El próximo día 23 de Abril es tradición en Cataluña, mi tierra natal, y Comunidad Valenciana, regalar rosas y libros, celebración festiva que traspasó fronteras al ser declarada tal fecha como Día Internacional del libro por la Unesco en 1996. Esta entrada también quiere unirse a esta festividad, dejando unas rosas, versos de diferentes autores, y unos hermosos fragmentos de la obra del chino-francés François Cheng, Cinco meditaciones sobre la belleza. La dedico de forma especial a los lectores que siguen este blog.
Meditación sobre la belleza, por François Cheng
...la belleza es algo que virtualmente está ahí, que ha estado siempre ahí, un deseo que brota en el interior de los seres, o del Ser, cual fuente inagotable que, más que una figura anónima y aislada, se manifiesta como presencia irradiante y relacionadora que incita a la aceptación, a la interacción, a la transfiguración. Puesto que pertenece al ser y no al haber, la belleza no puede ser definida como medio o como instrumento. Por esencia, es una manera de ser, un estado de existencia. Observémosla a través de un símbolo de belleza: la rosa, ¡aun a riesgo de caer en un discurso "rosa"! Corramos ese riesgo. ¿Por qué vía de costumbre y de deformación se ha convertido la rosa en esta imagen un tanto banal, un tanto cursi, cuando ha sido preciso que el universo evolucione durante miles de años para producir esta entidad milagrosa de armonía, de coherencia y de resolución? Aceptemos examinar el menos una vez la rosa. Empecemos recordando el dístico de Angelo Silesio, un poeta del siglo XVII originario de Silesia, que se asocia a los místicos renano-flamencos, como el Maestro Eckhart o Boehme: La rosa no tiene porqué, florece porque florece; sin preocuparse de ella misma, sin desear ser vista. Versos conocidos ante los cuales uno no puede por más que inclinarse. Efectivamente, la rosa no tiene porqué, como todos los seres vivos, como todos nosotros. Sin embargo, si un ingenuo observador quisiera añadir algo, podría decir esto: ser plenamente una rosa, en su unicidad, y en absoluto otra cosa, en sí constituye una razón suficiente de ser. Exige de la rosa que movilice toda la energía que lleva dentro. En el instante mismo en que su tallo emerge del suelo, éste crece en un sentido, como impulsado por una voluntad inquebrantable. A través de él se fija una línea de fuerza que cristaliza en un capullo; y pronto, a partir de ese capullo, las hojas y los pétalos se forman, eclosionan, adoptan tal curva, tal sinuosidad, optando por tal color, tal aroma. Ya nada podrá impedirle acceder a su signatura, a su deseo de realizarse, nutriéndose de la sustancia procedente del suelo, pero también del viento, del rocío, de los rayos del sol. Todo ello para alcanzar la plenitud de su ser, una plenitud establecida desde su germen, desde un inicio muy lejano, diríamos que desde toda la eternidad. He aquí, por fin, la rosa, manifestándose en todo el esplendor de su presencia, propagando sus ondas rítmicas hacia aquello a lo que aspira, el puro espacio sin límites. Esa irreprimible abertura en el espacio es como una fuente que brota sin cesar del fondo. Pues por poco que la rosa quiera durar todo el tiempo de su destino, debe apoyarse en un hundimiento en la profundidad. Entre el suelo y el aire, entre la tierra y el cielo, se efectúa entonces un vaivén simbolizado por la forma misma de los pétalos, forma tan específica, a la vez curvada hacia el interior de sí misma y vuelta hacia el exterior en gesto de ofrenda. Lo que Jacques de Bourbon Busset resume con una frase afortunada: "esplendor de la carne, sombra del espíritu". Conviene, efectivamente, que la carne esté en el esplendor y el espíritu esté en la sombra para que éste pueda sustentar el principio de vida que rige la carne. Aunque los pétalos caigan y se mezclen con el humus nutricio, persiste su invisble perfume, como una emanación de su esencia, o signo de transfiguración. "En un gesto de ofrenda", hemos dicho. Sin embargo, el poeta escribió: "sin preocuparse de ella misma, sin desear ser vista". Es verdad que, puesto que el porqué de una rosa es ser plenamente una rosa, el instante de su plenitud de ser coincide con la plenitud del Ser mismo. Dicho de otro modo, el deseo de la belleza se absorbe en la belleza; ésta ya no tiene que justificarse. Si seguimos queriendo razonar en términos de "ser vista" o "no ser vista", digamos que la belleza de la rosa, cuyo esplendor resuena en todo el esplendor del universo -aparte del papel que desempeña en la "educación" de la mirada de los hombres, esas criaturas dotadas de ojos y espíritu-, sólo puede acogerla, a fin de cuentas, una mirada divina. ¡Y digo bien: acogerla, que no cogerla! (...) Casi todos los poetas han celebrado las flores, y muchos de ellos la rosa. Habría podido citar a Ronsard, Marceline Desbordes-Valmore y sobre todo a Rilke. Pero escuchemos a Claudel, por la sencilla razón de que estoy leyéndolo, con ocasión del cincuentenerio de su muerte. Escuchemos en primer lugar el pasaje que, a la luz del Tao, es decir de la "Vía de la vida abierta", habla de las cosas vivas que crecen a partir de la oscuridad del suelo de la Creación, como acabamos de hacer al describir el irresistible deseo de crecimiento de la rosa. "¿Qué es el Tao? (...) Por encima de todas las formas, lo que no tiene forma; lo que ve sin ojos, lo que guía sin saber, la ignorancia que es el conocimiento supremo. ¿Sería erróneo llamar la Madre a ese jugo, ese sabor secreto de las cosas, ese gusto de Causa, ese estremecimiento de autenticidad, esa leche que instruye desde la Fuente? ¡Ah, estamos en medio de la naturaleza como una camada de jabatos que maman de una jabalina muerta! Que nos dice Laozi, sino que cerremos los ojos y llevemos los labios a la fuente misma de la Creación?" (Connaissance de l'Est). Escuchemos ahora este pasaje del "Cantique de la Rose" (en Cantate a trois voix). "La rosa, ¿qué es la rosa? ¡Oh, rosa! ¡Ay qué! Cuando respiramos ese olor que hace vivir a los dioses, ¿no alcanzaremos más que ese pequeño corazón insubsistente que, apenas lo asimos entre los dedos, se deshoja y se funde, como una carne sobre sí misma, toda en su propio beso, mil veces estrechada y replegada? ¡Ah, os lo digo, no es ésa toda la rosa! ¡Es su olor que una vez respirado, que es eterno! ¡No el perfume de la rosa sola! ¡Es el de toda la cosa que Dios hizo en su estío! ¡Nínguna rosa, sino esa palabra perfecta en una circunstancia inefable en que toda cosa al fin por un momento en esta hora suprema ha nacido! ¡Oh paraíso en las tinieblas! ¡Es la realidad un instante para nosotros que eclosiona bajo esos frágiles velos, y el profundo deleite del alma de todo cuanto Dios ha hecho! ¿Qué hay más mortal de exhalar para un ser perecedero que la eterna esencia y, por un segundo, el inagotable olor de la rosa? ¡Cuanto más muere una cosa, más llega al final de sí misma, más expira de esa palabra que no puede decir y de ese secreto que la arrastra! ¡Ah, cuán frágil es en medio del año este instante de eternidad, pero cuán extremo y suspendido!" Claudel sitúa la rosa en el contexto del tiempo, más precisamente en el instante de la eternidad. Pone el énfasis en el olor de la rosa, que es a la vez efímero e "inagotable". El poeta sin duda no ignora la explicación científica acerca de la utilidad del perfume. Pero se maravilla de que una esencia así haya podido existir. Ésta es sentida como la parte invisible de la rosa, su parte superior, su parte de alma, por así decirlo. El perfume no está limitado por la forma, ni por un espacio restringido. Es en cierto modo la transmutación de la rosa en onda, en canto, en la esfera de lo infinito. Al decir esto, recuerdo espontáneamente la frase de Baudelaire: "Bienaventurado el que vuela por la vida, y comprende sin esfuerzo el lenguaje de las flores y de las cosas mudas". Efectivamente, ese perfume provoca en quien sabe recibirlo, u oírlo, un arrobamiento más indecible; subsiste en la memoria del receptor como algo más sutil, más quintaesenciado, más duradero. Aun cuando sus pétalos se hubieran marchitado y caído al suelo, el perfume flotaría allí, en la memoria, recordando que esos pétalos, mezclados con el humus, renacerán en forma de ptra rosa; que, de lo visible a lo invisible, y de lo invisible a lo visible, el orden de la vida prosigue por la vía de la trasformación universal. .
4 comentarios:
Cómo no corresponder a una tradición cuyo efecto hace aflorar lo mismo que siembra: belleza, en su amorosísima extensión.
Dejo aquí un par de enlaces:
El primero es la loa con la que se abre la ópera "La púrpura de la rosa"-
http://www.youtube.com/watch?v=YKC1w8WdfqM&feature=related
Sólo el nombre hace suponer por qué viene aquí :)
El segundo es el enlace que lleva directamente al libreto completo, una joya de Calderón de la Barca:
http://aix1.uottawa.ca/~jmruano/rosa.pdf
Finalmente extraigo de él unos versos, casi finales, en los que Venus y Adonis son transformados
-Sale Amor en lo alto. Vese un cielo con el sol que se esconde, y una estrella que sale al tiempo que van subiendo Adonis por una parte, y Venus por otra.-
Amor:
"Porque vean que no en vano,
cuando en púrpura se tornen,
le halló en el campo aquella
vida y muerte de los hombres,
Júpiter, pues, conmovido
o indignado de que goce
sin los imperios de un alma
los de una vida tu nombre,
de esa derramada sangre
quiere que una flor se forme,
y que de aquella se vistan
roja púrpura las flores,
para que en tierra y en cielo
estrella y flor se coloquen;
a cuya causa, subiendo
donde entrambos se coronen,
verás que, desde este día,
con la nueva luz de Adonis
sale la estrella de Venus
al tiempo que el sol se pone."
Feliz día tengais el 23 de abril
Un abrazo.
Veda
Gracias Veda por dejar esas obras de Calderón y Torrejón de Velasco inspirados en el mito de Venus y Adonis, complementando muy bien la entrada.
Adonis como personificación arquetípica de la vegetación y de todas las formas de vida visibles, debe sufrir su particular muerte para que todo siga vivo, simbolizado en la flor que surge de su sangre.
En el significado más profundo de la historia se descubre el ya conocido drama entre bíos y zoé tal como lo entendían los griegos en el contexto de los cultos agrarios. Bíos, encarnación de la vida temporal y visible (Esplendor de la carne), como la semilla, ha de morir para regresar a la fuente que lo originó, principio vital eterno e inagotable en su capacidad de producir nuevas formas que significaría zoé. Para "de lo visible a lo invisible, y de lo invisible a lo visible, el orden de la vida prosiga por la vía de la transformación universal".
En estos días de Semana Santa, la celebración de la muerte y resurrección de Cristo, escenifica de la misma forma el destino de Adonis, descubriendo en su simbolismo la posibilidad de dejar de identificarse con el cuerpo mortal y reunirse con el principio inmortal que siempre renace, transformando así la tristeza en alegría. No por casualidad se celebra en primavera.
Otro abrazo !
Para mi belleza es sinónimo de armonía.
Todo lo armonioso es bello y necesariamente el deseo de belleza se absorbe en la armonía.
Las últimas frases que has escrito de Valle-Inclán, son una delicia, armoniosamente bellas.
Un abrazo
*
Yo también encuentro que lo bello se muestra a través de la armonía Baruk. Y entiendo que la armonía aparece cuando desde el sentido de la unidad, cada una de las partes se corresponde con el todo, y el todo con cada una de las partes.
También siempre he creido con respecto a la expresión artística, que se ha de dar tanta importancia a la forma como al contenido, y estando estos armónicamente unidos, gana en belleza y expresividad el mensaje a transmitir.
Y sí, la verdad que la forma en que están compuestas las frases de Valle-Inclán son muy bellas, complementándose perfectamente con un contenido cargado de profundo sentido.
Un fuerte abrazo !
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