Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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lunes, 18 de enero de 2016

Profecías autocumplidas


M. C. Escher, Vínculo de unión, 1956


"A menudo la profecía es la causa principal del acontecimiento profetizado".

Thomas Hobbes, Behemoth


"Hasta tal punto estamos desligados de la vida, que hasta sentimos aversión hacia la auténtica ‘vida viva’ y no soportamos que nadie nos la recuerde. Hemos llegado al extremo de tomarla por un trabajo, como si de un servicio se tratara, y en nuestro fuero interno nos persuadimos de que es mucho mejor vivir conforme a los libros. ¿Y qué andamos escarbando frecuentemente por ahí, de qué nos encaprichamos, y qué es lo que pedimos? No lo sabemos ni nosotros mismos.  (...) ¡Ni siquiera sabemos en qué consisten las cosas vivas, ni qué es lo vivo, ni qué nombre tiene! ¡Déjennos solos y sin libros, y al momento nos extraviaremos, nos perderemos, no sabremos qué hacer, ni dónde dirigirnos; qué amar y qué odiar, qué respetar y qué despreciar! ".

Fiodor Dostoievski, Memorias del subsuelo



Profecías que se autocumplen
(fragmentos)
por
Paul Watzlawick


Una profecía que se autocumple es una suposición o predicción que, por la sola razón de haberse hecho, convierte en realidad el suceso supuesto, esperado o profetizado y de esta manera confirma su propia "exactitud". Por ejemplo, si alguien por alguna razón supone que se le desprecia, se comportará precisamente por eso de modo desconfiado, insoportable, hipersensible que suscitará en los demás el propio desdén del cual el sujeto estaba convencido y que queda así "probado". Por bien conocido y corriente que sea este mecanismo, en su base hay circunstancias que de algún modo forman parte de nuestro pensamiento cotidiano y que tiene profunda y vasta significación en la imagen de la realidad que nos forjamos.
En el pensamiento causal tradicional el suceso B se considera en general como el efecto de un suceso anterior, la causa (A), que naturalmente a su vez tenía sus propias causas, así como la aparicón de B determina luego por su parte sucesos que son efecto de B. En la secuencia A - B, A es por consiguiente la causa y B su efecto. La causalidad es lineal y B sigue a A en un curso temporal. En este modelo de causalidad, B no puede tener ningún efecto en A pues eso supondría una inversión del flujo del tiempo: el presente (B) debería ejercer un efecto sobre el pasado (A).
En el ejemplo siguiente las cosas ocurren de manera diferente: en marzo de 1979 los periódicos de California comenzaron a publicar sensacionales noticias sobre una inminente reducción en el suministro de gasolina. Los automovilistas californianos se precipitaron a los surtidores para llenar sus tanques. El hecho de haberse llenado doce millones de tanques de gasolina (que en aquél momento estaban vacíos en un promedio de un 75%) agotó las enormes reservas, y de la noche a la mañana provocó la pronosticada escasez de combustible; por otro lado, a causa de mantener llenos lo más posible los tanques de los automóviles (en lugar de llevarlos casi vacíos como hasta ese momento), se formaron largas colas de vehículos y la gente se pasaba horas esperando ante los surtidores; así aumentó el pánico. Luego, cuando los ánimos se calmaron, se comprobó que el suminstro y distribución de gasolina en el estado de California no había disiminuido de ninguna manera.
Aquí fracasa el pensamiento causal tradicional. La escasez nunca se habría producido si los medios de difusión no lo hubieran pronosticado. En otras palabras, un hecho todavía no producido (es decir, futuro) determinó efectos en el presente (los automovilistas que se precipitaban a los surtidores), efectos que a su vez hicieron que cobrara realidad el hecho pronosticado. En este sentido, aquí el futuro -y no el pasado- determinó pues el presente.
A esta afirmación se podría objetar en primer lugar que lo ocurrido no es ni sorprendente ni desconocido. ¿Acaso casi todas las decisiones humanas no están en su mayor parte condicionadas (o por lo menos deberían estarlo) por estimaciones de sus propios efectos, de sus ventajas y peligros? ¿Acaso el futuro no influye así siempre en el presente? Por sensatas que parezcan estas preguntas en sí mismas, resultan sin embargo falsamente planteadas en este contexto. Quienquiera que trata, basándose en su experiencia anterior, de estimar los efectos futuros de una decisión tiene normalmente en miras el mejor resultado posible. La acción en cuestión procura entonces calcular el futuro y posteriormente se revelará verdadera o falsa, correcta o incorrecta, pero no tiene por qué ejercer influencia alguna en el curso de las cosas. En cambio, un acto que es resultado de una profecia que se autocumple crea primero las condiciones para que se dé el suceso esperado y en este sentido crea precisamente una realidad que no se habría dado sin aquél. Dicho acto no es pues ni verdadero ni falso; sencillamente crea una situación y con ella su propia "verdad". (...)

G. Moreau, Edipo y la esfinge (1864)
El oraculo había profetizado a Edipo que daría muerte a su padre y que se casaría con su madre. Sobrecogido de horror por esa predicción que él indudablemente toma por cierta, Edipo procura protegerse del fatal infortunio, pero precisamente las medidas de precaución que toma lo conducen inevitblemente a la realización de la profecía. Como se sabe, Freud utilizó este mito como metáfora para designar la innata atracción incestuosa que tiene todo niño por el padre del sexo opuesto y el consiguiente miedo de que el padre del mismo sexo lo castigue por ello; Freud veía en esta situación primaria, el conflicto de Edipo, la causa principal de ulteriores desarreglos neuróticos. En su autobiografía recientemente publicada, el filósofo Karl Popper se refiere a una profecía autocumplidora, que él ya había descrito veinte años atrás y que había llamado el efecto Edipo:

Una idea que traté en Elend des Historizismus era la de la influencia de una predicción sobre el suceso pronosticado. Llamé a este fenómeno "efecto de Edipo" porque la predicción del oráculo desempeñó un papel extremadamente importante en la serie de sucesos que condujeron a la realización de la profecía. (Al mismo tiempo era una indirecta dirigida a los psicoanalistas, que se mostraban singularmente ciegos a este interesante hecho, aunque el propio Freud había admitido que los sueños de los pacientes a menudo se ajustaban notablemente bien a la teorías particulares de sus analistas; Freud los llamó sueños de complaciencia".)

También aquí tenemos la inversión de causa y efecto, de pasado y futuro, sólo que de un modo más crítico y terminante puesto que, como se sabe, el psicoanálisis se atiene a una teoría de la conducta humana que postula una causalidad lineal según la cual el pasado determina el presente. Y Popper vuelve a llamar la atención sobre la importancia de esta inversión cuando después dice:

Durante mucho tiempo creía que la existencia de efecto de Edipo distinguía las ciencias sociales de las ciencias de la naturaleza. Pero aun en la biología, y hasta en la biología molecular, las espectativas a menudo desempeñan su papel: ayudan a que se produzca lo que se esperaba.


Podríamos reunir gran profusión de citas semejantes que se refieren al efecto de factores "tan poco científicos" como las meras expectativas y suposiciones en la ciencia... y este libro está concebido como una contribución de tal tipo. Séanos lícito recordar a este respecto por ejemplo una observación que hizo Einstein en una conversación con Heisenberg: "En una teoría es imposible aceptar sólo magnitudes observables. Es más bien la teoría la que decide lo que se puede observar". En 1959 Heinsenberg hasta llegó a escribir: "...y deberíamos recordar que lo que observamos no es la naturaleza misma, sino la naturaleza impuesta por nuestra manera de plantear nuestra preguntas". Y aun más radical es el teórico de la ciencia Feyerabend: "Las que guían la investigación son las suposiciones, no conservadoras, sino anticipatorias".
Algunas de las investigaciones más seguras y elegentes de profecías que se autocumplen en la esfera de la comunicación humana está vinculada con el nombre del psicólogo Robert Rosenthal de la Universidad de Harvard. Citemos aquí sobre todo su libro de tan acertado título Pygmalión in the Classrom, en el cual el autor comunica los resultados de sus experimentos llamados Oak-School. Se trata de una escuela de dieciocho maestras y más de seiscientos cincuenta alumnos: La profecía que se autocumple se introdujo en el cuerpo docente del modo siguiente: antes de comenzar el año escolar los alumnos deberían ser sometidos a un test de inteligencia y se comunicó a las maestras que, según el test, había un 20% de alumnos que durante al año escolar harían rápidos progresos y tendrían un rendimiento por encima del término medio. Después de la administración del test de inteligencia pero antes de que las maestras entraran por primera vez en contacto con sus nuevos alumnos, se entregaron a las maestras los nombres de aquellos alumnos (en verdad la lista de esos nombres se confeccionó eligiéndolos por entero al azar) de quienes podría esperarse con seguridad un desempeño extraordinario según los tests. De esta manera, la diferencia entre estos alumnos y los demás chicos estaba solamente en la cabeza de la maestra; al terminar el año escolar se repitió el mismo test de inteligencia administrado a todos los alumnos, y efectivamente resultaron cocientes de inteligencia superiores al término medio en aquellos alumnos "especiales"; además el informe del cuerpo docente señalaba que esos niños aventajaban a sus condiscípulos también en conducta, en curiosidad intelectual, en simpatía, etc...
San Agustín agradecía a Dios por no ser responsable de sus sueños. A nosotros nos falta ese consuelo. El experimento de Rosenthal es sólo un ejemplo, aunque particularmente claro, de los profundos y determinates efectos de nuestras espectativas, prejuicios, supersticiones y deseos -es decir, construcciones puramente mentales a menudo desprovistas de todo aquello de efectividad- sobre nuestros semejantes, y también es un ejemplo de las dudas que estos descubrimientos pueden suscitar sobre la cómoda suposición del sobresaliente papel que desempeñan las predisposiones heredadas e innatas.



Porque lo cierto es que estas construcciones pueden tener efectos no sólo positivos sino también negativos. Somos responsables no sólo de nuestros sueños sino también resposables de la realidad que engendra nuestros pensamientos y esperanzas.(...)

Ciertamente desde hace tiempo se conocen diagnósticos "mágicos" en el cabal sentido de la palabra. En un trabajo ya clásico, Voodoo Death, el fisiólogo norteamericano  Walter Cannon describe una cantidad de casos de muertes misteriosas repentinas difíciles de explicar científicamente; se trata de muertes por maldiciones, hechizos o por la trasgresión de un tabú que entraña la muerte. Un curandero maldice a un indio brasileño y éste es incapaz de defenderse de sus reacciones emocionales a esta sentencia de muerte, de manera que muere una horas después. Un joven cazador africano abate y como sin saberlo determinada gallina silvestre relacionada con un tabú. Cuando se da cuenta de su crimen cae en desesperación y muere a las veinticuatro horas. Un curandero  de los bosques australianos apunta con un hueso provisto de fuerzas mágicas a un hombre. Persuadido de que nada podrá salvarlo de la muerte, el hombre cae en un letargo y se prepara para morir. A último momento lo salvan los otros miembros de la tribu que obligan al curandero a levantar el hechizo.
Cannon llegó al convencimiento de que en el caso de la muerte vudú se trata de un fenómeno

que es característico del hombre primitivo, de hombres tan primitivos, tan supersticiosos y tan ignorantes que ellos mismos se consideran desorientados forasteros de un mundo hostil. En lugar de saber, esos hombres tienen fructíferas e ilimitadas fantasías que animan su ambiente con toda clase de malos espíritus, los cuales son capaces de influir irremisiblemente en la existencia de los hombres.

En el momento en que Cannon escribía estas líneas, centenares de millares de hombres en modo alguno supersticiosos o ignorantes eran confundidas víctimas en un mundo inconcebiblemente hostil. Desde el fantasmal y oscuro mundo de los campos de concentración, Viktor Frankl nos cuenta un fenómeno que corresponde al de la muerte vudú:

Quien ya no cree en un futuro, quien ya no cree más en su futuro está perdido en el campo de concentración. Cuando pierde la creencia en el futuro, pierde el sostén espiritual y entonces se derrumba interiormente y sufre una decadencia tanto corporal como psíquica. Esto ocurre las más de las veces de una manera repentina, en la forma de una especie de crisis cuyo modo de manifestarse es familiar a los moradores del campo más o menos experimentados... Generalmente las cosas ocurrían así: un día el prisionero permanecía tendido en la barraca, de la cual no se movía ni para vestirse, ni para ir al cuarto de baño, ni para acudir al lugar donde eran convocados los presos. Ya nada hacía efecto en él, nada lo asustaba tampoco;... en vano se le ruega, se lo amenaza, se lo golpea: el hombre sencillamente permanece acostado...

 Campo de concentración de Auschwitz


Un compañero de prisión de Frankl perdió su voluntad de vivir cuando no se realizó una predicción que había tenido en un sueño y que de esta manera tuvo un autocumplimiento negativo:

"Mira, doctor, me gustaría contarte algo. Hace poco tuve un sueño notable. Una voz me dijo que podía desear algo... y que sólo debía decir lo que me gustaría saber pues ella respondería a todas mis preguntas. ¿Y sabes lo que le pregunté? Que quisiera saber cuándo terminaría la guerra para mí. Es decir, quería saber cuándo seríamos liberados de este campo y tendrían término nuestros sufrimientos... Y en voz baja y misteriosa me susurró: "El 30 de marzo".

Pero cuando llegó el día anunciado por la profecía y los aliados estaban todavía muy lejos del campo, todo tomó para el compañero de sufrimientos de Frankl, el prisionero F., un curso fatal:

El 29 de marzo F. se enfermó súbitamente con fiebre alta. El 30 de marzo -es decir, el día en que según la profecía terminaría la guerra y también los sufrimientos "para él"-, F. comenzó a delirar gravemente y terminó por perder el conocimiento... El 31 de marzo murió. Había muerto de fiebre tifoidea.

Para Frankl resultó claro que su camarada F. habá muerto a causa de su profundo desengaño al comprobar que no se realizaba la esperada liberación y esto hizo que de pronto se redujeran las defensas de su organismo contra la ya latente infección de una fiebre tifoidea. Se le paralizaron su fe en el futuro y su voluntad de vivir de modo que su organismo sucumbió a la enfermedad... y así vino a confirmarse lo que le dijera la voz de su sueño. (...)

Pero basta de ejemplos. Las profecías que se autocumplen son, pues, fenómenos que no sólo sacuden las bases de nuestra concepción personal de la realidad, sino que hasta pueden poner en tela de juicio la imagen del mundo de la ciencia. Todas comparten la capacidad evidente de crear una realidad y suscitar determinada creencia en el "ser así" de las cosas, una creencia que puede ser tanto una superstición como una teoría científica aparentemente rigurosa derivada de la observación objetiva. Pero, mientras hasta hace poco aún era posible rechazar sin más ni más la noción de las profecías que se autocumplen y considerarlas anticientíficas o atribuirlas a deficiente adaptación a la realidad de ciertos cerebros confundidos o románticos, esta cómoda posición hoy ya no es posible.
Lo que todo esto signifca todavía no puede evaluarse adecuadamente. El descubrimiento de que nosotros mismos construimos  nuestra realidad equivale a una expulsión del paraíso del presunto "ser así" del mundo, del cual empero sólo  nos sentimos responsables en muy limitada medida. Pero ahora estamos ante la posibilidad de asumir plena responsabilidad por nosotros mismos además ante la responsabilidad de inventar y elaborar realidades para otros.
Y aquí está el peligro. Los acontecimientos del constructivismo han posibilitado la elaboración deseable en alto grado de nuevas y eficaces formas terpéuticas, pero presenta también la posibilidad de que se abuse de ellas. La promoción y la propaganda son dos ejemplos particularmente feos. Ambas procuran bastante conscientemente suscitar actitudes, suposiciones, prejuicios, etc. cuya realización  parece luego natural y lógica. En efecto, gracias a este lavado de cerebro se verá el mundo "así" y por lo tanto el mundo es así. En la novela Mil novecientos ochenta y cuatro este lenguaje de la propaganda, creador de realidades, se llama Newspeak, y Orwell explica que ese lenguaje "hace imposible todas las otras formas de pensar".

 Fotograma del film 1984 de Michael Radford (1984)

En un comentario acerca de un conjunto de ensayos recientemente publicados en Londres sobre la censura de la Republica Popular de Polonia, Daniel Weiss escribe lo siguiente sobre la magia del lenguaje:

Considérese, por ejemplo, la característica profusión de adjetivos en el "nuevo lenguaje": todo desarrollo ya es "dinámico", toda sesión plenaria del Partido es "histórica", toda masa es "trabajadora". El sobrio teórico de la información no puede ver en esta inflación de epítetos vacíos de sentido y automatismos más que una redundancia. Al ser escuchada repetidamente, esta mecánica cobra empero el carácter de conjuro: la palabra hablada ya no es más portadora de información sino que sirve para fines mágicos.

En definitiva, entonces el mundo es así. Cómo se hace esto es algo que ya sabía Joseph Goebbels cuando, por ejemplo, el 25 de marzo de 1933 dio instrucciones a los directores de la radio alemana:

Este es el secreto de la propaganda: aquel a quien va dirigida la propaganda debe quedar saturado de las ideas de la propaganda sin que advierta que es penetrado por ellas. Desde luego, la propaganda tiene un propósito, pero ese propósito tiene que ser ocultado tan inteligente y virtuosamente que aquel a quien se refiere este propoósito no lo advierta en modo alguno.

En esta necesidad de ocultar el propósito está empero la posibilidad de superarlo. Como ya vimos, la realidad inventada llega a ser realidad "verdadera" sólo cuando se cree en el invento. Cuando falta el elemento de la creencia, del ciego convencimiento, dicha realidad es ineficaz. Con la mejor comprensión de la naturaleza de las profecías que se autocumplen aumenta nuestra capacidad de trascenderlas. La profecía de la cual sabemos que es solo una profecía, ya no puede autocumplirse. Siempre está la posibilidad de elegir otra cosa y la posibilidad de infringirla. Que nosotros veamos y aprovechemos la posibilidad es ciertamente harina de otro costal. Importante es aquí una comprobación que procede de un dominio aparentemente muy alejado, la teoría matemática de los juegos. Ya en sus Observaciones sobre los fundamentos de la matemática, Wittgenstein llamaba la atención sobre el hecho de que en ciertos juegos se puede ganar con un sencillo ardid. Apenas alguien nos hace notar la existencia de este ardid, no necesitamos seguir jugando ingenuamente (y perdiendo). Basándose en estas consideraciones, el teórico del juego Howard formula su axioma existencialista según el cual aquel "que cobra conciencia de una teoría relativa a su conducta ya no está más sometido a ella, sino que tiene la libertad de pasar por encima de ella. En otro pasaje este autor declara:

Al tomar una decisión consciente siempre tiene uno la libertad de infringir su anterior teoría relativa a su propia conducta. Se podría decir también que uno siempre puede "trascender" esa teoría. Este supuesto parece enteramente realista. Dentro del marco de las teorías de las ciencias sociales, creemos, por ejemplo, que la teoría marxista por lo menos en parte naufragó porque ciertos miembros de la clase dominante que adquirieron conciencia de la teoría comprendieron que era de su mejor interés infringirla.

Y casi cien años antes de Howard el hombre de la resistencia de Dostoyevski escribe en sus Memorias del subsuelo:

En realidad, si alguna vez se llegase a descubrir la fórmula de todos nuestros deseos y caprichos, una fórmula que explicara además sus causas, leyes que los rigen, forma en que se desarrollan, fines a que en tal y tal caso propenden y así sucesivamente hasta hallar una verdadera fórmula matemática, entonces sí que podría ocurrir que el hombre dejase de desear y hasta seguro que eso sucedería. ¿Qué placer habría en desear por orden ajena? Y, además, ¿por qué habría de transformarse el hombre en trompeta de órgano o algo por el estilo?

Pero, aun si alcanzáramos esa matetización de nuestra vida, en modo alguno se comprendería la complejidad de nuestra existencia. La más hermosa teoría es impotente frente a la antiteoría; el cumplimiento de las más correcta profecía puede destruirse si conocemos de antemano el resultado. Para Dostoyevsky la esencia del ser humano es mucho más:
Sólo que también el argumento del hombre del subsuelo podría ser una profecía que se autocumple.



Lecturas:

Paul Watzlawick y otros, La realidad inventada. Editorial Gedisa 2010


Hay un cuento de Gabriel García Marquez titulado "Algo muy grabe va a suceder en este pueblo"  que suele utilizarse como modelo ficticio para ejemplificar la profecia autocumplida. Puede leerse AQUÍ 


Entradas relacionadas:

El lado oscuro dela mente

La mente creadora

Inteligencia libre


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2 comentarios:

Moisés dijo...

Son tremendos los ejemplos de profecías autocumplidas, en especial aquella del prisionero de la II Guerra Mundial. Qué poderosa la propia creencia en el cerebro de una persona... Tan compleja y tan simple a la vez.

Un abrazo.

Jan dijo...

Hola Moisés, estos ejemplos seleccionados me parecieron interesantes para descubrir aspectos sobre el funcionamiento de la psique humana que normalmente escapan a nuestra consciencia.