Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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sábado, 27 de octubre de 2012

Belleza y horror de Medusa

 Cabeza de Medusa (Galería de los Uffizi)
Pintura atribuída a Leonardo Da Vinci y actualmente reconocida como la obra de un pintor flamenco del 1600



(...) su horror y su belleza
son divinos. Sobre párpados y labios parece
yacer cual sombra la hermosura, donde brillan
exaltados y ardientes, luchando en lo hondo
los tormentos de la angustia y la muerte.

Sin embargo, no es tanto el horror como la gracia
lo que petrifica el espíritu del que la contempla (...)

De su testa salen, cual de un solo cuerpo,
como hierba de una acuosa roca,
pelos que son víboras, que se enroscan,
fluyen, se enredan en largas marañas y tejen
con infinitas volutas una radiante malla, (...)

Es la fascinación tempestuosa del terror;
en las serpientes centellea una mirada abrasadora
y feroz, encendida por ese inextricable error,
que convierte los angustiantes vapores del aire
en un espejo que trastoca constante
el terror y la belleza que ahí moran;


Percy Bysshe Shelley (Poema inspirado en la pintura Cabeza de Medusa herróneamente atribuida a Leonardo)



Medusa y sus hermanas Esteno y Euríale, conocidas como las górgonas, eran todas bellas en su tiempo. Pero una noche Medusa fue seducida por el dios Poseidón y se acostó con él en el templo de Atenea, algo que a la diosa puso muy furiosa, por lo que la transformó en "un monstruo alado con ojos deslumbrantes, grandes dientes, lengua saliente, garras afiladas y cabellos de serpientes, cuya mirada convertía a los hombres en piedra". Luego fue exiliada al rocoso Atlas, a donde Perseo irá en su búsqueda para darle muerte. De su cadaver nacieron los hijos de Poseidón; Pegaso, el caballo alado, y Criasor. Perseo entregó su cabeza a Atenea, quien la colocó en su escudo. Son diversas las versiones y fuentes que en la Antigüedad forjaron la leyenda en torno al héroe Perseo y Medusa, cuyos rastros se encuentran en autores como Hesíodo, Ovidio, Pusanias, entre otros. El arte a lo largo de la historia  ha encontrado un motivo interesante en esta leyenda, dando como resultado impactantes creaciones, tanto en pintura como en escultura, así como en obras literarias. El siguiente texto de Giorgio Manganelli hace una libre e intensa lectura del mito de Perseo y Medusa, al tiempo que analiza algunas de las obras que inspirara.


 Perseo enamorado de Medusa
Por
Giorgio Manganelli


Arnold Bocklin, Medusa 1878
Un insondable dolor, una pena inocente y monstruosa atormenta desde siempre y por siempre a Medusa. "La que sufre lacrimosos afanes", dice Hesíodo. En torno a su belleza, su horror, su exilio y su poder se tejen las leyendas.

El Perseo de Ovidio cuenta cómo marchó a buscarla entre los poderosos roquedos del Atlas; más ¿acaso no había narrado el mismo Ovidio que Atlas no era sino un gigante de desmesurados miembros transformados en cordillera por la mirada de Medusa decapitada? ¿Son hermanas de Medusa o más bién guardianas las monstruosas gemelas que disponen de un solo ojo para ambas, aquellas a las que engañó Perseo para conseguir llegar hasta su presa? "Sufrió el voluble Poseidón", dice Perseo a quienes le preguntan la monstruosa historia de Medusa.
El dios marino la violó en el templo  de Atenea, la casta; y Atenea vengó en ella, frágil ninfa, la impureza intolerable. En el momento en que Atenea iba a mirar a Medusa, seguía siendo ésta una delicada divinidad menor de belleza suprema; sobre todo sus cabellos, sí, sus cabellos, como nadie los había visto nunca en cabeza de mujer. ¿Acaso Atenea hizo de Medusa un monstruo? ¿La desfiguró? Por lo que podemos colegir de los ecos de una historia varias veces milenaria, la belleza de Medusa no podía ser alterada; pero podía ser a un tiempo ella misma y monstruosa, intolerablemente monstruosa.
Su belleza seguía atrayendo, su monstruoso poder seguía matando; o acaso no mataba, pues no sabemos si los hombres, animales y plantas que ella transformaba en piedra sólo con mirarlos estaban muertos; acaso estaban enajenados en una embrujada inmortalidad, en una eternidad nocturna; acaso no habían nacido jamás.
Fernand Khnoppf, La sangre de Medusa
Los cabellos de Medusa se convirtieron en una selva de sierpes; ¿fue quizá la advertida metamorfosis de su cabellera lo que hizo que por primera vez abriese deseperadamente sus funestos ojos? Aquellos ojos viéronse invadidos por un poder divino, sí, pero catastrófico. Puede que fuese miedo, miedo de sí misma; puede que fuese miedo a que alguien digno de amor, ansioso de amor, se le acercase, volviéndose piedra. Coronado con una selva de relucientes áspides, socavado por el poderío de aquellos ojos horrendos, el rostro de Medusa cobró una belleza como sólo una diosa podía ostentar, y que a una diosa no podía ofender.
Atenea odiaba aquella belleza letal; Medusa fue sentenciada a un exilio entre fortalezas de roca, acaso en las gragantas de aquel Atlas que ella misma había petrificado. Cuando Perseo quiso llegar hasta ella, tuvo que enfrentarse a las hermanas guardianas, y lo logró apoderándose del único ojo de que disponían; luego tuvo que cruzar aquellas tierras, donde lo rodeó una multitud de hombres, animales y árboles petrificados. Ninguna vida, mudable, ligera, deshonesta, carnal, es lícita allí donde gobierna Medusa. Pero ¿quién es Medusa? ¿Es una reina cruel? ¿Es la perversa fascinación de la feminidad que mata? ¿Es la muerte? Las leyendas, las contradictorias leyendas, coinciden en esto: ninguna de ellas refiere una frase a Medusa. Medusa calla. Perseo se le acerca -quiere matarla-, y para no mirarle a los ojos la observa reflejada en el escudo; luego camina de espaldas: está totalmente indefenso. Si Medusa quisiera, podría atacarlo; si Perseo viese llegar una flecha en el espejo del escudo, no podría volverse. Sin embargo Medusa no ataca. Quizá no se ha percatado de que un extranjero, el verdadero Extranjero, el que la desea tanto que no la mira, se está acercando; o quizá lo sabe, y sabe que no ella, la poderosa Medusa, sino el héroe Perseo es la muerte. En un momento de grandeza trémula y sutil, mientras Perseo se acerca, Medusa se adormece, y con ella se adormecen las sierpes. ¿Qué significa "Medusa se adormece"? Puede que quiera decir esto: Medusa cierra los ojos. Ella sabe sin duda que llegará un momento en que, para decapitarla, Perseo tendrá que entrar en contacto con su cabeza; tendrá que mirarla. Así que se entrega al sueño, y con los ojos cerrados, adormiladas las serpientes, se ofrece a la decapitación.


 Benvenuto Cellini, Perseo y Medusa (1554)


La espada de Perseo separa la cabeza del cuerpo divino.
 Entonces se producen otros prodigios. De la sangre que brota libremente nacen dos caballos: uno de ellos será Pegaso.
Burne Jones, El nacimiento de Pegaso y Criasor
  Así pues, el cuerpo de Medusa daba cobijo a dos caballos, hijos quizá del voluble Poseidón; muerta, libera veloz vida alada. En las manos de Perseo ese rostro será un arma terrible; al final es recogido por atenea y colocado en el centro de su escudo; Medusa se convertirá en la defensa invencible de Atenea. Pero existen indicios de otra historia: Pausanías, que en el siglo II de nuestra era describió Grecia, cuenta que Medusa había sido sepultada en el mismo centro de Argos; la había enterrado Perseo cuando, una vez decapitada, había podido admirarla, porque, Medusa, muerta era de una belleza perfecta.
No podemos vivir sin Medusa: ella habita desde hace muchos siglos nuestros sueños, nuestros días nocturnos, las noches lunares. Ella es la belleza y el horror, la desesperación de lo que no podemos conseguir y que no obstante reconocemos como único; es dolor, un dolor para el que no existe, ni ha de existir jamás, consuelo; es un deseo que quiere consumarse, pues está enamorado de su propio desear.
(...) Yo creo que, recuperada su dulce  belleza gracias a la mansedumbre de aquel sueño, Medusa aún sigue enterrada en el centro de Argos, y no ya en una tumba, sino en un palacio subterráneo, en un alcazar de las profundidades al que quizás podamos llegar a acceder.
Una multitud de Medusas puebla desde hace siglos las inquietas moradas de los sueños. Y los sueños se vuelven formas, duros cuerpos incorruptos, alarmante dinámica de colores.
(...) Cuando Bernini estudió esa específica forma de dolor que llevaba por nombre Medusa, no renunció a los signos de la angustia. Hay una especie de recuerdo de Dafne, la huella de un rostro capturado, una presa dominada por una greña de serpientes que han conseguido llegar hasta ella.


 Bernini, Cabeza de Medusa (1630)



 Las sierpes tienen una ingeniosa y laboriosa belleza; acaso el escultor veía en ellas un proyecto de Atenea; colocados en la cabeza de ese rostro apenado, los reptiles son cadenas, yelmo, corona; también sus cabellos, una cabellera investida de una profanación litúrgica, transfigurada, como si en ella se recogiese una maligna divinización femenil; y aun sufriendo por ello, Medusa para estas sierpes es reina, mas si escrutamos esos ojos, centro de la petrificación, no nos pasará inadvertida la memoria de sus lágrimas; esos ojos están agotados, consagrados a un luto antiguo, ansiosos de sopor; Medusa está exhausta de sí misma. Oservando la cabeza de la Medusa rubensiana, podríamos bosquejar otra historia medusea; la desesperación de Medusa se contagia ahora a las serpientes, que ya no son cadenas  y corona, sino descomposicón; rápidamente van transformándose en gusanos, mientras Medusa queda decapitada y libre.

 Peter Paul Rubens, Cabeza de Medusa (1617) Detalle


Sus ojos son los ojos de la que petrifica; más ahora puede aparecer este relato, que tan bien se adapta a la trágica dulzura de la mujer profanada en el templo; ese poder suyo de transformar en piedra a todo ser vivo que se acercase a ella no era otra cosa que apremiante súplica de amor, surgía de ella tal horror de sí misma que nadie podía resistírsele, pero morir no podía, podía "petrificar" dantescamente: todo lo que miraba la insondable catástrofe de ese rostro caía en el corazón del amor y alcanzaba la meta del horror, y ese volverse piedra era una declaración total de redención amorosa. Ahora, decapitada, Medusa tiene los ojos abiertos, y el horror fluye tumultuoso; pero todavía nos viene a la cabeza el momento sublime que contempló cómo sus ojos se entregaban al sueño, en espera de la espada de Perseo, de su esquivo acero; aquella fue la única vez en que Medusa no fue amada y sólo amó, más no fue apremiante.
Tiene los ojos entrecerrados, adormecidos y dolientes, pero regios, la Medusa que, decapitada se desangra en la hermosa mano de Perseo; Cellini sabía que la Medusa muerta era belleza, nada menos que belleza y dolor. Mana a borbotones esa sangre que ha de transformarse en Pegaso, las sierpes se ocultan, el rostro de Medusa ampara una mitología de mujeres llenas de furia, pena, derrota. Medusa es Medea, Fedra, Níobe -Níobe hecha piedra por un dolor inconsolable-: es la abandonada Ariadna, es la enamorada Io, la perseguida Dafne, la engañada Dánae, la raptada Europa; despedazada por unas Furias que la matan primero para abandonarla después, ese rostro no es sino el testimonio, el emblema, el cipo fúnebre de la reina dolorosa. Perseo, el héroe quien se confía la tarea de matar a la reina, pero que todavía no es rey, exhibe ante alguien -¿Atenea? ¿Afrodita?- la cabeza cortada. Perseo no es cruel pero, como sucede a los héroes, ha hecho algo que debía hacerse; se ha enfrentado a la divinidad, la ha vencido, mas no por ello se ha convertido en dios. Demasiado tarde, Perseo, te estás enamorando de Medusa. Tú, que has logrado acercarte solo  hasta la cabeza fascinante sin enamorarte, ahora, demasiado tarde, pero irreparablemente, sabes que estás enamorado de Medusa, sabes que siempre has estado enamorado de ella, que ese amor tuyo nunca morirá, porque ella la mujer de divina belleza, está muerta y, por consiguiente, no puede volver a morir. Ahora sabes, oh Perseo, emisario nuestro en la lucha con la mujer de la corona de serpientes, oh tú Perseo, que estás al comienzo de una larga, laberíntica historia, un itinerario cada vez más nocturno, mancillado con brillos de ojos, articularse de manos, temblor de párpados, entrecerrarse de labios; estás al comienzo de un viaje, y marcharás sujetando esa cabeza incomparable a manera de linterna, la única linterna que produce a un tiempo luz y tinieblas, la que te conviene, porque ese itinerario por el que te encaminas, con tu rostro humilde y paciente, está finalmente al inicio de la majestad, es el tortuoso y admirable itinerario de la locura.


 Uma Thurman como Medusa en el film Percy Jackson y el ladrón del rayo (2010)


Lecturas:

Edición española de la revista FMR nº 17 (pag. 130-138)

Robert Graves, Los mitos griegos. Alianza Editorial 1985


Entradas relacionadas:


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miércoles, 17 de octubre de 2012

La mujer que llegó de las estrellas


 Gustav Klimt, Nuda Veritas (La verdad desnuda) (detalle) 1899



 "Pero quien no es verdadero no verá la verdad"

Paracelso


"El Conocimiento surge en la medida en que el objeto conocido está dentro del conocedor"

Santo Tomás de Aquino



El siguiente cuento es una versión africana de la historia del hombre que es visitado por una mujer sobrenatural y se enamora de ella. En esta versión contada por Lauren van der Post y recogida por Wendy Doniger en su libro "Mitos de otros pueblos", la mujer llega desde las estrellas llevando consigo un cesto. Me ha parecido interesante sumar tanto las anteriores citas como las que aparecen al final del texto. 


Antes de casarse con él, la esposa le había hecho prometer que nunca levantaría la tapa del cesto ni miraría en su interior hasta que ella le diera permiso para hacerlo. Si lo hiciera, un gran desastre podría abatirse sobre ellos. Pero fueron pasando los meses y el hombre empezó a olvidar su promesa. Su curiosidad iba en aumento, al ver el cesto tan cerca día tras día, con la tapa siempre firmemente cerrada. Un día, cuando estaba solo, entró en la cabaña de su esposa, vio el cesto, en las sombras, y no pudo soportarlo por más tiempo. Quitando la tapa, miró en el interior. Por un momento permaneció incrédulo, luego estalló a reír. Cuando por la noche regresó su esposa, supo enseguida lo que había sucedido. Se puso la mano en el corazón y mirándole con lágrimas en los ojos, le dijo: "Has mirado en el cesto". l lo admitió y le dijo riendo: "Qué tonta eres. ¿Por qué has armado tanto jaleo con ese cesto? No hay nada en su interior". "¿Nada?" dijo ella, sin apenas fuerza para hablar. "Sí, nada", contestó él enfáticamente. En ese momento, ella le dio la espalda, se marchó entrando directamente en la puesta de sol y desapareció. Nunca más se la volvió a ver sobre la tierra. Y todavía hoy oigo a la sirvienta negra que me dice: "¿Y sabes por qué se fue, amito? No porque él hubiera roto su promesa, sino porque, al mirar dentro del cesto, lo había encontrado vacío. Se fue porque el cesto no estaba vacío; estaba lleno de cosas hermosas del cielo que ella almacenaba allí para los dos; él no pudo verlas y se rió, así que ya no tenía sentido que ella estuviera en la tierra y desapareció.


"El conocimiento exige un órgano hecho  a la medida de su objeto"

"El ojo no podría ver el sol si no fuera ya semejante al sol, y el alma no podría tener visión de la Belleza si no fuera ella misma bella"

Plotino



Lecturas:

 Wendy Doniger, Mitos de otros pueblos. Siruela 2005



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lunes, 8 de octubre de 2012

Huellas kármicas

Foto:http://www.dreamstime.com/Yobro10_info

"Pero en el mismo instante en que aquel cálido trago, con las migajas, tocó mi paladar, todo mi cuerpo se estremeció, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría. Un placer delicioso me invadió, aislado, sin noción de qué lo causaba. Y al instante las vicisitudes de la vida me fueron indiferentes, sus desastres inofensivos y su brevedad ilusoria..."

"...Pero cuando ya nada subsiste de un pasado antiguo, cuando ha muerto la gente y se han estropeado las cosas dispersas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, como las almas, y recuerdan, y aguardan y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse, en la minúscula e impalpable gota de su esencia, la enorme estructura del recuerdo."


Marcel Proust, En busca del tiempo perdido


Casualmente, en los dos últimos libros que he leído se hacen referencias a la teoría hindú del karma. El primero de ellos es la última publicación en castellano de una recopilación de textos de Eliot Weinberger bajo el título de Las cataratas. En uno de esos textos relaciona la expresión francesa déjà vu, (literalmente "ya visto" esto es, la experiencia conocida como paramnesia por la que tenemos la sensación de haber vivido anteriormente una situación que se nos presenta), con el residuo kármico que perdura de una vida anterior conocido en la India como vasana, que literalmente significa "aroma" y estaría ligado al recuerdo. Cada vida nueva genera vasanas que permanecen latentes hasta que reencarnamos en la misma especie, es decir, sólo los vasana de un ser humano se activarían en una nueva encarnación humana y no en la de un gato por ejemplo. El vasana con su efecto reminiscente haría de puente entre esas existencias. Según ésto, alguien nos atrae con pasión debido a los vasanas que de él surgen, despertando el recuerdo de amores anteriores.
En el otro libro titulado Mitos de otros pueblo, su autora Wendy Doniger explica cómo al no encontrar consuelo en los planteamientos judíos y cristianos heredados que le ayudaran a superar la muerte de su padre, se sintió más identificada con las teorías hindúes sobre el karma, encontrando así respuesta a tal situación. Ello le llevaría más tarde a plantearse sus propias circunstancias personales y su relación con el mundo de una forma diferente como podemos leer en el siguiente fragmento que recojo:


(...) La teoría del karma nos cuenta que hemos vivido otras vidas, que nuestra alma ha tenido otros cuerpos. Pero ¿cómo sentimos y como aceptamos intelectualmente la realidad de esas otras vidas si no podemos recordarlas? Platón construyó su propia versión de esa teoría en el mito de Er, en la República, pero Platón no era un neoplatónico y tampoco el platonismo ni el neoplatonismo llegaron a esa parte integral del pensamiento occidental sobre la muerte. Es más fácil para los hindúes sentir la teoría del renacimiento en la medida en que se sienten parte de un grupo humano mayor de una manera que nosotros no sentimos; creen que están unidos en la naturaleza y en la cultura tanto con aquellas personas con las que están en contacto en el presente como con aquellas otras del pasado y del futuro con las que están relacionados. Pero ¿qué pasa con nosotros que no somos hindúes? Para nosotros, la encarnación anterior que no se recuerda no tiene existencia. Pues algunas cosas de la vida se pueden recordar en el alma, pero otras sólo se pueden redordar con el cuerpo.
El cuerpo recuerda algunas cosas y la mente recuerda otras. Pero la memoria no es todo lo que existe; hay también una realidad de experiencia no recordada que da una especie de validez a nuestra conexión con vidas que no recordamos. La teoría del karma reconoce el paralelismo entre los acontecimientos olvidados en la vida presente -los acontecimientos de la primera infancia, o las cosas que reprimimos o que (en la mitología india) olvidamos como consecuencia de una maldición- y los acontecimientos olvidados de una vida anterior. También reconoce una semejanza en la manera en que a veces recordamos vagamente diversos tipos de acontecimientos, a menudo con la sensación de lo déjà vu. Recordamos algo que no podemos recordar, de un pasado perdido, mediante el poder de rastros o huellas invisibles dejadas atrás en nuestras almas por esos acontecimientos; los hindúes denominan a esos rastros perfumes (vasanas).
La teoría del karma nos dice que hemos vivido vidas que no podemos recordar y que, por tanto, no podemos sentir. Los sabios pueden imaginar la vida de otros, y así vivirlas; pero los sabios son escasos. Ahora bien, quienes carecemos de imaginación para percibir la infinidad de nuestras vidas en el tiempo, podríamos percibir la infinidad de nuestras vidas en el espacio humano. Por otra parte, los textos indios nos dicen que estamos kármicamentre vinculados con todas las demás personas del mundo; ellos son nosotros. He conocido y respetado esta teoría desde hace mucho tiempo, aunque no siempre he creído en ella. Pero, en un momento importante, la creí. Fue en una época en que me sentía muy apenada por tener solamente un hijo. Deseaba haber tenido un montón de hijos, pero ya era demasiado tarde. Sentía que tener seis hijos habría significado tener una vida enteramente diferente, no meramente seis veces la vida de una mujer  con un hijo, y quería esa vida tanto como la que tenía. Este pensamiento estaba en mi mente cuando vagaba por una playa de irlanda y vi a una mujer con un montón de niños, tan encantadores como son todos los niños pequeños en la playa. Normalmentre la habría envidiado; pero aquella vez disfruté de sus hijos. Me sentía feliz observándolos. Y de repente sentí que eran míos, que la mujer de la playa los había tenido para mí, de modo que ellos estaban allí para que yo los mirara cuando jugaban en el agua. Su vida era también mi vida; lo sentí entonces y lo recuerdo ahora. Lo que hastra entonces había sido para mí una idea, la idea de mi identida kármica con otras personas, se convirtió en experiencia. Podía vivir su vida en mi imaginación.
Una manera de interpretar mi epifanía de la mujer de la playa fue esta comprensión de que mi relación con ella -y, a través de ella, con todas las demás mujeres que alguna vez habían tenido o tendrían hijos- significaba que mi breve vida se ampliaba en la vida de todas las demás personas del mundo. Ésta es una manera muy hindú de considerar la relación de uno mismo con los demás. Tejido a través de la serie de vidas individuales, cada una de las cuales consta de un conjunto de experiencias, estaba el hilo de la propia experiencia; en este caso la maternidad. Esa experiencia sobreviviría cuando sus hijos y el mío estuvieran muertos hace tiempo.
Sentí entonces que todas las cosas que uno quería hacer existían en la eternidad; permanecerían allí para siempre, mientras hubiera vida humana sobre el planeta tierra. Eran como hermosas habitaciones en las que cualquiera podía entrar; y cuando yo ya no pudiera entrar en ellas, seguirían estando allí. Eran parte del tiempo, y aunque no pudieran seguir siendo parte de mí durante mucho tiempo, parte de mí estaría siempre allí, en ellas. Algo de mí seguiría persistiendo en esas cosas que yo había amado, como el perfume o el humo de la pipa que te dice que alguien ha estado en una habitación antes que tú. Éste es el mismo "perfume", la misma huella kármica de la memoria, que se adhiere al alma que transmigra. Y a través de mi conexión con la mujer de la playa, yo sería en el futuro la persona que percibiría en esa habitación el perfume que yo había dejado detrás, aunque (a menos que fuera una sabia de talento) no podría reconocerlo como mi perfume. Tal vez, puesto que no soy hindú, eso sea todo lo que puedo llegar a creer en cuanto a recordar mis otras vidas: recordar la vida de otras personas como mi vida. Y tal vez se parezca bastante.

Wendy Doniger 



Lecturas:

Eliot Weinberger, Las cataratas Duomo Ediciones 2012

Wendy Doniger, Mitos de otros pueblos Siruela 2005


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