Tabla central (detalle) del tríptico El carro de Heno de Hieronymus Bosch
"Es el mundo el lugar del delito y de la transgresión, de la permanencia y de la peregrinación, de trabajos, de fatigas, dolores y llantos, movimiento y cambios, flujos y alteraciones, tránsito y aniquilación, novedad y agitación, violencia y opresión, engaño y corrupción. En el mundo nada se encuentra que no sea vanidad, malignidad, deseo, ansiedad, deformidad y vejez. El mundo atrae para sí y considera a los famosos; abandona y desprecia al desconocido. El mundo es obstáculo para muchos; para pocos, un estímulo; promete mucho, pocas cosas cancela y así, en fin, defrauda y frustra a sus amadores."
Gerardo Groote
Palabras como las de Gerardo Groote con una visión tan pesimista del mundo y la condición humana es habitual encontrarlas en los textos de escritores de la Europa del norte que vivieron entre los siglos XIV y XV. Época de grandes transformaciones que padeció la guerra de los cien años junto a incursiones de los turcos. Las vidas de hombres y mujeres estaban continuamente amenazadas por la violencia y la muerte. La peste negra causó estragos, a la que se sumaban las guerras y disturbios civiles habituales provocando la descomposición social teniendo como resultado una epidemia de robo, pillaje y desorden generalizado. Todo esto propició la creencia popular de que aquello era un castigo divino y que era inminente la llegad del fin del mundo, algo a lo que artistas y poetas no fueron ajenos como podemos leer en los siguientes versos del francés Deschamps:
"Ahora el mundo es cobarde, podrido y débil,
viejo, codicioso, confuso del habla;
veo sólo hombres y mujeres tontos...
En verdad, se acerca el fin...
Todo va mal."
En este contexto histórico se crearon obras como El Carro de Heno de Hieronymus Bosch y El triunfo de la Muerte de Bruegel el Viejo. La primera representa el espectáculo de hombres y mujeres lanzándose de forma codiciosa al asalto de los bienes materiales, símbolizados en esta obra por la enorme carga de heno que transporta el carro. Gentes de todas las clases sociales se atropellan y hasta se matan por tomar todo lo que puedan de la carga, en una alegoría sobre la locura de una humanidad cegada por la ambición y rapiña desmedida.
Para Enrico Castelli, en El triunfo de la Muerte de Bruegel se revive la obra de Bosch, pudiendo encontrar en ella la terrible consecuencia por haber dado la espalda a Dios e ignorado los bienes espirituales. En el siguiente texto podemos leer su personal interpretación en un analisis entrecruzado de estas dos obras maestras de la pintura flamenca.
El Carro de heno de Bosch y el Triunfo de la Muerte de Bruegel
Por
Enrico Castelli
Por
Enrico Castelli
Tríptico abierto de El Carro de heno de Hieronymus Bosch.
A la izq. El Paraíso Terrenal, en el centro la escena con el Carro de Heno que da título a la obra, a la der. El Infierno.
El carro de Heno, parafrasis de las palabras de Isaías: "...la carne no es más que hierba, y su gloria es como la flor de los campos" (Is. 40, 6). "¡Ay de vosotros que arrastrais la culpa con las cuerdas de la vanidad, y el pecado como coyundas de la carreta...! ¡Ay de vosotros que decís malo a lo bueno y bueno a lo malo...! ¡Ay de vosotros que a vuestros ojos sois sabios y prudentes a vuestro juicio! ¡Ay de los valientes para beber vino, y fuertes para mezclar bebida...!" (Is. 5, 18-23). A la derecha del simbólico carro, un mendigo tendido en el suelo reposa sobre el regazo de una monja con un niño en sus brazos. Detrás de ella el profeta Isaías predica la vanidad de las disputas humanas. Con el brazo extendido: "Y el señor me dijo: toma una gran hoja y escribe en ella con estilo común: RAPIDO SAQUEA, DE PRISA DESPOJA (Maher-salal-hash-baz). Porque antes que el niño sepa decir padre y madre, será quitada la potencia de Damasco" (Is. 8, 1-4). El hijo de la monja "De prisa despoja" es hijo de un mendigo que se está a sus anchas, indiferente al mal que azota al mundo. Los mendigos tienen un privilegio: pueden dormir aun en el tumulto. La pareja de amantes, símbolo de una posible opción, del libre arbitrio se encuentra -en la parva- entre el cielo y la tierra. Es el punto crucial. Oculta entre las matas, otra pareja; acaso ya ha elegido. Triste el gesto del Redentor que no puede salvar a los malévolos. En la parte baja, y no lejos del Carro , el crimen, y con el crimen, la muerte. Y los muertos también matan. Bruegel en el Triunfo de la muerte desarrolla este tema: La muerte (los esqueletos) arrastra la muerte. La carreta no carga heno; señala el término del tiempo útil para la salvación; el tiempo de la cosecha: una cosecha de cráneos.
Inútil el oro. Los soberanos son arrollados también. En lo alto, la visión maravillosa y tétrica de un mundo en llamas. Invasión de esqueletos. Son los mismos seres que murieron disputando el heno: ellos los muertos, que decretarán sentencia contra los vivos. Un hombre arrodillado va a recibir el golpe de la espada que sobre él levanta un esqueleto gigante. Otro, que había buscado refugio entre las rocas, cae ahora al precipicio, estrangulado por un esqueleto que, cual crustáceo, se le adhiere a la garganta. La venganza de la muerte conoce atajos aún más escondidos, atajos que van a dar al escondrijo de los vivos. No es posible la fuga. Una pequeña criatura ha intentado escapar del ataúd en que yace su madre. Intento inútil: en el momento de ir a trepar la caja el pequeño ser fue fulminado, antes de tocar siquiera la vida. ¿Descuenta las culpas de su madre? Una vela encendida aún; la última. Testimonio de que no sirven las velas cuando el mundo está iluminado por las llamas del heno de la vida que se transforma en el heno de la muerte. Por la videz de conquistarlo, los hombres no vacilan en prenderle fuego. Las hojas cerradas del gran tríptico El carro de Heno comentan las palabras del Profeta: "Enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios" (Is. 40, 3). El rostro angustiado del peregrino que camina hacia lo ignoto, oculta a nuestros ojos la escena de una lucha despiadada, y se impone. Hay, en ese rostro, una nostalgia no por el mundo que deja, sino por aquel no alcanzado todavía. La conclusión de la filosofía de Bosch y de Bruegel parece concentrarse en la dramática nostalgia de un estado de inocencia que la caída hizo perder; el Satanismo ha contribuído a borrar el recuerdo y sólo "la locura" nos lo deja entrever.
(...) En el Triunfo de la Muerte se revive el tema del Carro de Heno. Al impulso de los esqueletos, una humanidad atolondrada se desplaza hacia la trampa gigantesca, hacia una celada que no cuida de celarse. La realidad es esquelética. Los fugitivos vienen a caer en una gran red tendida por los muertos.
La pareja de amantes, que en el cuadro de Bosch se está sobre la parva (imagen izquierda), en el Triunfo de la Muerte se solaza a los pies de una mesa sobre la que se divisan algunos mendrugos y un cáliz dado vuelta (imagen derecha); los comensales son arrancados de la mesa por ordas de esqueletos. No se lo soñaban, a juzgar por la sorpresa de sus rostros. No es el monstruo verde de Bosch que acompaña con el pífano la música de los amantes; aquí un esqueleto toca la viola. Los amantes no lo ven.
El armiño y la púrpura han sido abatidos. Hacia el fondo, unas horcas tenebrosas limitan la escena y una campana colgada a un tronco toca pesadamente.
Acaso sea esta la más impresionante visión del futuro que haya creado la imaginación de un artista.
Lecturas:
Enrico Castelli, Lo demoníaco en el arte. Universidad de Chile 1963
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2 comentarios:
Realmente es impresionante. Me llena de asombro esa capacidad que tenian esos maestros para reproducir con esa fuerza tan brutal lo que ni el alma se atreve a asimilar: NACER EN EL INFIERNO.
Abrumadora la verdad que se expresa en tu entrada, pero tan actual hoy como lo fue antaño.
Un abrazo
Sí Baruk, son dos obras impresionantes, y lo cierto es que pueden servirnos como alegóricos espejos donde poder ver reflejado el siempre actualizado lado terrible y sombrío de la realidad, presente en cualquier época histórica.
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