Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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martes, 18 de octubre de 2011

¿Qué son las Estrellas ?

Zodiaco de Denderah (reconstrucción) El origianal del Museo del Louvre fue extraido de la cámara dedicada a Osiris en el templo de Hathor en Denderah, Egipto. Siglo I a.C. (estimado)



"...y mientas los demás animales están naturalmente inclinados mirando a la tierra, dio al hombre un rostro levantado disponiendo que mirase al cielo y que llevase el semblante erguido hacia las estrellas."

Ovidio, Metamorfosis, Libro I


"¿No es mía toda la eternidad?"

Leessing, Educación del género humano


Manuscrito astrológico persa. Datado en 1441


En el poema que dejo a continuación de Eliot Weinberger, se exponen como si de una sucesión vertiginosa de fotogramas se tratara, imágenes procedentes -entre otras cosas- de la mitología y las creencias populares, así como de la poesía y teorías científicas por las que el hombre de todas las épocas y lugares, se ha sentido inspirado e intentado dar respuesta a las incógnitas e incertidumbres despertadas ante la contemplación del cielo estrellado. Son muchas las instantaneas incluídas, pero acabada la trepidante lectura tomamos conciencia de que la secuencia podría continuar al igual que el número de estrellas, hasta el infinito...


Las estrellas
por
Eliot Weinberger


Las estrellas: ¿qué son? Son trozos de hielo que reflejan el sol; son luces que flotan en el agua más allá de la cúpula transparente; son clavos en el cielo; son agujeros en la cortina que hay entre nosotros y el mar de luz; son agujeros en la dura concha que nos protege del infierno que hay más allá; son las hijas del sol, son los mensajeros de los dioses; son condensaciones de aire en llamas que tienen forma de rueda y rugen a través del espacio que hay entre los radios; se sientan en sillitas; son casas esparcidas por el cielo; hacen recados a los amantes; son composiciones de átomos que caen por el vacío y se enredan entre sí; son las almas de los bebés muertos convertidas en flores del cielo; son aves cuyas plumas arden; fecundan a las madres de los grandes hombres; son brillantes concentraciones del aliento espiritual, hechas de los residuos sobrantes de la creación del sol y la luna; auguran la guerra, la muerte, el hambre, la peste, las buenas y malas cosechas, el nacimiento de los reyes; regulan los precios de la sal y el pescado; son las simientes de todas criaturas de la tierra; son el rebaño de la luna, dispersa por el cielo como ovejas en un prado, que ella lleva a pastar; son esferas de cristal cuyo movimiento crea la música en el cielo; ellas están fijas y nosotros nos movemos; nosotros estamos fijos y ellas se mueven; son los cazadores de focas extraviados; son la huellas de Vishnu, que da caza por el cielo; son las luces de los palacios donde viven los espíritus; son de distintos tamaños; son cirios fúnebres, y soñar con ellas es soñar con la muerte; son como todo lo material, de cuatro tipos de materia: protones, neutrones, electrones, neutrinos; son todas del mismo tamaño, pero algunas están más cerca de nosotros; son la interacción por medio de cuatro fuerzas: gravedad, electromagnetismo, fuerza nuclear fuerte y fuerza nuclear débil; son los únicos dioses, y entre ellos el sol es el primero; son los cazadores de avestruces, que están fuera toda la noche y al amanecer se apiñan cerca del sol para calentarse, y por eso son invisibles; el rocío y la escarcha desciende de las estrellas; los vientos, calientes y fríos, proceden de las estrellas; las estrellas descienden del cielo al regazo de una doncella; son las ascuas del fuego de la creación; nunca cambian; son las blancas tiendas donde vive el Pueblo de la Estrella; son los innumerables ojos de Varuna, que monta por el cielo a Makara, mitad ave y mitad cocodrilo, o mitad antílopoe y mitad pez; son lo que está en un estado de cambio continuo; se les debe ofrecer sacrificios para que traigan la lluvia; son las Nunca Desvanecidas, con forma de golondrina que se alimentan con el fruto del Árbol de la Inmortalidad, aquel que crece en la isla del Lago del Halcón Verde; brillan, refulgen, tililan, destellan; son deliciosas; son portadoras del mal; son los ojos de Thjasse que Thore arrojó al cielo; son las hormigas blancas del hormiguero levantado en torno al inmóvil Dhurva, que medita eternamente en la profundidad del bosque; son una especie de queso celeste batido hasta acerse luz; son, simplemente son; las estrellas son un enorme jardín, y si no vivimos lo suficiente para presenciar su germinación, su floración su follaje, su fecundidad, cómo envejecen, se marchitan y se corrompen; hay tantas especies que cada etapa está ante nuestros ojos; nosotros y todas las estrellas que vemos sólo somos el átomo en un conjunto infinito; un archipiélgo cósmico; el cielo es como una rueda de molino que gira, y las estrellas como hormigas que andan sobre ella en dirección contraria; el cielo es el dosel de un carruaje, con las estrellas colgando como abalorios suspendidas de un extremo al otro; el cielo es un orbe macizo y las estrellas la iluminación perpetua de los volcanes sobre él; el cielo es de lapislázuli puro, salpicado de pirita que son las estrellas; toda estrella tiene un nombre y un nombre secreto; la única palabra que oímos de ellas es su luz; el hombre nunca abarcará en sus concepciones la totalidad de las estrellas; bajo un cielo estrellado en una noche clara, el poder oculto del conocimento nos habla una lengua que no tiene nombre; la bondad y el amor manan de ellas; de no estar situados en una galaxia, no veríamos estrella alguna; si la gravedad no fuera tan débil, las estrellas serían más pequeñas, y si las estrellas fueran más pequeñas no arderían mucho tiempo, y si no ardiesen mucho tiempo no estaríamos aquí; no tienen elementos fortuitos o aleatorios, ni movimiento errático o inútil; el mal y el infortunio manan de ellas; su existencia es improbable; su infinitud nos induce a contarlas; su maravillosa regularidad está más allá de toda creencia y es una prueba de que en su seno reside la inteligencia divina; el silencio eterno de esos espacios infinitos es aterrador; cuanto más comprensible parece el universo, menos sentido parece tener; todas las estrellas se mueven y brillan para ser con mayor plenitud lo que son: la luz emite luz porque es su naturaleza; el conocimiento de las estrellas es fundamental para la comprensión de los poetas; si las estrellas no irradiaran luz, estallarían; después de la muerte las almas habitan en las estrellas: el resplandor de una nueva estrella podría indicar, por tanto, que el alma de un gan hombre o mujer ha llegado a su destino; "desastre" significa "infortunio astral"; la única explicación de por qué hay tantas estrellas que no podemos ver es que el Señor las creó para que otras criaturas, más alejadas, las admiren a una distancia más próxima; somos el centro del universo material, pero estamos en el perímetro del universo espiritual, condenados a ver de lejos el espectáculo de la danza celestial; a diferencia de los otros animales, el hombre fue creado para estar erguido y así poder contemplar las estrellas; el rey Arturo está allá arriba, a la espera de su regreso para gobernar de nuevo Inglaterra; allá está K'uei, el brillante erudito nacido con un rostro espantoso; allá arriba están el Pesebre, la Niebla, la Nubecilla, la Colmena; mira: la Torre de Babel y la Dicha de las Tiendas; allá arriba están los salteadores de caminos y las palomas que llevan ambrosía a los dioses, y los ginetes gemelos de la aurora; allá arriba, la hija del viento llora a su marido perdido en el mar; allá está el Río Fuerte y el Palacio de los Cinco Emperadores, el Criadero de los Perros Ladradores, el Camino de Paja, la Vía de las Aves, el Río Serpiente de Polvo Centelleante; allá arriba están las ninfas que lloran a su hermano Hyas, muerto por un jabalí, y cuyas lágrimas son estrellas fugaces; están las Siete Torres Portuguesas, el Mar Hirviente, el Lugar de la Reverencia; mira: las Avestruces amigas; Casiopea, reina de Etipoía, que se creía más hermosa que las Nereidas, está allá, así como su desventurada hija Andrómeda, y Perseo, que la rescató con la cabeza de Medusa colgada de su cinto, y el monstruo Cetus, al que dio muerte, y su cabalgadura, el caballo alado Pegaso; allá está el toro que ara el Surco de los Cielos; allá arriba está la Mano Teñida con Alheña, el Lago de Plenitud, el Puente Vacío, la X Egipcia; y una vez hubo una niña que se casó con un oso, y horrorizados su padre y hermanos mataron al oso, y ella se convirtió en oso y mató a sus padres y persiguió a sus hermanos a través de las montañas y a través de los arroyos, y los acorraló ante un árbol hasta que el más pequeño apuntó a lo alto con su arco mágico y cada hermano tomó una flecha y fue disparado al cielo, y se volvió estrella; allá arriba; allá arriba está la Carnicería, el Sillón, la Bandeja Rota, el Melón Podrido, la luz del Paraíso; Hans el cochero, que llevó a Jesús, está allá, y el león que descendió de la luna en forma de meteoro; allá arriba, una vez al año, diez mil urracas forman un puente para que la Tejedora pueda cruzar el Río de la Luz y reunirse con el Boyero; están las trenzas de la reina Berenice, que sacrificó su cabello para asegurar la protección de su esposo; allá arriba hay una nave que nunca llega a puerto seguro, y el Susurrador, el Sollozante, el Alumbrador de la Gran Ciudad, y mira: el General del Viento; el emperador Mu Wang y su auriga Tsao Fu, que fueron en busca de los melocotones del Paraíso de Poniente, están allá; la hermosa Calisto, condenada por los celos de Juno, y la diosa Marichi, que conduce su carro tirado por los jabalíes a través del cielo; allá está la Cabra de Mar, el Elefante Danés, el Largo y Azul Tiburón Devorador de las Nubes y la Serpiente de Hueso Blanco; allá arriba está Teodosio convertido en estrella y la cabeza de Juan Bautista convertida en estrella y el aliento de Li Po, una estrella a la que sus poemas hacen brillar más; están las Dos Puertas, una por las que las almas descienden cuando cuando están listas para entrar en los cuerpos humanos, y la otra por la que ascienden a la muerte; allá un puma salta sobre su presa, y un Dragón Amarillo sube las Escaleras del Cielo; allá arriba está la Mujer Letrada, la Doncella Glacial, las Hijas Húmedas y la Cabeza de la Mujer Encadenada; allá está el Camello Sediento, el Camello Esforzado en Busca de Pastos y el Camello que Pasta Libremente; allá está la Corona de Espinas o la Corona que Baco le dio a Ariadna como regalo de bodas; mira: el Ombligo del Caballo, el Hígado de León, los Cojones de Oso; allá está Rohni, la Gacela Bermeja, tan hermosa que la luna, aunque tenía veintisiete esposas, sólo la amó a ella; allá arriba el Proclamador de la invasión de la Frontera, el Niño de las Aguas, el Montón de Ladrillos, la Exaltación de los cadáveres Apilados, El Excesivamente Minúsculo, el Lago Seco, los Sacos de Carbón, los Tres Guardianes del Heredero Forzoso, la Torre de las Maravillas, la Silla Volcada; allá arriba hay una nube de polvo que levantó un búfalo, y el aliento vaporoso del elefante que yace en las agua que rodean la tierra y el agua fangosa removida por una tortuga que nada a través del cielo; allá arriba está el círculo roto que es un plato desportillado, o un bumerán, o la entrada a la cueva donde duerme el Gran Oso; allá arriba están los dos asnos cuyo rebuzno causó tal barullo que ahuyentó a los gigantes que fueron recompensados con un lugar en el cielo; allá está la Estrella de Mil Colores, la Mano de la Justicia, la Vía Simple y Uniforme; allá está el Doble Doble; allá el Hostal de Carretera; allá el Paraguas del Estado; allá la Cabaña del Pastor; allá el Buitre; mira: el Abanico para Aventar allá el Creciente Menguante; allá la Corte de Dios; allá el Fuego de la Codorniz; allá el Buque de San Pedro y la Estrella de Mar; allá: mira: arriba: las estrellas.


Lecturas:

Eliot Weinberger, Algo Elemental. Siruela 2010


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Vincent Van Gogh, Noche estrellada

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domingo, 20 de junio de 2010

Misticismo Astral


Como miré la Tierra durante bastante tiempo, él me preguntó: "¿Hasta cuándo, Africano, fijarás tu atención en el suelo? ¿Acaso no ves los templos a los que has venido? Tienes ante ti los nueve círculos, o mejor dicho, las nueve esferas, una de las cuales es la celeste, la más alejada, que rodea a todas las demás: es el dios supremo en persona, quien engloba y contiene las otras. En ella están fijadas las estrellas, que giran con movimiento perpetuo. Debajo de ellas están situadas las siete esferas que giran al revés, en sentido contrario al de la rotación del cielo.
Esa estrella que en la Tierra llaman Saturno ocupa una de ellas. Después viene aquel astro fulgurante, próspero y beneficioso para el género humano que recibe el nombre de Júpiter. A continuación, aquel que denomináis Marte, rojizo y horrible para la Tierra. Después, más o menos en la zona central, reina el Sol, guía soberano y moderador de los demás cuerpos luminosos; es la mente y el regulador del mundo, y sus dimensiones son tales, que ilumina y envuelve con su luz todo el universo. Lo acompaña, a su vez, la órbita de Venus y la de Mercurio, y, en la esfera inferior, gira la Luna, alumbrada por los rayos del Sol. Debajo de ésta, por último, ya no hay nada que no sea mortal y perecedero, excepto las almas, don que los dioses concedieron al género humano. Por encima de la Luna todo es eterno. En lo que respecta a la novena esfera, que se halla en el medio, la Tierra, es inmóvil y se encuentra en la parte más baja, y hacia ella tienden todos los cuerpos pesados según su gravedad."

Marco Tulio Cicerón, El sueño de Escipión



El siguiente texto es un extracto de la V conferencia titulada Misticismo Astral que aparece en la obra Astrología y Religión, del gran investigador de la Antigüedad Franz Cumont editada por Edicomunicación S. A.
Al final de la entrada se encuentra un video con la música inspirada en el planeta Neptuno de Gustav Holst, considerado por él como "El místico", y con la que podeis acompañar la lectura.

Una teología basada en teorías de mecánica celeste, que deificaban meras abstracciones como el Tiempo y sus subdivisiones, que atribuían caracter sagrado a los propios números, debería haber sido probablemente rechazada a causa de su riguroso carácter metafísico. Creación de los astrónomos, parece imposible que llegase a atraer la atención de nadie salvo de la élite de intelectuales, o a imponerse sobre la mente de nadie a excepción de los especulativos. Os sorprenderá, a primera vista, que una religión tan árida y oscura fuese capaz de conquistar el mundo antiguo, y os preguntaréis cómo pudo hacerse con las almas de los hombres y arrastrar a una multitud de creyentes. La respueta estriba en que este poderoso sistema, establecido para satisfacer la inteligencia, consiguió ejercer un atractivo mucho más eficaz sobre la emoción. Si los cultos de Oriente pretendian responder a todas las preguntas que el hombre se plantea en relación al mundo y a sí mismo, también pretendían exaltar sus emociones, haciendo nacer en él el arrebato del éxtasis. La inclinación hacia el misticismo, uno de los rasgos del sirio Posidonio, era compartida por todos los adeptos delos credos "caldeos". Intentaremos analizar aquí el carácter de este misticismo sideral, forma original de devoción -si se le puede llamar así-, una curiosa y poco conocida expresión del sentimiento religioso en los días de la Antigüedad, y mostrar asimismo la doctrina ética que se derivó, así como la correspondiente forma de adoración, y su reconciliación con el fatalismo. Una vez expuesta la teoría, pasemos a la práctica.



La magnífica apariencia del cielo centelleante ha impresionado siempre vivamente a la Humanidad, y quienquiera que haya disfrutado del suave resplandor de la noche oriental, comprenderá cómo en esa región la adoración había sido siempre estimulada de modo natural por los inextinguibles centros de luz allá en el cielo. Pero esta "emoción cósmica", como ha sido llamada, varía constantemente según la idéa previa existente sobre el Universo. Hay probablemente una enorme distancia entre las ideas del hombre primitivo que, cuando alzaba los ojos hacia el firmamento, lo hacía temeroso de que esta sólida bóveda cayese y se estrellase sobre él, y la veneración de alguien como Kant quien, considerando que los sisemas estelares se apilaban hasta el infinito por encima de él, se encontraba en la misma respetuosa adoración que sentía por la ley moral que percibía en su interior mediante la razón. Este sentimiento ha ido evolucionando con el progreso del conocimiento, y en proporción con la precisión alcanzada por las corrientes ideológicas sobre inmensidad y eternidad. Los griegos no asimilaban el cosmos, como nosotros, con la sofisticada idea de una extensión que se prolonga hasta el infinito más allá de la más distante nebulosa que pueda ser alcanzada con el telescopio. El mundo tenía sus límites. Por encima de la esfera de las estrellas fijas, que rodeaban al mundo por todas partes, los Antiguos suponían que no había nada salvo un vacío o el éter.El cielo para la astronomía era como la Tierra para la geografía, una expresión mucho más limitada delo que es hoy en día. La vasta extensión de las constelaciones visibles no era tan sobrecogedora para ellos como lo es el conocimiento científico para nosotros, y las distancias en que se situaban estos cuerpos, no les sugerían, como nos ocurre a nosotros, una distancia tan grande que su extensión trasciende los límites de la imaginación y que ni siquiera los números nos pueden ayudar a comprender. Cuando observaban las profundidades del espacio, no se sobrecogían en la misma medida que nosotros al mirar aturdidos a los abismos, ni siquiera se sentían arrebatados por ese sentimiento de la propia pequeñez. Ellos no hubieran proclamado -como Pascal al meditar en la desproporción entre el hombre y la naturaleza, inconmensurable e indescriptible-: "El silencio eterno de estos espacios infinitos me asusta". El sentimiento que brotaba en los Antiguos estaba principalmente marcado por la admiración. Séneca desarrolla la idea de que las estrellas, incluso sin tener en cuenta los beneficios que aportan a nuestra tierra, provocan nuestra maravilla por su belleza y requieren nuestra adoración por su majestad. De los capítulos dedicados a celebrar su esplendor, citaré tan sólo uno, cuyo toque final aclarará la diferencia que separa las concepciones antigua y moderna. Manilius termina su quinto libro con una grandiosa descripción del resplandor de esas noches sin Luna, cuando incluso las estrellas de la sexta magnitud encienden sus abundantes y centellantes hogueras, semillas de luz en medio de la oscuridad. Los templos resplandecientes del cielo brillan entonces con antorchas más numerosas que las arenas de la playa, que las flores de la pradera, que las olas del océano y que las ojas del bosque. "Si la Naturaleza -añade el poeta-, les hubiera otorgado el mismo número de poderes que estrellas hay en el firmamento, el propio éter sería incapaz de soportar sus llamas, y el incendio del Olimpo consumiría el mundo entero". Hemos visto como la admiración por la belleza del cosmos y el descubrimiento de la armonía celestial les llevaron a la declaración de la existencia de una Providencia guía del camino. Pero no es ésta la característica principal de la doctrina: todos los sistemas de teología invocan el orden de la Naturaleza como prueba de la existencia de Dios. Lo más sorprendente es que tomaran esta "emoción cósmica" que todo hombre siente y la transformara en un sentimiento religioso. Las estrellas resplandecientes, que persiguen eternamente su silencioso curso por encima de nosotros, son divinidades dotadas de personalidad y animadas por sentimientos. Per otra parte, el alma es una partícula desprendida de los fuegos cósmicos. El calor que anima el microcosmos humano, es parte de la misma sustancia que vivifica el Universo, y la razón que nos guía comparte la naturaleza de esas luminarias que le iluminan. Siendo ella misma una esencia ardiente, es afín a los dioses que lucen en el firmamento. Así, la contemplación del cielo se vuelve una comunión. El deseo que siente el hombre por fijar sus ojos en esa bóveda repleta de estrellas, es una pasión divina que le transporta. La llamada del cielo le conduce hasta los espacios radiantes. En el esplendor de la noche, su espíritu se embriaga con el brillo que las hogueras celestes despliegan sobre él. Como poseído, o como coribante (sacerdotes de Cibeles que con sus flautas turbaban la razón a los que tomaban parte en sus fiestas) en el delirio de su orgía, se entregaba al éxtasis, que le libera de las limitaciones de la carne y le eleva por encima de la nebulosa de su atmósfera, a las serenas regiones donde se mueven las infinitas estrellas. Nacido en alas del entusiasmo, se proyecta a sí mismo en la niebla de ese coro sagrado siguiendo sus movimientos armónicos. Participa así en la vida de estos dioses luminosos, que él, desde abajo, contempla centellear en el resplandor del éter; ya antes de su cita con la muerte participa en su divinidad, y recibe su revelación en un rayo de luz, que con su resplandor llega a deslumbrar el ojo de la razón. Tales son los sublimes pensamientos en que se deleitaba la mística elocuencia de Posidonio. Sin embargo, en esta teología ilustrada, cuyos primeros autores fueron astrónomos, la erudición nunca perdería sus derechos. El hombre, atraído por el brillo del cielo, no sólo encuentra un indescriptible placer en considerar la danza rítmica de las estrellas, reguladas por las armonías de una música divina producida por los movimientos de las esferas celestiales, sino que, no cansado de este repetido espectáculo no se limita a disfrutarlo.


Atlas Universal de Diogon Homen. Reproducido del original por Moleiro Editor


La sed de conocimiento, innata en el ser humano, le impulsa a investigar sobre la naturaleza de estos cuerpos brillantes cuyo resplandor le alcanza, a descubrir las causas y las leyes de sus incesantes movimientos. Aspira a comprener el curso de las constelaciones y el sinuoso camino de los planetas, que le revelarán las leyes de la vida y los secretos del destino. Al acercarse a los límites del cielo, su deseo de comprenderlos se inflama a medida que experimenta su satisfacción. Los medios que le conducen hasta las regiones más elevadas, no aturden su mente sino la iluminan. ¿Acaso no son todos los descubrimientos de la astronomía revelaciones de su naturaleza hechas por los dioses siderales a sus más queridos discípulos? Esta mística contemplación del cielo, fuente de toda inteligencia, pasará a ser el ideal religioso de los más nobles espíritus. El astrónomo Ptolomeo, quien alcanzó la mayor influencia entre todos los sabios de la Antigüedad, olvidará sus complicados cálculos y sus arduas investigaciones para alabar este éxtasis. De él hemos tomado la siguiente cita: "Como mortal que soy, sé que he nacido y viviré para un solo día, pero cuando contemplo esa apretada multitud de estrellas en su trayectoria circular, mis pies dejan de tocar la tierra y me elevo hasta el propio Zeus, quien me agasaja con cánticos celestiales, alimento de dioses".


Comparemos este sereno éxtasis con los arrebatos de la embriaguez dionisíaca, como describe Eurípides tan claramente en Las Bacantes, y comprenderemos enseguida la distancia que separa esta religión astral de los primeros paganos. En una de ellas, bajo el estímulo del vino, el alma se comunica con las exuberantes fuerzas de la Naturaleza, y la desbordante energía de la vida física se manifiesta en una tumultuosa exaltación de los sentidos y un impetuoso desorden del espíritu. En la otra, la razón sacia su sed de verdad con luz pura; y "la sobria embriaguez" que le exalta hasta las estrellas, no enciende en ella sino un ansia apasionada por el conocimiento divino. La fuente de misticismo se transfiere de la Tierra al cielo.
Nosotros, que en nuestras nórdicas ciudades apenas si percibimos la luz de las estrellas, velada continuamente por nieblas y paliada por los humos, nosotros, para quienes las estrellas son meros cuerpos en estado de incandescencia movidos por fuerzas mecánicas, podemos dificilmente comprender la fuerza del sentimiento religioso que las estrellas inspiraban en los antiguos. La indefinible impresión que producen los espectáculos de la Naturaleza, el deseo incontenible por demostrar las causas de sus fenómenos, eran en su caso combinados con las aspiraciones de la fe hacia esos "dioses visibles", que siempre estaban presentes para ser venerados. La pasión por el conocimiento y el ardor de la devoción, fueron mezclados en la profunda emoción suscitada por la idea de una comunión entre el hombre y la armonía de los cielos.

Manuscrito otomano sobre astrología. En su interior aparece representado el sistema Ptolemaico con los círculos planetarios por el que se basaría la teoría de la música de las esferas.




Hasta aquí el fragmento seleccionado del texto de Franz Cumont. Para finalizar esta entrada dejo otro pasaje de El sueño de Escipión, de Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.), texto influido sin duda por la metafísica visión del Universo que aquí se nos muestra. En esta ocasión, se relata la forma en que se produce la música de las esferas por la que es sorprendido el protagonista en su "onírico" viaje sideral.

Cuando me hube recuperado de mi asombro ante la visión de todas aquellas cosas, pregunté: «¿Qué es esa dulce y maravillosa melodía que llena mis oídos?»
«Eso», respondió él, «es esa armonía que, afectada por la combinación de intervalos irregulares, y sin embargo en armoníosas proporciones y separados así con razones, se debe al impulso y movimiento de las propias esferas: la luz combinada con los tonos más graves; los diversos sonidos, que uniformemente hacen una gran sinfonía. Pues no con silencio pueden hacerse esos movimientos hacia adelante, y la Naturaleza nos lleva a la conclusión de que los extremos dan una nota baja en un lado y una alta en el otro. Así la esfera celestial cuyo curso estelar es más rápido da un sonido alto y agudo; siendo el tono más grave el de la esfera lunar, que es inferior; pero la Tierra, la novena esfera, permanece inmóvil, siempre fija en la sede inferior en el lugar medio del Universo. Además, los movimientos de estas ocho esferas que están por encima de la tierra, y de las que la fuerza de dos es la misma, producen siete sonidos apoyados en intervalos regulares; cuyo número es el principio conector de casi todas las otras cosas. Hombres Instruidos, habiendo imitado este misterio divino con instrumentos de cuerdas y armonías vocales, se han ganado para sí mismos el regreso a este lugar al igual que otros que, dotados de una sabiduría superior, han cultivado las ciencias divinas incluso en la vida humana.»
«Ahora los oídos de los hombres se han vuelto sordos a esta melodia; no hay en vosotros un sentido más apagado. Lo mismo que en ese lugar que se llama Catatdupa, en donde el Nilo cae desde las altas montañas, las gentes que allí viven han perdido el sentido del oído por la magnitud del sonido, así ciertamente, un tremendo volumen de sonido surge de la rápida revolución de todo el Cosmos, pero los oídos humanos no son capaces de recibirlo, del mismo modo que sois incapaces de mirar directamente al Sol, cuyos rayos ciegan y vencen los sentidos.»



Neptune, the Mistic. Gustav Holst

sábado, 20 de marzo de 2010

Magia y astrología, ciencia y arte de la Teúrgia* en el Renacimiento

En la tierra como en los cielos. Hombre zodiacal como reflejo microcósmico de los cielos. De Les Très Riches Heures du Duc de Berry, Francia, inicios del siglo XV (clicar sobre la imagen)


Oh, Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está constreñida por las precisas leyes por mí prescritas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna te la determinarás según el arbitrio a cuyo poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo para que más cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas.

Giovanni Pico Della Mirandola (1463-1494), Discurso sobre la dignidad del hombre


Contempla el mundo enteramente contenido en ti,
Lo que se hizo en último lugar fue lo primero en el pensamiento.
Lo último que se hizo fue el alma de Adán,
Los dos mundos eran un medio para producirla.
No hay otra causa final más allá del hombre,
Se revela en su interior...
Eres un reflejo de "El adorado por los Ángeles (Adán)",
Por esta causa los ángeles te veneran.
Toda criatura que va delante de ti (esto es, todas las demás criaturas del universo) tienen alma,
Y de esta alma sale un hilo que va hasta ti.
Por consiguiente, todas están sujetas a tu dominio,
Pues el alma de cada una está oculta en ti.
Tú eres la médula del mundo en su centro,
Sabe que eres el alma del mundo.


Gulshan-i Râz, "El jardín del Misterio". Mahmud Shabistari (1288, 1320) poeta persa sufí



*Etimológicamente Teúrgia quiere decir “Hacer con Dios y permitir que Dios haga en nosotros, ser colaboradores e instrumentos de Él.” Es una de las ramas del saber hermético, junto con la astrología y la alquimia.
La Magia en general y la Teurgia en particular, no son una ciencia solamente, sino que son una ciencia y un arte; lo que indica que por más formulas que conozca, por más libros que uno acumule, no por ello uno se convierte en mago, es decir en un transformador de si mismo y del mundo que es lo que uno está buscando.



Magia y Astrología en la cultura del Renacimiento, por Eugenio Garin



El hombre-centro del cosmos es aquel que, habiendo comprendido el ritmo secreto de las cosas, se convierte en poeta sublime, pero no se limita a escribir palabras de tinta en efímeras hojas de papel, sino que, como un Dios, inscribe cosas reales en el gran libro viviente del universo.

Para valorar de forma adecuada el significado del tema mágico en los albores de la cultura moderna, conviene recordar ante todo que, si bien en la Edad Media también había gozado de enorme difusión, ahora es cuando abandona ese subsuelo cultural para salir a la luz, y asumiendo un aspecto nuevo, convertirse en un patrimonio común de la totalidad de los grandes pensadores y hombres de ciencia, en quienes experimena una suerte de purificación, y a quienes aporta un estímulo, aún -yo diría, sobre todo- en aquellos casos en que, como Leonardo, éstos polemizan duramente contra los necios cultores de las prácticas nigrománticas. Si nos limitamos a los más grandes, veremos que Marsilio Ficino dedica a la "magia" una parte importante de sus libros sobre la vida; Giovanni Pico escribe una valiente y apasionada apología de la magia; Giordano Bruno define al mago como un sabio que sabe obrar: magus significant hominem sapientem cum virtute agendi. En sus Theses de magia, Bruno, que define según un orden antiguo la escala de los seres y de las influencias de Dios sobre las cosas, insiste en los movimientos que recorren dicha escala y valora especialmente la actividad mágica que se eleva hacia el cielo, combina las cosas, armoniza los contrarios, pacifica los conflictos mundanos y concierta los elementos de un canto sublime. Precisamente, la magia, realizando milagros, penetrando en los corazones de los hombres con las artes del encantamiento y la seducción, reformará de raíz la ciudad terrestre.(...)
En el siglo XV, la nueva imagen del hombre adquiere conciencia de sí mismo y alcanza sus dimensiones propias por la figura de Hermes Trismegisto, y se va plasmando de acuerdo con los lineamientos ya claramente fijados en los libros herméticos. Ahora bien, aunque sea lícito, e incluso oportuno, establecer una neta distinción entre el Pimandro, el Asclepio y los escritos teológicos, de una parte, y los innumerables tratados mágico-alquímicos, de la otra, tampoco hay que olvidar al sutil y profundo parentesco subterráneo que existe entre los primeros y la tradición ocultista, astrológica y alquímica a que pertenecen los segundos. Esa concordancia reside en la idea de un universo vivo en cada una de sus partes, lleno de correspondencias ocultas, de recónditas simpatías e invadido totalmente por los espíritus; universo que es producto de la refracción de unos signos dotados de sentidos ocultos; donde toda cosa, todo ente, toda fuerza es como una voz aún no escuchada, como una palabra suspendida en el aire; donde toda palabra provoca infinitos ecos y resonancias; donde los astros nos hacen señas y se hacen señas entre sí, se miran y nos miran, se escuchan y nos escuchan; universo que es una conversación inmensa, múltiple y variada, unas veces en voz baja, otras en voz alta; unas veces susurrada como un secreto, otras en un lenguaje abierto; y en medio de ese universo, el hombre, prodigioso ser cambiante, capaz de pronunciar toda palabra, recrear toda cosa, inventar todo rasgo, responder a toda invocación e invocar a todo dios.
Con tono solemne, el mismo que ya había intentado seducir a los Padres de la Iglesia, y que en vano éstos habían exorcizado, la bellísima apertura del Asclepius volvía a repetir:"gran prodigio es el hombre, digno de honor y veneración". Inmortal, situado entre la tierra y el cielo, único de los seres de aquí abajo que se arroja más allá, como fuego que se aviva (quod sursum versus vivificum), que con su obra domina la tierra, desafía los elementos, conoce los demonios, se mezcla con los otros espíritus, que todo lo transforma plasmando rostros divinos. Como dirá el poeta, los dioses inmortales descienden del cielo y envidian las figuras que les ha dado el artista humano. En medio de las cosas estables el hombre es ese fuego máximamente inestable que todo quema y todo consume, que todo corroe y todo renueva; no tiene rostro porque tiene todos los rostros, no tiene forma porque deshace todas las formas y en todas renace; a todas posee y de todas se apropia. Por eso -leemos en el Asclepius-, el coro de las Musas descendió entre los hombres; porque aquí, en esta convergencia musical del mundo, se encuentra el reino de aquella poesía verdadera que es creación verdadera.(...)
También aparece imbuida de tonos herméticos la imagen del hombre que trazará, en su discurso el "Principe de la concordia": la marca distintiva del hombre no es tanto la de ser el centro del universo como la de salirse del reino de las formas y, a través de su propia falta de naturaleza, ser el amo de la naturaleza misma. Esa falta de una naturaleza propia, el hecho de ser un punto de libertad total, subordina el entero mundo de las formas al hombre que, por tanto, puede atravesarlo ya sea en el sentido de la degeneración hacia lo demoníaco, o bien en el sentido ascensional de lo divino supraintelectual. El carácter milagroso del hombre reside en el hecho singular de encontrarse suspendido en el centro de las razones limitadas de las cosas, en virtud de lo cual toda la naturaleza, todos los entes, todas las razones finitas dependen en cierto modo de su decisión. Puede arrastrar todo a la disolución, así como puede redimir todo en una tranfiguración liberadora. Todas las cosas son lo que desde siempre han sido, están encerradas en unas condiciones fijas: piedra, animal, planta, astro que gira en su correspondiente órbita. El hombre es una nada que puede ser todo, que se proyecta hacia el futuro; puesto que su humanidad no consiste en una naturaleza ya dada, sino en su autocreación, en la elección de su propio ser, excede de los marcos de lo real. El hecho de no tener un rostro definitivo hace que su ser sea su obra, y esta obra es su determinación de las cosas, la impronta que deja en el mundo al actuar sobre él, es decir, al darle nueva forma, al reformarlo. Cuando, con frecuencia, en medio de temas mágicos, vemos aparecer la idea de que por la voluntad del hombre de Adán, el universo cae o resurge, se convierte en el reino del demonio o en el reino de Dios, no debemos olvidar que se trata de una afirmación dotada de un significado muy concreto. Rota la imagen de un orden en el que el hombre se encuentra englobado, éste queda inserto entre lo informe subhumano, que es lo diabólico, y aquel infinito absoluto, es decir, liberado de toda atadura, que es lo divino; y desde esa posición intermedia puede manipular las formas y el orden tanto para sublimar los entes en Dios como para arrastrarlos a la oscuridad de lo anormal, lo monstruoso y lo caótico. La polémica en favor de la verdadera magia, o magia natural, contra la magia ceremonial, es la defensa de la obra que se vale del orden dado para convertirlo en una escalera ascendente, contra la obra que desciende hacia el abismo de lo pecaminoso y lo informe. Como quiera que sea, la ambigua realidad del hombre radica en que éste es una posibilidad, una apertura através de la cual se exalta la riqueza inagotable del ser, no definido de una vez para siempre y firme en su inmovilidad, sino constantemente proyectado hacia un límite de riesgo absoluto.(...)
Los críticos de la astrología suelen afirmar que el tema de la generación, osea, la determinación del cielo en el momento del nacimiento o de la concepción, establece una vinculación entre todos los seres y con ello rebaja al hombre al nivel de los objetos. En realidad, las cosas no suelen ser así, pues el cielo de los astrólogos no puede interpretarse a la luz de la mecánica celeste pot-galileana, porque la astrología no se plantea tanto como una naturalización del hombre como una total humanización de la naturaleza. Su esfera celeste poblada de espíritus, viva en cada una de sus partes, no es tanto una naturaleza que oprime al hombre como una expansión del hombre en un intercambio permanente, en un diálogo constante con los entes vivos e inmortales que animan las estrellas y las casas del cielo. Nuestra suerte misma no está asignada de una vez para siempre, sino que la reparten una multitud de divinidades que dominan alternativamente en los diferentes momentos. Estos cronocratores son una especie de principios divinos cuyas órdenes se imponen a fuerzas que gobiernan los elementos. Así como en lugar de la mecánica celeste encontramos una mitología, igualmente en lugar de cálculos matemáticos y relaciones cuantitativas encontramos órdenes y plegarias, ataques y defensas, una liturgia y una retórica. Como dice una máxima solemne, que suele encabezar los manuales de astrología, el sabio domina las estrellas porque invierte la línea descendente que va del astro hacia el hombre y la convierte en un movimiento ascendente del hombre hacia el astro. El sabio no sólo aprovecha el margen de posibilidades que supone el choque y el equilibrio de una multitud de fuerzas sino que persuade a las divinas potencias estelares mediante una hábil estrategia.(...)
¿Como procede el astrólogo? Sabe que los influjos astrales actúan sobre las fuerzas profundas, que la corriente de orientación natural presente en todo el cosmos incide subterráneamente tanto sobre lo que consulta como sobre él mismo, que escucha la consulta. Sabe que las fuerzas directrices del cosmos operan en todo y en todos, y que sólo necesita saber escuchar la voz de la estrella. Pero para poder escuchar esa voz es necesario que haga callar la suya propia, es necesario que los límites conceptuales no impidan la manifestación de los impulsos elementales. Así pues, intenta suspender en el que pregunta la vigilancia lúcida de la conciencia, le hace marcar unos puntos en la tierra según ciertas fórmulas, hasta que, una vez determinada la situación, le sugiere mediante recursos apropiados la manera de dominar las estrellas. Como un Dios terreno, el sabio, que se somete a las órdenes naturales para conocerlos, logra transgredirlos.(...)

En este sentido, la medicina mágica presenta aspectos reveladores. El médico se sirve de las imágenes, de las plegarias, para exaltar las fuerzas profundas, las virtudes ocultas, para excitar los espíritus del enfermo y modificar y curar sus órganos. Avicena, ese gran médico cuyos libros reinarán en las Facultades de Medicina hasta el siglo XVII, repetía que el alma es omnipotente, y que las palabras los signos, los símbolos pueden ayudar al restablecimiento de la salud.
El piadoso Ficino, que también era médico, no vacila en relacionar estas prácticas con el valor que reconocían al signo de la cruz los astrólogos y médicos que no compertían la fe cristiana. Benivieni, Ficino y más tarde Pomponazzi se apoyaban en Avicena y en Roger Bacon para interpretar ese fenómeno como una tensión de los nervios, o tensión de los espíritus, realizada mediante procedimientos adecuados, capaces de producir una modificación en las condiciones del cuerpo, que precisamente depende de esos espíritus (Ficino, De vita, III, 18)

La posición mágico astrológica postulaba una solidaridad y una unidad del todo, según las cuales el tililar del astro más lejano repercute en los lugares más recónditos del mundo, y viceversa, todo movimiento anímico resuena a través de infinitas vibraciones; no existen divisiones abismales, sino una gama de correspondencias inscriptas en el río viviente de la vida total.
Como se ve, la práctica astrológica dista mucho de considerar que los acontecimientos etán dominados por un destino férreo, totalmente inscriptos en un mecanismo riguroso. Los conjuros, los encantamientos y los talismanes se realizan porque todo está vivo y animado, y todo es solidario, y el hombre puede invocar a Dios a través de esos ministros vivientes de Dios que son los astros.
Quizá no sea casual que la más fervorosa defensa de la astrología y de la magia haya sido obra de un franciscano, Roger Bacon, cuyos ojos y cuya mente estaban atentos a la dinámica vida de las cosas. Cuando las relaciones últimas de la realidad se consideran como relaciones personales -no números, proporciones y medidas, sino hermano Sol y herman Luna, hermano Lobo y hermana Agua, hermanos y hermanas todos los entes creados, y por encima de todos Dios padre-, en lugar de un entramado de esencias lógicas surge un juego siempre nuevo de existencias, abierto a todas las posibilidades y a todas las instancias persuasivas. ¿Qué otro significado puede tener la doctrina -difundida a lo largo del Renacimiento, y hasta los umbrales de la física newtoniana, a la que Campanella atavió con sonoro ropaje poético- según la cual todo está vivo, animado, todo es móvil y plástico, como no sea el de que el universo es infinito y verdaderamente absoluto, es decir, liberado de toda barrera, de todo límite interno y externo? Es la misma visión que expresaba de modo sublime Giordano Bruno cuando se jactaba de haber derribado todas las murallas del mundo, también equivalente a un rechazo de la contemplación pasiva de unas esencias delimitadas en favor de una laboriosa convergencia de conocimiento y acción, y una ciencia al servicio de la mágica e infinita transformación de todas las cosas.

Esta es la filosofía que abre los sentidos, contenta el espíritu, amplia el intelecto...Descubriremos que no hay muerte no solo para nosotros, sino tampoco para sustancia alguna, porque naba disminuye en cuanto a la sustancia y todo cambia de rostro desplazándose a través del espacio infinito... No existen fines, términos, márgenes ni murallas que reduzcan y disminuyan la infinita muchedumbre de las cosas. Por tanto, fecunda es la tierra y su mar; por tanto, perpetuas son las llamas del sol, y eternamente reciben yesca los voraces fuegos y líquido los mares disminuidos; porque el infinito siempre derrama nueva y copiosa materia (sobre los seres). Giordano Bruno, Theses de Magia.

Se destruye la idea del hombre como puro contemplador, que debe extinguir su carne y su pasión, y desoír todas las llamadas con que la vida intenta seducirlo, para lograr que su propia razón impersonal vuelva a reunirse con la razón universal. Frente a un esqueleto de hombre que se mueve en un mundo de esqueletos geometrizables, se eleva el ideal hermético, donde la voluntad, la obra, el acto, produce y disuelve las formas, crea y se crea, se mueve y se proyecta libremente hacia el futuro en un infinito de posibilidades, en una apertura ilimitada; porque al hombre que obra le corresponde precisamente un universo que se presenta como inagotable posibilidad, donde no hay fuerza alguna que el saber no logre dominar, donde no hay destino alguno que no pueda vencerse, estrella que no comprenda nuestro lenguaje, energía que no obedezca a nuestras órdenes. En la infinita unidad viviente se transgreden realmente todos los límites.

En un famoso pasaje, también de Bruno, vemos que no es sabio quien indaga para encerrar la totalidad dentro de nuestras barreras de los conceptos, sino quien investiga por reencontrarse con la viviente infinidad del universo, para fundirse con esa potencia creadora y para convertirse él mismo en creador. Así, Acteón perseguía a Diana, pero cuando la contempló desnuda, los perros lo despedazaron:

Los perros, pensamientos de cosas divinas, devoran a ese Acteón, y lo liberan... de las ataduras de los confusos sentidos, para que, habiendo derribado las murallas, ya no vea a su Diana como a través de agujeros y ventanas, sino que pueda contemplar plenamente lo que ofrece el amplio horizonte. De modo tal que mira todo como una unidad, ya no ve a través de distinciones y números... ve a Anfitrite, (que es) la fuente de todos los números, de todas las especies, de todas las razones, que es la Mónada, la verdadera esencia del ser de todas las cosas.

El poder infinito del hombre se concentra en la unidad del Acto. Así, el sabio domina las estrellas y el mago plasma los elementos; así el ser y el pensamiento se conjugan, y la realidad se abre totalmente. Este, y no otro, era el sentido de la defensa de la magia, que el Renacimiento incluyó en su exaltación del hombre.

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Este ensayo se encuentra junto con otros en Medioevo y Renacimiento, editorial Taurus 2000, de Eugenio Garín.

Las imágenes que he puesto acompañándolo proceden del manuscrito sobre astrología, Atlas celeste de Strabou.