Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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domingo, 27 de marzo de 2016

Siete cabezas tiene la Bestia


La ramera de Babilonia, Biblia de Lutero (1534)


"Me trasladó un espíritu al desierto. Y vi a una mujer, sentada sobre una Bestia de color escarlata, cubierta de títulos blasfemos; la Bestia tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, resplandecía  de oro, piedras preciosas y perlas; llevaba en su  mano una copa de oro llena de abominaciones, y también las impurezas de su prostitución, y en su frente un nombre escrito -un misterio- : 'La gran Babilonia, la madre de las prostitutas y de las abominaciones de la tierra'. (...) Me dijo además (el espíritu): 'Las aguas que has visto, donde está sentada la Prostituta, son pueblos y muchedumbres, naciones y lenguas".

Apocalipsis de San Juan 17



La Hidra, el mítico monstruo policéfalo que Hércules mata en uno de sus legendarios trabajos impuestos por la Sibila delfica, encuentra correlato iconográfico con las bestias de siete cabezas descritas en Apocalipsis 12 y 17, cuyas fuentes se pueden rastrear en relatos sumerios que darían lugar a expresiones artísticas como las que podemos ver en la imagen impresa de un sello real, simbolizando la eterna lucha del bien contra el mal o la imposición del orden a las fuerzas disgregadoras y el caos.

Impresión sobre cera de un sello cilíndrico sumerio donde se representa el ataque a un monstruo de siete cabezas.


Algo de esto parece perdurar en uno de los emblemas de Sebastián de Covarrubias, el 74 de la pimera centuria, donde la Hidra se presenta como imagen para ilustrar la confusión y desavenencias que se producen cuando se enfrentan variedad de pareceres sin orden ni concierto, lo que se da a entender por las siete cabezas del monstruo sobre las que está inscrito el mote TOT SENTENTIAE (TANTAS OPINIONES)


El epigrama en verso de debajo también es explícito al respecto:

Horrendo monstruo, bestia prodigiosa,
es la comunidad y ayuntamiento,
de la bárbara gente revoltosa;
sin orden, sin razón ni entendimiento,
propone mucho y no resuelve cosa.
Hay, sobre un caso, pareceres ciento,
cada cual tiene voto diferente,
o Cancerbero, o hidra pestilente.

En el análisis iconográfico dedicado a este emblema, Juan de Dios Hernández Miñano nos relata la presencia de este fantástico animal en la literatura clásica, bíblica y patrística, junto a los idearios simbólicos y morales que lo han acompañado en diferentes contextos históricos. También en la parte final conjetura sobre cómo Covarrubias pudo servirse de esa imagen para dirigir una crítica solapada al sistema asambleario del Cabildo de la Catedral de Cuenca, en cuyas interminables controversias se viera tantas veces involucrado siendo maestrescuela.



Juan de Dios Hernández de Miñano, análisis del emblema I, 74 de Emblemas Morales de Sebastián de Covarrubias.


La hidra es un animal serpentiforme y monstruoso que el poeta griego Pisandro de Camiro describe como un animal enorme y especialmente terrible, dotado de muchas cabezas que vive en lagos y pantanos. Plinio describe este extraño animal: Es como una culebra, pero tiene el pellejo muy pintado y hermoso, esmaltado de mil colores. San Isidro refiere que cuando se le corta una cabeza a este horrendo animal, le brotan otras tres.
La bestia bíblica, símbolo de las fuerzas irracionales, posee las características de lo informe, lo caótico y lo satánico. Como confusas son sus siete cabezas que representan los siete pecados capitales, cuyos cuernos simbolizan su potencia, y las diademas y coronas con que se engalana, su pseudorealeza, ante la que todos los hombres engañados la adoran. También se identifica con el Anticristo que tanta confusión llevará a los hombres.

 Beato de Fernando y Sancha, Folio 186 v. (detalle)


Muy pronto el mundo clasico identificó a la bestia de múltiples cabezas con la imagen de la confusión, al resultar desconcertante en su forma de ser y de actuar. Platón estima que un sofista es la imagen de la hidra, porque sostiene sus argumentos con mentiras y engaños, puras opiniones. Los moralistas del mundo clásico habían distinguido entre razón y opinión, reconociendo en la primera la trascripción firme y ordenada de la verdad y, en la segunda, un parecer versátil, caprichoso y desordenado, de ordinario incurso en el error. Así, pues, la opinión del grupo o de sus miembros resulta siempre tornadiza y sin criterio y, por tanto, carente de valor y de consideración alguna. Lo que dio lugar pronto a expresiones de claro matiz despectivo, como la de Terencio: Quot capita tot sententiae (Tantas cabezas, tantas opiniones), con clara alusión a la hidra sin nombrarla expresamente. Horacio, con la profundidad crítica característica, escribe sobre la confusa vida de la Comuna romana:

Eres, pueblo de Roma, una bestia de muchas cabezas; así pues, ¿a quién o qué seguiré? Algunos se desviven por conseguir el arriendo de los impuestos públicos; otros se dedican a cazar viudas avaras con pastelitos y frutas y a conquistar ancianos para ponerlos en sus viveros, y muchos hacen crecer su fortuna con clandestina usura.

Para Tervarent, la hidra es el atributo de Hércules y también de Alejandro por ser éste el creador de un imperio que, aunque pretendidamente unitario, estaba integrado por numeros reinos con diversas lenguas y comunas ingobernables.

 Vaso griego, Heracles mata a la hidra en su segundo trabajo

La pervivencia de esta idea se aprecia en algunos bestiarios como el de Cambridge, que siguen de cerca a Plinio y San Isidoro, al pretender ver en la bestia-hidra, entre otras valoraciones, el símbolo de la gente sin criterio, hipócrita, disoluta y poco fiable, porque, de alguna manera, tiene su misma naturaleza.

 La guerra contra el dragón, manuscrito francés (1295)


En el siglo IV, Lactancio, filósofo de la Patrística, refiere que, cuando la ciencia no alcanza su objetivo, sólo queda la función de opinar; y es que todo el mundo opina sobre aquello que no sabe, incluso algunos, ante una incertidumbre, opinan que es como ellos piensan; luego desconocen la verdad, porque la ciencia se mueve en el campo de la certidumbre, y la opinión en el de la incertidumbre. De ahí que el Eclesiástico diga: ¡son tan numerosas las opiniones de los hombres, y sus locas fantasías los extravían!
No obstante, durante el Medievo, la opinión del público tenía una alta consideración por la creencia de estar dotada de virtudes naturales y ser expresión de la voluntad divina. El juicio popular era como el cauce espontáneo de la razón moral. De ahí el aforismo vox populi, vox de Dei. Pero, desde el siglo XVI, esas palabras se olvidan y se recurre cada vez más a expresiones que van en sentido opuesto. La razón está en que la opinión del pueblo se ve ahora como algo informe e inculto, como algo que surge de una masa anónima cuyo parecer no supone un orden natural de racionalidad. En este sentido, Gracián dice que por ningún acontecimiento se diga que la voz del pueblo es la voz de Dios, sino de la ignorancia, y por la boca del vulgo suelen hablar todos los diablos.


 La bestia del mar se encuentra con el dragón, manuscrito francés (1295)


Con la llegada del Renacimiento, tendría lugar la consolidación del proverbio clásico, tal como lo expresa Erasmo de Rotterdam: Tantas cabezas, cuántas opiniones. Dante Alighieri, partidario de la idea de que la unidad de acción es preferible a la caótica pluralidad que rige en la sociedad humana, refiere:

¡Oh, género humano, cuántos tormentos y pérdidas, cuántos naufragios te ves obligado a padecer por haberte convertido  en una bestia de muchas cabezas y agitarte con tendencias contrarias!

Para Ripa, la "Opinión" es todo aquello que tiene su lugar en la mente y la imaginación de los hombres, en tanto no tenga demostración patente; así que pueden ser múltiples, tantas como hombres. De ahí el conocido dicho: Cuantas cabezas, tantas opiniones. Otro hombre del Renacimiento, Fray Luis de Granada, llama a los creyentes a la prudencia para no alejarse de la comunidad cristiana, siguiendo las opiniones dispersas de algunos hombres:

A lo menos, esto es cierto, que ninguna mayor locura puede hacer un hombre que regirse por la bestia de tantas cabezas como es el vulgo, que ningún tiento ni consideración tiene en lo que dice.


Giusto de Menobuoi (1330-1390), La Bestia surgiendo del mar 

Por su parte, Baños de Velasco pretende avisar al Príncipe de lo poco consistente que son las opiniones del pueblo, pues nunca se expresan con una sola voz, sino que cada individuo es una opinión diferente y, además, se presta al cambio de acuerdo con las circunstancias:

Sabido porque lo dize el Impugnador tiene muchas cabeças el vulgo y tantas bocas como cabeças (...), si donde huviese muchas cabeças, precisamente se infiere ha de aver muchas variedades: su juizio es el peor, fluctuando a cada passo entre errores, es su boca un mar de mentiras, sus apetitos infames, sus aprobaciones imperfectas (...). Cuerpo de tantas cabeças, no es seguro para afiançar el favor, donde si se inclinase la una, han de sentir lo contrario los demás (...). Convierte esta venenosa Hydra, los cariños en manifiesta rebeldía.

En el siglo XVII, el pensador inglés Hobbes ve al hombre como un ser egoísta y sin interés por la compañía de sus semejantes; sólo intenta hacer prevalecer su opinión para destacar y someter a los demás a su criterio. Por lo que se hace necesario el nacimiento del Estado que despoje al hombre de su afán de poder, pero, al mismo tiempo, esta institución pronto se convierte en una bestia de pareceres distintos, semejante a la bíblica.
Hidra en un capitel de St. Aigna
La representación icónica de la bestia es abundante, de entre la que destacaremos la hidra o serpiente de siete cabezas de un capitel románico de la iglesia de St. Aigna (Francia), que representa los siete pecados capitales.
Más significativo resulta el grabado  que trae la obra del siglo XVII Basis Totius Moralis Theologiae (...), de Julio Mercero, que muestra a la bestia o hidra, de siete cabezas coronadas, encadenada a un obelisco donde aparece escrito: Praxis opinorum limitata (Se ha de limitar la práctica de la opinión).

Julio Mercero,Totius Moralis Theologiae... (1618)

Covarrubias fue nombrado maestrescuela de la Catedral de Cuenca, dependencia del Cabildo de esa ciudad. Durante años estuvo asistiendo normalmente a los cabildos y ocupándose de sus cargos. Con este emblema, nuestro autor arremete contra esas asambleas y sus largas controversias e indecisiones parlamentarias. Así, para González Palencia, la hidra o bestia es la imagen del Cabildo catedralicio conquense, que tantas trabas puso siempre a las solicitudes del maestrescuela. Sería, pues, una especie de pequeña venganza por parte de nuestro autor, aunque en el comentario del emblema diga que su intención no va dirigida a cabildos eclesiásticos.

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Lecturas:

Juan de Dios Hernández de Miñano, Emblemas Morales de Sebastián de Covarrubias. Ediciones de la Universidad de Murcia, 2015


Escena de Jason y los argonautas (1963) de Don Chaffey


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miércoles, 16 de marzo de 2016

Rosas para los cerdos


Pieter Brueghel el Viejo, detalle de Los proverbios flamencos (1559)



"Perdone el ser humano, que le he de comparar al puerco, pues es animal que cuando está comiendo, está murmurando o gruñendo, y hasta que muere no hay sosiego ni quietud en la casa que habitan, y muriendo dan buenos días."

Francisco Santos, Día y noche de Madrid (1663)



Emblemas Morales (1610) de Sebastián de Cobarrubias, es considerada la obra más significativa de toda la literatura emblemática producida en España. En ella se reunen 300 emblemas dirigidos a inculcar valores morales a través de expresiones, dichos, frases o poemas ayudados por el poder didáctico de la imagen para ser asimilados a modo de proverbios. Juan de Dios Hernández Miñano de la Universidad de Estremadura, realiza un trabajo exaustivo sobre cada uno de los emblemas rastreando sus antecedentes iconográficos y literarios. El dedicado al emblema 48 de la primera centuria que aparece con el mote griego YS ΔIAPOΔΩN (un cerdo entre rosas), estaría relacionado con esos dichos que todavía hoy oímos como "no está hecha la miel para la boca del cerdo", o "es como echar rosas (o maragaritas) a los cerdos", advirtiéndonos sobre el sinsentido de ofrecer algo valioso a quien no está capacitado para apreciarlo ni es merecedor de recibirlo. Mensaje moral que en diferentes emblemas y obras artísticas de épocas pasadas sería un motivo dirigido a promover la virtud y las buenas costumbres, pero en este caso su autor le añade connotaciones críticas al funcionamiento de la Corte española que conoció durante una época de su vida.

Sebastian de Covarrubias, Emblemas Morales

En su pictura se muestra un cerdo agazapado sobre un lecho de rosas, el epigrama en verso que la acompaña dice:

Cual estaría un puerco encenagado
en una cama de purpúreas rosas
de damas y doncellas rodeado
por su regalo y gusto, cuidadosas;
tal es el necio, cuando entronizado
en las supremas sillas poderosas
le sirve el noble, el sabio, el virtuoso,
porque para vivir les es forzoso.

El mensaje de Cobarrubias es que el cerdo tumbado entre las rosas, sería como el inepto o ignorante que por determinadas circunstancias alcanza puestos de poder, disfrutando de una vida regalada de lujo y teniendo bajo sus órdenes a personas más capaces y virtuosas que él. En ello vemos una crítica a la Corte española en tiempos de profunda crisis, especialmente favorable al surgimiento de personajes incapaces de asumir eficázmente cargos de alta responsabilidad.

Veamos a continuación el análisis iconográfico de Hernández de Miñano dedicado a este emblema.



Juan de Dios Hernández Miñano (Universidad de Extremadura), análisis del emblema I, 48 de los Emblemas Morales de Sebastián de Covarrubias.



Para Herodoto el cerdo es un animal impuro hasta el punto de que los egipcios no lo consideraban digno de ser dado en ofrenda a los dioses. Señalan Plinio y San Isidoro que son animales inmundos, y se les llama puercos en el sentido de que son sucios: se revuelcan en el fango, se sumergen en el lodo y se recubren de cieno. Así, dice Horacio: Y la cerda,amiga del lodo. Varrón, por su parte, afirma que son poco dóciles y muy torpes e ignorantes, dando con ello al adagio griego: Con Minerva, la diosa de las ciencias, quiere tener el cerdo competencias. También Claudio Eliano sostiene que el cerdo es un animal de mala condición sin moderación ni respeto. Del mismo modo, en el Antiguo Testamento se le tiene por despreciable e impuro.

Historia Plantarum, Lombardía, 1395-1400.
 Roma, Biblioteca Casanatense, Ms. 459, fol. 250r


El escritor romano Lucrecio, al confrontar al hombre con el cerdo, dice que, si bien al primero el buen perfume de las flores le resulta reconfortante, incluso parece que le devuelve la vida, para el cerdo resulta detestable, prefiriendo siempre revolcarse en la inmundicia. Plinio, según la traducción de Gerónimo de Huerta del siglo XVII, precisa el caracter del animal, completamente alejado de la vida virtuosa:

Los egipcios, para significar a un hombre ajeno a las buenas costumbres, pintaban a un puerco encenagado y sucio, pisando flores y rosas, las cuales en las Escrituras Sagradas significan  la sinceridad y pureza de las costumbres y vida, de quien el malo es contrario, como lo es el puerco del buen olor y la limpieza; y así por la misma razón llamó David a Bucodonosor puerco montés, o como otros declaran, a Salmanasar, por ser sucios en sus costumbres y vida; y a los hebreos les fue prohibido el comer carne de puercos, por ser animales inmundos (...). El más sucio de los animales, porque todo su gusto es andar entre estiercol y hediondo cieno (...)

En los bestiarios medievales, asimismo, se mantiene esta negativa visión del cerdo. En el Libro de las utilidades de los animales de El Escorial, se dice que el cerdo busca el basurero ansiosamente. En este sentido, en algún aforismo medieval se lee: Más goza el cerdo en el cieno que en el agua clara. En el siglo XV se descubre los Hieroglyphica de Horapolo, de tanta importancia en la erudición moderna, y en ellos se recoge que los egipcios representaban al hombre depravado por medio de un cerdo. En el siglo XVI, Piero Valeriano simboliza con un cerdo su jeroglífico: A bouis moribus aliennus, queriendo indicar que hablar con razonamiento a un necio es como echar rosas a los cerdos. El erudito italiano acompaña el texto con un grabado donde aparece un cerdo sobre un suelo de rosas.

Piero Valeriano Hieroglyphica

Por su parte, Ripa ve en el cerdo la figura del hombre depravado, al personificar el "Desprecio de la virtud":

Acostumbran los egipcios, cuando representana un hombre de malas costumbres, pintar un cerdo pisando algunas rosas.

También Erasmo de Rotterdam en su Adagio: Nada tienen en común los cerdos y el perfume, critica a los hombres que viven en la vileza de costumbres de desenfreno.
En las Sagradas Escritura, cuando se habla de las rosas y otras sustancias aromáticas, se pretende simbolizar unas costumbres sanas y una vida sencilla. Así, dice la esposa en el Cantar de los cantares que el olor de su Esposo, es decir, el hombre vistuoso, era como el aroma de un campo todo lleno de flores. En este sentido, San Agustín señala que la virtud es la perfecta razón del hombre que se ejercita entendiendo a Dios y disfrutando del aroma de Cristo. Disfrute que está vedado para los necios e insensatos, como leemos en las Escrituras: No corresponde al insensato las delicias, ni al siervo el mandar a los príncipes. Como tampoco ver al tonto colocado en la alta dignidad, y sentado en los puestos bajos, los más aptos. Una de las valoraciones del cerdo es precisamente la de la sucia ignorancia, que descubrimos al interpretar a San Mateo: No echéis vuestra perlas a los cerdos, no sea que la huellen con sus patas, y se vuelvan contra vosotros y os despedacen. Palabras que son interpretadas por San Agustín como imágenes de las verdades espirituales inconsiderablemente reveladas a los necios que son indignos de recibirlas, ni capaces de aprehenderlas. San Ambrosio dice que no echar piedras preciosas o flores olorosas a los cerdos se debe interpretar como el hombre vicioso que con sus pecados mancha lo que es virtuoso y hermoso.
En el campo emblemático , Joachim Camerarius, con el mote Non bene vonveniunt, presenta a un cerdo pisoteando las rosas.

Joachim Camerarius, Non venen conveniunt

El hombre necio y lujurioso no cuadra bien con una vida virtuosa y la dedicación al estudio. En otro emblema del alemán, se muestra a un cerdo oliendo el perfume de las flores de una planta, con el mote: Non tibi spiro, y el mensaje moral: el hombre sucio y vicioso encuentra irrespirable la doctrina que enseña el camino de la vida.

Joachim Camerarius, Non tibi spiro

La fuente de Covarrubias podría estar en el primero de ellos. Sin embargo, el mote en griego, lo toma del emblema XXI de la II parte de la Emblemata de Nicolás Reusner, donde se muestra un cerdo en la pictura, para comunicarnos que el vicioso, como el ignorante, del perfume de la virtud y de la sabiduría huye.
Por lo que se refiere a la imagen de nuestro grabado y su relación iconográfica, el pintor Pieter Brueghel, en el siglo XVI, lleva a cabo  una colección de doce tondos con el título de Proverbios flamencos; en uno de ellos se muestra a un hombre que está alimentando a varios cerdos con rosas.

P. Brueghel el viejo, Rosas para los cerdos (1558)
uno de los 12 paneles de Proverbios flamencos expuestos en Museum Mayer van den Bergh de Amberes.


El gabinete inglés de Lady Druny, una muestra de la afición por la emblemática europea a comienzos  del siglo XVII, en uno de los paneles que cubren la estancia se muestra a un cerdo pisoteando rosas bajo el lema: Odi profumum vulgus, tomado de la Oda III de Horacio, y cuyo significado es el desprecio del hombre vulgar. La imagen deriva diréctamente del libro de Joachim Camerarius.
Covarrubias dirige su emblema a toda esa gente que por muy diversos motivos logra escalar puestos sin merecerlos, especialmente en la Corte. Se trata de hombres necios o viciosos que la sociedad barroca tanto produjo como consecuencia de la profunda crisis de todo tipo en que se vivió. Francisco Santos, en el siglo XVII, al reflexionar sobre la naturaleza humana, pide al hombre que le perdone, porque, obligatoriamente le he de comparar al puerco.



Lecturas:

Juan de Dios Hernández Miñano, Emblemas Morales de Sebastián de Cobarrubias. Universidad de Murcia 2015


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domingo, 6 de marzo de 2016

El rostro reflejado


Krishna y Radha reflejados en un espejo, s. XIX.
Tema recurrente en la miniatura krisnaita donde Radha advierte con sorpresa el rostro de su amado Krishna llegando de improviso junto al suyo. La escena debe interpretarse a la luz de la doctrina visnuita por la que el autoconocimiento de Rahda le lleva a descubrir en sí a la divinidad.


Todos los fenómenos son el espejo en el que Dios se manifiesta:
O bien la luz de Dios es el espejo, y los fenómenos las imágenes (que se reflejan en él).
A los ojos del verdadero adepto de vista penetrante
Cada uno de estos espejos es el espejo del otro.

Rûmî


"Llega al umbral... Entra y ve a su amada
Levanta el velo de la Diosa Sais
Y ve -milagro de milagros- a sí mismo."

Novalis, Los discípulos en Sais



Detalle del famoso grabado reallizado en 1652 por Rembrandt donde se representa la visión de Fausto. Adviértase que a la derecha de la esfera luminosa como representación teofánica, surge una mano señalando un espejo donde el mago verá el destello divino y su propio rostro reflejado.



El rostro reflejado
por
Alessandro Grossato


Aun hoy, cuando en Sri Lanka (Ceilán) consagran una imagen a Buda, o bien hacen presente en ella el principio espiritual que representa, el artista que la ha esculpido en la piedra debe finalmente proceder a "encender" las pulpilas en sus ojos. Dicha acción es considerada hasta tal punto de sagrada, que se prohibe al propio artista mirar directamente lo que hace. Para hacerlo debe pues, girándose, servirse de un espejo. Para comprender el sentido profundo de todo esto, basta con pensar en el mito griego de Narciso. Es poco conocido que éste se presta fundamentalmente a dos interpretaciones, una negativa y otra positiva, y ambas válidas y presentes desde el principio. La primera, con varios matices, que varían sobre todo en el paso de la hermenéutica grecorromana a la cristiana, es también la más conocida: Narciso es el prototipo del amor egoísta, solipsístico, estéril por definición, inexorablemente destinado a la locura y a la autodestrucción. 

 Michelangelo Caravaggio, Narciso (1599)


Por otra parte, el mito de Narciso no es más que una forma demediada del de Dioniso, su verdadero arquetipo, donde el dios del espejo y de la máscara, momentáneamente absorto en la admiración de su propia imagen reflejada, es sorprendido y descuartizado por los Titanes. Pero mientras el sacrificio divino es fecundo -de la sangre de Dioniso mezclada con las cenizas de los Titanes rápidamente hechas resplandecer por Zeus se origina en efecto el género humano-, el de Narciso es estéril, causado por un ínfimo apego a la existencia corpórea. 

 Aurelio Monge, Narciso (fotografía)


Plotino sintetizará admirablemente todo esto, afirmando que "quien es prisionero de los cuerpos bellos y no se separa de ellos, se precipita, no ya con el cuerpo sino con el alma, en los abismos, oscuros y tristes para el espíritu, donde, ciego, permanecerá en el Hades y también allí, como aquí abajo, estará siempre en compañía de las sombras".
La clave de la otra y más elevada interpretación del mito, se encuentra en cambio en la propia naturaleza de Narciso, que no es un ser humano, sino el hijo del genio de un río y de una ninfa, y que por tanto es, también, de naturaleza psíquica, no corpórea. Lo cierto es que su cuerpo no fue hallado. Como en otros casos parecidos, él representa el alma individual y mortal, la psiché no permanente del ser humano. Cuando nació, el adivino Tiresias predijo que viviría hasta una edad avanzada sólo si no se conocía a sí mismo. "Conocerse a uno mismo", como se sabe, era precisamente la finalidad de los Misterios griegos, cuyo rito de inicación preveía entre otras cosas la visión de la propia muerte reflejada en un espejo o una palangana llena de agua. 

 El joven que se inicia, asomado tras la vasija llena de agua que le ha traido su maestro Sileno, en lugar de su propio rostro, ve reflejada la máscara de Dioniso, que su ayudante sujeta encima de sus hombros. Detalle del fresco de la "Villa de los Misterios", s. I d. C, Pompeya.


Con este acto ritual debía descubrirse la propia identidad divina, anticipando simbólicamente la "muerte" de la propia alma, y quedando así nuevamente libre el noùs, el espíritu inmortal, comparado a Dionisio, cuya máscara con las órbitas vacías se hacía reflejar hábilmente por un celebrante en lugar del rostro del iniciante. Así pues, la misma situación y "visión" del artista singalés cuando "abre los ojos" de Buda. En el arquitrabe de muchos templos tanto hindúes como budistas de Nepal, dedicados a una u otra forma de la Diosa, hay un espejo cuadrangular, en lugar de la imagen reducida de la Diosa que debería encontrarse allí. El espejo está inclinado de modo que, quien entra, si mira hacia arriba poco antes de cruzar el umbral, verá su propia imagen reflejada, significando su potencial identidad con la Shakti suprema.

Selfie con el espejo del arquitrabe de un templo nepalí



Lecturas:

Alessandro Grossato, El libro de los símbolos. Metamorfosis de los humano entre Oriente y Occidente, Grijalbo 2000

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