baja la niña,
ríense las fuentes,
las aves silban.
A los prados verdes
la niña baja,
las fuentes se ríen,
las aves cantan.
No corráis vientecillos,
con tanta prisa,
por al son de las aguas
duerme la niña.
Lope de Vega, Canción
Por
Oliver Sacks
Esta tregua duro diez años, durante los cuales vivió una vida plena, con una plenitud agradecida y consciente, porque sabía (era una chica inteligente) que tenía una "bomba de tiempo" en la cabeza.
El tumor volvió a aparecer a los dieciocho años, mucho más expansivo y maligno ya. No era posible además extirparlo. Se efectuó una descompresión para permitir que se expandiera... y fue así, con debilidad y parálisis del lado izquierdo, con ataques esporádicos y otros problemas, como ingresó en nuestra institución.
Al principio se mostró bastante animosa, parecía aceptar plenamente el destino que le aguardaba, pero deseaba aún relacionarse y hacer cosas, disfrutar y experimenar mientras pudiese. A medida que el tumor iba creciendo y avanzando hacia el lóbulo temporal y la descompresión empezaba a hincharse (le administramos esteroides para reducir el edema cerebral) los ataques se hicieron más frecuentes... y más extraños.
Los primeros ataques habían sido convulsiones de grand mal, y siguió teniendo ataques de este tipo de vez en cuando. Los nuevos tenían un carácter completamente distinto. No perdía la consciencia, sino que parecía (y se sentía) como "ensoñando"; y era fácil apreciar (y confirmar con electroencefalograma) que había pasado a tener ataques del lóbulo frontal frecuentes, que, como nos enseñó Hughlings Jackson, suelen caracterizarse por "estados de ensoñación" y "reminiscencia" involuntaria.
Esta ensoñación vaga adquirió pronto un carácter más definido, más concreto y más visionario. Adquirió la forma de visiones de la India (paisajes, aldeas casas, jardines) que la muchacha reconocía inmediatamente como lugares que había conocido y amado de niña.
-¿Y eso te molesta? -le preguntamos-. Podemos cambiar la medicación.
-No -dijo con una plácida sonrisa-. Me gustan esos sueños... me llevan otra vez a casa.
A veces aparecía gente, normalmente de su familia o vecinos de su aldea natal; a veces se hablaba, o se cantaba o se bailaba; en una ocasión estaba en la iglesia, en otra en el camposanto; pero en general eran las llanuras, los campos, los arrozales próximos a la aldea, y las montañas bajas y suaves que se alzaban en el horizonte.
¿Eran sólo ataques del lóbulo temporal? Esto parecía en un principio, pero luego empezamos a estar ya menos seguros; porque los ataques del lóbulo temporal suelen tener un formato bastante fijado: Una sola escena o canción, que se repite invariablemente, acompañada de un foco igualmente fijo en el córtex. Sin embargo los sueños de Bhagawhandi no tenían ese caracter fijo, desplegaban panoramas en cambio constante y paisajes que se disolvían ante sus ojos. ¿Estaba entonces intoxicada y alucinaba debido a las enormes dosis de esteroides que estaba recibiendo? Esto parecía posible, pero no podíamos reducir los esteroides... habría entrado en coma y se habría muerto en unos cuantos días.
Y una "psicosis de esteroides", en caso de que fuese eso, suele ser desorganizada y agitada, mientras que Bhagawhandi estaba siempre lúcida, tranquila serena. ¿Podían ser fantasías o sueños, en el sentido freudiano? ¿O el tipo de locura-ensueño (oneirofrenia) que puede producirse a veces en la esquizofrenia? Tampoco podíamos estar seguros de eso; porque aunque había una especie de fantasmagoría, los fantasmas eran claramente recuerdos todos ellos. Se producían con conciencia y juicio normales, y no estaban evidentemente "hipercateterizados", o cargados de impulsos apasionados. Se parecían más a ciertos cuadros, o poemas sinfónicos, unas veces felices, otras tristes, evocaciones, re-evocaciones, visitas de ida y vuelta a una niñez estimada y feliz.
Día a día, semana a semana, los sueños, las visiones, se hicieron más frecuentes, más profundos. No eran ya esporádicos, sino que ocupaban la mayor parte del día. La veíamos como arrebatada, como en un trance, los ojos cerrados a veces, otras abiertos pero mirando sin ver, y siempre con una sonrisa dulce, misteriosa en la cara. Si alguien se acercaba a ella o le preguntaba algo, como tenían que hacer las enfermeras, ella respondía inmediatamente, con lucidez y cortesía, pero se tenía la sensación, incluso entre el personal más prosaíco, de que estaba en otro mundo y de que no debíamos molestarla. Yo compartía ese sentimiento y, aunque sentía curiosidad, me resistía a indagar. Una vez, sólo una vez, le dije:
-¿Qué pasa, Bhagawhandi?
-Me estoy muriendo -contestó-. Me voy a casa. Regreso al lugar del que vine...sí, podríamos decir que es mi regreso.
Pasó otra semana y entonces dejó de reaccionar ya a los estímulos externos, parecía completamente encerrada en un mundo propio y, aunque tenía los ojos cerrados, aún seguía presente en su rostro aquella sonrisa serena y feliz.
-Está haciendo su viaje de regreso -decía el personal-. Pronto llegará allí.
Tres días después murió... ¿o deberíamos decir "llegó" después de completar su viaje a la India?
Lecturas:
Oliver Sacks, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Muchnik Editores 1987
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