Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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lunes, 24 de enero de 2011

Androginia

Leonardo da Vinci, San Juan Bautista (1513-14)



"Los que os habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús"

Epístola a los gálatas, 3, 27-28


"Incumbe al hombre ser siempre masculino y femenino, de modo que su fe pueda ser firme, y que la Shejiná (Divina Presencia) nunca se aparte de él".

Sefer ha-Zohar



Reuno en esta entrada algunos ensayos sobre la figura del andrógino presente en la mitología de muchas tradiciones. Representación del Ser primordial, anterior a cualquier división, es decir, anterior a la "caída" en la dualidad sexual y el devenir cósmico. Simbolismo especiálmente presente en los tratados sobre alquimia, así como en las teorías sobre el inconsciente colectivo desarrolladas por Jung, pero que en esta ocasión no se encuentran entre los fragmentos aquí seleccionados por motivos de espacio a pesar del interés que en mi despiertan ambas cuestiones. De momento sirvan estos capítulos recopilados entre algunos libros de diferentes autores, acompañados con fotografías de obras de arte, que dan testimonio de la aparición de esta imagen arquetípica desde la Antigüedad hasta la época moderna.


El mito del Andrógino, por Mircea Eliade

Nuestro propósito no es resumir la historia de la doctrina del andrógino en el Renacimiento, la Edad Media y la Antigüedad. Es suficiente recordar que, en sus Dialoghi d'Amore, León Hebreo había intentado poner en relación el mito del andrógino de Platón con la tradición bíblica de la caída, interpretada como una dicotomía del hombre primordial. Una doctrina diferente, pero semejantemente centrada sobre la unidad primitiva del ser humano, había sido sostenida por Escoto Erígena, inspirado a su vez en Máximo el Confesor. Para Escoto, la separación de los sexos formaba parte de un proceso cósmico. La división de las sustancias había comenzado en Dios y había continuado progresivamente hasta alcanzar la naturaleza del hombre, que quedó de este modo separado en macho y hembra. Por esta razón, la reunión de las sustancias deben comenzar por el hombre y proseguir hasta llegar de nuevo a todos los planos del ser, incluido Dios. En Dios no existe división, porque Dios es todo y uno. Para Escoto Erígena, la división sexual fue una consecuencia del pecado, pero esta división llega a su fin mediante la reunificación del hombre, que será seguida por la unión escatológica del círculo terrestre con el paraíso. Cristo ha anticipado esta reintegración final. Escoto Erígena cita a Máximo el Confesor, según el cual Cristo había reunificado los sexos en su propia naturaleza, pues, al resucitar, no era "ni varón ni hembra, aunque nació y murió como varón".
Recordemos también que varios midrashim presentaban a Adán como originalmente andrógino. Según el Bereshit rabba, "Adán y Eva fueron hechos espalda contra espalda y u
nidos por los hombros; después Dios los separó de un hachazo, dividiéndoles en dos. Existen otras opiniones: el primer hombre (Adán) era hombre en su mitad derecha y mujer en su mitad izquierda; pero Dios dividió las dos mitades". Pero son, sobre todo, ciertas sectas gnósticas cristianas las que han concedido a la idea del andrógino un puesto central en sus doctrinas. Según las enseñanzas transmitidas por san Hipólito, Simón el Mago llamaba al espíritu primordial arsénothely, "varón-hembra". Los naasenos concebían igualmente al hombre celeste, Adamas, como un arsénothélys. El Adán terrestre no era sino una imagen del arquetipo celeste. Por tanto, él también era andrógino. Por el hecho de que los humanos descienden de Adán el arsénothélys existe virtualmente en cada hombre, y la perfección espiritual consiste justamente en encontrar en sí mismo esta androginia. El espíritu supremo, el logos, era también andrógino. Y la reintegración final, "tanto de las realidades espirituales como de las animales y materiales, tendría lugar en un hombre, Jesús, hijo de María" (...)
La androginia es también atestiguada en el Evangelio de Tomás, que sin ser una obra gnóstica propiamente dicha, testimonia la atmósfera mística del cristianismo naciente. Revisada y reinterpretada, esta obra fue, por otra parte, bastante popular entre los primeros gnósticos, y la traducción en dialecto saídico figuraba en la biblioteca gnóstica de Khénoboskion. En el Evangelio de Tomás, Jesús se dirge a sus discípulos diciéndoles: "¿Cuándo convertireis a los dos (seres) en uno, y cuándo haréis a lo de dentro igual a lo de fuera y lo de fuera igual a lo de dentro, y lo alto igual a lo bajo? Cuando consigáis que el varón y la hembra sean uno solo, a fin de que el varón no sea ya barón y la hembra no sea hembra, entonces entraréis en el Reino". En otro logión, Jesús dice: "Cuando hagáis que los dos sean uno os convertiréis en hijos del hombre, y si decís: "¡Montaña, desplázate!", ella se desplazará". Pero es sobre todo Gálatas, 3, 28, la más importante: "Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni hombre libre, ni varón ni hembra; porque todos no sois más que Cristo Jesús". Esta unidad es la de la primera creación, antes de la creación de Eva, cuando el "hombre" no era ni varón ni hembra. Según el Evangelio de Filipo (códice X de Khénoboshion), la separación de los se
xos -la creacion de Eva, separada del cuerpo de Adán- fue el principio de la muerte. "Cristo ha venido para restablecer lo que estuvo así (separado) al principio y para unir de nuevo a los dos. ¡A los que están muertos por encontrarse separados les devolverá la vida al reunirlos!.
Otros escritos incluyen pasajes similares sobre la unión de los sexos como condición del Reino. "Interrogado por alguien sobre la venida del Reino, el Señor respondió: "Cuando los dos se hagan uno, lo de dentro igual a lo de fuera y el varón con la hembra ni varón ni hembra" (Segunda Epístola de Clemente). La cita que se encuentra en la Epístola de Clemente deriva probablemente del Evangelio según los egipcios, de donde Clemente de Alejandría ha conservado este pasaje: "Habiendo preguntado Salomé cuándo se llegarían a conocer las cosas a las que se refería, el Señor dijo: "Cuando tú pisotees las vestiduras de la vergüenza y cuando los dos se conviertan en uno y el varón con la hembra no sean ni varón ni hembra" (Stromates III, 13, 92; Doress, II, 158).
No es éste lugar de estudiar el origen de estas fórmulas gnósticas y paragnósticas sobre la totalidad divina y la androginia del "hombre perfecto". Se sabe que las fuentes del gnosticismo son extremadamente dispares; al lado de la gnosis judía, de las especulaciones sobre Adán primordial y sobre Sofía, se encuentra el aporte de las doctrinas neoplatónicas y neopitagóricas, así como las influencias orientales, sobre todo iranias. Pero, como acabamos de ver, san Pablo y el Evangelio de Juan consideraban ya la androginia entre las características de la perfección espiritual. En efecto, llegar a ser "varón y hembra" o no ser "ni varón ni hembra" son expresiones plásticas mediante las cuales ellenguaje se esfuerza por describir la metanoia, la "conversión", la subversión total de los valores. Es paradójico ser "macho y hembra" como volver a ser niño, nacer de nuevo, pasar a través de la "puerta estrecha".
Evidentemente, concepciones semejantes se encuentran también en Grec
ia. En El Banquete (189 E-193 D), Platón describe al hombre primitivo como un ser bisexuado, de forma esférica. Lo que interesa a nuestro tema es el hecho de que en la especulación metafísica de Platón, así como en la teología de un Filón de Alejandría, en los teósofos neoplatónicos y neopitágoricos, en los hermetistas que recurren a Hermes Trismegisto o a Poimandres, o en numerosos gnósticos cristianos, la "perfección humana se imaginaba como una unidad sin fisuras". Por otra parte, ésta no era más que un reflejo de la perfección divina, del Todo-Uno. En el Discurso perfecto, Hermes Trismegisto revela a Asclepio que "Dios no tiene nombre, o mejor dicho, que los tiene todos, puesto que es conjuntamente uno y todo. Infinitamente lleno de la fecundidad de los dos sexos, alumbra todo lo que se propone procrear.
-¿Qué? ¿Pretendes decir, ¡oh, Trismegisto!, que Dios posee los dos sexos?
-Sí, Asclepio. Y no sólo Dios, sino todos los seres animados y vegetales..."


Hermafrodita dormido, s. II, copia romana de una anterior griega



El mito de Andrógino, por Julius Evola

Más de un mito se presta a la profundización del problema metafísico del sexo. Entre ellos, elegiremos uno que, para los occidentales, se encuentra relativamente entre los menos lejanos, advirtiendo sin embargo que los mismos significados se encuen­tran igualmente contenidos en mitos pertenecientes a otras cultu­ras. Como base, tomaremos pues cuanto se encuentra contenido en el Banquete de Platón. Aquí se encuentran propiamente, mezcladas al mito, dos teorías del amor que, respectivamente, son expuestas por Aristófanes y Diotima. Veremos cómo las dos teorías se complementan en cierto modo, iluminando las antino­mias y la problemática del eros. La primera teoría concierne al mito del andrógino. Como para casi todos los mitos intercalados por Platón en su filosofía, también para éste se debe suponer un origen mistérico e iniciá­tico. En efecto, el mismo tema circula subterráneamente en una literatura bastante variada, desde los antiguos ambientes miterio­sóficos y gnósticos hasta a autores del Medievo y de los primeros siglos de la misma era moderna. Temas correspondientes encuén­transe también fuera de nuestro continente.
Según Platón (El Banquete), existió una raza primordial, "cuya esencia está ahora extinguida", raza de seres que contenían en sí los dos principios, masculinó y femenino. Los componentes de tal raza andrógina "eran extraordinarios por su fuerza y su audacia, y alimentaban en su corazón orgullosos propósitos, hasta los de atacar a los propios dioses". También a ella le está atribuída la tradición referida por Homero a propósito de Oto y Efialte, es decir, la tentativa de escalar el cielo para atacar a los dioses. Es el mismo tema del ibris de los Titanes y los Gigantes; es el tema prometeico y el que se encuentran en tantos otros mitos; en cierto modo, en el mismo mito bíblico del Edén y de Adán, en cuanto en él figura la promesa de "llegar a ser semejante a los dioses" (Génesis, III, 5).
En Platón, los dioses no fulminan a los seres andróginos, como habían fulminado a los gigantes, pero paralizan su potencia dividiéndolos en dos. De ahí el nacimiento de seres de sexos dis­tintos, portadores, como hombres y mujeres, de uno u otro sexo; seres en los cuales permanece sin embargo el recuerdo del estado anterior y en los que se enciende el impulso de reconstituir la unidad primordial. Para Platón, es en este impulso donde es preci­so buscar el sentido último, metafísico y eterno del eros. "Desde estos tiempos tan antiguos, el amor impulsa a los seres humanos los unos hacia los otros; es congénito en la naturaleza humana, y tiende a restablecer la naturaleza primordial en la tentativa de unir en un solo ser a dos seres distintos y, por consiguiente, volver a sanar así a la naturaleza humana". Aparte la común participación de los amantes en el placer sexual, el alma de cada uno de los dos "tiende a algo diferente, que no sabe expresar, pero que siente y revela misteriosamente. Casi como contra­prueba a posteriori, Platón hace que Efestos pregunte a los amantes: "¿No es quizá, esto que deseáis, una fusión p
erfecta del uno con la otra, de manera de no separarse jamás, ni de día ni de noche? Si tal es vuestro deseo, yo estoy dispuesto a fundiros y a soldaros juntos, con la fuerza del fuego, en un mismo indivi­duo, de dos que erais, de manera que viváis unidos el uno al otro tanto como dure vuestra vida y, una vez muertos, allá, en el Hades, en vez de dos seáis uno sólo, unidos el uno a la otra en una suerte común. Pues bien, considerad si es a esto a lo que aspi­ráis y si, alcanzado esto, os daríais por satisfechos." "A este res­pecto —dice Platón— bien sabemos que ni uno solo habría que lo rechazara o que mostrase su deseo de otra cosa, sino que cada uno de los dos pensaría que finalmente había oído expresar lo que desde largo tiempo era su deseo: unirse y fundirse con el amado para, de dos seres distintos, no formar más que una naturaleza. Ahora bien, es necesario buscar el móvil de esta aspiración en el hecho de que esa era precisamente nuestra naturaleza primitiva, de que formábamos una unidad todavía completa; precisamente el deseo ansioso de esta unidad es lo que lleva el nombre de amor". Casi como un símbolo, "el estrecharse (de las dos partes), la una a la otra, como con el deseo de compenetrar­se".
En este conjunto, los elementos accesorios, y figurativos y místicos, deben quedar separados del concepto esencial. Así, en primer lugar, no se debe naturalmente pensar en los seres primordiales que Platón, fabulando, nos describe hasta en sus rasgos somáticos, como a miembros de una raza prehistórica cualquiera, de la que se podrían encontrar restos o fósiles. Por el contrario, hemos de referirnos a un estado, a una condición espi­ritual de los orígenes, no tanto en un sentido histórico, como en el marco de una ontología, de una doctrina de los estados múlti­ples del ser. Haciendo abstracción de la mitología, podemos comprender un tal estado como el de un ser absoluto (no roto, no dual), de plenitud o pura unidad y, por esto mismo, como un estado de inmortalidad. Este último punto está confirmado ya por la doctrina puesta en boca de Diotima más adelante, en el Banquete, ya por la expuesta en el Fedro, donde, aunque respecto a lo que llegaría a ser llamado "amor platónico" y con la teoría de la belleza, resulta explícita la conexión entre el fin último del eros y la inmortalidad. Como segundo elemento, en el mito platónico tenemos después una variante del tema tradicional general de la "caída". La diferenciación de los sexos corresponde a la condición de un ser roto y, por lo tanto, finito y mortal: a la condición dual de quien no tiene la vida en sí, sino en otro, estado éste que aquí no es considerado como original. Así, bajo este último aspecto, se podría establecer un paralelo con el mismo mito bíblico, en cuanto en éste la caída de Adán tiene por efecto su exclusión del Arbol de la Vida. También en la Biblia se ha
bla de la androgi­nia de los seres primordiales, hechos a imagen de Dios ("y los creó macho y hembra" — Génesis, 1, 27), de aquí que al nombre de Eva, complemento del hombre, se le ha atribuído el significado de "la Vida", "la Viviente". Como veremos, en la interpreta­ción cabalística, la separación de la Mujer-Vida en el andrógino es puesta en relación con la caída y termina por equivaler a la exclusión de Adán del Arbol de la Vida, a fin de que éste "no venga a ser como uno de nosotros [un Dios]" y "no viva eterna­mente" (Génesis, III, 22).
En conjunto, el mito platónico se encuentra pues entre los que hacen alusión al paso de la unidad a la dualidad, del ser a la privación del ser y de la vida absoluta. Su carácter distintivo y su importancia se encuentran sin embargo en el hecho de su apli­cación, precisamente, a la dualidad de los sexos, para indicar el sentido secreto y el objeto último del eros. Como término parti­cular de una secuencia relativa a lo que verdaderamente se busca a través de una u otra finalidad aparente e ilusoria de la vida ordi­naria, ya en una Upanishad se lee: "No es por la mujer [en sí] por lo que la mujer es deseada por el hombre, sino más bien por el átmá [por el principio 'todo luz, todo inmortalidad']". El marco es el mismo. En su profundidad, el eros incorpora un impulso a superar las consecuencias de la caída, a salir del mundo finalizante de la dualidad, para restablecer el estado primordial, para superar la condición de una existencialidad dual, rota y condi­cionada por el "otro". Este es su significado absoluto; este es el misterio que se oculta en lo que impulsa al hombre hacia la mujer, elementalmente, todavía antes que todos los condicionamientos ya dichos, presentados por el amor humano en sus infinitas varie­dades relativas a seres que no son ni siquiera hombres absolutos o mujeres absolutas, sino casi subproductos del uno o de la otra. Aquí está expresada pues la clave de toda la metafísica del sexo: "A través de la diada, hacia la unidad". En el amor sexual está reconocida la forma más universal en que los hombres intentan oscuramente destruir momentáneamente la dualidad, superar existencialmente la frontera entre Yo y no Yo, entre Yo y Tú, haciendo la carne y el sexo de instrumentos para una aproxima­ción estática á la "unición". La etimología de la palabra "amor", dada por un "Fiel de Amor" medieval, por ser fantástica, no es menos significativa: "La partícula a significa "sin"; mor (mors) significa muerte; uniéndola se tiene "sin muerte", esto es, inmor­talidad.(...)

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Ardhanarishvara es una deidad andrógina hinduista en la que se fusionan el dios Shiva y su consorte Shakti, representando la síntesis de las energías masculinas y femeninas como perfecta unidad.


El término Ardhanarishvara (‘Señor medio mujer’) es una combinación de tres palabras: ardha: ‘medio’, nari: ‘hembra’ e ishvara: ‘señor’.




La felicidad andrógina. La dicha edénica, por Jean Libis

(...) El tema de la beatitud original del hombre, unida a la coelescencia inicial de dos principios -o entidades-, está diversamente subrayado en la tradición islámica. Así, por ejemplo en la gnosis de Sohrawardî se encuentra el tema del ángel personal que es, de alguna manera, la parte complementaria celestial del fiel gnóstico. Antes de la separación del "yo terrenal" y el "yo celestial", el hombre gozaba de una naturaleza angélica perfecta. Sin embargo, esta separación no es completa ni definitiva, y las dos entidades constituyen una "biunidad", de la que el ángel es como la actual garantía o, si se quiere, la forma mixta que constituye su armazón ontológico. El vocablo "ángel" experimenta una inevitable transposición lingüística; además, en este contexto, está singularmente sobredeterminado, como explica Henry Corbin: "El ángel arquetipo es el ángel de la biunidad, porque de su ala derecha y de su ala izquierda proceden respectivamente Noûs y Psique, Naturaleza Perfecta y alam terrenal; es el ángel de su sicigia, de su biunidad, como la Naturaleza Perfecta es el ángel del yo terrenal". La sobredeterminación simbólica no nos impide ver aquí una de las manifestaciones del mito androgínico con sus parámetros habituales: unidad dual, correlación de un término "masculino" con un término "femenino", separación y nostalgia. En otras glosas el tema del ángel confina con el de los gemelos; en otras, deviene la pareja "sofiánica" cuyo componente femenino está más ostensiblemente marcado: "El ángel Inteligencia" fue saludado por algunos "fieles de amor" como Madonna Inteligencia (Sofía celeste), y la imagen así presentada por el ángel es la unidad reconstruida de la pareja sofiánica".
El tema del amor beatífico desempeña un importante papel en esas especulaciones. Elemento notable: en ocasiones, la perspectiva de una reconciliación ontológica es concedida al fiel en esta vida a través de las técnicas de extasis espiritual y místico. Y, en algunos textos, esta reconciliación verdaderamente el aspecto de una restauración andrógina. Así, el predicador Rûzbehân considera que el "fiel", a imagen misma de Dios, reune en sí mismo, y por mediación de la "gracia divina", los principios activo y pasivo del amor: "Cuando Dios, por amor e inclinación, hace de su fiel el desante y el deseado, el amante y el amado, ese esclavo de amor asume hacia Dios el papel de testigo-de-contemplación (shâdid)". Sobre esta cuestión, un glosador anónimo de Rûzbehân utiliza un lenguaje aún más claro: "Cuando el místico alcanza la pefección en amor -afirma-, totaliza en sí mismpo los dos modos de ser: el amante (âshigî) y el del amado (mà shugî). Entonces exclama: "Yo soy aquel que amo y el que amo es yo; somos dos espíritus contenidos en un
solo cuerpo". Además, los fieles sufíes han meditado mucho sobre la pareja formada por Majnûn y Layla, que H. Corbin compara con la fórmula de Tristán e Isolda en la literatura occidental. Ahora bien, se supone que Majnûn está de tal manera absorto en la conciencia de Layla que realiza con ella una especie de fusión espiritual: "Si se le pregunta sobre Layla, responde. "Yo soy Layla". Si ve un animal salvaje, una montaña, una flor, un ser humano, la misma palabra brota de sus labios para identificaros: "Layla...". Esta situación llega hasta el punto que Majnûn no desea la presencia física de Layla, por miedo a que esta presencia le distraiga de su amor de aquella que está en su interior, "más real que la Layla real". Con el ejemplo de esta pareja paradigmática, no nos encontramos ya, como anteriormente, con un ser que acumula en él dos modos de ser, sino con un extraordinario intento de abolición de la distancia, más ontológica que espacial, que separa a un hombre y una mujer. Vemos que este intento es mucho más espiritual que físico, o, en otras palabras, y para reintroducir el lenguaje helénico-cristiano, que se dirige más al ágape que al eros, aunque, eventualmente, éste pueda participar de él. Lo que de todas formas está en juego en esas sorprendentes imágenes andróginas es el acceso a un estado de beatitud sobre el fondo del amor divino, constituyendo la relación del hombre con la mujer simplemente una ejemplar propedéutica para dicho acceso.
Cuando los datos del problema se hacen laicos, cuando sólo subsiste el elemento erótico del deseo, sigue sin embargo subsistiendo la fascinación de un andrógino apaciguado. Aparece claramente en la aventura surrealista, que, a pesar de su ateísmo declarado, ratifica a Eros en términos cuasi religiosos. En primer lugar, la mujer es promovida a una dignidad de ser en términos a menudo exaltados que hacen de ella una especie de mediación entre el mundo y el hombre. Esto aparecía claramente en la literatura romántica, pero la mujer romántica sigue estando asociada a una escatología teológico-religiosa. En los surrealistas, experimenta una sorprendente idealización: Xavière Gauthier ha mostrado como Bretón, Eluard y Aragón especialmente, el vocabulario amoroso sacraliza su objeto, reiterando el mito cortés de la mujer. Al hacerlo, el deseo que dirige el discurso erótico del poeta tiene vocación cósmica al mismo tiempo que apunta hacia la restauración andrógina. "La complementariedad de los dos amantes les permite engendrar el cosmos, como éste los engendra a ellos." Perspectiva ilusoria tal vez- pero que permite, pese a todo, inmensos ensueños de amalgama y coalescencia (lo que Xavière Gauthier llama el "delirio de fusión").
No es entonces sorprendente que André Bretón quede subyugado por los temas del "flechazo", del encuentro que transtorna y de la predestinación amorosa. Todos esos temas están a su manera, en germen, en la fábula de Aristófanes (El Banquete). Bretón se deja ganar por el arquetipo que subyace en ellos; para él, todo "gran" encuentro amoroso es dislocación y reconstrucción del mundo, al mismo tiempo que reconocimiento de una fundamental pertenencia recíproca de los amantes. Por eso escribe (a la mujer amada): "Antes de conocerte, ¡vamos!, esas palabras no tienen ningún sentido. Sabes que al verte por primera vez te reconocí sin la menor vacilación".
Este lenguaje está curiosamene relacionado con el de la reminiscencia andrógina. Y para André Bretón, así como la mujer es etimologicamente el "simbolo" del hombre, también la pareja andrógina que forman constituye una plenitud que es nada menos que el espejo del mundo. Por tanto la mujer es también una clave cósmica, como dan a entender algunas fórmulas audaces del poeta: "La recreación, la recoloración perpetua del mundo en un solo ser, tal como se realizan por el amor, ilumina más que mil rayos la marcha de la tierra".
Vemos que, a pesar de una cierta apología del libertinaje, el lenguaje de André Bretón y sus amigos está muy marcado por el tema de la pareja única, predestinada en sí misma y extática. Por otra parte, esta exigencia de predestinación está secretamente presente en toda gran instancia amorosa, sustituyendo así el riesgo de contingencia por la idea de una necesidad atemporal. Allí donde el discurso místico trata de fundamentar en la trascendencia la legimitidad de tal instancia -"cortocircuitando" de este modo, por decirlo así, el deseo erótico propiamente dicho-. la poesía surrealista trata de fundamentar en sí misma su propia erótica, embriagándose de sus propias fascinaciones. No es pues sorprendente que revista en ocasiones acentos cuasi religiosos, como estos versos de Áragon:
Una mujer es un retrato del que el universo es el fondo (...)
De la mujer viene la luz, y la tarde y la tarde y la mañana,
todo se organiza en torno a ella.
Esta formidable idealización de la mujer, esta resurgencia apenas disfrazada del mito del andrógino, se enfrenta a veces duramente a una realidad desencantadora. De benefectora como era, la mujer cae entonces de su pedestal y se ve de repente agredida, maltratada. El aplanamiento del mito al contacto con la prosa del mundo hace nacer el delirio de la decepción y transforma la "mitad" deseada en un ser diabólico y peligroso.
Sin embargo. el andrógino sigue siendo tal vez un fantasma de beatitud que "realiza" entonces, de manera excepcional, la "patología" mental. Como ese paciente del profesor Hirschfield que afirmaba: "Vestirse de mujer es estar en el paraíso". O ese personaje engendrado por la fértil imaginación del Marqués de Sade y que se extasía con la voluptuosidad incomparable del cambio de sexo. No hay duda de que fantasmas de matiz más o menos mórbido expresan aquí, sin embargo, tendencias profundas de la psique colectiva: el deseo de ser otro, el deseo de ser lo Otro.

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Escultura de Joaquín Huertas que recuerda un pasaje del mito de Hermafrodita (hijo de Hermes y Afrodita) y Sálmacis. Altura 111 cm.

"Por último, mientras él se debate contra ella y trata de escapar, lo enlaza como si fuera una serpiente a quien el ave rey de los dioses levanta y se eleva por los aires; colgando como ésta, encadena la cabeza y las patas del águila, y con la cola enlaza sus inmensas alas desplegadas; o como suele la hiedra arrollarse a los largos troncos, y como un pulpo que ha apresado bajo los mares a un enemigo y lo sujeta arrojándole por todas partes sus tentáculos. Persiste el Atlántida (Hermafrodita) y reusa la ninfa el placer que esperaba; ella le oprime, y, con todo su cuerpo unido a él y conforme estaba adherida, le dijo: "Aunque luches, maldito, no por eso te vas a escapar; hacedlo así, dioses, y que jamás llegue un día que separe a éste de mí ni a mí de éste!" La plegaria tuvo dioses que la escuchasen; pues los dos cuerpos se mezclan y se juntan, y ambos se revisten de una forma única, como, cuando se unen ramas bajo una corteza, se las ve juntarse al crecer y desarrollarse en una vida común; pues así, una vez que sus miembros se soldaron en apretado abrazo, no son ya dos sino una forma doble, y no podría decirse que es una mujer ni un muchacho; ninguna de las dos cosas y las dos cosas parecen." Ovidio, Metamorfosis libro IV.



Lecturas recomendadas:

Jean Libis, El mito del andrógino, Editorial Siruela 2001

Mircea Eliade, Mefistófeles y el andrógino, Editorial Kairós 2001

Julius Evola, Metafísica del sexo, Olañeta Editor, 2005


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6 comentarios:

Syr dijo...

Interesante entrada esta sobre el Mito de la separación de los sexos. El andrógino es un signo de unión de contrarios casi tan antiguo como el mundo, la dualidad integrada. Algunos mitos cuentan que los primeros humanos eran andróginos. Según la tradición hebrea, Yahuweh creó a Adán perfecto, como andrógino, y las dos partes estaban unidas por la espalda, lo que, al dificultar la locomoción y conversación, hizo que los separara. En Platón, como refieres, hay un mito similar, pero su significado no es de explicación de la androgenia, sino sobre los modos de la atracción sexual. En la mitología hindú, estaba la deidad hermafrodita Puruxa, que al dividirse en dos, se abrazó y de ese abrazo nació el género humanano. Quetzalcoatl también posee dichas características. En Memnón uno de los colosos tiene en su pedestal imágenes hermafroditas que pueden representar el mítico nacimiento orifinal, antes de la separación de los sexos. También Egipto, Grecia, Roma... y de ahí su aceptación a la natural homosexualidad.

Sin embargo, quiero completar tu entrada con una alusión quizá novedosa: El Baphomet templario siempre es descrito andrógino (con ambos sexo, pero sin capacidad de fecundarse a sí mismo), es decir, posee una dualidad, misma que encaja perfectamente con el signo de Geminis.

A través del andrógino se llega al mito zodiacal de Géminis.

El mito del andrógino está ligado al de los gemelos, es decir, a la constelación zodiacal de Géminis. Se sabe que dicho signo tuvo un papel capital en la configuración de la orden de los templarios: es universalmente conocido el sello que representa dos caballeros sobre una misma montura; en las catedrales surgidas de la inspiración y gracias a la protección del Temple, se daba una importante diferencia con respecto al anterior estilo románico: la existencia de dos torres gemelas que sería también otra sublimación del signo de Géminis. Este signo también significa fraternidad y no es raro que una orden guerrera, con un fuerte espíritu de camaradería y cuerpo, cuyo primer escalón organizativo fueron los "pares" se haya visto reflejado en Géminis.

Salud y románico

Jan dijo...

Sí, Syr, hay muchos mitos en relación al andrógino, y aparte de las variantes en que se desarrollan estos, así como de las diferentes formas en que se asimilen, lo esencial es que en ellos se revela simbólicamente un sentimiento de fractura de la conciencia humana con respecto a un estado primigenío perdido. De ello además de desprende el sentido original de la palabra "símbolo" tal como se entendía en la Antigüedad, de las dos partes en que se dividía una moneda y que se daba a cada una de las personas que pasado el tiempo trás la separación, si se reencontraban, testimoniaría la pretérita amistad o linaje que los unía.

La referencia de libros que dejo en la entrada solo es testimonial de lo mucho que seguro se puede encontrar sobre el tema, luego cada cual se sentirá atraído por unos o por otros dependiendo de lo que le interese o la forma en como se aborde la cuestión.

Salud

Christian Rodway dijo...

Hola Jan:
Muy interesante tu post. Hay películas extraordinariamente interesante acerca de este tema, como pro ejemplo "Dead Ringers" de David Cronenberg, o "Avatar" donde el protagonista es por unlado un gemelo sobreviviente, y por otro es humano y na´vi a la avez.
Gracias por tu visita a "Vitruvio Cinéfilo". Interesante tu aporte respecto a "El hombre menguante". Voy a tratar de verla. Vi que está basada en una novela de Richard Matheson, autor de "Soy leyenda" y de "Mas allá de los sueños", cuya versión cinematográfica nombro en el post de Inception...
Saludos
Christian

pallaferro dijo...

Interesante tema del andrógino el que nos ilustras Jan. Y sobre la mención de Syr sobre los gemelos en diversas tradicions, recuerdo que hasta al mismo Jesús los apócrifos le otorgan un hermano gemelo.


Un saludo a todos

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Jan dijo...

Hola Pallaferro.

El simbolismo que se puede desprender sobre el hermano gemelo de Jesús -apartado directamente de la cuestión de la androginia- que aparece en los textos gnósticos, especialmente los maniqueos, y que luego se trasladaría al catarismo, estaría relacionado con la idea de "Naturaleza perfecta", o del doble celeste, doctrinas de influencia hermética, expresión de la biunidad metafísica.
Sobre esto me parece recomendable de forma especial la investigación llevada a cabo por Henry Corbin en algunos capítulos que aparecen en "El hombre de luz en el sufismo iranio", mencionada anteriormente en alguna entrada de Fragmentalia. Obra en la que destaca el tema de la caballería espiritual o javanmârd de la "teosofía oriental" del antiguo Irán que tanto influiría en el esoterismo islámico y que al parecer luego sería transmitida a la orden del temple. En internet puedes encontrar algo aquí:

http://homepage.mac.com/eeskenazi/photeinos.html

Espero que te pueda resultar interesante.

Saludos !

Syr dijo...

El andrógino es una alegoría de la totalidad de la psique del hombre, compuesta de un ánima ( el principio femenino, La Luna) y de un ánimus o elento masculino (El Sol). Representa la unidad originaria y armónica antes del castigo divino ( El Uno, el Ser,el Todo) en un estado de perfección que coincide con la naturaleza misma de dios ( Yavé, Zeus, Eros, Shiva...). Por sus atributos de potencia y saber universal, portador del conocimiento iniciático y amor universal, en todas las tradiciones esotéricas,religiosas y sapitenciales ( orfismo, agnosticismo, hermetismo, cábala, alquimia, psicología analítica junguiana) muchos príncipes y emperadores lo adoptaron como emblema. Aparece en representaciones de Francisco I de Francia, Estudios para Baco de Leonardo da Vinci, La Gioconda con bigotes de Marcel Duchamp y hasta en el surrealismo de Marc Chagall (Mujer embarazada, 1913, Stedeljik Museum).

Salud y románico