Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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domingo, 25 de enero de 2015

La isla feliz


Paul Gauguin, Ia Orana Maria (1891)

"Dos jóvenes mujeres, dos tahitianas de hermosos rostros graves e ingenuos, contemplaban a otra mujer, de estatura levemente sobrehumana, que llevaba a la espalda un Niño, el cual, con gesto mimoso deja caer su cabeza sobre la de la madre. En torno a las dos cabezas, la divina aureola. Detrás de las espectadoras, que tienen juntas las manos en actitud de rezar, un ángel está entre las flores, espléndido, sereno, él mismo una real flor.
-Ia orana, María -dicen ellas: "Yo te saludo, María".
Y la naturaleza, a su alrededor, es toda ella una oración de suavidad, de lozanía, una oración que refleja la sonrisa de la Virgen, una sonrisa en la que aparece a la vez el placer y la piedad, lo majestuoso y lo seductor de la Diosa y de la mujer, tal como estas almas sencillas y naturales pueden concebir a esta virgen a través de la Diosa antigua, adorando a ésta como antes adoraban a ambas en la tierna Hina:
Ia orana, Hina.
Así, por el delicado arabesco que va desde los primeros asombros hasta la comprensión, y que implica un estado espiritual de fervor dócil y lúcido, verás, lector, que esta obra, así como su tema, que se adivina en la lectura, son: una, un rito de alegría alternado de temores, el otro la ocasión de ser feliz sin esperanza."

Charles Morice (Noa Noa la isla feliz)


En su diario Noa Noa, el pintor francés Paul Gauguin reunió las impresiones y pensamientos -junto a acuarelas y grabados que luego le servirían como apuntes para sus oleos-, recogidos durante su viaje a Tahití a finales del siglo XIX, lugar donde pasaría una larga temporada en busca de su particular paraíso perdido. Llegando considerarse una obra legendaria, sería publicado en diferentes ediciones junto a una introducción y versos intercalados del poeta Charles Morice, autor a quien pertenece el texto inspirado en la pintura con la que se abre esta entrada.



Noa Noa 
la isla feliz
(fragmentos)
por
Paul Gauguin


"¡El silencio! Estoy aprendiendo a conocer el silencio de una noche tahitiana.
Yo no oía más que los latidos de mi corazón, en medio del silencio.
Pero los rayos de la luna, a través de los bambúes de mi choza, todos a la misma distancia entre sí, venían a jugar hasta mi mismo lecho. Y esas claridades regulares me sugerían un instrumento musical, la flauta de los antiguos, que los maoríes conocían y que denominaban vivo.
La luna y los bambúes dibujaban esta flauta, exagerándola: tal como un instrumento silencioso durante el día y que por la noche, en la memoria, y gracias a la luna, repite al soñador los aires queridos. Con esta música me dormí.
Entre el cielo y yo, nada, a no ser el gran techo, alto, frágil, de hojas de pandanos, en el que anidan los lagartos.
¡Estaba muy lejos de esas cárceles que son las casas europeas! Una choza maorí no aísla al hombre de la vida, del espacio infinito...
Sin embargo, allí me sentía solo.
De una parte a otra, los habitantes del distrito y yo nos observábamos, y la distancia entre nosotros permanecía entera.
A los dos días yo había agotado mis provisiones. ¿Qué hacer? Había pensado que con dinero encontraría todo lo necesario para vivir. Me había equivocado. Franqueado el umbral de la villa, es la naturaleza a quien hay que dirigirse para vivir. Ésta es rica y generosa, nada niega a quien va a pedirle su parte de los tesoros, de inagotables reservas, que posee en los árboles, en la montaña, en el mar. Pero es preciso saber trepar a los árboles altos, es preciso saber ir a la montaña y regresar cargado de fardos pesados, saber coger pescado, poder sumergirse y arrancar al fondo del mar la concha fuertemente adherida al guijarro. ¡Hay que saber, hay que poder!
Era pues yo, el civilizado, singularmente inferior, en esas circunstancias, a los salvajes. Y los envidiaba. Los veía vivir, felices, apacibles, alrededor mío, sin realizar más esfuerzo que el esencial para satisfacer las necesidades cotidianas, sin la menor preocupación por el dinero: ¿A quién vender, cuando los bienes de la naturaleza están al alcance de la mano?"

Paul Gauguin, paisaje con pavos reales (Matamoe, 1892)


"He acabado por comprender bastante bien la lengua maorí y la hablaré rápidamente sin difcultad.
Mis vecinos -tres, muy próximos, y los otros, numerosos, de distancia en distancia- me miran como a uno de los suyos.
En contacto perpetuo con los guijarros, mis pies se han endurecido, familiarizándose con el suelo. Mi cuerpo, casi constantemente desnudo, no sufre ya los efectos del sol.
La civilización se va yendo de mí, poco a poco.
Yo comienzo a pensar con simplicidad, y a tener menos odio hacia mi prójimo, mejor dicho, comienzo a amarlo.
Tengo todos los goces de la vida libre, animal y humana. Huyo de lo ficticio, de lo convencional, de lo acostumbrado. Entro en lo verdadero, en la naturaleza. Con la certidumbre que me dan una serie de días semejantes a éste de ahora, también libres, también hermosos, la paz desciende hacia mí y me desenvuelvo normalmente, sin más preocupaciones banales."


Paul Gauguin, Montañas tahitianas (1893)


"Alejándome del camino que sigue la orilla del mar, tomo un estrecho sendero en medio de una espesura profunda. El sendero me lleva hasta bastante lejos en la montaña, y yo espero, al cabo de algunas horas, alcanzar un pequeño valle cuyos habitantes viven a la moda antigua de los maoríes. Son dichosos y serenos. Sueñan, aman, duermen, cantan, ruegan, y en nada se nota que el cristianismo haya llegado hasta aquí. Veo perfectamente, aunque en realidad ellas hace largo tiempo que han desaparecido, las estatuas de las divinidades. ¡Estatuas de Hina, sobre todo, y fiestas en honor de la Diosa lunar! El ídolo, de un solo bloque, tiene diez pies de un hombro a otro y cuarenta pies de altura. Lleva sobre la cabeza, en forma de bonete, una enorme piedra de color rojizo. Alrededor de ella se danza según los ritos de otros tiempos -matamua- y el vivo (flauta maorí) varía sus notas, claras y alegres, melancólicas y sombrías, segun el color de las horas.
Yo sigo mi camino."

Paul Gauguin, Mahana no atua (dia de la divinidad) 1894



"-¿Dónde vas tú? -me pregunta una bella maorí, como de unos cuarenta años.
-Voy a Itia.
-¿Qué vas a hacer allí?
Yo no sé qué idea pasó por mi espíritu, o quizás dije inconscientemente el fin del viaje hasta entonces secreto para mí mismo:
-A buscar mujer -respondí.
-En Faone hay muchas, y de las bonitas. ¿Quieres tú una?
-Sí.
¡Pues bien!, si te gusta, yo te daré una. Es mi hija."

 Paul Gauguin, Tehura (1893)

"Entonces comenzó la vida plenamente feliz. La dicha y el trabajo se levantaban juntos con el sol, radiantes como él. El oro del rostro de Tehura inundaba de alegría y claridad el interior del alojamiento y el paisaje de alrededor. Ella no me estudiaba más, yo tampoco la estudiaba más. Ella no me ocultaba ya que me amaba, yo ya no le decía que la amaba. ¡Vivíamos los dos juntos, con tan perfecta simplicidad!
¡Qué agradable era, por la mañana, ir a bañarnos en el riachuelo vecino, como hacían, según imagino, en el Paraíso, el primer hombre y la primera mujer!
Paraíso tahitiano -nave, nave fenua-, tierra deliciosa.
Y la Eva de este Paraíso se entregaba cada vez más, dócil, amante. Me sentía perfumado por ella: ¡noa noa! Ella ha entrado en mi vida en el momento justo. Más temprano, quizás yo no la habría podido comprender, y más tarde hubiera sido demasiado tarde. Hoy la comprendo tanto como antes, y por ella penetro, al fin, en los misterios que hasta aquí no se me revelaban. Pero por el momento mi inteligencia no razona aún y mis descubrimientos aún no están ordenados en mi memoria. Es a mi sensibilidad a lo que Tehura confía todo cuanto me dice. Es en mis sensaciones y mis sentimientos en los que yo encontraré, más tarde, inscritas sus palabras. Así ella me conduce, con más seguridad que la que yo podría alacanzar por medio de otro método cualquiera, a la plena conprensión de su raza, por medio de la enseñanza cotidiana de la vida.
Y ya no tengo más conciencia de los días y de las horas, del mal y del bien. La felicidad es tan extraña al tiempo, que éste suprime su noción. Yo solamente sé que todo está bien, porque todo es bello."

 Paul Gauguin, Te Arii Vahine (La mujer del rey) 1896


"Desde hacía una quincena de días las moscas, antes raras, abundaban y eran insoportables. Y todos los maoríes se alegraban de ello. Los bonitos y los atunes iban a surgir desde las aguas profundas. Las moscas anunciaban la estación de la pesca, la estación del trabajo. Pero no olvidemos que en Tahití el trabajo es un placer.
Cada uno verificaba la solidez de sus aparejos, de su hilo, de sus anzuelos. Mujeres y niños, con una actividad insólita, se empleaban para alargar las redes, o rápidamente tejer anchas barreras de hojas de cocotero a lo largo de la costa, sobre los corales que guarnecen el fondo del mar, entre la tierra y los arrecifes. De esta manera se consigue atrapar ciertos pececillos por los cuales son golosos los atunes. (...)
Nos hicimos a la mar (yo, naturalmente, participaba en la fiesta) una hermosa mañana y pronto traspusimos la línea de los arrecifes. Nos aventuramos bastante profundamente mar adentro. Aún veo una tortuga, con la cabeza fuera del agua, que mira cómo pasamos.
Todos los pescadores estaban de alegre humor y remaban vivamente.
Llegamos a un lugar en el que el mar era muy profundo, al cual se le llama Agujero de los Atunes, frente a las Grutas de Mara. Es allí, dicen, adonde estos peces van a dormir por la noche, en profundidades inaccesibles a los tiburones. (...)
Sobrepasamos, pues, el Agujero de los Atunes, y un hombre fue designado por el patrón de las piraguas para sumergir la pértiga en el mar y lanzar el anzuelo.
Se esperó durante largos minutos. Ningún atún mordía.
Le tocó el turno a otro remero y esta vez picó un soberbio atún que hizo doblar la pértiga. Cuatro vigorosos brazos alzaron el arbusto tirando de las cuerdas situadas a popa, y el atún apareció en la superficie. Pero rápidamente un gran tiburón dio un brinco sobre las olas: dio varias terribles dentelladas y nosotros no vimos más, en el garfio del anzuelo, que una cabeza cortada.
El patrón me dio la señal. Yo arrojé el anzuelo.
Al cabo de muy poco tiempo, pescábamos un enorme atún. (...)
Y regresamos.
La noche, en los trópicos, cae pronto. Se trataba de adelantarse a ella. Veintidos zagales seguros se sumergían y volvían a emerger juntos en el mar, y los remeros, para excitarse, gritaban rítmicamente. Una estela fosforescente se abría detrás de nuestras piraguas.
Yo tuve la sensación de una fuga loca: los temibles amos del océano nos perseguían. Alrededor nuestro daban saltos como fantásticos rebaños, de formas infinitas, los peces asustados y curiosos.
Dos horas después estábamos cerca de la entrada de los arrecifes. (...)
Ante nosotros, la tierra se iluminaba con fuegos animados, llamas de enormes antorchas hechas con las ramas secas de los cocoteros. Y el espectáculo era admirable: sobre la arena, al borde de las aguas iluminadas, las familias de los pescadores nos esperaban. Algunas figuras estaban sentadas, inmóviles, y otras corrían a lo largo de la orilla, agitando las antorchas; los niños saltaban aquí y allá, y se oían desde lejos sus gritos agudos.
Con un poderoso impulso, la piragua entró en la arena de la playa.
Inmediatamente se procedió al reparto del botín.
Todos los peces fueron depositados en tierra, y el patrón los dividió en tantas partes iguales como personas habíamos concurrido, hombres, mujeres, niños, a la pesca de los atunes y a la pesca de los pececillos-cebos. En total treinta y siete partes."

 Paul Gauguin, Pescadoras Tahitianas (1891)


"Tuve que regresar a Francia. Me lo exigían imperiosos deberes de familia.
¡Adios, tierra hospitalaria, tierra deliciosa, patria de libertad y de belleza! Parto, envejecido por dos años más, rejuvenecido en veinte, más bárbaro que a la llegada y mucho más instruido.
Sí, los salvajes han enseñado muchas cosas al viejo civilizado, muchas cosas de la ciencia de vivir; esos ignorantes me han enseñado el arte de ser dichoso. Sobre todo, me han hecho conocerme mejor, me han dicho mi propia verdad.
-¿Era éste tu Secreto, mundo misterioso? ¡Oh!, mundo misterioso, por ser Toda Claridad, tú has hecho en mí la luz, y yo he engrandecido la admiración hacia tu antigua belleza, que es la juventud inmemorial de la Naturaleza. Y yo me hice mejor por haber comprendido y haber amado tu alma humana, una flor que acaba de florecer y que nadie, jamás, puede respirar su olor.
Cuando abandoné el muelle, en el momento de hacerse el barco a la mar, miré por última vez a Tehura.
Había llorado varias noches antes. Cansada ahora, y triste siempre, se mantenía sentada sobre la piedra, con las piernas colgando, rasgando con sus pies anchos y sólidos el agua salada. La flor que llevaba por la mañana, en su oreja, había caído sobre sus rodillas, marchitada.
De trecho en trecho, otras como ella miraban, fatigadas, mudas, sin pensamientos, el pesado humo del navío que nos llevaba a todos muy lejos, para siempre, amantes de un día.
Y desde el puente del barco, con los catalejos, mientras nos alejábamos, durante mucho tiempo aún, creíamos leer sobre sus labios estos viejos versos mahoríes:

Vosotras, ligeras brisas del Sur y del Este,
Que os juntáis para jugar y acariciaros, sobre mi cabeza,
Apresuraos a correr juntas a la otra Isla.
En ella encontraréis, sentado a la sombra de su árbol preferido,
A aquel que me abandonó.
Decidle que me habéis visto anegada en lágrimas.


 Paul Gauguin, Manao tupapau (ella piensa en el aparecido) 1894-1895
 (pareja haciendo el amor en un flor de loto, acuarela y plumilla)


Lecturas:

Paul Gauguin y Charles Morice, Noa Noa la isla feliz. Olañeta editor 2004


Entradas relacionadas:

En el Bosque


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viernes, 16 de enero de 2015

Presagios del mal


Hermafrodita, acuarela de Ulisse Aldobrandi (1522-1605)



"Varron dice que portentos son las cosas que parecen nacer en contra de la ley de la naturaleza. En realidad, no acontecen contra  la naturaleza de todo lo creado. (...) En consecuencia, el portento no se realiza en contra de la naturaleza conocida. Y se conocen con el nombre de portentos, monstruos y prodigios porque anuncian (portendere), manifiestan (ostendere), muestran (mostrare) y predicen (praedicare) algo futuro. (...)
La aparición de determinados portentos parece querer señalar hechos que van a acontecer; pues en ocasiones Dios quiere indicarnos lo que va a suceder al través de determinados perjuicios de los que nacen, como sirviéndonos de sueños y de oráculos advierte e indica a algunos pueblos u hombres las desgracias futuras."

San Isidoro de Sevilla, Etimologías Libro XI


Durante el Renacimiento y décadas posteriores surgieron un gran número de tratados donde se recogían y clasificaban -relacionándolos con las conocidas razas fabulosas o monstruosas-, los casos de nacimientos anómalos tanto de personas como de animales. En los comienzos de la nueva ciencia conocida como teratología, se tenía la idea de que estos monstruos, portentos o prodigios tal como se les denominaba, eran resultado del castigo divino, siendo su aparición un designio que debía ser interpretado. Así, estos "fenómenos contranatura" anunciaban acontecimientos -generalmente males y catástrofes- que un gran número de augures y adivinos de la época se esforzarían en pronosticar.



Los monstruos como presagios;
historiografía humanista
(fragmentos)
por
Rudolf Wittkower


Mientras que la concepción agustiniana había hecho aceptables los monstruos a la Edad Media, y monumentos  como el tímpano de Vézelay les otorgaba su lugar correspondiente en la creación, mientras que el final de la
Edad Media había visto en ellos símiles de las cualidades humanas, ahora, en el siglo del humanismo, vuelve el temor pagano a los monstruos como presagio del mal. Nos enfrentamos a la curiosa paradoja de que la supersticiosa Edad Media defendiera con una mente de amplias miras a los monstruos como pertenecientes al inexplicable plan divino del mundo, mientras que el período "ilustrado" del humanismo volvió al "contra naturam" de Varrón y los considera creaciones de la ira de Dios para presagiar acontecimientos extraordinarios. Lycosthenes es un exponente de ideas que, habiendo estado mucho tiempo en suspenso, recibieron en el círculo del emperador alemán Maximiliano. Su efecto fue amplio e inmediato, y sacó a la superficie creencias populares que no habían tenido cabida en la concepción medieval oficial del mundo.
A. Warburg ha interpretado brillantemente el temor a los monstruos en el círculo de Maximiliano, Blasio Höltzl (1502) y de Jakob Mennel para el propio emperador (1503). Anteriormente, Sebastian Brant había dedicado a Maximiliano su augurio sobre la cerda monstruosa nacida en Landster en 1496, que es conocida por el grabado "científico" de Durero.

Cerda monstruosa de Landster en un grabado de Durero


Esos nacimientos anómalos se relacionaban con acontecimientos extraordinarios en el firmamento, como eclipses de sol y cometas, y se ligaban con la creencia astrológica en el poder de las estrellas. El propio Lutero vio un augurio de la muerte del elector Federico el Sabio en la aparición de un arco iris junto con el nacimiento de un niño sin cabeza y otro con los pies del revés. Estas supersticiones siguieron vivas en los círculos protestantes. Se confeccionaron publicaciones de presagios como las de Jobus Fincelius para fomentar las tendencias antipapales, y la enciclopédica colección de mirabilia de Johannes Wolf, impresa primero en 1600-1608 y reeditada en 1671, es la expresión más amplia de esta corriente supersticiosa en el seno del protestantismo.

En algunos casos la visión de los monstruos como presagios tuvieron motivaciones propagandísticas al servicio del conflicto religioso. Una de ellas vino de la mano del propio Martín Lutero y Melanchton (ilustrada imaginativamente en la imagen superior), al interpretar el nacimiento anómalo en Roma de una especie de pez como señal del fin de la iglesia católica y augurio de que el Papa era el Anticristo.

 
Desde principios del siglo XVI en adelante apareció en todos los países europeos un número siempre creciente de tratados proféticos basados en los monstruos. Aldus Manutius, el editor veneciano que fue el principal responsable de la difusión del mejor saber clásico, también desenterró y publicó en 1508 la crónica de prodigios del escritor del siglo IV Julius Obsequens, más tarde reeditada por Lycosthenes. Autores como Pierre Boaistuau y Marcus Frytschius e incluso médicos como Jacob Rueff, Ambroise Paré y Cornelius Gemma relacionaron los nacimientos monstruosos con acontecimientos políticos. Uno o dos ejemplos pueden dar idea de la tendencia de estas obras. El célebre monstruo nacido en Rávena en 1512, que nunca se omitió en ningún tratado de monstruos durante casi doscientos años, se consideró habitualmente un presagio de las devastación de Italia por Luis XII de Francia. La interpretación del monstruo así como su dibujo fueron normalizados y aceptados por numerosos estudiosos más allá de toda sospecha.

El monstruo de Rávena

Boaistuau, que alegaba que no había incluido ninguna fábula en su obra, sino sólo datos sostenidos por la autoridad de autores célebres, publicó como un presentimiento de la paz entre Venecia y Génova la imagen de un mónstruo nacido en Italia con cuatro piernas y cuatro brazos. (imagen derecha, Prodigiorum ac ostentorum Chronicon 1557)
La misma historia con el mismo grabado en madera apareció en Paré, Fenton y otros. Sin embargo, este monstruo tiene un antiguo pedigrí; apenas se puede diferenciar del descrito por Julius Obsequens en el año 164 d. C., ilustrado en la edición de Lycosthenes de 1552. John Bulwer, un empirista que se salió de sus criterios para asegurar en los términos de Lycosthenes que los monstruos son enviados por Dios "para castigo y advertencia de los hombres", repitió la historia de Boaistuau a mediados del siglo XVII, y citaba al mismo tiempo a las personas de seis brazos mencionadas en el Libro de Alexander para demostrar que la multiplicación de los miembros no de puede llamar monstruosa, "pues hay muchas naciones que aparecen con esa redundancia braquial".
La mayor parte de esos augurios estaban basados en monstruos individuales, reales o imaginarios, más que en razas monstruosas, y por lo tanto parecen introducirnos en un campo algo diferente. (imagen iz. Cornelius Gemma De naturae Divinis Characterismis 1575) Sin embargo, los escritores vieron un vínculo genético entre los monstruos individuales y las razas monstruosas. Hasta la destrucción de la torre de Babel "era la tierra toda de una sola lengua y de unas mismas palabras" (Gn 11, 1), "y los dispersó de allí Yahvé por toda la faz de la tierra" (Gn 11, 9). Sólo entonces pudieron originarse las razas monstruosas y, en consecuencia, también los monstruos individuales. Por esta razón Lycosthenes presenta en su primer libro todas las razas monstruosas que aparecieron despues de la dispersión de la humanidad, y a partir del segundo libro los monstruos individuales y portentos por orden cronológico. Cornelius Gemma unía la creación de razas "después del cartaclismo de Babilonia" y la existencia de monstruos individuales de la misma manera.

Conrad Lycosthenes, Prodigiorum ac ostentorum chronicon, 1557)



Lecturas:

Rudolf Wittkower, La alegoría y la migración de los símbolos. Biblioteca de ensayo Siruela 2006


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domingo, 4 de enero de 2015

Los Magos peregrinos


Nicolás de Verdún, Relicario de los reyes Magos, 1181 (detalle) Catedral de Colonia



Antes de dar paso a un texto de Umberto Eco sobre la leyenda de los Reyes Magos, recordemos lo escrito sobre ellos en el Evangelio según Mateo.



Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos magos llegaron de Oriente a Jerusalén, preguntando: "Dónde está el rey de los judíos que ha nacido" Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo". Cuando lo oyo el rey Herodes se sobresaltó, y toda Jerusalén con él. Y convocando a todos los pontífices y escribas del pueblo, les estuvo preguntando dónde había de nacer el Cristo.
Ellos le respondieron: "En Belén de Judea; pues así está escrito por el profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la menor entre las ciudades de Judá; porque de ti saldrá un jefe que gobernará a mi pueblo Israel".
Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos y averiguó cuidadosamente el tiempo transcurrido desde la aparición de la estrella. Y encaminándolos hacia Belén, les dijo: "Id e informaos puntualmente acerca de ese niño; y cuando lo encontréis, avisadme, para que yo también vaya a adorarlo". Después de oir al rey, se fueron. Y la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos hasta que vino a pararse encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella, sintieron una inmensa alegría, vieron al niño con María, su madre, y postrados en tierra, lo adoraron; (...) y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y advertidos en sueños de que no volvieran a ver a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.
Después de partir ellos, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: "Levantaté, toma contigo al niño y a su madre y quédate allí hasta que yo te avise. Porque Herodes se pondrá a buscar al niño para matarlo". José se levantó, y tomó consigo, de noche, al niño y a su madre, y partió para Egipto.

Evangelio según Mateo (2,1-14)



¿De dónde venían (y adónde fueron a parar) los Reyes Magos?
Por
Umberto Eco


No hay leyenda que nos resulte más familiar que la de los Reyes Magos. Ha inspirado innumerables obras maestras del arte y al mismo tiempo infinitos sueños infantiles, de modo que nadie se pregunta ya si los Magos realmente existieron, ésta cuestión se deja para los historiadores, para los biblistas o para los mitógrafos. En cualquier caso, su fugaz aparición en la historia se sitúa entre dos lugares legendarios, el de su origen y el de su sepultura.
En cuanto a documentos históricos, el Evangelio según Mateo es la única fuente cristiana canónica que describe el episodio de los Magos. Y Mateo no solo no nos dice que los Magos fuesen tres, sino que tampoco nos dice que fueran reyes, y tan solo alude a un viaje desde Oriente siguiendo una estrella, a la ofrenda de oro, incienso y mirra, y al hecho de que los Magos negaron decirle a Herodes dónde estaba el Niño. De Mateo a lo sumo puede deducirse que los Magos eran tres porque ofrecieron al Niño tres dones.
Será la tradición posterior la que vea a los Magos como reyes y trate de fijar su origen en algún país oriental concreto; también los evangelios apócrifos hablan de Magos. Aparece asimismo una referencia a los tres reyes en fuentes árabes (por ejemplo, el enciclopedista al-Tabari, en el siglo IX, hablaba de los dones ofrecidos por los Magos, citando como fuente al escritor del siglo VII Wahb ibn Munabbih).
Por otra parte, quienquiera que fuera el autor del Evangelio  de Mateo, el texto fue escrito hacia finales del siglo I y, por tanto, en tiempos del nacimiento de Jesús, Mateo o quien sea no había nacido aún y por consiguiente no podía hablar por experiencia directa. De modo que, antes del texto evangélico, las noticias sobre los Magos circulaban en cierto modo también en el mundo precristiano. Juan de Hildesheim (un tardío biógrafo de los Reyes del siglo XIV) establecía como origen de su viaje las investigaciones astronómicas hechas en el monte Vaus, llamado también monte de la Victoria, que se puede identificar con el Sabalán, la cima más alta de Azerbaiyán, en el antiguo Imperio armenio. Según la tradición, subieron a la montaña sagrada sacerdotes y astrólogos zoroástricos, que esperaban la aparición de una estrella que las profecías vinculaban a la venida de una divinidad sobre la Tierra. En efecto, "magos sabios", aunque en otros textos del Nuevo Testamento, como los Hechos de los Apóstoles, el término indica asimismo un brujo (véase Simón el Mago). Los Magos quizá procedían de Persia, aunque también podían venir de Caldea; Juan de Hildesheim sitúa su origen en las Indias, si bien entre las Indias incluye Nubia, de modo que el área de su origen se amplía de forma desconcertante, porque además Juan relaciona la historia de su viaje con el reino del Preste Juan, lo que nos lleva a alguna zona de Estremo Oriente, como pretendía la tradición en los tiempos en que escribía el hagiógrafo. 



Mapa renacentista con una de las localizaciones del reino del Preste Juan situada en África Oriental

Lo que ha permanecido casi constante en la tradición es que probablemente eran un blanco, un árabe y un negro, para sugerir la universalidad de la redención.
En cuanto al número, la tradición ha dado rienda suelta a la imaginación; a veces se ha hablado de dos, otras de doce, esto es, Hormidz, Jazdegard, Peroz, Hor, Basander, Karundas, Melco, Caspare, Fadizzarda, Bithisarea, Melichior y Gataspha. En la tradición occidental se impuso  finalmente la idea de que eran tres: Gaspar, Melchor y Baltasar; pero para la iglesia católica etíope eran Hor, Basanater y Kardusán; en Siria para los cristianos eran Larvand, Hormisdas y Gushnsaph; en la Concordia evangelistarum de Zacarías Crispolitano (1150) se habían convertido en Appelius, Amerus y Damascus, o en forma hebrea Magalath, Serakin y Galgalath.
La realeza de los Magos se afirmó en la tradición litúrgica cuando se vinculó la fiesta de la Epifanía a la profecía del Salmo 72: "Los monarcas de Tarsis y las islas le pagarán tributo, y los reyes de Saba y de Seba le traerán presentes. Ante él se postrarán todos los reyes, serviranle las naciones".
Más interesante es tal vez la historia de su sepultura. Marco Polo dice en sus escritos que ha visitado las tumbas de los Magos en la ciudad de Saba. Pero tenemos testimonios históricos un siglo antes de Marco Polo. Cuando en 1162 Federico Barbaroja conquistó y mandó destruir Milán, en la Basílica de San Eustorgio encontró un sarcófago (todavía existe aunque vacío) que habría contenido  los restos mortales de los tres reyes. Según la tradición, en el siglo IV, el obispo Eustorgio, que deseaba ser enterrado en su día junto a los Magos, mandó trasladar sus restos desde la basílica de Santa Sofía en Constantinopla (adonde habían sido llevados por santa Elena, que los había encontrado durante su peregrinación a Tierra Santa). Y antes incluso, Reinaldo de Dassel, conocedor del valor económico de una reliquia que convertía una ciudad en meta de incesante peregrinaje, mandó trasladar los restos a la catedral de Colonia, donde todavía hoy se puede ver el arca de los Magos. Los milaneses se lamentaron largamente de aquel robo y trataron de recuperar, sin éxito, los preciosos restos; por fín, en 1904, el arzobispo de Milán mandó depositar de nuevo con solemnidad en San Eustorgio algunos fragmentos óseos de aquellos venerados despojos (dos fíbulas, una tibia y una vértebra), ofrecidos por el arzobispo de Colonia. Son muchos los lugares que se jactan de haber obtenido fragmentos de las reliquias durante el traslado de Italia a Alemania, de modo que las tumbas de los Magos (un hueso o un cratílago cada una) se multiplicaron. Peregrinos en vida, los tres reyes se convirtieron en vagabundos post morten, generando sus múltiples cenotafios.


Relicario de lor Reyes Magos, catedral de Colonia



Lecturas:

Umberto Eco, Historia de las tierra y los lugares legendarios. Ramdon House Mondadori 2007



Otras entradas de Umberto Eco:


http://barzaj-jan.blogspot.com.es/search/label/Umberto%20Eco


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