lecturas:

 Wendy Doniger, Mitos de otros pueblos. Siruela 2005



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viernes, 25 de mayo de 2012

Las babuchas de Abu Kasem



El cuento tradicional Las babuchas de Abu Kasem, ha gozado de gran popularidad a lo largo de los siglos en el mundo de influencia árabe. Transmitido en infinidad de versiones, ha sido interpretado habitualmente en un sentido moralista sobre las consecuencias que pueden acarrear la avaricia y la tacañería. Para el mitólogo Heinrich Zimmer, el relato reune elementos que lo hacen atractivo para realizar una lectura a nivel más profundo, descubriendo en su análisis algunos de los ocultos entresijos que nos conforman a las personas, pudiendo ser revelador el tomar conciencia de ello. Se servirá de la versión que hizo del cuento Ibn Hijat al-Hamawi en la recopilación Thamarat ul-Awrak ("Los frutos de las hojas")


Las babuchas de Abu Kasem
Por
Heinrich Zimmer



¿Conocéis la historia de Abu Kasem y sus babuchas? Esas babuchas fueron tan célebres -incluso proverbiales- en el Bagdad de su tiempo como lo fue la desmesurada avaricia y roñosería de su dueño. Todo el mundo las tenía por el signo visible de su repugnante codicia. En efecto, Abu Kasem era rico y trataba de ocultarlo; incluso el mendigo más harapiento se habría avergonzado de morir calzando unas babuchas como las que él llevaba, hasta tal punto estaban remendadas y cubiertas de trozos y de parches. Vieja historia y verdadera espina en el costado de todos los zapateros de Bagdad, habían terminado por ser proverbiales en boca de las gentes del pueblo. Quien quería encontrar un modo de expresar el ridículo, no dejaba de traer a colación las famosas babuchas.
Así pues, con el sórdido que había llegado a ser inseparable de su imagen pública, este conocido hombre de negocios arrastraba sus pies por el bazar. Sucedió un buen día que llevó a cabo un negocio especialmente ventajoso: un enorme cargamento de pequeñas botellas de cristal que se las arregló para comprar por una miseria. Después, unos días más tarde, coronó su operación comprando gran cantidad de esencia de rosas procedente de la quiebra de un negociante de perfumes. La combinación de ambos negocios resultó un golpe de suerte especialmente feliz, y no se dejó de comentar en el bazar. Cualquier otro habría celebrado la ocasión de la forma habitual, con un pequeño banquete a sus colegas más próximos. Sin embargo, a Abu Kasem sólo se le ocurrió hacer algo para sí mismo. Decidió visitar los baños públicos, lugar donde no se le había visto desde hacía mucho tiempo.
En el vestíbulo, donde se dejan ropas y zapatos, encontró a uno de sus conocidos que, llevándole a un lado, trató de hacerle comprender el lamentable estado de sus babuchas.
Acababa de quitárselas, y a la vista de todos estaba su penosa condición. El amigo le dijo que se sentía profundamente apenado de verle convertido en el hazmerreir de toda la ciudad; un hombre de negocios tan despierto como él debía tener medios para comprarse un par de babuchas decentes. Abu Kasem examinó detenidamente aquel horror que se le había vuelto tan querido. "Dios mío, se dijo, he estudiado la cuestión durante años, pero, verdaderamente, no están tan gastadas como para que no me sigan sirviendo todavía." A continuación, los dos amigos, habiendo terminado de desnudarse, dejaron el vestuario para ir a tomar su baño.
Mientras nuestro avaro se regalaba con un placer para él completamente excepcional, llegó el cadí de Bagdad con la intención de tomar también un baño. Abu Kasem, que había terminado antes que Su Excelencia, volvió al vestuario para vestirse. Pero, ¿dónde estaban sus babuchas? Habían desaparecido y en su lugar, o casi en su lugar, había otro par de babuchas, preciosas, brillantes, claramente nuevas. ¿Se trataría de un regalo, de una sorpresa que había tenido a bien hacerle su amigo que no podía soportar que alguien más rico que él se exhibiese en andrajos, y deseaba congraciarse con un hombre próspero mediante una delicada atención? Fuera cual fuera la explicación, Abu Kasem se las puso. En cualquier caso, le evitarían la molestia de ir de compras y tener que regatear para conseguir un par nuevo. Razonando así, y con su conciencia bien tranquila, dejó los baños.
Cuando el juez volvió de su baño, ¡qué escena! Sus esclavos procedieron a una verdadera batida por todos los rincones, pero no pudieron encontrar las babuchas de su amo. En su lugar había un asqueroso par de cosas hechas jirones que todos reconocieron inmediatamente como el famoso calzado de Abu Kasem. Loco de ira, el juez mandó buscar al culpable; el ujier de la corte no tardó en encontrar las babuchas desaparecidas en los pies de Abu Kasem y le metieron en chirona. Le costó mucho al viejo avaro librarse de las garras de la ley, tanto más cuanto que en la corte se sabía, como lo sabía todo el mundo, que se trataba en realidad de un hombre rico. ¡Pero al menos recuperó sus viejas y queridas babuchas!
Triste y afligido, Abu Kasem volvió a su casa y allí, en un brusco acceso de cólera, tiró por la ventana su tesoro. Cayeron en el Tigris, cuyas cenagosas aguas se deslizaban perezosamente al pie de la casa. Unos días más tarde, un grupo de pescadores creyó haber capturado un pez de un peso excepcional; lo subieron con gran esfuerzo a la barca, y ¿qué vieron entonces? ¡Las famosas babuchas del avaro! Los clavos (una de las ideas de Abu Kasem en materia de economía) habían provocado varios desgarrones en la red, lo que, como se pueden imaginar, enfureció a los pescadores. Con todas sus fuerzas lanzaron aquellos restos enlodados y pegajosos a través de una ventana abierta, que resultó ser la ventana de la casa de Abu Kasem. Volando por el aire, las babuchas volvían a su propietario cayendo estrepitosamente sobre la mesa en que había colocado cuidadosamente los preciosos frascos de cristal comprados tan baratos, y más preciosos ahora en razón de la valiosa esencia de rosas con que acababa de llenarlos, listos para la venta. Todo aquel brillante y perfumado esplendor se encontró de golpe por los suelos, y allí se quedó, como una masa resplandeciente e informe de pedazos de cristal mezclados con el barro.
El narrador que nos contó la historia renunció a describir la inmensidad de la pena del avaro.
-¡Esas malditas babuchas!- gritó Abu Kasem (y esto es todo lo que nos dice)-. ¡Esas malditas babuchas sólo me traerán desgracias de aquí en adelante!
Y, diciendo así, cogió una pala, se dirigió con paso vivo y decidido a su jardín, y se puso a cabar un hoyo para enterrar aquella porquería. Quiso el azar que el vecino de Abu Kasem estuviera precisamente espiándole; como es lógico, se interesaba enormemente por todo lo que pasaba en casa del ricachón cuya puerta estaba pegada a la suya, y, como es frecuente entre vecinos, no tenía ninguna razón especial para apreciarle. "Ese viejo avaro tiene bastantes sirvientes -se dijo- y sin embargo se pone él mismo a cabar un hoyo. Debe haber algún tesoro enterrado ahí. ¡Claro! ¡Es obvio!" Y ni corto ni perezoso el vecino corrió al palacio del gobernador a denunciar a Abu Kasem, pues cualquier cosa que encuentra un buscador de tesoros pertenece por ley al califa, al ser la tierra y todo lo que ella oculta propiedad del gobernador de los creyentes. Abu Kasem, en consecuencia, fue llamado ante el gobernador, y la historia que contó, que sólo habia cavado un hoyo para enterrar un viejo par de sandalias, desató la risa de todos. ¿Alguien se había acusado así mismo de manera tan evidente? Cuanto más insistía el viejo avaro, más increible parecía su historia y más culpable parecía. Al dictar sentencia, el gobernador tuvo en cuenta el tesoro, y Abu Kasem se quedó literalmente anonanado al oír el importe de la multa.
Estaba desesperado y maldecía sin parar las desgraciadas babuchas. ¿Cómo podría desembarazarse de ellas? Lo único que podía hacer era sacarlas de algún modo de la ciudad. Así que hizo un largo recorrido por el campo y las arrojó a un estanque, muy lejos de allí. Cuando las vio hundirse y desaparecer en las aguas transparentes, lanzó un profundo suspiro de alivio. ¡Por fin se había librado de ellas! Pero sin duda el diablo andaba mezclado en el asunto, pues lo que Abu Kasem había tomado por un estanque era el depósito que aseguraba el abastecimiento de la red de agua de la ciudad, y, arrastradas por los remolinos, las babuchas se metieron por el deagüe de la cañería principal y la taponaron por completo. Los oficiales del servicio de aguas que fueron a arreglar los desperfectos encontraron las babuchas y, reconociéndolas (¿quién no las habría reconocido?), dirigieron un informe al gobernador en el que se acusaba a Abu Kasem de haber contaminado las aguas de la ciudad; y de este modo Abu Kasem fue a dar de nuevo con sus huesos en prisión. Fue castigado con una multa mucho más fuerte que la anterior. Pagó. ¿Qué otra cosa podía hacer? Y recuperó sus queridas y viejas babuchas, pues el recaudador no se queda jamás con lo que no le pertenece.
Bastantes problemas le habían causado las babuchas, así que, de una vez por todas, iba a arreglar el asunto para que no pudiesen jugarle ya nunca más una mala pasada. Decidió quemarlas, pero como todavía estaban húmedas, las puso a secar en el balcón. Un perro que estaba en el balcón de al lado vio aquellos objetos extraños, se interesó por ellos, saltó por encima de la balaustrada, y cogió una de las babuchas con su boca. Pero jugueteando con ella, la dejó caer a la calle, y, desde una altura considerable, el mísero objeto fue a caer en la cabeza de una mujer que pasaba por allí. Sucedió que la mujer estaba embarazada. Lo súbito del choque y la violencia del golpe le provocaron un aborto. Su marido se apresuró a presentarse ante el juez y demandó al rico y avaro comerciante por daños y perjuicios. Abu Kasem estaba fuera de sus casillas, pero de nuevo se vió obligado a pagar.
Antes de abandonar el tribunal para volver a casa, absolutamente fuera de sí, blandió solemnemente en alto las malhajadas babuchas y, con una sinceridad que no podía dejar de impresionar al juez, exclamó:
-Señor, ésta ha sido la causa fatal de todos mis sufrimientos. Esta malditas babuchas me han reducido a la mendicidad. Dignaos pues ordenar que no se me haga nunca más responsable de todas las desgracias que, con toda seguridad, seguirán haciendo caer sobre mi cabeza.
Y el contador oriental concluye con esta lección moral: el cadí no pudo rechazar la solicitud; Abu Kasem había aprendido -pero le había costado enormemente caro- todo el mal que puede resultar de no cambiar con suficiente frecuencia de babuchas.
Pero, ¿es ésa realmente la única enseñanza que se puede extraer de este célebre cuento? Ciertamente, el consejo es un tanto banal: no hacerse esclavo de la avaricia. ¿No habría qué decir algo al respecto de esos misteriosos caprichos del destino que llevaban siempre las babuchas a su legítimo propietario? Parece que se esconde un cierto sentido en esa maliciosa repetición de un mismo acontecimiento, y en el crescendo con el que esos diabólicos objetos afectan a su hechizado poseedor. ¿Y no habría que atribuir también un sentido a la forma sorprendente en que se va entrelazando, por decirlo así, todas las personas y las cosa que, en este asunto, juegan en las manos del azar (vecinos, perros, funcionario y leyes de todo tipo, baños públicos y conducciones de agua), permitiendo así a éste cumplir su obra y apretar más el nudo del destino? El moralista contador no ha visto en este relato más que al avaro que obtiene su merecido, no se ha interesado en la forma en que el vicio venía a encontrarse con el destino de quien se entrega a él. Ha entendido pues la historia como un ejemplo de la manera en que alguien puede castigarse a sí mismo al abandonarse a su inclinación preferida. (...)
A partir de una serie de puras coincidencias se teje la trama de un destino. Cada uno de los esfuerzos que hace la víctima para terminar con sus dificultades no sirve más que para hacer engordar la bola de nieve, que crece hasta el punto de convertirse en una avalancha que le sepulta bajo su peso. Un bromista le cambia las babuchas que están en el vestuario de los baños, probablemente sin otra razón que divertirse con la confusión del avaro. El azar lleva las babuchas bajo la ventana de la casa desde donde se las ha tirado al río. El azar las arroja en medio de los valiosos frascos. El azar atrae la atención de un vecino sobre las ocupaciones del avaro en su jardín. El azar hace que los remolinos arrastren las babuchas por las conducciones del agua. El azar atrae al perro del balcón de al lado, y hace caer una de las babuchas en la cabeza de una mujer embarazada que pasaba por allí. Pero, ¿por qué razón semejantes accidentes revisten un carácter tan fatídico? Siempre hay mujeres embarazadas paseando por las calles, a los perros siempre les gusta agarrar lo que pertenece a los otros, el agua corre continuamente por las cañerías y, de vez en cuando, esas cañerías se atascan. Equivocarse de frasco, confundir los paraguas, este tipo de cosas sucede todos los días sin que por ello nazca, de esos acontecimientos anodinos, la menor historia que tenga un significado particular. El aire está lleno de esos minúsculos granos de polvo del destino; forman la atmósfera de la vida y de todos sus acontecimientos. Los que tejieron la desgracia de Abu Kasem no fueron más que un puñado de ellos entre miles.
Con la historia de las babuchas de Abu Kasem abordamos una cuestión de excepcionales consecuencias entre todas aquellas que se refieren a la vida humana y al destino, una cuestión que la India ha mirado de frente al formular concepciones tales como las de
karma y maya. Todo lo que un ser humano toma de la masa arremolinada de los átomos de lo posible, haciéndolo entrar en contacto directo con él, todo eso, sea lo que sea, se confunde y se amalgama con su propio ser en un acierta configuración, en un modelo de vida. En la medida en que admita que algo le concierne, le concierne efectivamente, y si se refiere a sus objetivos y a sus aspiraciones más profundas, a sus temores y a la nebulosa fábrica de sus pensamientos, puede llegar a ser una parte importante de su destino. Y, finalmente, si siente que ello afecta a las raíces mismas de su vida, será precisamente eso lo que constituya su punto de vulnerabilidad. Pero, por otra parte, y en virtud de la misma experiencia íntima, en la medida que uno pueda liberarse a sí de sí mismo, escapa automáticamente a todas las cosas que parecen accidentales. Por otra parte, éstas tienen a veces un sentido tan profundo, y muestran un cariz de acontecimiento tan oportuno y pertinente, que no merecen ese nombre demasiado banal de "simple accidente". Son el tejido del destino. La sublime y serena libertad consistiría en librarse de la natural compulsión a elegir entre ellas, elegir entre los átomos turbulentos de la mera posibilidad, algo que llegaría a estar imbricado con uno mismo como un destino posible, y que incluso llegaríamos quizás a tocar en la raíz de nuestro ser. (...)
El balance de la vida de un hombre, su personalidad social, la máscara que se adapta a los contornos de su ser interior, eso son las babuchas de Abu Kasem. Son la textura, la trama de la personalidad consciente de su propietario. Además, son la suma total de los deseos y los éxitos de que hace alarde ante sí mismo y ante el mundo, y en virtud de los cuales se ha convertido en un personaje social. Son el balance de la vida por la que ha luchado. Si no tuvieran esa especie de significado secreto, ¿por qué serían entonces tan peculiares, tan reconocibles con una originalidad propiamente única? ¿Por qué habrían llegado a se proverbiales? ¿Por qué serían como unos viejos amigos, seguros, dignos de confianza? De la misma forma que representan a los ojos del mundo la personalidad total de Abu Kasem, y su avaricia, también representan inconscientemente para él su principal virtud, la que ha cultivado más a sabiendas, su codicia de mercader. Todo esto, sin duda, llevó a nuestro hombre bastante lejos, pero tiene más poder sobre él de lo que supone. No es tanto Abu Kasem quien posee la virtud (o el vicio) cuanto el vicio (o la virtud) quien le posee a él. Su avaricia ha llegado a ser la motivación soberana de su ser, le tiene como hechizado. Repentinamente, sus babuchas empiezan a jugarle malas pasadas; por malicia, piensa él. Pero, ¿no es él quien se está jugando a sí mismo esas malas pasadas?
La penosa desventura de Abu Kasem es la consecuencia natural de sentirse obligado a arrastrar a todas partes con él algo a lo que se ha negado a renunciar en su momento, una máscara, una idea que se hacia de sí mismo y de la que habría debido despojarse. Abu Kasem es de esos que no consienten en pasar con el tiempo que pasa, sino que vuelven a llevar todo hacia sí mismos y atesoran celosamente un "yo" que ellos mismos han fabricado. Tiemblan con la idea de esas muertes consecutivas y periódicas que, umbral tras umbral, se despliegan al tiempo que se atraviesan las salas de la existencia, y que son el secreto de la vida. Se agarran ávidamente a lo que son, a lo que fueron. Y, finalmente, la personalidad usada, esa personalidad que habría debido mudar como el plumaje anual de los pájaros, se le pega de tal manera a la piel que, aun cuando se haya convertido para ellos en motivo de exasperación, nunca llegan a quitársela de encima. Hicieron oídos sordos cuando sonó la hora, ¡y hace mucho tiempo que sonó! (...)
La conclusión se impone: cambiemos pues de calzado. ¡Si fuera así de simple...! Desgraciadamente, los viejos zapatos tan cuidadosamente conservados, tan amorosamente remendados durante toda una vida, vuelven siempre -como nos enseña la historia- de forma obstinada y persistente, incluso cuando por fin nos habíamos decidido a tirarlos a la basura. Aunque tomáramos prestadas las alas de la mañana para volar hasta los confines del mar, estarán siempre allí, con nosotros. Los elementos no quieren aceptarlos, el mar los vomita, la tierra se niega a recibirlos, y antes de que puedan ser destruidos por el fuego caen desde el aire para consumar nuestra ruina. ¡Ni siquiera el recaudador los quiere! ¿Por qué, en efecto, debería existir en el mundo algo o alguien dispuesto a cargar con esos demonios de nuestro ego simplemente porque al final hemos llegado a sentirnos molestos por su presencia?
¿Quién librará a Abu Kasem de sí mismo? Incluso la forma en que buscó la liberación era manifiestamente fútil: no se desembaraza uno de su ego amado, porque haya empezado a jugarnos malas pasadas, simplemente tirándolo por la ventana. Finalmente, Abu Kasem suplicó al juez que, al menos, no le tuviera por responsable de todas las jugarretas diabólicas que en el futuro pudieran hacerle sus babuchas, pero el juez se limitó a reírse de él en sus narices. Y nuestro juez, ¿no se reía también de nosotros? Nosotros somos los únicos responsables de la inconsciencia con la que, durante nuestra vida, hemos elaborado nuestro propio ego. Involuntaria y amorosamente, no hemos dejado de remendar y reforzar los zapatos que nos llevan por la vida; y así nos vemos finalmente sometidos a su incontrolable coacción.
¿Qué hemos de entender por la expresión "incontrolable coacción"? En cierta medida, lo sabemos ya por haberlo visto en acción en los otros, cuando hemos interpretado sus gestos involuntarios. Se trata de una fuerza que se manifiesta en todas partes a nuestro alrededor, en todo tipo de espresiones espontáneas: los escritos de la gente, sus fracasos, sus sueños y sus imágenes inconscientes. Esta fuerza tiene sobre el hombre mucho más poder de lo que él mismo admite o querría hacer creer a los demás, infinitamente más que su voluntad consciente. Sus impulsos son irresistibles, no podemos gobernarlos, son los demoníacos caballos enganchados al carro de nuestra vida, y en este carro, el ego consciente es tan solo el cochero. De manera que no hay otra opción que resignarse, como el Egmont de Goethe, "a sujetar firmemente las riendas, y dirigir las ruedas, ora a la derecha, ora a la izquierda, para evitar aquí una piedra, allí un precipicio".
En el comienzo nuestro destino se deposita él mismo en nuestras vidas a travé de innumerables e imperceptibles movimientos, de acciones apenas conscientes, de las cosas insignificantes en la vida de todos los días; después, por nuestras opciones y nuestros rechazos, engorda gradualmente, hasta que la solución alcanza el punto de saturación y está madura para la cristalización. Finalmente, basta un ligero choque, y lo que durante mucho tiempo había estado formándose como un líquido confuso, lo que era algo indefinido, en estado de formación, se encuentra precipitado en la forma de un destino y adquiere la transparencia y la dureza del cristal. En el caso de Abu Kasem, el humor alegre que le ocasionó el éxito de su transación, la embriaguez experimentada tras el maravilloso éxito que, por partida doble, costituía la adquisición de los frascos de cristal y la esencia de rosas, fue lo que, realzando la opinión que de sí mismo tenía, puso en marcha los engranajes de su destino. Tenía la impresión de que las cosas debían continuar par él de la misma manera, de que la fortuna continuaría así haciéndole pequeños regalos, menudos pero igualmente agradables, recompensas por toda una vida de trabajo y ahorro. "¡Valla, afortunado Abu Kasem -habría pensado-, ahí tienes otra sorpresa! Esas lujosas babuchas, flamantes y nuevas, en lugar de las viejas. Sin duda proceden de ese amigo que no quería verte deambular por más tiempo de acá para allá con tus viejas chanclas."
Engreído todavía por el hecho de su buena fortuna momentánea, la avaricia de Abu Kasem vino a torcer las cosas. Habría tenido la impresión de ultrajar su sensación de triunfo, habría disipado la satisfacción orgullosa que le habitaba, su hubiera condescendido con la idea de llevarse realmente la mano al bolsillo para comprar un par de babuchas nuevas. Hubiera podido encontrar las viejas babuchas en el vestuario, como lo hicieron inmediatamente los esclavos del juez, si simplemente se hubiera tomado la molestia de buscar un poco, si hubiera tenido la sospecha, desagradable pero normal, de que alguien podía tratar de burlarse de él. En lugar de eso, se halagó a sí mismo, se ilusionó cogiendo las babuchas nuevas, vagamente aturdido y cegado por el aspecto hermoso de las cosas; pues, en realidad, eso respondía a unas aspiraciones inconscientes cuya existencia jamás había sospechado. Era por su parte un gesto pueril de condescendiente olvido de sí, una falta momentánea de autodominio; pero algo encontró su expresión en es gesto, algo que durante mucho tiempo había descuidado. Algo que había crecido silenciosamente hasta llegar a ser irresistiblemente poderoso se veía por fin en libertad; y la partícula que crece hasta convertirse en avalancha de ponerse en movimiento.
La misma red con la que Abu Kasem había pescado en el bazar grandes beneficios le estaban apresando a él mismo sin darse cuenta; su propia avaricia había tejido las mallas. Y así se encontró metido en un buen lío, atrapado en su propia red. Lo que durante mucho tiempo se había estado elaborando y construyendo en su interior, esa tensión cargada de amenazas lentamente acumuladas, se descargó de un golpe en el mundo exterior, arrojándole en las garras de la ley y metiéndolo sin remedio en un lío de humillación pública, de chantaje por parte de sus vecinos, y de problemas con las autoridades. La propia conducta de Abu Kasem, su codiciosa prosperidad, y la avidez por acumular riquezas, había afilado desde hacía tiempo los dientes de toda esa maquinaria, los había ajustado y puesto en su lugar.
Como dice la máxima hindú, el hombre siembra la semilla y no se ocupa de su crecimiento. Esa semilla germina y madura, y entonces cada cual debe comer el fruto de su propio campo. No sólo nuestras acciones, sino también nuestras omissiones devienen nuestro destino. Incluso las cosas que no hemos llegado a realizar por completo nos son tenidas en cuenta al mismo título que nuestras intenciones y nuestras obras, y son susceptibles de desplegarse como acontecimientos de la mayor importancia para nosotros. Es la ley del
karma. Cada cual se convierte en su propio verdugo, en su propia víctima, y, como sucede en el caso de Abu Kasem, cada cual es su propio loco. La risa del juez es la misma que la de los demonios del infierno que se ríen de los condenados que han pronunciado su propia condena y arden en sus propias llamas.
La historia de Abu Kasem muestra cuán sutilmente se teje la red del
karma, y qué resistentes son sus delicados hilos. ¿Cómo podría Abu Kasem ser liberado por su ego cuyos demonios le tienen en sus garras?, ¿cómo podría ese ego matarse así mismo? En su desesperación, ¿no ha estado precisamente Abu Kasem a dos dedos de reconocer que nadie le podía librar de sus babuchas, y que, en consecuencia, es a él a quien le toca, de una manera u otra, tratar de desembarazarse de ellas? ¡Si al menos pudiera separarse de ese conglomerado de parches, remiendo a remiendo, hasta reducirlas a un par de babuchas sin importancia...!
Se dice en el cuento que el juez no puede hacer otra cosa que acceder a la petición de Abu Kasem, lo que significa que este último no iba a se en adelante atormentado y perseguido por sus terribles babuchas. En otras palabras, la luz de su nueva vida a comenzado a alumbrarse. Sin embargo, la luz de esta aurora no habría podido surgir, en definitiva, de ningún otro lugar que del profundo cráter de su alma, ese cráter que hasta entonces había obnubilado su visión con sus nebulosas erupciones.
Nemo contra diabolum nisi deus ipse. Ese misterioso ego cuya trama tiene orígenes lejanos, ese ego que él mismo había tejido de manera tan laboriosa a su alrededor para edificar su mundo personal: el juez, los vecinos, los pescadores, los elementos (pues hasta éstos tomaron parte en el drama de su ego secretamente amado), las sordidas babuchas, y su riqueza, ese ego -decía- no había dejado de enviarle avisos, uno tras otro. ¿Qué más podía pedirle al espejo de su esfera exterior? ese espejo le había hablado de la única forma que podía hacerlo, golpe tras golpe. Ahora bien, la liberación definitiva debía proceder de sí mismo, de dentro, pero, ¿cómo?
En tal momento la advertencia de un sueño puede ser de gran ayuda, o incluso una vaga intuición que hace eco al oráculo de algún tiempo intemporal. Pues el mago escondido que proyecta a la vez el ego y su mundo-espejo puede hacer más que ninguna fuerza exterior para desenredar durante una noche la tela tejida por el día. Puede susurrarnos al oído: "Cambia de zapatos". Y entonces debemos mirar y comprobar de qué estan hechas nuestras babuchas.



Lecturas.

Heinrich Zimmer, El rey y el cadaver (Cuentos, mitos y leyendas sobre la recuperación de la integridad humana) Paidos Orientalia 1999

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