"Entonces ví una formación gigantesca,
redonda e imprecisa. Hacia arriba se hacia más fina, como un huevo(...).
Su capa exterior parecía tener un fuego luminoso (empyerum). La
membrana que tenía debajo era sombría. En el fuego claro flotaba una
bola de fuego rojiza y chispeante (el sol)". Bajo la sombría membrana,
ella ve la zona del éter con la luna y las estrellas, y debajo de ellas,
una zona evanescente que ella llama "membrana blanca" o "aguas
superiores".
Hildegard von Bingen, Scivias (Códice de Rupersberger), s. XII
Esta entrada se publicó originalmente en febrero de 2010 (Nota de Fragmentalia)
Victoria Cirlot, en su interesante ensayo Hildegard Von Bingen y la tradición visionaria de Occidente,
hace una reflexión sobre la falta de una teoría de la imaginació en el
Occidente europeo, causa según ella, por la que las experiencias
visionarias han carecido de un marco de comprensión. Los primeros
intentos para desentrañar el universo de los simbolos que aparecen en
esa tradición visionaria, fue llevada a cabo por el grupo Eranos, entre
los que destaca Henry Corbin. Este, en su viaje por tierras orientales,
encontró la llave que permitiera abrir el cofre del tesoro. Irán,
encrucijada entre el antiguo zoroastrismo, el neoplatonismo y el islam
chiita, le posibilitó comprender la realidad del mundo imaginal y
angélico, también presente en la cultura europea aunque huerfano de un
discurso teórico. Victoria Cirlot reclama aplicar la hermeneútica
corbiniana, dirigida a textos de Avicena y Sohrawardi, a la obra de
Hildergar von Bingen, accediendo así a una lectura por la que descubrir
la dramaturgia transformadora del alma expresada en su obra, proceso de
transmutación que también podemos encontrar proyectado en los textos e
imágenes de los tratados sobre alquimia.
En la
imaginería del cristianismo medieval podemos ver la figura del huevo
cósmico visualizado por la mística Hildegard de Bingen. En su obra Scivias, la
Santa describe al mundo como un huevo cósmico, subrayando la idea de
una totalidad como algo orgánico y vivo, en crecimiento. "Dios concibió al mundo como único ser viviente, una totalidad en la que el todo penetra cada una de sus partes".
Matila c. ghyka dice en su imprescindible libro El número de oro:
"Una tercera cadena de transmisión de las ideas pitagórico-platónicas, y
en especial del principio de correspondencias entre el "Mundo grande y
el pequeño" es filial de lo que podría llamarse el platonismo monástico,
o aún benedictino. Igual que para la arquitectura, el mundo árabe es el
que procura al Occidente cristiano el contacto con Platón y el esquema
de correspondencias de Timeo.(...) La monja benedictina Hildegarda de
Bingen (1098-1179), abadesa de Ruperstberg (Santa Hildegarda), cuyos dos
manuscritos han llegado hasta nosotros (Scivias y Liber divinorum
operum simplicis hominis), nos describe sus visiones cosmogónicas. En
una de sus extraordinarias ilustraciones aparece el hombre desnudo, en
el centro del Universo planetario, al que lo unen radios que se
entrecruzan en un polígono estrellado (más abajo se encuentra reproducida).
La abadesa alsaciana Herrade de Lasndsberg, contemporánea de santa
Hildegarda, nos muestra igualmente en una miniatura de su Hortus
delicarum, a un hombre desnudo llamado microcosmus unido por rayos a un
macrocosmos circular. Son los precursores de los microcosmos
pentagramáticos de Agripa y de Paracelso. Sabemos, además, que el
maestro de Paracelso y de Agripa, el abate Tritemo de Sponheim, estudió
atentamente los escritos de Hildegarda, muchas de cuyas expresiones
pasaron textualmente a los escritos de sus discípulos".
Tanto Scivias como Liber Divinum Operum no
trata propiamente sobre alquimia, pero podemos reconocer que las
miniaturas que las ilustran, inspiradas en los relatos de las visiones
de Santa Hildegard, acompañan perfectamente un texto sobre esa materia
como el que a continuación dejo. Es el capítulo titulado "La alquimia",
perteneciente al hermoso ensayo Iniciación a la simbología románica, de la investigadora francesa Marie-Madeleine Davy.
Las
imágenes que he intercalado, y que no aparecen en el original, proceden
del códice Rupertsberg s. XII, y del códice de San Ruperto, s. XII. Las
notas que las acompañan proceden de Alquimia & Mística editada por Taschen, y Hildegard von Bingen y la tradición visionaria de Occidente, editada por Herder.
Además de la imagen del huevo, la rueda es
para Santa Hildegarda el símbolo más adecuado para explicar el
funcionamiento del plan macrocósmico. Al igual que el mundo, la
divinidad es completamente redonda como una rueda, movida por el amor.
El estrato igneo exterior de la ira divina solidifica el firmamento para
que no se desparrame, el éter suscita su movimiento, la región del aire
acuoso lo humedece, los vientos en forma animal lo mantienen en
rotación y las diferentes capas del aire hacen reverdecer la tierra,
representada aquí como eje de la ruedacon los radios de las cuatro
estaciones del año y las cuatro partes del cosmos. Liber Divinorum Operum
La alquimia
por
Marie-Madeleine Davy
En la Edad Media la alquimia no sólo concernía a la química teórica y práctica, el arte de hacer oro, sino también al tratamiento de los vidrios, las perlas y las piedras preciosas, a ladestilación de los perfumes y alcoholes, a la fabricación de los polvos y los ungüentos y al tinte de los tejidos. La obra del monje Teófilo que data de finales del siglo X, Schedula diversarum artium, trata de los metales y contiene una enseñanza relativa a la fabricación de los objetos sagrados como copones y campanas. Los testimonios más antiguos remontan la alquimia a Egipto, y sin embargo el Occidente medieval tomó contacto con esta ciencia a través del pensamiento árabe. Tras la partida de los árbes de España, los traductores intentaron estudiar -particularmente en Toledo- los abundantes manuscritos árabes que concernían a la alquimia y la medicina. Entre los traductores habría que citar a Gerardo de Cremona, y a Gundissalinus, aunque los grupos de alquimistas fueron más florecientes en España debido justamente a la aportación de los árabes. Así, el Tratado de los alumbres y las sales, que data de finales del siglo XII y que se atribuye a Ibn Râzí, ejerció gran influencia en la alquimia medieval.
Pero
no sólo se trata de una ciencia física o química. En la alquimia, se
tiene además en cuenta el significado de los metales, que se inscriben
en una escala de valores comparable a la doctrina de Hesíodo sobre las
edades de la humanidad. Así en el Ars lectoria, compuesto en 1086 por el gramático Aimeric, la literatura cristiana se divide en cuatro clases: 1.º aurum: authentica; 2.º argentum: hagiographa; 3.º stagnum: communia; 4.º plumbum: apocripha. Los
escritores cristianos y paganos se sitúan igualmente en orden
decreciente, correspondiendo así a los distintos metales. Pero de hecho,
Aimeric propone en realidad una opinión corriente, pues esta escala de
valores ya se hallaba expresada en el libro de Daniel (II, 32), a
propósito de la famosa estatua del sueño del rey Nabuconodosor, que
tenía la cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el bientre y los
muslos de bronce, las piernas de hierro, y los pies por último en parte
de hierro y en parte de arcilla. Los alquimistas medievales concebían
su obra teniendo en cuenta el valor simbólico de los metales, conociendo
para ello los múltiples sentidos presentes de los símbolos.
Por
lo demás cualquier símbolo es polivalente, debido a la polivalencia de
niveles en los que es recibido por el sujeto. Gracias al símblo, el
hombre es conducido a lo real. Se trata por tanto de un proceso
iniciático consistente en una especie de alquimia que tiene diferentes
etapas, incluyendo por ejemplo la mística y la gnosis. La transmutación
desemboca en una total transfiguración, esto es, lo esencial del arte
real (ars regia). El ser descubre el elixir de la vida, y en
cuanto lo encuentra para sí, lo utiliza para cambiar el mundo, es decir,
para salvarlo.
En su cuarta visión,
Santa Hildegarda ve "una formidable luminaria que refulgía como
innumerables ojos y sus cuatro ángulos estaban orientados a los cuatro
puntos cardinales". Es la omnisciencia de Dios, en cuyo centro "aparece
otro fulgor parecido a la aurora en rayos de púrpura". De esta matriz
celeste deriva la roja bola ignea del alma, que vivifica el embrión en
el vientre materno. La visión es concebida como una "impresión" de Dios
en el alma del estado uterino. "Una esfera de fuego sin rasgo humano"
inunda el feto de la mujer embarazada, "tocando su cerebro y
expandiéndose a lo largo de todos sus miembros", dice Hildegard de su
visión. En la versión de la miniatura el feto se encuentra ligado al
espacio celestial, simbolizado por el cuadrángulo plagado de ojos de
color dorado y púrpura, por medio de una especie de cordón umbilical por
el que desciende la esfera que se introduce en el cerebro Scivias Matila
Ghyca (el número de oro) ha mostrado cómo los alquimistas de la Edad
Media rechazan limitarse a la búsqueda de las aleaciones y
transmutaciones de la materia. Iluminados por principios metafísicos,
examinaron "la ciencia general de las Fuerzas, o Magia". Así en el siglo
XII, la alquimia se presenta como un ciencia que resulta a la vez
natural y hermética. Estamos
acostumbrados a considerar la alquimia como ciencia que busca convertir
metales viles en oro pero el objetivo de la verdadera alquimia es
despertar lo que está dormido, hacer que surja el agua que se encuentra
encarcelada en el seno de la tierra. En otros términos, el sentido de la
alquimia es despertarlaprincesa dormida dentro de lo más secreto del
alma.
Las
relaciones entre la búsqueda alquímica del oro y la purificación
ascética han sido estudiadas a menudo. Del mismo modo que el oro es
material "maduro", la realización espiritual corresponde a una madurez.
Mircea Eliade ha mostrado la relación entre el alquimista y el yogui.
Éste busca en efecto "la perfección del espíritu", la liberación, la
autonomía, y el "cuerpo de diamante" de los Vajrâyanistas guarda por
cierto un claro parecido con el cuerpo glorioso de la cultura
occidental.
Lecturas:
Marie-Madeleine Davy, Iniciación a la simbología románica. Akal 2006
Victoria Cirlot, Hildegard von Bingen y la tradición visionaria de Occidente. Herder 2005
.
El oro simboliza el cuerpo resucitado y, según Alano de Lille (en su Anticlaudianus),
el hombre nuevo prepara el advenimiento de la edad de oro. Guillermo de
Saint Thierry habla también del esbozo, aquí, en la tierra, de ese
cuerpo glorioso que quedará realizado por completo en la vida futura.
También hace alusión al "lenguaje angélico" que sirve de comunicación a
los sabios, cuyo cuerpo glorioso está ya realizado en el plano
terrestre. Así, cuando cita los siete grados del alma en la
contemplación de la Verdad, Guillermo dice que el séptimo ya no es un
grado sino una morada, por lo que el cuerpo de resurrección se encuentra
ya realizado.(...)
Las últimas visiones de Santa Hildegarda
escritas entre 1163 y 1173, tienen por objeto la integración del hombre
en el orden de la creación divina. El amor divino del Hijo aparece en el
cielo bajo una figura cósmica de color rojo, superada solamente por la
bondad del Padre. En su pecho veía la santa la "rueda del mundo", con el
fuego claro del amor y el fuego rojo del juicio final como límite
exterior del universo. Las doce cabezas de animales representan las
virtudes, que forman el sistema de relaciones en el que el hombre puede
vivir como rey de la creación. Liber Divinorum Operum.
Así,
el ser que todavía no ha "nacido" se encuentra rodeado de un caparazón
que lo aísla de su principio, y que por ello le impide unirse a la
creación. En efecto, si el hombre no renuncia a sí mismo, queda separado
de la vida. El vae soli de la Escritura puede sin duda aplicarse al ser desprovisto de sentido cósmico y reducido a los límites de su cuerpoo físico.El
aspecto cosmológico del hombre hace posible la apertura de fisuras en
el cascarón que rodea a cada ser y que lo enclaustra respecto a todo
cuanto no es él. Pero este caparazón es a la vez una prisión y una
armadura. La alquimia espiritual, al arrancar ese caparazón, suprime las
compartimentaciones inherentes al amor propio y a la dureza del
corazón. Así, el ser cuyo caparazón se quiebra, se abre con ello a la
divinidad, en su realidad con los demás y consigo mismo, participa en la
vida cósmica y la comparte.
La
alquimia procede por lo demás de manera sutil, empleando disciplinas
muy precisas que aplica al microcosmos. Bajo el efecto de los ejercicios
apropiados, el caparazón, pese a su dureza, se licua. Así, el ser puede
unirse con toda la creación. Si todo se convierte en oro, es porque el
hombre está creado a imagen del Creador; el puente establecido entre
sujeto y objeto ha sido formado por el mismo ordenador del universo.
Claro que hay otros modos de interpretar el símbolo alquímico, pero la
que aquí proponemos es seguramente la esencial.
Guillermo de San Thierry, al estudiar la transmutación de la naturaleza y de las formas, observa que dicha transmutación sólo se opera en la medida en que las naturalezas actúan unas sobre otras y que reciben la una de la otra. Existen cuerpos que no se pueden transformar en otros cuerpos, por ejemplo "el bronce en piedra o la piedra en hierba", ya que no hay en ellos "materia comun". Pero existen otros que sí poseen esta comunidad de materia, y así actúan uno sobre otro, se amasan uno con otro, hasta el punto de mezclar "sus cualidades" y que uno absorba al otro: "la cualidad de uno queda destruida con la del otro". Si se vierte vino en el mar, sigue diciendo Guillermo, el vino no se mezcla con el mar, sino que se diluye en el mar, precisamente porque la cualidad de éste nada recibe de la del vino, debido a su inmensidad, y porque en realidad el mar en su inmensidad, ha cambiado en sí mismo la cualidad del vino.
Siguiendo
con su estudio y considerando la eucaristía, Guillermo observa que el
cuerpo de Cristo tiene con el pan una común base material, ya que su
cuerpo ha podido ser engendrado y morir. Por el hecho de que el pan
tiene materia común con el cuerpo de Cristo, existe la posibilidad de
que se cambie en él. Pues es posible, precisará Guillermo, para el poder
de Cristo, que es uno con el Padre, cambiar el pan en su cuerpo en
razón de la obediente pasividad de la criatura.En su tratado del Amor de Dios, San
Bernardo, al examinar el cuarto grado por el que el hombre ya no se ama
así mismo sino por Dios, estudia los ejemplos dados por Máximo el
Confesor concernientes a la gota de agua mezclada con mucho vino, y al
hierro incandescente que por ello se vuelve semejante al fuego, como si
tanto el uno como el otro hubiesen perdido su forma primera y
particular. También
toma las comparaciones del aire henchido de la luz del sol que se
transforma en la claridad propia de esa luz, hasta el punto de que
parece iluminar en vez de ser iluminado. Del mismo modo, se dice, es
absolutamente necesario que en los santos todo afecto se funda y se
transfiera enteramente a la voluntad de Dios, pues sino ¿cómo podría ser
Dios todo y para todos (I Cor.,XV, 28), si subsistiera en el
hombre algo que fuese del hombre? Ciertamente, la sustancia humana
permanecerá, pero lo hará bajo otra forma, en otra gloria, y con otra
potencia. Así, el símbolo alquímico que concierne al despertar del alma
no se puede captar sino en razón al parentesco entre el hombre y Dios,
parentesco que reposa sobre el hecho de la creación a imagen y semejanza
de Dios mismo. Por eso, la alquimia debe ser considerada como ciencia
de carácter "sacramental".
El
milagro de la alquimia corresponde a la naturaleza fundamental del
hombre, la de coincidir de manera viva y absoluta con todo lo que
existe. La operación alquímica marca dicho paso, introduciéndose en una
dimensión de orden universal. Debido a ello, dicha operación suprime el
aislamiento. El muro que separa al hombre de la creación se vuelve
fluido, y ya no hay frontera, lo que no implica que el ser se disuelva
en lo otro, sino que, al contrario, se convierte en sí mismo, en el seno
de una verdad metafísica que antes le era por completo desconocida.
Sólo queda abolida la distinción egocéntrica, es decir, la existencia
separada, y por lo mismo se crea una especie de transparencia. El ser
participa en la universal orquestación con su color, así como con su
nombre y con el sonido que le es propio.
Representación de la Trinidad como Unidad verdadera. "Después
vi una luz muy esplendorosa (serenissimam lucem)(el Padre) y, en ella,
una forma humana del color del zafiro (sapphirini coloris)(el Hijo), que
ardía entera en un suave fuego rutilante (rutilante igne)(Espíritu
Santo). Yesa esplendorosa luz inundaba todo el fuego rutilante, y el
fuego rutilante, la esplendorosa luz; y la esplendorosa luz y el fuego
rutilante inundaban toda la forma human, siendo una sola luz en una sola
fuerza y potencia." Scivias.
Según
el simbolismo alquímico, ¿estará cualquier ser capacitado para tal
transmutación? La respuesta es afirmativa, ya que la analogía entre le
microcosmos y el macrocosmos se liga con el estado original. Pero en el
plano concreto existen disposiciones de orden accidental que hacen muy
dificil la operación alquímica. El consentimiento del sujeto es
necesario. El ex opere operato, cuya realización vemos en la
materia, no conviene al hombre, sino que éste debe dar su asentimiento.
De ahí resulta que sólo un corto número de hombres alcancen la
transfiguración; además muy pocos lo desean.
La
simbología alquímica y cosmológica concierne a la materia que sufre una
mutación. Podríamos hablar exactamente de una asunción de la
materia.(...)
Si
por ejemplo la mirada se posa sobre un paisaje que está cubierto de
sombra, o iluminado por el sol, la reacción del observador es
rigurosamente diferente, ya que su visión no es identica. Sin embargo no
hay variedad en el objeto, sólo la percepción difiere. La contemplación
de la naturaleza sin ligarla con su Creador hace aparecer una
naturaleza abandonada así misma. En cambio si dicha naturaleza es
contemplada en Dios, es decir, si el hombre la percibe en su verdadera
filiación original, entonces "el ojo del corazón puede ver oro en el
plomo y cristal en la montaña". En este caso tenemos la transfiguración
cósmica, y la transfiguración es ciertamente menos asombrosa en la
materia que en el plano espiritual. Por un lado es el despertar del oro
en una materia que no tiene conciencia de ello , y por otro el despertar
de una presencia dormida.
Según
Boecio, sólo las cosas que tienen como objeto común una misma materia
pueden ser mutuamente intercambiadas y transformadas. Guillermo de San Thierry, al estudiar la transmutación de la naturaleza y de las formas, observa que dicha transmutación sólo se opera en la medida en que las naturalezas actúan unas sobre otras y que reciben la una de la otra. Existen cuerpos que no se pueden transformar en otros cuerpos, por ejemplo "el bronce en piedra o la piedra en hierba", ya que no hay en ellos "materia comun". Pero existen otros que sí poseen esta comunidad de materia, y así actúan uno sobre otro, se amasan uno con otro, hasta el punto de mezclar "sus cualidades" y que uno absorba al otro: "la cualidad de uno queda destruida con la del otro". Si se vierte vino en el mar, sigue diciendo Guillermo, el vino no se mezcla con el mar, sino que se diluye en el mar, precisamente porque la cualidad de éste nada recibe de la del vino, debido a su inmensidad, y porque en realidad el mar en su inmensidad, ha cambiado en sí mismo la cualidad del vino.
Encontramos
además en los símbolos alquímicos las mismas leyes de la proporción que
hemos tenido ocasión de deducir muchas veces al hablar de la analogía
entre macrocosmos y microcosmos. La jerarquía y el orden definen las
relaciones del cuerpo con el alma, del alma con el espíritu y del
espíritu con Dios. En lo que hace a los otros, el procedimiento
alquímico consistirá en recordarles que son templo de Dios, y que las
leyes de transmutación que operan en el templo de piedra pueden también
efectuarse en su propio templo.
La
alquimia enseña al plomo que en realidad es oro, y el alquimista
románico enseña al hombre que posee en sí mismo la imagen de la
divinidad, que se encuentra en la base de la transmutación de su ser.
******
Lecturas:
Marie-Madeleine Davy, Iniciación a la simbología románica. Akal 2006
Victoria Cirlot, Hildegard von Bingen y la tradición visionaria de Occidente. Herder 2005
.
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