"Y no es Él quien tiene deseo de nosotros como para estar alrededor de nosotros, sino nosotros de Él. De modo que somos nosotros quienes estamos alrededor de Él. Y siempre estamos alrededor de Él, pero no siempre miramos hacia Él, sino que del mismo modo que un coro desentona aun estando alrededor de un corifeo, bien puede ser que sea porque está al espectáculo, mientras que si se vuelve, canta hermosamente alrededor del corifeo, así también nosotros estamos alrededor de aquél, mas no siempre miramos hacia Él. Pero cuando miramos hacia Él es cuando alcanzamos "la meta y el descanso" y dejamos de desentonar mientras danzamos una danza inspirada.
Y al danzar esta danza, uno ve la Fuente de la vida, la Fuente de la Inteligencia, el principio del Ser, la Causa del bien, la Raíz del alma. No es que estas cosas primero emanen de Él y luego lo aminoren, no, pues no es un masa. Si no, sus productos serían perecederos, mientras que, en realidad, son eternos, porque su Principio permanece en el mismo estado, no desintegrándose en ellos, sino permaneciendo íntegro. Y, por eso, también sus productos son permanentes, del mismo modo que perdurando el sol, también la luz perdurará. Es que no estamos desconectados ni disociados de Él, aunque la naturaleza del cuerpo, desplomándose, nos arrastre consigo, sino que respiramos y nos conservamos no dándonoslo Él y luego retirándose, sino surtiéndose incesantemente mientras siga siendo el Mismísimo que Es".
Plotino, Enéada VI (Trat. VI 9, 35)
Los fragmentos que siguen a continuación se encuentran en el capítulo "Espacio y tiempo, templo y liturgia", que forma parte de la obra de Jean Hani "El simbolismo del templo cristiano".
Aquí encontramos las claves que nos haran descubrir el profundo significado simbólico que se expresa a través de la integración del espacio y el tiempo en el ritual cristiano, y por el cual se entraría en contacto con la manifestación de lo eterno. Manifestación que es reforzada por la presencia envolvente de la infinidad de colores en que se reviste la luz filtrada por las magníficas vidrieras. El lugar elegido por Hani como gran ejemplo en donde se escenifica esta maravilla, es una joya del gótico frances, la Sainte-Chapelle de París, de donde proceden todas las imágenes que he seleccionado para acompañar al texto. He intercalado también pasajes recogidos en diversas fuentes por considerarlos enriquecedores e ilustradores de lo que se expone.
La liturgia, a la que el templo está consagrado y que es su razón de ser, es de esencia luminosa y solar. ¿Cómo no ver que existe desde este punto de vista, una conexión íntima entre el culto divino y el lugar en el que este culto se celebra; que la iglesia cristiana es, en su naturaleza profunda, un templo solar destinado igualmente a un culto solar?
En las grandes catedrales del siglo XIII es, sobre todo, donde uno puede captar en todo su esplendor la naturaleza luminosa del templo, hecha patente por el incremento prodigioso de las vidrieras. A través de éstas, la luz solar toca y canta en un registro de mil matices. La obra maestra de este género es la Sainte-Chapelle de París, donde la piedra se extenúa hasta el límite de sus posibilidades, de tal forma que se ha podido decir de este monumento que era "algo inmaterial lleno de luz". Los muros quieren dar la impresión de ser los de la Jerusalén celeste, que son de pedrerías. Es la época en que Hugo de Saint-Victor y Suger dicen que la casa de Dios debe estar iluminada, deslumbrante como el paraíso; y esto, sin duda, bajo la influencia del renacimiento neoplatónico, debido a la traducción, por Escoto de Eriúgena, de las obras de Dionísio Areopagita.
En esta perspectiva, en perfecta armonía por lo demás con la escritura, Dios es luz; la Belleza esencial se identifica con la Claridad, la cual, junto con la armonía y el ritmo, reflejan la Belleza divina. Y para Suger, constructor de la basílica de Saint Denis, la belleza de la obra arquitectural debe iluminar el alma para guiarla hacia Cristo, quien dijo: "Yo soy la luz del mundo." Ego sum lux mundi. El brillo de las vidrieras, semejantes a gemas, evoca los esplendores que emanan del "Padre de las luces" y que, por su Hijo, brillan sobre el mundo generado.
Pero es preciso ir más allá de esta impresión global. Esta realización admirable que es la iglesia de las grandes épocas no es el producto de un sentimiento, ni siquiera de una intuición puramente estética. Inspirada por la teología, ella está sustentada también por la cosmología. Estas dos ciencias corren parejas en la construcción del edificio, encontrándolas igualmente en la disposición de las vidrieras. Nose trata en absoluto, como para muchos artistas de hoy, de ofrecer a la vista sensaciones de color. Éste es un resultado que obtenían los antiguos maestros, ciertamente, pero como por añadidura, pues el objetivo principal era el de transmitir, con los colores por vehículo, una enseñanza en imágenes. Las grandes vidrieras describen, en general, la historia del mundo con relación al misterio de la Redención. Esta enseñanza es de naturaleza teológica, pero el artista no olvida que el templo es por naturaleza cósmico; y en ese mundo coherente de pensamiento que es una civilización tradicional, se respetará escrupulosamente la armonía entre el orden teológico y el orden cósmico. Por esto, la ordenación de las vidrieras será estudiada de modo tal que esté en armonía con el ritmo solar que regula el curso del día. Así, por ejemplo, en la Saint-Chapelle, las vidrieras serán "leídas" a partir del muro norte, pasando por el ábside y el muro sur, para llegar hasta la rosa occidental. Las vidrieras situadas al norte describen la historia del mundo desde el Génesis hasta el fin del Antiguo Testamento; al este está situado el vitral de la Redención, y al sur, lo están los profetas escatológicos, anunciando la escena de la gran rosa, inspirada en el Apocalipsis, que canta a la ciudad celeste en que reina el Cordero.
Recorremos de este modo la historia del mundo, desde la Creación hasta la Parusía, siguiendo el curso del día. La salida oriental del sol señala la victoria de Cristo sobre las tinieblas y el mal, representados en el muro sur en la zona en que no penetra el sol; y la rosa de la ciudad santa está al oeste, allá donde se pone el sol visible, porque este descenso del sol al final del día simboliza también el fin del mundo y la aparicíón del mundo nuevo, en el que ya no habrá necesidad del sol, porque el Cordero será Él mismo el astro luminoso. Esta disposición no es exclusiva evidentemente de la Saint-Chapelle; se la encuentra, con algunas variantes, en todas las iglesias que respetan las normas de artes tradicionales. Así, el ciclo completo de nuesra humanidad se inscribe en el círculo temporal elemental, el curso diurno del sol, que le corresponde analógicamente y que está él mismo "fijado" en el templo correctamente orientado.
El templo es una "cristalizaión" del movimiento celeste o petrificación del tiempo, y por este motivo, una imagen de la inmutabilidad divina. La liturgia se desarrolla también en el espacio y en el tiempo a la vez: en el espacio sagrado del templo y en el ciclo anual de las estaciones regido por el curso del sol. Pero la liturgia y el templo a ella destinado expresan, cada uno a su modo, la misma realidad, la de la presencia divina en el mundo; el templo, en modo estático, la liturgia, en modo dinámico, y ambos realizan una prodigiosa integración espiritual del espacio y del tiempo, es decir, de las condiciones mismas de lo creado, refiriéndolas y reduciéndolas a su origen divino, hasta el punto en que el tiempo y el espacio se "volatilizan", para dejar paso a la manifestación de lo eterno.
Abordamos aquí lo que constituye la razón de ser profunda del templo y la liturgia.
El tiempo y el espacio son las dos condiciones esenciales del estado corporal, que es actualmente el del hombre en la tierra. Estas dos condiciones definen, en este estado, la finitud. De estos dos elementos, el tiempo es el más "espectacular", nos atreveríamos a decir. Lo que, ante todo, hace de la criatura un ser finito, distinto de su Creador, el Ser infinito, es que este último está en la eternidad, lo Intemporal, la ausencia de tiempo, lo Inmutable, mientras que la criatura está sometida al devenir: nacimiento, crecimiento y muerte.
El Ser infinito es inmutable, estable; el ser finito está en movimiento, es movimiento. "El tiempo es la contingencia que mina las cosas... la decadencia que aleja del origen (adámico)" (F. Schuon). La sumisión al tiempo, el devenir, que implica la muerte, es para el hombre una consecuencia de la caída: "El primer hombre, escribe San Gregorio de Nisa, había sido creado de forma tal que el tiempo había transcurrido y él hubiera permanecido estable." Pero después de su pecado, "una vez perdido su estado inmortal, la corriente de la mortalidad se apoderó de él". La caída es, en primer lugar, una "caída en el tiempo", lo que equivale a decir que, para el hombre, vivir en el tiempo no es "normal"; ello va contra su naturaleza original y celeste. Vivir en el tiempo, en efecto, es una dispersión del ser, una "salida" fuera del Centro divino, inmutable, y hacia los bordes de la gran rueda cósmica que arrastra al mundo en un perpetuo cambio.(...)
Santa Hildegarda de Bingen
Hemos de precisar aquí la función que desempeña el rito. Éste, en la construcción y la consagración de un edificio sagrado, encierra simbólica pero realmente todo el espacio dentro de los límites del templo, lo que equivale a decir que, en el templo y por el templo, el espacio ha sido vencido: el fiel se encuentre en él en el "centro del mundo"; está simbólicamente en el Paraíso, en la Jerusalén celeste. El ritual obra de forma análoga sobre el tiempo. ¿Como consigue esto? De dos modos. Primero, mediante lo que podríamos denominar un vuelo por encima por de la totalidad del tiempo, y, a continuación, mediante una reactualización de la vida de Cristo mediante el ritual del año litúrgico. Por la repetición cada año del ritual, nos convertimos, de algún modo, en contemporáneos de Cristo y nos incorporamos poco a poco sus misterios hasta que Él "se haya formado en nosotros". Pues Cristo, desde el punto de vista que nos ocupa, se nos presenta como aquel que ha vencido al tiempo. Por la Encarnación, el infinito se ha introducido en lo finito, ha asumido todas sus condiciones, en particular el tiempo, haciendo posible así su superación y realizándola. Pero es más en particular por la Muerte de Cristo por lo que salimos del tiempo, pues en Su Muerte es en lo que Él ha sido exaltado y ha exaltado al hombre; por Su Muerte y Su Bajada a los infiernos, Cristo ha liquidado todas las consecuencias de la Caída en la humanidad, y ha permitido a ésta el seguirlo en Su Resurección y Su Ascensión, es decir, Su salida fuera del ciclo del tiempo, Su paso "más allá de todos los cielos", o sea, del movimiento cósmico. Por esto el Cristo glorioso es llamado "sol sin ocaso"-sol occasum nesciens-, inmutable fijo en el cénit.
"También la luz, por la misma razón de ser imagen visible, atrae y hace que se vuelvan hacia ellas todas las cosas que se ven, que se mueven, las que reciben la luz, las que reciben su calor, y en general todo aquello que alcanzan sus rayos luminosos. Por eso también es sol, porque lo junta todo y reune lo que está disperso. Y todos los seres sensibles tienden a él atraidos por su luz o para ver o para moverse, o para recibir la luz o el calor o en suma para que les conserve".
(Pseudo Dionisio Aeropagita, Los nombres de Dios)
(Pseudo Dionisio Aeropagita, Los nombres de Dios)
La liturgia anual se nos manifiesta como un "sacramento del tiempo"; ella integra el tiempo, el cual, si no, significa pura dispersión, en una perspectiva espiritual, mostrando que él es una de las formas que reviste la manifestación cósmica del Verbo divino, y ella nos permite así "redimir al tiempo", según la viva expresión de San Pablo.(...)
La proyección de la vida de Cristo en el año no ha sido posible sino en virtud de la analogía que existe entre la revelación histórica del Verbo encarnado y la revelación cósmica del Verbo divino, revelación que no es otra que el propio mundo y el movimiento cíclico del tiempo, "imagen móvil de la Eternidad", segun la insuperable definición de Platón (Timeo, 39 e.). Y como cristo era "rey" y "luz" del mundo, fue asimilado, de forma completamente natural, al sol, él también rey y luz del mundo físico y el símbolo más adecuado de la Divinidad.(...)
Sol Justitiae, "Sol de justicia", es un Nombre divino que aparece en el profeta Malaquías, cuando éste anuncia en estos términos el Día del Señor: "Mas para vosotros, los que teméis Mi Nombre, se alzará un Sol de Justicia, que en sus rayos traerá la salvación" (4, 2). Pues bien, Zacarías saludó a Jesús en el Templo aludiendo a ese texto: "Nuestro Dios trae de Lo Alto la visita del Sol naciente, para iluminar a los que están en las tinieblas y la sombra de la muerte..." (Lc. 1, 78-79).(...)
Así, el sol visible es el centro del mundo, el "corazón del mundo" como decían los griegos (cardia cosmou), y por esta razón es la imagen de Aquel que es, en toda plenitud, el "Centro supremo" y el auténtico "Corazón del mundo".
Cristo se nos muestra como la Inteligencia Universal, que concibe todos los seres iluminándolos con los rayos de Su Ser, y como el Amor infinito, que da la vida y cuya llama, absorbiendo a todos los seres, los conduce de nuevo a la Unidad.
"Recordé las palabras: "no apartes el rostro", y no sé
de dónde surgió el pensamiento de que si uno tuviera suficiente valor y estuviera preparado para morir en vida, desde la belleza de los colores surgiría la pura luz blanca, la luz que hace visibles los colores. Había viajado mucho tiempo y ahora sentía que podía aceptar esa luz. No deseaba otra cosa".
Rashad Field, La última barrera
4 comentarios:
Y si no hubieran templos?
Hola Baruk,
no se que responder a tu pregunta.
Me has pillao descolocao.
Seguro que el que la plantees viene motivada por alguna reflexión que has hecho, pero antes de que yo diga algo que no te venga a cuento, cuéntame tú tu reflexión que seguro es interesante.
Bueno, sabes que estoy ahora con el tema de la Edad de Oro, algo en lo que por cierto me cuesta tener fe, pero aún así creo que tiene razón Fulcanelli cuando sugiere que el único templo es la misma tierra en la que vivimos pero con una visión muy diferente de como "adorar" a Dios:
"...En el periodo de la Edad de Oro, el hombre desecha toda religión, respeta, honra y venera a Dios en este globo radiante que es el corazón y el cerebro de la naturaleza y dispensador de bienes de la tierra. Representante visible del Eterno, el Sol es también el testimonio sensible de su potencia, de su grandeza y su bondad. En el seno de la irradiación del astro, bajo el cielo puro de una tierra rejuvenecida, el hombre admira las cosas divinas, SIN MANIFESTACIONES EXTERNAS, SIN RITOS Y SIN VELOS..." Fulcanellí Moradas Filosofales
Abrazines Jan
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Amiga Baruk,
en la Edad Dorada ni la religión ni los templos ni los ritos téndrían razón de ser, pues entre el hombre y Dios no hay separación, es uno y lo mismo, sin velos, sin nada que se interponga. En las palabras que recojes de Fulcanelli el Sol es símbolo donde se expresa esa unidad y en la cual el hombre participaría de lo eterno, descubriéndolo en el corazón, donde se aloja su esencia inmortal. La Edad Dorada no sería algo que se dió en el tiempo ni en lo que intervendrían (pienso yo)cuestiones de fe, es algo sobre lo que se da la posibilidad de actualizarlo en todo momento si se consigue atisbar lo que sería la verdadera libertad, o en otras palabras la salvación. Jesús (y así se pone de manifiesto en el ensayo de Jean Hani) sería el salvador, a través del cual acceder desde la multiplicidad a la Unidad, anulando el tiempo y el espacio. En el templo (necesario en las otras edades) como espacio sagrado, fuera del tiempo, que sería la proyección del templo interior, se daría ese encuentro, por el que poder reencontrarse con esa Edad Dorada, Edén paradisíaco, Jerusalén Celeste, Olimpo, etc..., con la que sería nuestra verdadera naturaleza divina. De lo que se trataría, y con esto recuerdo las palabras con las que terminas tu entrada sobre la Edad de Oro (Todos dioses sois... pero como hombres moriréis), y así podrían entenderse estas palabras, precisamente de morir como hombres, (y no hablo de la muerte física), o dicho de otra forma, de morir a la visión del hombre limitado por sus circunstancias personales que cree es su única realida, osea, el ego, la construcción que nos hemos creado en torno nuestro, para vislumbrar lo divino, para liberarse. De alguna forma es la posibilidad de transformar la mirada, de descubrir el infinito que se muestra en todo, siendo este el espejo donde se reflejaría nuestra esencia infinita. Pero ya sabes Baruk, esto es metafísica.
Encantado de intercambiar reflexiones.
Abrazos !
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