Annibale Carachi, El triunfo de Baco
Los párrafos que componen el texto que dejo a continuación pertenecen a la obra de Erwin Rohde, "PSIQUE, La idea del alma y la inmortalidad entre los griegos", cuya primera edición data de 1876. A pesar del tiempo pasado, y de que aspectos de las teorías que en ella se exponen han sido rebatidas por posteriores investigaciones, considero su lectura altamente estimulante por su animada y plástica exposición. En palabras de su autor, refiriendose a los capítulos sobre el culto dionisíaco, descubrimos que su método de investigación, a parte por su puesto de una gran documentación erudita, se ve imbuido por su propia intuición: "Aquí entro en el terreno de lo que no es absolutamente susceptible de ser probado y que sólo puede alcanzarse por los caminos de la poesía y la sensibilidad." Y es sobre todo esta parte del libro la que más me interesa y la que quiero compartir. En ella encontramos una arrolladora fuerza plástica de la descripción del éxtasis dionisíaco, pudiendo su lectura traernos, a hombres y mujeres de una cultura tan alejada de aquellos orígenes, el eco de aquellas vivencias tan profundas de la humanidad prehistórica.
Otro aspecto interesante a descubrir en el texto es la relación sobre la que Rohde teoriza, entre los rituales dionisíacos y las danzas sufíes, viendo en el espíritu primitivo de aquellos, un precursor del que derivaría la elevada y refinada mística de estas.
Dejo aquí sólo algunas pinceladas del capítulo sobre Dionisos que considero sugerentes por la intensidad de su color, ocupando así un espacio acorde con la dinámica del blog. Esta limitada y personal selección que hago no pretende ser representativa del espíritu de la obra, pero sí un estímulo para que la conozca en su totalidad quienes estén interesado en este fascinante tema y saquen sus propias conclusiones.
Orígenes de la fe en la inmortalidad.
El culto tracio del Dios Dionisos.
Por Erwin Rohde
" El alma inmortal es, en su cualidad más esencial, igual a dios; más aún, es un ente que pertenece al reino de los dioses. Entre los griegos decir inmortal es decir dios: dioses e imortales son palabras sinónimas, conceptos equivalentes."
(...) Los propios griegos manifiestan con frecuencia y de múltiples modos que la cuna de Dioniso era la Tracia y que este culto, extendido entre otros pueblos tracios, floreció principalmente en la más meridional de las numerosas ramas étnicas tracias y la mejor conocida de los helenos: la que poblaba las tierras emplazadas entre la desembocadura del Hebro y la del Axio, en el litoral y en las montañas que descendian por aquel lado hasta el mar. El dios a quien los griegos bautizaron con el nombre helenizado de Dionisos, era conocido, al parecer, con diversos y variables nombres entre las numerosas ramas nacionales independientes de los tracios, siendo los más conocidos de los griegos, entre ellos, los de Sabo y Sabazio. Los helenos debieron de conocer desde muy pronto, con cierto asombro, la naturaleza y el culto de este dios, bien en las propias tierras de la Tracia, atravesadas por ellos en su peregrinar hacia la que más tarde sería su patria y con las que ya de antiguo mantenían intenso contacto e intercambio, bien en el mismo suelo de Grecia, a través de las gentes o tribus tracias, asentadas ya desde tiempo inmemorial en algunas comarcas de la Grecia central, en forma de leyendas aisladas cuyas premisas etnográficas daban por ciertas los grandes historiadores de ls siglos V y IV.
Caracter orgiástico de este culto. Su finalidad
El culto de esta deidad tracia, que discrepaba violentamente y en todos sus puntos de los cultos tributados a los dioses griegos, tal como los conocemos por Homero, y que en cambio presentaba la mayor afinidad con el que el pueblo de los frigios, casi idéntico al de los tracios, rendía a su diosa-madre Cibeles, presentaba un carácter totalmente orgiástico. Las fiestas dionisíacas celebránbase en las cumbres e las montañas, bajo las sombras de la noche y al voluble resplandor de las antorchas. Acompañábanse de ruidosas músicas, del ruido estridente de cuernos de bronce, del bronco resonar de grandes panderos y, de vez en cuando, escuchábase la melodía que incitaba a la locura de flautas de profundo sonido cuya alma había sido despertada antes que por nadie por los auletas frigios. El tropel de los fieles, excitados por estas salvajes músicas, rompia a danzar entre estridentes gritos. No tenemos noticias de que se entonasen cantos, probablemente porque la violencia de la danza quitaba a los celebrantes el aliento y no les permitía cantar. Pues no era el de estas danzas orgiásticas, por cierto, el ritmo suave y mesurado con que los griegos de Homero, por ejemplo, se movían a los sones del peán, sino como un torbellino furioso, delirante, que arrastraba a los coros de los danzantes, a modo de un río desbordado, por las faldas de las colinas.
La mayor parte de los fieles que tomaban parte en estos ritos desmesurados y se entregagan con frenesí a ellos hasta caer rendidos por el agotamiento, eran mujeres. Rara vez acudían a la fiesta sin ir disfrazadas: vestían, por lo general, los llamados "basares", que eran vestidos de amplio velo, hechos al parecer de pieles de zorro; cubríanse, además, con pellizas de ciervo y, probablemente, se adornaban la cabeza con cuernos.
Con los cabellos flotando al viento y en las manos serpientes, que era el animal sagrado de Sabazio, agitaban además en ellas puñales o tirsos bajo cuyo follaje se ocultaban las puntas de las lanzas. Aquellos oficiantes, dejando desbordarse furiosamente sus emociones, empujados por la "divina locura", lanzabánse sobre las bestias destinadas al sacrificio, despedazaban con las manos el botín y desgarraban con los dientes la ensangrentada carne, que devoraban cruda.
Es fácil representarse en sus detalles, con ayuda de los relatos poéticos y las imágenes plásticas de la fiesta, el desarrollo de estos fanáticos ritos nocturnos. Pero lo importante es saber que sentido encerraba todo esto. Creémos que el mejor modo de penetrar en él es dejar a un lado, dentro de lo posible, todas las teorías en ideas y puntos de vista extraños a este culto, para reconocer el resultado que entre quienes participaban en la fiesta se manifestaba como el resultado deseado y deliberadamente perseguido por ellos, es decir, como la única finalidad de tan sorprendentes ritos o, por lo menos, como una de sus finalidades.
Es evidente que los fieles de este culto orgiástico se ven arrastrados a una especie de manía, de locura, a una desaforada supertensión de todo su ser; se apodera de ellos un delirio, un estado de frenesí, que los hace aparecer ante sí mismos y ante los demás como verdaderos "posesos". Este estado de sobreexcitación de las emociones hasta exaltarse a estados mentales visionarios era el resultado a que, en las personas propensas a ello, producían aquellos furiosos torbellinos de la danza, aquellas músicas salvajes, aquella oscuridad alumbrada por el agitado resplandor de las antorchas, todas las ceremonias de este culto demencial. Y esta gran excitación llevada al máximo era, en efecto, la finalidad que se quería conseguir.El sentido religioso de esta violenta exaltación de las emociones consistía en la creencia de que sólo por medio de semejante excitación de su ser, de todas sus facultades, podía el hombre llegar a ponerse en contacto con los seres de orden superior, con el dios a quien se adoraba y con los espíritus que formaban su cortejo. El dios estaba, aunque invisible, presente entre sus furiosos adoradores, o no andaba, por lo menos, lejos de ellos, y el estrépito de la fiesta lo atraía a lo más álgido de ella.Circulaban algunas leyendas sobre la desaparición del dios, emigrado a otro mundo, y su retorno al de los hombres. Un año sí y otro no celebrábase su reaparición entre los vivos; y era este acontecimiento, su "epifanía", lo que servía de base y motivo para las fiestas dionisíacas. El dios-toro, como se lo representaba una creencia que revela el tosco arcaismo de esta fe, presentábase en persona en medio de los danzantes, o bien los mugidos de un toro imitados por voces humanas, que ciertos ocultos "mimos del terror" proferían, hacían que los celebrantes sintiesen, con angustioso escalofrío, la presencia de lo invisible.
Pero los fieles de Dionisos, exaltados por el frenesí de la fiesta, no se contenteban con ver a su dios, sino que aspiraban a fundirse con él; pugnaban por romper las ataduras de la estrecha prisión corporal de sus almas; estaban como embrujados y sentíanse sustraídos a su existencia vulgar y cotidiana y convertidos en espíritus que pasaban a engrosar el cortejo de espíritus del dios. Más aún, participaban de la vida espiritual del dios mismo: ¿qué otra cosa sino esto puede querer decir el hecho de que los frenéticos adoradores de Dionisos se den el nombre del propio dios? En efecto, el fiel que, en su delirio, llega a fundirse o creerse fundido con él, pasa a llamarse Sabo o Sabazio. Y se siente dotado, con ello, de facultades inhumanas o sobrehumanas: se lanza, al igual que lo hace el propio dios salvaje, sobre los animales destinados al sacrificio, los desgarra vivos y devora sus carnes todavía palpitantes. El deseo de hacer ostensible al exterior esta transformación de su naturaleza es lo que explica el disfraz que los partícipes de estas orgías revisten, para asemejarse en su traza a los acompañantes del dios que forman su delirante cortejo: los cuernos con los que se adornan son una reminiscencia del cornudo dios de forma de toro etc.
Podría decirse que todo esto es, en realidad, un espectáculo religioso, una especie de frenético drama sacramental, pues todo denota la deliberada intención con que se eligen y preparan los recursos escénicos destinados a representar a las exóticas figuras pertenecientes al mundo de los espíritus. Pero es, al propio tiempo, algo más que un espectáculo, pues nadie puede dudar que los propios actores se dejan llevar, en él, por la ilusión de encarnar en una persona divina y de vivir la vida de ésta. El terror de la noche, la música, sobre todo aquellas flautas frigias a cuyos profundos sonidos atribuyen los griegos la virtud de hacer que quienes los escuchan se sientan "llenos del dios" , el torbellino de la danza: todo contribuía a producir en los temperamentos predispuestos para ello un estado de sobreexcitación cargada de visiones, en que los pasionales veían proyectarse fuera de sí, con bulto de realidad, cuanto dentro de sí pensaban y se imaginaban.
Es posible que las bebidas embriagantes, a que los tracios eran muy aficionados, contribuyesen a acentuar el estado de exaltación de los fieles, y tal vez también el humo de ciertas semillas que las gentes de aquella raza, igual que los escitas y los masagetas, inhalaban para emborracharse. En este estado de arrobamiento, los ojos veían transformada toda la naturaleza. "Es su delirio lo que hace que los báquicos crean beber de los ríos leche y miel, sensación que desaparece en ellos al volver en sí", dice Platón. La tierra rezuma, para ellos, vino y miel y se siente envueltos en los balsámicos aromas de Siria. Y a este estado de alucinación se une un estado de espíritu que encuentra encanto en las sensaciones de dolor, o una inensibilidad contra el dolor que acompaña como es sabido, a estos fenómenos de exaltación del ánimo.
El éxtasis del entusiasmo
Todo despliega ante nuestros ojos una violenta excitación de todo el ser del hombre, en la que parecen anularse las condiciones propias de la vida normal. Para explicar estos fenómenos orgiásticos, que se salían de todos los derroteros de lo habitual, se recurría a la hipótesis de que el alma de estos "posesos" no estaba "dentro de sí", sino que había "salido fuera" de su cuerpo. Tal era, literálmente, el sentido originario que los griegos daban a la palabra éxtasis, cuando hablaban del éxtasis del alma en estos estados de orgiástica exáltación. El "extasis" es "una locura transitoria", lo mismo que la locura es un estado de éxtasis permanente. Con la diferencia de que el éxtasis, la alienatio mentis temporal del culto dionisíaco, no es considerada como el estado en que el alma ronda vigorosamente por los campos de la vana quimera, sino como hieromanía, como una locura sagrada, en la que el alma, escapandose del cuerpo, va aunirse con la divinidad. El alma, en tal estado, reside en dios o cerca de él, en trance de lo que los griegos llamaban entusiasmos. Quienes se hallan en ese trance, viven y moran en dios; aun en el yo finito, sienten la plenitud de una fuerza de vida infinita y se gozan en ella.
En estado de éxtasis, liberada de la oprimente carcel del cuerpo, para entrar en comunidad con dios, el alma siente nacer y crecer en sí fuerzas cuya existencia ni siquiera sospecha en su vida cotidiana, prisionera del cuerpo. Vive y flota libre, como un espíritu entre los espíritus y puede, liberada de todo lo temporal, ver y percibir lo que sólo los ojos de los espíritus atisban, lo que se halla lejos en el tiempo y en el espacio.(...)
Los cultos extáticos, conocidos en el mundo entero
En realidad, este culto de los tracios cifrado en el entusiasmo, no era sino la manifestación, peculiarmente adaptada a las particularidades nacionales de aquel pueblo, de un instinto religioso que se manifiesta por doquier y continuamente a lo largo de la tierra, en todas y cada una de la fases de la evolución cultural de la humanidad, lo cual quiere decir que responde, sin duda, a una necesidad profundamente arraigada en la naturaleza humana, en las dotes físicas y psicológicas del hombre. Esos poderes de vida superiores a las facultades humanas que siente obrar en torno suyo y por encima de él y penetrar hasta en los dominios de su propia vida personal, querría el hombre, en sus horas de máxima exaltación, no ya hacérselos propicios, como habitualmente, reverenciándolos y adorándolos en tímida actitud, recogido en el interior de su espíritu, sino hacerlos suyos, en momentos de devota exaltación, hermanarse, fundirse con ellos de un modo total y en lo más profundo de su corazón. Para sentir el anhelo de que su propia vida se perdiese por unos instantes en la vida de la divinidad, no necesitaba la humanidad aguardar a que cobrase su talla el panteísmo, esa criatura maravillosa del pensamiento y de la fantasía.
Hay pueblos enteros, que no se cuentan par nada, ciertamente, entre los miembros predilectos de la familia humana, pero que sienten con una fuerza especial la inclinación y el don de elevar la conciencia a lo suprapersonal, una tendencia y un impulso que los lleva al éxtasis y a las visiones y cuyas imágenes, encantadoras unas y espantosas otras, toman por experiencias reales y tangibles del otro mundo, al que sus "almas" se ven traspuestas por corto tiempo. En ninguna parte de la tierra faltan pueblos de éstos que consideran los estados de éxtasis a que nos referimos como la manifestación religiosa por excelencia, como el único camino que permite al hombre tomar contacto con el mundo de los espíritus y que, por tanto, basan sus actos religiosos, preferentemente, en los ritos y ceremonias que, según la experiencia, son los más indicados para llevar el espíritu al delirio y hacerlo contemplar aquellas visiones. En todos ellos vemos cómo la danza, una danza violenta y furiosa, ejecutada bajo las sombras de la noche, y con acompañamiento de estrepitosos instrumentos y hasta el agotamiento de los celebrantes, sirve para provocar la sobreexcitación deseada de las emociones. Unas veces, son muchedumbres enteras del pueblo las que pugnan por alcanzar el estado de entusiasmo religioso por medio de estas danzas frenéticas; otras veces, con mayor frecuencia, unos cuantos escogidos los que, por medio de la danza, la música y toda clase de excitantes, empujan a sus almas, de suyo propensas a dejarse arrastrar por las emociones violentas, a remontarse al mundo de los espíritus y los dioses.
La tierra entera conoce esta clase de "magos" y sacerdotes dotados de poder de hacer que sus almas entren en comunidad directa con los espíritus: shamanes del Asia, los "curanderos" de Norteamérica, los angekoks de Groenlandia, los butios de los pueblos antillanos, los piajas del Caribe, etc., no son sino otras tantas especies o variedades de este género, representado en todos los continentes y que es, sustancialmente, el mismo en todas partes. En todos los continentes, pues tampoco Africa ni Australia y las islas del mar Pacífico carecen de él. Todos ellos, y con ellos el círculo de ideas que sirve de base a sus ritos, figuran entre los fenómenos de la religión humana que se manifiestan con la regularidad de los fenómenos de la naturaleza y que, por tanto, no pueden ser considerados como anomalías. Hasta en pueblos de antiguo cristianizados se enciende, de vez en cuando, la brasa de estos ancestrales cultos excitativos, ahogada hasta entonces por cenizas, arrastrando a aquellos en quienes prende y elevándolos hasta la intuición de una plenitud divina de vida.(...)
La tendencia a la fusión con dios, a la desaparición del individuo en el seno de la divinidad, es también lo que une en su raíz a la mística de los pueblos cultos y altamente dotados con los cultos orgiásticos de los pueblos primitivos. Ni siquiera esta refinada mística puede prescindir siempre de los recursos externos de la excitación y el entusiasmo, que son siempre los mismos, como sabemos por el conocimiento de las orgías religiosas de aquellos pueblos: la música, el torbellino de la danza y los excitantes narcóticos. Así, los derviches del Oriente giran en frenética danza, "al son de tambores y de flautas" hasta la máxima excitación y el completo agotamiento. Y el más impávido de los místicos, Yalal ud-Din Rumi, proclama en espirituales palabras para qué sirve todo eso:
"Quien conoce la fuerza de la danza vive en Dios, pues sabe cómo el amor mata. Aláh hu !"
(...) El éxtasis y la fe en la inmortalidad
La finalidad y hasta podríamos decir que la misión de este culto consistía en exaltar hasta el "éxtasis" las emociones de quienes en él participaban, en arrancar sus "almas" al círculo habitual de su existencia humana limitada para elevarlas, como espíritus libres, a la comunidad de los dioses y de su enjambre de espíritus. El estado de arrobamiento logrado por medio de estos rituales abrían antes quienes, como verdaderos "bacantes", alcanzaban realmente el estado de divina locura, un campo de experiencia completamente cerrado para su existencia en la sobria y prosaica vida cotidiana. Consideraban, en efecto, como experiencias de caracter objetivo, y era natural que así fuera, todas aquellas emociones y visiones que el "éxtasis" les comunicaba.(...)
El sentimiento de carácter divino, de su eternidad, que como un relámpago se le había revelado a ella misma en el éxtasis podía muy bien formar en el alma la perdurable convicción de que participaba, por su misma naturaleza, de las condiciones de los dioses y estaba llamado a gozar de una vida divina tan pronto como el cuerpo la dejara en libertad, elevándose entonces ya para siempre al estado que sólo de un modo transitorio, en un instante de fugaz dicha, conociera durante el "extasis". ¿Y qué razones más poderosas podían apoyar esta conclusión espiritualista que las nacidas de la propia y personal experiencia, la cual había hecho paladear al hombre, por anticipado, en sus ritos orgiásticos, las que, un día, estaba llamada a ser su felicidad eterna?(...)
La mística dionisíaca
El pueblo de los tracios, que jamás llegó a depertar por entero de entre las nieblas del espíritu, no podía, naturalmente, desarrollar más de lo que dejamos apuntado: los gérmenes de esta mística religiosidad contenidos en los extáticos ritos orgiásticos del culto de Dionisos. Apenas si se trasponen aquí los linderos de un avaga intuición y todo se reduce a inconstantes llamaradas de emociones brutalmente excitadas y encaminadas a exaltar el poder del espíritu.
Sólo cuando se desarrolla a fondo y de un modo independiente la vida de un pueblo, avivando el fuego del culto extático, sólo entonces existe la posibilidad de que estas fugaces intuiciones se afiancen, convertidas en ideas duraderas. Ideas acerca del mundo y de la divinidad, en torno a los fenómenos cambiantes y engañosos y a la existencia de un ser único y perenne basado en las cosas, acerca de la divinidad, que es única, una sola luz que, refractada en miles de rayos se refleja en todo y vuelve a encontrar su unidad en el alma del hombre: cuando estas ideas se hermanan con los impulsos casi ciegos de un culto orgiástico basado en el entusiasmo, hacen que la turbia y primitiva fermentación de esos ritos populares se destile para formar el luminoso y claro vino de la mística.
Así sucedió cuando, en medio de los pueblos del Islam, paralizados en un monoteismo rígidamente cerrado, irrumpiendo de fuentes ignoradas, brotó una arrolladora corriente de entusiasmo en las danzas rituales de los derviches y se extendió, llevando consigo la doctrina mística del sufismo, nacida, sustancialmente de los indios. El hombre es Dios y Dios lo es todo: así lo proclama, unas veces con sencilla y otras veces en retorcido y barroco lenguaje figurado, la poesía empapada de espiritualidad que los persas, sobre todo, han consagrado a esta religión del arrobamiento místico. En las danzas extáticas, que aquí no han roto todavía su conexión orgánica con la doctrina mística(como la tierra nutricia con las flores que en ella crecen), esta doctrina se ve continuamente enriquecida por la experiencia, por las fuertes, delirantes emociones de un poder eterno e infinito de vida que brota como agua manantía del interior del hombre. Los velos que cubren el mundo se desgarran ante los ojos del fiel poseído de entusiasmo; éste siente y percibe lo Todo y lo Uno, que por si mismo fluye hacia él; la "deificación" del oficiante "poseso" se convierte también aquí en una realidad. "El que conoce la fuerza de la danza, vive en Dios".
6 comentarios:
Hola Jan, toda la exposición sobre estos ritos orgiásticos que comentas es muy interesante. Supongo que la esencia del motivo de practicarlos es lo que has expuesto a continuación:
"...El sentido religioso de esta violenta exaltación de las emociones consistía en la creencia de que sólo por medio de semejante excitación de su ser, de todas sus facultades, podía el hombre llegar a ponerse en contacto con los seres de orden superior, con el dios a quien se adoraba y con los espíritus que formaban su cortejo."
No dejo de pensar lo curioso que es, que algo que entra de lleno en el animalismo de un comportamiento violento e irracional sea trampolín para acceder a las moradas celestes.
Contrasta de forma evidente con la dogmatizada creencia que la meditación y la paz animica son las necesarias para poder acceder a esos planos.
Será que los extremos se tocan.
Un abrazo
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Hola Baruk, encantado de saludarte nuevamente.
Quisiera también destacar este párrafo que aparece al final del texto:
"Sólo cuando se desarrolla a fondo y de un modo independiente la vida de un pueblo, avivando el fuego del culto extático, sólo entonces existe la posibilidad de que estas fugaces intuiciones se afiancen, convertidas en ideas duraderas. Ideas acerca del mundo y de la divinidad, en torno a los fenómenos cambiantes y engañosos y a la existencia de un ser único y perenne basado en las cosas, acerca de la divinidad, que es única, una sola luz que, refractada en miles de rayos se refleja en todo y vuelve a encontrar su unidad en el alma del hombre: cuando estas ideas se hermanan con los impulsos casi ciegos de un culto orgiástico basado en el entusiasmo, hacen que la turbia y primitiva fermentación de esos ritos populares se destile para formar el luminoso y claro vino de la mística".
Lo considero importante para marcar la diferencia que hay entre la elevada mistica con una doctrina de alta espiritualidad, y las celebraciones populares como las que más arriba se describen. Ambas participarían no obstante de la intuición del absoluto, y de formas diferentes buscarían unirse a él a través del éxtasis, del "salirse de sí", eliminando la condición temporal, "liberándose de la prisión". Y ahí como tu dices se pueden tocar los extremos.
Te dejo también unas palabras que aparecen en el poema de Blake "Proverbios de infierno":
"El camino del exceso lleva al palacio del saber"
Que seguro lo dijo con toda la mala leche para los que practicaban en su época una espiritualidad basada en el ascetismo y a la religiosidad de falsa moral.
Abrazos !
Entiendo perfectamente que aunque no se quiera reconocer, resulta mucho más "placentero" romper esa condición temporal a través del comportamiento bacanal que el de la mística meditacional, y es que en el fondo seguimos siendo animalitos.
Interesante lo de Blake: El camino del exceso lleva al palacio de saber, y el palacio del saber lleva a sentarse en el trono del reino, y sentarse ahí lleva a la paz y el no necesitar más de los excesos.
Curioso verdad?, la consecución de según que deseos pasa por la formalización de sus contrarios.
Tons
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El luminoso y claro vino de la mística al que se refiere Rohde, proporcionaría el trascender la condición de "mero animal humano", (que es el hombre atrapado en sus condicionamientos, en su horizonte egoíco), diferenciándolo de lo que sería la embriaguez del vino turbio de fugaces y ciegas intuiciones, impulsos sin continuidad. Ese luminoso vino es el que ha inspirado la poesía de Blake, de Rumî, San Juán de la Cruz, etc..., y que bien tomado no produce resaca como el otro.
Petons
buenas aquien puedo conctatar de un verdadero cultista, quien desee contactarme quiero encontrarme con los mios estoy solo, como debe ser pero seria grato encontrarme con alguien de mi caminar, un beso desde mi soledad
un llamado aquien quiera contactarme bye que la luz que habita en mi, habite en ustedes. dando amor recibo, al que desee ver este mensaje please
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