"El hombre moderno no cree en la supervivencia y en una superación de la muerte por ella, tan sólo y en la medida en que no tiene ante sí, intuitivamente, su muerte, tan sólo y en la medida en que no vive "en vista de la muerte."
Max Scheler, Muerte y supervivencia"Si un samurai habitúa a su espíritu, día tras día, a la idea de la muerte, será capaz de morir con toda quietud llegado el momento."
Yamamoto Tsunetomo (1659-1719), El Hagakure
Los tratados sobre ética caballeresca suelen encontrarse en las culturas guerreras, un ejemplo de ello lo encontramos en el Hagakure escrito en el Japón del siglo XVII por el samurai Yamamoto Tsunetomo durante su retiro en las montañas. En él recogió las reglas del Bushido, esto es, el código guerrero de los samurai.
El occidente europeo no conserva ningún tratado como tal de normas éticas dirigido a la clase guerrera, sin embargo, según Victoria Cirlot, nos han llegado una gran cantidad de relatos, novelas caballerescas y libros de caballerías dónde se puede encontrar una ética de comportamiento, códigos sobre el honor y el amor con una función iniciática y educativa. Es admisible pensar además, que el simbolismo que se descubre en los relatos y leyendas transmitieran una forma de comprensión de la vida y de la muerte. La litertura medieval se considera una litertura didáctica dentro de la teoría del arte de las culturas tradicionales, entendiendo que todo arte poseía una función intelectiva según el famoso aserto ars sine scientia nihil est (arte sin ciencia no es nada) dirigido de forma especial a grupos sociales alejados de la práctica del pensamiento abstracto desarrollada en las escuelas, pero en cambio habituados al valor de la gestualidad y al rito ceremonial.
En la Edad Media la muerte estaba inserta en la vida cotidiana, un hecho frecuente y cercano entre los acontecimientos comunes dada la alta mortalidad de la población, pero con una presencia más intensa dentro de la clase caballeresca por encontrar en el combate su particular forma de vida. Esta "casta guerrera" se ejercitaba en el manejo de las armas en torneos, justas y otros "simulacros de la guerra", teniendo como finalidad la distracción en tiempos de paz, la promoción de caballeros de la baja nobleza, pero sobre todo, a superar el miedo a la muerte, a convertir la muerte en un juego.
por
Victoria Cirlot
Antiguos rituales de origen pagano, celta con toda probabilidad, destinados a señalar los pasos y las transformaciones, y en especial la muerte, sobrevivieron en los romans artúricos como motivos literarios. En ellos parecía aludirse a prácticas arcaicas realizadas en contextos periclitados dentro de una cultura cristianizada, pero cuya simbolización a través de la escritura no supuso su fosilización, sino que por el contrario se vieron revivificadas por la ficción novelesca, que a su vez modeló los comportamientos de la caballería en los siglos posteriores. La recepción mimética, característica del género román, determinó la funcionalidad de tales motivos literarios convertidos en ejercicios reales de la caballería desde el siglo XIII, pero además el lenguaje icónico con su inmensa riqueza de significados debió de formar interiormente al público que seguía atento las aventuras caballerescas. Una perturbadora violencia invade los gestos caballerescos que no vacilan nunca ante la degollación, mientras los chorros de sangre tiñen los campos y las armas. La costumbre de llevar en el arzón de la silla la cabeza de un caballero, durante días y meses, no desentona con escenarios absolutamente siniestros invadidos por la descomposición y la muerte. Una finalidad impulsa esta estética de la muerte, y esa no es otra que la de integrarla en el espacio de la vida.
El hombre antiguo, frente al hombre moderno, viviá, pensó Max Scheler, "a la vista de la muerte" (angesichts des Todes), justamente porque creía en la supervivencia. Tratar con la muerte, familiarizarse con ella, sólo parece posible cuando el espíritu es un cimiento. Ciertamente, "la vida triunfa sobre el espíritu" y "toda actividad del espíritu sería un ensayo con medios insuficientes de salvar en un cosmos espiritual de las garras de la naturaleza muerta", pero la realidad espiritual impide concebir la muerte como el cese absoluto. El terror que supone la "conciencia de ser para la muerte" según la célebre expresión heideggeriana, despertado en la madurez de la vida, tiene que ser combatido, e incluso superado. Algunas aventuras relatadas en los romans artúricos parecen estar destinadas a su recreación interior, de modo que la preparación para la muerte constituyen su efectiva enseñanza.
Lancelot cruzando el puente de la espada
(...) Al mismo Gauvain le sucede otra aventura narrada en otro roman, un roman francés anterior a Sir Gawain de mediados del siglo XIII titulado L’Âtre périlleux (El Cementerio peligroso), en el que vuelve a situarse ante la muerte. En esta ocasión el planteamiento novelesco produce perplejidad, la del protagonista y la del público, y en la obra parecen amalgamarse historias muy lejanas, incomprensibles quizás ya para el autor anónimo francés, con intenciones y sentidos diversos a los originales, ejerciendo así un extraño efecto. Con todo, es ésta una obra de un gran interés simbólico que vuelve a situar a la caballería ante el juego de la muerte. Errante por el bosque, Gauvain se encuentra con tres doncellas que lloran desconsoladamente. A su pregunta de cuál es el motivo de su llanto, una de ellas responde diciendo que lloran porque Gauvain, el mejor de todos los caballeros, ha muerto. Gauvain trata de disuadirles de ese pensamiento asegurándoles que el sobrino del rey Arturo no ha muerto en absoluto, cuando un joven ciego que acompaña a las doncellas le asegura que no caben dudas acerca de la muerte de Gauvain, pues él mismo había sido testigo de su muerte. Conocía perfectamente a Gauvain y había asistido a un terrible y desigual combate en el que Gauvain se había visto asaltado por muchos caballeros y lo habían descuartizado. Él mismo había perdido los ojos tratando inútilmente de ayudarle. Ante semejante discurso rebosante de certeza a Gauvain no le queda otro remedio que despedirse de las doncellas y del joven, y proseguir su camino. Sólo que ahora se ve acechado por un dilema: no sabe qué aventura seguir, si aquella por la que había salido de la corte del rey Arturo, o ésta última que le acaba de salir al paso. En cualquier caso, hay algo seguro: a partir de este momento Gauvain ya no podrá revelar su identidad, pues para el mundo él está muerto. Esto supone un cambio radical en sus hábitos, pues Gauvain, a diferencia de otros caballeros del mundo artúrico, siempre dice quién es. La obra particular, en este caso El Cementerio peligroso, se inserta en un contexto más amplio, el del género, la novela artúrica, y el subgénero, la serie de romans postclásicos cuya característica común consiste en tener a Gauvain como protagonista. El comportamiento de Gauvain adquiere sentido al proyectarse sobre un telón en el que encuentra marcado contraste, haciendo verdad el aserto de que "un roman no se lee nunca solo". Y así nos encontramos de repente ante un Gauvain diferente abocado a un cambio radical que consiste en ocultar persistentemente su identidad motivado por la convicción generalizada de su muerte. Y así Gauvain prosigue su camino en un reino en el que él supuestamente ya no existe. En esa suposición reside el juego y también la iniciación. Gauvain tendrá que vivir a partir de ahora "como si" hubiera muerto. Las tres doncellas que lloran su muerte parecen dibujar como tres parcas su destino. Gauvain vivirá realmente una muerte simbólica: le robarán su nombre, a su caballo Gringalet lo que alude a la supresión de uno de sus atributos fundamentales. Se trata de una pérdida/robo que preludia la real adquisición por parte de Gauvain de la consciencia de su muerte, pues de pronto el caballero comprende por qué tiene que ocultar su identidad:
No es posible conceder un significado banal a la expresión, al menos dentro de las normas que rigen el género, según las cuales el nombre es idéntico a la persona confiriéndole realidad. La imagen más poderosa del relato pertenece a la aventura que le da título. Sucede en el cementerio peligroso que Gauvain se sienta sobre la lápida de una tumba de mármol gris cuando ésta comienza a moverse. Atenazado por el miedo Gauvain cambia de asiento y ve entonces cómo la tumba se abre y de ella sale una bellísima doncella, vestida con dos sedas unidas por la mitad, la una verde y la otra roja. Por la doncella Gauvain combatirá con el diablo que la hizo prisionera de la tumba y gracias a la doncella podrá vencer Gauvain a Escanor y concluir así su primera aventura. Escanor, su enemigo mortal, el único al que debía temer según le descubre la doncella de la tumba quien extrañamente conoce toda su vida, ofrece semejanzas asombrosas con el propio Gauvain. Comparte uno de sus atributos, según nos transmiten los romans de Gauvain, consistente en el aumento de su fuerza con la luz del sol. Escanor, al igual que Gauvain, sólo puede ser vencido con la caída del sol, de tal modo que el combate entre Gauvain y Escanor parece remitir al mito gemelar según el cual un gemelo tiene que matar al otro. Un juego de espejos se levanta ante Gauvain enfrentado ante el gemelo, y confrontado con el doble a quien efectivamente mataron al confundirlo con él. La magia y el encantamiento permiten que el relato acabe bien con la reconstrucción de los miembros descuartizados del joven que fue confundido con Gauvain y con la recuperación de la vista del otro joven que acompañaba a las tres doncellas. El autor anónimo no se detiene en aclarar esa confusión. Sólo puede suponerse que mucho debía parecerse a Gauvain para que todos se equivocaran de personaje. Pero ¿se trata ciertamente de una confusión, de un equívoco? El viejo motivo literario de la muerte ficticia, como la de Erec, o como la de Lancelot en El Caballero de la Carreta, que en ambos casos permite la reconciliación de los amantes, posiblemente no responda a otra cosa más que al juego de la muerte como aquella ficción que coloca al personaje en una situación límite a partir de la cual adquiere una visión diferente de los sucesos. Según una lectura simbólica de las imágenes que se suceden en el relato, Gauvain desciende al reino de los muertos en busca de la parte femenina e instintiva, la Doncella de la Tumba, para combatir aspectos psicológicos de su ser, -Escanor, el mismo joven descuartizado-, en un combate que es una muerte. Su propio desmembramiento parece contener los restos del antiguo mito de la desmembración del dios y su reconstrucción no puede sino significar la resurrección que sucede a toda muerte en determinadas creencias. El relato desplegaría así, a través de las imágenes, el tiempo invisible que sucede desde la muerte hasta la resurrección, ordenado en aventuras que funcionan como escalones, como etapas de un recorrido que tiene una finalidad y un fin. Esta idea de la vida como un tiempo que puede ser medido en distintas fases y etapas, grados y escalones, es necesariamente contraria a una idea de un tiempo indiferente y, por el contrario, propone como idea-eje su diferenciación cualitativa. Seguramente procede de los ritos de paso que se exigen para marcar el acceso a las nuevas etapas, al menos de aquellas fundamentales. Presupone la transformación como fundamento del desarrollo y evolución vital, y la transformación encierra en su seno la muerte de aquel que fue para renacer en otro que todavía ha de ser. La vida, como movimiento continuado, está hecha a base de muertes necesarias para enterrar el pasado y abrir el futuro, pues sólo así puede la vida seguir viviendo. Los cambios de nombre que sufren los personajes de la novela artúrica significan esas constantes transformaciones, como le suceden al Caballero de las dos espadas, que a lo largo del relato cambia cinco veces de nombre. La adquisición de un nuevo nombre como acontecimiento único según el modelo del roman clásico, tal y como le ocurre a Lancelot que de pronto pasa a llamarse Caballero de la Carreta, o a Yvain quien a partir de la aventura del león y la serpiente adquiere el nuevo nombre de Caballero del León o a Perceval que después de la aventura del Graal "adivina" su nombre y deja de llamarse Buen Hijo para llamarse Perceval, manifiesta que existe un momento culminante en la vida privilegiado sobre todos los demás en la jerarquía de las transformaciones, pues como el filo de una navaja sesga el tiempo de la vida en un antes y un después. Como también existe un acto único y decisivo que desvela todos los misterios de la muerte: levantar la lápida de la tumba de modo que el interior de la tumba se descubra ante la mirada. En El Caballero de la carreta de Chrétien de Troyes por ejemplo, la lápida es inamovible. No ha nacido caballero que pueda levantarla, hasta que llega Lancelot cuya identidad en esa aventura está oculta tras la máscara de El Caballero de la carreta. En el cementerio el monje de la abadía le explica que nadie ha logrado levantar la lápida, pero para su asombro Lancelot la levanta sin esfuerzo alguno.
El interior de la tumba no aparece descrito como tampoco se describen los secretos y las maravillas que Galaad contempló en el interior de la copa, pero la imposibilidad de levantar la lápida que aparece como la extrema pesadez, no indica más que la inmensa dificultad de la aventura que, en esencia, no es otra que mirar a la muerte cara a cara. Sólo después de esta aventura podrá llegar Lancelot al reino de Gorre hasta donde la reina, la amada, ha sido conducida. Si Lancelot alcanza ese reino de los muertos, se debe a que ya ha dejado detrás la muerte, o dicho de otro modo, la muerte está detrás y no delante. Esa recolocación temporal de la muerte, como un acontecimiento sucedido y no por suceder, constituye la gran victoria en la vida y de la vida. Ha sucedido como si el actor hubiera dado un gran salto acrobático y a través de su inversión corporal hubiera trastocado el orden habitual de las cosas. El levantamiento de la lápida es el acto simbólico mediante el cual se significa que Lancelot ha atravesado la muerte y ya está preparado para el gran descenso que le ha de llevar hasta el encuentro con la amada. Las aventuras se duplican, se multiplican a veces dentro de una misma obra; siempre, en el interior del gran corpus textual artúrico. En su multiplicidad no son idénticamente las mismas sino sólo parecidas, variantes, cuyas repeticiones alertan acerca de que el paso por el lugar semejante puede suceder una y otra vez. En otros casos, en especial en los romans de Chrétien, su carácter único adquiere una ejemplaridad notable desbrozándose así toda la maleza para enseñar un itinerario claro y nítido.
Junto al imaginario novelesco hay que señalar también la existencia de prácticas realizadas por la caballería medieval, dentro de unos comportamientos modelados justamente por las aventuras de los romans. El simulacro de la guerra, simulacrum proelii, como lo llamó Geoffrey de Monmouth, constituyó un ejercicio que nació en la época en que la caballería adoptó una técnica propia de combate. Torneos, justas y demás juegos caballerescos estuvieron destinados a ofrecer una forma de vida caballeresca, permitir el adiestramiento en el manejo de la armas, servir de distracción en tiempos de paz, promover el ascenso social, hacer posible las ganancias de botines, y, sobre todo, enseñaron a superar el miedo a la muerte, a convertir la muerte en un juego. La posibilidad abierta y libre que ofrecían los juegos caballerescos de poner la vida en el riesgo de la muerte según diversos grados de peligrosidad, tuvo que permitir a la caballería vivir de cara a la muerte. Sólo una cultura que crea en la supervivencia, puede jugar con la muerte. Quizás sea sólo en el juego donde pueda haber experiencia de la muerte. En el "como si" que auna juego y ficción se abre el campo donde es posible no sólo imaginar sino también practicar el sendero de la muerte. Quizás esas prácticas fueran integradas en la forma de vida caballeresca gracias a la idea contenida en las imágenes simbólicas de la novela artúrica que adentraban en la escena de la vida y de la muerte.
Lecturas:
Victoria Cirlot, Figuras del destino. Mitos y símbolos de la Europa medieval. Siruela 2005 Heinrich Zimmer, El rey y el cadaver. Paidos Orientalia 1999
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8 comentarios:
Me quedo con estas palabras: "Sólo una cultura que crea en la supervivencia, puede jugar con la muerte".
Me pregunto acerca de nosotros, qué relación tenemos con ese acontecimiento en el cual no queremos pensarnos. Pareciera que siempre la muerte es algo que les sucede a los otros, aún cuando sean muy cercanos y amados son "los otros"; hasta que llegue la hora en que cada uno deberá asumir su propio protagonismo en una escena no deseada, al menos no es común que asi sea...la muerte es un paraje silencioso, lleno de voces que no podemos comprender...
¡Gracias Jan! Muy interesante este texto.
Te envío un fuerte abrazo, Mabel
Espectacular como siempre! Muchisimas Gracias! La sincronicidad-causalidad de tus entradas, me ayudan siempre para terminar de cerrar ideas, ciclos, transformaciones, etc.
Excelentes!
Saludos!!
Mabel, se me ocurre que la idea actual bastante extendida que entiende la muerte como el punto final a una trayectoria lineal, apartándola y anulando cualquier vínculo relacional con ella, si la comparamos a como ha sido afrontada a lo largo de los periodos históricos por las diferentes culturas y creencias, en verdad podría verse como una rareza, una excentricidad. Algo que por otra parte, desde ese punto de vista también se haría extensivo a otros muchos aspectos de la vida contemporánea. Tiempo curioso y fascinante este que nos ha tocado vivir...
Mis mejores deseos
Amigo anónimo,
bienvenido de nuevo a este espacio.
De verdad, me anima que los textos aquí publicados, selección de las lecturas que han podido ser un estímulo en mi personal andadura, puedan serlo también para ti.
Un cordial saludo
Pues acabo de acabar el mismo libro de Victoria Cirlot, y ha sido un viaje maravilloso por esas historias donde todo está lleno de significado, todo es sugerente, los personajes se enfrentan a la vida y a la muerte y transitan por mundos diversos; tiene su propia lógica, su realidad alternativa. En cambio en las novelas en prosa veo ya la aparición de las historias de caballerías, donde lo fantástico es más gratuito, por ganas de epatar. Entiendo que fuera el referente para los caballeros de la época, como si la ficción fuese para ellos la realidad ideal. El Amadís fue leído como un código de caballería en el siglo XVI y se le conocía como la “Biblia del rey”, aunque ese era ya otro mundo. Pero hasta la llegada del Quijote, las andanzas de los caballeros apasionaron a toda Europa.
Ahora tengo listas las obras de Chrétien de Troyes para sumergirme en ellas y leerlas a fondo.
Saludos,
h.
No he leído el Amadís, creo que hace ya bastantes años empecé a leerlo pero enseguida desistí. Supongo que no sería el momento apropiado... Desconocía que fuera considerado un código de caballería, algo que parece no coincidir con la apreciación que dejo en la introdución de la entrada, de no ser reconocida ninguna obra del Occidente europeo como tal, según recogí de un escrito de Victoria Cirlot.(?)
Opino igual que tu, que la lectura del libro pueda resultar un viaje maravilloso.
¿Así que ya has hecho acopio de obras de Chrétien de Troyes? Siruela, editorial con la que ha trabajado Victoria Cirlot, como posiblemente ya sabes tiene algunos títulos publicados de este autor en la colección Biblioteca Medieval. De esa colección tengo por aquí por casa "El caballero del León", uno de sus títulos más emblemáticos. No se si estará en tu lista, pero encuentro que es muy recomendable, y además esa edición cuenta con un epílogo magistral del gran mitólogo Heinrich Zimmer, del que en otro comentario ya te hable de su obra "El rey y el cadaver".
Como siempre un placer poder saludarte.
En cuanto al Amadís, no es contradictorio con lo que dices, no es un código escrito como tal, como el Hagakure, es una idealización de la vida caballeresca, que fue tomado como referencia para las ideas sobre el honor y el amor en el siglo XV. Fue un éxito espectacular traducido a muchos idiomas europeos, hubo una auténtica fiebre por él. Pero no es una lectura fácil, sólo apasiona a algunos pirados como yo, y un tal Alonso Quijano.
He reunido los libros de Chrétien de Troyes que he encontrado en bibliotecas, son exactamente las traducciones recomendadas en “Figuras del destino”, en espera de poder buscarlos por librerías con más paciencia. Veremos qué ediciones encuentro, me apunto la recomendación de Siruela.
h.
Ok, hiniare, gracias por aclarar lo que me pareció que se contradecía.
Bueno, yo también estoy algo piradillo, pero puede que lo tuyo y lo de Alonso Quijano sea más grave ;-) Por cierto, que éste, después de leer el Amadís de Gaula y otros libros de caballería se creyó él mismo caballero andante. A ver si te va a pasar a ti lo mismo en versión fémina... Ahora, que puesta a luchar contra ogros, demonios y fantasmas trabajo no te iba a faltar. Con lo que se ve por ahí ocupando la primera plana de los informativos...
No ahora en serio, espero que disfrutes de esa estupenda lectura que has elegido y a la que te vas a dedicar los próximos y veraniegos días. Saludos
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