Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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lunes, 18 de octubre de 2010

La mirada lúdica


Esta fotografía de un jugador de ajedrez que parece jugar contra sí mismo es mi preferida de la obra del fotógrafo René Maltête (Francia, 1930-2000), del que ahora se cumple el décimo aniversario de su fallecimiento y al que me gustaría rendirle homenaje desde este blog. La imagen me atrae especialmente por mi afición al ajedrez, viendo en ella también evocada la idea que en determinado momento surgió en mí a partir de la experiencia de éste juego, y en la que podemos descubrir una metáfora con respecto a nuestras interacciones vitales . Según esa idea, nuestro oponente, más que la persona sentada al otro lado del tablero con quien lo identificamos, serían nuestras propias limitaciones o sombras que se interponen a la luz que clarifique el oportuno siguiente movimiento que nos lleve a una resolución satisfactoria de la partida. La batalla sería contra nuestras oscuras limitaciones que menguan el conocimiento, ése sería el verdadero adversario. Ésta diferencia de apreciación, tenida en cuenta en la percepción de nuestro entorno, la considero saludable y necesaria para descubrir que allí donde a veces vemos un enemigo, un adversario, lo único que estamos haciendo es proyectar nuestros propios fantasmas que no son sino nuestra propia ignorancia. Descubrir ese adversario como propio e individual es el primer paso para liberarse de él y ver el mundo con una mirada más abierta.
Y ahora comentando la obra en general de René Maltête, de la que a continuación dejo una muestra representativa, me parece un ejemplo de maestría del arte fotográfico, arte dirigido a captar un instante fugaz. Estos instantes que Maltête registraba con su cámara, eran seleccionados por una mirada lúdica que descubría la paradoja y el humor en las escenas que aparecían a su paso, captando con precisión imágenes que luego harán despertar una sonrisa en el espectador. Son instantaneas que invitan a mirar las cosas con cierta ironía y humor inteligente, algo que siempre es liberador, pues el humor tiene la facultad de abrir fisuras, por donde surgen destellos de luz , a una realidad a veces percibida con exceso de gravedad y de opaco dramatismo. Espero que las disfrutéis.


Huida

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Manos arriba !
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Partitura



Voyeur
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Los siete pecados capitales



Sirena



Descarga de agujeros



Atención, molino
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Tertulianos



Tocado !












Encantador de serpientes






Unos regresan y otros llegan
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Feria de abril





La mayoría sois vosotros !




lunes, 11 de octubre de 2010

Jardines del Paraíso

Fuente de los Leones en el centro de al-Riyad al-Sa'id (El jardín Feliz), hoy llamado Palacio de los Leones Época de Muhammad V.


Realizada en mármol blanco, la Fuente de los Leones de la Alhambra de Granada, tiene grabado a lo largo de todo su perímetro octogonal en elegante cursiva andalusí, el siguiente poema áulico compuesto por Ibn Zamrak dedicado al emir que mandó construir el que en su momento fue llamado El jardín feliz:


Bendito sea quien ha dado al emir Muhammad tan
bellas mansiones, que son la gala de las moradas,
como este jardín en el que hay obras
que Alá no ha permitido que haya otras que se les
puedan comparar en hermosura;
como estas figuradas perlas de transparente claridad
que engalanan los bordes con una orla de aljófar,
esta líquida plata que se desliza entre perlas,
no tiene parangón su transparente blancura,
¿Cuál es el marmol y cuál es el agua?
No sabemos cuál de los dos es el que se desliza.
El agua se desborda por los lados
y luego desaparece por los sumideros.
Es como un amante cuyos párpados están henchidos de
lágrimas, pero las oculta para que no le delaten.
¿Qué es, en verdad, sino una nube que derrama sus
aguas sobre los leones?
Se asemeja a la mano del califa cuando aparece en la
mañana derramando sus dones sobre los leones de la
guerra.
¡Oh tú, que miras estos leones que acechan! Observa que
solo el respeto al califa les impide atacar.
¡Oh herederos de los Ansar! por línea directa;
tu herencia es tan grande que te permite despreciar a
los más encumbrados.


La finalidad de los jardines de al-Andalus iba dirigida a satisfacer el anhelo de la experiencia paradisíaca, siendo los oasis exuberantes y fértiles del desierto su modelo, al encontrar en ellos el lugar ideal donde se propiciaba ese estado. Evocación que así aparece en la descripción del Edén bíblico en los primeros capítulos del Génesis, "un frondoso jardín plantado por Yahveh, regado por una corriente de agua abundante y poblado de árboles agradables a la vista y buenos para comer", algo seguro altamente estimulante para el pastor nómada palestinense acostumbrado a cruzar tierras semidesérticas con su ganado. Tanto la Torah como el Corán, así como textos y construcciones de tradición persa, cultura de la que procede el término paraíso, serían una clara influencia en la concepción del paraíso islámico. Un texto bello e interesante donde encontramos una de las descripciones y localizaciones del paraíso islámico, es la que aparece en las Epístolas de los hermanos de la Pureza (Rasâ'il al Ijwan al-Safâ'), redactada por una sociedad secreta de Basora, considerada herética por el Islam ortodoxo en el siglo X de la Era Cristiana, y que llegó a popularizarse por todos los países del Islam oriental y occidental. Dejo el fragmento siguiente:

"Era el paraíso un jardín del Oriente, sobre la cima de la montaña del Jacinto, a la cual ninguno de los humanos puede ascender; la tierra de su suelo era aromática y su aire templado en invierno y verano, de día y de noche; regado estaba por abundantes ríos y poblado de verdes árboles; variados y dulces frutos abundan en él, olorosas plantas, flores de varia especie, animales no dañinos, pájaros, en fin, de agradables voces que entonaban placenteros y armoniosos cantos..."

A continuación narra el castigo que Dios impuso a Adán y Eva por su pecado: "Dios ordenó a los ángeles que los sacasen de allí, y ellos los arrojaron a la parte inferior del monte." La situación de esta montaña denominada por los Hermanos de la pureza "monte de Jacinto" a sido objeto de opiniones divididas, suponiendola en Siria, Persia, Caldea o bien en la India, siendo ésta la predominante, pues según los geógrafos árabes, es el denominado "Pico de Adán" (imagen de la izquierda) que se encuentra en la isla de Sarandib o Ceilán, actual Srilanka. Su altura de más de dos mil metros que la hace visible desde mucha distancia, hacía que se le supusiera más elevación de la real consiguiendo tocar el cielo con su cumbre. Ibn Battuta, el célebre viajero de Tanger que en el siglo XIV de nuestra era llegó a los lugares más remotos del mundo conocido, describe el penoso ascenso de los peregrinos a la cima de aquella montaña, lugar de bendición por los musulmanes, donde hay la creencia de que en una de sus rocas se mantiene grabada la huella de Adán. (Fuente: Miguel Asín Palacios)

Después de este inciso anecdótico sobre una versión del paraíso islámico, dejo a continuación un ensayo sobre los jardines de al-Andalus, salpicado de poemas inspirados en la arquitectura y jardines de la Alhambra de Granada. Tiene por título Los jardines del paraíso. La imagen de la felicidad... Está escrito por Victoriano Sainz Gutierrez de la Universidad de Sevilla y se encuentra en un volumen que recoge las ponencias del III Seminario de las Tres Culturas que tierne por título Infierno y Paraíso. El más allá en las tres culturas.


Aunque no haya en el Corán muchas referencias a ciudades, en la sura 89 se habla de una ciudad llamada Iram, la de las columnas, que han alimentado la imaginación de generaciones de poetas, llegando la descripción de su forma y su historia hasta Las mil y una noches (noches 276-279). También Abu Hamid al-Garnati, geógrafo andalusí del siglo XII se hace eco de esa historia y comienza su narración con estas palabras:

Cuenta al-Shu'bi en su libro sobre la vida de los reyes que Shaddad ibn Iram ibn 'Ad era rey del mundo y su pueblo era el pueblo de 'Ad el Primitivo, gentes a las que Alah había aumentado considerablemente el tamaño de sus cuerpos hasta ser mucho más fuertes que nosotros. Dice Alah en el Corán: "¿No habéis visto que Alah, que los ha creado, es más fuerte que ellos (Corán 41, 15). Alah les envió al profeta Hud, sobre él la paz, para que les llamase a su sometimiento y obediencia. Y le dijo Shaddad: "Si creo en tu Dios, ¿que obtendré?" Hud contestó: "Él te dará en la otra vida un jardín del paraíso construído con alcázares de oro, que llevarán pisos superpuestos también de oro, con jacintos, perlas y diversos tipos de piedras preciosas." Entonces Sahaddad dijo: "Pues yo construiré en este mundo un jardín del paraíso como ése y no necesitaré que me lo dé después de morir." Dijo Ka'b al-Ahbar: "Alah esté satisfecho de él", porque Alah menciona la historia de Iram en la Torah de Moisés; ésta es la descripción de su construcción,

y continúa el interesantísimo relato de la construcción de Iram.
Curiosamente, a pesar del carácter blasfemo de esa construcción, que termina con el castigo de los que la edificaron, como sucede en el relato bíblico de Babel, la ciudad de Iram no es destruída, sino que se convierte en una ciudad secreta, oculta por Alah a los ojos de los hombres y en la que ningún hombre entrará hasta el día del juicio final. No obstante lo que pudiera tener de tentación cualquier intento terreno de construir el paraíso, según la clásica interpretación de Corán 43, 33-34, la realidad es que los jardines hispano-musulmanes fueron a menudo presentados como imagen del Edén; lo pone de manifiesto, por ejemplo, estos versos del poeta valenciano Ibn Jaffaya:

"¡Oh gentes de al-Andalus! De Alah benditos sois
con vuestra agua, sombras, ríos y árboles.
No existe el jardín del paraíso
sino en vuestras moradas.
Si yo tuviera que elegir, con éstas me quedaría.
No penséis que mañana entraréis en el fuego eterno:
no se entra en el infierno tras vivir en el paraíso".

Han llegado hasta nosotros un buen número de descripciones literarias de esos jardines andalusíes, la más sistemática de las cuales tal vez sea la del tratado de agricultura de Ibn Luyun, titulado Libro de la belleza y fin de la sabiduría; pero la mayor parte de ellas son evocaciones poéticas, como ésta del jardín cordobés de al-Zayyali que recoge al-Maqqari, en la que queda dibujada la estructura del jardín islámico:

Este jardín es uno de los lugares más maravillosos, bellos y perfectos. Su patio es de mármol blanco puro; lo recorre un arroyo que parece una culebra serpenteante y hay una alberca en la que desembocan las aguas que corren. El techo de su pabellón, sus paredes y sus muros están decorados con oro y lapislázuli. El jardín tiene hileras de plantas simetricamente alineadas y sus flores sonríen en sus capullos. El sol no puede ver su húmeda tierra, la brisa esparce sus perfumes en efluvios, día y noche, como si estuviese formada con las miradas de los enamorados o se hubiese desprendido de las páginas de la juventud.

Puesto que no es posible realizar aquí un análisis pormenorizado de todos estos jardines encerrados en las ciudades hispano-musulmanas, me limitaré a comentar brevemente un ejemplo, tardío, pero egregio, que esa cultura nos ha dejado: el formado por el Patio de los Leones y las dependencias anejas en la alhambra de Granada.



Como es sabido, la Alhambra (al-Qal'at al-hamra, "la ciudadela roja") fue la ciudad palatina de la dinastía nazarí, heredera directa del tipo urbano de al-Qata'i', junto a Fustat, el Cairo viejo, de la Madinat al-Zahra' cordovesa y de la Qasaba almohade de Marrakesh, independiente de la ciudad de Granada y de mayor tamaño y complejidad que todas las ciudadelas y palacios de los régulos taifas. En el interior de su muralla albergaba, además de siete palacios, las viviendas de una población perteneciente a las más diversas categorías sociales, toda clase de oficinas, una ceca, baños, jardines, mezquitas privadas y públicas, tiendas, talleres, cuarteles y cárceles, la necrópolis real y una residencia de verano, el Generalife (jinna al-Arif, "jardín del arquitecto"). Dentro de la misma Alhambra se podían distinguir una "ciudad alta" y una "ciudad baja", unidas entre sí por dos ejes longitudinales que articulaban todo el conjunto urbano, las actuales calle Real y calle Real Baja. Con el transcurso del tiempo fueron desapareciendo las edificaciones más sencillas, permaneciendo sólo el conjunto monumental que ha llegado hasta nosotros y que fue edificado durante el sigl XIV, en el momento de máximo esplendor del emirato nazarí, de tal modo que en la actualidad no es fácil hacerse una idea de lo que pudo ser en su conjunto la Alhambra medieval.
El llamado Palacio de los Leones fue levantado en la segunda mitad del siglo XIV por Muhammad V y en él la arquitectura áulica andalusí alcanza un notabilísimo grado de suntuosidad y refinamiento, que justifica que de hecho sea "la parte más celebrada de la Alhambra". El corazón de ese conjunto de estancias, que se concibió como un palacio autónomo, es un patio rectangular que sigue la tradición doméstica mediterránea del patio con peristilo y que en realidad debió contener un jardín. La estructura de ese jardín, centrada en torno a la Fuente de los Leones, servía para ordenar la composición de las diferentes habitaciones que se abren al patio, ligándolas entre sí a través de un doble tema de claro sabor paradisíaco: la galería perimetral, que matiza la entrada de la luz en las habitaciones y proporciona profundidad a la sombra de las alcobas; y el agua, que fluye por los canales del patio desde el interior de la sala de Abencerrajes y la sala de las Dos Hermanas, hasta caer con suave murmullo en la base de la fuente central. En seguida acuden a la memoria las aleyas coránicas que, al describir el paraíso, hablan de "una extensa sombra, cerca de agua corriente" y de "aposentos por cuyos bajos fluyen arroyos".



Este jardín se sitúa, como por lo demás es frecuente en los jardines islámicos, que aprendieron de los sasánidas persas la vieja lección del jardín sumeriano, dentro de la tradición de aquellos jardines construidos a imagen del universo, representado aquí por el cruce de dos canales en cuyo punto de encuentro se coloca la gran fuente central, que quiere significar la montaña que está en el centro del mismo. Así, el orden que el jardín introduce en todo el edificio tiene un profundo sentido religioso, pues al evocar el orden cósmico pretende mover a la alabanza de Alah mediante la consideración de la grandeza de la creación, según lo que se lle en el Corán: "En la creación de los cielos y de la tierra y en la sucesión de la noche y el día hay ciertamente signos para los dotados de intelecto, que recuerdan a Alah de pie, sentado o echado, y que meditan en la creación de los cielos y de la tierra" (Corán 3, 190-191).
Cualquiera que sea la finalidad práctica con la que este palacio se construyó, resulta indudable que un conjunto cuidadosamente compuesto y abundantemente decorado, con salas alrededor de un patio porticado, no sugiere otras funciones concretas que el placer sensual y el recreo de los ojos. El interior del jardín, definido mediante cuatro arrietes profundos, entre los que el habitante de la casa camina sobre los elevados andenes de mármol, pone de manifiesto que ese disfrute no se vive de manera inmediata en la misma naturaleza: los pies no se posan ni sobre la tierra ni sobre la grama, las manos no cortan flores y es inconcebible que alguien pueda recostarse en el césped; el jardín islámico es para ser contemplado desde los sofás situados en las alcobas que se abren a él y desde allí disfrutar del aroma de las flores, del colorido dela vegetación, del murmullo del agua de las fuentes o del gorgeo de los pájaros. Son esos mismos elementos que conforman el jardín los que también veremos empleados en la arquitectura y en la decoración del patio y de las alcobas adyacentes, siguiendo la acusada tendencia oriental a cosificar la naturaleza, a mineralizarla; de este modo el interior de estas estancias recrea también el ambiente paradisíaco: en las cúpulas se puede reconocer una representación de la bóveda celeste; las esbeltas columnas del pátio, las muqarnas, los mocárabes y tanto los motivos decorativos de los estucos como la loza fina de los azulejos que recubren las paredes, despliegan un amplísimo repertorio de temas vegetales para levantar lo que bien podría considerarse como un jardín completamente arquitecturizado, desarrollando así una identificación entre arquitectura y naturaleza típica de la cultura islámica.
Por si el significado de todos esos temas en la construcción del edificio no quedaba suficientemente claro, ahí están los poemas epigráficos de Ibn Zamrak que decoran las estancias del palacio. El poema de la sala de las Dos Hermanas, que hace hablar al edificio, comienza con estas elocuentes palabras:

Yo soy el jardín que aparezco por la mañana ornado de belleza; contempla atentamente mi hermosura y hallarás explicada mi condición. En esplendor compito, a causa de mi señor el príncipe Muhammad, con lo más noble de lo pasado y venidero. Pues por Alah que sus bellos edificios sobrepujan, por los venturosos presagios, a todos los edificios. ¡Cuántos amentos lugares se ofrecen a los ojos! El espíritu de un hombre de dulce condición verá en ellos realizadas sus ilusiones.

A continuación, el poema centra su atención en la hermosa cúpula de la qubba, cuya bóveda parece flotar por encima del cinturón de luz de las ventanas. Las imágenes astrales la comparan con la bóveda celeste:

Y hay una cúpula admirable, que tiene pocas semejantes. En ella hay hermosuras ocultas y manifiestas. Extiende hacia ella su mano la constelación de los gemelos en signo de salutación, y se le acerca la luna para conversar secretamente. Y desarían las estrellas resplandecientes permanecer en ella y no tener en la celeste bóveda fijado su curso; y en sus galerías, a semejanza de las jóvenes esclavas, apresurarse a prestar el mismo servicio con que ellas le complacen. No fuera de admirar que los luceros abandonasen su altura y traspasasen el límite fijado y permanaciesen a las órdenes de mi señor, por su más alto servicio alcanzando más alta honra.

La última parte del poema está dedicada a la decoración del palacio; se va deteniendo en sus diversos elementos, para acabar considerando el palacio en su conjunto, formando un todo con el jardín:

Hay aquí un pórtico, dotado de tal esplendor que el alcanzár aventaja en él aun a la bóveda del cielo. ¡Con cuántas galas lo has engrandecido! Entre sus adornos hay colores que hacen poner en olvido los de las preciosas vestiduras del Yemen. ¡Cuántos arcos se elevan en su bóvedad sobre columnas, que aparecen bañadas por la luz! Creerás que son planetas que ruedan en sus órbitas y que oscurecen los claros fulgores de la naciente aurora. Las columnas poseen toda clase de maravillas. Vuela la fama de su belleza, que ha venido a ser proverbial. Y hay mármol luciente que esparce su resplandor y esclarece l que se hallaba envuelto en las tinieblas; cuando brilla herido por los rayos del sol, creerás que son perlas a pesar de su magnitud. Jamás hemos visto un alcazar de más elevada apariencia, de más claro horizonte, ni de amplitud más acomodada; ni hemos visto un jardín más agradable por lo florido, de más perfumado circuito, ni de más exquisitos frutos. Paga doblemente y al contado la suma que el cadí de la belleza le ha señalado, pues llena está la mano del céfiro desde la mañana de monedas plateadas de luz, que contienen lo suficiente (para el pago). Llenan el recinto del jardín en torno de sus ramas los dinares del sol, dejándole engalanado.

Como ha afirmado Mª jesús Rubiera, esos poemas, que describen literariamente el edificio y alaban a su constructor, Muhammad V, son "algo más que escritura": están dando significado al significante ambiguo de una arqutectura secreta, oculta en el interior de unas construcciones aparentemente sencillas, para conferir una justificación islámica a unos edificios que de otro modo podrían parecer pura vanidad humana y que, en realidad, están evocando, además del poder politico-religioso de los emires de la dinastía nazarí, "cuya gloria merecería consignarse en el Libro Sagrado", la felicidad de una vida incomparablemente mayor que la de imaginación de los románticos del siglo XIX haya podido entrever, por cuanto los jardines de este y otros palacios similares, que abundaron en nuestras ciudades hispano-musulmanas, fueron construídos como un emblema del paraíso. Desde este punto de vista, los jardines hispano-musulmanes me parecen también un magnífico ejemplo de cómo la motivación religiosa ha contribuído a enriquecer nuestro acervo cultural, o, si se prefiere, del modo en que la esperanza de esa vida plenamente feliz que nos ha sido prometida puede ayudarnos a mejorar estas vida de ahora y, más concretamente, la arquitectura de nuestras ciudades. Por eso tal vez no vaya descaminado el arquitecto Óscar Tusquets cuando escribe:

un jardín es un proyecto tan delicado al espíritu, tan poco ligado a un uso utilitario, a una función concreta, que muy significtivamente el funcionalismo ha sido absolutamente incapaz de afrontarlo. Deberíamos meditar, preferentemente sentados, sobre el hecho innegable de que el funcionalismo o el racionalismo no hayan dejado un solo jardín para la historia. Claro que existen maravillosos jardines contemporáneos, pero no corresponden en absoluto a los preceptos racionalistas.Se comprende que lo aleatorio de la vegetación, su variación a lo largo de las estaciones, su relativa libertad de crecimiento, su geometría fractal, no sean el material preferido de los proyectistas de la función y la razón, pero podrían siquiera proyectar jardines minerales y acuáticos, y no han sabido, o no han querido, hacerlo. ¿La explicación de esta absoluta impotencia no podría residir en que el funcionalismo y el racionalismo son doctrinas por definición materialistas y, por lo tanto, programáticamente agnósticas? (Ó. Tusquets, Dios lo ve, Anagrama, 2000)

El Generalife



Para finalizar dejo un poema del Judío Selomo Ibn Gabirol (Avicebron), donde una teoría supone, que fue inspirado por el palacio construído por el visir judío de los emires ziríes, Ibn Nagrella, con anterioridad a los construídos por los nazaríes en la colina roja. Es posible que en este palacio hispano-hebreo luciera en el siglo XI la Fuente de los Leones, al aparecer descrita al final del poema. Hay que tener en cuenta que como este poema pertenece a otra cultura, las alusiones a Salomón son bíblicas: el mar de Salomón era un pilón del templo sostenido por doce toros. (Fuente: Mª Jesús Rubiera)

Ven, amigo, y amigo de los astros:
ven conmigo a dormir a las aldeas,
que ya pasó el invierno y se oye en nuestra tierra
el clamor de zorzales y de tórtolas.
Dejemos que la sombra del granado
de palmas, de manzanos y naranjos
el sueño nos invada.
Vaguemos a las sombras de las parras
dejándonos vencer por el deseo
de contemplar imágenes radiantes
en un palacio erguido sobre sus derredores.
De ricas piedras hecho
que fue planificado con justeza,
sus muros y cimientos de fuertes torreones.
Se abre una explanada en su contorno;
parterres de narcisos sus patios engalanan;
sus cámaras, que han sido construídas
y ornada de atauriques calados y cerrados,
están pavimentadas e mármol y pórfido
y no puedo contar los pórticos que contiene.
Sus puertas son cual puertas de ebúrneos pabellones,
bermejas como el sándalo de santos tabernáculos.
Traslúcidas ventanas que tienen sobre ellas
lucernas, cual tálamo de Salomón, está
colgada del ornato de las cámaras:
parece que da vueltas, girando entre los brillos
de alabastros, zafiros y bedelios.
Así cuando es de día.
En los atardeceres su imagen es de cielo,
de noche sus estrellas en fila se alinean
se encuentra bien ella el alma de los míseros
y de los afligidos
y olvidan los amargos y exangües sus pesares.
La he visto y mis fatigas he olvidado;
de angustias consolóse mi alma, y de alegría
mi cuerpo como en alas de azores, casi vuela:
Hay un copioso estanque que asemeja
al mar de Salomón,
pero que no descansa sobre toros;
tal es el ademán de los leones,
que están sobre el brocal, cual si estuvieran
rugiendo los cachorros por la presa;
y con manantiales derraman sus entrañas
vertiendo por sus bocas caudales como ríos.


Lecturas:

Victoriano Sainz Gutiérrez, Los jardines del paraíso islámico. La imagen de la felicidad, En Infierno y Paraíso. El más allá en las tres culturas, Biblioteca Nueva 2004

Miguel Asín Palacios, La escatología musulmana en la divina comedia, Libros Hiperión 1984

María Jesus Rubiera, La arquitectura en la literatura árabe, Libros Hiperión 1988

José Miguel Puerta Vílchez, La aventura del Cálamo, Edilux 2007

Ibrahim Albert Reyna, Humanismo Islámico. Una Antropología de las Epístolas de los Hermanos de la Pureza, Junta Islámica 2007

domingo, 3 de octubre de 2010

La zona intermedia

La herida de Cristo / arma Christi (1345), Salterio de Bonne de Luxemburgo
Imagen utilizada por místicas para propiciar el estado contemplativo concentrando la mirada en el interior de la herida
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La revelación comienza con visiones en sueños antes que con la percepción sensorial, dado que los significados inteligibles están más próximos a la imaginación que la percepción sensorial. La percepción sensorial es el lado inferior, mientras que el significado es el lado superior y más sutil. La imaginación se encuentra entre ambos.
La revelación es un significado. Cuando Dios quiere que el significado descienda a la percepción sensorial, ésta ha de pasar por la Presencia de la Imaginación antes de alcanzar la percepción sensorial. La realidad de la imaginación exige que dé una forma sensorial a todo lo que se actualiza dentro de ella. No hay escapatoria a este hecho. Si la revelación divina llega en sueños, se llama "visión en sueños", pero si llega en la vigilia, se llama "imaginalización" (tayayyul)... Es por ello que la revelación comienza con la imaginación. Después ésta es transferida al ángel en el mundo exterior. El ángel se imaginaliza en forma de hombre, o de una persona que se percibe por medio de la percepción sensorial. Puede suceder que solamente aquel que recibe la revelación perciba al ángel, o que también los que lo acompañan lo perciban. Entonces el ángel pronuncia las palabras de su Señor al oído del profeta, y ésta es la "revelación".
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Ibn al-Arabi, Taryuman al-aswaq (tomado de la obra de William C. Chittick Mundos imaginales: Ibn al Arabi y la diversidad de las creencias)

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La zona intermedia que da título a esta entrada, es una expresión que aparece en un escrito del abad Suger de Saint Denis (s. XIV) y a la que éste situa "en alguna extraña región que no está ni en el lodo de las tierras , ni toda ella permanece en la pureza del cielo". La investigadora Victoria Cirlot en su libro recientemente publicado "La visión Abierta", equipara esta zona intermedia con el mundus imaginalis de la antigua filosofía irania, tal como ha sido descrita por Henry Corbin, mundo que se encuentra entre el cielo, simbólicamente el espíritu no manifestado, y la tierra, lugar material percibido por los sentidos. "Continente Perdido", aparéntemente, en un occidente entregado a la filosofía positivista y al imperio de "la razón" pero que la autora, después de analizar las concepciones metafísicas expresadas en el arte y la literatura propias de la cultura tradicional de la Edad Media Europea, también lo descubre en actitudes de un mundo secularizado como el de las vanguardias del siglo XX. Pone como ejemplo, entre otros, la pintura surrealista de Max Ernst, autor que en alguno de sus escritos hace referencia al estado meditativo y de pasividad, vaciamiento o salida de sí, necesario en el artista para que afloren las visiones: "Creo que el pintor debe ser atravesado por el universo y no querer atravesarlo".

El texto que dejo a continuación es la primera parte del capítulo titulado La zona intermedia, el cielo estrellado y la pintura meditativa, donde se analizan textos y manuscritos medievales de occidente y miniaturas persas pertenecientes a la referida cultura tradicional. La parte donde se contraponen las manifestaciones artísticas modernas no se ha incluido por rebasar los límites de espacio fijados.


La hermenéutica proyectada por Henry Corbin sobre los textos iranios antiguos muestra una clara preocupación por detectar la realidad del mundus imaginalis, rechazando justamente por ello el calificativo de "imaginario", saturado de irrealidad en su acepción sartreana. Corbin comentó su posible ilustración en miniaturas de finales del siglo XIV en las que aparecen paisajes cuya naturaleza intensamente estilizada -las montañas, lo árboles, las plantas- sugiere un caracter místico. Frente a la idea de la imaginación forjada a partir de la percepción y del mundo sensible como modelo de toda imagen, los textos analizados por Corbin, de clara raiz platónica, plantean justamente lo contrario: son las imágenes del mundus imaginalis las que confieren identidad por su semejanza a las formas de este mundo. La simbología tradicional se ha ocupado de este espacio que en la obra fundamental de Marius Schneider El origen musical de los animales-símbolos aparece como el resultado de la intersección de dos círculos, el cielo y la tierra, y por tanto adopta la forma de una mandorla, que no por azar constituye el lugar de la teofanía en todo el arte medieval. Schneider lo interpretó como el lugar doble, astrológicamente regido por el Géminis, y, por tanto, como el ugar de las inversiones. Su naturaleza dual se justifica por su participación en los dos mundos (el celestial y el terrenal), y su importancia decisiva al ser el único punto de contacto posible entre ambos, allí donde la comunicación se hace efectiva, de la que por ejemplo trataría el mito del Grial, cuyo castillo irrumpe en el paisaje cual una Jerusalén celestial: pura imagen simbólica ante la mirada atónita del héroe. Si la determinación del mundus imaginalis procede de fuentes iranias, eso no significa que no se pueda detectar su presencia en la cultura del Occidente medieval. En un texto de la primera mitad del siglo XII, en el De administratione del abad Suger de Saint Denis, se encuentra un pasaje en el que el gran fundador de la estética del gótico habla de una zona intermedia, relacionándola además con la meditación:

De ahí que, cuando la belleza multicolor de las gemas me ha requerido de mis cuidados exteriores fuera del deleite al encanto de la casa de Dios, y una seria meditación me persuadiera a concentrarme trasladando la diversidad de las santas virtudes de lo material a lo inmaterial; entonces me parece verme a mí mismo viviendo en alguna extraña región del orbe de la tierra, que no está ni en el lodo de las tierras, ni toda ella permanece en la pureza del cielo, pero por la gracia de Dios puede trasladar desde lo inferior a lo superior de un modo anagógico. (De anagogué, en griego, acción de conducir hacia arriba)

Este gran defensor de las imágenes, frente al iconoclasta san Bernardo, las justifica por su poder de trasladar (transferendo) de lo material a lo inmaterial (de materialibus ab inmaterialia) a través del camino anagógico (anagógico more), y subraya que los colores de las piedras preciosas pueden inducirle a una seria meditación (honesta meditatio). Es en este punto cuando da entrada a la zona intermedia, pues la meditación sucede en ese lugar que no es ni el fango de la tierra (terrarum faece) ni la pureza del cielo (coeli puritate), esto es, en la extraña orilla del orbe de la tierra (aliqua extranea orbis terrarum plaga). De este pasaje hay que poner de relevancia, además del mismo hecho de que está hablando del mundus imaginalis, el hecho de que sean las piedras preciosas las que induzcan a la meditación. No se trata aquí de la lectura a lo que está asociada la meditación, como sucede por ejemplo en el caso de los ejercicios monásticos llevados a caso por Guigo I el Cartujo, sino a la visión. Y es que, ciertamente, la meditación no es sólo el ejercicio de memoria y reflexión que debe seguir a la lectura, sino también a la visión de las imágenes. La relación estrecha entre el libro, la oración y la visión o meditación se muestra con toda nitidez en la pintura flamenca estudiada por Craig Harbison. Por su parte, Jeffrey K. Hamburguer ha demostrado que un manuscrito como los Rothschild Canticles, compuesto de textos e imágenes, constituía el perfecto material para la meditación.



Manuscrito Rothschild Canticles

En efecto, al menos la primera parte de este manuscrito se ordena en un folio verso que contiene un texto realizado a base de citas bíblicas y agustinianas en su mayor parte, y en un folio recto que muestra miniaturas.















Se trata de imágenes que guardan una relación indudable con el texto, pero que construyen un discurso propio según una seriación y progresión que posee una lógica interna, y que desde un punto de vista plástico consiste en conducir de la figuración narrativa a la abstracción simbólica, lo que de algún modo constituye un recorrido iniciático para el espectador, que pasa del relato expresado mediante figuras a los misterios invisibles aludidos a través de la geometría.













Este libro, del tamaño reducido propio de los libros góticos, y concebido para uso privado, probablemente perteneciente a una abadesa, revela, según Hamburguer, el nuevo estatuto alcanzado por la imagen en la cultura medieval, pues ya no se trata de una ilustración para analfabetos sino de una pintura teológica, es decir que las ideas teológicas encuentran plasmación en el lenguaje pictórico. Si bien Hamburguer distingue claramente los Rothschild Canticles, cuya función principal consistía en impulsar la meditación, y los manuscritos de Hildegard von Bingen, destinados fundamentalmente a atestiguar la experiencia visionaria de la mística renana - en especial el de Lucca, donde la visionaria se encuentra representada en todos los folios-, no parece posible descartar la función meditativa y visionaria de muchas de sus miniaturas. En concreto, el manuscrito que contiene Scivias, el de Wiesbaden, resuelve muchas de sus visiones a partir de figuras intensamente geometrizadas, de tal modo que, como ya advirtiera Michael Evans, se trata de composiciones fundadas en diagramas.
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Imágenes como las del cosmos, el coro de los ángeles o la Trinidad, configuradas a partir de formas circulares u ovales apuntan en esa dirección. Son formas de gran tradición en los Beatos, donde constituyen el marco para las teofanías, junto a la mandorla, figura en la que se resuelve la herida de Cristo y que en algunas miniaturas (ver imagen de cabecera)aparece desprendida del cuerpo para alcanzar pleno protagonismo. Esta "imagen abierta", según la expresión de George Didi-Hubermann, constituía el punto de concentración de la mirada de las místicas: el ojo debía penetrar en el interior de la herida, lo que inducía a entrar en un estado meditativo, tal y como les sucedía a Lutgarda de Aywières o a Angela da Foligno. Según el testimonio de algunas de ellas, la meditación podía conducir a la visión de la pasión de Cristo, como relata Marguerite d'Oingt.












Hildegard von Bingen es sacudida por la visión. En el manuscrito de Lucca, una pequeña ventana comunica el mundo terrenal, donde ella se encuentra acompañada de otros personajes, con el mundo visionario, que ocupa casi todo el folio. De un modo implícito, se concede un mayor grado de realidad a la visión que al mundo "de lo real": la celda, los instrumentos de escritura, etc. Las dimensiones de la figura visionada triplican a la de la propia visionaria, y la miniatura muestra al espectador la imagen que se ha formado en un lugar que, para retomar las palabras del abad Suger, no es ni el fango de la tierra ni la pureza del cielo. La visionaria ha sido trasladada a esa orilla a donde la miniatura espera a su vez trasladar al que contempla. De entre toda las visiones de Hildegard destacaré una que presenta un caracter esencialmente celestial, pues se refiere a las estrellas. Se trata de la primera visión de la III parte de Scivias, que ella describió del modo siguiente:

Vi entonces salir del secreto del que estaba sentado en el trono una gran estrella de mucho esplendor y belleza, y con ella multitud de centellas candentes, y junto a aquella estrella confluyendo todas en el austro, miraron al que estaba sentado en el trono como a un extraño, y alejándose de él quedaban absortas ante el aquilón en lugar de contemplarle a él. Pero en este alejamiento de su mirada, todas se extinguieron al instante convertidas en la negrura del carbón. Y he aquí que un viento turbulento nació de ellas y las arrojó del austro por detrás del que estaba sentado en el trono del aquilón, precipitándolas al abismo, de modo que ya no puede verla más.

La visión está animada por un movimiento que la miniatura no renunció a plasmar. En cualquier caso, el artista decidió dedicar dos miniaturas a la visión: una referida al que estaba sentado en el trono, y otra dedicada a las estrellas que resultan en una imagen absolutamente nueva en la iconografía medieval, pues ellas son las únicas protagonistas. El efecto del alejamiento y la extinción, y la caída en el abismo, fue logrado al transformar el dorado de las estrellas situadas en la parte superior en la negrura de las situadas en la parte inferior. La caída de las estrellas es un tema apocalíptico (Ap 6, 13; Ap 8, 10-12; Ap 12, 1-4). Como ha estudiado Friedrich Ohly, los cuerpos celestes sirvieron en la Edad Media como metáforas para aludir al cambio de edades y de tiempos, desde el paso del día a la noche hasta el paso del principio al fin de los tiempos. La caída de las estrellas constituyó asimismo una clara proyección en lo cósmico de la perturbación de las relaciones entre los hombres y Dios. En las visiones de Hildegard las estrellas aparecen con gran frecuencia. En la miniatura que ilustra la primera visión de Scivias, la mística no alude a ellas, pero el miniaturista las incluyó sobre un fondo azul, y en la representación compiten con los ojos de la figura sembrada de ojos (I, 1, 4). En otras ocaiones, la mística ve "muchísimas estrellas" (I, 2). Cuando asiste a la creación del mundo, ve aparecer en medio de las tinieblas "tres grandes estrellas unidas en su fulgor, y después de éstas, otras muchas, pequeñas y grandes, brillando con mucho esplendor..." (II, 1). El génesis suele ser la referencia principal para las representaciones de cielos estrellados en el arte medieval, como sucede en el caso de la miniatura de la Historia scholastica del teólogo francés del siglo XII Pedro Comestor, donde las estrellas inundan todo el fondo del cuarto día de la creación además de rodear el cosmos en círculo. André Grabar, en un estudio sobre la iconografía del cielo en la Antigüedad y en la Edad Media, distinguió entre le cielo visible, es decir, la bóveda del firmamento con sus astros, y el cielo invisible, allí donde habita Dios, y señaló dos maneras distintas de representación, la que él denominó "óptica" y la "científico-simbólica". Comenta una miniatura extraordinaria de un manuscrito griego del siglo XII en la que el reino de los cielos adquiere visibilidad gracias a que unos ángeles descorren unas cortinas en las que se han representado los astros celestiales, es decir, el cielo visible, de tal modo que es justamente el cielo visible el que oculta al invisible. En cambio, en otro manuscrito griego se muestra un pedazo de cielo estrellado habitado por la figura divina, de modo que se busca la coincidencia entre ambos cielos, o bien significar el invisible a través del visible, al igual que el mosaico del ábside de la iglesia de San Apolinar in Classe de Rávena, donde una gigantesca cruz de oro repleta de piedras preciosas de color verde se sitúa ante el azul profundo de la eternidad en que resplandecen 99 estrellas rodeado todo ello por un anillo púrpura. Las letras alfa y omega flanquean cada brazo; sobre la cruz puede leerse "Ichtys", y a los pies, "Salus Mundi". Wolfram von den Steinen la calificó de "cruz cósmica", pues en ella se manifiesta con toda claridad la unión de lo humano y lo divino, de la tierra y el cielo, del principio y del fin.





Lecturas:
Victoria Cirlot, La visión abierta. Del mito del Grial al surrealismo. Editorial Siruela 2010, colección El árbol del paraíso nº 68
William C. Chittick, Mundos imaginales: Ibn al-Arabi y la diversidad de las creencias. Mandala Ediciones, colección Alquitara