Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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viernes, 30 de marzo de 2012

El regreso


A los verdes prados
baja la niña,
ríense las fuentes,
las aves silban.
A los prados verdes
la niña baja,
las fuentes se ríen,
las aves cantan.

No corráis vientecillos,
con tanta prisa,
por al son de las aguas
duerme la niña.

Lope de Vega, Canción



El siguiente texto escrito por el neurólogo Oliver Sacks, forma parte de uno de sus libros donde narra los casos clínicos de algunos pacientes que ha tratado a lo largo de su carrera profesional.


Un pasaje a la India
Por
Oliver Sacks


Bhagawhandi P., una muchacha india de diecinueve años con un tumor maligno en el cerebro, fue admitida en nuestra institución en 1978. El tumor (un astrocitoma) se había manifestado por primera vez cuando tenía siete años, pero por entonces era de escasa malignidad y estaba bien delimitado, lo que permitió una resección completa y una recuperación completa de la función, y Bhagawhandi pudo volver a hacer vida normal.
Esta tregua duro diez años, durante los cuales vivió una vida plena, con una plenitud agradecida y consciente, porque sabía (era una chi
ca inteligente) que tenía una "bomba de tiempo" en la cabeza.
El tumor volvió a aparecer a los dieciocho años, mucho más expansivo y maligno ya. No era posible además extirparlo. Se efectuó una descompresión para permitir que se expandiera... y fue así, con debilidad y parálisis del lado izquierdo, con ataques esporádicos y otros problemas, como ingresó e
n nuestra institución.
Al principio se mostró bastante animosa, parecía aceptar plenamente el destino que le aguardaba, pero deseaba aún relacionarse y hacer cosas, disfrutar y experimenar mientras pudiese. A medida que el tumor iba creciendo y avanzando hacia el lóbulo temporal y la descompresión empezaba a hincharse (le administramos esteroides para reducir el edema cerebral) los ataques se hicieron más frecuentes... y más extraños.
Los primeros ataques habían sido convulsiones de grand mal, y siguió teniendo ataques de este tipo de vez en cuando. Los nuevos tenían un carácter completamente distinto. No perdía la consciencia, sino que parec
ía (y se sentía) como "ensoñando"; y era fácil apreciar (y confirmar con electroencefalograma) que había pasado a tener ataques del lóbulo frontal frecuentes, que, como nos enseñó Hughlings Jackson, suelen caracterizarse por "estados de ensoñación" y "reminiscencia" involuntaria.
Esta ensoñación vaga adquirió pronto un carácter más definido, más concreto y más visionario. Adquirió la forma de visiones de la I
ndia (paisajes, aldeas casas, jardines) que la muchacha reconocía inmediatamente como lugares que había conocido y amado de niña.
-¿Y eso te molesta? -le preguntamos-. Podemos cambiar la medicación.
-No -dijo con una plácida sonrisa-. Me gustan esos sueños... me llevan otra vez a casa.
A veces aparecía gente, normalmente de su familia o vecinos de su aldea natal; a veces se hablaba, o se cantaba o se bailaba; en una ocasión estaba en la iglesia, en otra en el camposanto; pero en general eran las llanuras, los campos, los arrozales próximos a la aldea, y las montañas bajas y suaves que se alzaban en el horizonte.
¿Eran sólo ataques del lóbulo temporal? Esto p
arecía en un principio, pero luego empezamos a estar ya menos seguros; porque los ataques del lóbulo temporal suelen tener un formato bastante fijado: Una sola escena o canción, que se repite invariablemente, acompañada de un foco igualmente fijo en el córtex. Sin embargo los sueños de Bhagawhandi no tenían ese caracter fijo, desplegaban panoramas en cambio constante y paisajes que se disolvían ante sus ojos. ¿Estaba entonces intoxicada y alucinaba debido a las enormes dosis de esteroides que estaba recibiendo? Esto parecía posible, pero no podíamos reducir los esteroides... habría entrado en coma y se habría muerto en unos cuantos días.
Y una "psicosis de esteroides", en caso de que fu
ese eso, suele ser desorganizada y agitada, mientras que Bhagawhandi estaba siempre lúcida, tranquila serena. ¿Podían ser fantasías o sueños, en el sentido freudiano? ¿O el tipo de locura-ensueño (oneirofrenia) que puede producirse a veces en la esquizofrenia? Tampoco podíamos estar seguros de eso; porque aunque había una especie de fantasmagoría, los fantasmas eran claramente recuerdos todos ellos. Se producían con conciencia y juicio normales, y no estaban evidentemente "hipercateterizados", o cargados de impulsos apasionados. Se parecían más a ciertos cuadros, o poemas sinfónicos, unas veces felices, otras tristes, evocaciones, re-evocaciones, visitas de ida y vuelta a una niñez estimada y feliz.
Día a día, semana a semana, los sueños, las visiones, se hicieron más frecuentes, más profundos. No eran ya esporádicos, sino que ocupaban la mayor parte del día. La veíamos como arrebatada, como en un trance, los ojos cerrados a veces, otras abiertos pero mirando sin ver, y siempre con una sonrisa
dulce, misteriosa en la cara. Si alguien se acercaba a ella o le preguntaba algo, como tenían que hacer las enfermeras, ella respondía inmediatamente, con lucidez y cortesía, pero se tenía la sensación, incluso entre el personal más prosaíco, de que estaba en otro mundo y de que no debíamos molestarla. Yo compartía ese sentimiento y, aunque sentía curiosidad, me resistía a indagar. Una vez, sólo una vez, le dije:
-¿Qué pasa, Bhagawhandi?
-Me estoy muriendo -contestó-. Me voy a casa. R
egreso al lugar del que vine...sí, podríamos decir que es mi regreso.
Pasó otra semana y entonces dejó de reaccionar ya a los estímulos externos, parecía completamente encerrada en un mundo propio y, aunque tenía los ojos cerrados, aún seguía presente en su rostro aquella sonrisa serena y feliz.
-Está haciendo su viaje de regreso -decía el personal-. Pronto llegará allí.
Tres días después murió... ¿o deberíamos decir "
llegó" después de completar su viaje a la India?

Niña hindú frente a campos de arroz (foto es.123 rf.com)



Lecturas:

Oliver Sacks, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Muchnik Editores 1987

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martes, 20 de marzo de 2012

Cosmología Divina

La barca del sol ( en el centro) en su viaje entre el cielo, simbolizado por la diosa Nut (arqueada arriba), y la tierra, simbolizado por el dios Geb (extendido abajo).
Papiro funerario de la XXI Dinastía.



"La diferencia fundamental entre las actitudes del hombre moderno y las del antiguo, con respecto al medio que lo rodea, es que para el contemporaneo, que se apoya en la ciencia, el mundo de los fenómenos es, ante todo, un "ello", algo impersonal; en tanto que para el hombre antiguo y, en general, para el primitivo, es enteramente personal y se le trata de "tú"

H. Frankfort.




La forma de concebir el mundo fenoménico por el hombre del Antiguo Egipto era muy diferente a la que tiene el hombre moderno. En su realidad circundante, su microcosmos inmediato manifiestado en el desierto, en la crecida del río, el curso del sol, en la cúpula del cielo, el aire, etc, la totalidad macrocósmica era experimetable. El microcosmos y el macrocosmos se interpenetraban. En esta experiencia, el paisaje era contenedor de fuerzas divinas que operan en el interior de una "dimensión vertical" por la que se podía acceder a una realidad metafísica. Para el egipcio antiguo, el mundo metafísico se derrama sobre el físico otorgándole significado, su conocimiento era condición necesaria para una concepción más real de la vida. En el texto siguiente, podemos hacernos una idea de como se ordenaba esa realidad a partir de una percepción simbólica del mundo manifestado.



El cosmos manifestado
por
Jeremy Naydler



Los egipcios concebían el cosmos como un conjunto de tres reinos: la tierra llana bordeada de montañas; el cielo por encima de la tierra, y la atmósfera entre el cielo y la tierra. Ninguno de estos reinos era entendido como algo simplemente físico, pues cada uno manifestaba una presencia interior, divina. Describir el cosmos egipcio es también describir un mundo de seres divinos cuya naturaleza se expresa en sus respectivos dominios cosmológicos. Estos dominios sólo marginalmente son físicos, y en la medida en que son físicos son también simbólicos.
Para los egipcios, el reino inferior de la tierra estaba representado en su totalidad en la imagen de la Tierra Amada. Se lo describía como una amplia llanura de aluvión, por cuyo centro discurría el Gran Río; estaba limitada a ambos lados por sendas cadenas de montañas. Más allá de éstas estaban los otros países del Oriente Medio, que a lo largo de la historia existieron en la periferia del universo egipcio. Egipto era el país que centraba en sí mismo el todo macrocósmico; los países de más allá de Egipto no lograban alcanzar el estatuto metafísico de "imagen de los cielos", y por ello no se les asignó ninguna centralidad cósmica. Todos ellos se agrupaban dentro del perfil impreciso de "tierras extranjeras" que tenían únicamente un sentido periférico en la descripción de un mundo que era esencialmente simbólico.
La propia tierra se identificaba con el ser divino Geb. En un texto se la describe literalmente como el cuerpo de Geb, sobre cuya espalda crece la vegetación, y de cuyas costillas brota la cebada. Se representaba al dios Geb, el dios de la tierra, con el cuerpo cubierto con plantas y cañas. La tierra estaba, de este modo, viva y dotada de un alma. Andar sobre la tierra era andar sobre un dios.
Evidentemente, esta imagen de la tierra como un dios no se basa simplemente en la percepción de los sentidos, ni en el razonamiento lógico. Es una visión imaginativa que ve a través del paisaje físico en su interioridad. La antigua teología egipcia era en gran medida producto de este tipo superior de percepción, que fácilmente se puede interpretar de forma errónea como una construcción imaginativa, o algún tipo de proyección psicológica, pero que realmente consiste en un discernimiento imaginativo de las fuerzas y seres invisibles que existen en el "espacio interior" y que nosotros captamos en imágenes simbólicas. Podría parecer que ese modo de conocimiento pierde de vista la tierra por completo, pero sería más exacto decir que nuestra percepción se ve aumentada por una experiencia que resuena en un nivel más profundo del alma. Es en ese nivel más profundo de "percepción del alma", distinto de la percepción de los sentidos, donde, como dice Henry Corbin, "el universo de las Imágenes-arquetipo es experimentado como otras tantas presencias personales".
En la figura vemos a Geb en una postura típica. Casi siempre aparece de esta forma cuando se le representa como el espíritu de la tierra. Su pierna derecha y también el brazo derecho, está habitualmente levantada, y la figura descansa sobre el codo y la nalga izquierdos. El rostro está vuelto hacia la tierra, al parecer en un gesto de resignación a un destino que acarrea el haber sido atrapado en el reino de la materia. Rara vez se muestra a Geb mirando hacia arriba. Es como si, con una mezcla de sorpresa y tristeza, su mirada fuera apresada por lo que está por debajo más que por lo que está por encima de él. Lo que está por encima de él es su consorte amada, Nut, la diosa del cielo.
Geb parece siempre carecer de vitalidad, y da la impresión de ser incapaz de levantarse. ¿O es que acaba de llegar a tierra, tras haber caído desde una gran altura? Sea cual sea la forma en que se le vea, Geb simboliza la energía que está detrás del mundo de la materia, que es tradicionalmente pasiva en relación al mundo del espíritu. En la mayoría de las mitologías el ser divino asociado a la tierra es femenino y se le considera pasivo o receptivo en relación a un dios del cielo. Es interesante que en el antiguo Egipto no sólo la tierra es un dios masculino, sino que no existe ninguna diosa pasiva en la teología del Egipto antiguo. La pareja de Geb, la diosa del cielo Nut, es una presencia mucho más vigorosa que él. Geb aparece en estas ilustraciones como un hombre exhausto de tanto hacer el amor, que como veremos, es efectivamente una de las formas en que se le puede interpretar.
Geb fue representaso también de otras formas. Muy frecuentemente tenía la forma de un ganso, que era la principal ave doméstica ponedora en Egipto hasta el reinado de Thumosis III. (La figura muestra a Geb con "el Gran Cacareador" o ganso cósmico en la cabeza). Como tal, su lugar en el esquema total de las cosas es diferente del de Geb en las ilustraciones anteriores. Pues es del ganso cósmico de quien nace el huevo del mundo. El ganso cósmico podría parecer una imagen del Creador andrógino de los mundos, al que encontramos en la teología de la creación heliopolitana como Atum-Ra. Así como es del huevo del ganso de donde surge la vida, así del dios Geb, al principio del tiempo, de donde emerge la vida y asume la forma material.
En estas dos formas diferentes de imaginar a Geb no sólo nos encontramos dos
aspectos diferentes del dios, sino que nos enfrentamos también con la naturaleza paradójica del pensamiento politeísta: cualquier dios con funciones o esferas de operación aparentemente limitadas puede al mismo tiempo ser comprendido como la Divinidad última y el origen de toda existencia.
Por encima de la tierra, y mirando hacia abajo, al dios de la tierra Geb, los egipcios representaban a la diosa celeste Nut. Habitualmente se la representa como una mujer desnuda, con el cuerpo cubierto de estrellas, como en la figura. Los dedos de las manos y de los pies se alargan para tocar los cuatro puntos cardinales de la tierra, sobre los que extiende su cuerpo tachonado de estrellas. Se puede observar más fácilmente en la figura de más arriba que muestra a la diosa de perfil. Es interesante que Geb y Nut sean representados casi siempre desnudos, lo que no sucede normalmente con otras divinidades del panteón egipcio. Quizás esto se deba a que se las pensó principalmente en su papel de amantes. O quizás a que estas dos divinidades -más que cualesquiera otras- se muestran sin reservas al ojo de la imaginación, pues se han entregado por completo al mundo de la manifestación y no esconden nada a quienes son capaces de ver más allá de la superficie exterior del mundo perceptible.
Estas imágenes de Nut sólo marginalmente tiene relación con los fenómenos sensibles del cielo azul del día o la noche oscura tachonada de estrellas. Pero esta forma de representar la cúpula celeste no es simplemente una construcción imaginativa proyectada sobre los cielos; es más bien una visión del gran ser cósmico por medio del cual las estrellas, los planetas y el sol vienen a la existencia en la figura, se pueden ver dos circulos blancos del disco solar sobre el cuerpo de Nut, marcando las etapas de su viaje, una vez ha sido tragado por ella en el crepúsculo y al nacer luego de ella al alba. Nut está dando a luz eternamente el mundo de las formas espirituales, simbolizadas por las estrellas y los planetas. En este sentido ella es la presencia divina arqueada sobre todas las cosas, en cuyo abrazo cósmico descansa el mundo entero. A ella se le cantaban las siguientes palabras:

Oh Grande, que has nacido en el cielo,

has logrado poder,
has logrado fuerza,
y has llenado todo con tu belleza,
la tierra toda es tuya,

has tomado posesión de ella,
has encerrado la tierra
y todas las cosas en tu abrazo.


Nut es el equivalente cósmico de Geb, el dios de la tierra. Si ella es la reina
madre que viste a todos los seres con sus formas espirituales, es Geb quien luego les da encarnación material. Las dos divinidades pueden verse como dos principios: el origen celestial o espiritual y el origen terrenal o material de las formas. En la figura izquierda Geb toma la forma de un hombre con cabeza de serpiente debajo de la figura de Nut. Esto puede ser una alusión a la naturaleza primordial del dios, o quizás al hecho de que las serpientes son las criaturas que viven más cerca de la tierra. De cualquier forma que entendamos su figura de serpiente, observamos como Nut, en efecto, "encierra la tierra" en su abrazo omniabarcante.
De todos modos, el cielo y la tierra no comprenden por sí solos el universo. Entre ellos existe un tercer principio que los mantiene separados uno de otro
y que media también entre sus energías respectivas. Este principio es la atmósfera, que, como hemos visto, era también aprehendida por los antiguos egipcios en la forma de una presencia divina: Shu. Es Shu quien proporciona las condiciones para la manifestación del mundo creando un ambiente en el que las plantas pueden crecer, los animales moverse y los pájaros volar. Es a través de su presencia mediadora como la luz y el aliento de la vida entran en el universo. Por ello, el gesto característico de Shu es el signo ka, el signo de la energía animadora o vital, formado por los brazos en alto a ambos lados de la cabeza, que es el jeroglífico para el vigor de la juventud.
El emblema que normalmente lle
va Shu en la cabeza es una pluma de avestruz, que como jeroglífico tiene el valor sonoro shu. A veces, Shu (como la diosa Maat, que comparte el mismo emblema) aparece como una figura alada. Se muestra en forma andrógina, unido con el dios del espacio infinito, Heh. Se arrodilla con las alas extendidas entre las figuras del viento sur (un león alado, de multiples cabezas) y el viento norte (un toro bicéfalo).

Yo soy Shu -dice- , hijo de Atum.

Mi vestido es el aire de la vida
que se reúne a mi alrededor procedente de la bo
ca de Atum,
Y abre los vientos en mi camino.

Yo soy el único que hace posible
el brillo del cielo tras la oscuridad (...)
Mi paso abar
ca toda la longitud del cielo.
La anchura de la tierra es mi cimiento.



Shu es la causa de la polarización del cielo y la tierra en un Arriba y un Abajo. Su gesto Ka es el medio por el que el cielo se mantiene separado de la tierra, asegurando así que se produce la separación entre la existencia material y la espiritual. La postura de Shu sugiere la necesidad de su intervención constante: si por un momento relajara su actitud, la dualidad que caracteriza la existencia manifestada cesaría, y el cielo y la tierra se volverían a unir de nuevo.


El cosmos manifestado que comprende a los dioses Nut, Shu y Geb.
Papiro de Nesitanebtashuru, XXI dinastía.



En la figura se muestra la relación entre las tres divinidades que constituyen las tres esferas del universo manifestado. La diosa Nut domina la escena, mientras un Geb diminuto yace postrado debajo de ella. Entre ellos está Shu, de pie, con los brazos levantados sostenidos por dos espíritus con cabeza de carnero.
Nut, la diosa celestial, es invariablemente representada como una presencia mayor y más fuerte que Shu o Geb. Los brazos de Shu sólo a
parentemente están elevados para sujetarla, pues la diosa puede muy bien sostenerse por sí misma con sus brazos y sus piernas, como hemos visto. A veces Nut toma la forma de una vaca, siendo sus cuatro patas los cuatro pilares que sostienen el cielo. Es entonces muy evidente que el gesto de Shu se refiere no tanto a cualquier necesidad de la diosa de ser sostenida como a su propio impulso de llenar el espacio entre ella y la tierra. En la figura, Geb ya no está presente. Según un mito, Shu separó a Geb y Nut debido a su amor por su hija Nut. Si miramos de nuevo la figura anterior, ¿pudiera ser que los brazos de Shu se elevaran por el magnetismo del pecho y la vulva de Nut? Shu ocupa el espacio creado por la separación de Geb respecto de Nut. Permanece allí como un pilar, ocupando el espacio entre la tierra y el cielo, y dominando totalmente la zona intermedia entre los dos.
En comparación con Shu y Nut, Geb es débil. A veces se le muestra itifálico, y por ello potente (imagen der.), pero está casi siempre recostado y al parecer sin energía activa. Habitualmente es mucho más pequeño que su consorte Nut, por eso se tiene la sensación de que está envuelto por ella. Se creía que Geb y Nut estuvieron unidos originalmente en un abrazo primordial, pero es difícil imaginar que sus posiciones respectivas fueran diferentes, salvo que Geb estuviera unido a ella más que ella a él. Por eso su separación debe de haber implicado el desprendimiento de Geb respecto de Nut. Que así fue se puede comprobar en la imagen siguiente.


Las imágenes cosmológicas de las tres divinidades sugieren una jerarquía obvia en la que la diosa de los cielos es la figura dominante. Shu y Geb parecen pertenecer a un modo menor de ser, subsidiario del de la gran madre que se arquea sobre ellos. Pero de los dos, es evidente que Shu tiene un papel más activo e importante que el postrado Geb. Es como si Geb vertiera su vitalidad divina en el mundo material. Como dios de la tierra, Geb está más relacionado con el reino de la existencia externa, física. Shu se mantiene entre este reino y el mundo espiritual o celestial. Depende de la tierra para apoyar sus pies, y de los cielos, hacia los que se extienden sus brazos. Shu representa el reino "intermedio" que así como separa el cielo de la tierra, también asegura el contacto entre ambos. De este modo, en la relación de estas deidades entre sí, y en la manera en que característicamente se las representa, se revela un esquema metafísico. La cosmología egipcia se basa en la división del cosmos manifestado en tres dominios cualitativamente distintos. Estos dominios no son sólo físicamente distintos, sino que también lo son metafísicamente. Son tres órdenes del ser a los que se aproximan las regiones físicas y por las que son simbolizados. En orden de prioridad, son:

1. El espíritu celestial (Nut)
2. El intermedio (Shu)
3. El físico o terrenal (Geb)

La naturaleza psíquica del reino intermedio de Shu se insinúa en y por el hecho de que los brazos de Shu son representados con frecuencia como sostenidos en su actitud vivificadora por espíritus carneros. En la figura siguiente los espíritus carneros adoptan la forma de pájaros ba, o pájaros del alma. El jeroglífico de carnero tiene el valor sonoro "ba". Su frecuente representación en la región intermedia ocupada por Shu es una indicación de que en cierto nivel se le concebía como simbolización del reino del alma, intermedio entre el espíritu y la materia.


Los brazos de Shu sostenidos por dos pájaros ba con cabeza de carnero


Mediante la sola consideración de estas imágenes cosmológicas se hace evidente que para los egipcios antiguos, el universo físico era todavía, en cierta medida, transparente al mundo espiritual que está más allá de él. Por lo tanto, sería una equivocación pensar que interpretaban imaginativamente el cosmos físico. Antes bien, a través de la imagen simbólica y el poder de la percepción imaginativa, el orden espiritual se hacía accesible en y a través del orden físico. Si la cosmología de la tierra plana de los antiguos le parece a la mente crítica moderna físicamente ingenua, deberíamos recordar que se relaciona principalmente con la dimensión interior o vertical de la existencia. La cosmología de latierra plana era el producto de una intención fundamentalmente diferente a la de nuestra cosmología moderna. No pretendía trazar de manera precisa el cosmos físico, sino representar simbólicamente un orden metafísico del ser. Toda su ingenuidad física tenía una profundidad espiritual que está totalmente ausente de la cosmografía moderna, físicamente sofisticada pero metafísicamente estéril. Los antiguos vivían en un mundo en el que se podía entrar y esperimentar su profundidad interior; los modernos, que han olvidado esta dimensión profunda, se contentan con trazar de forma interminablemente detallada las superficies externas de un universo sin dios.


Lecturas:
Jeremy Naydler, El templo del cosmos. Siruela 2003
H. Frankfort, El pensamiento prefilosófico. F.C.E. 2003


Entradas realcionadas:

http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/05/realismo-mitico.html

http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/06/mitra-deo-soli-invicto.html

http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/07/buscando-isis.html

http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/02/la-pasion-de-osiris.html


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domingo, 11 de marzo de 2012

"Las argucias de las mujeres"

Ilustración persa contemporanea


"E yo, señor, non te di este enxemplo sinon por que sepas el engaño de las mugeres, que son muy fuertes sus artes e son muchos, que non an acabo nin fin"

Libro de los engannos y los assayamientos de las mujeres. (Recopilación de cuentos árabes de origen persa ordenados traducir por Alfonso X el Sabio).




El texto que en esta entrada transcribo forma parte de una obra del siglo XIII que tiene por título Yavame' al-hekayat va lavame' al-ravayat ("Compendio de historias y destellos de narraciones"), una suerte de enciclopedia de temática variada entre lo erudito y la prosa de entretenimiento pertenecientes al mundo persa y árabe. Al parecer, su autor lo tomó del Hiyal al-nisa' (Las argucias de las mujeres), cuya estructura y temática misógina es muy parecida a las que aparecen en "Libro de los engannos y los assayamientos de las mujeres", que Alfonso X el Sabio mandó traducir del árabe. Lo encontré en la revista impresa de reciente aparición "Mundo Iranio" que generosamente recibí de forma gratuita. Me animé a publicar este cuento por el humor e ingenio que desprende. Esta es su web donde aparece el indice del número 0: www.mundoiranio.com


El libro Hiyal al-nisa'


Cuentan que había un hombre que continuamente indagaba sobre las argucias de las mujeres y que siempre estaba leyendo el libro Hiyal al-nisa'. En cierta ocasión, durante un viaje, llegó a una cabila, y se alojó como invitado en una casa. El dueño de la casa estaba ausente, pero tenía una mujer extremadamente fina y hermosa. Cuando alojó al invitado, la mujer se deshizo en atenciones. El invitado se desató el calzado, colocó a un lado su báculo y se puso a leer aquél libro. Preguntó la mujer anfitriona: "¡Señor! ¿qué libro estás leyendo?". Respondió: "Historias sobre las argucias de las mujeres". Entonces, colocó ella la flecha del coqueteo en el arco de sus cejas, apuntó a su corazón y camelóle con requiebros de tal manera que su corazón quedóse prendado.
En esto estaban cuando apareció el marido. Dijo la mujer: "¡Qué infortunio! Ahora mismo seremos muertos". Preguntó el invitado: "¿Cuál es el plan?". Respondió: "Levantaté y métete en ese baúl". El hombre se metió en el baúl, la mujer lo cerró con llave, y cuando el marido entró, corrió la mujer a su encuentro para hacerle mimos y arrumacos, y serenó al marido con palabras seductoras. Cuando estuvo un rato así, le preguntó (la mujer): "¿Te has enterado de lo que me ha pasado hoy?". Dijo: "No. Cuéntalo". Dijo: "Hoy me vino un invitado. Se trataba de un hermoso gentilhombre, bello y de buena dicción. Portaba un libro sobre las tretas de las mujeres, que leía. Yo, al verlo, quise darle juego, así que le dirigí unos guiños. El hombre estaba desprevenido: vio el grano más no la red, así que abandonóse a mis coqueterías y galanteos, cayó en la red, armóse para el amorío y el asunto pasó del cortejo a los achuchones. Nos ayuntamos un rato, pero no entramos aún en materia cuando llegaste tú y diste fin a nuestro solaz".
Mientra así hablaba la mujer, el marido se iba encolerizando y enfureciéndose, mientras aquel desgraciado se consumía de miedo dentro de aquel baúl al tiempo que se estaba despidiendo de su alma. Entonces, preguntó al marido harto embravecido: "¡¿Y dónde está ahora ese hombre?!". Respondió: "He aquí lo he metido en el baúl, que he cerrado con llave. Toma la llave y abre el baúl, y lo verás". Y el hombre tomó la llave.
Y resulta que el marido había echo una apuesta con la mujer, que mantenían hace tiempo, pero que ninguno de los dos perdía. El marido, al estar enfadado, no se acordó de la apuesta del esternón del pollo, así que cogió la llave. La mujer se puso a gritarle: "Tienes tienes , dame la prenda (1)
". Al escuchar el marido aquellas palabras, arrojó la llave y dijo: "Maldita seas por haberme tenido un rato sentado sobre el fuego. Vaya el ardid que has tramado para ganar la apuesta". Seguidamente se puso a jugar con el marido para colmarlo de contento. Al final el marido se marchó, ella abrió el baúl y dijo: "¡Oh señor! Como tú ya lo has visto, no vayas más a indagar sobre las cosas de las mujeres". Respondió: "Me arrepiento, y voy a borrar este libro ya que vuestros ardides y argucias son demasiadas como para poder escribir".

(1) O sea, que "has olvidado que hicimos una apuesta". En este caso el autor se refiere a la apuesta que se hace con un esternón de pollo, muy en boga en el Irán actual todavía. A uno le toca en la comida la pechuga de un pollo, y le propone al otro romper el esternón -que tiene forma de uve- cogiéndolo cada uno por una punta. A partir de ahí, la apuesta consiste en que ninguno de los dos tomará un objeto del otro sin decir la fórmula "yadam" ("me acuerdo"), y, en caso de que alguno de los dos olvide decirla, entonces el ganador dirá "yadam tora faramus" ("se te olvidó decir me acuerdo"), que es lo que se usa hoy en lugar de la proferida por la protagonista de esta historia.


Entradas relacionadas:

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