Capítulo IV, trata del dios que se llamaba Tláloc Tlamacazqui. "Este dios llamado Tláloc Tlamacazqui era el dios de las lluvias. Tenían que él daba las lluvias para que regasen la tierra, mediante la cual lluvia se criaban todas las yerbas, árboles y frutas y mantenimientos. También tenían que él enviaba el granizo y los relámpagos y rayos, y las tempestades del agua, y los peligros de los ríos y de la mar. En llamarse Tláloc Tlamacazqui quiere decir que es dios que habita en el Paraíso Terrenal, y que da a los hombres los mantenimientos necesarios para la vida corporal. "
¡La naturaleza! Nos rodea y nos ciñe; somos incapaces de salir de su ámbito e incapaces también de penetrar en ella más profundamente...
Vivimos dentro de ella y le somos ajenos. Habla con nosotros sin cesar y no nos revela su arcano...
A cada uno se le aparece en una figura peculiar. Se esconde bajo mil nombres y formas y es siempre la misma...
El texto que sigue a continuación forma parte del primer capítulo titulado "La concepción de la realidad" de la obra de Paul Westheim "Ideas fundamentales del arte prehispánico en México", Alianza Editorial, Madrid 1987.
"Dada la visión de la naturaleza del hombre de pensamiento mágico, el quehacer artístico precolombino constituye una vía para descifrar los misterios de la existencia humana y de las fuerzas sobrenaturales y un procedimiento para fijar los acontecimientos cíclicos, el curso renovado del tiempo y la intervención del hazar. Como señala Paul Westheim, la mitología del espíritu precortesiano exige métodos de elucidación apropiados para reconocer la deslumbrante originalidad de sus valores y formas, para comprender la visión del mundo que cada artista anónimo se propuso transmitir mediante el volumen o el color y para escribir la estructura cultural que determinó esas creaciones". (De la contraportada del libro)
Desde España un saludo especial a los visitantes de México a este blog.
Códice precolombino de Laud
La realidad como tal ha sido idéntica e inmutable desde que existe nuestro mundo, pero lo que cambia constantemente es la interpretación mediante la cual el hombre se esfuerza por comprener el misterio de la realidad. Para la ciencia, que es una de las interpretaciones del universo -la actual-, ese cambio se llama "progreso científico" y consiste en adquirir nuevos conocimientos y desechar como anticuados y anticientíficos los conocimientos que en épocas pasadas se consideraban "hechos incontrovertibles". En el curso de siglos y milenios, la humanidad ha encontrado nuevas explicaciones para los mismos fenómenos naturales; y en cada caso la última le ha parecido la única acertada. Durante miles de años antes de Kepler se creyó que el sol recorría la bóveda celeste por encima de la tierra, y esta creencia era una de las bases más firmes de las ciencias naturales. Los griegos la personificaban en la imagen de Apolo que conducía el carro del sol a traves de las regiones del éter. Hasta el momento, muy reciente, en que se logró la fisión del átomo, lo cual dio lugar a una transformación revolucionaria del pensamiento científico, todo el mundo "sabía" que el átomo era una unidad última e indivisible, e incluso con este "conocimiento" se trabajaba en la práctica científica, así como en la actualidad se empieza a emplear prácticamente la energía atómica. Ya Newton dijo que en el fondo no existen las llamadas leyes de la naturaleza; que éstas no pasan de ser fórmulas, útiles para comprender algunos de los fenómenos naturales. Fórmulas, podemos agregar, que, según el nivel científico de cada época y el concepto del mundo expresado en él, han servido para comprender un fenómeno de otra índole, inquietante desde los albores de la humanidad: el antagonismo entre el hombre y el universo.
Folio I del códice Fejévári-Mayer. La cubierta de este manuscrito precolombino presenta los conceptos de orden cósmico: los cuatro puntos cardinales están relacionados con los colores particulares, pájaros y árboles con un marco en forma de cruz de Malta con 260 puntos, en alusión a la rueda calendárica y a su finalización.
El mito es asimismo una de las interpretaciones de la realidad: es la realidad tal como la interpreta el hombre partiendo de la existencia y el obrar de fuerzas sobrehumanas, a las que su imaginación da la forma sensible y corpórea de deidades. Hechos que a nosotros nos parecen "naturales", porque disponemos de una explicación física racional que así nos la hace ver -por ejemplo, el eclipse de sol, producido por la interposición de la luna entre la tierra y el sol-, son para el pensamiento mágico-mítico sobrenaturales, misterios sólo explicables como acciones de los dioses. Nuestra interpretación científica de la lluvia -el agua desde la superficie de la tierra sube, convertida en vapor, a la atmósfera, forma nubes y vuelve a caer a la tierra- no hubiera bastado al hombre precortesiano.
Montaña por la que asciende la lluvia en el Paraíso Terrenal o de Tláloc
También él, gran observador de la naturaleza, sabía que la lluvia caída del cielo no es sino la humedad que asciende de la tierra. Pero ¿como llega al cielo? No puede pensar en procesos de transformación que se realizan de un modo automático, ni creer que fenómenos como la lluvia -que unas veces aparece en forma de aguaceros torrenciales y otras no se presenta en absoluto-, como el crecimiento de las plantas, el movimiento del sol y la luna, el soplar del viento, sean de índole puramente física. También él busca una explicación causal. Pregunta cuál es la potencia que provoca estos fenómenos; y sólo si logra personificar aquella como espíritu, demonio o deidad, sabe que éstos pueden suceder y suceden en realidad. Según su modo de pensar la lluvia necesita, para ascender la ayuda de una divinidad o de seres al servicio de ella. Estos seres son las serpientes de nubes, que moran en el interior de las montañas. Las montañas mismas son consideradas una especie de recipientes de agua. "Por fuera son de tierra, como si fuesen casas llenas de agua" (Sahagún). Las serpientes de nubes se empapan de agua y luego suben al Cielo. Por orden del dios de la lluvia se desprenden allí de su valiosa carga, y la lluvia cae a la Tierra. Así, la serpiente de nubes partida en dos representa en el Tonalámatl el fin de las lluvias, el comienzo de la estación seca. Según otra versión, las serpientes de nubes suben el agua a la morada del dios de la lluvia, donde la vierten en cuatro estanques. Allí los Tlaloques, auxiliares de Tláloc, llenan sus vasijas; luego, una vez más por orden suya, la rompen con palos, y el agua riega los campos. Las serpientes de nubes vuelven a su morada en el interior de los cerros y duermen durante la estación seca, hasta que las despierta la voz del dios de la lluvia -el trueno- y les ordena que reanuden su actividad. También se creía, tercera versión del mito, que la diosa de la Luna recoge el agua en una olla -la olla en cuyo interior se encuentra un conejo, que es uno de sus atributos- y que después la vuelca boca abajo, haciendo que el agua se derrame en la tierra. (El mito mexicano explica la menstruación por el desbordamiento de la vasija que llena la diosa de la Luna durante determinado periodo, creando un nexo entre el hecho fisiológico y el astro nocturno. El recipiente de la diosa lunar se consideraba asimismo como símbolo del útero). La olla de la diosa lunar sirve además para interpretar otro fenómeno natural: el crecer y menguar de la Luna. La Luna crece porque cada día aumenta la cantidad de agua dentro de la vasija y mengua porque la diosa poco a poco va vertiendo su contenido. Para que el agua no inunde al mundo, el lucero del alba, precursor del Sol, mata con su flecha a la serpiente nocturna del agua. Luego le cuenta al águila lo que hizo. Esta le ordena al halcón que le traiga la serpiente muerta y la devora. En una imagen Maya (Codice Tro-Cortesiano, lamina 15, imagen de la derecha), el dios de la lluvia (Tlaloc) golpea con el hacha "que abre camino a las nubes" un rectángulo, que, según los jeroglíficos inscritos en él, simboliza la bóveda celeste. De este Cielo rectangular pende boca abajo una olla. El agua de la lluvia cae sobre el cuerpo de la serpiente de nubes; entonces ésta, que previamente ha subido el agua al Cielo, vuelve a bajarla a la tierra.
El Sol avanza por el Cielo, porque cuando nace, lo pone en marcha el soplo del dios del viento; se mantiene en la altura gracias a las dos serpientes rojas llamadas Xixiuhcoa, que lo conducen durante su carrera. En el Códice Vindobonensis una de ellas lleva el Sol a cuestas.
El hecho de que el árbol dé frutos, frutos comestibles, sólo puede explicarse suponiendo la intervención de un ser divino que los baja del Cielo. Esa Pomona mexicana es la cigarra. Los dioses atavían a esa hija suya con suntuosos "vestidos", es decir, con los botones de los árboles frutales, "con todos los botones que hay". Adornada de tal manera, suele presentarse algunos meses antes de empezar la estación de las lluvias, precisamente en la temporada en que maduran muchas frutas. Ella es quien las trae, y con su chirrido invita a los hombres a tomarlas. Ya "desvestida", regresa al Cielo. Luego la diosa de la Tierra y de la Luna recoge en las diferentes partes del mundo los "vestidos", o sea las flores, y las cuelga como estrellas en el Cielo nocturno -algo como una resurrección-, hasta que en el año siguiente sirven de nuevo para "ataviar" a la cigarra.
Para el pensamieno mítico la causa operante es siempre acto de los dioses. "No hay ninguna cosa puramente pensada o imaginada que no sea al mismo tiempo algo real y operante", dice Ernst Cassirer (Philosophie der Symbolformen), hablando del mito. El pensamiento físico-matemático, en cambio, es más bien construcción abstracta. Se esfuerza por desarrollar métodos adecuados para transformar la cosa puramente vista en cosa pensada. Desmaterializa el fenómeno para reducirlo a elementos radicales que hagan posible su clasificación, es decir, para comprobar a) los elementos idénticos, de los cuales resultan coincidencias, b) los elementos disímiles, de los cuales resultan diferencias. De esta suerte se crean normas en que basar un orden y un sistema científico. El homo sapiens es una abstracción de ese tipo. Unamuno (del sentimiento trágico de la vida), que contrapone al hombre abstracto con el hombre de carne y hueso dice de aquél: "Un hombre que no es de aquí o de allí, ni de esta época o de la otra, que no tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir, un no hombre." Max Planck definió alguna vez la tarea de la física en la forma siguiente: "El físico tiene que medir todas las cosas mensurables y reducir todas las cosas inmensurables a mensurables." Para el pensamiento propio de las ciencias naturales, la explicación de la realidad es la fórmula; en el pensamiento mítico lo es la deidad.El mito es para el hombre del México prehispánico la realidad que forma e informa su vida, su pensamiento, su fe, su conciencia y también su subconsciente. Gracias al mito comprende el cosmos y su propia posición en él. En el mito descubre el sentido y significado de su circunstancia terrestre y de sus vivencias metafísicas -entre las cuales, para su modo de pensar, no hay límite, ni diferencia: no distingue entre los fenómenos sensibles y los suprasensibles. El mito es una fuerza más vigorosa y arraigada en estratos más profundos que la razón. Para el hombre que no adquiere sus conocimientos mediantes procesos de abstracción, el mito es la ciencia que le pone en condiciones de resolver sus problemas vitales a su propia manera, es decir, de acuerdo con sus representaciones. No pregunta si acaso puede haber otras soluciones; está convencido de que las únicas exactas, acertadas y posibles son las que le ofrece el mito -que, según Durkheim (Les formes élémentaires de la vie religieuse), refleja asimismo la estructura de la sociedad en cuyo seno surge- se hallan reunidas las experiencias, legadas de generación en generación y a las que la comunidad debe propiamente su existencia, que la van modelando y sin las cuales no puede subsistir. Que al dios del Sol haya que alimentarlo con sacrificios y que el sacrificio del hombre sea necesario para que la deidad conserve sus fuerzas, no es para el mundo mesoamericano una representación que se pueda tomar o dejar: es un hecho tan real como lo es para el químico que el agua se compone de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Así, la profecía de un sacerdote maya, mencionada en el Libro de Chilam Balam de Tizimín, que se refiere a la llegada de los españoles, es, desde el punto de vista el sacerdote, perfectamente lógica. Dice: "Perdida será la ciencia, perdida será la sabiduría verdadera." En el México antiguo, que basa su concepción del mundo, sus ideas y su pensamiento en el principio del dualismo, falta, sin embargo, el dualismo que rige la relación entre vida y fe. El mito no es un dominio al margen de la vida; no es la satisfacción de las necesidades metafísicas, posterior o simultánea a la satisfacción de las necesidades materiales: abarca la totalidad de la vida, tanto la religiosa como la profana, que de todos modos está religiosamente determinada. Cualquier empresa, de la índole que fuere, sólo tiene sentido, sólo ofrece posibilidades de éxito, si se realiza en consonancia con la voluntad y ayuda de los dioses. El campesino cultiva su campo y lo siembra, pero la germinación y el crecimiento de las plantas es obra de las deidades, cuya colaboración debe grangearse el hombre siguiendo las instrucciones del mito. El guerrero no sólo es guerrero de Huitzilopochtli o de Tezcatlipoca, en el sentido de que uno u otro es el patrono de la tropa a que pertenece: lucha y muere en cumplimiento de la obligación religiosa que le ha sido impuesta. Dentro de ese mundo anclado en el mito no es concebible que alguien que carezca de fe pueda ser un buen campesino, un buen guerrero, un buen comerciante. Desentenderse de las concepciones y exigencias del mito no sólo sería peligroso -pues provocaría el castigo de la deidad-; sería sobre todo locura, porque es locura la confianza del hombre en su propia fuerza. La percepción del mundo "no es asunto de los ojos, es asunto del hombre todo y de su actitud anímica ante la vivencia de la naturaleza" (Wilhelm Worringer, El arte egipcio). Lo que los sentidos transmiten es apariencia, cosa problemática, susceptible de diversa interpretación. La interpretación mítica no se limita al aspecto físico, sino que se basa en las representaciones cósmicas del hombre. El mito presta significación e importancia al fenómeno; transforma el mundo de la apariencia en una realidad encantada. Igual que la religión, tiene la virtud de transustanciar el pan en carne, el vino en sangre. El encuentro "deportivo" del juego de pelota se vuelve lucha entre deidades -Xólotl o Tezcatlipoca contra Quetzalcoatl- y se convierte en cuestión crucial para la comunidad; pues el triunfo del dios representante de la noche y de la muerte significa y vaticina infortunios venideros. En el "Canto que entonaban cada ocho años cuando comían tamales", recogido por Sahagún, el campo de juego se designa con la palabra navalachco, esto es "la plaza mágica del juego de pelota". La pelota de hule que se dispara por el aire simboliza la esfera solar. Las cuatro divisiones de la plaza, dos claras y dos oscuras, representan al mundo del Sol y al mundo inferior. Si el jugador logra que la pelota pase por la argolla adornada con el símbolo de Xiuhcóatl, la serpiente de fuego, esto significa la puesta del Sol, su hundimiento en el seno de la Tierra; significa noche frío, muerte. Francisco del Paso y Troncoso llama a las dos argollas "las dos piedras de la suerte". Lo que en ese juego sagrado excita al espectador, no es sólo la agilidad de los jugadores, sino la manifestación de los designios divinos; al calor de la lucha que presencia nace su emoción, el éxtasis religioso, que aumentan su anhelo de servir a los dioses, de contribuir al mantenimiento del universo. Danza y sacrificio -esto es, solemne adoración de las divinidades, invocación de su benevolencia- constituyen el último acto de la fiesta. De esta manera el mito metamorfosea todo acaecer, cualquier fenómeno; lo priva de su condición terrenal y le confiere una nueva naturaleza reveladora de ese misterio que es la realidad y la existencia del hombre en ella.
Detalle del mural del Paraíso Terrenal con río y árboles en hilera
El paisaje del arte mesoamericano es un paisaje mítico. Aunque basado en una concepción metafísica totalmente distinta, es afín al cuadro paisajista del arte chino, en el cual el hombre del Extremo Oriente testifica su comunión con la naturaleza, su íntima consonancia con el universo. El arte europeo, a partir de Rembrandt, ha descubierto que plasmar el temple de la naturaleza es un poderoso recurso para expresar vivencias anímicas y emoción lírica. "Sobre los árboles, la luna plena y grande." Esta imagen poética, que en Europa ha fascinado tanto a los escritores y pintores como al público, no podía ser objeto de representación artística en el México antiguo. ¿No conocían sus hombres aquella experiencia? Los distinguia de nosotros su sensibilidad, su actitud ante lo metafísico y, sobre todo, su subconsciente, gran manantial de inspiraciones y vivencias poéticas. No veían en la Luna llena sólo una imagen de la paz de la naturaleza: para ellos la diosa lunar, que, despues de haber sido despedazada, ha vuelto a recuperar su integridad, es símbolo de la indestructible fuerza de la vida. La pintura del México precortesiano no caracteriza el árbol según su género botánico, sino según su categoría mítico-religiosa.
3 comentarios:
Muy buen aporte gracias
Tenía casi olvidada esta entrada, gracias anónimo por recordarla.
Ahora veo que está en muchos aspectos relacionada con la última que he publicado: "El desfile de las hormigas".
Muy interesante información, espero conseguir el libro; por lo pronto comparto la entrada en mi blog. saludos desde Mexhiko :)
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