En el cuento de Salvador Elizondo La Historia según Pao Cheng que dejo en esta entrada, aparece el tema del soñador que es soñado, tratado también por Borges en su relato Las ruinas Circulares y anteriormente por Unamuno en Niebla. Aquí el personaje Pao Cheng viajará con la imaginación para encontrarse con el que escribe sobre él, creándose en ese encuentro el dilema de quién imagina o sueña a quién, apareciendo, al igual que cuando se enfrenta un espejo a otro, la posibilidad de la repetición infinita. Esta posibilidad se refuerza por la visión del tiempo circular en la que se desarrolla el cuento. En el tiempo circular todas la cosas se repiten de forma cíclica y sin fin.
Nada mejor para ilustrar el cuento que algunos de los grabados y litografías de Maurits Cornelis Escher (1898-1972), artista que de forma intuituva plasmó en su obra una mirada dirigida al infinito. En éste otro encuentro, ¿ el cuento de Elizondo se refleja en la obra de Escher, o es la obra de Escher que se refleja en el cuento de Elizondo?
Precederá al texto unos versos de Octavio Paz de inspiración taoísta donde se encuentra la misma paradoja a la vez que parecen entretejer un puente por donde el alma individual y el Alma Universal se unen.
M. C. Escher, Metamorfosis I. En este grabado de 1937 se muestra la transformación paulatina de una pequeña ciudad primero en exaedros para acabar en el diseño de un muñeco chino.
La mariposa volaba entre los autos
Maria José me dijo: ha de ser Chuang Tzu,
de paso por New York.
Pero la mariposa
no sabía que era una mariposa
que soñaba ser Chuang Tzu
o Chuang Tzu
que soñaba ser una mariposa.
La mariposa no dudaba: volaba.
Octavio Paz
La historia según Pao Cheng
por
Salvador Elizondo
por
Salvador Elizondo
En un día de verano, hace más de tres mil quinientos años, el filósofo Pao Cheng se sentó a la orilla de un arroyo a adivinar su destino en el caparazón de una tortuga. El calor y el murmullo del agua pronto hicieron, sin embargo, vagar sus pensamientos y olvidándose poco a poco de las manchas del carey, Pao Cheng comenzó a inferir la historia del mundo a partir de ese momento. “Como las ondas de este arroyuelo, así corre el tiempo. Este pequeño cauce crece conforme fluye, pronto se convierte en un caudal hasta que desemboca en el mar, cruza el océano, asciende en forma de vapor hacia las nubes, vuelve a caer sobre la montaña con la lluvia y baja, finalmente, otra vez convertido en el mismo arroyo…” Este era, más o menos, el curso de su pensamiento y así, después de haber intuido la redondez de la tierra, su movimiento en torno al sol, la traslación de los demás astros y la propia rotación de la galaxia y del mundo, “¡Bah! –exclamó- este modo de pensar me aleja de la Tierra de Han y de sus hombres que son el centro inamovible y el eje en torno al que giran todas la humanidades que en él habitan…” Y pensando nuevamente en el hombre, Pao Cheng pensó en la Historia. Desentrañó, como si estuvieran escritos en el caparazón de la tortuga, los grandes acontecimientos futuros, las guerras, las migraciones, las pestes y las epopeyas de todos los pueblos a lo largo de varios milenios. Ante los ojos de su imaginación caían las grandes naciones y nacían las pequeñas que después se hacían grandes y poderosas antes de ser abatidas a su vez. Surgieron también todas las razas y las ciudades habitadas por ellas que se alzaban un instante majestuosas y luego caían por tierra para confundirse con la ruina y la escoria de innumerables generaciones. Una de estas ciudades entre todas las que existían en ese futuro imaginado por Pao Cheng llamó poderosamente su atención y su divagación se hizo más precisa en cuanto a los detalles que la componían, como si en ella estuviera encerrado un enigma relacionado con su persona. Aguzó su mirada interior y trató de penetrar en los resquicios de esa topografía increada. La fuerza de su imaginación era tal que se sentía caminar por sus calles, levantando la vista azorado ante la grandeza de las construcciones y la belleza de los monumentos. Largo rato paseó Pao Cheng por aquella ciudad mezclándose a los hombres ataviados con extrañas vestiduras y que hablaban una lengua lentísima, incomprensible, hasta que pronto se detuvo ante una casa en cuya fachada parecían estar inscritos los signos indescifrables de un misterio que lo atraía irresistiblemente. A través de una de las ventanas pudo vislumbrar a un hombre que estaba escribiendo. En ese mismo momento Pao Cheng sintió que allí se dirimía una cuestión que lo atañía íntimamente. Cerró los ojos y acariciándose la frente perlada de sudor con las puntas de sus dedos alargados trató de penetrar, con el pensamiento, en el interior de la habitación en la que el hombre estaba escribiendo. Se elevó volando del pavimento y su imaginación traspuso el reborde de la ventana que estaba abierta y por la que se colaba una ráfaga fresca que hacía temblar las cuartillas, cubiertas de incomprensibles caracteres, que yacían sobre la mesa. Pao Cheng se acercó cautelosamente al hombre y miró por encima de sus hombros, conteniendo la respiración para que éste no notara su presencia. El hombre no lo hubiera notado pues parecía absorto en su tarea de cubrir aquellas hojas de papel con esos signos cuyo contenido todavía escapaba al entendimiento de Pao Cheng. De vez en cuando el hombre se detenía, miraba pensativo por la ventana, aspiraba un pequeño cilindro blanco y arrojaba una bocanada de humo azulado por la boca y por las narices; luego volvía a escribir. Pao Cheng miró las cuartillas terminadas que yacían en desorden sobre un extremo de la mesa y conforme pudo ir descifrando el significado de las palabras que estaban escritas en ellas, su rostro se fue nublando y un escalofrío de terror cruzó, como la reptación de una serpiente venenosa, el fondo de su cuerpo. ”Este hombre está escribiendo un cuento”, se dijo. Pao Cheng volvió a leer las palabras escritas sobre las cuartillas. “El cuento se llama La Historia según Pao Cheng y trata de un filósofo de la antigüedad que un día se sentó a la orilla de un arroyo y se puso a pensar en… ¡Luego yo soy un recuerdo de ese hombre y si ese hombre me olvida moriré…!”El hombre, no bien había escrito sobre el papel las palabras “…si ese hombre me olvida moriré”, se detuvo, volvió a aspirar el cigarrillo y mientras dejaba escapar el humo por la boca, su mirada se ensombreció como si ante él cruzara una nube cargada de lluvia. Comprendió, en ese momento, que se había condenado a sí mismo, para toda la eternidad, a seguir escribiendo la historia de Pao Cheng, pues si su personaje era olvidado y moría, él que no era más que un pensamiento de Pao Cheng, también desaparecería.
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Nudo infinito tibetano
El nudo infinito o eterno es un símbolo del budismo tibetano. Se ha interpretado como imagen representativa de la interrelación del Camino Espiritual, el flujo del tiempo y del movimiento dentro de Eso que es Eterno. Toda existencia está vinculada con el tiempo y el cambio, para finalmente reunirse con lo Divino, lo Eterno, Buda, la Mente de Dios. (Wikipedia)
Más obras de M. C. Escher:
http://eschersite.com/EscherSite/MC_Escher_Art_Gallery.html
Lecturas:
Salvador Elizondo, Narda o el verano. Fondo de Cultura Económica. México 2007
Bruno Ernst, El espejo mágico de M. C. Escher. Taschen 2007
Entradas relacionadas en este blog:
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3 comentarios:
Me recuerda el mensaje de tu entrada a un experimento que todos hemos realizado alguna vez, la creación de una cinta de Moebius. Algo tan sencillo que deja anonadada la mente por largo rato, al menos la mia.
La cinta de Moebius que tiene una sola cara y para nada orientable. La relaciono con el tiempo y el cambio dentro de lo eterno, el sueño y lo soñado dentro de la mente finita el hombre pero que se encuentra dentro de la infinita de la divinidad .......
En fin, perdona pero es que de pensar en esa cinta me he quedado ...anonadada.
Tons
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Hay una anécdota divertida que aparece en las notas biográficas de "El espejo mágico de M. C. Escher", dode éste cuenta que en cierta ocasión una señora lo llámó por teléfono comentándole lo siguiente: "En su obra Reptiles ha expuesto Ud. de modo irrebatible la idea de la reencarnación". A lo que él contestó: "Señora, si Ud. lo dice, debe ser verdad". Con esto daba a entender que la obra de arte es interpretada según la percepción del observador, que no necesariamente ha de coincidir con la intención de su autor.
Baruk, cuando leí el cuento lo primero me vino a la cabeza fueron los diseños de Escher inspirados en la cinta de Moebius. De echo la imagen primera y tercera de la entrada estarían relacionadas. Nos cuesta asimilar que las aparentes dos caras y dos bordes de la cinta son en realidad una sola cara y un solo borde, y nos deja eso, "anonadados". Es una imagen gráfica que Escher la utilizó en muchas de sus obras pudiéndonos sugerir perfectamente la idea del infinito como movimiento constante, sin principio ni fin, algo que es también el motivo principal del cuento de Elizondo. Resulta estimulante para abrirse a una percepción diferente a la habitual, demasiado influida por una visión lineal del tiempo en una restringida realidad, pudiendo imaginar otras que se dan de forma simultanea.
¿Te imaginas volar como la mariposa con la que se cruzó Octavio Paz durante su paseo por New York?
Petóns de papellona
"La mariposa no dudaba: volaba"
me gustó eso
y no conocía el nudo infinito tibetano, lo recuerdo porque se lo vi tatuado a una persona, pero desconocía el significado
en tu blog siempre aprendo
gracias
un abrazo, Jan
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